del Mulo, de la Segunda Fundación o de algo en lo que esté trabajando. Está lúcido como el cielo del espacio exterior. Sabe de lo que está hablando. Yo le creo. -Entonces, aún hay esperanzas. -Era casi una pregunta. -Yo..., yo no lo puedo asegurar. ¡Tal vez sí, tal vez no! Llevaré una pistola en lo sucesivo. -Tenía en la mano una diminuta arma de reluciente cañón-. Por si acaso, Torie, por si acaso. -¿De qué caso hablas? Bayta rió con un pequeño tono de histerismo. -No importa. Quizá yo también estoy un poco loca..., como Ebling Mis. En aquel momento, a Ebling Mis sólo le quedaban siete días de vida, y los siete días transcurrieron tranquilamente, uno tras otro. Toran sentía que había una especie de estupor en ellos. El calor y el sordo silencio le invadían y aletargaban. Todo lo que estaba vivo parecía haber perdido su poder de acción, convirtiéndose en un mar infinito de hibernación. Mis era una entidad oculta cuyo laborioso trabajo no producía nada y no se daba a conocer. Era como si viviese tras una barricada. Ni Toran ni Bayta podían verle. Sólo la misión de intermediario de Magnífico evidenciaba su existencia. Magnífico, silencioso y pensativo como nunca, iba y venía con bandejas de comida, andando de puntillas, como convenía al único testigo del reino de las penumbras. Bayta estaba cada vez más encerrada en sí misma. Su vivacidad se desvaneció, su segura eficiencia se tambaleaba. Ella también parecía preocupada y absorta, y en cierta ocasión Toran la sorprendió acariciando su pistola. Bayta la dejó en seguida, con una sonrisa forzada. -¿Qué estabas haciendo con ella, Bay? -La sostenía. ¿Acaso es un crimen? -Te vas a saltar tus necios sesos. -Si lo hago, no representará una gran pérdida. La vida conyugal había enseñado a Toran la futilidad de discutir con una mujer en un mal momento. Se encogió de hombros y se fue. El último día, Magnífico irrumpió sin aliento ante ellos. Les agarró, asustado. -El eximio doctor les llama. No se encuentra bien. Y no estaba bien. Se hallaba en el lecho, con los ojos extrañamente grandes y brillantes. -¡Ebling! -gritó Bayta. -Déjame hablar -masculló el psicólogo, incorporándose con esfuerzo y apoyándose sobre un codo-. Dejadme hablar. Estoy acabado; os lego mi trabajo. No he tomado notas, he destruido los números. Ninguna otra persona ha de saberlo. Todo debe grabarse en vuestras mentes. -Magnífico -dijo Bayta con brusca franqueza-, ¡vete arriba! De mala gana, el bufón se levantó y retrocedió un paso. Sus tristes ojos estaban fijos en Mis. Mis hizo un gesto débil. -El no importa; dejadle permanecer aquí. Quédate, Magnífico. El bufón volvió a sentarse con rapidez. Bayta miró al suelo. Lentamente, muy lentamente, se mordió el labio inferior. Mis dijo en un ronco susurro: -Estoy convencido de que la Segunda Fundación puede ganar, si no es atacada prematuramente por el Mulo. Se ha mantenido en secreto; este secreto debe guardarse; tiene un propósito. Debéis ir allí; vuestra información es vital.... puede cambiarlo todo. ¿Me escucháis? Toran gritó, casi con desesperación: -¡Sí, sí! Díganos cómo podremos llegar. ¡Ebling! ¿Dónde está? -Puedo decíroslo -murmuró la débil voz. Pero no consiguió hacerlo. Bayta, con el rostro lívido y hierático, levantó su pistola y disparó. El disparo resonó con fuerza en la habitación. Mis había desaparecido de la cintura para arriba, y en la pared del fondo había un agujero dentado. La pistola desintegradora cayó al suelo, al ser soltada por unos dedos entumecidos.
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