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Mcal Eloy Ureta Montehermoso
from Militares del Bicentenario
by Alexander
Mariscal Eloy Ureta Montehermoso
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“Al agradecer a Ud., señor Presidente, sus nobles como generosas expresiones, permítame que evoque con cariño y admiración la figura de mis ilustres antecesores, aquellos soldados peruanos a quienes como yo, atendiendo a sus méritos, la Nación confiriera la alta investidura de Mariscal del Perú; y permitidme, también, que formule mis más fervientes votos por la grandeza y felicidad de nuestra querida patria y porque los Institutos Armados, a los que tengo el alto honor de pertenecer, se mantengan siempre a la altura de sus gloriosas e inmarcesibles tradiciones”. Discurso del mariscal Eloy Ureta. (16 de junio de 1946)
Un auditorio, entre autoridades y tropas en formación, escuchaban las últimas palabras en público del militar admirado por amigos y detractores. Había ganado una guerra, había hecho flamear la bandera del Perú fuera de sus límites y, sobre todo, había logrado que se firme por fin un tratado de límites, tantas veces esquivo. Era, en ese momento y sin lugar a dudas, el hombre más importante del país. Pocos imaginaban que menos de 20 años después, el hombre que recibía el preciado bastón de “Mariscal del Perú”, iba a apagar sus ojos.
Se encontraba en cénit de su vida y había sido aquella última etapa de su carrera la más intensa: apenas ascendido a general de brigada en 1941, se había trasladado a la frontera para tomar el mando del recientemente creado Agrupamiento Norte; una organización conjunta que haría frente a una de las campañas militares más exitosas en la historia de América Latina, en la siempre candente frontera con el Ecuador. Hasta ese momento, ese lugar de la patria se mantuvo a la expectativa de un escenario bélico, debido a las diferencias marcadas entre ambos estados. Tal como afirma la Comisión Permanente de Historia del Ejército.
Tras los hechos acaecidos en 1910, la posibilidad de solucionar los desacuerdos limítrofes con el Ecuador se hacía cada vez más lejanos. Todos los documentos firmados entre ambas naciones en el transcurso de tres décadas no tenían valor con el transcurrir del tiempo, ante el cíclico reclamo de soberanía territorial sobre Tumbes, Jaén y Maynas por parte de esa república.
Después de la victoria de 1941, la vida comenzó a correr a otra velocidad. En diciembre de ese año, sin siquiera completar un año como general de brigada, fue ascendido a general de división, permaneciendo al mando del Agrupamiento hasta fines de abril de 1942; cuando ya las tropas peruanas habían terminado de regresar de su periplo por la provincia ecuatoriana del Oro.
En el mes de mayo, fue designado Inspector General del Ejército (actualmente Comandante General del Ejército), cargo que ejerció hasta marzo de 1944, en que pasó a la situación de retiro, para poder presentarse como candidato a las elecciones presidenciales que se llevarían a cabo en junio del año siguiente. Si bien es cierto, no pudo ganar la justa democrática al doctor José Luis Bustamante y Rivero, un año después, fue investido con el bastón de mariscal. Fue el último oficial investido con ese galardón, hace exactamente 75 años.
la política de seguridad y defensa nacional, caracterizaron a este gobierno”
No solo se trató de una victoria
La campaña del Agrupamiento no solo fue una victoria de las armas al mando de Eloy Ureta. Se trató de una empresa ideada con anticipación en sus detalles más mínimos. Muestra la capacidad integrada de todos los componentes de unas Fuerzas Armadas modernas. Esto es muy palpable cuando se aprecia la anticipación con que se hicieron las adquisiciones de armamento, lo que incluyó la adquisición de tanques LTP 1, procedentes de Checoslovaquia y aviones para el Cuerpo de Aviación del Ejército, predecesor inmediato de nuestra Fuerza Aérea, y que participó con singular éxito de la guerra. Citando nuevamente a (CPHE, 2020, pág. 100):
“La intensificación de la instrucción, la motorización y mecanización de las fuerzas terrestres, la adquisición de blindados, aviones y buques de gran versatilidad y de última generación, así como la construcción de infraestructura para la guerra y de una red vial, sobre todo de aproximación a la frontera norte, con caminos vecinales en virtud de estudios realizados en los cursos de la Escuela Superior de Guerra, donde se analizaron probables Se trataba de unas Fuerzas Armadas completamente modernizadas. Si hacemos memoria, apenas dos años antes, las tropas alemanas habían invadido gran parte de Europa, utilizando el Blitzkrieg o “Guerra Relámpago” y, aunque las operaciones peruanas obviamente fueron de una dimensión menor en medios, queda claro que las concepciones operacionales y tácticas de los oficiales eran de las más modernas de ese momento.
Ureta era el reflejo de toda una generación que se instruyó bajo una institucionalidad respetable, con un enorme respeto por la ciencia, el conocimiento y la disciplina. Es notorio por los documentos actuales que la metodología de sus procedimientos era llevada con estándares muy elevados; con mucha más razón, si se tiene en cuenta los parámetros de primer mundo. Esta base se había construido con anterioridad y tuvo su epicentro en la necesidad nacional de definir de una vez por toda esa frontera donde la paz era esquiva y, por ende, donde el desarrollo no podía ser sostenible desde ningún punto de vista.
Para concluir, el legado de Ureta se basó en varios principios que pueden observarse en su trayectoria: respeto por los conocimientos, articulación del trabajo en equipo y una consolidación profesional que no era individual, sino generacional. Había, en esos momentos, en los Estados Mayores y en las unidades de maniobra, jóvenes oficiales que con los años se harían tanto o más acreedores del respeto, sea por sus capacidades, su liderazgo o su injerencia en los destinos de la República, como José del Carmen Marín, Carlos Miñano o Mendocilla o el propio Manuel A. Odría.