Los últimos colores de la Amazonía

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LOS ÚLTIMOS COLORES DE LA

AMAZONIA



LOS ÚLTIMOS COLORES DE LA

AMAZONIA



Hola, mi nombre es Kuiyadá y te voy a contar una historia de la selva. Sí, de la selva que habitas, en la que estamos creciendo, tú, mi amigo y yo.... No te sorprendas… es un leopardo, y es él quien me ha enseñado las maravillas de este lugar sagrado que ahora está en peligro.


Tal vez no lo sabes, pero el bosque amazónico es enorme, cubre una gran parte de Suramérica, y tiene algo más de 5 millones de km2, que albergan innumerables especies vegetales, formaciones rocosas, lagunas, ríos gigantes, millones de especies de plantas, insectos, reptiles, aves, peces, mamíferos. En resumen, contiene una biodiversidad monumental y variada que es difícil de imaginar.


Por ejemplo, bajo la sombra de sus imponentes árboles viven el:

20%

Y el 25% de los medicamentos que salvan y curan las vidas de la gente en el planeta, se producen con las materias primas que este bosque genera. Y para que te sorprendas aún más, solo un porcentaje muy pequeño de sus plantas ha sido investigado. ¡Te imaginas que las investigaran todas!

de las especies de aves del mundo

50%

de las especies de plantas del mundo


El 20% del oxígeno que consumen los habitantes de la tierra proviene de sus árboles.

Sin embargo, toda esta riqueza está seriamente amenazada. Al día de hoy gran parte de la superficie en donde estaba el bosque amazónico ha sido destruido y de seguir las cosas así, en un máximo de 50 años el Amazonas habrá desaparecido y esto es desolador, no solo para los que habitamos aquí, sino para todos los seres humanos en el planeta.

El 20% del agua dulce del mundo, (indispensable para la vida) está en la cuenca del Amazonas.

Posee unas 3000 especies de frutas que solo se encuentran dentro de sus fronteras.


Mira: Un sólo árbol, con una copa de 20 metros de diámetro, puede liberar 1000 litros de agua al día a la atmósfera, que nutre, ¡lo creas o no! los “ríos voladores”, que alimentan las aguas de los mares y depositan esas aguas captadas en forma de lluvia y de humedad esparciéndola también sobre amplios territorios de diversos países de Suramérica. El río Amazonas, (el más caudaloso del mundo), aporta la quinta parte del agua que llega a los océanos. ¡Imagina eso!, ¡Maravilloso!


También más de 10.000 especies de las plantas que viven en este enorme ecosistema, poseen ingredientes para uso médico, alimenticio, industrial, cosmético, control de plagas y otros usos que aún se están investigando. Además, en estos territorios boscosos existen 420 pueblos indígenas que se comunican en 86 lenguas y 650 dialectos, ¡imagina la riqueza cultural y social que eso significa! No solo hablamos de variedad de especies de fauna y flora, hablamos de cientos de pueblos y costumbres que desaparecerían con la muerte del bosque.

En Suramérica nueve países contienen toda la belleza formidable del Amazonas: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú, Surinam, Guayana francesa y Venezuela son sus guardianes, responsables ante toda la humanidad de lo que pueda pasar a esta fuente de oxígeno, agua y bienes incontables.


Lamentablemente algo muy grave ha estado pasando a través de los años, con respecto a la existencia de la Amazonía. Se estima que, en total, se han perdido cerca de 1 millón de Km2 de su superficie (Un poco menos que toda la superficie continental de Colombia), por la intervención humana sobre este importante ecosistema, y en su gran mayoría, esta área se ha dirigido al establecimiento de pasturas para cría de ganado. Inicialmente la superficie de la Amazonía suramericana era algo más de 6.000.000 de Km2 y en la actualidad tan sólo perviven 5.000.000 de Km2.

Este fenómeno de deforestación viene creciendo de manera gigantesca, año a año, y se denuncia que, en los últimos 33 años, tan sólo en Brasil, han desaparecido 470.000 Km2.


Permíteme que te cuente algo que también debes saber: Los suelos amazónicos no son buenos para los cultivos industriales y la ganadería, contrario a lo que creen los pobladores llegados en los últimos años. La razón es que los suelos productivos de la Amazonía son una delgada capa de biomasa orgánica (20 centímetros), conformada principalmente por desechos (hojas, ramas, troncos en descomposición, frutos caídos, estiércol de los animales que allí viven o transitan) y millares de insectos y microorganismos que descomponen rápidamente todo ese material para que la vegetación en pie, pueda disponer de los nutrientes allí contenidos. Pero este material orgánico es escaso. Es equivocado pensar que bajo la tupida y gigantesca vegetación hay un suelo fértil, que puede ser utilizado en grandes extensiones de cultivos comerciales o industriales o simplemente ser transformado en pasturas para ganadería.


Cuando los hombres que creen que el suelo amazónico es muy fértil y rico en nutrientes, emprenden la tarea de tumbar o talar totalmente su cobertura de árboles y otras plantas, está rompiendo un equilibrio construido durante milenios y es la simbiosis existente entre el suelo y el bosque. El suelo descompone la materia orgánica, producida por el bosque ayudado por la temperatura y la humedad, y le ofrece estos nutrientes a la cobertura vegetal. El bosque aporta gran parte de los elementos que forman el suelo y protege al suelo de los efectos directos del clima.

Y además de que el bosque fue derribado, también es quemado para deshacerse de ese “chamicero” y “ramerío” para empezar a buscar esa “gran mina de oro” que es la “increíble fertilidad del suelo.”


Cuando el bosque es tumbado y quemado, desaparece como productor de suelo, y este tendrá que enfrentarse sólo a las condiciones climáticas, al pisoteo del ganado, a la extracción acelerada de nutrientes sin reposición, perdiendo todas las características que en algún momento llamaron la atención de personas que querían solucionar sus problemas económicos.

Pero digamos una verdad muy triste: En primer lugar, al quemar el bosque que se ha tumbado, también se quema parte del suelo, (la biomasa) que, como recordarás, está conformada por materia orgánica (hojas, ramas, troncos descompuestos etcétera). Entonces, desde un principio, parte de la supuesta “mina de oro”, se convierte en humo, que además libera mucho CO2 a la atmósfera y evapora las supuestas ganancias esperadas de la tierra, al paso que mata los insectos, microfauna y microorganismos que conforman el suelo.


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El bosque que antes crecía encima de esta pradera, que aportaba la biomasa para el suelo ya no está. El hombre lo ha tumbado para meter algunos cultivos (piña, sandía, caña, palma africana, maíz, arroz) o ganado. Y ese suelo, sin su gran amigo que era el bosque queda solo, expuesto a tres enormes problemas: 1. Los rayos directos del sol, matan los insectos, microfauna y otros organismos que habitan en la delgada capa orgánica y que necesitan de la cobertura arbórea que los proteja. 2. Las continuas lluvias caen directamente al suelo y por la escorrentía* van arrastrando las partículas del suelo contenidas en la capa orgánica, llevándolas a los caños, de allí a los ríos y de estos al mar, en donde no nos sirven para nada.

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3. Los vientos aflojan y trasladan también las partículas de la capa orgánica a otros sitios en donde el agua se los lleva a los caños, para que sigan su viaje hasta llegar a las costas (Atlántica brasilera y venezolana) a donde desembocan las aguas de las vertientes del Orinoco y Amazonas. ¡Allá se van nuestras tierras, pero nosotros las necesitamos aquí!


De esta forma, la única capa de suelo disponible se va perdiendo gradualmente. Lo que en principio creíamos que era una alternativa económica vemos como desaparece ante nuestros ojos. El suelo se hizo humo con las quemas (una parte), el resto fue lavado por las lluvias y arrastrado por el viento (otra parte), y lo poco que quedó fue absorbido por las pobres cosechas y el pasto para la ganadería (en buena medida). Al término de un tiempo el campesino se da cuenta que se ha quedado sin suelos y como también se tumban los árboles de los lechos de los ríos, sin respetar los treinta metros reglamentarios de los cursos de los caños y por ello, también se quedan estas tierras sin las preciosas aguas que son la vida de todo lo que allí habita.

Con la pérdida del bosque se perdió también la biodiversidad, La retención y regulación de las aguas desapareció al igual que la generación de “ríos voladores”. También desaparecieron miles de especies vegetales que seguramente podrían haber ofrecido solución a muchas de las enfermedades y afecciones del ser humano y se iniciaron procesos de cambio climático extremos (sequías, inundaciones, deshielo de los glaciares y casquetes polares, tormentas, incendios incontrolables). Estos efectos cada día serán más notorios y afectarán a toda la población mundial


¿Qué va a suceder con la Amazonía? Antes que nada, debemos entenderla como a un ser vivo que requiere de la ayuda de todos para sobrevivir. Necesitamos sus plantas, sus ríos, sus animales y ellos nos necesitan a nosotros. La razón es que somos un solo organismo. Cada árbol talado, cada especie de animal o planta que se extingue es una pérdida irreparable y un riesgo inminente para la continuidad de nuestra vida en la tierra. No entenderlo ahora, no cambiar nuestra actitud inmediatamente implica, dirigirnos al despeñadero como raza humana.

Seguramente, sin la presencia del ser humano sobre la tierra, el planeta volverá a florecer. Somos tan solo una especie de la que la tierra puede prescindir en cualquier momento, y aún así nos creemos los reyes de la creación. ¡Bajémonos de ese pedestal! Si no somos capaces de proteger y convivir con la madre tierra que nos provee lo que necesitamos, no merecemos llamarnos hijos de ella y estamos condenados a desaparecer. Podemos sumarnos al cambio, transformando primero nuestra manera de pensar, nuestra manera de hacer y de ser. El tiempo de la Amazonía y el nuestro es ahora, queda mucho por hacer para salvarla y de paso para prolongar nuestra vida en la tierra. Piensa distinto, comprométete, transforma radicalmente tus conductas y ayuda a otros a entender este mensaje.



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