dirigente sólo conoce una ley: no cambiar. ¡El despotismo! Sólo conoce una regla: la fuerza. ¡La mala distribución! Sólo conoce un deseo: conservar lo que tiene. -¡¡Mientras otros mueren de hambre!! -vociferó de repente Fran dando un potente golpe de su puño contra el brazo de su sillón-. Muchacha, tus palabras son perlas. Sus bolsas llenas arruinan a la Fundación, mientras los valientes comerciantes ocultan su pobreza en mundos remotos como Haven. Es un insulto. a Seldon, una bofetada a su rostro, un salivazo a su barba. -Levantó el brazo, y su faz se alargó-. ¡Si tuviera mi otro brazo! ¡Si cierto día me hubieran escuchado! -Papá -dijo Toran-, no te exaltes. -¡No te exaltes, no te exaltes! -le imitó ferozmente su padre--. ¡Viviremos y moriremos aquí para siempre, y tú dices que no me exalte! -Tu Fran es nuestro moderno Lathan Devers -dijo Randu, gesticulando con su pipa-. Devers murió en las minas de esclavos hace ochenta años, junto con el bisabuelo de tu marido, porque le faltaba sabiduría y le sobraba corazón... -Sí, y por la Galaxia que yo haría lo mismo si fuera él -juró Fran-. Devers fue el más grande comerciante de la historia, más grande que el inflado charlatán de Mallow, a quien los de la Fundación rinden culto. Si los asesinos que gobiernan la Fundación lo mataron porque amaba la justicia, tanto mayor es la deuda de sangre que han contraído. -Continúa, muchacha -pidió Randu-. Continúa o seguro que hablará toda la noche y desvariará todo mañana. -Ya no queda nada por decir -repuso Bayta con repentina tristeza-. Ha de haber una crisis, pero ignoro cómo será provocada. Las fuerzas progresistas de la Fundación están oprimidas de modo terrible. Ustedes, los comerciantes, pueden tener voluntad, pero son perseguidos y están dispersos. Si todas las fuerzas de buena voluntad de dentro y fuera de la Fundación se unieran... La risa de Fran sonó como una ronca burla. -Escúchala, Randu, escúchala. De dentro y fuera de la Fundación, ha dicho. Muchacha, muchacha, no hay esperanza que valga en lo que se refiere a los débiles de la Fundación. Hay entre ellos algunos que empuñan el látigo, y el resto sufre los latigazos... hasta morir. No queda en todos ellos ni una maldita chispa que les permita enfrentarse a un solo buen comerciante. Los intentos de interrupción de Bayta se estrellaban contra aquel torrente de palabras. Toran se inclinó sobre ella y le tapó la boca con la mano. -Papá -dijo fríamente-, tú nunca has estado en la Fundación. No sabes nada de ella. Yo te digo que la resistencia es allí valiente y osada. Podría decirte que Bayta era uno de ellos... -Muy bien, muchacho, no te ofendas. Dime, ¿por qué te has enfadado? -Estaba evidentemente confuso. Toran prosiguió con fervor: -Tu problema, papá, es que tienes un punto de vista provinciano. Crees que porque algunos cientos de miles de comerciantes se ocultan en los agujeros de un planeta abandonado del confín más remoto, constituyen un gran pueblo. Es cierto que cualquier recaudador de impuestos de la Fundación que llega hasta aquí ya no regresa jamás, pero esto es heroísmo barato. ¿Qué haríais si la Fundación enviara una flota? -Los barreríamos -replicó Fran. -O seríais barridos... y la balanza seguiría a su favor. Os superan en número, en armas, en organización, y os enteraréis de ello en cuanto la Fundación lo crea conveniente. Así que haríais bien en buscar aliados... en la Fundación misma, si podéis. -Randu -dijo Fran, mirando a su hermano como un gran toro indefenso. Randu se quitó la pipa de entre los labios. -El muchacho tiene razón, Fran. Cuando escuches la voz de tu interior sabrás que la tiene. Es una voz incómoda, y por eso la ahogas con tus gritos. Pero sigue existiendo. Toran, voy a decirte por qué he iniciado esta conversación. Chupó pensativamente su pipa durante un rato; luego la introdujo en el cuello de la cubeta, esperó el silencioso relámpago y la extrajo ya limpia. La llenó de nuevo lentamente, con precisos golpeteos de su dedo meñique. Entonces dijo:
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