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Tejido Generacional
from ALKYMIA 05: TEJIDO
by Alkymia Zine
De Carmina Aguilar
Dicen que para no cometer los mismos errores una y otra vez, es indispensable voltear al pasado; analizarlo, digerirlo, adoptarlo y conectarlo con el presente. A fin de saber quién eres y de dónde vienes debes realizar el mismo proceso, pero con tus antecedentes. Los hilos de identidad se encuentran en tiendas del pasado. Para llegar a ellas, es necesario tomar un tren muy peculiar que hace paradas interminables. Este tren sigue un orden de estaciones que poseen un lugar específico en una línea temporal propia.
Hace un tiempo, me bajé doce años atrás y me encontré con un pasado que no recordaba. Era un pasado muy prematuro donde descubrí unos estambres tiernos y jóvenes. Después, me bajé treinta años atrás. En un lugar donde yo no existía pese a que seguía siendo mío. Aquí solo encontré mecates; eran duros y fuertes. Después de analizarlos un largo rato, concluí que formaban parte de algo que tenía aún más fuerza, como una cuerda construida por pequeñas fibras dueñas de su propio pasado. La cuerda es la fuente y la base de todo: mi madre. Conforme han pasado los años, he tratado de hilar mi propia vida. Gran parte de esta, estuvo llena de dudas; yo nunca supe tejer. No entendía el patrón y la serie de pasos que deben seguirse para llegar a un buen resultado. Creí que mi mamá podría enseñarme; ella no quiso. Dijo que no había mejor persona para enseñar que mi abuela. Yo nunca fui cercana a mi abuela. Siempre la vi como una persona a la que se le debía respetar pese a cualquier inconveniencia. Era la figura de autoridad más importante dentro de mi familia. No le contaba cosas de mi vida porque pensaba que no le importaría, ella tampoco preguntaba. No intercambiamos muchas palabras.
Cuando llegué con intenciones de ser su aprendiz, ella estaba sentada tejiendo. Eso me facilitó el proceso de solicitud. Sin decir una sola palabra, me trajo hilos y dos agujas, me sentó frente a ella y dijo “Sígueme” Los pasos con los que ella tejía no eran muy complicados. Yo traté de imitarlos todos, a pesar de que no fuese lo suficientemente rápida. “¡Auch!” grité.
Me había encajado una de las agujas en la mano. No era una herida tan profunda, pero me dolía. Mi abuela no me volteó a ver, ella siguió con lo suyo. Yo dejé los hilos y las agujas por un lado. Al notar que no proseguí, mi abuela volteó su mirada hacía mí y dijo “¿No vas a seguir?, ¿Realmente quieres aprender?... si no sigues nunca aprenderás” Volteé a verla y noté que sus ojos oscuros se clavaban en los míos; estaba molesta.
Esperó a que siguiera. Agarré las agujas e hilos y continué con la secuencia que ya había aprendido, ella lo hizo también. Me lastimaba con la aguja, pero ya no me detuve. Volteé a ver su cara, a ella también le pasaba: hacía una expresión de dolor muy sutil en la que solo fruncía un poco los labios. Sentí la aguja atravesar más allá de las capas de mi piel. La quité de mi mano. Rojo carmín. Apreté la herida con los dedos de mi otra mano y me paré por papel para limpiar la sangre que había derramado. Mi abuela no mostró reacción alguna y, al parecer, eso tuvo más efecto que mi herida. Sentí cómo la pena y la desesperación se impregnaban en mi pecho y subían hasta mi garganta, quemándola. Agua salió de mis ojos que rápidamente limpié con el mismo papel que había limpiado el daño hecho segundos atrás. Después de ese día, no quise volver a aprender de mi abuela.
Fui con mi mamá una vez más. Después de días, por fin aceptó. Esa tarde preparé un café para las dos. Cuando yo era niña, no faltaba el día en el que le pidiera un sorbito. Nos sentamos una frente a la otra y comenzó a tejer. Fijé mi mirada en sus manos y noté que estaban llenas de cicatrices que las invadían. Después, presté atención a los pasos que seguía; me paralicé. Mi mamá se lastimaba y no paraba. Seguía lo mismo que me había enseñado mi abuela, aunque no con la misma agilidad. Yo ya no quise correr detrás de ella, le dije que no quería más heridas en mis manos. Ella se molestó mucho y me gritó por haberle quitado de su tiempo. El café quedó intacto sobre la mesa.
Al día siguiente, deshice lo poco que llevaba avanzado en mi tejido. Intenté comenzar por mi cuenta, pero mis movimientos tenían memoria. Dejé las agujas a un lado y solo usé las manos esta vez. Tomé los hilos y comencé a juntarlos como si fueran nudos, uno arriba de otro formando un patrón diferente. Estuve varios días repitiendo el proceso; comencé a disfrutarlo. Después de unos meses volví a visitar a mi abuela. La vi sentada en una silla junto a la puerta de su recámara, estaba tejiendo de nuevo. Me acerqué y me senté junto a ella. Ella volteó a verme.
-Abuelita, ¿quién te enseñó a tejer?
-Tu bisabuela, que en paz descanse.