2008 Deja Vu de 1968 2008 por Alejandro Delgado

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¿2008 Deja Vu de 1968? /1 por Alejandro Delgado

(Texto corregido revisado y aumentado por el autor en Septiembre, 2018) “Find the cost of freedom, Buried in the ground; mother earth will swallow you, lay your body down”. “Encuentra el precio de la libertad, sepultado en el suelo; madre naturaleza te absorberá, deja tu cuerpo caer”. Crosby, Stills, Nash and Young, Journey Through the Past.


2 Morelia, Michoacán. Octubre, 1966. Corrían toda clase de rumores: que por la noche llegarían fuerzas del ejercito, que algunos de nuestros dirigentes realmente estaban colaborando con el gobierno, que venían campesinos armados a defender el movimiento, que ya estaban operando agentes de Seguridad nacional dentro y fuera de las protestas, e incluso, que ya había renunciado el gobernador Arriaga Rivera, a quien el presidente no había aceptado la dimisión. Nosotros, los chamacos –muchos secundarianos -, solo sabíamos lo que estábamos viviendo por cuenta de nuestros propios ojos. Era miércoles, o Jueves, la cita era para las 18:00 hrs., frente al periódico La Voz de Michoacán, para protestar por la infinidad de mentiras y distorsiones sobre los acontecimientos, entre otros, que las fuerzas del orden público se mantenían al margen de las manifestaciones y que solo hacían presencia para resguardar el orden en caso de infracción. Alguien con un altoparlante portátil se ajetreaba diciendo que alguien más iba a tomar la palabra, de la azotea del edificio de La Voz de Michoacán, empezaron una serie de disparos que nos sonaron a petardos con sordina. Caían objetos humeantes parecidos a latas de cerveza. El altoparlante decía que guardáramos la calma, las bombas lacrimógenas seguían cayendo encima de la gente que empezó a correr hacia los extremos de la calle. Llegaban algunos estudiantes con trapos humedecidos con vinagre y cubrían nariz y boca de algunos que tosían casi a punto de vomito. El del altoparlante convitaba a la calma y a replegarse en las esquinas de la calle. Nadie nos dio indicaciones y corríamos a levantar señoras y gente que estaba cayendo y gritando de ardor en los rostros. Casi a rastras, como podíamos acarreamos un buen número de personas y sucedió algo sospechoso. Había en el atrio del Templo de La Merced varios montones de piedras sobrantes de escombros de una supuesta reparación. Se acercaban varios con las piedras en las manos para responder la agresión, pero los compañeros de la comisión de orden pudieron persuadirlos y persuadirnos a los demás de no responder con violencia. Ahí vi. a algunos estudiantes que vinieron del Politécnico Nacional y quienes nos habían ido a alebrestar a la secundaria Federal 1 (ahora se que eran miembros de la FENT, Federación Nacional de Estudiantes Técnicos). Vestían diferente a los dirigentes locales del movimiento, con camisolas verdes del Army, cabello largo y lenguaje ágil, eran nuestros cuates e ídolos, parecían los mismísimos Rolling Stones en las calles provincianas de Morelia, o esos personajes que algunos ya habíamos visto en las películas de Godard. El alto parlante informaba que una comisión de compañeras y compañeros de la Facultad de Medicina habían establecido un puesto de Primeros Auxilios en el Portal Hidalgo, que los intoxicados fueran llevados allá. Se corrió la voz de que nos reagrupáramos en la Plaza de Armas, los manifestantes se dispersaron caminando a dicha plaza. Pasábamos frente al Hotel Virrey y un señor, con facha de sibarita, entre irónico y sarcástico nos dijo: ya ven chamacos, con el estado no se juega. Esa tarde fue un adelanto de lo que vendría días después, y un par de años más tarde.


3 ¿Quiénes éramos, qué hacíamos? Éramos la generación siguiente que habíamos visto a nuestros hermanos mayores encarcelados por la policía judicial y el ejercito, que escuchábamos a nuestros padres y tíos rabiar porque el gobierno los amenazaba de quitarles el trabajo si no votaban por el PRI, que mirábamos a nuestras hermanas vistiéndose a la moda a escondidas de nuestros padres, que empezábamos a leer a Marx, Marcuse, Camus, Sastre, Huxley, Beckett y al terrible Ionesco. Por si fuera poco, algunos ya nos habíamos largado de nuestras casas y empezamos a aprender a sobrevivir como se podía, pero con el cabello largo. Otros formaban círculos críticos de estudio y discusión filosófico políticos. Los menos ya hablábamos de lo alternativo y cuestionábamos tanto el sistema capitalista como lo que ya estaba mostrando el régimen “socialista”; otros, de número menor también, le apostaban al “camino armado”, porque solo a sangre y fuego sería posible acabar con la explotación de los trabajadores. Unos y otros parecíamos habernos convertido en el ombligo del mundo mientras el resto de cuerpo se contorsionaba en los estadios de fútbol, frente a los nuevos televisores y emborrachándose los fines de semana. No eran esos nuestros enemigos inmediatos –al fin, decíamos eran víctimas contentas del sistema -, sino toda una pléyade de profesores, autoridades y organizaciones estudiantiles corrompidas por los gobernantes que sucedieron al movimiento del 66. Pero ya no nos sentíamos tan solos; había más ombligos del mundo en Praga, en Paris, en Londonberry, el La habana y en San francisco, California, solo por mencionar algunos. Por todos lados los ombligos del mundo tomaban las calles protestando por todo lo que había que protestar (la lista crecía día a día). Recibíamos correspondencia lo mismo desde La Sorbona que desde La Habana. Viet Nam era la última batalla que libraría el imperialismo yankee y con la píldora anticonceptiva se ganaría la guerra contra la represión sexual. Algunos veíamos en Bob Dylan la encarnación de la poesía con las enseñanzas de Lenin, y hasta parafraseábamos ser marxistas-Lennonistas. En Julio de 1987, la revista Opción (la primera publicación de la Corriente democrática en Michoacán), publicó un texto de mi manufactura que viene al caso revisitar: “Crónica de los últimos 30 Años”. “Dos líneas paralelas no se encuentran por el camino de la democracia”. Ramón Martínez Ocaranza. Patología del Ser. Crecimos a la sombra de las guerras y aquí no había explosiones. Las pantallas y los diarios refulguraban que la historia acontecía al otro lado del mundo, como si aquí no pasara nada, como si el


4 calor de nuestras cunas y nuestros hogares estuviera lejano y a salvo de la guerra fría. Aquí las explosiones abrían carreteras y el mundo parecía poblarse de escuelas. Nos educaron a la sombra de Cristo y de los héroes blancos con un botín de sangre india. Las lecciones eran de memoria; corrían en nuestra imaginación los veneros de la posibilidad. Éramos hermanos que se alcanzaban para reconocerse en sus barrios y poblaciones. Podíamos establecer claramente las extensiones y los límites de nuestras vidas y teníamos sueños propios, cercanos, que creímos alcanzables. Porque veíamos a nuestros padres y a nuestros mentores construir las banquetas que conducían a las aulas, las avenidas sin codicia llegando a nuestras plazas. Teníamos el sueño y la esperanza de los niños siendo niños, sabiéndonos cercanos unos a los otros, formando la unión sin nombre que se vive en las mesas y en las esquinas, esa ligazón que pensamos inquebrantable que vincula a una generación con otra, ese saberse de la misma gente, gente de la misma clase, de la misma raza, de la misma patria. Ese vínculo de los chiquillos jugando rayuelas, fleteando burros en las calles, tal como las jóvenes generaciones de politécnicos y universitarios coreaban cándidamente sus esperanzas antes de los exámenes, cuando los cines se abarrotaban de novedad y la vista parecía adelantarse al futuro. Más tarde nuestros presidentes decían discursos de autonomía, defendiendo la libertad y el respeto de otros pueblos que no podían ver, pero que se decía eran tan similares a nosotros. Inventaron significados nuevos para las estaciones. Las palabras: programa, planeación y desarrollo, reemplazaron a las bendiciones de nuestras madres aterradas por las insospechadas despedidas, mientras se encadenaban al futuro que nos llegaba en las cuentas de los créditos y los abonos. Nuestros padres, como fuga de agua que goteando va formando inundaciones, empezaron a ausentarse de nuestros hogares y nuestros sueños. El progreso se hacía presente en sus ausencias y los presidentes decían que creceríamos en libertad, la misma libertad que pisoteaban en las casas que compraban para sus amantes, cuando les dieron plaza en la burocracia creciente. Entonces nuestros héroes cambiaron su rostro extraño por una mirada de ironía. Eran la encarnación de la duda y de la rebeldía: un no saber por qué no estábamos de acuerdo en mirar a nuestros padres vestir de igual forma que los presidentes y sus amantes; un no saber dónde se originaba ese malestar, ese querer romper cristales, repartir riquezas y hacer nuestras las calles. Cambiaron las correrías a través de campos y bosques por rugientes máquinas, los primeros charcos de grasa y sangre de nuestros hermanos en las calles de las ciudades. El tiempo se apresuró contra toda nuestra anterior experiencia que se opacaba en las primeras arrugas de los mayores. Las noches eran conjuras de confusión y pesadilla. Vivimos en vigilia de guías el choque de las tres culturas, y supimos en carne propia que el odio es un valor acumulado en la revisión policial contra la pared.


5 Desde entonces nuestros héroes desaparecían tras los empujones hacia las cámaras de tortura, o dormían esperando procesos en los campos militares. A partir de entonces todo fue estereofonía. Escuchamos dos valores extremos para nuestra ternura, y la muerte sin fin se grabó por siempre en uno de nuestros casetes. Entre tanto, se jubilaba la esperanza. Las canas de nuestros padres aparecieron haciendo gestiones sindicales, a fin de que se pensionaran sus decepciones. La voz de los presidentes se quedó encerrada tras las portezuelas de los taxis, y sus discursos, cada día más elegantes, cada día con más pausas midiendo las palabras, se apretujaron en la complicidad de los estadios enardecidos por un multitudinario envilecimiento crónico, voluble, programado. El campeonato irrumpió con sombras y rumores, todo vestigio de confidencias, y ya no eran nuestros padres quienes hipotecaban el futuro, sino nuestra propia incertidumbre, nuestra perdida comunión de clamores por todo aquello que creímos nuestro. Supimos que crecimos sin crecer, sin creer que la muerte espera afuera del amor, que las naves incendiaron sus velas, que los puentes son cenizas abandonadas. Y teníamos fiebre la noche del gran grito acompañado, el día en que el silencio se hizo clamor en el mitin del zócalo. Éramos los niños que veían a sus hermanos en los funerales acallados y en la cárcel. Los más pequeños que no sabían otra cosa sino rabiar. Éramos el sol apagado por la mansedumbre de los días que se cuentan para el gran consumo. Éramos nuestros padres iracundos en templos y cantinas del recuerdo y la añoranza, el motivo de sus créditos y borracheras, el temor aprisionado en la escuela y en la copa de cristal de los anuncios. El color se hizo humo al amanecer. Más tarde que nunca seguimos creciendo, con nuestro espanto haciendo fila en las gasolineras, o en la línea divisoria de las economías. Ocultándonos de la patrulla fronteriza de las clases y las edades, pensando temerosos que cesarán las hostilidades internas cuando paren de llamar los teléfonos que no contestan, cuando la delicada y sutil supresión se haga evidente. Hasta aquí hemos llegado, a este sitio donde se erigen monumentos pomposos a la intolerancia; en este día marcado en el calendario del desempleo y la impotencia; en este rondar la rabia por fuera y por dentro; en este no querer creer en el futuro, en ese tiempo que tanto creímos. Con todas estas ganas juntas de recuperarlo, tal como queremos conciliar y recuperar nuestros ancestrales sueños. Aquí estamos nuevamente, juntando los puñados desperdigados de la historia, porque es la historia la que derrotará a la economía; porque es el alma y la mano del hombre la sabia del futuro. Por eso, uno a uno, nos vamos encontrando, reuniendo las voluntades que creímos deshechas, y sin saber dónde ni cómo la manifestación del silencio nos va diciendo de nuevos caminos, donde nuevos esténtores, guardan en sus voces la semilla del respeto y la razón. Febrero-Mayo de 1987.


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¿2008 Deja Vú de 1968? /2 2008. Afuera. En algunos lugares públicos han instalado casillas, donde la gente puede acudir a responder dos únicas opciones que le propone una supuesta “consulta nacional”, sobre la propiedad Gubernamental de los recursos energéticos del país, promovida por los dirigentes del Partido de la Revolución Democrática. El PRD se ha apersonado, en un ensimismamiento, como dueño exclusivo de lo que sea hoy signifique “la izquierda”. Sus dirigentes aplican prácticamente el viejo, ya desaparecido Art.145 del Código Penal (disolución social), a todo aquel que disienta de sus maniobras y demagogia. Mencionado artículo penal fue instituido inmediatamente y como respuesta al hecho de que la armada alemana había hundido el barco mexicano “Potrero del Llano”, con lo cual México se declaró en Estado de Guerra contra el Eje fascista conformado por Alemania, Japón e Italia; así nuestra nación entró a formar parte de las fuerzas aliadas dentro de la llamada “Liga de las Naciones”, encabezada por los Estados Unidos, Inglaterra, la Unión Soviética, entro otras naciones. Ya para ese entonces el gobierno mexicano había “nacionalizado” la explotación de petróleo a empresas extranjeras, entre las que se encontraban –como de las más importantes-, compañías alemanas, por lo que no parece gratuito que los nazis hallan hundido el trasatlántico mexicano. A la luz de esos y otros hechos, se puede sospechar las verdaderas intensiones ocultas del gobierno mexicano encabezado por el General Lázaro Cárdenas del Río –iniciador del modelo político corporativo más tarde conocido como PRI-Gobierno. El gobierno y las empresas petroleras gringas no ofrecieron realmente gran resistencia a la “expropiación petrolera”, tan glorificada desde entonces en los libros de texto gratuitos del sistema educativo nacional (que como una doctrina, casi genética, nos hizo creer que el recurso y la empresa son nuestros). Imperialistas previsores, los yankees sabían del inminente crecimiento de los negocios del “oro negro” y las dificultades y conflictos laborales que sobrevendrían. A la vez, después de la Guerra Civil española -en la que la “neutralidad” de la Liga de las Naciones fue simplemente una cobarde máscara de su complicidad con los fascistas ibéricos-, la rivalidad por el dominio mundial de los capitalistas mundiales quedó más que definida cuando Hitler invadió Polonia e inició ataques aéreos contra Inglaterra. Así los intereses gringos obtuvieron varios beneficios de la situación emergente, del


7 nacionalismo mexicano entre otros factores: primero, haber logrado confiscar, vía terceros (el gobierno de México), las empresas petroleras y bienes germanos y holandeses en territorio mexicano; segundo, liberarse del riesgo que implica la inversión en la exploración e inicio de explotación petrolera y de las dificultades y conflictos laborales que todo eso conlleva (“al fin de cuentas es mejor un capataz aborigen que uno extranjero” dijera Rockefeller); tercero, las empresas nacionalizadas con el nombre PEMEX, realmente se dieron a “maquilar” la producción petrolera a las empresas de refinería y comercialización yankees, a los precios más bajos del mercado internacional –como continua sucediendo hoy día; cuarto, México se alinea a las “fuerzas aliadas” contra el eje fascista, y, obviamente con su producción de hidrocarburos como su principal contribución al frente industrial y armado de los USA. La Segunda Guerra Mundial fue definitivamente la gran impulsora de la actual dependencia global para con el petróleo como sustento energético insustituible. México, nos lo han dicho desde niños, obtiene del petróleo “recursos para garantizar” el desarrollo y crecimiento industrial y el bienestar de todos los mexicanos, omitiendo que con ello PEMEX ha pasado a ser una multimillonaria “caja chica” de la Secretaría de hacienda, de un gobierno que nunca ha mejorado realmente la distribución social de la riqueza, que ha cobrado artificial y mañosamente los impuestos que ha utilizado como una forma subsidiaria populista para mantener bajo control al conjunto del país. La inteligencia del sistema político administrativo mexicano ha puesto desde entonces (finales de los treinta) candados a toda práctica productiva de los mexicanos, claro que para resguardar los intereses y propiedad de la oligarquía nacional (que incluye también los intereses de los grupos y familias “nacionalistas”, además de los consuetudinarios intereses de las viejas y nuevas burguesías). Los candados se fueron cerrando con el control gubernamental de la explotación de energéticos (petróleo, electricidad y recursos hidráulicos), con el control de las masas trabajadoras poniendo en marcha regímenes sindicales corruptos, leales e incondicionales a la clase dirigente, la clase política permanente gubernamental; con la eterna institucionalización del control de precios, como los “de garantía” para los productos agrícolas (que han mantenido a los campesinos en una miserable condición de “esclavos contentos”, proveedores de la alimentación de las masas de trabajadores industriales urbanos); con una de las más mundialmente eficientes formas de control sectorial sustentado en la subordinación estratégica social de productores, productos, servicios y forma de intermediación en las relaciones de todos los sectores. La dictadura tan perfecta, invisible y transparente que estudiaban, al por igual, parlamentarios y especialistas gringos, soviéticos y cubanos. Algo había que aprender de una


8 forma de control social donde los conflictos de violencia social eran disueltos rápida y eficientemente con mínimo impacto al conjunto del país. En los cincuenta y los sesenta el gobierno mexicano estaba bien con dios John F. Kennedy y con el diablo Nikita Kruschev; la Guerra Fría era tibia para los mexicanos. 1968. Adentro y afuera. In-a-gadda-da-vida, en un jardín de la vida, la Mariposa de Hierro, resonaba en nuestros cerebros y corazones: quieres venir conmigo / y tomar mi mano / quieres venir conmigo / y circundarnos alrededor… La melodía duraba casi 18 minutos, que con esos primeros “toques” de marihuana se nos hacía eterna. El mundo estaba realmente en una guerra mundial atomizada. No solo era Viet Nam, sino en todos los continentes la armas de los explotadores abrían fuego contra las armas de los revolucionarios, y no tantos empezamos a dudar de esa “correlación de fuerzas”, sabiendo que los tanques rusos habían sofocado la rebelión en Hungría años atrás y que lo estaban volviendo a hacer en la primaveral Praga; la Revolución Cultural de Mao tenía mucho en común con los Niños de las flores (Flower Children) hippies en San Francisco, California, y con los brigadistas universitarios en el Mayo parisino; la fallida guerrilla del Che Guevara en Bolivia había sido masacrada por los mismos asesinos de Martin Luther King en Atlanta o los traidores de Patricio Lumumba en el Congo; “deja que entre el brillo del sol” decía la canción de la Quinta Dimensión. Pero entre empezar lecturas de Karl Marx escuchando la Mariposa de Hierro, las imágenes de “la Danza” de Mattise, en el que los seres bailan filiales en una ronda, las composiciones dentro de estructuras caleidoscópicas de Escher y la solitaria demencia del grabado “el Grito” de Münch, se fabricó una utopía intimista en nuestras entrañas. Alguien gritó por ahí “Viva la diferencia” sin sospechar la guerra de “todos contra todos” que hoy vivimos. Los ideólogos y dirigentes satanizaban todo lo que oliera a arte y cultura, y muy a su pesar, parece, lo único que ha ido quedando en la memoria, usos y costumbres de esos días han sido los legados del arte y muchos cambios culturales. La ideología permanece como recetario de excusas. A muchos jóvenes mexicanos el mundo nos llegó de repente. Nuestros adultos no sabían cómo enfrentar lo que estaba sucediendo. La nueva música les hacía ruido por todos lados. Vivian espantados por lo que se apuntaba para el futuro ¡Estaban tan enfermos de futuro como los consumistas y comunistas de hoy! Que viven asustados por la inminente escasez de energéticos, nuestros adultos, entonces les daba el sosto de pensar que no habría quién trabajara nunca más, que qué sería un mundo poblado de drogadictos libertinos. Los comunistas soñaban con un nuevo mundo de obediencias proclamando la consciencia social de la lucha de clases. Al parecer, en los sesentas todo mundo soñaba, entre pesadillas e ilusiones utopistas.


9 “Cuando era Joven”, no tan conocida canción de Eric Burdon & The Animals, hacía vaticinios de lo que sería una melancolía del futuro. Nos decía lo que diríamos a otros jóvenes pasada la década de los sesentas, de forma similar a “Cuando tenga 64” de los Beatles. Burdon apunta en su canción cosas como: “fumé mi primer cigarrillo a los 10… cuando era joven era más importante gritar el dolor con más fuerza… mi fe era más fuerte entonces, creí en la hermandad del hombre y era más viejo entonces… cuando era joven”. En la golpeada Morelia del 66, no sucedía casi nada, las principales avenidas del Distrito Federal se atestaban con la Manifestación del Silencio; el mismísimo Rector de la UNAM protestaba contra la intervención policiaco militar en Ciudad Universitaria; los rectores que sucedieron al 66 en Morelia se dedicaban a corromper estudiantes con prevendas de todo tipo, en las Casas del Estudiante se usaba la fraseología y las tácticas de la izquierda solo para chantajearle más canonías a la autoridad; las autoridades creaban conflictos estudiantiles que ellas mismas “solucionaban” milagrosamente vía paliativos presupuestales, la masa de profesores incompetentes e irresponsables creció. El 68 nos cayó como un eco embarrado en ese muro de corrupción. Podríamos decir, sin lugar a equivocarnos, a nuestros jóvenes hoy, que vimos resurgir el renacimiento de la corrupción y simplemente nos volvimos un sector más del control.

¿2008 Deja Vú de 1968? /3 El Artículo 145 del Código Penal, conocido como delito de Disolución Social, entró en vigor inmediatamente después de que México se declaró en Estado de Guerra contra las fuerzas del Eje conformadas por Alemania, Japón e Italia (1941). Tiempo antes el Gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas éste había mostrado su rechazo e inconformidad ante la Liga de las Naciones, por las hostilidades iniciadas por tropas ítalo fascistas de Benito Mussolini contra la soberanía territorial de Etiopía, sin que la moción tuviera efectos de correspondencia entre los miembros de la hoy Organización de Naciones Unidas (ONU, United Nations). El Artículo citado puede ser equiparado con las medidas que actualmente ejerce el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, sobremanera a partir de los ataques a las Torres Gemelas en New York el 11 de Septiembre de 2001, medidas que permite a las agencias policíacas, militares y de inteligencia del gobierno, realizar actividades de “Estado de Excepción” por encima de las garantías constitucionales “para salvaguardar la Seguridad Nacional” del vecino país del norte.


10 Todo individuo, organización o actividad sospechosa de colaborar o simpatizar con los enemigos de la nación son sujetos de investigación, arresto, decomiso y sanciones policiaco-militares, sin que obre de por medio otro recurso que no sea el propio Consejo de Seguridad Nacional. ¿Suena parecido a los atropellos que efectúan policías y militares contra civiles en la actual “Guerra” contra el narcotráfico, en nuestro país? Antecedentes históricos relevantes de esas políticas del Gobierno gringo lo fueron: el Alíen Wad act. (desde inicios de la guerra con Japón), la Comisión MacCarty (décadas 40 y 50 del siglo pasado) y el Non Draft Act (durante los sesenta). La primera fue prácticamente la orden de arresto y aprisionamiento de miles de personas originarias de Japón, al igual que descendientes e incluso ciudadanos de origen japonés, que fueron confinadas en campos de concentración en varios estados de la nación, hasta que se firmó la capitulación nipona en 1945. La segunda, ya más similar a la de Disolución Social mexicana, permitió al ala derecha del Senado organizar y efectuar una de las más tramposas cacerías de brujas de que se tenga memoria. Líderes y dirigentes de organizaciones políticas, civiles y sindicales, artistas, escritores y científicos no afines o disidentes a las políticas del Gobierno de Washington, fueron delatados, acusados, perseguidos y encarcelados por supuestas o reales filiaciones con los gobiernos comunistas durante la “Guerra Fría”. Con la tercera, el Pentágono y Casa Blanca intentaron castigar a todo aquel joven que se resistiera a enlistarse para reforzar a las fuerzas armadas yanquis que operaban en Viet Nam, lo cual originó el ni imaginado movimiento popular contra la intervención militar de los USA en el sureste asiático. En México, el delito de Disolución Social fue escasamente aplicado durante la conflagración en Europa y el Pacífico (1940 – 1945). Que se sepa, se confiscaron algunas pocas propiedades de alemanes y japoneses -algunos expulsados del país-, y una especie de “arresto domiciliario”, en que algunos marineros que formaban el personal de abordo del buque “La Cruz del Sur”, propiedad de un magnate nórdico Wenner Gren proveedor de acero a la industria armamentista del gobierno de Hitler. Tales marineros, con experiencia en metalurgia fueron confinados en libre residencia en centros mineros de Guanajuato e Hidalgo, donde todavía radican algunos de ellos o sus descendientes. Más tarde se ha sabido, que aquel buque sueco incautado le fue dotado por Lázaro Cárdenas a Fidel Castro, quien lo rebautizó con el nombre de “Granma” y que lo transportó al inicio de la revolución en Sierra Maestra. Pero la aplicación del Art. 145 no resultó para nada benigno para los coonacionales mexicanos. Cualquier signo o brote de inconformidad para con el ejercicio gubernamental del Partido Revolucionario Institucional PRI, era perseguido, acusado y sancionado con el estigma de “servir a intereses extranjeros” o de “provocar la sedición y la subversión contra nuestras instituciones


11 democráticas”. Aunque desde siempre nuestro gobierno ha mantenido relaciones diplomáticas y de todo tipo con la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la ley que en sus inicios pretendía la defensa de la soberanía nacional amenazada por los nazis y nipones, fue durante la “guerra fría”, observada por sus autores gringos y los gobernantes mexicanos como estrategia de detección y acción defensiva contra movimientos revolucionarios comunistas, supuestamente patrocinados por la Unión Soviética (más tarde se descubrió que en efecto algunos dirigentes de partidos comunistas si recibían rublos y dólares de las embajadas rusas –cosa que era pecado siquiera pensar durante los movimientos estudiantiles del 66 y del 68). Pronto el gobierno mexicano aprendió que las leyes de Seguridad Nacional podían ser aplicadas y justificadas para la represión y persecución de la oposición interna. Así que se uso como pretexto para encarcelar, asesinar y desaparecer disidentes a las políticas de todo orden y materia de nuestro país. Se aplicaba también, o como colofón y excusa, la llamada “ley fuga”, que consistía en atemorizar al arrestado, haciéndolo correr disparándole “por oponerse y huir de la autoridad” (nunca se ha sabido ni una aproximada cifra de victimas de tan indigna táctica). Los cincuenta y los sesenta fueron ejemplares en la aplicación de esa ley de infamia: Rubén Jaramillo y su familia fueron cobardemente asesinados; las huelgas de médicos, ferrocarrileros, mineros y campesinos fueron violentamente atropelladas; movimientos estudiantiles en Durango, Sinaloa, Nuevo León, Sonora y Michoacán en el 66, fueron igualmente violentadas por las policías y el ejercito; dirigentes como Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Heberto Castillo -entre muchos otros más-, fueron encarcelados en campos militares y prisiones estatales y federales, de las que fueron reos también artistas y escritores como David Alfaro Siqueiros y José Revueltas (en Morelia al poeta Ramón Martínez Ocaranza y otros dirigentes estudiantiles se les imputó el Art. 145 y otros cargos calumniosos). De forma similar se atacó y agredió a miembros del Partido Comunista, la Liga Espartaco, el Frente de Liberación Nacional y a investigadores científicos psiquiatras, psicólogos simpatizantes de Eric Fromm y a correligionarios de la Teología de la Liberación encarrnada en el Obispo Sergio Méndez Arceo. Todas las generaciones de la historia han visto cosas maravillosas y cosas terribles. Unas, tal vez más, que otras. Hay días en que he dudado qué verán las nuevas generaciones. A nosotros en el 66 simplemente nos partieron la madre. Pero ahora, en el 68, para algunos de nosotros la letra de la canción Piloto Espacial nos era un reto imaginativo al la vez que una consolación: “…él mira el temor de la pelea por venir en sus rostros / pronto habrá sangre y muchos morirán / madres y padres en sus casas llorarán… / los soldados de dios deben entender: la fe en el país está en sus jóvenes manos


12 / si todo ha valido la pena, solo el tiempo lo dirá… / en la mañana ellos regresaron con lágrimas en sus ojos / los pasos de la muerte hacían caer el sol de los cielos / y un soldado joven miraba en el firmamento al Piloto Espacial diciendo el testimonio: no matarás”. Lo que sucedía dentro de nosotros era definitivamente sentimental, se estaban revelando sentimientos y emoción a las mismísimas proclamas ideológicas de las manifestaciones. No había gran diferencia que los yankis mataran miles del Vietcong o los rusos

aplastaran manifestantes en Praga, con la soldadesca desenfrenada

acribillando estudiantes en la Plaza Tlatelolco. Ya no deseábamos escuchar, para nada los sobresaltos de cautela y prohibición de nuestros padres, ni los ruegos de obediencia de nuestras madres. Nada de eso. Ya no creíamos en dios y empezaba a costarnos trabajo creer en el hombre. Y hasta nos sentimos una especie maldita ¿cómo que la historia no se repetía? De los cinco puntos del Pliego petitorio, el que pedía la Desaparición del Cuerpo de Granaderos y demás policías de represión, y el que pedía la Desaparición del artículo 145 y 145 bis del Código Penal, eran los que realmente dolían al gobierno y que señalaban a una transformación profunda de los usos y costumbres del sistema. Nunca se supo si los heridos y los familiares de los asesinados fueron indemnizados. Está claro que los autores intelectuales y efectivos de la masacre continúan siendo un claro ejemplo de la impunidad con la que nos gobiernan hasta estos días, solo que ahora la diferencia es que hoy nos aplican las leyes gobiernos de “derecha” y gobiernos de “izquierda”. Algunos de los que marcharon con nosotros en las manifestaciones ocupan ahora cargos de toda índole en esos gobiernos y cobran sueldos que ya los hubieran deseado los funcionarios de Gustavo Díaz Ordaz. Vivimos un incipiente “estado de sitio” en el que esos gobiernos permiten toda clase de atropellos contra los ciudadanos comunes y en el que voceros del sistema e intelectuales hacen gala de su feria de vanidades. Si, la historia se repite, ampulosamente. No son días de guardar esos del 68, ni son días para vivir en el recuerdo, sino son estos, como dijera Dylan en Está bien, má: “anuncios de publicidad que te embaucan a pensar que tú eres el único / que puede hacer lo que nunca se ha hecho / quien puede ganar lo que nunca ha sido ganado / mientras tanto la vida allá afuera continúa a tu alrededor”. Son estos los días de nuevas preguntas que no necesariamente serán por nadie contestadas; días en que todo mundo presume saber la solución y pocos aceptan que realmente nadie sabe qué hacer; días de aprender que lo honesto es aceptar nuestra ignorancia, que necesitamos nuevamente aprender, porque tanto si memorizamos la historia como si la ignoramos repetiremos sus mismos errores; son estos los días de reconocernos en el hacer y aprender otra forma de amor. Días para releer la herencia sesentera de León Felipe:


13 ¡Qué pena! ¡Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas y siempre se repitieran los mismos pueblos, la mismas ventas los mismos rebaños, las mismas recuas! ¡Qué pena si esta vida tuviera --esta vida nuestra-mil años de existencia! ¿Quién la haría hasta el fin llevadera? ¿Quién la soportaría toda sin protesta? ¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, y los mismos farsantes, las mismas sectas ¡y los mismos, los mismos poetas! ¡Qué pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera! León Felipe

¿2008 Deja Vú de 1968? /4 “Mira en lo que nos hemos convertido: en diamantes y polvo”. Joan Baez, Diamonds and Dust. En 1968, mientras en Morelia las autoridades universitarias, coludidas con sindicatos y grupos de profesores condescendientes con la ocupación militar de 1966, con la aprobación y presupuestos subrepticios del Gobierno del Estado, corrompían a los grupos de presión estudiantil que se resguardaban en las “casas del estudiante”, en el Distrito Federal estaban pasando cosas inéditas como sucedían en las universidades de París, Praga, Londonberry, Kent, Oakland, Berkley, Tokio y en las calles de casi todas las capitales del primer mundo. Local y nacionalmente los periódicos y demás medios de información ocultaban o distorsionaban la información de los hechos en las calles de la metrópoli, enfatizando en contraparte “el espíritu olímpico” ante la proximidad de la celebración de los XIX Juegos Olímpicos mundiales. En “la Señorial Morelia”, ahora “Patrimonio de la humanidad”, no nos llegaban noticias ni mucho menos imágenes de los acontecimientos que fueron periodística y


14 televisivamente opacados con fotografías de la Basilio portando la antorcha olímpica; se ocultó incluso “como medida de prevención de la epidemia estudiantil de otros países”, bastante de lo que ocurría en el extranjero y en su lugar se exageraban los glamoures y éxitos de la moda (algo nunca antes visto en los medios, que cuidaban su imagen de protectores de “la moral y las buenas costumbres”). En lo único que los medios apuntaban su atención de los fenómenos “juveniles”, era en los aspectos frívolos y sensacionalistas del medio artístico foráneo y en “la nueva honda A Go-Go”, de rocanrroleros copiones en Telesistema Mexicano, hoy Televisa. Muchos de nosotros, principalmente los que estudiaban artes (las escuelas de Filosofía, Historia y otras de la Facultad de Altos Estudios, habían sido canceladas por el Gobernador Arriaga Rivera, en 1963), nos dimos a la tarea de buscar información por otros canales, entre los que se contaban periódicos y revistas extranjeras y compañeros o conocidos que viajaban al Distrito Federal. Aquí la única actividad memorable respecto al movimiento estudiantil en la capital del país, fue, el periódico mural que desplegaban semanalmente los de la Escuela Popular Bellas Artes de la Universidad, apoyados por algunos profesores, periodistas progresistas y estudiantes simpatizantes de otras facultades. Entre algunos recuerdo los nombres de Efraín Vargas, Francisco Rodríguez Oñate, José Luis Rodrígues Avalos, “los Arturos” Argueta y Molina, el Coyote Rico Mora, Felipe Hincapié, Hiram Ballesteros, Fernando Pérez Medina y yo. Por lo demás, no se hizo nada realmente en el sesenta y ocho. El periódico mural fue nuestro vínculo inmediato con los sucesos no solamente del Distrito Federal, sino con el resto del mundo. Ahí se conjuntaban textos extraídos e incluso traducciones del Parisien Journal, el Berkley Barber, el New York Guardian y transcripciones de Casa de las Américas, la revista URSS, caricaturas de Rius y fábulas pánicas de Jodorowski. Al periódico mural acompañaban algunas publicaciones impresas en “stencil” (que entre broma llamamos “esténcil news”). Lo más memorable eran las imágenes fotográficas que fotocopiadas ilustraban el cuerpo de la literatura informativa. Se alternaba todo con textos de poesía de Cesaire, Vallejo, León Felipe y Martínez Ocaranza; se dieron a conocer extractos de ensayos de Eldridge Cleaver, Franz Fannon, Malcom X, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Angela Davis, José Revueltas, Heberto Castillo y muchos otros. Nuestras cabezas se habían vuelto giroscópicas y en ella el mundo rotaba a 24 cuadros por minuto. No teníamos por qué creer en los medios controlados o serviles al gobierno. La huella que nos había dejado Antonioni con su Blow Up en el 66, se nos había ahondado con el film de Gillo Pontecorvo La Batalla de Argel (1964) y Zabriskie Point de Antonioni, Teorema de Pasolini, La semilla del Mal (Rosmary’s Baby) de Polanski, 2001 Odisea Espacial de Kubrick, Vientos del Este de Godard (todas de 1968),


15 entre otras que proyectábamos en el primer cine club de Morelia, nos iniciaron en otra forma de visionar el mundo. A algunos la literatura, la filosofía y las ciencias sociales se nos hicieron insuficientes para ver lo que pasaba en el mundo. El pensamiento, como coincidiría Sartre con Godard, se había enfriado y ya ni siquiera la memoria de la historia podía recalentarlo. Así en zoom, telefoto y gran angular empezamos a ver lo que sucedía a nuestro alrededor y el movimiento estudiantil en la ciudad de México distaba a solo 314 kilómetros de nuestro periódico mural. Y aunque algunos pocos compañeros se estaban radicalizando, el resto del movimiento estudiantil aquí, se había corrompido sin camino de retorno y sin otra opción tomamos el camino del arte como forma o pretexto de expresión. La música y las letras de las canciones se nos hicieron inseparables ecos, ecos en constante eclosión. En nuestras mentes melómanas sucedía, sin proponérnoslo, lo que más adelante fue llamado “fusión”; a las corales de Beethoven se sumaban los Swingle Singers y Papas and the Mamas; encontrábamos a Bach en el In A Gadda da Vidda del Iron Buterfly y el órgano de Ray Manzarek; Electric Ladyland de Hendrix y A Saucerful of Secrets de Pink Floyd bien podíamos sintonizarlos en el paganismo de Carmina Burana de Carl Orff; el jazz, que a muchos nos parecía avejentado le marcaba ahora nuevas rutas por explorar a todas las demás modalidades musicales, cuánto de John Coltrane, McCoy Tyner, Dave Brubeck y Miles Davis encontramos por aquí y allá en Frank Zappa, Greatful Death, King Crimson. El mundo parecía en llamas rodeado de miles de coros eléctricos, jubileos psicodélicos, llantos en reflexión escheriana, clamores acidulados y gases lacrimógenos diseñando un arco iris en las vías de los trenes. El mundo se nos volvió excusa del arte y un tal William Burroughs nos estaba trastornando el viejo sentido de la belleza; los letreros de los anuncios luminosos se editaban con los titulares de los periódicos y las frases hechas de los curas y políticos anunciando el próximo poemario de Allen Ginsberg y Neruda o la literatura agridulce de Kerouak y Ferlingetti, pero lo que más nos maravillaba y lastimaba eran las imágenes de los sucesos de toda índole desde Vietnam hasta Bolivia. El odio y la rabia andaban sueltos, las fotos de los cadáveres acribillados de Bob Kennedy y Ernesto Che Guevara formaron una comunidad de visiones estremecidas con las imágenes de guerrilleros Bolivianos y del Vietcong, las de Bonzos budistas en flamas contra la guerra, las de civiles arrostrados por el napalm, los negros en el fuego de las cruces del Ku Klux Klan, los miles de encarcelados en ambos lados de todas las fronteras no tienen nada ajeno ni distante a las imágenes de hoy. Deja Vu: “…Si he estado aquí anteriormente / probablemente sabría qué hacer / ¿No sentirías tú lo mismo? /…Si hubiera estado aquí antes / en otro giro alrededor la rueda / probablemente sabría cómo salir adelante / y sentir que he estado aquí alguna vez / sentir haber estado aquí otra vez /… y


16 tú sabes que ello me intriga saber / ¿qué está pasando? / ¿Qué está pasando? / ¿Lo sabes tú? ¿No te intriga? / ¿Qué está pasando? “. Deja Vu, Crosby, Stills, Nash and Young. En las vísperas del 2 de Octubre, ya estábamos asidos a esa visión de imágenes, ese era nuestro mundo y nadie debía quitárnoslo; era lo único que teníamos porque en el 66 nos habían arrebatado el sueño y el despertar y postreramente nos estaban hundiendo en la pesadilla invisible de la corrupción. Era la visión de las imágenes el único sostén de nuestra intrigada curiosidad de lo que estaba sucediendo, aún no sintiendo nos sucedía a nosotros, la visión nos hermanaba, nos hacía hijos de una terrible soledad colectiva y hoy, algunos andamos en la perfidia, buscando más respuestas y dudando de aquellos que dicen que éramos como uno solo, no una masa obediente como ahora. Y qué bien se equivocan creyendo éramos solo una cifra en la estadística de la lucha de clases, cuando seguimos siendo la misma soledad buscando resolver sus preguntas. Cada quien era, una soledad más entre tantas soledades y como sea, entre el sueño y el despertar nos acompañamos, unos a otros y tal vez todavía estamos aprendiendo a compartir la soledad.

¿2008 Deja Vú de 1968? /5 Human kind is overflowing, but I think it’s going to rain today… La raza humana está desbordándose, pero creo que va a llover hoy… Dave Van Ronk, Chants, 1968.

2008. Sábado 30 de Agosto. La Marcha del Miedo, la principal consigna dice: Iluminemos México; a diferencia de la gran Marcha del Silencio (13 de Septiembre, 1968, 250 mil manifestantes, convocada por el Consejo Nacional de Huelga), y en 1988, la concentración del Frente Democrático Nacional, apoyando la candidatura del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano a la Presidencia de la República que logró más de 600 mil simpatizantes, la marcha de hoy “por la seguridad y contra la impunidad”, fue la más numerosa de que se tenga registro en la historia (no existen cifras coincidentes pero calculada en más de un millón de manifestantes, convocada por diversas organizaciones civiles). No habría necesidad de averiguar tanto sobre la cantidad de ciudadanos que asistieron a la marcha, si tomamos en cuenta las imágenes captadas desde helicópteros, que se transmitieron en diversos medios televisivos: columnas de miles de manifestantes recorriendo las principales arterias de la metrópoli, estando el Zócalo ya atestado, algo similar sucedió en capitales de algunos estados.


17 La Marcha del Silencio del 68, encabezada por Javier Barros Sierra, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (quien renunció 10 días después en protesta por la intervención del ejercito en Ciudad Universitaria), cimbró el alma del país. Nunca miles guardando silencio habían consternado a un país hundido en el control y la censura de la Libertad de Expresión, ejercida cotidianamente por los poderes gubernamentales. La fotografía de ese silencio de miles (solo comparable con fotografías de marchas que por las fechas se efectuaban en París, Praga o Washington), los casi 60 kilómetros de la avenida Insurgentes Sur en los que fluían millares de manifestantes, desde Ciudad Universitaria hasta el monumento de la Independencia, fue registrada por la prensa internacional. No había forma ya de adjetivar el verbo de nuevos ciudadanos, eso no lo pudo ocultar el gobierno. La marcha de hoy ya empieza a suscitar enfoques que me hacen pensar si de veras hemos aprendido algo de nuestra historia reciente, la historia que hemos vivido y de la que algunos no buscamos intermediación. Es notable la mediación que están interponiendo los medios de información llevando agua para el molino de sus intereses y nexos ideológicos consabidos En estos días. Mirando diversos canales pasada la media noche, recibo una llamada de una amiga., quien junto a su amiga E., se encontraban “apañadas” por dos patrullas de policías, frente a la puerta de su domicilio. Lo usual es revisar el automóvil buscando drogas y/o alcohol y al no encontrar nada buscan otros pretextos para intimidar. En esta ocasión se intentó la intimidación diciendo que se había recibido un reporte denunciando “faltas a la moral”, posesionándose de sus identificaciones. Le dije a mi amiga que telefonearán a sus papás o a todo mundo posible, que intentara abrir la puerta de acceso a su casa y se metieran corriendo, que guardaran calma y que si no había de otra, en caso de agresión gritaran para que los vecinos acudieran. La calle donde sucedían los eventos está a media cuadra de una calle transitada y el vecindario es medianamente populoso. Por mi parte marqué el teléfono de la Dirección de Gobernación que no contestaba y di parte a un par de diarios locales, el caso era acercar rápidamente gente al lugar. Afortunadamente acudieron de inmediato los padres de E., y el asunto no pasó a más. Días anteriores, a unas cuadras de mi domicilio la policía y el ejercito irrumpieron sin “orden de cateo”, un par de viviendas en la Colonia Obrera, donde no encontraron drogas ni armas, pero arrestaron “sospechosos”. En tanto se aclaran los hechos devastaron las pertenencias de esos “sospechosos”. Luego, según versiones de otros vecinos, todo se debía a una denuncia anónima de algún otro vecino “envidioso”. Estos son los días de difícil labor de diferenciar entre justos y pecadores. Cualquier persona puede ser objeto de una falsa denuncia y caer víctima de cateos inconstitucionales o detención en carreteras. Policías, militares y matones del narcotráfico visten los mismos uniformes, literal o objetivamente hablando. Secuestradores con uniformes militares detienen automóviles en las carreteras, de los que saquean y secuestran a sus ocupantes, recurriendo al parapeto


18 de “retén de revisión policiaco – militar”. Por lo pronto, por todos los rumbos vemos pasar, a diversas horas del día y noche, columnas de transportes de personal militar, portando armas como en Estado de Guerra. ¿No es esto un Estado de Sitio no declarado 40 años después del 68? Algunos sabemos que la derecha hará siempre lo mismo que ha hecho durante toda la historia, pero, realmente sabemos lo que están haciendo los caudillos mesiánicos y los partidos “de izquierda”, todos cobrando sueldos o prerrogativas de presupuestos gubernamentales amparados por los impuestos de la ciudadanía productiva. Lo más grave es una “izquierda” que cobra sueldos gubernamentales onerosos, proclamando respeto a los derechos democráticos de los ciudadanos, pero proponiendo como “proyecto de nación”, la melancolía de regímenes totalitarios caídos con el Muro de Berlín (nuestra “izquierda” prehistórica anhela modelos como el chavismo venezolano y el castrismo o el neocastrismo cubano existente). Se está demostrando de sobra, que en esos regímenes amparados en el “Pacto de Varsovia” o en la modalidad de “no alineados”, solo eran mediocremente vigentes los mismos derechos que el estado permitía, de eso no existe una sola excepción histórica al respecto. Vivimos ya una descarada y mortífera alianza de gobernantes con criminales organizados, ¿podríamos imaginar regímenes compartidos por ideólogos, militares y narcotraficantes? ¿No estamos viviendo el surgimiento del Neofascismo? ¿No fueron exsocialistas los principales caudillos del Nacionalsocialismo alemán y de la Falange italiana? ¿Qué están haciendo en estos tiempos los exdirigentes de los Partidos comunistas de los países del Este de Europa? ¿No estamos viendo surgir en China y Cuba lo que Rosa de Luxemburgo advertía como Capitalismo de Estado? ¿No es “si no estás con nosotros eres nuestro enemigo”, una frase recurrente de Hitler y Musolini para asustar a las masas y amenazar disidentes? ¿No es una situación fascistoide esa en la que democracia es solo un pretexto de la derecha y la izquierda para apropiarse del poder y establecer regímenes de contención social? Con Heberto Castillo (preso político en 68), ya la veíamos venir en el 88, durante los días del Frente Democrático Nacional: la dictadura del PRI se va a perfeccionar: viene la más peligrosa dictadura: la dictadura de la corrupción, la que está por todos lados, que todos pueden ver pero que en los momentos claves, se harán como que no ven. “¿Cuántos años puede una montaña existir, antes de hundirse en el mar? ¿Cuántos años puede la gente existir, antes que se le permita ser libre? ¿Cuántas veces un hombre puede voltear su cabeza, pretendiendo que no ve? La respuesta, amigo, está hondeando en el viento. La respuesta está en el viento...”. Nos dice el eco de la canción de Bob Dylan. 1970 Uneasy Riders. A unos meses de recién llegado a Los Angeles, California, un nuevo amigo consiguió nos coláramos al estreno de Easy Rider - película escrita por Peter Fonda, escrita y dirigida por Dennis Hopper, que estuvo censurada en México hasta finales de 1980, quedándome con la boca


19 abierta sorprendido de cómo la vida nos somete a situaciones inéditas y similares. Años después, en 1975, conseguí una copia en videocasete que miramos con Fernando Pérez Medina amigo entrañable y compañero de andanzas en los sesenta y que fuera inexplicablemente asesinado un año después. Con Fernando quedamos callados al final del film, nos miramos y sin proponérnoslo exclamamos: nada más nos hicieron falta las motocicletas. 1968. El movimiento del 66 en Morelia, nos había situado en un cruce de caminos: continuar estudiando las profesiones que más o menos a nuestro gusto y alcance nos darían para comer, tener familia, llegar a ser jubilados algún día, lo que daría a nuestros padres cierta certidumbre y orgullo, o seguir estudiando las artes a hurtadillas sabiendo que de eso nadie consigue trabajo ni futuro deseable. Mientras desencruzábamos caminos nos reuníamos y colaborábamos en actividades con los amigos “rojillos” y participábamos con el grupo de teatro de la Escuela Popular de Bellas Artes. Desde 1967 por mi cuenta me largaba todas las mañanas con Alfredo Zalce quien me permitía hacer e imprimir grabados en su taller. Teníamos novias pero ya no con el ideal de formar familia y esas cosas que parecían más parte de nuestro desencanto social. Asistíamos a toda clase de “círculos de estudio”, en los que se trataban temas como la “lucha de clases”, la “liberación femenina”, “el arte, el focalismo y el situacionismo”, pero lo que más nos atrajo fueron las reuniones donde todo eso parecía fluir “desde dentro” en comunidad con otros de diversas procedencias. Pronto fuimos considerados por el ambiente provinciano como “jipis”, “muchachos desubicados”. Traer el cabello largo parecía ofender a justos y pecadores, nuestros propios amigos “rojillos” nos decían “jipitecas” y nos deploraban hacer esas “gringaderas”, sin embargo no rechazaban nuestra colaboración en sus actividades. Había lugares donde simplemente no nos permitían entrar, gente que nos gritaba “maricones” en la calle y un día una turba, tijeras en manos, me persiguió para raparme (de lo que me salvaron unos “rojillos” que con cariño empecé a apodar “izquierdosos” – el Arturo Argueta recuerda que ese término lo escuchó por primera vez de mi boca). Al grupo de “jipitecas” acudíamos una variedad de muchachos de diferente clase social, estudios y oficios. Nos reuníamos en diversos lugares para evitar chismes y el acoso policial. Nunca habíamos estado en franca reunión con algunos hijos de gente rica, motociclistas hijos de obreros, ex seminaristas, hijos de “braceros” (que hoy llaman migrantes), chicanos, chilangos y varios gringuillos (algunos de ellos estudiaban el la Facultad de Medicina). Presumíamos no tener “líderes” para no caer en ser “carne de cañón”, como habíamos visto en el movimiento del 66 y como de seguro sucedía en esos días en el D.F. Pero escuchábamos atentos las conversaciones de los “Masters”, que nos hablaban


20 de una relación interna y universal entre las enseñanzas de Cristo, Marx, Ghandi, Mao, Castaneda, Freud, Huxley y efectuábamos “viajes guiados”, fumando marihuana escuchando al Iron Butterfly, las tocatas y Fugas de Bach, al Dave Brubeck y hasta al Antonio Carlos Jobin. Pronto supimos había una “honda” similar en el Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey, Tijuana y San Miguel de Allende, lo que significaba una especie de nuevo movimiento al margen y paralelo al de los “rojillos”, con quienes no estábamos de acuerdo en las estrategias y en cambiar el mundo con los métodos de lucha armada. Repudiábamos por igual la intervención armada gringa en Cuba y Vietnam como los tanques soviéticos en Checoslovaquia, pero sospechábamos que gringos y rusos procuraban en el fondo por lo mismo: el control de las masas y la supresión del individuo, todo en nombre de la familia, el trabajo, la unidad nacional (o la religión). La misma mierda de siempre, decíamos, leyendo La Muerte de la Familia de Cooper y los versos de Ciorán y Allen Ginsberg. Los “rojillos” nos guaseaban peroyativamente: son ustedes la primera generación que cambió de marxistas leninistas a marxistas lennonistas (de Groucho Marx y John Lennon – hoy en día, los cínicos fundamentalistas religiosos nos llamarían: generación de “hijos de la Cultura de la Muerte”). Septiembre-Octubre, 1968. Conectados los movimientos de lo que llamaron “chavos de la honda”, entre leer y saber de la presencia de Erich Fromm en Cuernavaca y la curiosidad por probar la experiencia de los hongos en Oaxaca, con Fernando Pérez Medina decidimos viajar a Huautla, a finales de Septiembre. “Los conectes” no dieron un domicilio en Cuernavaca desde donde nos llevarían con María Sabina, en los altos de las montañas mijes. Nos fuimos de “aventones” hasta “la ciudad de la eterna Primavera”. Ya en Cuernavaca nos quedaba un día para acudir al domicilio. En la plaza puse en tianguis mis grabados que nadie compró. Al atardecer se soltó una tremenda lluvia que nos agarró camino a un fraccionamiento residencial en la parte alta al norte de la ciudad. Nos habían dicho que era posible no hubiese nadie para recibirnos, que en caso de ser así, simplemente saltáramos las rejas y esperáramos dentro. Llegamos empapados, el paquete de mis grabados chorreaba agua por todos lados, brincamos como pudimos la reja en esa residencia que nos pareció de gente rica. Adentro solo había colchones regados por doquier en el piso. El agua de la lluvia se había colado por todos lados. Nos quitamos la ropa para exprimirla y ponerla a secar, buscamos el colchón más seco e hicimos una fogatilla con periódicos y pedacería de madera. Casi a media noche escuchamos llegar un jeep. Dos chavos de más edad que nosotros entraron, nos saludaron y dijeron que temprano por la mañana alguien vendría por nosotros. Nos dejaron un paquete de “panqué” Bimbo, una cajetilla de cigarrillos Delicados y un “toque”, “pa’ dormir sin frío”, dijo uno de ellos sonriendo. La casona esa tenía un inmenso jardín - huerto circundante. Temprano nos despertó un ruido ensordecedor: un helicóptero


21 aterrizando entre la hojarasca húmeda. Estábamos atónitos “¿en que nos estábamos metiendo?”, ese podía ser de la policía, aunque en esos días no eran usuales los helicópteros policiales (ahora me reprochan por qué uso tanto el ruido de hélices en mi video ensayo sobre el 66). Bajó un chavo casi adulto mucho mayor que nosotros. Vestía una de esas chaquetas verde militar del “ARMY”, igual a la que vestían algunos activistas del Politécnico que nos habían ido a alebrestar a la Secundaria Federal en el 66. Así volamos bien “macizos” (ahora se dice Pachecos), los aires de Morelos y Oaxaca hasta Huautla. Desde arriba, metiéndose entre nubes y en claros, todo lo veíamos como dijera Violeta Parra: “como un niño frente a dios”. Aterrizamos en un terraplén color barro que parecía un lodazal pero resultando ser un macizo de rocas enrojecidas. De ahí caminamos cosa de media hora hasta un caserío en algo que nos pareció un despeñadero rodeado de grandes y marañosos árboles. Sorpresa mayor, una de las personas que nos recibió y que nos llevó a una especie de casa de adobe rústica, donde la familia habitante nos ofreció desayuno, era un tipo que había sido nuestro profesor en la primaria del Salesiano en Morelia. ¿Qué cosas te da la vida? ¡Un salesiano en estas cosas! Alfonso se llamaba, había renunciado a esa orden de San Juan Bosco y era ya un convencido de que el mundo debía cambiar por otras vías. Luego supe que colaboraba con la gente de Sergio Méndez Arceo, el obispo revolucionario de Zamora y que era cercano a las terapias de Fromm en Cuernavaca. Nos sacó de dudas, ya caminando, conociendo los alrededores, cuya principal producción parecía ser la recolección de flores en grandes cantidades; nos explicó que el helicóptero era propiedad de un miembro de la “red” en el Distrito Federal, que la “red” empezaba a formarse para luchar por “esta nueva Utopía”, “porque solo si los cambios vienen desde dentro…”. Hablaba y hablaba hasta citando al paisano Don Vasco de Quiroga: “esto viene de muy lejos en la historia, Don Vasco contribuyó a la sobre vivencia de los tarascos en sus Hospitales Pueblo… sin su presencia los gachupines hubieran cometido uno más de sus etnocidios – que se han mantenido ocultos en la historia… Todo eso de la Propiedad Privada y la Lucha de Clases no va a terminar mientras se usen las armas. Quien por la espada vive por la espada muere… si no cambia el hombre desde dentro, no cambiará nada. Y esto que estamos haciendo no es una religión, nada de secta ni doctrina, estamos haciendo lo que podemos, con lo que somos y podemos… Y están participando de todas las clases”, nos decía por espacio de dos horas andando entre los faldones de los cerros. Yo, de “respondón”, como dijera él “desde la primaria”, lo cuestionaba: “para qué luchar por algo utópico, ya ve en qué terminó la Utopía de Tomás Moro; el mundo está lleno de Thomas Cromwells”. Alfonso parecía de una comisión de recepción, atendía también a otros que iban llegando. Nunca más supimos a qué se refería con eso de “la red”. Al año siguiente se publicaron noticias sobre algunos arrestos en “la Zona rosa”, en la ciudad de México. Algunos nos parecieron conocidos desde las sesiones con “los Masters”, que llegaban a Morelia y nos guiaban en “los viajes”, y las discusiones.


22 Eran acusados de uso y tráfico de enervantes con nexos con María Sabina, entre otras exageraciones amarillistas de la prensa. Se decía que entre ellos se contaban a los músicos Hermanos Castro, y los textos hacían énfasis en “la influencia de los hippies norteamericanos”, en que todo era parte de una “red”, de magnitudes insospechadas, que el gobierno no debía permitir actividades de gente así. Solo podía hacer conjeturas, ahora se no tan desacertadas, sobre quienes andaban bien prendidos en todo eso de la psicodelia, los inicios del “Primal Scream", los postfreudianos, “la tercera Ola”, según algunos escritores enterados sobre el tema. Dos años después colaboré con Arthur Janov en eso del “Primal Scream”, en las cercanías de Mallibú, fotografiando y grabando audio de las sesiones grupales. Hasta esos días comprendí lo que andaban organizando los de la “red” de utopías, y, al parecer ha resurgido mundialmente entre los que se decepcionaron de las utopías sesenteras, pero que no están dispuestos a claudicar en su búsqueda. Realmente esos parajes no estaban muy habitados. Se decía que muchos hombres se hundían más al norte para trabajar “desmontando”, talando árboles para compañías madereras y otros estaban “en los gabachos” o trabajando en otros estados. Al atardecer nos llevaron “a donde María Sabina”. El retrato que han dado algunos de ella me parece inexacto, con toques de sus propias expectativas y estereotipos de los universitarios liberales clasemedieros. Cualquier edad entre los cuarenta y los sesenta años podía asignársele sin que por ello perdiera una mirada de chamaquilla, con una profunda y vacilante curiosidad. Hablaba con franca sencillez, ninguna gesticulación del gurú que se le adjudica. Bien podía ser parecida a una de esas tías cariñosas y modestas, que algunos tienen en los ranchos. Creo en el fondo sabía la curiosidad que despertaba su entonces creciente fama, pero parecía inquietarle nuestra propia curiosidad porque “¿por qué veníamos de esas tierras?”, refiriéndose a Michoacán (¡con la fama que tenemos de grillos y subversivos!). Era de talla menuda y vestía una especie de chal rosa grisáceo, faldón de manta y me pareció todavía no había encontrado una forma personal en su peinado (media cabellera caía lacia a un lado, en tanto llevaba atada por entre la oreja izquierda el resto de su cabellera entre cortada por algunas canas). Fijaba por segundos la vista en la nuestra para luego recorrer en rededor, como si no conociera su propio lugar. “A qué muchachos, vinieron desde tan lejos solo para probar los matrimonios”, nos susurró mirando como otros entraban a esa mediana habitación. No teníamos idea a qué se refería con eso de “los matrimonios”. Habían llegado otros chavos dizque del D.F., y una pareja de hippies gringos. Ignoro de dónde salieron o por dónde llegaron esos. Un especie de ayudante nos señaló sentarnos en las orillas del cuarto, recostándonos en la pared. Pensé iba a comenzar el ritual de la gran hechicera gurú, pero no fue así. La Sabina se acercó a nosotros - creo le caímos bien-, y nos dio un par de hongos a cada quien. Fernando entre dientes me dijo, “en las


23 pendejadas que me metes”, mirando su par de hongos, “de estos hay montones allá por Acuitzio”. La Sabina le encajó el silencio con su mirada, repito, tierna como de chiquilla traviesa. “Cómanlos despacito, - dijo muy serena -, hay que aprender a vivir despacito”. La noche empezaba a entrar en nosotros habiendo ingerido un macho y hembra hongos, según se decía. Lo demás sería una narración donde florecerían imágenes dignas de Tarkovski y Kubrick. Algunos se acercaban a la Sabina y algo conversaban con ella, que permanecía de pié mirando a los presentes, dando pequeños pasos por la habitación. “Ves ¿cómo se les caen las caras?”, me dijo Fernando en un momento antes de quedar como dormido, “no - contesté- a mi me parece sus caras se vienen contra mi”. En efecto, miraba las caras de algunos ahí presentes, parecían enrojecerse o amoratarse y desprenderse de la cabeza lanzándose contra mis ojos que cerré y, dentro, los rostros se repetían como ecos provenientes de diferentes direcciones. Entré en una especie de flacidez total y a pesar de mantener los ojos cerrados permanecía la imagen de ese lugar y los cuerpos de los demás en penumbras. Realmente no sabía qué esperaba sentir pero por primera vez en mi vida supe lo que es sentir intensamente el piso y todo lo que estaba a mi alrededor, una sensación que solo deben experimentar las medusas: mi piel era transparente y en ella se fundía la transparencia de todo lo demás; o no era mi piel sino su temperatura que parecía materializarse en un cuerpo transparente. Dentro de ese “alucine” se fundían imágenes de meses atrás, cuando nos fuimos bien “macizos” al interior de la Planta Potabilizadora de Morelia, cuando mirar cómo procesan las aguas resultaba un “viaje” entre fluidos de colores alentados y máquinas que parecían orquestar rítmicamente sus ruidos. Pero esa noche en Huautla, mis orejas parecían haberse agrandado y no escuchaban sino abrazaban, cobijaban los sonidos, estos parecían enrollarse unos a otros a diversas velocidades. Ignoro cuándo caí en sueño y al amanecer no recordaba nada, sintiendo una energía solo comparable con esa sensación de ganas de hacer de todo, como cuando uno sale de ducharse. Ya no volvimos a ver a la Sabina. Extrañados no pensamos preguntar nada. Había amanecido. Un día y una noche en Huautla, fue todo. Nos regresaron en el helicóptero a Cuernavaca. Si un centavo en los bolsillos nos fuimos pidiendo “ride” al Distrito Federal. Así comenzó nuestro 2 de Octubre del 68.

¿2008 Deja Vú de 1968? /7

“en tus nervios se enciende una interrogante, en tanto comprendes que no hay nada que valga, asegúrate de no renunciar a tenerlo en mente y no olvides: que no es a él o a ella o a ellos o a ello


24 a lo que tú perteneces”. Bob Dylan, It’s all right ma. “¿Por qué? La vergüenza es ira Vuelta contra uno mismo…”. Octavio Paz, 1968.

Octubre 2, 1968. Un trailero nos dejó bajando una cuesta hacia Insurgentes Sur. No había de otra sino caminar y pedir “cooperacha” a los transeúntes. En un rato recabamos más de doscientos pesos, suficientes para ir al centro y comer algo. El plan inmediato era andar por la Zona Rosa y ver exposiciones en las galerías. Ya en la Colonia Juárez, pasando por un café bar llamado “El Perro Andaluz”, se me hizo conocer a alguien que ahí saboreaba una tasa de café. Nos acercamos mientras Fernando retobaba “a ver qué se te ocurre ahora”. Quien sorbía café era un moreliano, Gilberto Pérez Gallardo (Hermano del también conocido actor en Morelia, Jesús Pérez gallardo), quien de inmediato me reconoció: “y tu tío ‘El Chino’ ¿dónde anda?”. Gilberto era actor del grupo teatral universitario dirigido por Héctor Azar. Conocí a Gilberto, años atrás, siendo amigo de parrandas de un tío mío que estudiaba para médico en la Universidad Michoacana. Nos dijo que tomaba un café rapidín porque tenía muchas cosas qué hacer ese día, que debía asistir a una asamblea con grupos y actores del Teatro Universitario, en el Foro Isabelino. Parecía estar y no estar de acuerdo con lo que sucedía en el movimiento, “que había crecido en proporciones insospechadas”, que ya era una parafernalia muy confusa y que no dudaba el ejército interviniera definitivamente antes de iniciarse los Juegos Olímpicos. “Que… ¿ya se te olvidó Alex, lo que hicieron en Morelia hace dos años? ¡Ah! Esos, los comunistas, juegan el jueguito político de siempre… ¡Ah! Conozco a algunos que ya han ido a Huautla, muchos actores se van los fines de semana a las terapias de Cuernavaca… ¡Creen que con guerrillas terapéuticas va a cambiar el mundo! Las cosas son más complicadas de lo que siquiera imaginan…”, me refunfuñó preguntándonos qué andábamos haciendo en la capital. La platicamos la experiencia en Cuernavaca y Huautla. Me di cuenta en ese momento no había tocado el tema desde que dejamos atrás Cuernavaca. Tal vez todavía andábamos bajos los efectos de los susodichos “matrimonios” de hongos, o simplemente tratábamos de digerir la experiencia. Gilberto parecía asombrado: “cómo unos chamacos como ustedes, de buenas familias morelianas, ya andan en esas cosas, espero vayan aprendiendo y no se la tomen por el desmadre solamente… el mundo está muy podrido y uno se puede pudrir de cualquier cosa”. Nos pasó el tip de que por la tarde habría un mitin en Ciudad Tlatelolco y


25 que posiblemente ahí, su amigo Oscar Chávez (Gilberto se integraría un par de años más tarde a su grupo), cantaría canciones de protesta. Nos invitó unas tartas españolas que devoramos, nos dio 100 pesos y se despidió. El plan original era andar por el centro y al anochecer irnos hasta la Colonia Lindavista donde entonces vivía mi primo Arturo, oriundo de Pachuca, estudiante de Petroquímica, en el Politécnico Nacional, que nos daría alojo y probablemente dinero para los pasajes del autobús de regreso a Morelia. Pero me entró la calenturienta curiosidad por eso de las canciones de protesta. Fernando a regañadientes aceptó y pasadas las cuatro de la tarde empezamos a caminar hacia la Plaza de Tlatelolco. En el camino Fernando proponía mejor fuéramos al cine, ver una de esas películas que nunca pasarían en Morelia. Discutíamos pero caminando rumbo a la ciudad “de las abejas encubadas”, como Fernando nombraba al conjunto habitacional Tlatelolco; nos detuvimos a fumar un rato en la confluencia de Reforma y Nonoalco. Vimos pasar un convoy militar en dirección a Insurgentes Norte. Todo lo demás seguía el movimiento cotidiano apresurado y hasta nos pusimos a arremedar cómo caminaban los chilangos. Algunos “pedestrianos” - así se nos ocurrió el anglicismo para transeúntes -, pasaban y reían de nosotros. “Se están riendo de ellos mismos, los pendejos” (ahora llamarían a eso “performance”) actuábamos callejeramente como en Morelia y reímos con una docena de chilangos que se detuvieron a observarnos). Seguramente pensaron éramos de esas “brigadas relámpago” (nombradas así desde que las inventamos en el 66 en Morelia). Recobramos una risa extraviada por días. Retomamos el camino. Siempre que recuerdo o narro esa experiencia “se me encuera el chino”, me viene un bastante conocido “Deja Vú”, el más extraño y espeluznante de mi historia. En esos días ya había abandonado el hogar de mis padres y vivía con mi abuelo. Me sentía el único de mi generación que se había largado de su casa por decidir continuar en el arte y no estudiar una “carrera”, con la que la familia no estaba de acuerdo. Fernando se largaba y regresaba a su familia, siempre a causa de la violencia paterna. Para él, estas andanzas no eran algo nuevo, aunque él prefería el ambiente de “reventón”, sin embargo también estaba estudiando teatro con el José Luís Rodríguez, el Guillermo Ibarra y don José Manuel Alvarez, quien había montado una obra política de Wilebaldo López titulada: Los Arrieros con sus Burros por la Hermosa Capital, en la que actuamos, paradójicamente, en personajes de pandilleros y campesinos. En el grupo de teatro hacíamos desde pantomima con la técnica de Marcel Marceau y Chaplin hasta teatro del Absurdo de Becket y Ionesco. En realidad no sabíamos lo que queríamos, pero sabíamos bien lo que no queríamos, solo sabíamos que debíamos buscar, el mundo no nos parecía tan ancho ni tan pequeño y desde niños nos llamaba aventurar. Tiempos antes del 66, estando en la secundaria federal,


26 éramos pandilleros que solo de busca pleitos encontrábamos sentirnos con vida. No robábamos, ni hacíamos las cosas comunes de pandilleros, solo buscábamos pleito y éramos bastante organizados para eso. En el 66, todos en el segundo grado de secundaria, nuestra pandilla pasó a ser “de chamacos activistas”, y nos llamaron “alborotadores”, “carne de cañón” de “subversivos”; en el fondo habíamos encontrado otra forma de rebelarnos contra nuestros padres, contra esas cosas que creían y profesaban. “Deja de ver en la cara del gobierno el rostro de tu papá”, leímos por ahí en esos días. Pero los padres no matarían nunca a sus hijos – aunque meses atrás el padre de Fernando casi lo medio mata a golpes con una correa industrial. Pero la soldadesca desalojando el Colegio de San Nicolás y la tropa de caballería, con los sables desenfundados golpeando señoras y todo tipo de gente en la avenida Madero, nos decían otra cosa. El 66 fue la boca de un embudo que nos había succionado hasta ese lugar en el Distrito Federal. El remolino que se forma en el acceso tubular del embudo no nos era muy diferente al que traíamos en la garganta, pero los ojos se nos salían buscando ver más. La explanada, frente al conjunto habitacional, nos parecía la entrada principal de un colmenar frío sin miel. El mitin parecía haber iniciado minutos antes de que nos apostáramos en el lindero sur de la congregación de gente de todas las edades. Diversas voces en diversos micrófonos se escuchaban por los altoparlantes, que nos parecieron mal orientados ya que la honda audible sonaba por encima nuestras cabezas. Los oradores usaban, como templete, el barandal del pasillo exterior del segundo piso del edifico frente a nosotros y orientaron las bocinas como si nos fueran a crecer, para oírlos, los pescuezos. Nos mirábamos preguntando dónde estaban los cantantes de protesta. Solo escuchamos ruidos, microfoneo y el sonido sesgado del tráfico automotriz. Las nubes de tormenta desplazaban una extraña intermitencia de sombras claras y oscuras, anunciando el anochecer. Escuchábamos solamente frases sueltas y parecía no haber un orden preciso de los oradores. Sabrá dios cuánta gente había en esa plaza que me pareció un gran estacionamiento arrepentido. Recordé de inmediato el mitin del 8 de Octubre del 66, en la Plaza de Armas de Morelia, la tarde que llegaron los transportes militares a “resguardar el orden” en el Colegio de San Nicolás. En ese atardecer, de una hilera de camiones y jeeps bajaron los de infantería y se introdujeron en el colegio, otros de infantería y paracaidistas formaron un cordón, a bayoneta calada, circundando la Casa de Hidalgo, nuestro Colegio Primitivo de San Nicolás. Por alguna razón que desconozco la manifestación se disgregó. Diversos grupos de estudiantes se movían en las calles y banquetas gritando “fuera manos de nuestra universidad”, “¡Fuera Arriaga Rivera, de Michoacán!”. El ambiente se enrareció muy tenso. De pronto, casi como coordinado con el oscurecer, de un jeep corrió un soldado hacia la puerta del


27 Colegio, el militar regresó al jeep y ordenó a los otros jeeps y transportes desalojar la boca calle a unos metros del frontispicio de San Nicolás. La hilera de camiones frente al recinto se estacionaron invadiendo las banquetas, lo cual abrió un acceso central en la avenida. A la vez, el cordón de infantería empezó a avanzar contra la gente empujando, con sus bayonetas caladas en sus máuseres, a todo mundo frente a ellos, ampliando el cerco. Por el acceso central frente al Colegio llegaron en reversa enormes camiones, que al dejar caer sus rampas, de sus interiores se apearon ya montados los de caballería; los de infantería rompieron el cordón “hombro con hombro”, como abriendo paso a la caballería zarista, que masacró bolcheviques y mencheviques, creo un 7 de Octubre de 1917 en la rusia zarista, al inicio de la revolución agitada por Lenin, en Rusia. La caballería arremetió contra la gente. Por todos lados se veían jinetes con sables persiguiendo grupos de personas. En esa situación, con Fernando nos trepamos al techo de un tallercillo de radiotécnico, que estaba ubicado a resguardo del Portal. Desde ahí miramos los acontecimientos. Los jinetes militares trotaban en todas direcciones golpeando a quienes encontraban a su paso. El ingenio de la indignación estudiantil hizo su aparición. Grupos de estudiantes desalojados, aparecían en las diversas esquinas de las calles aledañas, chiflaban y gritaban: “chingue a su madre el Gobernador Arriaga Rivera”, luego la porra nicolaita, y desaparecían corriendo para reaparecer en otra esquina. La caballería desconcertada trotaba de esquina a esquina intentando perseguir a los grupos de estudiantes “mienta madres”. Eso duró un buen rato, como las persecuciones policiales en las películas de Buster Keaton. Había un humor irónico a la vez que absurdo y triste en todo eso: era un tragicómico juego de persecución entre el ejercicio del poder y el ingenuo ingenio de la candidez. Finalmente, entre golpes y arrestos, el centro de la ciudad fue desalojado. Nos bajamos de ese toldo, corrimos y escapamos de la detención hacia las calles rumbo a la plaza de El Carmen, de ahí a nuestras casas. A la mañana siguiente, vecinos como éramos del rumbo del cuartel de la 21 Zona Militar, miramos desde el Acueducto, las filas de detenidos que estaban siendo introducidos al cuartel militar. Supimos los apellidos del militar encargado de la represión: el comandante Hernández Toledo. El nombre de ese militar ya se rumoreaba en las calles del Distrito Federal en las vísperas del 2 de Octubre. “No se Fernando, aquí va a pasar algo”, dije a mi compañero que había tomado asiento en mi mochila llena de grabados a mi lado. “Que la boca se te haga chicharrón”, me contestó entre azorado y expectante. El nombre de Hernández Toledo me vino a la cabeza (se supo, días después era el nombre del comandante del tristemente célebre Batallón Olimpia). Recordé una canción del Donny Hataway: “The Wolrd is a Ghetto”, el Mundo es un Ghetto. Eso empezaba a sentir, rodeado de tanta gente, pero solo, en medio de la nada. Tuve unos segundos de “autismo” ¿o eran efectos secundarios de los


28 “matrimonios” de la Sabina? No vi ni escuché nada por instantes que me parecieron una suerte de refugio calmo y sin exabruptos. Una desconexión que brillaba muy blanca dentro, una advertencia, una de mis premoniciones. Fernando jaló de la bastilla de mi pantalón, medio asustado “¿qué te pasa güey?”. Reaccioné de inmediato: “nada, pero algo va a pasar…”, había un sudor frío en mis manos, me quedé callado mirando todo alrededor. Fernando volvió a tomar asiento “tu no necesitas honguitos para tus alucines, güey”. Minutos después de las 18:00 hrs. A eso también se le puede llamar “iluminar México”. Escuché disparos pausados, los sonidos provenían del edificio de Relaciones Exteriores. La gente se empezó a inquietar. De las bocinas salía que guardáramos la calma, que seguramente era una acto de provocación que no debíamos responder, que nada vencería la unidad del pueblo, que fulano de tal se reportara al estrado… como escrito en un guión cinematográfico, se iniciaron disparos desde el edificio Chihuahua, pasando la calle colindante con Relaciones Exteriores. Me trepé a una reja y vi se estaban disparando entre ambos edificios. Fuera del edificio de Relaciones exteriores, hasta parados en los toldos de automóviles estacionados, hombres de camisas blancas, con las mangas remangadas, disparaban pistolas y algunos rifles contra unos ventanales en el edificio Chihuahua, de ahí también disparaban contra los del exterior de relaciones Exteriores. Con el ruido de los disparos el ruido del helicóptero se acercaba, sobrevolando, sobre nosotros. Me pareció ver que desde los tiradores apostados en el exterior de Relaciones Exteriores alguien disparó una bengala azul que se suspendió por los aires. Se atempranó en parpadeos la luz del atardecer. Como provenientes de las nubes, sentimos fragmentos de asfalto como granos de sal salpicados contra nuestros rostros. El pueblo elegido, en México, recibe del Maná balazos. Alcancé a mirar que ahora disparaban desde ambos edificios contra la gente del mitin. Los que estaban apostados en Relaciones Exteriores continuaban disparando contra el edificio Chihuahua, de ahí iniciaron disparos contra nosotros. ¿por qué esos frente al Relaciones Exteriores disparaban contra los que nos disparaban desde el Chihuahua? No hacía lógica aquello. Casi de inmediato soldados se aproximaron a R.E. y aunaron sus disparos contra el Chihuahua. La perplejidad nos había inmovilizado. Segundos, minutos… Todos se miraban asustados, como si esperaran que se les dijeran qué hacer. Un grupo corrió hacia el interior del conjunto habitacional. Alguien forcejeaba recorriendo una reja, o algo parecido, impidiéndoles el paso. Derrumbaron la reja. Ya estábamos el resto de la gente, corriendo por calle y banquetas, hacia la avenida Nonoalco en dirección a la Avenida Insurgentes Norte, algunos hasta nos topamos con soldados que parecían confundidos. Varios de ellos solo nos gritaban: síganle, váyanse de aquí, váyanse a sus casas. La balacera iba en aumento y corríamos más rápido. Los soldados en la calle


29 no disparaban contra la gente sino en dirección al edificio Chihuahua. Paramos en seco a ver que en la esquina de Insurgentes daban vuelta hacia nosotros tanquetas del ejército, que empezaron a avanzar por avenida Nonoalco en formación de dos. De sus torretas, algunos disparaban ametralladoras contra los edificios donde se había iniciado la balacera pero nadie podía asegurar no tardarían en disparar sobre la muchedumbre. Con el gentío aterrado corrimos de regreso. Como ratones atrapados en un laberinto de laboratorio buscábamos salidas. Nosotros corrimos hasta una esquina donde había un local de taquería. Miré gente atrás caer como despliegue de barajas. Muchos entramos a ese local, apoderándonos prácticamente del lugar. El dueño o el taquero gritaba “me van a desmadrar el negocio”. Nadie hizo caso. El más puro instinto de conservación. Nadie dio instrucciones, todos, hasta el taquero y su mesera, apilamos todos los muebles contra la puerta de cortina metálica plegadiza. Todo, mesas, sillas, un refrigerador y hasta un reloj de péndulos, fueron a parar contra la puerta, como si con ello se pudiera detener las balas o una posible arremetida de una tanqueta. Y todos los ahí presentes, permanecíamos abrazados, unos a otros formando un abrazo solo prescrito por el miedo. Si, todos estábamos abrazados, replegados, plegados a la pared del fondo del lugar. El taquero apagó la luz. Todos comprendimos por qué. En esa oscuridad escuchábamos, cercanas y lejanas, descargas de metralla, balaceras por todos lados, por espacio aproximado de 20 minutos. Escuchamos cómo las descargas y los disparos se atenuaban esparciéndose por minutos. No escuchamos gritos, solo sirenas que pasaban, ruidos de tanquetas, algunos que pasaban corriendo afuera. No se si el tiempo se detuvo o se aceleró, pero los relojes solo me parecieron espejos oscuros, o se habían doblado como en las pinturas de Dalí. El taquero encendió una veladora. Uno de varios muchachos que estaban ahí dijo a todos, que si portábamos armas o credenciales de estudiante, se las entregáramos. Nadie portaba armas, muchos de nosotros le entregamos las credenciales. El chavo ese y otros se pusieron de acuerdo con el taquero e incineraron las credenciales, colocándolas entre los quemadores debajo del planchón metálico donde se freían los tacos. El Fernando entre dientes de ironía: “ves, qué fácil se queman las identidades”. “¿Preferirías te quemaran las nalgas?”, le contesté. Esa frase me mandó minutos atrás, cuando topábamos con las tanquetas. Vi detrás las tanquetas, formaciones de fusileros que disparaban exactamente igual que lo visto en una película sobre Napoleón, un par de años atrás. De la escuadra frontal, como un pelotón de fusilamiento, cada soldado con una rodilla en el suelo, disparaba una descarga hacia arriba, se ponían de pié para dar el pase a la escuadra que se disponía desde atrás, y dando pasos al frente, también doblaban la rodilla derecha sobre el suelo y disparaban. Las escuadras se alternaban, avanzando detrás las tanquetas, como soldaditos de plomo del siglo XIX. Me dio risa el


30 recuerdo, la comparación de más de un siglo de diferencia. “Hasta para reprimir somos anticuados”, pensé. Parecíame que los mexicanos gustamos rejuvenecer lo viejo, y envejecer lo nuevo a la carrera. ¿Media hora, una hora? Nadie hablaba, todos permanecíamos al fondo, ahora sentados en el suelo. El taquero prendió su radio con poco volumen, sintonizaba de un lado a otro la barra de amplitud modulada. Anuncios, programas comunes. Uno de los que quemaron las credenciales se acercó al radio y sintonizó “Radio 660, la Música que llegó para quedarse”, slogan que ahora usa Ultra Radio de Morelia. Dos, tres melodías y apagón. Como si algo hubiera sucedido en Luz y Fuerza del Centro o era un paso lógico en el esquema de represión. 21:30 o más tarde. Alguien dijo “Ahora si, ya se cargó la chingada al país”. Los demás permanecimos en silencio. Este fue un silencio dividido, el de afuera una oscuridad abandonada y el de adentro una oscuridad envilecida. El taquero había apagado la veladora, no se escuchaba la radio. Pero la luz parecía ser más una forma táctil. Sentíamos las manos de unos y otros buscar otras manos y sostenerlas, como si nos fueran a aventar todos a un precipicio. Creo todos sentíamos un vértigo solitario a oscuras. El olor a sudor desapareció al típico de una taquería. Empezaron a salirse los cigarrillos de sus cajetillas, solo veíamos esas como luciérnagas al rojo vivo. Me di a jugar moviendo rápido, en círculos, el fulgorcillo del mi cigarrillo. En segundos todos los que fumaban hacían piruetas, eso era, un juego de piruetas, de pirómanos que mitigaban su sorpresa y su terror agitando los fulgores de sus cigarrillos. Como si nos conociéramos de años, empezamos todos a reír, hasta que alguien nos hizo la seña de calmarnos. Guardamos otra vez silencio. Pasó el tiempo, como se le dio la gana. Si los humanos pudieran en verdad conocer y manipular la ignota naturaleza del tiempo inventarían una eternidad sorprendente pero desastrosa. Alguien dijo “ya son las once y media”. Ya se había restablecido la corriente eléctrica y la mesera repartía taquitos recalentados, algunos refrescos. “No hay necesidad de explicaciones – dijo uno de los que, por lo visto eran activistas del movimiento –, creo debemos organizarnos y permanecer aquí hasta que amanezca”. Todos se quedaron callados con miradas de inexplicables. Le comenté a Fernando la visión de los pelotones napoleónicos. Una chica con cara de estudiante me dice que “qué pirado estás”. Le aseguré que así venían los fusileros por Nonoalco. Rió como niña perniciosa. Fernando le aclara que yo era así: “está medio loco, por eso anda de pintor”. “Así han de estar tus cuadros” me atinó la chica. Escuchamos que alguien estaba tocando la puerta, como enterado de que había gente adentro. “Todos quietos - indicó uno de los activistas -, nadie se mueva”. Ahora nos parecía un policía dándonos órdenes. Todos callados, viéndose unos a otros. “¿Qué hay qué hacer?”, le retobé. Creo eso animó a los demás. Retiramos todos los objetos apilados sobre la puerta. Elevaron la puerta solo unos centímetros.


31 “¿Paulo? Dice una voz desde afuera. Resultó que un compañero de los activistas no había alcanzado a resguardarse en la corretiza, pero ya estaba allí tratando de rescatar a sus compañeros. El tal Paulo era “el quema credenciales”. Creo todos pensaron que esos activistas estaban entrenados para situaciones como la nuestra. Supimos no eran de la UNAM sino del Politécnico. El de la voz se deslizó bajo la puerta, empujándola hacia arriba. Entró y bajamos la puerta. Solo pude escuchar que entre ellos alguien dijo que pasando la avenida Cuauhtémoc ya se estaba a salvo, que ya andaba la prensa internacional por ahí y que solo estaba acordonada el área de Tlatelolco. Nos organizaron en parejas. Nos instruyeron camináramos directamente hacia La Alameda, sin desviarnos en ninguna dirección, que dijéramos ir a nuestras casas si nos interrogaban, que ya dependía de nosotros lo que viniera. Llegó nuestro turno de salir, seguimos al pié de la letra las instrucciones. Los activistas observaban si había paso libre de patrullas o jeeps militares e indicando la calle hacia el centro, nos apuraban a salir caminando con normalidad. Apenas alcancé a ver algunos camiones de limpia y algunos uniformados a la lejanía. Tuvimos que dar una caminata porque nos desviaba un larguísimo bardeado, como si dentro construyeran otro conjunto habitacional. Desembocamos no en la avenida Cuauhtémoc, ni en Reforma, sino en San Juan de Letrán (ahora Eje Central Lázaro Cárdenas). No continuamos caminando hacia el centro sino nos metimos en un enredo de calles, hasta que alguien nos orientó para llegar ha Insurgentes Norte. Ya estábamos dejando atrás el hospital de La Raza Seguro Social. Un largo rato caminando hasta el Cine Lindavista. En las proximidades del cruce de Lindavista, pasábamos por el camellón de Insurgentes, frente a la Preparatoria 9. Frente al plantel estaban situados unos automóviles, no recuerdo si Falcon o la versión Ford 200, color blanco. Resguardándose en esos automóviles, unos tipos disparaban sus escuadras y algunos fusiles contra otros que les disparaban desde dentro de la prepa. Fernando simplemente me agarró del brazo: “nada de deja ver” y nos metimos en la colonia a buscar el domicilio de mi primo. Mucho en mi empezó a cambiar desde esa noche. 2008. Septiembre 15. 23:50. Revisando esta última entrega, el canal televisivo local emite un especial noticioso. Acaban de explotar dos granadas de alto poder entre la multitud congregada para la celebración de “El Grito”. Hablan de tres muertes y más de 50 heridos. ¿Narcos, sicarios, provocadores, policías, exjudiciales…? Ahora la gente está a dos fuegos. El noticiario continúa, muestra al Gobernador tañendo la campana. Solo se escucha la primera explosión, que ha sido confundida con el inicio de los juegos pirotécnicos. Abajo, en la calle y la Plaza un grupo de gente se agita. No se escucha si están gritando “¡Viva México!” o “¡nos están matando!”. La respuesta persiste, ondeando está en el viento.


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