Del biodrama al biodharma Beatriz Camargo Perdí a mi madre cuando tenía once años. Entonces, comienzo este encuentro dando gracias a mi madre, porque se convirtió en mi maestra desde el momento en que desapareció de esta franja de percepción. Esta urgencia de hablar de la madre me llevó a sublimarla en la madre tierra, en la madre cósmica, en la matriz divina, en la fuente, encontrando lo femenino en todo lo que nos rodea y en nosotros mismos. Es decir, el Amor, y entonces, poder encontrar en cada hombre con quien me encuentro a una madre. La veo en todas partes. De eso se ha tratado este camino de creación dentro del Teatro Itinerante del Sol: me he convertido en voz de la madre tierra, matriz divina. El Teatro Itinerante del Sol nace de una máscara. La madre del Teatro Itinerante fue una máscara. En ese momento Bernardo Rey, que era mi alumno en la Escuela Nacional de Arte Dramático, se convirtió, él también, en mi maestro. El laboratorio que yo hacía con mis alumnos, ese año de 1982, con el tema de la máscara, hizo que dos almas se encontraran. La de él y la mía, para iniciar un camino: el Teatro Itinerante del Sol, que comienza a indagar sobre ese misterio de la máscara en la creación de un teatro ritual, de un teatro de las fuentes, de un teatro que fuera a las raíces y a las voces de la tierra. Esa primera máscara fue elaborada sobre el rostro de Francisco Martínez (que en paz descanse), actor del Teatro La Candelaria, quien llevaba en su sangre una fuerte ancestralidad africana. Comenzamos a utilizar esa primera máscara en muchas procesiones, porque el Teatro Itinerante del Sol comenzó a romper con el teatro de sala. Salimos, así, a las calles para hacer unas especies de rituales que homenajeaban al teatro mismo, a la deidad de la embriaguez creativa, a la deidad de la música y del teatro. Así comenzó
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