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THOUGHT LEADERS
Op-Ed THOUGHT LEADERS WEEKLY SECTION
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COLOMBIA: NEW SMELLS AND COLORS
Since the 19th century and until this August 7th, members of about 20 families, all white, aristocratic, rich and abusive, have wielded political power in the South American country.
Desde el siglo XIX y hasta este 7 de agosto, miembros de unas 20 familias, todas blancas, aristocráticas, ricas y abusivas, han manejado el poder político en el país suramericano.
By ORLANDO GAMBOA
AL DÍA THOUGHT LEADERS
For two centuries, white has been the color of political power in Colombia. White as a racial distinctive, of course.
During two hundred and so years of republican history, only one black man, Juan José Nieto, has been president, but his oil portrait was later modifi ed to whiten the character, in a series of clandestine episodes that show how racism has been in this country that does not know how to make its skin not dark.
During these centuries, members of about 20 families, at most, all white, aristocratic, rich and abusive, have managed the political power. Or, rather, they did until last August 7th.
Blacks and Indians have always been marginalized from the spheres of power.
Now, political power is polychrome: there are still whites, of course, but blacks and Indians have arrived, something that the aristocracy and those who call themselves good people will never forgive President Gustavo Petro.
But, beyond this, from now on, the poor will also decide, the delegates of the offended, of those humiliated for any reason, of those trampled by the castes that thought they owned everything, including lives, and that today, displaced, ruminate and mourn their defeat.
Now, along the corridors of the Presidency, ministries and national agencies come and go Indians and blacks, and farmers and leaders of miserable shantytowns, and relatives of the disappeared and those murdered by the security forces, indoctrinated and trained with U.S. taxpayers’ money, as possibly you, who read these lines, are.
The Vice President of the Republic, Francia Márquez, is a Raizal black woman, a single mother, farmer leader and defender of human rights and the environment, with swamp boots and work pants. Now, a young man from her village designs and sews the splendorous dresses of pure African roots with which this woman, who has won many international awards, and recently graduated as a lawyer from a popular university in the south of Colombia, now dresses.
Gustavo Petro himself, a former guerrilla fi ghter, is a poor man. He lived for several years in an irregular suburb he helped build with his own hands, in a city near Bogota. For the past few days, Colombian Indians and blacks have been working, proud of their ancestral roots and their academic training, in front of international organizations.
Political power in Colombia has changed color... and smell. The fi ne perfumes of the old bureaucracy still linger, but are mixed with the scent of cheap lotions.
The new offi cers come and go, diligent, with their typical hats, their ponchos and their traditional attire, in a bright and polychrome parade with less and less designer dresses, less fi ne shoes, less dazzling jewelry, less pinkies raised while drinking coffee.
It is not the new Colombia, it is the old Colombia, the one of the immense majority, the one that for centuries survived covered by the shadows of history, the anonymous one, the one that moved, fearful and sad, in the darkest hours of the night of the abusers.
It is the black and Indian Colombia, which smells of sweat and tears, but which, quietly, prepared itself for what it is doing today: relieving its corrupt abusers in peace. z
ENGLISH ESPAÑOL
Desde hacía dos siglos, el blanco era el color del poder político en Colombia. El blanco como distintivo racial, desde luego. Durante doscientos y tantos años de historia republicana, solo un negro, Juan José Nieto, ha sido presidente, pero su retrato al óleo fue posteriormente objeto de modifi caciones, para blanquear al personaje, en una serie de episodios clandestinos que muestran cómo ha sido el racismo en este país que no sabe cómo hacer para que su piel no sea oscura. Durante estos siglos, miembros de unas 20 familias, si mucho, todas blancas, aristocráticas, ricas y abusivas, han manejado el poder político. O, mejor, manejaron, hasta el pasado 7 de agosto. Los negros y los indios siempre fueron marginados de las esferas del poder. Ahora, el poder político es polícromo: hay blancos aún, desde luego, pero llegaron los negros y los indios, algo que la aristocracia y la que se hace llamar gente de bien, no le perdonará jamás al presidente Gustavo Petro. Pero, más allá de esto, de ahora en adelante, también decidirán los pobres, los delegados de los ofendidos, de los humillados por cualquier motivo, de los atropellados por las castas que se creían dueñas de todo, incluidas las vidas, y que hoy, desplazadas, rumian y lloran su derrota. Ahora, por los pasillos de la presidencia, de los ministerios y de los organismos nacionales van y vienen indios y negros y campesinos de labranza y líderes de barriadas miserables y parientes de desaparecidos y de asesinados por la fuerza pública, adoctrinada y adiestrada con dineros de los contribuyentes estadounidenses como posiblemente lo es usted, que lee estas líneas.
La vicepresidenta de la República, Francia Márquez, es una negra raizal, madre soltera, líder campesina y defensora de derechos humanos y del medio ambiente, de botas pantaneras y pantalones de trabajo. Ahora, un muchacho de su aldea, le diseña y cose los vestidos esplendorosos de pura raíz africana, con los que ahora viste esta mujer premiada internacionalmente muchas veces, recién graduada de abogada en una universidad popular del sur de Colombia.
El propio Gustavo Petro, un exguerrillero, es un hombre pobre. Vivió varios años en una barriada irregular que ayudó a construir con sus propias manos, en una ciudad cercana a Bogotá.
Desde hace pocos días, indios y negros colombianos trabajan, orgullosos de sus raíces ancestrales y de su formación académica, ante organismos internacionales.
El poder político en Colombia cambió de color… y de olor. Los fi nos perfumes de la vieja burocracia aún perduran, pero se mezclan con el aroma de las lociones baratas.
Los nuevos funcionarios van y vienen, diligentes, con sus sombreros típicos, sus ponchos y sus trajes tradicionales, en un encendido y polícromo desfi le en el que cada vez se ven menos vestidos de diseño, menos zapatos fi nos, menos joyas deslumbrantes, menos meñiques levantados al beber el café.
No es la nueva Colombia, es la de siempre, la de las inmensas mayorías, la que por siglos sobrevivió cubierta por las sombras de la historia, la anónima, la que se movía, temerosa y triste, en las horas más oscuras de la noche de los abusadores.
Es la Colombia negra e india, que huele a sudor y a lágrimas, pero que, calladamente, se preparó para lo que hoy hace: relevar en paz a sus abusadores corruptos. z
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