-Pero es que el Emperador está indispuesto, caballeros. Es realmente inútil llevar este asunto a mi superior. Hace una semana que Su Majestad Imperial no concede audiencias. -A nosotros nos recibirá -dijo Barr, fingiendo una total confianza-. Sólo se trata de ver a un miembro del personal del secretario privado. -Imposible -dijo categóricamente el delegado-. Intentarlo me costaría el puesto. Ahora bien, si pueden ser más explícitos en relación con la naturaleza de su gestión, estoy dispuesto a ayudarles, pero, compréndanlo, necesito algo más concreto, algo que pueda presentar a mi superior como una razón de suficiente importancia como para llevar el asunto adelante. -Si mi gestión pudiera ser sometida a alguna autoridad inferior -sugirió Barr con suavidad-, no sería tan importante como para pedir audiencia a Su Majestad Imperial. Le propongo que se arriesgue. Puedo decirle que si Su Majestad Imperial concede a nuestro asunto la importancia que nosotros le garantizamos que tiene, usted recibirá los honores que sin duda merecerá si nos ayuda ahora. -Sí, pero... -y el delegado se encogió de hombros. -Es un riesgo -convino Barr-, pero, como es natural, todo riesgo tiene sus compensaciones. Le estamos pidiendo un gran favor, pero ya nos sentimos extremadamente agradecidos por su bondad al concedernos la oportunidad de explicarle nuestro problema. Si nos permite expresar nuestra gratitud modestamente... Devers frunció el ceño. Durante el mes anterior había oído este mismo discurso, con ligeras variaciones, lo menos veinte veces. Terminaba siempre con la rápida aparición del oculto fajo de billetes. Pero esta vez el epílogo fue diferente. Por regla general los billetes desaparecían inmediatamente, pero en aquella ocasión permanecieron a la vista mientras el delegado los contaba con lentitud, al tiempo que los inspeccionaba por ambos lados. En su voz se advirtió un pequeño cambio -Garantizados por el secretario privado, ¿eh? ¡Buen dinero! -Volviendo al tema... -acosó Barr. -No, espere -le interrumpió el delegado-, lo reanudaremos poco a poco. Estoy muy interesado en la naturaleza de su gestión. Este dinero es nuevo, y deben de tener mucho, pues se me ocurre que ya han visto a otros funcionarios antes que a mí. Veamos, ¿de qué se trata? -No comprendo adónde quiere ir a parar -dijo Barr. -Pues verá, podría probarse que están ustedes en el planeta ilegalmente, puesto que las tarjetas de identificación y entrada de su silencioso amigo son realmente inadecuadas. No es súbdito del Emperador. -Niego esta afirmación. -¡No importa lo que usted haga! -dijo el delegado con repentina brusquedad-. El funcionario que firmó las tarjetas por la suma de cien créditos ha confesado, bajo presión, y sabemos más de lo que ustedes creen. -Si está insinuando, señor, que la suma que le hemos rogado que acepte es insuficiente frente a los riesgos... El delegado sonrió. -Por el contrario, es más que suficiente. -Echó los billetes a un lado-. Volviendo a lo que decía, el propio Emperador está interesado en su caso. ¿No es cierto, señores, que hace poco fueron huéspedes del general Riose? ¿No es cierto también que han escapado de las manos de su ejército con asombrosa facilidad? ¿No es cierto además que poseen una fortuna en billetes garantizados por los dominios del señor Brodrig? En suma, ¿no es cierto que son un par de espías y asesinos enviados aquí para...? Bien, ¡usted mismo nos dirá quién les pagó y por qué! -¿Sabe una cosa? -dijo Barr con ira contenida-. Niego el derecho de acusarnos de crímenes a un insignificante funcionario. Nos vamos. -No se irán. -El delegado se levantó, visiblemente transformado-. No es necesario que contesten a ninguna pregunta ahora; lo reservaremos para otro momento más indicado. Yo no soy un delegado; soy un teniente de la policía imperial. Están arrestados. Empuñaba un reluciente lanzarrayos cuando sonrió y dijo: -Hoy hemos detenido a hombres más importantes que ustedes. Estamos desarticulando una red de espionaje.
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