Isaac Asimov. Fundación e imperio.

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inútil con enorme derroche de energía... y todo por un minúsculo mundo abandonado que un hombre lógico no consideraría digno de un solo disparo. Sin embargo, el general no es ilógico, antes al contrarío, yo diría que es extremadamente inteligente. ¿Me sigue usted? -No muy bien, señor. El secretario inspeccionó sus uñas y continuó: -Pues escúcheme con atención. El general no malgastaría hombres y naves en una estéril hazaña gloriosa. Sé que habla de gloria y de honor imperial, pero es evidente que se trata tan sólo de la imborrable sensación de ser uno de los insufribles semidioses de la Era Heroica. Aquí hay algo más que gloria, y, además, se preocupa por usted de un modo extraño e innecesario. Si usted fuese mi prisionero y me dijera tan pocas cosas útiles como las que ha estado diciendo hasta ahora, le abriría el abdomen y le estrangularía con sus propios intestinos. Devers permaneció impasible. Dirigió la mirada al primero de los matones del secretario, y después al otro. Estaban dispuestos, ansiosamente dispuestos, para cualquier contingencia. El secretario sonrió. -Ya veo que es un diablo silencioso. Según el general, ni siquiera la sonda psíquica le causó efecto, y esto fue un error por parte de él, pues me convenció de que nuestro joven portento militar estaba mintiendo. -Parecía de excelente humor-. Mi honrado comerciante -dijo-, yo tengo una sonda psíquica propia que tal vez sea particularmente adecuada para usted. ¿Ve esto? Entre el pulgar y el índice sostuvo con negligencia unos rectángulos rosados y amarillos, de intrincado diseño, cuya identidad resultaba obvia. Devers así lo expresó. -Parece dinero -dijo. -Y lo es; el mejor dinero del Imperio, porque tiene la garantía de mis dominios, que son más extensos que los del propio Emperador. Cien mil créditos. ¡Todos aquí, entre dos dedos! ¡Y son suyos! -¿A cambio de qué, señor? Soy un buen negociante, pero todos los negocios tienen dos partes. -¿A cambio de qué? ¡De la verdad! ¿Qué persigue el general? ¿Por qué pretende librar esa guerra? Lathan Devers suspiró y se alisó pensativamente la barba. -¿Qué persigue? -Sus ojos seguían los movimientos de las manos del secretario mientras contaba lentamente el dinero, billete tras billete-. En una palabra, el Imperio. -¡Hum! ¡Qué ordinariez! Al final siempre es lo mismo. Pero ¿cómo? ¿Cuál es el camino que lleva desde el extremo de la Galaxia hasta la cumbre del Imperio? -La Fundación -dijo Devers con amargura- tiene sus secretos. Posee libro,, libros antiguos, tan antiguos que su lenguaje sólo es comprendido por unos cuantos hombres importantes. Pero los secretos están envueltos por el ritual y la religión, y nadie puede utilizarlos. Yo lo intenté, y ahora estoy aquí... y allí me espera una sentencia de muerte. -Comprendo. ¿Y esos antiguos secretos? Vamos, por cien mil créditos merezco que se me den hasta los más íntimos detalles. -La transmutación de los elementos -dijo Devers con brevedad. El secretario entrecerró los ojos y perdió algo de su frialdad. -Tengo entendido que la transmutación práctica es imposible, según las leyes de la atomística. -En efecto, si se usan fuerzas atómicas. Pero los Antiguos eran muy listos. Existen fuentes de energía más poderosas que los átomos. Si la Fundación usara esas fuentes, como yo sugerí... Devers sintió una suave e insinuante sensación en el estómago. El anzuelo se balanceaba, el pez lo estaba rondando. El secretario dijo de repente: -Continúe. Estoy seguro de que el general sabe todo esto. Pero ¿qué se propone hacer cuando termine esta guerra de opereta? Devers mantuvo su voz firme como una roca. -Con la transmutación controlará . a economía de todo su Imperio. Los yacimientos de minerales no valdrán nada cuando. Riose pueda obtener tungsteno del aluminio e iridio del hierro. Todo el sistema de producción basado en la escasez de ciertos elementos y la abundancia de otros quedará totalmente superado. Se producirá la mayor catástrofe que jamás haya visto el Imperio, y solamente Riose podrá detenerla. Además, está la cuestión de esta nueva energía que

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