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Métodos de seguridad arácnidos

De Carlos Guineo

Siempre lo supe. Mis sentidos detectaron el suceso desde que salí del huevecillo. Mis hermanas decían —A Guillermina se le soltó el hilo.— Pero yo sabía. Siempre lo supe. Aunque mi madre me mirara con sus ojos severos, como diciéndome cállate ocho veces, yo le insistía en que debíamos protegernos. Por las noches sentía su cercanía, como el zumbido de los zancudos acercándose a mi red recién tejida. Cuando me fui de la casa de mi madre tuve la libertad para tejer mis propios métodos.

Era capaz de pasar una estación de lluvia entera sin comer, no estaba segura de si mi casa sería lo suficientemente fuerte como para aguantar el peso del rocío y el peso de mi raquítico cuerpo a la vez ¿cómo iba agregarle el peso de algún bicho malaventurado? Cuando se acercaban les gritaba y les advertía, les mostraba mis fauces para que no tuvieran el atrevimiento de caer en mi red. Además, el no cazar tenía doble función, las vibraciones de los insectos luchando para huir no perturbarían los hilos con los que construí mi hogar y mis ocho patas esqueléticas nunca quebrarían el refugio que tejí. A veces pasaban abejas y se burlaban —Ve la vaina —decían— A esa viuda se la comió el luto. A mí no me importaba, yo cuidaba mi pedazo.

A pesar de ser tan cautelosa, yo sabía que un día iba a pasar, yo lo sabía. Siempre lo sentí, como un corriente de tazo en mi abdomen y un sabor a agua estancada en la boca. Por eso me curaba en salud. Todas las mañanas dedicaba entre tres y cinco horas a retejer los hilos de mi red y reforzar cada punto de intersección. Les colocaba saliva que acumulaba en mis mejillas durante la noche anterior. Luego, procedía a observar los puntos en los que mi red se adhería al gran árbol en el que vivo, es fuerte y grande, pero no por eso debo confiarme. La técnica es sencilla, hay setenta y tres puntos de contacto directo con el árbol, me acerco a cada uno de ellos y coloco una de mis patas para tantear la resistencia, si todo sale bien, que siempre lo hacía, tocaba con dos patas y así hasta asegurarme de que el punto específico resistiera mi peso completo parándome sobre él con mis ocho patas. En total realizaba quinientos ochenta y cuatro toques para comprobar la seguridad de la red, de mi red. Esto me tomaba tan solo tres horas y media. También me cercioraba de que no hubiera hormigas cerca, las alejaba, porque siendo sincera, la infinidad de las hormigas es aterradora, nunca he podido contar cuántas hay en una fila cuando hago mis sesiones de vigilancia. Ese es otro de los métodos de protección de la red, me quedo completamente quieta durante intervalos de dos horas con un descanso de quince minutos para observar y ahuyentar a mis presas. Los quince minutos los aprovechaba para mirar hacia arriba y estirar mis patas. Algunos insectos se burlaban, pero no son ellos los que se quedan sin casa si algo le pasa a mi telaraña.

Una vez mi hermana Leonora vino a visitarme. Tuve que cazar dos moscas regordetas para poder atenderla. ¡Nadie se imagina mi miedo! ¡No una sino dos moscas obsesas zumbando por su vida en mi red, perturbando la paz de mi telaraña!

Leonora llegó y posó su voluptuoso culo sobre los hilos que tanto había cuidado a pesar de que le insistí en que era mejor comernos las moscas sobre la corteza del árbol. Pero esa Leonora siempre ha sido muy cositera y dijo que esa rugosidad no le hacía bien a sus patas, que para eso le había tocado echarse pomadas de sábila y manzanilla. Cuando por fin se fue tuve que repetir mi rutina, durante horas contó chismes tan aburridos que añadían peso a mi frágil hogar. Yo siempre supe que iba a pasar, por eso la protegí tanto, sentía en los vellos de mis patas como se acercaba la tragedia, una catástrofe que devoraría mi refugio. Por eso me tejí este suéter melcochudo, para que mi cadáver putrefacto cuide mi telaraña. Me maldije a mí misma para que nadie se acercara, cruzarse con mi cuerpo sin vida es señal de mal agüero. Quién me ve, huye, no se acercan a mi red, nadie toca lo que protegí tanto en vida. Y, aun así, yo sé que un día va a pasar, siempre lo he sabido.

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