Alkymia 02: BODEGÓN

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Alkymia

Dirección:

Melissa Ceja

Tamara Fromm

Sofía Muñoz

Ana Torres

Patricio Ventosa

Colaboradores:

Sofía M. Adame

Julia Arvelaiz

La Eugenia

Montserrat Cerda

Luna Martínez

Ibn Kahfi

Eustaquio Vasconcelos

Diseño: Ana Torres

Zine 2024 3

“encapsulando el viento” (2024) / “están cayendo sueños” (2024)

De Sofía M. Adame
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Fruta incompleta (habitante de un bodegón)

Por La Eugenia

Románticamente se me ha permitido habitar en un bodegón. Me dijeron - ¡Niña mira! - me acerqué, crecí, experimenté y después gritaron - ¡Mujer! tranquila. Por un rato he aceptado esta habitación, y este tapiz de colores varios con trazos cambiantes, mis huesos ya no resienten tanto el frío naciente del cuenquito de porcelana en el que habito, debajo tiene una manta arrugada, amarillenta por el pasar del tiempo, la misma que abraza una botella, no de vino, sino, de sangre y recuerdos míos. Me otorgaron un cuchillo pa’ tener presente la violencia, más no para defenderme de ella, una cuchara pa’ cuando tenga que drenar agua de aquí, de tantas lágrimas, y un tenedor, de plata, finísimo en donde me reflejo. Aún no logro averiguar para qué es el tenedor.

Como mujer, me “permitieron” la creatividad, cla ro, siempre y cuando me mantenga en el margen de estos límites a los que me empujaron. Me diceny los respiro tan ajenos.

Este cuadro, no solo se me adorna de penas y nostalgias, también tengo un rosario, encajes por ahí tirados, frutas en canastos, una copa fracturada, flores vivas y muertas; ah, también, casi en el fondo, casi invisible, un hueso, no sé cómo se llama y mucho menos si es de humano. Entre las frutas me rodearon de manzanas y me pidieron no ser Eva. -No las muerdas, son pecado - eso dijeron, me lo repitieron hasta el cansancio. Pero aquí las dejan, fresas y cerezas pa’ lo divino, melocotones y uvas que también son lo prohibido. Y después de todo, no logro comprender qué fruta soy. Me siento más una flor, en donde, por mis pétalos se han posado moscas, mariposas y libélulas, tómese como bondad, maldad y un “no sé que fue”.

Incluso, una vez, en esta porcelana, totalmente aburrida pregunté por la obtención de un cuerpo; me dieron uno, pero era de cristal. A los siete días lo rompí, y pa’ que no se me desbordara todo el aliento, aprendí a contener la respiración.

De todo esto ya ha pasado tiempo, sigo dentro de este bodegón, y su luz, su brillo, ya no es tono blanco pureza-inocencia, ahora, se encuentra amarillo, no por desobediencia, sino por tiempo perdido. Y las frutas intactas, ya se encuentran putrefactas, con todas las flores marchitas. Entonces, el cuadro ya no emana olor a frescura y atracción a la vista. Ahora nadie se acerca, les incomoda un olor distinto a la no-pureza. Y yo, en el fondo de este cuenquito de porcelana pienso, en la juventud perdida, en el tiempo aturdida. Sé que es tarde, ya no importa, me abalanzo y muerdo cada fruta, me sirvo del vino inexistente en la copa rota, me cuelgo todo, el rosario y los encajes. Colecciono todas las moscas, mariposas y libélulas muertas. Trato todo, hice todo. Pero, siento el mismo vacío que obtuve después de esos siete días de haber habitado un cuerpo. Traté todo.

Entonces, regreso al cuenco y me cubro con la

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La singularidad No. 2

LLa vela

Las velas, como concepto, han estado atadas siempre a lo divino, a lo mágico y/o a lo místico. Para mí, por mucho tiempo, no fueron más que objetos aquí y allá. No fue hasta que se volvieron parte de mi rutina que me vi obligado a ritualizarlas y romantizarlas. Es en esta intimidad que las cuestiono y observo por primera vez. La vela es ama y servidora del fuego.

La vela le da vida al fuego mientras este la consume. Cualquier parecido entre esta alegoría y un gran porcentaje de los divorcios es meramente coincidencia. La vela, con tal de estar encendida, camina hacia la muerte. La llama danza en su punta mientras ella se evapora. Somos nosotros quienes presentan a esta pareja destinada a consumirse, pues la cera no se enciende sola. Se enciende, en realidad, para nosotros. Por nuestros caprichos aromáticos y por nuestros ojos débiles frente a la noche.

Encadenamos el fuego a la cera porque para eso está hecha. La vela no es vela si no arde. Para mí, es el paralelo más evidente de lo que significa existir. Existir es gastarse. Hasta la singularidad1 del hoyo negro exhala la materia que consume para eventualmente desaparecer. El fuego es lo que confirma la existencia de la vela; lo que la hace respirar de una forma no muy diferente a en la que tú y yo respiramos.

Todo lo que respira tendrá un último aliento. La vela, desde que la encendemos por primera vez hasta que queda completamente evaporada, es espejo de la efimeridad que se esconde en todo lo que conforma nuestra realidad. Porque, ¿qué tan breve tiene que ser algo para ser efímero? En la infinitud finita del universo, la inexistencia dura mucho, mucho más que la existencia.

Lo efímero, cabe mencionar, no es sinónimo de insignificante. La vela, contra todo pronóstico, trasciende. Aquella vela que se acaba es aquella que decidimos encender una y otra vez. Todo lo efímero es infinito dentro de sí mismo. Tú, la vela, el universo y yo somos infinitos por nuestra inhabilidad de ver lo que sigue; para nosotros no hay nada más. La efimeridad la decide quien puede observarnos morir. Somos seres de cera.

Es por eso, creo yo, que este frágil cilindro de cera merece la presencia divina que mencionamos al principio. La mejor forma de simbolizar al espíritu es usando una metáfora sobre la naturaleza del mismo. Naturaleza que comparte con absolutamente todo. Como decía yo en la reseña anterior, gran parte de la belleza del ser es que termina.

La cotidianidad celestial de la vela es, en mi opinión, hermana de aquél sentimiento que da al detenerse a ver como se mueven los árboles. Los secretos del universo se esconden detrás de lo mundano. No puedo evitar darle a las velas nada menos que cuatro estrellas. 1

*guiño*
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Bodegón Familia Tradicional

“En la carrera entre pájaros y tradiciones antiguas, esta permanente el silencio de las cosas, duraznos sin resistencia. Aquel hogar, No es como lo pintan. Místico interés en los días de catástrofe.”

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Técnica: Collage

De notas y letras, por Eustaquio Vasconcelos

Inauguramos esta columna con el tema del bodegón. Y rascando en el bodegón musical, recuperé un artista que, para mí (y espero que para ustedes también), representa la naturaleza muerta, mezclando flores en las mismas harmonías.

Issam Hajali es un músico libanés cuya obra ha sido recuperada por Habibi Funk, su disco, Mousalat Ila Jacad El Ard , nos lleva por un viaje de funk jazz y progresivo que nos muestra un lado aparentemente olvidado de la música.

Su letra nos muestra las creencias y forma de vida tanto del artista como del Líbano, en general. El disco fue lanzado por primera vez en 2019 cuando, en realidad, fue grabado en los ochentas, durante la guerra civil en su país. Nos presenta la música como un refugio; se asoma la naturaleza muerta en la cotidianeidad musical como un lugar de confort. A interpretación propia, Hajali hace un bodegón a partir de un lienzo humano y lo demuestra en su obra. Por ejemplo, la letra de Khobs, la tercera canción del álbum, dice:

“Historia de herencia y canción antigua.

Pan en la mesa eterna

Deja que los cerebros entren al vacío. Y entrar en gargantas enfermas

A la hora de las abluciones, tus baños sucios

Oh castillo del llanto, oh ciudad del crimen

Historia de herencia y canción antigua.

Pan en la mesa eterna

Deja que los cerebros entren al vacío.

Y entrar en gargantas enfermas

A la hora de las abluciones, tus baños sucios

Oh castillo.”

Los invito a disfrutar de esta edición de Alkyimia y, sobre todo, escuchar Mousalat Ila Jacad El Ard de Issam Hajali para buscar y disfrutar el bodegón en su letra y melodía. Por mi parte es todo, nos vemos en la próxima edición con un nuevo disco.

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De Eustaquio Vasconcelos
“Alicia

a través del agujero” (2022)

(da click en la imagen para ver la animación)

De Ana Torres
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Spotlight

“Planetario” y “Lluvia de tomates”

Entre flores, frutas, libros y otros objetos, los bodegones nos remiten a lo cotidiano y su inevitable final. Aunque la muerte sea ineludible entre estos elementos podemos reencontrarnos con una de las pocas verdades universales: el presente es todo lo que tenemos.

A través de la historia del arte los bodegones han actuado como ventanas a la introspección, a la apreciación de lo efímero y lo perdurable, entrelazando la vida y el arte en un ciclo continuo de creación y disolución. El equipo de Alkymia está feliz de poder presentar las creaciones seleccionadas para el Spotlight: Lluvia de tomates y Planetario de Julia Arvelaiz.

Estas pinturas nos trasladan a los espacios vacíos y a los sentires del cuerpo. En Lluvia de tomates, cada tomate suspendido en el aire es una metáfora vibrante de los instantes que nos atraviesan, mientras que Planetario expande la mirada hacia el cosmos, recordándonos la vastedad de nuestro entorno y nuestra pequeña parte en él. Juntas, estas obras no sólo capturan la belleza y la caducidad de la vida, sino que también celebran el acto de vivir intensamente en el aquí y ahora.

En este nuevo número les invitamos a observar detenidamente y suspender, por un segundo, la rapidez de la vida contemporánea. Esperamos que las obras de Julia les permitan disfrutar de este respiro.

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“Planetario” (2024) Alkymia 09.05 12

Pintura digital

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“Lluvia de tomates” (2024) Pintura digital

El rincón del vago

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“Empacada al vacío”
“Ensimismada”

Acrílico sobre tela intervenido digitalmente

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Acrílico sobre tela intervenido digitalmente “Espiral”

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Poemas de Paula Melchor
Alkymia

Síntomas de comer fragarias

Cadáveres en mi comedor

En la quietud de mi mesa de comedor, se despliega el teatro de la cotidianidad, donde los elementos más simples adquieren profundidad. Los poemas VII y XIII de Paula Melchor en Amor y pan capturan la esencia de lo mundano, transformando lo ordinario en algo trascendental.

La mesa del comedor es un testigo silencioso de la intimidad familiar. Los restos de comida y los rastros del pasado, a veces también son metáforas. La mesa, como un cadáver familiar, sostiene los vestigios de las historias y silencios. Cada taza, cada plato, lleva consigo memoria del ayer. El vino a medio beber, el cesto del pan, todos estos detalles —como en el poema— componen el tapiz de una vida doméstica, donde el silencio se convierte en un protagonista más de la mesa, uno al que he aprendido a hacerle espacio y le he puesto mantel y plato. Pero a veces éste crece mientras se llenan los estómagos, y se les olvida preguntar por mi día. Tal vez por eso compro fruta en (des)temporada y dejo que los pensamientos y rencores se resbalen por la garganta.

Mi mesa del comedor a veces también se convierte en luto. Como Paula Melchor, reclamo la mesa como mi propio “cadáver unifamiliar”, un lugar donde la ausencia se hace palpable. Y así, guardo lugares para personas que no van a venir a sentarse y pongo higos sobre un plato. El escenario donde la vida se me despliega en complejidad es en realidad más simple. Arrastro la silla y se me olvida bajar los codos, confundo de que lado van las servilletas y llego tarde a comer.

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“pulque, cariño y cuidado en tiempos modernos” (2023)

Pintura acrílica sobre papel kraft, 150 x 210 cm

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Portugales, o el almuerzo

Lidia se levanta de la cama, recuesta a sus sueños y edifica el primerísimo orden del día con sus cobijas dobladas a los pies de su cama.

Bebe un vaso con agua para dar frescura a su cuerpo, que una noche más ensayó para el viaje que hará al final de sus días, cuando ella deba regresar toda el agua a la Tierra.

Acaricia la mano arrugada de Agustín, porque sabe que despertará tarde, igual que el Sol.

Desde sus pulmones, empuja el aire a un volumen bajo para decir a su oído:

– Agustín, ya es hora.

Hecha la promesa, Lidia deja la recámara y por un momento una corriente que viaja desde la cocina hasta el primer piso ilumina el olfato de Agustín.

El alma de un conejo de chocolate Turín fue dada al calor de la sartén a cambio de un resultado semejante.

– Cinco minutitos más – o algo así vocifera el anciano.

– Vamos a comer mole, del que te gusta.

Se escucha el agua del lavabo correr por las fatigadas tuberías de la casa en dos o tres movimientos rápidos. Botones son abrochados y un par de botas hacen sonar los escalones.

Como es costumbre, mientras Lidia prepara dos pares de huevos estrellados, las llaves tintinean en el comedor y se escucha a Agustín decir:

— ¿Qué voy a traer chaparrita? — estruende su grave voz.

— Tráete un litro de jugo de naranja y dos kilos de tortillas — responde Lídia con la sazón que cocina ceñida a su aliento.

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Los adoquines hinchados por el sol bajo los pasos de Agustín cubren lo que antaño fuera el camino de tierra que recorría en su bicicleta cuando era niño.

A medida que camina por las calles, imagina pasajeramente las logísticas de las familias que viven tras los muros de cada casa.

Nico, el estudiante que acaba de independizarse, con su bicicleta salpicada de manchas de pintura acrílica del taller donde trabaja. Javier, su amigo de la infancia, con la camisa llena de pelos de gato dorados, de una bestia regordeta sin nombre que entra a su casa a recargarse en su regazo siempre a las cinco de la tarde.

Esa imagen hogareña lo redirige de pronto a un lugar a unos 20 kilómetros de las calles que recorre. Encuentra los rostros de los hijos de su hija, sus nietos. ¡Sus nietos!

— Hoy los niños vienen a casa — piensa para sí mismo — por eso mi viejita me pidió dos kilos de tortillas. Les voy a comprar mazapanes. También hay que abrir el sauvignon que nos trajo mi niña.

Recuerda con gracia, y también con cierto enfado, cuando Rafael, su “nuero” decía él, dizque le iba a enseñar a pronunciar “sowbiñón”. — ¿Cómo fue mi Lalita a fijarse en ese pelado? — dice entre dientes, mientras entorna los ojos.

De regreso a la calle, en el alfeizar blanco de la ventana en la fachada de enfrente, pintada de azul colonial, brota como una sílfide celta: su exalumna Patri, quien ha reparado en llamar a Agustín su tío.

— ¡Tío Agus! — lo saluda Patri, desde su ventana, dibujando una sonrisa en el rostro del viejo, acompañada por el olor a café tostado al fondo de la calle, que llega de la cafetería donde su “sobrina” se gana la vida. Los ojos moriscos de Patri le recuerdann a la que antaño fue la mirada vivaz de Lidia.

Por su mente no galopan los cuatro caballos de ancho que debe medir cada camino, como estándar de las vías romanas; tampoco aprecia la exitosa domesticación del maíz a manos de los mexicas, llevada a la banda industrial de la que Doña Estela saca las tortillas una por una.

Mucho menos piensa en la ruta de las especias que hizo llegar un cítrico chino con un nombre persa hasta Iberia, y que es la razón por la cual, en el mundo árabe, las naranjas son burtukales, o Portugales. Pequeños Portugales que hoy temprano llegaron a las manos de Joaquín, que en la madrugada se reía al imaginar a Javier llevando su garrafón de veinte litros para llenarlo de jugo, como cada domingo.

— ¿Qué hará ese Javier con tantísimo jugo?

Por ahora, esa respuesta y el resto de esta historia permanecen ocultos entre los adoquines, las tortillas, las naranjas, el sauvignon que trajo Lalita, el aroma a café tostado al fondo de la calle, el alfeizar de la ventana de Patri, las ruedas gastadas de la bicicleta de Nico, la camisa llena de pelos de gato de Javier y los mazapanes en los bolsillos de Agustín.

Solo es otra mañana de domingo. Un beso de buen retorno a casa en la comisura de los labios de la mujer que ama, un trago de café, el almuerzo.

Zine 2024 23
Alkymia 09.05 24
“mi casa” (2023)
“lo chiquito” (2023)
Zine 2024 25
De Sofía M. Adame
Alkymia Zine 09.05.2024

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