ISSN 1900-9623
Número 17
Abril de 2018
Argumentar la paz: El papel de la educación en tiempos de posconflicto
Seis veces Para el fuego Juan Restrepo Fernández (Montenegro, 1930 - 2012)
Revista de los estudiantes de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana • Universidad del Quindío (Armenia, Colombia)
Número 17 José Fernando Echeverry Murillo Rector Facultad de Educación Angelmiro Galindo Martínez Decano
Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana Con acreditación de alta calidad Resolución 13935 de 2013 del Ministerio de Educación Nacional Juan Manuel Acevedo Carvajal Director Polilla, Revista literaria ISSN 1900-9623 Número 17 Abril de 2018 Revista de los estudiantes de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana Universidad del Quindío (Armenia, Colombia) Directora Angely Viveros Moreno Comité Editorial Yalud Daniela López Giovanny Santos Castañeda María Alejandra Ovalle Natalia Castañeda Cuervo Carlos Eduardo Jaramillo Rubio Camilo Andrés Cardona Páez Angie Daniela Ruiz Alejandro Patiño Cardona Angie Tatiana Gutiérrez Ospina Coordinador del proyecto Carlos Alberto Castrillón Contacto polillaliteraria@gmail.com http://revistapolilla.blogspot.com/
Abril de 2018
Contenido Juan David Zambrano-Valencia Edwin Leandro Parra Hoyos Argumentar la paz. El papel de la educación en tiempos de posconflicto
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Natalia Castañeda Cuervo Educación: Vía de no retorno a la guerra
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Mathilde Louise Bruzat El papel primordial de la educación en la paz
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Marlly Lorena Ocampo Hoyos Cuando los tratamientos habituales fallan
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Diana Montoya La educación en el posconflicto
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Carlos Eduardo Jaramillo Rubio La reconciliación como espíritu de la paz: una apuesta de la educación
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Kárem Belén Rendón Baquero Somos la paz que nos enseñan
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Andrés Felipe Pérez Álvarez Colombia se gobierna en familia
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Para el fuego, de Juan Restrepo Fernández
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Seis veces Para el fuego
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Carlos Alberto Castrillón Recuerdo de Juan Restrepo
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Poemas de Juan Restrepo
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Cada autor es responsable del contenido de su texto. El Comité Editorial de la revista Polilla no asume responsabilidad sobre interpretaciones, opiniones y enfoques expresados en los trabajos publicados, ni estos representan el pensamiento o la interpretación de la Universidad del Quindío, la Licenciatura en Español y Literatura o el Comité Editorial.
Argumentar la paz El papel de la educación en tiempos de posconflicto Este número especial de la revista Polilla reúne un conjunto de textos producto del espacio académico Didáctica de los textos argumentativos (V semestre) de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana, en el que se propuso disertar sobre el papel de la educación en el contexto de la paz. El trabajo desarrollado en dicha asignatura se enmarcó en la investigación Enseñanza y aprendizaje de la competencia escrita en dos asignaturas del currículo de español y literatura: implicaciones en la formación del profesorado, del grupo de Investigación en Didáctica de la Lengua y la Literatura (DiLeMa), cuyo objetivo general fue optimizar los procesos de enseñanza y aprendizaje de la competencia escrita de los estudiantes de la asignatura antes mencionada y de Didáctica de la comprensión y producción de textos funcionales (IX semestre), quienes serán formadores del proceso escritural en el aula. El lector encontrará seis ensayos y un relato. El primero de ellos, «Educación: vía de no retorno a la guerra» de Natalia Castañeda Cuervo, se orienta por una relación entre educación y conflicto para reflexionar sobre la construcción del ser y sugerir una mirada holística de los sucesos más representativos de la violencia colombiana en su marco histórico. Mathilde Louise Bruzat en «El papel primordial de la educación en la paz», confiere relevancia a la calidad de la enseñanza de un país y su ejercicio de convivencia social como ejes articuladores para tiempos de posconflicto. Marlly Lorena Ocampo Hoyos en el ensayo «Cuando los tratamientos habituales fallan» nos enseña que la educación en derechos humanos resulta una alternativa determinante para desarrollar desde su génesis los valores de la paz. Por su parte, Diana Montoya en «La educación en el posconflicto», erige una reflexión interesante sobre este tema crucial de la agenda nacional mediante una cadena de preguntas clave: “¿Es la cultura un resultante del sistema educativo? ¿Para qué es la educación? ¿Cómo puede la educación ayudar a acabar con la desigualdad, la exclusión y la polarización? ¿Cuál es el rol de la educación en la construcción de la paz? ¿Cuáles son sus principales obstáculos en este escenario? y ¿cuáles son sus oportunidades?”. En el mismo sentido, Carlos Eduardo Jaramillo Rubio en su ensayo «La reconciliación como espíritu de la paz: una apuesta de la educación», entiende el diálogo entre opuestos como un principio concluyente para la paz, que conviene estimular en la escena educativa desde diversos ángulos. Kárem Belén Rendón Baquero en «Somos la paz que nos enseñan», nos recuerda una de las famosas tesis de Estanislao Zuleta (2015) sobre la guerra: “solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”, pues a la autora le inquieta el grado de percepción de los colombianos frente a la paz, sus avatares y desafíos. Finalmente, Andrés Felipe Pérez Álvarez, rompiendo con la linealidad estructural de los textos antes mencionados, desarrolla un diálogo irónico, conjugado con el sarcasmo, entre personajes controversiales del panorama político nacional, en un relato titulado «Colombia se gobierna en familia». Cerramos esta breve introducción convencidos de que sus cerebros serán tocados por estos siete textos que, sin duda, caldean una de las discusiones de mayor trascendencia en la vida social de Colombia y que supone el reto más destacado de los últimos lustros: la paz; y, por otro lado, reiteran el poder de la escritura, que hace unos años Clarice Lispector (2016) advirtiera: “Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba”. Juan David Zambrano-Valencia Edwin Leandro Parra Hoyos
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Norbey Moncada. En-seres
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Educación: Vía de no retorno a la guerra Natalia Castañeda Cuervo Introducción Carlos Rojas (2012), interpretando a Platón, define la educación como “el proceso que permite al hombre tomar conciencia de la existencia de otra realidad, y más plena, a la que está llamado, de la que procede y hacia la que se dirige”. Aquí, cabe la posibilidad de plantearse la educación como una vía de no retorno puesto que esta edifica la construcción del ser y permite situarse objetivamente y de forma holística en los sucesos más representativos que ha marcado la violencia en toda la historia del país. Lo anterior será abordado a partir de los siguientes textos: ¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad, “Capítulo VIII: La cultura de la paz en la escuela”, “Fecode cincuenta años: una historia en defensa de la educación pública”, “La metáfora de la sociedad enferma” y “La educación, un campo de combate”. Para lograr un mayor acercamiento a lo anteriormente planteado, se pretende ubicar la historia del conflicto, el porqué de sus inicios y sus implicaciones en todo el territorio nacional; además, entender la educación como elemento transversal en toda la historia del conflicto colombiano. Desde hace 52 años, el pueblo colombiano ha tenido que soportar violencia, desplazamiento forzado, asesinatos bélicos, millones de desaparecidos, secuestrados, víctimas de reclutamiento y cultivos ilegales que alimentan la fractura social, cultural, política y económica del país. El Grupo de Memoria Histórica (GMH)1 compila lo anterior en cuatro periodos evolutivos del conflicto armado de la siguiente manera: El primer periodo (1958-1982) marca la transición de la violencia bipartidista a la subversiva […]. El segundo periodo (1982-1996) se distingue por la proyección política, expansión territorial y crecimiento militar de las guerrillas […] El tercer periodo (1996-2005) marca el umbral de recrudecimiento del conflicto armado. […] El cuarto periodo (2005-2012) marca el reacomodo del conflicto armado. Se distingue por una ofensiva militar del Estado que alcanzó su máximo grado de eficiencia en la acción contrainsurgente, debilitando pero no doblegando la guerrilla, que incluso se reacomodó militarmente (GMH, 2013: 111).
La cita anterior da pie a un análisis más profundo del conflicto que no convoca el presente texto. No obstante, teniendo en cuenta el primer periodo del mismo, es conveniente, a grandes rasgos, hacer un paralelo entre los inicios del conflicto interno del país con el papel de la educación y los factores más relevantes de la misma, con el fin de comprender así las dinámicas implícitas entre guerra y educación. Posteriormente, se tratará de sustentar por qué educar para la paz, la importancia de enseñar el diálogo como guía de construcción de visiones netamente individuales, en las que se pueda respetar al otro y entender que ese otro hace parte de mi entorno. Lo anterior podría fortalecer las formas de educar a la primera infancia. Peripecias del conflicto Las raíces del conflicto subyacen en la ideología de un pueblo doblegado por un Estado influenciado por la “filosofía del enemigo interno”. De igual modo, se hace necesario comprender que el conflicto no solo ha sido armado. Se debe conocer que junto a este también ha existido un conflicto en la educación y las políticas de gobierno que rigen los estándares educativos. Esta otra parte del conflicto ha sido representada por Fecode El GMH es coordinado por el abogado y filósofo Gonzalo Sánchez y por la trabajadora social Martha Bello, junto con un destacado grupo de investigadores y especialistas quienes se encargaron de realizar el informe que presenta un estudio de las causas, dinámicas, consecuencias, transformaciones y continuidades del conflicto armado, compilado en ¡Basta ya! 1
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(Federación Colombiana de Educadores), que ha luchado principalmente por la autonomía de la educación; su lucha, igual que la del conflicto armado, suma más de medio siglo. Mientras se agudizaba el conflicto de las guerrillas con el Estado, los maestros se organizaban para fundar Fecode, que se convierte en el abanderado de la educación pública. La lucha comprende una búsqueda de mejores condiciones laborales para el magisterio. Sumado a esto, los integrantes de la federación intentan cambiar los modelos obsoletos que dirigen la educación del país. La lucha de ideologías entre el Estado y los grupos al margen de la ley se ha permeado en todos los lugares del país; los colombianos sufren las consecuencias de las disputas por el poder. Aquí se entiende la estrategia de ambas partes, tanto el Estado como los grupos armados utilizan al pueblo para justificar su guerra; de igual forma, son manipulados como armas para atacar a su enemigo y de este modo expresar la severidad de ambos lados, siendo asesinados, maltratados, desplazados, etc. Según el GMH: “El conflicto ha causado la muerte de aproximadamente 220.000 personas entre el 1 de enero de 1958 y el 31 de diciembre de 2012” (GMH, 2013: 31). Por todo esto, es indispensable considerar la educación como eje fundamental que contribuye a la formación integral de individuos inmersos en una sociedad; es necesario direccionarla hacia una adquisición de conciencia de la memoria histórica porque implica la reconstrucción de la convivencia pacífica en las minorías, el conocimiento del problema y el fomento de la no repetición. Ahora bien, es conveniente conocer a todos los actores del conflicto, expandir la visión para generar una posición crítica fundamentada en la misma historia, pues tras medio siglo de guerra se observa que la educación se ha quedado al margen, parcializando su campo de acción. ¿Por qué educar para la paz? Antes de desplegar un argumento que responda a esta pregunta, se hace menester considerar las posibles disidencias acerca de la paz. Estas disidencias pueden estar ligadas a las concepciones de paz o a la condición humana. Entre las definiciones existentes está la paz negativa; desde esta perspectiva, se encuentra la definición de Grasa retomada por Aguilar y Castañón (2013: 73), quienes afirman que la paz es: “La ausencia de violencia, la guerra interior y exterior, que presupone un aparato militar que garantice el orden y armonía interior, que aleje al enemigo exterior y que reconozca el respeto
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a la ley y al orden, tal y como han sido definidos por las autoridades de la sociedad”. Si se entiende la paz desde dicha perspectiva, se puede demandar el papel que desempeña la educación ya que esta no podría amplificar el campo de acción de la paz y no estaría ligado al ser sino a la guerra. Esto se explica en el hecho de que la ausencia del conflicto armado supondría un estado de paz que solo dependería de las fuerzas militares y el Gobierno, como bien lo explica Grasa (1998): “la paz negativa no presupone la justicia, no critica la violencia estructural, por lo que no es cuestión de los educadores sino deber del Estado”. Por otra parte, al adentrarse en el campo de la condición humana puede observarse que a través de la historia de los seres humanos la guerra ha sido transversal; la naturaleza del hombre lo lleva a ser violento cuando está inmerso en un grupo social. Sandra del Peral García (2005: 70) explica que Rousseau percibe que “La naturaleza original del hombre es buena, la corrupción la produce la sociedad [...] para regenerar al hombre hay que librarle de las limitaciones arbitrariamente impuestas por la sociedad de forma que la bondad natural del individuo pueda manifestarse”. Desde tal perspectiva, es casi imposible concebir la paz, ya que el hombre al ser un sujeto social está permeado por la corrupción de la misma sociedad, la cual lo lleva a estar en conflicto con sus pares e imponerse ante ellos. Rousseau en sus postulados ejemplifica lo anterior con una creación que sirve como objeto de estudio, lo llama Emilio, y este sirve para ratificar que el hombre es violento debido a que ha sido permeado por las normas sociales; menciona que Emilio en su entorno natural, estará tan libre como él lo permita y solo será controlado por sus limitaciones. En este punto, no ha tenido contacto con sujetos inmersos en una sociedad; inmediatamente comienza el proceso de socialización, este termina por adquirir pautas de comportamiento que pueden afectar sus acciones, ya sea para que realice conductas catalogadas como buenas o malas. Lo dicho anteriormente es un llamado a la reconfiguración de la educación, a la edificación del concepto de paz, a la formación de hombres inmersos en una sociedad fluctuante. La figura de la educación no debe estar direccionada a la acumulación de diferentes nociones sobre campos desconocidos. Debido a esto, la misión de la educación es forjar el camino para la paz, en el que se pueda modificar el pensamiento, y se utilice la educación como medio socializador que logre reconstruir las visiones que se tienen de la guerra. Pues como plantea Galtung (2008):
que dichas problemáticas no transgreden implícitamente al ser individual. Ejercicio del poder: individuo como miembro de la sociedad En “La metáfora de la sociedad enferma” Francisco Delich esboza un diagnóstico sobre los males de la sociedad, afirma que: La sociedad estaba enferma de gravedad. Para algunos la enfermedad era el orden que combatían, fundado en privilegios, consumo ostentoso y pobreza. Para otros era el desorden, la movilidad social, la contestación generalizada. Para unos y otros la sociedad estaba enferma y coincidían en que ella no podía curarse por sí sola. Unos y otros acordaban llamar al cirujano: la disputa era por el bisturí (1983: 1).
Noe Ge La paz no es lo contrario de la guerra sino la ausencia de violencia estructural, la armonía del ser humano consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. La paz no es una meta utópica, es un proceso. No supone un rechazo del conflicto, al contrario, hay que aprender a afrontar los conflictos y a resolverlos de forma pacífica y justa.
Entendiendo esto, es fundamental humanizar desde la infancia porque los niños son terrenos fértiles en los que se pueden fecundar nuevas perspectivas para afrontar las realidades y las consecuencias de los sucesos históricos que los anteceden; además, está tan naturalizada la guerra que se acepta como una realidad infestada de odio hacia los otros y para los que fomentan la guerra, en la que el perdón no es una alternativa. Con lo anterior, cabe resaltar la posición de Savater, estudiada por Jorge Tulio Llamas ante la enseñanza de los valores (2002: 137): “Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir bien, humanamente bien”. Con esta idea es primordial comprender que no se puede ignorar lo que está alrededor, como ciudadanos debemos atender a nuestra responsabilidad dentro de las lógicas del conflicto. No se puede quitar la vista de las problemáticas que afectan a los otros solo por-
Comparando este diagnóstico con la situación de la sociedad colombiana contemporánea, la enfermedad que acongoja a los ciudadanos es la sed de poder que mantienen los gobiernos y los grupos al margen de la ley, que tras su disputa han desangrado al pueblo. Durante las luchas se han desdibujado las ideologías primeras que se concebían en pro de la sociedad y han primado los intereses particulares, lo cual ha dejado de lado la importancia de la educación como uno de los elementos que constituyen el antídoto que será entendido como la paz. En el afán de proporcionar la cura, el gobierno aparece como un ser mesiánico que dice cómo, cuándo y dónde suministrar el tratamiento, pero en este afán se obvian los componentes del mismo (entiéndase la educación, la economía, la cultura) y se genera al pueblo un suplicio de los síntomas. Bien lo explica Delich cuando menciona: También el tratamiento sabe a ejército. La radioterapia usa las metáforas de la guerra aérea: se bombardea el paciente con rayos tóxicos. Y la quimioterapia es una guerra química en la que se utilizan venenos. El tratamiento apunta a matar las células cancerosas (dentro de lo posible sin matar al paciente.) […] Es imposible no dañar o destruir las células sanas […], pero se considera justificado casi cualquier daño acarreado al cuerpo si con ello se consigue salvar la vida del paciente (1983: 1).
Aquí cabe mencionar que cada actor del conflicto (incluyendo al gobierno) considera a su adversario como el cáncer y se ve a sí mismo como el terapeuta y esta problemática deja al pueblo en un limbo porque cada uno diagnostica diferente. En esta lógica, los pacientes están más que limitados, sumirse a una de las terapias compromete su integridad frente a los demás. En este orden de ideas y en
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correspondencia con la realidad que vive el país, “la violencia contra la población civil es siempre justificada. Esto se debe a que, para ellos, la población es señalada como una prolongación del enemigo” (GMH, 2013: 38). Conviene señalar que el pueblo ha sido diagnosticado tanto por el estado como por los grupos alzados en armas, esto ha dejado a la población a la deriva porque no existen otras alternativas diferentes; es por esto que se hace indispensable asumir el papel que tiene la educación para encaminar a las nuevas generaciones a una construcción de visiones ligadas al entorno en el que se desenvuelven. Así pues, la enseñanza bien direccionada comprende la esencia de todo proceso de aprendizaje. Para la construcción de un camino: Paz con filosofía Este ensayo es como una casa, desde ella, cuando se abren sus ventanas se pueden ver otros paisajes; es por esto que más que concluir los temas abordados se extienden las posibilidades a nuevos estudios y debates en torno a la paz. Ahora bien, en relación con la idea de plantear la educación como una vía de no retorno al conflicto, se da paso al cierre de este ejercicio de lectura y escritura con Estanislao Zuleta, quien afirma que uno de los problemas de la educación es que se enseña sin filosofía, de ahí que el conflicto se haya mantenido por más de medio siglo. El hombre es un ser racional; por ende, la educación está llamada a ser racional, en palabras de Zuleta (1985: 8): Una educación filosófica no podría probablemente ser del todo reprimida como ocurre con la educación actual cuando el niño sale del colegio y, sobre todo, estaría contra todo aquello que en nuestro sistema es deshumanizante. Si en un programa educativo se le diera un amplio margen a la filosofía así entendida1, así como a las posibilidades y deseos de quienes la reciben, se dificultaría seguramente crear buenos funcionarios, pero probablemente se construiría la posibilidad de formar gentes que luchen por un tipo de sociedad en la que valga la pena vivir y valga la pena estudiar.
Sería ideal atender a una educación filosófica como lo menciona Zuleta, así se podría estar más Zuleta entiende por filosofía: “la posibilidad de pensar las cosas, de hacer preguntas, de ver contradicciones […] Es un filósofo el hombre que quiere saber; el hombre que aspira a que el saber sea la realización de su ser; el hombre que quiere saber por qué hace algo, para qué lo hace, para quién lo hace; el hombre que tiene una exigencia de autonomía”. 1
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cerca de la construcción de una conciencia colectiva tanto de los actores del conflicto como del pueblo y sus gobernantes, esta es la vía del no retorno. Con esto, se busca ampliar el concepto de educación implantado y reformular el papel crítico que debería abanderar los procesos de formación en los niños; de igual forma, es el maestro un puente para conectar la aceptación de los otros por medio del diálogo, en las dinámicas que se tejen entre escuela y contexto. Resulta importante que se recalque en los estudiantes la figura del diálogo, ya que no solo permite compartir visones de mundo individuales, sino que también es una herramienta para la edificación de nuevos procesos educativos en los que se pueda contemplar a los otros como parte esencial del proceso y de esta manera poder reconocer las implicaciones sociales, económicas y culturales que ha dejado la guerra en cada uno de los colombianos por más de medio siglo.
Referencias Aguilar, Alejandra y Castañón, Natalia (2013). “Una visión sobre la educación para la paz”. Una cultura para la paz. Almanaque, (3): 72-74. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4749026.pdf Del Peral García, Sandra (2005). “Rousseau y el buen salvaje”. Aldadis.net, La revista de educación, (7): 1-2. Recuperado de http://www.aldadis.net/revista7/ documentos/sandra05.pdf Delich, Francisco (1983). “La metáfora de la sociedad enferma”. Crítica & Utopía 1, (10,11): 1-2. Recuperado de http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/ libros/critica/nro10-11/DELICH.pdf Galtung, Johan (2008). “La paz positiva y la paz negativa”. Yo político. Recuperado de http://yopolitico. blogspot.com.co/2008/10/la-paz-positiva-y-paznegativa.html Grupo de Memoria Histórica (2013). ¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional. Llamas, Jorge (2002). Escuela y cultura. Bogotá: Alejandría Libros Ltda. Ocampo, José (2009). “Fecode, cincuenta años: una historia en defensa de la educación pública”. Revista Educación y Cultura, (82). Recuperado de http:// www.moir.org.co/Fecode-cincuenta-anos-una-historia.html Rojas Osorio, Carlos (2012). “Platón y la educación del individuo”. Historiarte, curiosidades de la historia y el arte. Recuperado de http://www.ihistoriarte. com/2013/10/platon-y-la-educacion-del-individuo/ Suárez, Hernán y Valencia, Alberto (1995). “La educación, un campo de combate”. Recuperado de https:// rednelhuila.files.wordpress.com/2014/09/la-educacion-un-campo-de-combate-1.pdf
El papel primordial de la educación en la paz Mathilde Louise Bruzat Il est plus facile de faire la guerre que de construire la paix (Es más fácil hacer la guerra que construir la paz) Clémenceau
Desde hace más de cincuenta años, Colombia conoce una guerra civil entre el Estado y diferentes grupos armados independientes como el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el más conocido. Entre 1958 y 2012, 220.000 personas fallecieron durante este conflicto y se pudieron contar 7 millones de desplazados internos, lo que llevó a Colombia a la primera posición mundial por número de víctimas de desplazamiento, dentro de su país. El 2 de octubre pasado, el pueblo colombiano tuvo la oportunidad de votar en favor o en contra de la paz. En este plebiscito ganó el «No» por los acuerdos de paz con las FARC. A partir de este resultado, surge una pregunta: ¿Cómo una política educativa nueva puede cambiar esta decisión y llevar a una conciencia pacifista? Responderemos desde tres conceptos fundamentales dentro de una sociedad: el primero, en relación con la educación a lo largo de la historia, en segundo lugar, el rol político y personal de educar a la gente y, en tercer lugar, comprender el lado económico de este asunto. La educación nació dentro de la sociedad y al mismo tiempo que esta. Educar a las generaciones futuras es lo propio del ser humano, este conocimiento le permite diferenciarse del animal. De otra parte, lo desconocido siempre ha asustado al hombre. Este miedo por lo que no conoce o no puede explicar, como la muerte o los hechos paranormales, por ejemplo, genera en el ser humano reacciones violentas, atávicas, como la defensa física, pero también psicológicas, como el rechazo o la explicación irracional. La educación ha permitido al hombre entender y conocer estos hechos extraordinarios de manera más pensada, lo que también le posibilitó aceptarlos. De la misma manera, conociendo y reconociendo a sus semejantes, el ser humano puede construir una sociedad que admite a las personas comunes, merced a una educación que explica las diferencias que pueden existir, lo que resulta indispensable para la convivencia pacífica. Podemos afirmar, entonces, que la educación permite la aceptación del otro como individuo diferente, dentro de un mismo espacio de vida. No obstante, este argumento puede ser rechazable, tomando en cuenta el contraargumento de la mala educación. En efecto, las dictaduras siempre usaron esta herramienta para controlar y generar una población educada, según principios propios de sus ideologías extremas. De hecho, podemos tomar el ejemplo de las dictaduras que surgieron durante los años 30 en Europa, como las de Hitler, Franco, Mussolini, Stalin… Uno de sus primeros cambios dentro de la sociedad, entonces gobernada por ellos, consistió en modificar el sistema educativo. Estos políticos decidieron aniquilar las asignaturas más abiertas, como la filosofía, cambiar las artes y la historia del país, con el fin de controlar los conceptos nacionales que rigieron la cultura y el origen de su población. Además de eso, se encargaron de formar a los jóvenes de manera adecuada a su política; de allí nacieron, por ejemplo, las juventudes hitlerianas, comunistas… Esta educación tenía como meta principal generar odio hacia lo diferente, el rechazo violento de lo que iba en contra de dicha ideología y la imposición de una sola realidad. Esos mismos dictadores vincularon una política de amenaza y de maltrato hacia los que no cabían dentro de su sociedad ideal, lo que llevó a la censura, la tortura y la eliminación física de los oponentes al régimen. También, combatieron de manera armada a las demás naciones que no querían aceptar su supremacía política, como sucedió en la Segunda Guerra Mundial o en la Guerra Fría. Podemos de tal manera afirmar que su política educativa tuvo como uno de los retos principales el rechazo hacia lo que no cabía dentro de dicha sociedad ideal para ellos y así el aprendizaje de la violencia y de la defensa activa de su país. Pero, de este hecho, podemos entender que la educación tiene un papel imprescindible en la conciencia nacional, así que educar de manera sana, abierta y responsable permite generar ciudadanos acordes con su sociedad. Este contraargumento hace hincapié en la importancia de la educación dentro de una sociedad, como la herramienta que da la posibilidad a una persona de volverse ciudadano. Igualmente, la educación y sobre todo el aprendizaje de la historia permite conocer los errores del pasado para no volver a repetirlos.
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Afirmamos así, que la escuela debe de ser un lugar de aprendizaje para el debate y no para la violencia. Aludimos más arriba que la educación lleva a una conciencia pública, política, pero también personal. Esos conocimientos son indispensables para el buen desarrollo de la población, para investigar las mejores formas de vivir de manera pacífica y que la paz se vuelva perenne. Podemos afirmar que el asunto primero sería crear una educación válida y fuerte, adecuada para cada necesidad, según cada público. La política tiene un papel imprescindible en este ámbito, ya que por y según ella se desarrolla el punto de partida de la educación y sus conceptos principales. Así, por la manera de mandar y de orientar la educación, pero también por la forma de llevar a cabo un proyecto educativo, la política debe interesarse y comprometerse de forma integral y democrática. Mejor dicho, todos los políticos saben que la enseñanza permite formar las generaciones que serán el futuro y eso implica que todos tengan
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las mismas oportunidades y que los estudios recibidos permitan cambiar positivamente la sociedad, como podría ser el despertar, desde joven, de una consciencia integradora, comprometida y abierta al mundo exterior. Además, el hecho de que la corrupción está provocada por los más potentes, que son quienes mandan económica y políticamente en la sociedad, nos permite añadir que los líderes, en su gran mayoría, provienen de la gente más titulada, la que gozó de estudios más desarrollados y específicos. Así, también, podemos ver la educación como una perversión que discrimina a los más débiles, económica o mentalmente, que forma las élites y que amplía aún más las desigualdades. De esas diferencias pueden salir formas de violencia con las reacciones de una población discriminada frente a las desigualdades. También subrayamos que esta educación desigual puede corromper la sociedad gracias a esos estudios que permitieron a los más potentes saber cómo pueden controlar un territorio o favorecer sus propios intereses. Esos hechos se pueden combatir con una política educativa nueva, que permita a todos gozar de las mismas oportunidades. Una educación más abierta y más accesible posibilitaría también a la gente el conocimiento de sus deberes y derechos pero igualmente el reconocimiento de las formas de abuso de poder, y así, luchar contra estas diferencias injustas de manera pacífica, si en la educación se resaltan valores como la paz, la comprensión y el conocimiento de una sociedad, sus desafíos y todo lo que implica vivir en comunidad. Esta nueva educación permitiría también enseñar cómo y qué enseñar, con el fin de generar futuros docentes que vayan más allá de lo que saben y que sigan desarrollando estos conceptos primordiales para la convivencia de los hombres dentro de una sociedad. Para ello, tomaremos en cuenta el ejemplo del desarrollo de las tecnologías para afirmarlo, ya que su evolución ha traspasado los límites de lo imaginable. El lado económico también puede ser un indicador de la importancia de la educación pacifista. En efecto, las guerras cuestan más a un estado y a una población que cuando éstos están en tiempo de paz, por el costo de las armas, el pago de los ejércitos, la pérdida de mano de obra durante este período… Este hecho depende de la política de cada país y de su principal interés; por ejemplo, los Estados Unidos dedicaron el 4,7% de su PIB en los gastos militares en 2009, es decir 698,105 millones de dólares, mientras Islandia dedicó el 0,1 % de su PIB (9,9 millones de dólares) según la misma investigación. En 2011, el grupo de investigadores reunido por el periódico The Economist, expertos de
instituciones de la paz y del Centre for Peace and Conflict Studies de la universidad de Sydney (Australia) establecieron la lista de los países con la mayor taza de pacifismo en el mundo, basada en varios indicadores (número de conflictos externos, nivel de criminalidad, número de homicidios…). Esta lista, llamada Global Peace Index, afirma que la nación más pacifista es Islandia, mientras Estados Unidos se ubica en la posición 82 sobre 152. Sin embargo, podríamos oponer a este argumento el hecho de que la primera potencia mundial, los Estados Unidos, es también la que tiene la fuerza armada más grande. Pero esta potencia lleva de la misma forma a una mayor implicación en los conflictos externos y tiene el segundo rango de número de militares afectados para combatir. Entendemos, con este ejemplo, que la potencia militar no tiene correlación con el pacifismo, al contrario. La economía de un país y su gestión deben también comprometerse con la educación, y bien nos podemos imaginar el aporte que recibieran las instituciones educativas si el dinero gastado en las guerras se empleara en la educación de una nación. Tenemos también que denunciar la injusticia de la economía con la educación, ya que la mayoría de los proyectos innovadores y más desarrollados en este ámbito son enviados a las zonas ricas de cada país, mejor dicho, qué le parecería escuchar la noticia siguiente: “Un proyecto de gran calidad reservado a élites será probado en una pequeña escuela de doscientos alumnos en el medio de la nada”. Hay que entender la paz como un período sin conflicto interno o externo, pero también, como un ámbito societario seguro, sin violencia, atentados, tráfico de armas… Las Naciones Unidas definen la Cultura de Paz “como un conjunto de valores, actitudes, comportamientos y estilos de vida que rechazan la violencia y previenen los conflictos atacando sus raíces a través del diálogo y la negociación entre los individuos, los grupos y los estados”. Este mismo conjunto debe ser enseñado desde la escuela para que la cultura de paz vuelva a ser una cultura universal y automática para las generaciones futuras. El lado universal es un concepto importante por las relaciones entre cada país y la concepción de sociedad como un fenómeno mundial generado por la globalización, así que la cultura de paz necesita e implica el mismo valor humano para todos. Podríamos ir hasta afirmar que la cultura de paz definida más arriba tendría que estar enseñada e inculcada al mismo rango que los valores nacionales para que se vuelva un valor nacional. Así, podemos afirmar que la educación tiene un papel primordial en el buen desarrollo de una sociedad, ya sea de manera política, económica o del
punto de vista de la historia. La paz depende, entonces, de la calidad de enseñanza de un país y de su visión de la convivencia societaria. Los estudios nos permiten conocer la historia, con el fin de saber de dónde venimos y de no repetir los mismos errores del pasado, pero también de conocer nuestros derechos y deberes para ser parte plena de una comunidad, en armonía con las leyes y con los valores culturales que la conforman. En fin, la economía de un país posibilita el buen funcionamiento de la enseñanza y el mantenimiento de una paz externa e interna.
Referencias Aheram, Jayel (2014). “Pays les plus pacifiques: les États-Unis vexés par leur mauvais classement”. Consultado el 23 de octubre de 2016, en http://www. slate.fr/story/91233/classement-pays-pacifisme La Banque Mondiale (2015). “Dépenses Militaires (% du PIB)”. Consultado el 28 de octubre de 2016, en http://donnees.banquemondiale.org/indicateur/ MS.MIL.XPND.GD.ZS La Banque Mondiale (2015). “Dépenses Publiques en éducation (% du PIB)”. Consultado el 28 de octubre de 2016, en http://donnees.banquemondiale.org/indicateur/SE.XPD.TOTL.GD.ZS Visión of Humanity (2015). “Índice de paz global”. Consultado el 20 de octubre de 2016, en http:// www.visionofhumanity.org/#/page/indexes/globalpeace-index Meyrieux, Nicolas y Rachid, Jhon. (2016, octubre 26). “Les Inégalités scolaires”. Consultado el 10 de noviembre de 2016, en https://www.youtube.com/ watch?v=Rs5D3iIiAJY
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DirtyOpi
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Cuando los tratamientos habituales fallan Marlly Lorena Ocampo Hoyos
Entre las muchas curiosidades, porque eso son, curiosidades, que hacen a Colombia parecerse a un hospital psiquiátrico, es el estar marcada por la enfermedad, para el caso del país, la de la violencia; así pues, pensar en una cura que resuelva todo es ambicioso para una enfermedad de tantos años. En todo caso, aquí no se busca una cura, sino un tratamiento; cuando los tratamientos habituales fallan, a veces el más evidente, aunque eludido, es el que mejor resuelve el padecimiento: educar, superar la enfermedad de la violencia con la educación para forjar ciudadanos cívicos e íntegros. Mejor aún, considerar la educación en derechos humanos como tratamiento para rehabilitar el contexto colombiano en los valores de la paz. Pese a que esto pudiera aparentar una locura, a tal posibilidad de terapia obedece este texto. Pero antes de adentrarse en el tratamiento, es necesario ver el origen de la enfermedad. Este hospital psiquiátrico llamado Colombia sufrió de estremecedoras disputas por quienes anhelaban y consiguieron llegar a la dirección, viéndose los heredados brotes de la enfermedad en el conflicto de locura política bipartidista, a finales de la década de 1940 e inicios de 1950. Este motín que buscaba el dominio del instituto, es denominado “época de la violencia”, en la cual pacientes con delirios liberales y conservadores, organizados en partidos políticos (para justificar su comportamiento antisocial) se enfrentaron con fines de adquirir la administración del instituto, aun sin las formalidades de, por lo menos, informar a la junta médica de sus nacientes fantasías (declaración de guerra civil). Es curioso advertir que, incluso en estos antecedentes de la enfermedad (y sin contar con un diagnóstico riguroso), los directivos ya ejecutaban terapias para tratar la creciente fiebre de poder (fracasando, por supuesto). Pero lo que más interesa, es que, aprovechando dichos tropiezos, la administración de Colombia reposó en manos de quien, parecía inicialmente, dulcificaría el caos, proyectándose esa esperanza en un imaginario de mesías: el salvador Gustavo Rojas Pinilla, cuya forma de gobierno es reconocida como una dictadura en toda su expresión. Lo anterior basta para comprender la decepcionante situación que se atravesaba, que bien podría corresponderse en las palabras de una canción de salsa que dice “la cura resulta más cara que la enfermedad”, y que lastimosamente, para Colombia, si dicen que se está curando no es la verdad. No es menos curioso que cuando los tratamientos habituales fallaron, cada etapa de la historia del hospital ha incitado un enfrentamiento diferente y ha dejado secuelas físicas y psicológicas imborrables del enfrentamiento entre pacientes liberales y conservadores. Examinando la manera de congeniar ambas alucinaciones, se acordó la alternancia de la dirección del hospital, esa ilusión de gobierno se llamó “Frente Nacional”. Si bien el “Frente Nacional” logró apaciguar el alboroto de los pacientes con aparente enajenación mental y contemplar una convivencia pacífica, con el tiempo se reflejó que las fantasías de otros pacientes (los del campo) no habían sido perfiladas, y este cambio que en paz se gestionaba, no consideró a estos enfermos, como tampoco sus esperanzas de acceder a la dirección o ser beneficiadas sus condiciones de vida en el instituto, pues en la práctica, la ilusión de paz impedía la posibilidad de participación de otros grupos de enfermos (partidos políticos) distintos a los acostumbrados. Como consecuencia de la marginalidad, algunos pacientes formaron grupos y confabularon su propia revuelta para disputar el control de Colombia, y así, manifestar su desacuerdo con las políticas vigentes. Surgieron grupos de enfermos denominados, en el desorden, Autodefensas Campesinas, que mejor organizados, derivaron en las FARC-EP y sus antagonistas, AUC, como también oportunistas y antisociales, ahora denominados BACRIM. Es así como ni el falso mesías ni la ilusión de Frente Nacional, funcionó como tratamiento para el cuadro clínico que presentaba el país: debilidad del estado, inequitativa distribución y posesión de tierras, diferencias económicas, persecución política (de las alucinaciones), narcotráfico. Lo anterior permite reconocer que, subyace en todos estos detalles, una sintomatología específica que se manifiesta en el huésped de forma violenta:
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discriminación, censura, intolerancia, desigualdad, asesinato, opresión, sometimiento, explotación, abuso, despotismo (la mención de las señales de la enfermedad podría continuar hasta el cansancio). Y por eso, son esos signos de la violencia los de interés aquí, los que deben medicarse para alcanzar una honesta recuperación de Colombia, desde el reconocimiento de la dignidad humana y los derechos humanos, y desde allí, alcanzar una realidad de paz y no una alucinación de ella. Mas no se trata tan solo de reconocer y recetar la enfermedad desde sus formas visibles (muerte, heridos, refugiados, destrucción, etc.) o violencia directa según Johan Galtung (clara y visible; por tanto, fácil de detectar y, se supondría, de medicar) sino, también, desde esas formas invisibles al ojo humano, por ejemplo, la violencia estructural y violencia cultural. Podría pensarse que la enfermedad en su manifestación estructural tendría su cepa en el conjunto de estructuras, ya sean físicas u organizativas que no permiten la satisfacción de las necesidades. No se niega la problemática en este sentido y fácilmente el delito se diagnosticaría a los directores del instituto y se esperaría que, solo atacando los sistemas del poder, la violencia sea atendida. Mas ocurre que, culpar al gobierno ha sido la terapia para no asumir responsabilidades ciudadanas y evidentes, hasta nuestros días, no ha sido una solución a la violencia. Y ahora viene examinar el problema también desde la violencia cultural, que son para J. Galtung (1990), aspectos culturales o simbólicos de la humanidad “ejemplificados por la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia empírica y la ciencia formal (lógica, matemática), que pueden ser utilizados para justificar o legitimar la violencia directa o estructural”. Esta sencilla referencia indica que la enfermedad bajo la fachada cultural no ha sido atacada, se ha tratado la secreción, pero no la infección; desde luego, bastante incoherente sería tratar de combatir la cultura; en su lugar, sí enfrentar las maneras como promueven la violencia (por alucinante que parezca preguntarse) ¿Algunas formas de cultura impulsan la violencia? impensable sería para algunos, que permiten a la violencia cultural continuar como agresor oculto, un vivo ejemplo de esto es justificar la violencia en defensa de las creencias que, de manera muy apocalíptica, llevan a cabo los grupos fundamentalistas islámicos. Momento es de planificar y llevar a la acción un tratamiento orientando en el conflicto, lo cual implica intervenir (no solo de manera médica) en las tres formas de violencia, por medio de la educación, a modo de tratamiento que confronte la enferme-
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dad de la violencia y garantice la no repetición de la historia de crueldad, y que, por abarcar a todos los pacientes, no sería excluyente; por pensar en las necesidades y condiciones de cada enfermo, no sería inequitativa. Es sabido que la educación en el artículo 26.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es de vital importancia pues “tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales”. Es difícil no estar de acuerdo, por ejemplo, con el pleno desarrollo de la personalidad humana, una verdadera garantía de esta sentenciaría la desigualdad de género, sexismo, intolerancia, discriminación y muchos más signos de la violencia. Sin embargo, cabe la pregunta, ¿qué tan posible es el pleno desarrollo de la personalidad en un país que todavía considera la homosexualidad una enfermedad? Inclusive peor, que considera la homosexualidad contagiosa, lo que conlleva a enfrentar una supuesta enfermedad y no la que verdaderamente agobia. Por lo anterior, pudiera creerse que Colombia está desahuciada y, de entrada, la educación en derechos humanos no es una terapia posible. Y es curioso que, paralelamente, en el marco legal, parejas del mismo sexo puedan establecer uniones maritales; pero hay más, pueden, ahora, adoptar menores en Colombia, parejas del mismo sexo. Aquí se ve bastante bien como un conflicto (desacuerdo en alucinaciones) se resuelve de maneras no violentas, inclinándose (por fortuna) al reconocimiento de la dimensión humana, esto logrado desde la educación. Volvamos de nuevo al imaginario de contagiar la paz a Colombia, como una forma de abandonar el instituto psiquiátrico para vivir en armonía consigo y los demás, recordar y superar, concluir la rehabilitación. ¿Sería posible lograr una cultura de la paz sin una cultura de la igualdad, del respeto y la justicia; es decir, una cultura de los valores fundamentales? Sin la preocupación por fomentar los valores ineludibles, las defensas se desmoronan y la paz se enferma. Así que se debe considerar el conflicto como terapia alternativa para la reconciliación, una posibilidad de diálogo y charla terapéutica si son superados los traumas sin recurrir a la violencia, pues no todo conflicto necesita la violencia, pero toda violencia necesita un conflicto. Se trata, desde luego, de promover y proteger los derechos humanos, abandonar la idea de los simples enfermos, el respeto a su vida y su dignidad, derechos reconocidos a todas las personas, enfermas o no, por el hecho de existir. Pero también, promover la educación para todos los dolientes y fomentar que
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esta sea en valores, actitudes y comportamientos, desde el diálogo y la resolución de conflictos a favor de una cultura de la paz. Para que esto mejor se entienda, primero debe educarse en la prevención de conflictos y violencia, y advertir que no es una tarea exclusiva del instituto mental o de sus dirigentes; sino, además, de los rehabilitados y de los que se encuentran en proceso, tolerando, respetando (así no se compartan) las alucinaciones del otro. Para así, tomar disposición en el proceso de socialización e inclusión de los miembros del centro (sin importar las atrocidades de su pasado). Después, la educación se obliga a atender la resolución de conflictos, sin optar por lo habitual, que se limita a las formas visibles de la violencia, buscando resolver una enfermedad ocasionando más malestar; por lo que los efectos secundarios pueden evitarse, con una receta válida; tal vez, la resolución de conflictos se solucione desde la charla terapéutica, disponer a los perturbados a que dialoguen con otros perturbados y aclaren sus diferencias sin procedimientos violentos, para comprender al otro (desequilibrado o no) como a un individuo y no un enemigo. Se ha contado todo esto, sin considerar que las formas violentas de resolución de conflictos se dan, en ocasiones, por no contar con las garantías y recursos para solucionarlos de manera pacífica: una
resolución no violenta que purgue los demonios de la mente esquizofrénica y cuestione los propios métodos y los resultados. No se trata, pues, de prevenir y dialogar sin seguro, sino de brindar resguardo y garantizar la no repetición de la guerra como manifestación de la violencia, además de protección y recursos, educando desde los riesgos, tratando de llegar a asuntos distintos a través de distintos medicamentos especializados para no recaer en la enfermedad. Lo dicho hasta aquí permite reconocer la enfermedad, partiendo desde sus brotes nacionalistas; para luego, tratar de comprender la violencia abandonando el diagnóstico inicial que se basaba en lo que se veía a simple vista, una interiorización de la enfermedad y sus posibles alternativas de tratamiento, que deberían combatir los signos de la enfermedad desde la prevención, resolución y seguridad. Todo esto, bien, a través de la educación, primero concentrada desde la dignidad humana para direccionarla hacia la búsqueda de la paz. Parece, sin embargo, que, si los tratamientos fallan, no solo los habituales, el error está en las instituciones o en los pacientes. Si esto es así, Colombia tiene una laguna mental que le impide recordar otros agentes, y aunque no se profundizará sobre este agente implícito, vale la pena mencionar la forma en que la violencia simbólica se legitima a través de los medios de comunicación. Por tanto, debería considerarse la influencia de los
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mismos y convertirlos en divulgadores de los valores de una cultura de paz. Es así como la era de los fallidos tratamientos mentales como la lobotomía o la trepanación, ahora se observan a manera de episodio bárbaro en la historia de la psiquiatría, al igual que la violencia debe ser vista como episodio bárbaro en la historia del país. Finalmente, se trata de educar antes que curar, cuando los tratamientos habituales fallan se debe aprender a pensar e idear otras maneras de llevar la enfermedad y el dolor, algo que supera la ausencia de guerra, que no plantea la paz como una ilusión porque se esfumará la pesadilla de la desigualdad, la injusticia y la indiferencia que es la violencia, por medio de un compromiso educativo que contribuya a alejar el peligro de la guerra, rehabilitar y resocializar para hacer de las personas (ya no enfermos) parte activa de su medio, reflejado en la sensibilidad y empatía que permite comprender y aceptar las alucinaciones del otro.
Referencias Galtung, Johan (1990). “Cultural violence”. Journal of peace research, 27(3): 291-305. Galtung, Johan (1994). Human rights in another key. Cambridge: Polity press. Giraldo, Juan (2005). Colombia in Armed Conflict?: 1946-1985. Bogotá: Universidad Javeriana. Hueso García, Vicente (2000). “Johan Galtung: La transformación de los conflictos por medios pacíficos”. Consultado el 3 de octubre de 2016, en https:// dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=595158 Hueso García, Vicente (2002). “Víctor Pérez-Díaz: La libertad, presupuesto inevitable del orden de paz”. Consultado el 26 de septiembre de 2016, en https:// dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=610082. Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD (2003). Informe sobre desarrollo humano. Los objetivos de desarrollo del milenio: un pacto entre las naciones para eliminar la pobreza. Madrid: Mundi-Prensa.
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La educación en el posconflicto Diana Montoya Donde hay educación no hay distinción de clases. (Confucio)
Estamos en un crucial momento en la historia de Colombia, el gobierno ha firmado un acuerdo de paz con el grupo guerrillero más representativo del país. Este acuerdo, a pesar de no haber sido validado en el plebiscito, nos dirige hacia una serie de preguntas acerca de los obstáculos y las oportunidades para la educación en este nuevo marco de la paz. ¿Es la cultura un resultante del sistema educativo? ¿Para qué es la educación? ¿Cómo puede la educación ayudar a acabar con la desigualdad, la exclusión y la polarización? ¿Cuál es el rol de la educación en la construcción de la paz? ¿Cuáles son sus principales obstáculos en este escenario? y ¿Cuáles son sus oportunidades? Estas preguntas nos ayudarán a determinar cuál es la relación entre la educación, la cultura y el conflicto. Este texto quiere mostrar la importancia del papel de la educación en la cultura y en la resolución de conflictos, la importancia de una educación integral o activa al alcance de todas las personas en especial de aquellos quienes han vivido el conflicto armado. Una educación que genere habilidades para el trabajo y que, de igual manera, desarrolle las habilidades blandas1, las cuales nos ayudan a tener un mejor manejo de las relaciones con los demás, ya que esta falta en el desarrollo de habilidades puede ser la causa de la mayor cantidad de problemas en nuestras vidas adultas, por tanto, necesitamos una educación con un currículum que permita manejar de mejor manera el conflicto, en los ámbitos familiar, social y profesional. La cultura, aquel conjunto de saberes, creencias y pautas de conducta, puede ser mejor o peor en la sociedad, así como en el individuo. La sociedad actual ha dejado al individuo que desarrolle sus habilidades blandas de manera romántica dejando por fuera del currículum el florecimiento personal, lo cual ha afectado negativamente el cómo se solucionan los conflictos en la actualidad y la cultura en general. Debemos ser un poco más clásicos en cuanto a la forma como desarrollamos las relaciones con los demás, esto con el fin de tener las bases sólidas para una cultura colectiva que maneja de manera eficiente el conflicto, lo que ayudaría a disminuir los índices actuales de violencia. Si la educación fuese planteada así, desarrollando las habilidades blandas y el componente financiero fuese sostenible en el tiempo, la educación sería la principal herramienta transformadora hacia una sociedad más justa, no excluyente y más empática. La cultura como un resultante del sistema educativo Existen varios transformadores de la cultura hoy en día en Colombia y en el mundo moderno, entre los cuales tenemos las religiones, los medios masivos de comunicación y el sistema educativo, todos con sus respectivas inclinaciones. Allí la sociedad genera sus creencias colectivas, su conjunto de saberes y sus formas de conducta. Acá nos centraremos en el sistema educativo como eje transformador de la cultura, y dejaremos para otra oportunidad a los medios y a las religiones con sus direccionamientos comerciales y de creencias, respectivamente. El direccionamiento del sistema educativo debería estar enfocado hacia la entrega de herramientas, eficaces y eficientes, para la solución de las necesidades básicas del ser humano; es decir, hacia el cómo adquirir una mejor calidad de vida. El sistema actual está enfocado en el desarrollo de habilidades Se trata de las capacidades comunicativas, de trabajo en equipo, de flexibilidad y de adaptabilidad frente a un determinado trabajo. 1
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fuertes para el trabajo, en la competencia más que en la colaboración y, por eso, el manejo de las relaciones con los demás y el conflicto no está incluido en el currículum actual o en la forma de educar. La educación de hoy en día, en Colombia, está centrada en la generación de habilidades para el trabajo. Así, Abraham Maslow en su libro Teoría de la motivación, habla acerca de la satisfacción de los fines fundamentales como el principio para desarrollar su jerarquía de necesidades básicas. Su teoría expresa que un individuo necesita satisfacer sus necesidades básicas para ser exitoso y, por ende, una sociedad exitosa, debe ser la sumatoria de esos casos de éxito individual. “La jerarquía de necesidades básicas va así: las necesidades fisiológicas (homeostasis, transporte, sueño, hambre y demás), las de seguridad (estabilidad, dependencia, protección, ausencia de miedo, necesidad de estructura, entre otras), las de sentido de pertenencia y de amor, las de estima (autoestima y estima de otros) y, por último, las de autorrealización” (Maslow, 1943: 87-92). Es imperativo un currículum y una forma de aprender que nos ayude a solucionar de manera eficiente nuestras insuficiencias de amor y de pertenencia, por lo menos, pues es aquí donde al adulto le faltan herramientas culturales eficientes. La mala resolución de conflictos se debe también a este aspecto. No nos están enseñando a estar en desacuerdo con los demás de una manera educada y civilizada. En la actualidad dicen que los padres de familia deben ser quienes les enseñen a sus hijos cómo comportarse en sociedad, pero y ¿quién les enseñó a ellos o a sus padres o a los padres de sus padres? Así que la cultura como resultante del sistema educativo presenta varios retos. Si queremos enfrentar el conflicto eficientemente una educación integral o activa al alcance de todos, la cual nos ayude a tener una mentalidad que nos lleve al éxito personal, es la solución a la falla actual del sistema de educación. Al estudiante se le debe enseñar a cómo desarrollar sus habilidades blandas, a trabajar en equipo, a conocerse a sí mismo, a hacer buen uso de sus talentos, a tener control de sus eventuales fallas como persona y a relacionarse mejor. En definitiva, una educación que nos haga conscientes de nuestras necesidades más altas y la cual nos dé herramientas para resolverlas de manera eficiente. Es posible que esto no se lleve a cabo. Como vimos en las noticias, recientemente, el ministro de Hacienda amenazó al Congreso de la República, argumentando que si la reforma tributaria propuesta por el legislativo no era aprobada, el presupuesto actual de la nación para la educación sería el prime-
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ro en ser recortado. Es triste ver cómo un país en vía de desarrollo no tiene claridad en donde deben estar sus prioridades del gasto. Es muy probable que la agenda política se siga enfocando en la seguridad, pues es un negocio para muchos la pobreza y la violencia. Pareciese que no está en la mentalidad de los educadores y de los legisladores, en especial los del Ministerio de Educación, el cambio al currículum actual. El reto es amplio, ya que las oportunidades son abundantes, pero las amenazas no dejan de existir debido a los intereses creados que sostienen el status quo. Obstáculos y oportunidades para la educación en el marco del posconflicto Los principales obstáculos para la educación en el marco del posconflicto serían los económicos, el presupuesto de la nación destinado a este gasto, ya que este no es visto como una inversión social; también la no consciencia de la falla de la educación actual y, por último, los obstáculos psicológicos de aquellos quienes dirigen la agenda política. En principio, en el escenario del posconflicto habría mayor
capital disponible para el presupuesto de la nación dirigido a la educación. Esto es positivo y puede ser visto como una oportunidad, pero nos cuestionamos si el capital presupuestado para este gasto del gobierno alguna vez será suficiente. Consideramos que hoy en día es deficiente la cantidad de presupuesto asignado a esta materia y que, tal vez, en el corto y mediano plazo, ese sea el caso. Cuando la educación sea vista como el principal eje transformador de una sociedad y como una inversión social, será cuando se le asigne la cantidad adecuada de recursos para su correcta aplicación. Es importante generar conciencia acerca de qué es lo que demanda nuestra psicología, y el que dispongamos de formas eficientes para su satisfacción. El 85% de lo que necesitamos para estar satisfechos es información cultural de alta calidad, es decir el disponer de mejores herramientas para la solución de nuestras obligaciones con el ser. Es importante que superemos este obstáculo o la educación en Colombia no llegará a su mejor versión. De igual manera, el hecho de que aquellos que manejan la agenda política del país se encuentren obsesionados hoy en día con el tema de solucionar nuestras problemáticas de seguridad, dificulta la posibilidad de trabajar sobre aquellas demandas psicológicas que están siendo excluidas, y de las cuales el pueblo no es consciente o soluciona de manera romántica. El amor, la pertenencia, la estima y la autorrealización parecen estar por fuera de la agenda política y del currículum actual. En cuanto a las oportunidades, el Acuerdo por lo superior 2034 concibe la educación como “una de las herramientas más poderosas para superar las barreras sociales de la exclusión, la poca confianza, la desigualdad y la ignorancia” (CESU, 2014: 22). Esto muestra que las universidades y sus actores ven en la educación, el principal instrumento para que la cultura mejore. Parece que en este escenario es posible que veamos la educación como un derecho de todos, lo cual está expresado en la constitución, y sería visible el cómo la educación funcionaría como la principal herramienta para modificar la cultura y las formas en las que resolvemos conflictos. Recapitulemos, es un requisito esta combinación de factores para que la educación en el posconflicto sea la principal herramienta transformadora hacia una sociedad más igualitaria, menos excluyente y no polarizada como la actual. En primera medida, la educación debe ser reformada o debe ser revolucionada, impera el que sea vista como un mecanismo holístico que permita al adulto (y por ende a la sociedad) el vivir mejor, o en otras palabras, el tener una mejor calidad de
vida y el que todos solucionemos de mejor manera nuestros conflictos con los demás. Es igual de importante que el presupuesto para la educación sea suficiente para que este proceso de cambio cubra todo el territorio colombiano. Y por último, el que la agenda política deje de fijarse, tan solo, en nuestras demandas de más bajo nivel como son las de seguridad y las fisiológicas, e invierta en la masificación de herramientas culturales para soluciones eficientes a nuestras necesidades de más alto nivel. Así la cultura colombiana sería transformada de manera positiva. Estaríamos, unos cuantos pasos, más cerca de la utopía, dejando atrás esta irreflexiva modernidad.
Referencias Consejo Nacional de Educación Superior - CESU (2014). Acuerdo por lo superior 2034: propuesta de política pública para la excelencia de la educación superior en Colombia en el escenario de la paz. Bogotá. Multi-impresos. Guirao, Pedro (sf). El Evangelio de Confucio . Consultado el 10 de octubre de 2016, en https://drive.google. com/file/d/0B4eKLpsqvGDzS3hhUlBRbDZqUEU/ view Maslow, Abraham (1991). Motivación y personalidad. Madrid: Díaz de Santos.
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Juan Felipe Vรกsquez Campo. La luz que abraza al tiempo en reposo
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La reconciliación como espíritu de la paz: una apuesta de la educación Carlos Eduardo Jaramillo Rubio
En el devenir de la historia del hombre, difícilmente ha podido pensarse a este desvinculado del germen de la violencia. Es ella, fielmente esculpida, la base sobre la cual la sociedad ha elaborado sus cimientos. Esto, naturalmente, permite definir al hombre, entre otros aspectos, como un ser violento. Sobre el territorio colombiano, no hay duda que esa violencia ha sido el principal componente desde su gestación hasta los días presentes, en los que, como una pequeña luz de esperanza, parece filtrarse una clara posibilidad de abrir —por primera vez realmente— la puerta de salida hacia la tan esperada paz de la población colombiana. Frente a esta esperanza, aparece un reto: la memoria rencorosa y vengativa de gran parte de los colombianos circundada, en últimas, por esa misma naturaleza violenta que resulta en contraposición a su noble deseo de paz y, por tanto, solo produce una amplia brecha, de tendencia ascendente, desde lo individual como desde lo colectivo. Las líneas que siguen pretenden resaltar el papel preponderante que tiene la educación en el logro de una paz estable y duradera, para lo cual se tendrá como eje central el planteamiento de que la educación debe y puede actuar en la obtención del perdón y, fundamentalmente, de la reconciliación del pueblo colombiano con sus victimarios (también colombianos), condiciones necesarias para que se genere un estado de conciencia y, en consecuencia, la unificación del tejido social en aras de una paz verdadera. Por consiguiente, se efectuará en primer lugar un breve recorrido sobre el contexto de violencia y búsqueda de paz en Colombia, como eje situacional y temático de fundamental importancia en nuestra realidad; seguido, se hará un acercamiento al concepto de reconciliación, a partir de diferentes miradas y, por último, se abordará la relación con la paz y su fundamentación desde la educación, como ente activo y regulador en la sociedad colombiana. Han sido aproximadamente 70 años de violencia en Colombia, atravesada por momentos históricos que han marcado su huella de sangre sobre el territorio colombiano. El conflicto político bipartidista entre 1948 y 1965 de liberales y conservadores, en su disputa por el poder, dejó aproximadamente 300.000 víctimas. En 1958 se distribuyó el poder entre ambos partidos tradicionales dejando fuera de participación a otros grupos. Como resultado, a mitad de los años 60, se formaron los grupos guerrilleros de izquierda más significativos en la historia de Colombia, el ELN y, principalmente, las FARC-EP. Tales oposiciones han enfrentado desde entonces las fuerzas militares del Estado y han acrecentado la extrema violencia. En los años 70 surgen grupos paramilitares de derecha para combatir la guerrilla y el conflicto armado empieza a encontrar nuevas víctimas que se incrementan cuando el narcotráfico se convierte en la fuente de poder para financiar la guerra entre los diversos bandos. Desde entonces, han sido aproximadamente 8 millones de víctimas del conflicto armado en Colombia, luego de crímenes de diversa índole como desplazamiento forzado, homicidio, secuestro, reclutamiento de menores, despojo de tierras, atentados, agresión sexual, etc. Después de vanos intentos de negociación con las FARC-EP, el gobierno de Juan Manuel Santos logró sentarse con los representantes del grupo guerrillero para negociar la paz, firmando en el 2012 el Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, que posibilitó continuar los diálogos en La Habana, hasta que el día 24 de agosto de 2016 se firmó el Acuerdo Final, sujeto, a través del plebiscito, a que los colombianos dijéramos si respaldábamos o no tal Acuerdo, decisión que, por un estrecho margen, finalmente dio como resultado un No en las urnas. Así pues, el momento que atraviesa Colombia es de total incertidumbre, y el país se encuentra a la espera de una nueva oportunidad en búsqueda
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de la aprobación definitiva del proceso de paz1. De modo que pensar en la educación como ente fundamental en el proceso de paz y de postconflicto se hace pertinente, por la situación política, social, económica y cultural actual del país, que implica tal oportunidad y la labor contributiva propia desde el sector educativo, como formador de personas íntegras. Conviene, entonces, antes de desarrollar el planteamiento en cuestión, revisar algunos aportes y consideraciones, desde diferentes perspectivas, sobre el concepto de reconciliación, toda vez que se convierte en el punto de partida para alcanzar la paz. Sin reconciliación, la paz será solo un hecho histórico oficial, mientras la guerra persistirá, habitando en el interior de los colombianos, como la realidad que se entreteje día tras día. Para que exista paz, es necesario que haya reconciliación. Al respecto, afirma Carlos Martín Beristaín que la reconciliación “es tanto una meta, algo por lograr, como un proceso, un medio para lograr dicha meta” (2005: 15). Se comprende, así, la doble naturaleza: por un lado, es un concepto y a su vez un acto; por otro, un proceso y una meta. La reconciliación, como esfera contenedora de la paz, constituye tanto el punto de partida como de llegada para su consolidación. La reconciliación, que implica el perdón en el sentido de lograr un estado de armonía interior propia, requiere dar pasos importantes que conduzcan a la convivencia justa y pacífica de víctimas y victimarios, a la restauración de los lazos sociales. Así lo entiende Esperanza Hernández Delgado para quien reconciliarse “tiene una estrecha relación con la paz, es una dimensión de la misma y al mismo tiempo, la condición indispensable para la construcción de una paz sólida y duradera” (2003: 45). Como se observa en el Índice de Condiciones para la Reconciliación Nacional (ICRN) (2014: 18) se plantean tres ámbitos o niveles en los que puede pensarse la reconciliación: un ámbito espiritual, en donde el proceso parte de la subjetividad de cada persona; un ámbito político, que tiene que ver con la relación sociedad-estado y, finalmente, un ámbito El 24 de noviembre de 2016 se estableció un nuevo acuerdo entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, en el que se incorporaron propuestas de la oposición y estuvo sujeto, en conformidad a la Constitución Política de Colombia (1991), a refrendación en el Congreso, realizada el 30 de noviembre de 2016. La reforma constitucional que habilita la Jurisdicción Especial para la Paz, uno de los temas centrales del Acuerdo de Paz, se aprobó por el Congreso el día 13 de marzo de 2017. 1
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social, que abarca las víctimas y los victimarios del conflicto y la sociedad en general. Este paneo permite comprender que la reconciliación implica un proceso activo, constante, largo, que exige el acompañamiento de los entes implicados en el futuro del país, como lo es la educación. De allí, la necesidad de que la educación se apropie de la situación actual colombiana, enfatizando en estrategias que incentiven el perdón y la reconciliación y preparen a la nación, en términos de individuos y de sociedad, como agentes que van a encarar no solo el proceso actual, sino el del postconflicto definitivo para el logro de la paz. Se hace conveniente, entonces, retomar la cuestión directamente: ¿Juega la educación un papel fundamental en el logro del perdón y la reconciliación, y, por tanto, la unificación del tejido social colombiano? ¿Qué puede hacer la educación para el logro de tal proceso y meta? La sociedad en su conjunto debe educar para la paz: en las familias, en las instituciones educativas, en el trabajo, en los medios de comunicación, etc. Entendiendo la educación como institución, sirve reflexionar sobre el impacto de su contribución al crecimiento emocional, afectivo, cultural y social de las personas. De tal modo, un enfoque que posibilite mejorar las conductas de los estudiantes, a través de un lenguaje de empatía, reconciliación y convivencia, distanciará ese germen de la violencia y los acercará a un estado de paz, que tenga lugar en la escuela. Por lo anterior, resulta destacable el enfoque en competencias socioemocionales que resalta la doctora en psicología Catalina Torrente para quien “en la práctica, es imposible divorciar las dimensiones académicas y socioemocionales del ser humano” (2013: 3). En tal sentido, uno de los retos de la educación se sustenta en hacer que la reconciliación se vuelva un tema de interés común que parta del aula, donde se solidifiquen los valores y la integralidad de los estudiantes, por lo que prácticas con destino en resolución de conflictos, convivencia, tolerancia, respeto y justicia ayudarán en la gestación de la paz desde tempranas edades. Para ello, es importante que la educación confronte paradigmas que posibiliten al estudiante desaprender la violencia “indirecta” tan arraigada en sus prácticas, incluso en la escuela misma. Al mismo tiempo, superar algunos paradigmas en los modelos educativos constituye otro desafío significativo, en los que todavía parece imperar la dominación en la relación profesor-alumno. Esto invita a que las acciones, además de lo ya mencionado, promuevan las relaciones de los estudiantes y fortalezcan sus vínculos emocionales, cooperando
para lograr objetivos comunes y no solo individuales, y rechazando prácticas que atenten contra su bienestar como el bullying. Un proyecto como Aulas en paz (2007) realizado en Colombia para buscar herramientas de convivencia pacífica en la escuela y la sociedad y para deslegitimar la violencia creada culturalmente como aceptable es un ejemplo importante de la labor que desde la educación puede hacerse, si se trabaja en conjunto, desde el educar las actitudes y, por tanto, generar un modo de vida propenso a la paz como forma cultural. Por consiguiente, crear, incentivar y liderar proyectos en el sector educativo ayudará en la consecución de la reconciliación y de la paz. Verbigracia, alternativas como la de Morales Nieto de establecer un “contrato local por la paz” (El nuevo siglo, 2013) pueden ser impulsadas desde el sector educativo, que tiene la posibilidad de llegar a los colegios de diferentes territorios del país, para después verificar las propuestas que permitan dar cuenta de un trabajo mancomunado, a través de acciones nacionales, como lo afirma Beristaín (2005: 16) en Reconciliación luego de los conflictos violentos: “Estas iniciativas locales y de base son claves a mediano plazo, pero necesitan un contexto facilitador: el enfoque de
arriba-abajo, al priorizar las acciones a nivel nacional, constituye ese contexto. Ambos enfoques son esenciales para llevar a cabo una acción congruente y con posibilidades de éxito”. Asimismo, resulta apremiante la gestión de la academia en propuestas de investigación activas en las que el pensamiento trascienda lo académico y pueda tener impacto directo en una sociedad de reconciliación y paz. Por esto, documentos como el del Consejo Nacional de Educación Superior, Acuerdo por lo superior (2014), deben tener aplicabilidad en las academias, dada la importancia de temas como inclusión, formación para el trabajo, bienestar universitario, modalidades, investigación, que no solo apoyan el proceso continuo de paz y un clima propio para la reconciliación, sino que lo acercan cada vez más como una meta. Un aspecto fundamental de la reconciliación es la reinserción de los desmovilizados a la vida civil. Si se ha trabajado en el perdón y en la reconciliación desde el individuo, desde la sociedad y desde la cultura, dicho proceso facilitará las relaciones entre víctimas y victimarios, alejándolos, de a poco, del estado de marginalidad en que pueden encontrarse, con respecto al resto de la población. Como se plantea en
Norbey Moncada. Urbanos
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el texto El rol de la educación en el postconflicto de Susana Martínez Restrepo, Juan Mauricio Ramírez y María Cecilia Pertuz (2015: 7): “Actualmente la política de Desarme, Desmovilización y Reintegración de Colombia, incluye dentro de su ruta de reintegración, la asistencia psicosocial para la persona desmovilizada y su familia”. Por ello, es fundamental tanto el apoyo socioemocional como psicosocial para la reintegración y para la aceptabilidad y respeto de quienes los recibirán. En el mismo texto citado anteriormente se lee lo siguiente: En el caso de la población desmovilizada, de acuerdo con un estudio realizado por Econometría (2010), el 96% de los desmovilizados que acceden al apoyo psicosocial consideran que el programa es importante para su reinserción en la vida civil y laboral. Por un lado, los participantes perciben que el apoyo psicosocial les ha ayudado en la crianza de sus hijos y en cómo enfrentar el proceso de reintegración. Por otro lado, familiares expresan que el hecho de ir a los talleres psicosociales hace que los desmovilizados sean más amables y risueños. (8)
De ahí que una cifra como esta indique la importancia de que el sector educativo adopte políticas destinadas a esta serie de apoyos en las facultades emocionales y psicológicas, que permitan la transición de forma efectiva y pacífica, aspectos posibles a partir de programas específicos a este objetivo, como también dinamizándose a las diferentes clases, por ejemplo, la psicología, filosofía, ética y religión y ciencias sociales y políticas, en las que puedan adaptarse actividades que favorezcan constantemente la pertinencia de la reconciliación y un estado de paz como pilares para construir un mejor país. Frente a lo planteado, surgen algunas cuestiones que podrían poner en duda no solo la función de la educación para la reconciliación, sino la reconciliación misma como un elemento al que no puede llegarse o que poca viabilidad sugiere como eje constructor de paz. Basta solo mirar ejemplos cercanos, como los acuerdos de paz en Centroamérica, en los que las firmas solo fueron el medio elitista para la obtención de una paz oficializada, que poco tuvo en cuenta la realidad de las víctimas y la inclusión de estas en el desarrollo de dichos procesos, y, por ende, como consecuencia, la violencia solo se desdibujó del plano oficial, para bifurcarse en otros escenarios y adoptarse bajo otras formas diversas. Visto así, la reconciliación importa un matiz de falsedad, ornamentada solo para satisfacer las partes representantes, pero totalmente distante de un proceso concreto y veraz en los individuos implicados. Desde otra perspectiva, la religiosa (que difícilmente podría ser ignorada), ocurre algo especial con el elemento del perdón y la reconciliación: estas
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facultades, vistas muchas veces como sinónimas, son facultades atribuidas exclusivamente a Dios. Así ocurre con una gran parte de colombianos, para quienes la reconciliación, vista como una realidad lograda entre víctimas y victimarios, es algo que corresponde más a la divinidad y distancia toda raíz humana, desvincula cualquier compromiso o responsabilidad, por lo que la reconciliación no sería una herramienta útil para la consecución de la paz, lo cual de entrada anularía la labor que desde el sector educativo pudiera gestarse. Las exigencias de justicia de la nación, alentadas por una memoria colectiva que recurre diariamente al dolor causado, a las innumerables víctimas, pueden obnubilar el panorama educativo, dado que no conciben el tratamiento de una justicia especial, que implique un perdón y una reconciliación social, generalizada, terreno donde podría accionar la educación, sino un castigo que incluya a todos los responsables, labor imposible de lograrse y que, por tanto, genera un gran conflicto emocional y moral en el país. Caso curiosamente opuesto se da, cuando se le atribuye a una herramienta como la reconciliación una estrategia de imposición, de manipulación, en la que sea aceptada solo para evitar más consecuencias y no como un verdadero proyecto de unificación del tejido social; así lo afirma Jorge Orlando Melo (2001), quien en su artículo «Perdón y procesos de reconciliación» dice que “Las víctimas y sus descendientes se sienten traicionadas: para ellas no es suficiente que, en el mejor de los casos, el arreglo dé término a la violencia: el ahorro de violencia futura lo consideran un cálculo puramente económico, una medida utilitarista que viola los principios éticos y morales y de justicia de la sociedad”. Aún con lo anterior, es importante que la educación se entienda como el pilar fundamental, para que la reconciliación tenga efecto en el país. Lo que sucede es que el sentimiento de rencor, de nula credibilidad lleva a los colombianos a otorgar una culpa colectiva en la que el hecho de un individuo ser “guerrillero de las FARC” ya lo hace acreedor de odio y rencor. La pertenencia se vuelve el motivo para juzgar de forma generalizada; sin embargo, la exigencia de justicia sí se individualiza. Tal contrariedad no sorprende, parte de la condición humana, movida por el horror que producen bien de forma directa o indirecta los estragos de las guerras, pero debe ser resaltada si se quiere lograr procesos de justicia que partan ciertamente de un principio justo, y, sobre todo, si se quiere construir una paz sólida fundamentada desde el perdón y la reconciliación, como procesos que exigen una participación continua de las dos partes (víctimas-victimarios) y su interacción, fundamental para la consolidación y unificación social, principalmente en el postconflicto.
Experiencias anteriores en procesos de paz deben servir como ejemplos para no repetir la historia y exigen, por demás, un proceso fijado objetivamente, racional, en el que puedan restablecerse las relaciones de un país que ya ha derramado suficiente sangre. La educación, integrada desde las estructuras locales hasta la nacional, puede aportar en el surgimiento y fortalecimiento de valores, lenguajes y actos de reconciliación individuales, de personas comunes. Su campo de acción compromete la vida cotidiana de las personas, quienes en su aprendizaje ahora tienen la importante función de formarse como ciudadanos capaces de perdonar y aceptar las relaciones con su contraparte y, desde tal manifestación pacífica individual, sentar las bases para una paz auténtica, trasladada ahora a toda la sociedad colombiana. Hasta aquí, se ha pretendido hacer un recorrido breve de la situación política y social del país como escenario para hablar de paz y reconciliación, estableciendo el vínculo entre ambas, esclareciendo el concepto de reconciliación y la implicación fundamental que tiene concebida desde y en la educación, la cual se convierte en promotora de prácticas que la conduzcan por la vía del proceso y, al tiempo, por la vía de la meta, para lograr una paz verdadera y para todos. Constituir este componente como base y foco de la educación en su aporte para la obtención de paz, propicia reflexionar sobre la importancia de su impacto, en la medida en que reconstruye la sociedad, afianza sus vínculos y abre un panorama más prometedor para las nuevas generaciones. La reconciliación, en definitiva, debe comprenderse primero como un proceso que abarca diferentes escalas o dimensiones, que van desde lo más personal hasta la consolidación de un ámbito macro, social y cultural, que la constituiría luego como meta. Así, podrá llegar, quizá no muy lejano, el día en que el perdón empiece a notarse, circulando como afluente de vida y no como una utopía, en que hayamos dejado atrás esa memoria rencorosa, esas prácticas violentas legitimadas en nuestra cultura y, en su lugar, nos invada el espíritu de la paz a todos los colombianos, con lo que podamos sembrar la semilla de la prosperidad y tranquilidad del presente y del futuro del país. En otras palabras, la educación, propiciadora y reguladora de perdón y reconciliación, es la herramienta que tiene Colombia para que la paz no se instale como un instrumento puramente oficial que “dignifica” y oficializa la labor de unos simples grupos representantes, sino que, al contrario, erija un logro auténtico gestado incluso desde aquellas mismas entrañas en donde una vez hubo violencia.
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Somos la paz que nos enseñan Kárem Belén Rendón Baquero No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla. Eleanor Roosevelt
La paz en Colombia se ve como algo lejano, por no decir imposible, pero sin dejar de ser, para el campesino, la madre, el militar en combate o cualquier colombiano promedio, un sueño. Para que este sueño al fin se materialice se deben suprimir las fuerzas armadas al margen de la ley, porque todos somos parte de un mismo territorio y necesitamos trabajar al unísono para que nuestro país se consolide como una nación íntegra que busca el desarrollo de todos los entes que constituyen al Estado colombiano. Esto no quiere decir que se puedan erradicar de raíz y de un solo golpe, como el facilismo intrínseco en la mayoría de los colombianos lo pretende; es un camino largo que irá pavimentando una calzada a la vez. Al elegir la calzada de las Farc, los colombianos debían estar preparados para encontrar detractores, baches, huecos, piedras que son causados por el interés en mantener la guerra. Ahora bien, el único proceso viable, justo y adecuado es la negociación; de ese convenio se dará un cambio en el paradigma educativo al que nos tienen sometidos pues, al existir la disposición de buscar los medios para mejorar la calidad de vida de los altos mandos y la clase obrera de ambas partes se podrá hablar de educación inclusiva para así poder construir país, porque está claro que somos la paz que nos enseñan y esta enseñanza no se limita al ambiente familiar o institucional; es un trabajo conjunto que se podrá potenciar sí y solo sí se alcanza la paz. El compromiso de buscar mejoras es necesario para hacer valer un derecho que ya está constitucionalizado pero no es aplicado. El artículo 22 de la Constitución especifica que “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Para hacer un acercamiento al contexto de la guerra, los resultados del plebiscito, la realidad educativa y las posibles soluciones, se empezará por hablar del problema que desencadenó esos resultados en la votación. Después se hablará de las falencias educativas más preocupantes. También se propondrán algunas mejoras en el sistema educativo y el papel del educador en este proceso de formar desde la consciencia y el pensamiento crítico. En vista del fracaso de las negociaciones con el pueblo cuando se eligió seguir en conflicto, en lugar de acabar de una vez la guerra por el bien de las víctimas, se dejó en entredicho el razonamiento del colectivo colombiano en pro del beneficio de todos y no solo de la oligarquía. Debido a lo mencionado anteriormente, se puede ver que más que un problema de acuerdo es un problema educativo el que nos tiene en este punto tras más de 50 años de conflicto porque “el acceso a la educación es una herramienta muy importante no solo para la protección de los niños, sino también para la comunidad en general. La educación suministra protección física, psicológica y cognitiva” (Infante Márquez, 2013: 226), pero, ¿cómo educar para la paz y no para la guerra? Ahora bien, si se habla de la realidad actual de la educación esta no es alentadora para las clases media y baja. Los formatos educativos no buscan cobertura completa, son excluyentes. El olvido de las periferias genera un inconveniente en la construcción de la paz, porque no se puede educar para la paz si se educan solo ciertos grupos sociales. Impera la necesidad de incluir, llegar a cada rincón y a cada niño, joven y adulto para brindarle los medios educativos precisos para su desarrollo integral. Si se logra ese ideal de educación para todos se creará algo que en este momento escasea en la población, la conciencia colectiva que hace comprender que el beneficio propio está ligado al beneficio de los otros. En la página 47 del Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera se habla de las medidas que se tomarán para promover la cultura democrática. Entre esos apartados uno dice que se velará por el “Fortalecimiento de los programas de educación para la democracia en los distintos niveles de enseñanza” (2016: 47). El proceso educativo se puede construir desde la empatía por el otro. Por el momento parece que existieran dos países que compiten por el mismo pedazo de tierra. Pero si se quiere lograr la paz apremia pensar que
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aunque existan opositores del fin pacífico, como decía Abraham Lincoln “la probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos de defender una causa que creemos justa”. Y aquí la causa justa es la apuesta por la paz, por el porvenir del pueblo y por la educación inclusiva. Así pues se busca en primera instancia defender el acuerdo que beneficia a cada colombiano, especialmente a los más afectados por la guerra, aferrarse a la esperanza de que ese es el único camino que logrará la consolidación del pueblo y eso dará paso a un nuevo comienzo en el que la educación será el epicentro del desarrollo social en lugar de la industria como un dios del progreso en el que los obreros están a su servicio y trabajando para su crecimiento. El punto de partida se dará en el proceso de aprendizaje e interpretación del mundo desde la verdad que solo se logra en el contacto con lo real. Esto que exigen los acuerdos sobre igualdad en la educación supone ser ley y está en papel pero, la aplicación discrepa de forma abismal, por cuestiones tan notorias como el análisis de los resultados evaluativos de una institución pública en comparación con una privada o entre instituciones públicas del centro del país y las de la periferia o de las zonas rurales o las de zonas rojas. El Ministerio de Educación dice que: En Colombia la educación se define como un proceso de formación permanente, personal cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos y de sus deberes […] El sistema educativo colombiano lo conforman: la educación inicial, la educación preescolar, la educación básica (primaria cinco grados y secundaria cuatro grados), la educación media (dos grados y culmina con el título de bachiller.), y la educación superior.
Hablando de la formación es necesario apropiarnos de nuestra historia para no correr con la suerte que Marx pronosticó cuando dijo que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. El conocimiento no se da solo en la historia oficial que es la que enaltece los actos bárbaros del equipo vencedor. La historia se cuenta desde el contacto, desde lo humano, las víctimas, los soldados, los guerrilleros que fueron parte de esa guerra y que no tenían ni voz ni voto. Desde esa idea menos heroica y más humana se entenderá con mayor facilidad no solo el precio de la guerra sino también su valor. Para hablar de esas voces que se han ignorado siempre se pueden analizar los resultados de las votaciones del plebiscito, ¿decidieron los que viven en zonas de guerra o los que solo ven la guerra en pantallas de tv e internet? Eso lo puede responder el hecho de que en departamentos como Chocó, Nariño, Valle
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del Cauca, Amazonía, Guainía, Arauca, La Guajira, Córdoba, Boyacá y otros en los que la guerra es una constante, ganó el Sí, pero eligieron quienes conocen de la guerra solo la cara que vende la propaganda política del mejor postor. Más que buscar perdonar o ser perdonados se trata de buscar el fin de este círculo vicioso que nos ha llevado de muerto en muerto, que nos hizo acumular la cifra de más de 6 millones de víctimas. Esa búsqueda tendrá que llegar a un fin irreversible. Las cuestiones de perdones y arrepentimientos se miden en la capacidad propia de cada ser y no se puede exigir eso como un decreto para hacer posible la reconciliación. Martha Amorocho es víctima de los enfrentamientos entre las Farc y el estado, hace 12 años perdió a uno de sus hijos y el otro estuvo en coma 13 días por el atentado al club El Nogal, pero sus declaraciones sobre los acuerdos lejos de ser un discurso cargado de odio o de sed de castigo a sus victimarios es un ejemplo de la búsqueda del bienestar común por esto declara que: Nosotros tenemos que entender que tanto la justicia, como la reparación son simbólicas. Nada se gana con castigar o eliminar al victimario si no hay espacio para la verdad. Y es que el reconocimiento de los hechos es un paso importante para propiciar la garantía de la no repetición (Amorocho, 2016).
La visión de una víctima directa que busca una solución de este conflicto para evitar que otras familias vivan su suplicio, es un caso específico de tantos que dejaron de lado el odio y solo buscan el bienestar presente y futuro de ellos y de sus familias. Amorocho cree en la paz como medio y como fin para un país distinto al que le arrebató a su hijo menor la oportunidad de disfrutar una vida que recién iniciaba. Por eso ella hace un llamado a quienes puedan ser oyentes de su discurso y dice: Esto nos involucra a todos los colombianos, tenemos que trabajar y apostar al cambio. La historia de nuestro país ha mostrado que nos hemos asesinado para solucionar nuestros problemas, y eso no ha surtido los resultados esperados. Los métodos violentos no son los adecuados para la construcción de sociedad, como tampoco lo son la politización y la polarización. (Amorocho, 2016).
Amorocho no es solo una víctima, ella estuvo en los procesos de La Habana como representante de las víctimas y conoce desde un punto de vista más claro los acuerdos a los que se llegó allí y después de conocer los acuerdos finales hace hincapié en que “Ninguna mamá tiene que enterrar a los hijos por la violencia. Fui a sembrar esa conciencia (a La Haba-
na). Cuando ahorita llegan los acuerdos uno entiende que sí lo escuchan” (Amorocho, 2016). Otro apartado de las declaraciones de Amorocho que es necesario traer a colación es su visión sobre ser víctima o victimario y como uno se empodera de su dolor cuando decide perdonar: “Los métodos violentos no pueden ser válidos en ninguna circunstancia. Si yo soy víctima no me puedo volver victimario. Cuando perdono soy dueña de mi dignidad. Mientras tanto sigo dándole mi vida a mi victimario”. Ahora miremos la otra cara del perdón, quien no está dispuesto a ceder y perdonar u olvidar lo sucedido en el pasado. Clara Rojas vivió 6 angustiosos años por el secuestro de su hija y en una entrevista mediada por Lorena Gil expresa: “Yo no he perdonado ni voy a perdonar; y no me siento mal por ello”. También afirma que sus exigencias de castigos legales como la cadena perpetua no son cuestión de revancha, es más un acto de justicia. Ya se mostraron dos puntos de vista dispares y no es deliberado que se haya tratado de ahondar en las declaraciones de Martha Amorocho y la brevedad de la intervención de Clara Rojas. Una de ellas perdió a su hijo y aun así espera la finalización del suplicio de la guerra para que nadie más tenga que afrontar esas pérdidas; mientras Clara Rojas que tuvo la suerte de ver a su hija retornar a su hogar, exige castigos que no van a generar más que la dilatación de los conflictos porque no se estarían brindando garantías a los colombianos que por circunstancias diversas llegaron a ser parte de las filas armadas de las Farc. Si se hubiese conseguido que desde la escuela se entendiera esa idea tan básica de finalizar lo que se
inició hace tanto, el resultado del plebiscito habría sido otro, no hubiera existido una visión sesgada de los procesos y nadie habría sido víctima del otro. Todo lo contrario a la idea que se maneja ahora de que la guerrilla nos va a gobernar. Asimismo se abordará el papel del docente como ente conciliador. El profesor busca las herramientas que le exijan superarse como profesional y trabajar en pro del mayor beneficio para sus alumnos. El docente brinda posibilidades para construir un sentido de mundo, de lo propio, de lo importante para los educandos y para la conciencia del colectivo; eso se logra enseñando a cada colombiano que el pacífico, la amazonia, la costa caribe y todos los alrededores del país son parte de nosotros y que también se debe velar por ellos y por su seguridad. Para hacer una recapitulación de los temas ya tratados, se parte de los resultados del plebiscito como causa de las falencias educativas que generan desigualdad social. La educación para la paz debe construirse buscando suplir las falencias de los grupos específicos y descentralizando los estándares educativos que excluyen a la mayoría de la población vulnerable. También destaca el perdón como una capacidad propia de cada individuo y no como un requisito para darle fin a la guerra. Otro tema importante es el papel del docente como mediador para que los estudiantes logren la construcción de un pensamiento crítico en búsqueda del bien común. Para concluir es necesario decir que aunque se den hechos tan lamentables como los que se han vivido en tantos años de conflicto, existe una posibilidad de cambiar las cosas y ese cambio no se da detrás de un escritorio, no se da con discursos emotivos o idealistas. La construcción de un nuevo
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país se da desde la educación en el hogar, desde la educación justa e igualitaria para todos los colombianos; la paz se construye enseñando el camino del saber, de la empatía por el otro, de la tolerancia; la posibilidad de una nueva realidad se da en el trabajo en conjunto de los docentes, la familia y el Estado para lograr lo que dicen los documentos oficiales y que no conocen los colombianos en la aplicación, la igualdad y el derecho a una formación adecuada para crear librepensadores que vivan y construyan un mejor país. Aunque en el transcurso del texto se habla de los problemas y las posibles soluciones en torno a la educación para cambiar la realidad bélica que nos ha acompañado tantos años se debe plantear la pregunta ¿Cómo educar para la paz y no para la guerra... o sí, pero para una guerra ideológica, para una batalla de ideas?
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Colombia se gobierna en familia Andrés Felipe Pérez Álvarez Hace muchos, muchos años, en una comarca llamada Colombia la gente estaba esperando un evento muy importante. Habían oído la vieja historia de que un día Dios les mandaría un nuevo rey. Un rey que los protegiera, les trajera paz y les diera más libertad. “¿Y cuándo llegará el nuevo rey?” —decían las gentes en el campo—, “nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros bisabuelos prometieron que vendría, pero ¿cuándo?”, vociferaban otros que con talega al hombro corrían por su vida fuera de Caldono, Toribío, Corinto y otros pueblos de la provincia de Caucasalén. Cierto día, en una pequeña región vecina, una encantadora mujer llamada María Santos tuvo la más asombrosa de las visitas, la de un ángel. —Regocíjate, criatura de gracia, el señor está contigo. No tengas miedo, María, soy el arcángel Timochenco y vengo a traerte asombrosas noticias. —¿Noticias, para mí? —preguntó María Santos. —Dios te ha elegido entre todas las mujeres del mundo para que seas la madre de su hijo. —¿Dios me ha elegido entre todas las mujeres?, ¿cómo puede ser? —Para Dios todo es posible, tendrás un hijo y al bebé lo llamarás Acuerdos, Acuerdos de paz. —Todo lo que Dios quiera se hará —dijo María dejando caer de emoción la cacerola en la que preparaba la mermelada que acostumbra venderle a su pueblo. María amaba a un hombre llamado José Uribe Vélez, un humilde carpintero de la región, reconocido por su enorme gusto por trabajar, trabajar y trabajar la madera, sobre todo cuando es usada en la confección de ataúdes. —¿Y ahora cómo se lo digo a José? —se preguntaba María angustiosamente sin hallar respuesta. Una noche sin estrellas, un ángel se le apareció en un sueño a José Uribe mientras dormía. —José, no temas, soy un enviado de Dios, él tiene maravillosos planes para ti. María ha sido tocada por el espíritu santo y será la madre de… —A ver, a ver hijito, un momentico. ¿Cómo así que alguien le metió mano a María? Eso no puede ser, a todo esto… su cara se me hace conocida, ¿acaso lo he visto serruchando conmigo en la carpintería? O ¿botando “aserrín” en algún río? —José Uribe, ponme atención… María Santos va a dar a luz al hijo de Dios, su nombre será Acuerdos, Acuerdos de… —¡Ajá! Yo sí sabía que te conocía, porquería, ¿Rodrigo Granda, explíqueme inmediatamente qué hace en mis sueños? —Soy un ángel enviado por Dios para… —¡Cállate!, no digas nada más porque entro en cólera. —Pero… —Yo soy un hombre honorable ¿cómo se atreve a aparecérseme así en la intimidad de la noche? ¿Qué fue lo que le hicieron a mi María? —María va a dar a luz al hijo de Dios, al rey de reyes, ya te lo dije. —¿Y cómo es que eso va a pasar?, no jodas pues, no me digás que… —No, no, no. Son cosas divinas, José, ella fue elegida por Dios. María Santos durante su tiempo en la tierra literalmente no ha hecho nada, nada de nada. — ¿Pero ella quiso? —Sí… —Sabandijas, ¡¿qué me le hicieron a María?!, ella no era así, ella me respetaba, me seguía en todo, me era fiel hasta la muerte. —José, yo mejor me voy, estás a punto de despertarte, además María ya viene a hablar contigo.
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—¡Sea varón y deme la cara!, eso… corra. ¡Si lo vuelvo a ver en mis sueños le doy en la cara, marica! —A ver… a ver… despiértate, dormilón, José Uribe, mi amor… ¡hola!, oye mira, discúlpame por despertarte así, pero es que algo pasó y tengo que hablar contigo. —¡Yo soy un hombre honorable! Ah… María, eres tú. Qué susto me diste, es que acabo de tener una pesadilla horrible. Soñé que me visitaban soldados de fuerzas celestiales que venían a anunciarme malas noticias. —Ya, tranquilo, tranquilo, deja te sirvo una aromática. Oye, José Uribe, sonará raro ¿cierto? Yo aún no me lo creo, jajaja, mira que yo estaba haciendo lo que más me gusta, así toda desprevenida, cuando un ángel se me apareció y me dijo que lo que pasa es que Dios me escogió entre todas las mujeres… en ese instante la providencia me tocó con su gracia y ahora voy a ser la madre de… —Sepa que estoy muy verraco con usted. —Pero, José Uribe, déjame explicarte, es que yo fui escogida… —¡No señora, nada de eso! Si alguien la escogió, y desde mucho antes, fui yo. Usted me había prometido fidelidad, usted y yo nos juramos amor ¡y en público!, cómo es que me hace esto, yo matándome en la carpintería resanando la madera podrida a ver si la paso por nueva pa’ sacarme unos pesitos. ¿Para que usted me salga con estas? No, no hay derecho. —Ya no más, José Uribe, ¡no más!, si no puedes entender que yo fui la escogida por Dios esto se acabó. — Pues que así sea, porque yo no voy a permitir que me venga a maltratar y a humillar públicamente así, no señor, un hombre también tiene dignidad. Por aquellos días las cosas entre la pareja continuaron de la misma forma. Familiares y amigos de María Santos defendían la autenticidad del milagro, le decían a todos los amigos y conocidos de las familias que el afortunado hecho de que María Santos fuese quien, entre todas las mujeres del mundo, pudiese concebir al hijo de Dios y traer la tan anhelada paz y libertad, no era mera coincidencia. Que a ella Sí, que a ella Sí, que a ella Sí había que creerle. Por otro lado, amigos y familiares de José Uribe como Oscar Melquiades Zuluaga, reconocido vendedor de frutas que poseía la habilidad para adivinar el futuro con sólo chuzar discretamente los alimentos, promovió la idea de que María Santos era una traicionera y cínica mujer. Gritando en cuanta plaza lograra tomarse que a ella No, que a ella No, que a ella No había que creerle. Ambos bandos hicieron retumbar la región inventando cánticos con los que atacarse: —La “virgen” se está peinando, entre mentira y mentira, los cabellos son de oro y los Acuerdos de fantasía, pero mira cómo beben los bobos sus mentiras, pero mira cómo beben por ver la hipocresía, beben y beben y vuelven a beber, los bobos en el río por ver Acuerdos nacer — cantaban amigos de José Uribe Vélez en un intento por apoyarlo. —Anton tiru riru riru, Anton tiru riru ra, Anton tiru riru riru, Anton tiru riru ra, nosotros a María vamos a apoyar, nosotros a María vamos a apoyar. Duérmete ya Uribito que la noche viene ya, cierra pronto tus ojitos o el niño Acuerdos te asustará —respondían allegados a la virgen María Santos. El enfrentamiento acústico llegó a durar semanas, incluso meses. Escuchar manifestaciones como “vamos pastores vamos, vamos a Belén, a odiar al niño y a todo el que es gay”, era ya común entre quienes No querían al niño Acuerdos y buscaban apoyo en las comunidades religiosas. El grupo de María, también procuró el favor de estas congregaciones con frases como “Zagalillos del monte venid, pastorcillos del monte llegad, ¿esperando al mesías prometido? ya vendrá, ya vendrá ya vendrá. La esperanza, la gloria y la dicha la tendremos en el quien no duda, desdichado de aquel que no acuda ese día juicioso a votar”. La contienda hizo tanto revuelo que incluso gentes de otros países acudieron a la comarca. Poetas extranjeros llegaron a decir cosas como “soberana María Santos que por vuestras grandes virtudes y especialmente por vuestra humildad, merecisteis que de todos Dios te escogiera, os suplico que vos misma preparéis y dispongáis mi alma y la de todos los que en este tiempo quieren la paz”. Pero muchedumbres de todas latitudes también llegaron a apoyar a José. Aunque una vez llegaban a conocerlo realmente, declinaban de su compañía. —Oscar Melquiades, hijito, esto como que va mal. María tiene el apoyo de la mayoría, me va a tocar asumir esa paternidad… —No diga eso, mi querido José Uribe, yo siempre estoy junto a ti ¡Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano! —Ay hijito, pero si con usted uno no vende ni un tinto en un derrumbe. Pero gracias, gracias… José Uribe Vélez al verse tan solo intentó encontrarse con María Santos, pero ella se negó. Desolado
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deambuló por toda la comarca arrancándose astillas de sus dedos maltratados, enterrándolas en los corazones de los incautos. Cuando pensó que todo estaba perdido, que ya nadie lo buscaría para maltratar la madera, se enteró de que María Santos acababa de dar a luz en un humilde pesebre peninsular a un pequeño bebé llamado Acuerdos, Acuerdos de paz. —Hola, María, mija, vine tan rápido como pude. Mire, perdóneme ¿sí? —Hola… —Esas bobadas suyas, tráteme con confianza, yo sé que la embarré y todo, pero es que usted y yo tenemos historia. Yo a usted la quiero mucho y yo sé que usted a mí también me quiere ¿no es cierto? —Pues sí… —Ah, mire ¿si ve que sí? Venga, eso… mire esa sonrisa tan linda la suya y dizque llorando. Déjeme veo, ah… ¿esa es la criatura? Pero mira no más lo bonito, ¿si te fijaste que tiene mis mismos ojos? Quien diría… hasta arruga la frente como yo. — ¿Sí? —Claro, ¿no estás viendo? Es que salió igualitico al papá. — ¿Entonces sí quieres al niño? —Pero claro, ¿no estás viendo? Es que yo siempre lo he querido, lo que pasa es que me asustaba un poco ser papá, entiéndeme, yo solo sé doblegar, moldear y violentar a mi antojo… la madera. — ¿Seguro? —Que sí mija, que sí, déjame cargarlo. —Bueno… eso, por debajo… métele la mano por debajo a Acuerditos… eso, así no se nos cae. Míralo no más, mi bebé. — ¡Hola, Acuerdos, hola bebé, yo soy tu papá, tu papá! Chi, quen es lo más emocho, quen. María, yo soy el papá del niño, de eso que no te quepa la menor duda. Acuerdos de paz, va a ser como el papá. Mija ¿sabe qué es lo que no me gusta? Como vistes a Acuerditos. Está como mal presentado, como sucio ¿me deja cambiarle la ropita? —Eso es bobada, ¿no ve que el niño está limpio? Pero si quieres… —Eso… a ver, a ver… ¡Ah, así sí quedó hermoso!, qué lindo, mira no más como se deja chocholear de un lado pa’ otro Acuerditos de paz, ¡qué belleza!, no se pone a llorar porque lo cambien tanto. —Ole, José Uribe, vení decime una cosa, ¿qué les vamos a decir a toda esa gente que enemistamos con nuestra pelea? —Oigan a esta, pues nada… que les vamos a decir, pues nada… — ¿No te da como pena con esa gente? Es que tanto alboroto… —Amor, problema de ellos si se meten en vainas de pareja.
Jeison Soler
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Tatiana Velรกsquez
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Para el fuego, de Juan Restrepo Fernández Juan Restrepo Fernández (Montenegro, 1930-2012) publicó nueve libros de poesía: La idea que verdece (sf), La montaña incendiada (1969), El alba de los enterrados (1981), El cetro de los anillos (1989), Los zafiros del reino (1989), Los templos del ónix (1993), El leño de los sonidos (1999), El desvaneciente mediodía (2000) y El caminar de los océanos (2011). En un estudio reciente, titulado Apuntes sobre Juan Restrepo Fernández: La imagen del cuerpo, el tiempo y el sentido inefable de las cosas (2017), Johan Ernesto Rangel anota que los poemas de Restrepo “adquieren un valor distinto debido a su arriesgada complejidad y al modo de asumir un sentido dentro de un universo particular”. Más adelante concluye: “Reconocemos en cada uno de sus libros la maquinaria simbólica de su poética; mientras tanto, en el trascurso de su lectura, el espectador no hace más que acoger objetos reveladores e imágenes de otra realidad, que, las más de las veces, produce el efecto inmediato de querer explicarlo o darle un sentido en palabras propias de su imaginario literario o vital”. Jorge Ramos Suárez afirmaba que “en Juan Restrepo los ejes semánticos sirven a la percepción evocativa del lenguaje”. Eso es precisamente lo que ocurre cuando se propone la lectura de «Para el fuego», uno de los poemas más sugerentes de Juan Restrepo Fernández. El poema aparece en el libro Los templos del ónix (1993) y es un buen ejemplo de lo que Carlos Alberto Castrillón denomina “la sintaxis particular” de su poesía. En un ensayo publicado en 1997, Castrillón propuso una primera interpretación de «Para el fuego»: En sus nueve versos de métrica irregular, pero con preponderancia del verso heptasílabo, el poema presenta dos mundos diferenciados, dos momentos y dos espacios. Las alusiones al tiempo (“el fuego del tiempo”, “el eterno badajo”) unen los dos momentos en uno solo: el tiempo que se consume transmutándose (fuego) o alargándose (badajo). Los primeros dos versos se aliteran en s y el sexto y séptimo en n para que la diferenciación simbólica tenga soporte fónico. El núcleo temático del poema está entonces escindido en dos momentos distantes que al final son uno: el tiempo como fenómeno perceptivo, como duración. Lo que se alarga no tiene medida propia, sino que la obtiene en la prolongación, como el badajo, que es sonido “silencioso”, potencial, incompleto, tal como lo es el “atisbo silencioso” del ojo que grita. Estos dos elementos adquieren, en consecuencia, sentido concordante que se complementa con la similitud visual: como cuando miramos una campana hacia lo alto, el badajo es un “atisbo silencioso” del ojo. En los conceptos de eternidad y prolongación con relación a badajo (que es algo que se alarga y es eterno en su inmovilidad dubitativa), hay una redundancia que refuerza la idea central del poema. Podría afirmarse que este poema trata de las percepciones actuales, fugaces e inconexas, que se consumen en el fuego del tiempo (primera parte), y del recuerdo, alimentado por esas percepciones, que se concentra en un instante detenido y potencial. En este caso, el badajo es el signo fundamental. La palabra es la última del poema, como badajo que pende de una campana y encierra el sentido de lo que sólo necesita un empuje vital para recomenzar.
Nuevas interpretaciones se suman para acumular sentido sobre este poema, breve y extraordinario. Presentamos ahora seis nuevas lecturas desde visiones encontradas, como ejemplo de lo que la poesía de Juan Restrepo suscita en quienes se acercan a ella.
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Para el fuego
Calles, atisbos silenciosos grita el ojo en la noche, bellotas para el fuego del tiempo. Un puñal, cuando niño se hunde en pezón, se alarga, al eterno badajo. Juan Restrepo Fernández
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Seis veces Para el fuego En el presente texto se pretende presentar la construcción de sentido del poema Para el fuego de Juan Restrepo, el cual describe las sensaciones experimentadas por una persona, antes y durante la realización de un crimen en plena noche. El poema es narrado desde la mirada del asesino, puesto que inicia con la voz de éste haciendo referencia al lugar en el cual se encuentra y observa, “calles”. Expresión que me lleva a evocar la imagen de pasillos desiertos en los que retumba la soledad y cualquier cosa puede pasar. Luego hace una pausa generando un silencio de espera e intriga, el cual es interrumpido seguidamente por las palabras “atisbos silenciosos”. Lo cual podría indicar que vislumbra u observa sigilosamente, como quien no quiere ser percibido, como león en acecho a su presa. Continuo a ello aparece la expresión “grita el ojo en la noche”, a través de la cual se denota perturbación y exclamación en un instante, como quien describe e imagina la configuración gestual de quien es tomado y atacado por sorpresa, siendo víctima de algo doloroso. Posteriormente en sus versos cuatro y cinco, enuncia una metáfora sobre las “bellotas” y el “tiempo”. Si tenemos en cuenta las características de este fruto insípido y amargo, se podría relacionar con la sensación de desagrado que genera el esperar con impaciencia el momento preciso y la hora exacta para actuar. Pero gracias a otro elemento, el fuego, transforma eso que es insípido en algo deseable, de igual manera que en el caso del crimen cada momento de espera provoca en el sujeto un mayor grado de ansiedad que le excita y le lleva a desear dar el asalto final. Hasta este momento se han mencionado lugares, sensaciones y algunas conjeturas de manera ingenua, en busca de crear un contexto para el poema, con el propósito de descubrir su significado. Ahora la pregunta es: ¿por qué lo he relacionado con un crimen? Pues bien, al observar la estructura del poema se puede ver cómo se divide en dos partes, diría un antes y un después, y las siguientes líneas son las que describen de una forma más contundente y precisa el acto como tal del crimen en acción. Así como se evidencia en sus versos finales al mencionar “un puñal”, como arma silenciosa que ha penetrado en un cuerpo provocando una herida mortal, hecho que compara mediante una analogía en la que describe la facilidad con la que se hunde un niño en el pezón. De igual manera aquel criminal alarga su puñal penetrando con facilidad el área del corazón, que palpita por última vez. Y al final, cuando la luna ya no está y empiezan a salir los primeros rayos del sol, como hecho de premonición suena el campanario, anunciando no solo el inicio de un nuevo día sino también el final de una vida. De esta manera surge el eterno badajo o el eterno campanazo que trae consigo el anuncio de una muerte. Angie Johana Castro Manso §§§ El poema Para el fuego nos habla de la nostalgia que siente el hombre por su infancia y en él se describen de manera metafórica la agonía y el dolor por no poder regresar al seno maternal. Desde el primer verso nos muestra el perfil de calles desoladas, silenciosas y oscuras, “atisbos silenciosos”, planteando la imagen de un camino visto desde la perspectiva de la noche, que es descrita por el autor con palabras que refieren la agonía, la oscuridad y la desolación de ese camino: “grita el ojo en la noche”. La estructura externa del poema indica que se articula en dos partes. En la primera el poeta plantea la posibilidad de una calle desolada, la cual se observa como un camino oscuro por recorrer visto con horror y sin
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esperanza: “grita el ojo en la noche”. La angustia que esta posibilidad ocasiona, está intensificada por el uso de diversas imágenes que expresan agonía; nos muestra una imagen del tiempo, del pasar de los años, “bellotas para el fuego del tiempo”, fuego que consume el pasar de la vida. En esta parte del poema se ve la desolación, el sentimiento de tristeza de dicha agonía. En este verso también se muestran los frutos, “bellotas”, que encienden el fuego, el cual consume el tiempo: “para el fuego del tiempo”. Por lo tanto, Para el fuego es un poema que describe el temor a la vejez y por supuesto a la muerte que llega con ella. La expresión que inicia la segunda estrofa, “Un puñal”, acompañada de un par de imágenes que hacen explícita la infancia, “cuando niño / se hunde en pezón”, deja ver cómo se compara metafóricamente el dolor físico de una puñalada con el dolor interno de la nostalgia por volver a la niñez y al seno maternal, que posteriormente se ve lejano, “se alarga”. Allí se le da paso a la vejez y a la llegada de la muerte, descrita como algo eterno, más eterno que el sueño de la muerte… Muerte que es anunciada desde nuestra cultura por campanas que acompañan las honras fúnebres: “al eterno badajo”. El poema nos habla de una agonía que se describe por medio de imágenes que narran el pasar de los años y la pérdida de la juventud, a través de los ojos de un hombre que se ve a sí mismo desde sus recuerdos de niño y añora regresar al lugar de mayor tranquilidad para el hombre: el seno maternal; contrastando dicha nostalgia con la angustia que produce el paso de los años, como quien ve desde una ventana el tiempo pasar sin la posibilidad de hacer algo para detenerlo. Sólo le queda el camino oscuro y desolado de la vejez y la llegada de la muerte. Diana Alejandra Grisales Rubio §§§ El poema Para el fuego de Juan Restrepo es sin lugar a dudas una muestra del juego sinestésico tan presente en la lírica moderna, pues por medio de él, el lenguaje hace gala de todo su esplendor y el autor de toda la libertad que le otorga la creación poética; del mismo modo, se evidencian algunos oxímoros que dificultan la interpretación del poema y, en consecuencia, le otorgan un valor semántico cuya profundidad puede traer consigo un sinnúmero de posibles interpretaciones. Así pues, el título del poema mismo es ambivalente, pues puede significar una dedicación al fuego o, por el contrario, identificar elementos destinados a él. Asimismo, en el primer verso se presentan dos figuras ambiguas representadas en dos imágenes poéticas; la primera imagen es “atisbos silenciosos” y la segunda “grita el ojo”, lo que da lugar a un juego poético en donde los sentidos son alterados, sobreponiéndose a lo normalmente aceptado. Es apenas lógico que la palabra “atisbos” esté conectada directamente con la vista y, por tanto, la imagen “atisbos silenciosos” es ya una ruptura semántica, tal como ocurre en la segunda imagen con “grita el ojo”. Ahora bien, la primera estrofa solo cuenta con un verbo, grita, y es este de gran relevancia para la construcción del sentido como única acción presente; por consiguiente, al reestructurar el verso se concluye que para el ojo como sujeto del verso las calles son atisbos silenciosos. Posteriormente, la imagen “bellotas / para el fuego del tiempo” es una explicación de ello, en donde las calles son comidas por el tiempo, son bellotas destinadas al fuego del tiempo que todo lo consume y lo acaba. Para finalizar, se evidencia la segunda estrofa como una figura que evoca un recuerdo, en este caso de la infancia, lo cual se constata en “un puñal, cuando niño / se hunde en pezón”. Del mismo modo, al emplear la imagen “se alarga, / al eterno badajo”, como metáfora de la pieza que cuelga de la campana y la forma testicular del hombre, se prevé una marca que acompaña al sujeto en todo su crecimiento. Por último la palabra puñal denota esa marca, un posible dolor, un sinsabor, un evento dañino que se quiere olvidar, y por su carácter incompleto termina, al igual que las calles y la noche, siendo bellotas, trozos que se destinan al fuego del tiempo, pero que, por la naturaleza simbólica y polisémica, pueden ser avivadas o por el contrario destruidas completamente. Eliana Pérez Moncada
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El fuego en muchas culturas ha sido símbolo de calor de hogar, de pasión o de vida; en el poema Para el fuego puedo inferir que se habla del fuego como símbolo de vida, porque hace referencia al “fuego del tiempo”. Calles, atisbos silenciosos grita el ojo en la noche
Encuentro en este fragmento un paralelo entre silencio y grito, lo que contribuye a que la metáfora esté ahí para expresar lo sorprendente y tal vez tenebroso que es la calle en la noche. Pero lo que ayudaría bastante es saber el por qué está en la calle, ¿ocio u obligación? Hago especial énfasis en las bellotas porque en la primera estrofa dice: bellotas para el fuego del tiempo
Las bellotas tienen un contenido histórico; son alimento de los cerdos y, como se encuentran en los bosques, son provisión para cazadores, fugitivos o mendigos; en mayor medida para los últimos dos, porque un cazador no se internaría en un bosque sin los elementos necesarios. Así que deduzco que quien da a su valioso “fuego del tiempo” un alimento que podría llamarse deshonroso, cree que su vida va de igual manera. Un puñal, cuando niño se hunde en pezón
Creo que hace alegoría a la lactancia materna. Se infiere esto porque el bebé se hunde, como puñal, en el seno de la madre, y más adelante finaliza diciendo: “se alarga, / al eterno badajo”; conecto esta estrofa completa con la alimentación del infante, ya que el seno materno tiene forma de campana y el “eterno badajo” sería el pezón alargado por el amamantamiento. Para llegar a la interpretación final, hago una conexión de todo lo anterior y queda como resultado que hay una vida desastrosa en medio del poema, que recuerda en el presente, en medio de la penumbra de la noche, con especial nostalgia el cobijo de la madre. Valentina Hurtado Ortegón §§§ Indicios de una noche en la que aparecen miradas misteriosas y disimuladas que no logran tener un sentido, no se tiene una claridad o una visión, todo es muy confuso de percibir. La luna como un fiel testigo del tiempo, el lugar en el cual no se logran reflejar los sentimientos que quieren salir, recuerdos vacíos que crean heridas penetrantes, miradas que expresan lo incómodo de sentir sin ser sentido. Es la alusión al ser inmortal, a un dolor que puede perdurar, y con él la imaginación profunda de estar vivo y hacer de esa agonía un calvario duradero e incapaz de sanar. Una herida aguda, esa lucha por mantenerse coexistente en el mundo, y saber que este centro terrenal es el agravio para hacer de aquella el punto de partida. Una amargura extensa como una pieza importante al resonar; cada palabra es un golpe, un timbre abrumador a tal punto de no importar nada, solo el misterio que se desató una noche en el poema Para el fuego. Juliana Cuéllar Acevedo
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En primer instante el poema presenta aparentemente un contexto, “calles”, e informa también que en la noche es donde se transcurre; interpretando de este modo las calles y la oscuridad, construyo la imagen de una callejuela poco transitada en una hora en que la oscuridad la cubre; la visibilidad es muy poca, casi nula, y una persona está en medio de ese camino sintiendo el peso de otra presencia, alerta y a la expectativa. En el curso de esta búsqueda de sentido, “atisbos silenciosos / grita el ojo” es una acción que reencarna en dos sujetos; el primer sujeto, de quien ya se habló, mira con desconfianza el lugar en el que se encuentra, del mismo modo que quien sumido en la oscuridad espera una potencial víctima para satisfacer su necesidad de muerte. He recreado este contexto desde la lectura del poema para hacer más clara la interpretación de dualidad. La presencia de las bellotas la explico metafóricamente como la representación del ser humano, que equivale al reflejo del asesino y del asesinado, del oprimido y del opresor; que a su vez, desde una visión histórica de la bellota, sentencia un desprestigio sobre ésta en tanto se percibe como alimento de cerdos. Con lo anterior se puede aclarar que la bellota es la analogía del individuo, y más específicamente es la proyección de lo degradante, lo más bajo del espíritu humano, su lado oscuro, los deseos que avergüenzan al hombre por lo escandalosos que podrían resultar. bellotas para el fuego del tiempo
Me detengo particularmente en estas líneas para contemplar e interpretar la presencia del fuego en el poema. Desde el título, en “para el fuego” se hace muy notable la preposición para como finalidad o destinación, que en este caso sería de la humanidad para el “fuego del tiempo”; en coherencia con la interpretación global, el fuego en su carácter elemental hace alusión a lo que está activo y de cierto modo a una ofrenda, en la cual la existencia del tiempo es alimentada por los actos malos del ser; la coexistencia histórica del eterno vencido y del eterno vencedor señala la necesidad de la maldad para el transcurso natural del universo. Un puñal, cuando niño se hunde en pezón
Retomando para la interpretación de estas líneas la imagen de los dos hombres en el callejón, la presencia del puñal señala el asesinato, la maldad que se hace allí material. El niño como simbología de origen del hombre convive con el puñal que alude a la muerte, al final. se alarga, al eterno badajo
El sentido de alargamiento es la coexistencia de opuestos que se han prolongado por la historia del hombre y la cosmovisión de los pueblos; representa una dualidad en la que se han forjado civilizaciones. Por último, en la línea final se confirma la presencia perpetua de esa dualidad (“al eterno badajo”), entendiendo badajo como alusión a los testículos y a la procreación ilimitada. Esta es la razón por la cual la presencia de opuestos, bien y mal, vencido y vencedor, es un evento atado inevitablemente a la perpetuidad, necesario en el desarrollo y permanencia de la vida, puesto que todo está establecido para que así sea. Víctor Ramiro Hernández Vélez
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Recuerdo de Juan Restrepo Carlos Alberto Castrillón En el año 2011, cuando planeaba la edición de un libro de Juan Restrepo para la Biblioteca de Autores Quindianos, tuve acceso al copioso material que el poeta conservaba inédito. El proyecto estuvo amenazado por la desmesura, pues la cantidad excedía por mucho el limitado espacio del libro que yo imaginaba. Sabía del deseo de Juan Restrepo: dar a conocer su obra completa, intención que lo acompañó en sus últimos años. La discusión sobre lo que podría escogerse y lo que quedaría inédito por quién sabe cuántos años más fue amplia y serena, pero no exenta de amables desencuentros. Como todo poeta, Juan Restrepo defendía su palabra con autoridad y voluntad persuasiva, a pesar de que para entonces la enfermedad ya lo afectaba. El respeto mutuo hizo el trabajo. Al final, para conformar el volumen, y con la colaboración de Zulma, su esposa, elegí cuatro libros del conjunto de cuadernos que el poeta mostraba, leía a trazos y ponía en contexto dentro de su obra completa: Las águilas de la tristeza (1994), Hades (1995), El volcán de los Duendes (2001) y La bahía de los truenos (2010). El proceso de edición me permitió acercarme a la génesis del verso, al diseño de la sintaxis particular de su lenguaje y al reconocimiento de sus obsesiones poéticas, una experiencia que uno como crítico o investigador rara vez tiene con un poeta de tanto presente y de mayor futuro. En las sesiones de ajuste y corrección de cada poema, en las que el poeta participaba con entusiasmo, aunque por periodos cortos debido a los quebrantos de salud, la estética de Juan Restrepo comenzó a mostrar sus claves profundas, sus puntos de contacto y, en última instancia, las líneas de reescritura que pueden rastrearse desde los primeros libros. Queda la sensación de una obra completa en cuanto responde a una intención que unifica las partes del proceso en un todo, en un soporte de sugerencia y misterio que no deja de significar.
Juan Restrepo durante las sesiones de trabajo para la edición de El caminar de los océanos (2011)
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De los cuatro libros, uno quedó definitivamente por fuera por razones de espacio, La bahía de los truenos; los tres restantes se publicaron con el título El caminar de los océanos (2011). No recuerdo el origen del título, pero lo pusimos de común acuerdo. Un bello prólogo de Darío Ruiz Gómez acompañó la edición; en él encontramos valoraciones que hacen justicia a la poesía de Juan Restrepo, como “su alto grado de intemporalidad, alcanzado mediante esta escucha de lo inescuchable, de aquello que alienta en lo indecible”. Las resonancias que los versos de Juan Restrepo dejan en el lector, y que a veces se sitúan en el reverso de la comprensión, son para Ruiz Gómez “la lucidez que brota del resplandor de la vigilia y va descubriendo sin sobresalto, sin ofensa alguna, aquello que duerme en nuestra alma cautiva por la nostalgia del orden antiguo”. Esa es la sustancia del verso en Juan Restrepo, sobre quien he escrito muchas veces y de quien alguna vez dije que es ejemplo del oficio de poeta porque configuró sus propias claves, trazó sus propios caminos y sólo rindió la palabra a sus propios contextos. Hoy, para honrar su memoria, deseo compartir unos versos de La bahía de los truenos, el libro que quedó huérfano desde nuestro último encuentro: Ningún dolor, gemido, llanto de ave, oscuro. Sólo lo que pronuncio
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Poemas de Juan Restrepo Yo no recuerdo dónde Yo no recuerdo dónde pero era tan pequeño, un grano de destino fluyendo por la tierra, mi madre un beso blanco de pie por mis mejillas, ancho abrazo mi padre. Yo no recuerdo dónde pero era tan pequeño, mis manos se alargaban hasta la miel y mi hombro corría por sus colinas; yo tenía el horizonte al pie de mis rodillas, a dos zancadas iba, mi pecho sonreía. Una mañana limpia vi dos maderos negros bajar por mis pupilas, quebrarse el bosque entero, acurrucarse el llanto mientras la leña ardía. Abismos de la lumbre, hogaza de los días, yo no recuerdo dónde, casi un eco recuerdo: dos montes, dos hachazos, dos maderos callados de mis ojos caían. Tomó mi mano el tiempo y fui, troté en sus horas por otros dulces sueños, pero siempre en el alba, en mi temprano niño, bajaban a mi encuentro dos maderos, dos sombras, dos fosas del recuerdo.
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El ahorcado Se fue acercando el hombre, miró, pensó la sombra, vio los ojos del aire abiertos, solo el viento y un golpe por la sangre. El día de pie, callaba, abría sus ramas secas y traía el vuelo de los guales. También tú, buen terrón, dentro de mí secándote. Sintió carbones negros que apagaban su carne. Bajó la frente el hombre, pensó el suelo, vio su abrazo cerrándose. Goterones de sombra caían de los guales. La durmiente Duerme, que nadie ocupe ese espacio. Otras puertas y ventanas plantan allí, otro techo, otra mañana, otro nombre que al amanecer no aspira más que al cielo que le abres. No estás lejana, sí oculta en una luz donde nadie podrá nunca acompañarte. ¿Qué mediodía, qué tarde puede encerrar la mirada que por un momento yace? No hay caja ni tambor negro para tu luto ni olvido entre la lágrima. Sólo el cristal te sostiene, el ojo que en mí apacienta pues allí guardada corres, poniendo a la transparencia calladamente tu cuerpo.
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Al balcón de tus labios Al balcón de tus labios yo me asomaba, a mirar por tu cuerpo rosas, naranjas. Para que fuera, sí, pronto me dabas, la navaja de un beso para cortarlas. Filo de lilas y de albahaca, un manojo tu talle y tu garganta. Quién me diera quedarme en tu chambrana, no hubo balcón más bello en otra casa.
De encina moriré De encina moriré, caeré de sombra, caeré fluvial de verde o de relámpago, me apagaré de breña, me iré de labio en labio, peña en peña, fluiré de trueno o grito de montaña. No quemarán mi pena como un leño, me dormiré de yunque, me apagaré de mar y de alarido, de manojo de azahares o estampido encenderé mi sueño. Templado a bronce, a mar, a hierro hirviente arriaré mis amarras, descenderé mi viaje manantial y creciente. Cumbre de almendro, ramo de acechanzas
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andando, andando, andando, atando sus gavillas, siempre siempre podando sus jarales, llama apagándose en su propia llama. ¿Qué barro me incendió? ¿Qué arcilla vertió por mí su arcilla? ¿Qué tronco desbordó por mi tronco? Palpita fruto, gajo, pregúntate y palpita; trépate el caminar, palpa tu aliento, óyete ese rostro mendigo, ese atajo harapiento, respóndete, arde, crece y escucha el confín de tu cuerpo qué profundo se extiende. Espumoso bramido, planicie palpitante siempre corriendo, siempre desbocada, siempre fluyendo sobre pena y pena desangrada. Remos de huertas ásperas, canoa funeral para el cauce tumbado; de raíz yo me quedo, forestal dormiré como un alud de rayos o un huracán de cedro. Venga a tocar mi copa el viento aldeano, apóyese en mi tronco el alba niña, el esforzado día recuerde en mi corteza su verano; venga a tocar mi copa el viento aldeano.
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Sebastiรกn Camargo