Desierto
aldo luis novelli
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prólogo (o el camino a ese otro erial) no es moco e’ pavo adentrarse en el desierto de otro – “ningún compañero a la vista, ningún superhéroe celestial” – en tanto puro poeta patagónico Novelli arriesga que “de los grandes desiertos del mundo la palabra es el más poblado”, arriesgándose así, una vez más, al seguro rechazo de Dios, o lo que a esta altura haya en su lugar –porque, hasta donde se ve, Dios desprecia a los que cruzan el desierto y viven para contarlo. –leo ahora la cita de Giannuzzi: “¿te alcanzará la fe para tanto o te dispones a un viaje de vencido?” –algo dice el Desierto de Novelli: olvidate iluso de salir ileso –dragones de las bardas animales salvajes humanos en los bordes de la ciudad alacranes en las estepas gualicho polvoriento el aire el deseo –entre las culpas y las atribuciones que la “dimensión patagonia” le confiere, activista del buen uso de la palabra y la iluminación que se alcanza en el fondo de todos los bares, copetín al paso –y con la franqueza que expresan los hombres cuando lloran–, Aldo Novelli está dejando un registro del viaje que es siempre el último viaje –Infinito! Infinito!, cantan las arañas peludas inmolándose sabias en el asfalto caliente de las carreteras –tan mágicas como ruines las propiedades de la poesía en movimiento perpetuo –la ruta un alambre retorcido sobre el desierto de alpatacos – implacables visiones de la belleza de la desolación y posibles viceversas –memorias de pequeños cowboys del sur hastiados de salmos disparándole a incansables pájaros mecánicos –durante la noche un silencio azul para amar – ¿cuánto quedará del mundo mañana? –¿cuánto quedará de esa engañosa sensación de ser parte de un universo primordial oculto a los hombres que leerán estos poemas dentro de unos cuantos veloces años? 3
–intuyo que estos poemas terminarán funcionando como los pedacitos de espejos que Novelli diseminaba en las arenas del desierto para después, en el viaje siguiente –el propio o el de cualquier otro semejante–, recoger fragmentos de estrellas ilusorias –cierta luz que, de paso, redimirá a los adultos sin pasado –sea como sea, olvídate iluso de salir ileso.
sergio rigazio / poeta junín / buenos aires / argentina.-
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Andando el viento
Miraba el viento - el viento tambiĂŠn tenĂa sus colores: era gris, a veces blanco y se volvĂa de plata... Antonio Aliberti Argentina, 1938-2000
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I El dragón verde salió de las matas de jarillas y avanzó lentamente hacia mí. Miré a mi alrededor ningún compañero a la vista ningún superhéroe celestial que venga en mi ayuda. Estoy solo en medio del desierto estoy solo en el centro de mi infancia.
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II Las cigüeñas buscan agua negra debajo de la áspera piel del desierto. Parapetado detrás de una duna de arena les disparo a esos pajarracos sin saber que mañana volarán a otras tierras. Hay un charco de sangre debajo de mis pies pero ellos solo ven a un pequeño cowboy del sur disparándole a esos incansables pájaros mecánicos.
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III Hoy me levanté decidido a matar al inmenso dragón. Llevo mis mejores armas dos colt 45 plateados con las cachas marcadas una carabina Winchester de culata negra y la valentía exuberante de los tehuelches de ojos claros. Hoy me levanté decidido a matar a la terrible bestia, y supe finalmente que ella es inmortal, y me esperará por siempre entre la espinosa espesura del desierto.
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IV Animales salvajes pueblan el desierto de mi pasado envueltos en la bruma de una tormenta de arena: el flaco Andrés, Maruchi el salteño el víbora Rubén, Roberto el asesino de palomas y el peor de todos la hermosa Andrea burlándose desde su sarcástica sonrisa. Algunos se camuflaron en el tiempo con la roja arcilla de las bardas, otros ya forman parte de la colorida fauna de reptiles y serpientes que a diario me rodea.
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V Errático camino seguir el alámbrico rastro de la serpiente hasta desfallecer bajo las garras del sol. Después de beber toda el agua de la travesía sin encontrarse cara a cara con el destino descubrir con terror que el peor enemigo de quién está perdido es la soledad en la inmensidad de la noche. que se viene encima como un monstruoso océano negro.
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VI Escribir en la áspera piel del desierto como quién busca ser visto mil años después desde las alturas del planeta. Escribir contra todo pronóstico iluminado por la soledad de una luna espectral sintiendo la vibración de la especie bajo los pies desnudos. Escribir en medio de la tormenta con un farol de butano un cuaderno y un escaso lápiz, masticando partículas de arena como antiguas y exiguas derrotas.
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VII En el desierto el tiempo se dilata bajo el sol hasta convertirse en arena. Los habitantes del desierto jugamos ingenuamente con esa arena la tomamos en un puĂąo y apretamos fuerte fuerte hasta que se desliza entre los dedos. Cuando abrimos la mano vacĂa ya somos adultos sin pasado.
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VIII Ciertas tardes de tedio y fuego bebíamos cerveza hasta hincharnos, entonces apostábamos toda nuestra fortuna a la arácnida ruleta del desierto. Nos trepábamos a viejos autos agujereados y salíamos a la ruta a pisar arañas peludas. Ahora andan diciendo por ahí que ese animal de pesadilla se encuentra en vías de extinción.
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IX Cuando uno se hace grande descubre el mal y el mal es la luz. Esa luz cegadora que nos persigue desde los campos de la pampa hasta la estepa patagónica, y no sirve de mucho santiguarse. dicen que hay que cruzar las vías antes que te atrape y te saque el alma. Parece que ya es tarde y nadie se salvará. A la luz mala la han encerrado en una caja y no fue la curiosidad sino la ignorancia, la que mató al hombre.
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X Me asomé a su ventana una mañana de abril, voyeur que quiso ser niño y espiar el cuerpo femenino. Vi a esa mujer despreocupada moviéndose entre los objetos de la habitación cubierta por un leve vestido de raso, su cabello revolucionado en la tregua de su frente el vello de su pubis entrevisto a través de la tela todo su ser libre abandonado a ese cuerpo sin reglas. Esa mujer secreta no se parece en nada, a la impecable señora que me saluda cortésmente entre membrillos y mandarinas en la feria del domingo.
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XI De los pozos abandonados borboteaba el espeso líquido negro, y allí encallaron barcos de papel y saltamontes silvestres. Esa oscura pintura también nos marcó el rostro para camuflarnos con la noche, y en violentas incursiones hacernos de cautivas entre la chicas del campamento. Ahora sin ningún camuflaje que me proteja en las noches citadinas el cautivo soy yo de estas mujeres pintadas de guerreras y las secretas incursiones, en mis mejores lujurias.
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XII De los grandes desiertos del mundo la palabra es el más poblado, avasallado de incesantes tormentas de arena que desplazan y renuevan su aridez. Le digo, por ejemplo, a ella: “esta noche te deseo”, y esa noche su cuerpo tiene una forma diversa a esa excitación que nombra el deseo.
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XIII Hay un pájaro en el desierto que anuncia lluvia. Es un pájaro desconocido que brilla con el sol hasta enceguecer a quién lo observa directamente a los ojos. Tiene las alas transparentes y la cabeza dorada y sus ojos son dos pozos negros, esto nos contaba en las noches nubosas de roja luna Don Antonio el viejo anunciador de tormentas y señalaba con su bastón hacia cualquier lado.
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XIV El gualicho merodea el desierto y se acerca a las casas para aposentarse en algún ambicioso. Pirquineros y cateadores se esconden temblorosos en la grutas de la montaña, pero el huecú pasa de largo hasta la casa del intendente. En el pueblo, todos sabíamos que ciertas fiestas protocolares, eran orgiásticas salamancas a la sombra del viejo sauce.
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XV Algunas mañanas de vientos furibundos la estepa alacranada se tornaba verde como el oleaje encrespado de un mar de jarillas. En esos días indescriptibles cuando la tormenta apaciguaba su furia, salía a caminar y diseminaba espejos roturados entre la arena del desierto, así por las noches recogía brillantes fragmentos de estrellas ilusorias.
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En el bar
Ora è solo. L’odore inaudito di terra gli par sorto dal suo stesso corpo, e ricordi remoti -lui conosce la terra- costrringerlo al suolo, a quel suolo reale. Cesare Pavese Italia, 1908-1950
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Un hombre entra al bar se sienta sabe que el mundo está destruido y que él ha sido cómplice de esa destrucción. Después llega ella mira hacia las mesas lo ve se acerca y se sienta frente a él, repentinamente le brillan sus ojos de lluvia su rostro adquiere una expresión bienhechora y ya no importa más el mundo ni toda su miseria.
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II Lee el diario pide un café le echa edulcorante lo revuelve toma un sorbo sonríe cuando Mafalda le pregunta - para que lee el diario todos los días si las noticias son siempre malas - para saber, cuánto queda del mundo esta mañana – le contesta.
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III Ella explicó sus razones sus verdades sus mentiras ella habló del amor del sexo sin amor de las palabras no dichas. Ella es capaz de encender la lujuria en medio de un desierto de ideas. Ella dejó su perfume con aroma a alelíes y viejas culpas.
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IV Sentado mirando el vaso de ginebra reflexiona: - se merecería que lo mate -. ¿Qué yo soy cristiano? y la ley de Dios dice: ‘no matarás’ pero también dice: ‘hay vida después de la muerte’, entonces, le estaría abriendo la puerta al paraíso, y eso es un acto de bien, ahora, si esa puerta es el camino a las profundidades del infierno sería su culpa y su merecimiento. Sentado mirando el vaso de ginebra dice en voz alta: - se merecería que lo mate -.
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V Pasa el dedo por el filo del vaso una y otra vez, mira como se derrite el hielo en la ginebra, enciende otro cigarrillo lo aspira sin placer como un mecanismo liberador, forma una cortina de humo entre la culpa y las atribuciones. Vuelve a pasar el dedo por el filo del vaso siente como se derrite la ginebra en la sangre, y despuĂŠs de cavilar horas en silencio finalmente lo decide. Mientras piensa que esa puta ginebra ya se ha aguado demasiado.
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VI Estรก llorando, ese hombre estรก llorando en la mesa del bar, con la franqueza que expresan los hombres cuando lloran. Se acerca un parroquiano le toca el hombro le quiere decir algo pero no puede, se sienta a su lado le acerca un vaso y bebe. Ambos beben.
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VII En el bar se discute con conocidos y desconocidos que después de una discusión ya son amigos. En el bar se habla de amores imposibles de mujeres inexistentes de hembras soñadas. en el bar se enamora uno de esa mujer que conoció hace una semana y nos arrancamos la cresta con el que miente haberla tocado. En el bar se beben ginebras de pena vinos de alegría cervezas de verano en el bar se bebe el tiempo quieto del hombre apurado. En el bar el que no sabe quién es Nietzsche filosofa sobre la vida y la muerte y su eterno retorno al viejo bar. 29
En el bar uno empieza a creer en Dios.
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VIII El hombre sentado a la mesa de madera saca un libreta se olvida del bar, de los restos del mundo, se olvida del tiempo y escribe. Él que solo vivió y sobrevivió como pudo ahora escribe, sin más en el mundo escribe sobre el último viaje.
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El último viaje
¿te alcanzará la fe para tanto o te dispones a un viaje de vencido? Joaquín Giannuzzi Argentina, 1924-2004.-
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1 Cargué el auto. Metí los bolsos sombrilla, pelota, un viejo sueño y unas cuantas botellas de vino. Eché la última mirada al desierto y enfilé hacia el mar. Antes le até al techo la última estrella fugaz, aquella que atrapé la noche que me dijiste que te ibas.
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2 Todo el viaje me siguió una sombra extraña, miré hacia arriba buscando una nube oscura un pájaro perverso un pasado oculto o la conciencia persecutoria del día que aniquilé la ilusión entre unas piernas húmedas. Finalmente supe que era mi propia sombra.
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3 El viaje fue una loca danza entre los quimĂŠricos animales del cielo y las escurridizas liebres patagĂłnicas bebiendo de los espejismos de la ruta.
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4 La ruta un alambre retorcido sobre el desierto de alpatacos. Al girar en una curva inesperada la inmensidad oceรกnica me invadiรณ los ojos, y un impulso atรกvico transformรณ mi cuerpo en una estatua de sal.
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5 Un círculo perfecto dibujé en la arena. Cuando ya nadie creía en mí logré la ansiada perfección donde cada hombre equidista del centro de los acontecimientos la distancia necesaria para mantenerse a salvo, hasta el día de la resurrección de la carne. Ese día en que los buenos resucitarán como seres esféricos y rodando de felicidad entrarán al cielo.
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6 Después del desierto el líquido animal de mil formas. Una casa entre las dunas arañada por uñas felinas era visitada por un verde colibrí. Durante la noche un silencio azul para amar. Pino de fuego erguido entre la espesura oscura penetrada de susurros alados. La sensación de encontrarse en las arenas movedizas de un paraíso recóndito invadido de pájaros transparentes, esa engañosa sensación de ser parte de un universo primordial oculto a los hombres de cemento. En el día un silencio verde para escribir 38
palabras de luz vegetal. Escribir tan solo para convocar al vuelo infinito del colibrĂ.
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7 Navego en el barco ‘Roma’ el navío que me trajo de La Spezia desde las costas del Mare Ligure a estas playas de incertidumbre. Trepo al palo mayor y oteo el horizonte y al cabo de años de bogar, con la piel calcinada por el sol y la infancia lejana como las tierras de mi nonno, agotado de bucear en éste océano interior grito: ¡infinito, infinito! cuando la inmensa soledad azul inunda mis ojos de mujeres de sal.
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8 El diminuto colibrĂ aletea infinitamente durante unos instantes frente a mi ventana. Extasiado de verdes, hastiado de salmos me acomodo las plumas del lomo con un leve movimiento de alas, y espero ansioso como un ĂĄguila cetrina camuflado entre hojas blancas atrapar de un zarpazo ese vuelo para calmar la tenue ferocidad de la palabra.
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9 Camino por la arena el mar baña sus costas y trae desde lo oculto piedras extrañas, que al ser mojadas por el agua semejan animales fantásticos: leones, pájaros verdes, unicornios. Por la tarde regreso a la casa de las dunas he llevado algunas piedras conmigo. Esa noche, mientras escribía frente a la ventana de la cabaña una manada de minotauros, atravesó la espesura.
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10 Entro al copetín al paso y un cartel sobre la pared me indica: ‘Sonríe, Dios te ama’ y antes de apurar la ginebra me pregunto: ¿Dios ama únicamente a los que sonríen? ¿al tipo que ríe a carcajadas, Dios lo ama más intensamente? ¿al que sufre y llora, Dios lo odiará? o si alguien tiene –pongamos- una parálisis facial y le queda la sonrisa congelada ¿Dios lo amará eternamente?. O si este mundo con su miseria nos quita definitivamente la sonrisa ¿Dios nos rechazará por siempre?..
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11 Mientras aniquilaba brillantes espejismos del camino reflexionaba: “no esperes que el mundo sea esférico, perfecto y complejo no esperes que el mundo sea apenas, banalmente es” No esperes tampoco encontrar la respuesta en algún dudoso poema. Perdí el equilibrio el día que amé a una mujer, la perfección la abandoné en un cuadro de Dalí y en un poema de Vallejo, y la trivialidad más esférica ha entrado en mí como una perfecta intrusa.
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IX El hombre termina el último texto da vuelta la hoja y empieza a dibujar el cuerpo de ella: cabello negro enrulado ojos grandes oscuros nariz pequeña boca sensual labios jugosos después sigue por el cuello hacia abajo le coloca un vestido muy ceñido el escote que muestra unos pechos turgentes, se angosta en la cintura se acuerda del poema de Vinicius y le dibuja apenas una hipótesis de vientre después unas caderas voluptuosas unas piernas largas esbeltas cuando termina de dibujar el último zapato negro de taco muy fino se aleja un poco y mira su obra el cuerpo de esa mujer se torna vívido ante sus ojos entonces escribe su nombre: 45
AnalĂa e inmediatamente sabe que nunca la conocerĂĄ.
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En los bordes de la ciudad
Si me dieran a elegir, yo elegirĂa esta salud de saber que estamos muy enfermos Juan Gelman Argentina, 1930
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I Una fina llovizna tapiza la imagen de este paisaje urbano en los mรกrgenes de la ciudad. Cubre la casa y los textos que la nombran.
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II Una guitarra sobre el placard. Quieta como la casa sin un arpegio vibrando por aĂąos. Ejecutantes ausentes dicen algo a un costado del silencio.
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III Agua deslizĂĄndose por debajo de la puerta. El sol diluido en inapresables sombras, avanza por las baldosas deformando el significado. Anunciando el fin de toda luz para el Ăşnico habitante de la casa.
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IV Un funyi y un paĂąuelo de seda artificial cuidadosamente colgados de un improvisado perchero. Un televisor apagado hace tiempo. Unas monedas, un paquete de cigarrillos, y un cuaderno de coreografĂas dibujadas a mano alzada esparcidos sobre la mesa. Resabios de una vida danzando entre lluvias.
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V Una ventana entreabierta trae otros sonidos grises que no son lluvia. Crápulas que hablan con voz de ángeles. Reúnen gente crédula a su alrededor. Gente estúpida que aplaude su propia muerte.
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VI En los bordes de la urbe al margen de los intelectuales y los revisores de cuenta los otros viven y mueren. Son unos borrachos dicen los ebrios de los chalets son unos faloperos drogones repiten los enfermos de la city. CrĂan gallinas y cerdos en el jardĂn en corrales hechos con cajones de cerveza y destartaladas puertas de autos robados a los crĂĄpulas que no paran de hablar.
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VII Las bolsas de polietileno cultivadas por el viento en las bardas florecen cuando el sol ilumina esa arcilla oxidada de tiempo. Le dan un inusitado toque de color al รกrido paisaje del desierto. Y los metales brillan cuando el agua del cielo los descubre y abre surcos arrastrando desperdicios hasta los pies de Dios.
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VIII Música estridente contamina el paisaje y la ecología no entiende de cumbia villera. Los pibes chorros tuvieron su cuarto de hora de gloria. De regreso a su lugar estafados por la fama esta noche practicarán con el almacenero de la esquina su auténtica destreza. A la que fueron destinados desde que abrieron los ojos.
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IX En los bordes del desierto hay una música triste que silba el viento y trae sonidos cercanos gritos desesperados de mujeres sin hijos de hombres torturados en habitaciones purulentas revoloteo siniestro de cuervos en la noche. Hay una música penosa que arrastra el viento la música de un río de cuerpos hundiéndose en la memoria del agua.
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X En las maĂąanas del desierto de sur un sol blanco enceguece el horizonte contra el filo oscuro de las bardas. Hay cantos silvestres entre los alpatacos del monte que invaden las habitaciones donde los habitantes se despiertan con los chillidos del zorzal y los cantos del bichofeo. Mientras se calienta el agua del mate otra agua, caliente, cae sobre mi piel entonces bulle la sangre y la savia de los manzanos en este ardoroso valle de las quimeras. Y el desierto ya es una lejana invenciĂłn en los remolinos de la infancia./../
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