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ESSAY ENSAYO
THE URGENCY OF DECOLONIZING THE UNIVERSITY ESSAY
By | Por: RAJ CHETTY* TRANSLATION | TRADUCCIÓN: YAMILY HABIB
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Just a few months ago, my dad shared with me for the first time his experiences with racism during my childhood in suburban San Diego. He immigrated to Minnesota from Bengaluru in 1967, in the immediate wake of the Immigration and Naturalization Act of 1965, a piece of Civil Rights legislation that ended a racist immigration quota system favoring Western European immigrants. (Only because of an Asian American Studies course I took as a doctoral student, I’ve relatively recently been able to understand my dad’s immigration story in terms of that history.)
Growing up in relative affluence, I had the advantage of my being sheltered from the oppressive and systemic violence that lays siege to minoritized communities, but also
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the disadvantage of an education divorced from understanding the historical and social processes that produce those systems of violence, coupled with no sense of the historic struggles waged by people against these systems.
To be sure, the education I received fashioned me into the sort of person designed to thrive in today’s university. But the cost of this fashioning was an inability to understand my dad’s anger when our local Denny’s restaurant delayed seating us, in a mid-1990s context in which Denny’s was settling lawsuits with black patrons. I didn’t have access to the term “white flight” to describe the fact that the two white families who lived on either side of us moved out shortly after we moved in. But, without any formal training in Critical Race Theory, my dad knew exactly what was happening.
When my dad recently shared these experiences with me, I recalled the shame I felt then towards him, at his public anger in Denny’s. Worse: even now I couldn’t quite stop the reflexive urge to dismiss my dad’s observations about our white neighbors as hypersensitivity. This is despite my work in Black Studies, my current commitment to anti-racist pedagogy and activism, and my deep investments in foregrounding Black people’s and other minoritized groups’ ways of living, knowing, and struggling.
Llevando al presente esas luchas anteriores, los estudiantes de hoy hacen una clara demanda: descolonizar la universidad. Pulling into the present those earlier struggles, students today make a clear demand: decolonize the university.
ESPAÑOL
Hace unos meses, mi padre compartió conmigo por primera vez sus experiencias con el racismo durante mi infancia en el San Diego suburbano. Inmigró a Minnesota desde Bengaluru en 1967, inmediatamente después de la Ley de Inmigración y Naturalización de 1965, una ley de derechos civiles que puso fin a un sistema racista de cuotas de inmigración que favorecía a los inmigrantes de Europa Occidental. (Sólo gracias a un curso de estudios asiático-americanos que tomé como estudiante de doctorado, hace relativamente poco tiempo, pude entender la historia de la inmigración de mi padre en términos de esa historia).
Al crecer en una relativa prosperidad, tuve la ventaja de estar protegido de la violencia opresiva y sistémica que asedia a las comunidades minoritarias, pero también la desventaja de una educación divorciada de la comprensión de los procesos históricos y sociales que producen esos sistemas de violencia, sumada a la falta de sentido de las luchas históricas libradas por las personas contra esos sistemas.
Por supuesto, la educación que recibí me convirtió en el tipo de persona diseñada para prosperar en la universidad de hoy. Pero el costo de esta formación fue la incapacidad de entender la ira de mi padre cuando el restaurante local de Denny's nos ponía en lista de espera, en un contexto de mediados de los 90 en el que Denny's estaba resolviendo demandas con clientes negros.
No tuve acceso al término "huida de los blancos" para describir el hecho de que las dos familias blancas que vivían a ambos lados de nosotros se mudaron poco después de que nos mudáramos. Pero, sin ninguna educación formal en la Teoría Crítica de la Raza, mi padre sabía exactamente lo que estaba pasando.
Cuando mi padre compartió recientemente estas experiencias conmigo, recordé la vergüenza que sentí entonces hacia él, por su enojo público en Denny's. Peor aún: incluso ahora no podía detener el impulso reflexivo de descartar las observaciones de mi padre sobre nuestros vecinos blancos como hipersensibilidad. Esto es a pesar de mi trabajo en Estudios Negros, mi actual compromiso con la pedagogía
El presidente Lyndon Johnson pronunció unas palabras en la Estatua de la Libertad antes de firmar la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965. Inspirada por el movimiento de derechos civiles, la ley eliminó las cuotas raciales en el sistema de inmigración de los Estados Unidos. Photo: LBJ Library / Yoichi Okamoto
President Lyndon Johnson delivered remarks at the Statue of Liberty before signing into law the Immigration and Nationality Act of 1965. Inspired by the civil rights movement, the law did away with racial quotas in the U.S. immigration system. Foto: Biblioteca LBJ / Yoichi Okamoto
To put a finer point on it: most of my educational training—to avoid indicting whiteness—has been highly effective.
The university for which I was designed is categorically not designed for those whose lives have been at the receiving end of colonial, white supremacist, gendered, and homophobic violence. Instead, the modern university emerged precisely as a way to shore up the normative power that produces that violence.
When black and brown students brought their lived experiences and their ways of being into the modern university, they mobilized against its Eurocentrism, its reproduction of racial capital, its patriarchy. In the 1960s and 1970s, they demanded that their histories be taught widely, not solely so that they could see themselves in these histories and stories, but also as a way to clear the grounds for creating robust interdisciplinary study, research, and teaching. They demanded Black Studies, Ethnic Studies, Asian American Studies, Indigenous Studies, Chicano/a and Latino/a Studies, and they situated these demands in global anticolonial and antiracist struggle.
We are seeing today a resurgence of these demands, by a new set of students struggling against a familiar power structure with evolved tactics. To
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cite just two recent examples: the student-led mobilizations at Harvard in the wake of the denial of tenure to Dr. Lorgia García Peña, and the Rhodes Must Fall movement that began at the University of Cape Town in 2015 and spread to other South African universities.
Today, the corporate university in the U.S. touts its commitment to Diversity, Inclusion, and Equity while entire departments have no Black or Indigenous faculty and entire universities offer no curricular concentrations, much less majors, in Black Studies, Ethnic Studies, Indigenous Studies, and aligned interdisciplinary fields.
University responses are typical and tepid: “This takes time,” “Wait,” “These things are complicated.” The same style of responses faced anticolonial independence struggles of the 1950s and 1960s.
Pulling into the present those earlier struggles, students today make a clear demand: decolonize the university. Far more than the “excellent” education I received, my younger self needed this decolonized education, one that could have taught me to perceive the racism my dad experienced, understand it as part of broader structures of oppression, and then join young students of color mobilized against it. antirracista y el activismo, y mi profunda implicación en destacar las formas de vida, conocimiento y lucha de los negros y otros grupos minoritarios.
Para ser más claro: la mayor parte de mi entrenamiento educativo –para impedir la acusación de la blancura– ha sido altamente efectivo.
La universidad para la que fui diseñado está categóricamente no diseñada para aquellos cuyas vidas han sido objeto de violencia colonial, de la supremacía blanca, violencia de género y homofóbica. En cambio, la universidad moderna surgió precisamente como una forma de apuntalar el poder normativo que produce esa violencia.
Cuando los estudiantes negros y morenos trajeron sus experiencias vividas y sus formas de ser a la universidad moderna, se movilizaron contra su eurocentrismo, su reproducción del capital racial, su patriarcado. En las décadas de 1960 y 1970, exigieron que sus historias se enseñaran ampliamente, no sólo para poder verse a sí mismos en esas historias y relatos, sino también como una forma de despejar las bases para crear un estudio, una investigación y una enseñanza interdisciplinarios sólidos. Exigieron estudios negros, estudios étnicos, estudios asiático-americanos, estudios indígenas, estudios chicanos y latinos, y situaron estas demandas en la lucha anticolonial y antirracista mundial.
Estamos viendo hoy un resurgimiento de estas demandas, por un nuevo grupo de estudiantes
que luchan contra una estructura de poder familiar con tácticas evolucionadas. Por citar sólo dos ejemplos recientes: las movilizaciones encabezadas por estudiantes en Harvard tras la denegación de la titularidad al Dr. Lorgia García Peña, y el movimiento "Rhodes Must Fall" que comenzó en la Universidad de Ciudad del Cabo en 2015 y se extendió a otras universidades sudafricanas.
Hoy en día, la universidad corporativa de los Estados Unidos pregona su compromiso con la diversidad, la inclusión y la equidad, mientras que departamentos enteros no cuentan con profesores negros o indígenas y universidades enteras no ofrecen concentraciones curriculares, y mucho menos especialidades en estudios negros, estudios étnicos, estudios indígenas y campos interdisciplinarios alineados.
Las respuestas de las universidades son típicas y tibias: "Esto lleva tiempo", "Espera", "Estas cosas son complicadas". El mismo estilo de respuestas se enfrentó a las luchas por la independencia anticolonial de los años 50 y 60. Llevando al presente esas luchas anteriores, los estudiantes de hoy hacen una clara demanda: descolonizar la universidad. Mucho más que la "excelente" educación que recibí, mi yo más joven necesitaba esta educación descolonizada, una que me pudiera haber enseñado a percibir el racismo que mi padre experimentó, entenderlo como parte de estructuras más amplias de opresión, y luego unirme a los jóvenes estudiantes de color movilizados contra él.