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Heredando trazos

De Paula Rincón Chitiva

Este cuento surgió de mi participación en el colectivo Grupo Las Troyanas, cuyo trabajo se centraba en visibilizar la violencia sexual a partir de la escritura creativa. Hace parte de un proceso de conversación e investigación conjunta respecto a los impactos de la violencia sexual en las comunidades indigenas emberá.

Abrazo con cariño a mis compañeras Troyanas y a los procesos feministas que trabajan por la eliminación de las violencias de género, cuyas voces hacen eco en esta historia.Este camino lo pintamos el día que nos fuimos, Deyanira, vea. Es como un caracol, enrolladito, así me enseñó mi mamá que se pintaban un día que había ceremonia en la casa del jaibaná para curar a su tío Marco y a otros niños que tenían el espíritu de una serpiente muy negra. Todas nos pintamos el cuerpo con la sangre de jagua para ir a la ceremonia, nos hacíamos vetas como los árboles más viejos para que los espíritus que estaban en los árboles ayudaran a curar a los niños.

¿Y ve estas dos líneas que parecen un río y luego se van haciendo más y más? Esas las pinté porque las veía en sueños una noche y la siguiente y la siguiente. Las veía saliendo de mi vagina y regándose por mis piernas, por mi barriga, me envolvían las manos y los pies y se me metían por la boca y yo no podía gritar ni moverme. Entonces se hacían más grandes y luego me cubrían toda y no veía más que oscuridad. A veces también las veía, pero luego el negro se iba haciendo rojo, así como están pintadas a este lado. Yo no entendía esos sueños, hija, hasta que las pinté. Ahí recordé que esa oscuridad y esas líneas regándose por el cuerpo eran los espíritus que me dejaron en la piel esos hombres que me abusaron el día que tuvimos que irnos de la casa. Cuando empecé a pintar estas líneas que están acá, mis manos, como sin darme cuenta, trazaban circulitos. Luego me di cuenta, esos círculos parecían ojos. Diez ojos de esos hombres que llegaron a dañar mi cuerpo y a quitarle la vida a la tierra, por eso nos vinimos para acá.

Sí, hija, sí, esos son animales, vea, los pinté todos. Todos los que vivían con nosotros en la casa cuando tuvimos que salir y no nos los pudimos llevar. A este lado están las gallinas, que eran cincuenta, me demoré harto dibujando a cada una, porque quería acordarme de sus colores y hacerlas igualitas para que no se me olvidaran. Menos mal las pinté, porque luego mi papá volvió y ya no encontró nada, ya no estaba la casa y menos las gallinas, los marranos o las mulas. Y, como ya no quedaba ninguno, también dibujé los marranos, aunque de esos no me acordaba bien porque los cuidaba mi hermano, eran como quince o veinte, por eso aquí no hay ningún dibujo. Yo todavía estoy esperando a que venga Arnulfo y me hable de sus marranos para poder hacerlos todos, hasta podría pintarlos él ¿no cree? Y así entre todos trazamos nuestra historia. Sí, voy a decirle a él que los pinté, más bien acuérdeme y le decimos cuando vuelva. Las mulas todavía no las he hecho, hija, pero eran dos, de esas sí me acuerdo bien, y como usted es tan buena jugando con greda a hacer animales y le quedan igualitos, yo quería mostrarle esto, que es nuestra historia, para que usted la complete y se acuerde de todo, y luego se lo pueda contar a su hija y así nunca olviden por qué llegamos aquí. Para que sepan que algún día, tarde o temprano, vamos a volver a nuestra tierra.

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