AQUÍ, HOY, PUEDO VER EL HORIZONTE A TRAVÉZ DE ESTOS PLATOS DE VIDRIO, ACOMODADOS, UNOS SOBRE OTROS, COMO EN LA ESTANTERÍA DE MI CASA.
LA MADRE QUE ME NUTRE
La singularidad No. 5
De Patricio Ventosa
Rodríguez
La cicatriz
No voy a mencionar el kintsugi, sé que normalmente al hablar de este tema se evoca al kintsugi, pero no lo voy a hacer. Desde hace unos años, me encuentro cicatrices por todos lados; en la ropa, en las manos, en el clima, en las plantas, en las palabras de mi mamá. Creo que las cicatrices son pequeñas celebraciones. Es la forma que tiene lo vivo de decir “algo me pasó, pero ya pasó”.
Todo lo que cicatriza está vivo de alguna forma. La tela necesita de manos y agujas para remendarse de la misma forma que la piel necesita plaquetas y células blancas. Le damos vida a nuestras prendas a través de su uso y reparo. Los ríos erosionan para luego secarse. Tapamos el rayón en la puerta del coche con pintura que más o menos se parece al color original. Lo directa o indirectamente vivo se mueve y, en especial, sana.
Existe, creo yo, una relación liminal entre una cicatriz y otra. Las heridas tienen una forma muy particular de conversar entre sí. Las estrías de mis rodillas hablan seguido con las de mi espalda, pero no las de mi panza. La mordida de mi perro en el meñique habla con el bordado que hicimos en una chamarra cuando murió. Cosemos heridas, cosemos pantalones. Usamos cinta para grietas en paredes y lentes rotos. Rellenamos hoyos con asfalto y con alcohol.
¿Qué diferencia a una herida común de una cicatriz? Una cicatriz se ve. El tejido recuperado se presume a sí mismo. “Sobreviví” grita triunfante. Son celebracio nes, sí, pero celebraciones en forma del dolor que las causó. Todas y cada una de las cortadas en mi mano tie nen forma de garra de gatita. El hielo polar tiene anillos marcando contaminación por metales pesados desde el imperio romano. Los barcos hundidos hundidos están.
Portamos las marcas de viejos dolores a literal flor de piel, pero no sin buen motivo. Un re cordatorio de lo vulnerable que es la vida; la permanencia. No frágil, no débil, no quebradiza, pero sí vulnerable. Adoptamos tatuajes naturales por aque llo que logra atravesar nuestra piel. Rastrillos, caídas, desamores, papeles, esquinas, amores, pérdidas.
Todo esto, en realidad, para compartir mi cicatriz más grande. Cicatriz de un dolor por venir. Mi abuelo, Jaime, tiene casi noventa años ya. Jaime es un hombre verdaderamente ordinario. Como a mí, le gusta hablar en hipérbole. Le gusta su café. Le gusta pintar y hacer barcos de papel. Jaime sonríe cuando dice que él me enseñó a gatear. Jaime, como el rasguño en el cachete de mi hermano, se asoma en cada una de mis sonrisas. Jaime, como las cortadas en las manos con las que escribo, vive en mi trabajo. Si me conoces a mí, conoces, de menos, a un cachito de Jaime.
No elegimos las cicatrices que portamos. Para bien o para mal, hablar de cicatrices es hablar de nuestra vida. Asumo que, a estas alturas de La Singularidad, ya saben de una que otra mía. Porque eso es lo único que es. Si lees esta columna, conoces, de menos, un cachito de Patricio. Y por eso mismo, con lentes de color rosa, le doy a las cicatrices cuatro de cinco estrellas. Inevitablemente.
La melancolía de (no) querer mirarte
De Alexandra Torres García
“La melancolía de (no) querer mirarte”
Instalación con lana, papel fique y floral
5 x 2 m
2024
también el emocional. Es así que La melancolía de (no) querer mirarte explora la profunda conexión entre la memoria, el duelo y la transformación personal. A través de esta instalación, se revela un diálogo entre lo visible y lo invisible, lo tangible y lo efímero. Entre los hilos enmarañados emergen autorretratos y textos oníricos, confeccionados en papel de fibras de flores, que documentan una serie de sueños recopilados a lo largo de siete años. Estas piezas crean una interacción entre la narrativa de los sueños y la realidad de los retratos, difuminando la línea entre lo real y lo imaginario, mientras reflejan las transformaciones que han acompañado la artista desde 2016. El espacio íntimo que configura la cama, en contraste con la materialidad del resto de la obra, se convierte en un refugio personal donde convergen la nostalgia y la melancolía. Aquí, la escritura no solo se limita a registrar el duelo, sino que se convierte en un acto de sanación, un medio para contener el abismo de la pérdida y transformarlo.
El tapiz de lana que recorre la habitación teje un legado de símbolos que unen pasado y presente. Surge entonces una metáfora de la existencia humana: transitar, a pesar del dolor, caminos que conectan con las ausencias que han marcado nuestras vidas. En su conjunto, la obra se erige como un testimonio de la complejidad del duelo, de la imposibilidad de expresar plenamente el dolor y de la necesidad de encontrar formas de narrarlo. La melancolía de (no) querer mirarte es un intento poético de dar forma y voz a lo inefable, de crear un espacio donde lo ausente pueda ser rehabitado.
Heredando trazos
De Paula Rincón Chitiva
Este camino lo pintamos el día que nos fuimos, Deyanira, vea. Es como un caracol, enrolladito, así me enseñó mi mamá que se pintaban un día que había ceremonia en la casa del jaibaná para curar a su tío Marco y a otros niños que tenían el espíritu de una serpiente muy negra. Todas nos pintamos el cuerpo con la sangre de jagua para ir a la ceremonia, nos hacíamos vetas como los árboles más viejos para que los espíritus que estaban en los árboles ayudaran a curar a los niños.
¿Y ve estas dos líneas que parecen un río y luego se van haciendo más y más? Esas las pinté porque las veía en sueños una noche y la siguiente y la siguiente. Las veía saliendo de mi vagina y regándose por mis piernas, por mi barriga, me envolvían las manos y los pies y se me metían por la boca y yo no podía gritar ni moverme. Entonces se hacían más grandes y luego me cubrían toda y no veía más que oscuridad. A veces también las veía, pero luego el negro se iba haciendo rojo, así como están pintadas a este lado. Yo no entendía esos sueños, hija, hasta que las pinté. Ahí recordé que esa oscuridad y esas líneas regándose por el cuerpo eran los espíritus que me dejaron en la piel esos hombres que me abusaron el día que tuvimos que irnos de la casa. Cuando empecé a pintar estas líneas que están acá, mis manos, como sin darme cuenta, trazaban circulitos. Luego me di cuenta, esos círculos parecían ojos. Diez ojos de esos hombres que llegaron a dañar mi cuerpo y a quitarle la vida a la tierra, por eso nos vinimos para acá.
Este cuento surgió de mi participación en el colectivo Grupo Las Troyanas, cuyo trabajo se centraba en visibilizar la violencia sexual a partir de la escritura creativa. Hace parte de un proceso de conversación e investigación conjunta respecto a los impactos de la violencia sexual en las comunidades indigenas emberá.
Abrazo con cariño a mis compañeras Troyanas y a los procesos feministas que trabajan por la eliminación de las violencias de género, cuyas voces hacen eco en esta historia.
Sí, hija, sí, esos son animales, vea, los pinté todos. Todos los que vivían con nosotros en la casa cuando tuvimos que salir y no nos los pudimos llevar. A este lado están las gallinas, que eran cincuenta, me demoré harto dibujando a cada una, porque quería acordarme de sus colores y hacerlas igualitas para que no se me olvidaran. Menos mal las pinté, porque luego mi papá volvió y ya no encontró nada, ya no estaba la casa y menos las gallinas, los marranos o las mulas. Y, como ya no quedaba ninguno, también dibujé los marranos, aunque de esos no me acordaba bien porque los cuidaba mi hermano, eran como quince o veinte, por eso aquí no hay ningún dibujo. Yo todavía estoy esperando a que venga Arnulfo y me hable de sus marranos para poder hacerlos todos, hasta podría pintarlos él ¿no cree? Y así entre todos trazamos nuestra historia. Sí, voy a decirle a él que los pinté, más bien acuérdeme y le decimos cuando vuelva. Las mulas todavía no las he hecho, hija, pero eran dos, de esas sí me acuerdo bien, y como usted es tan buena jugando con greda a hacer animales y le quedan igualitos, yo quería mostrarle esto, que es nuestra historia, para que usted la complete y se acuerde de todo, y luego se lo pueda contar a su hija y así nunca olviden por qué llegamos aquí. Para que sepan que algún día, tarde o temprano, vamos a volver a nuestra tierra.
“Teje”
De Valeria Coello
“Teje” Video musical
Duración (2:47 minutos) 2024
De Zurdo
“All
night home” Tinta sobre papel 14 x 10.5cm
seguridad arácnidos
Siempre lo supe. Mis sentidos detectaron el suceso desde que salí del huevecillo. Mis hermanas decían —A Guillermina se le soltó el hilo.— Pero yo sabía. Siempre lo supe. Aunque mi madre me mirara con sus ojos severos, como diciéndome cállate ocho veces, yo le insistía en que debíamos protegernos. Por las noches sentía su cercanía, como el zumbido de los zancudos acercándose a mi red recién tejida. Cuando me fui de la casa de mi madre tuve la libertad para tejer mis propios métodos.
Era capaz de pasar una estación de lluvia entera sin comer, no estaba segura de si mi casa sería lo suficientemente fuerte como para aguantar el peso del rocío y el peso de mi raquítico cuerpo a la vez ¿cómo iba agregarle el peso de algún bicho malaventurado? Cuando se acercaban les gritaba y les advertía, les mostraba mis fauces para que no tuvieran el atrevimiento de caer en mi red. Además, el no cazar tenía doble función, las vibraciones de los insectos luchando para huir no perturbarían los hilos con los que construí mi hogar y mis ocho patas esqueléticas nunca quebrarían el refugio que tejí. A veces pasaban abejas y se burlaban —Ve la vaina —decían— A esa viuda se la comió el luto. A mí no me importaba, yo cuidaba mi pedazo.
De Carlos Guineo
boca. Por eso me curaba en salud. Todas las mañanas dedicaba entre tres y cinco horas a retejer los hilos de mi red y reforzar cada punto de intersección. Les colocaba saliva que acumulaba en mis mejillas durante la noche anterior. Luego, procedía a observar los puntos en los que mi red se adhería al gran árbol en el que vivo, es fuerte y grande, pero no por eso debo confiarme. La técnica es sencilla, hay setenta y tres puntos de contacto directo con el árbol, me acerco a cada uno de ellos y coloco una de mis patas para tantear la resistencia, si todo sale bien, que siempre lo hacía, tocaba con dos patas y así hasta asegurarme de que el punto específico resistiera mi peso completo parándome sobre él con mis ocho patas. En total realizaba quinientos ochenta y cuatro toques para comprobar la seguridad de la red, de mi red. Esto me tomaba tan solo tres horas y media. También me cercioraba de que no hubiera hormigas cerca, las alejaba, porque siendo sincera, la infinidad de las hormigas es aterradora, nunca he podido contar cuántas hay en una fila cuando hago mis sesiones de vigilancia. Ese es otro de los métodos de protección de la red, me quedo completamente quieta durante intervalos de dos horas con un descanso de quince minutos para observar y ahuyentar a mis presas. Los quince minutos los aprovechaba para mirar hacia arriba y estirar mis patas. Algunos insectos se burlaban, pero no son ellos los que se quedan sin casa si algo le pasa a mi telaraña.
una sino dos moscas obsesas zumbando por su vida en mi red, perturbando la paz de mi telaraña! Leonora llegó y posó su voluptuoso culo sobre los hilos que tanto había cuidado a pesar de que le insistí en que era mejor comernos las moscas sobre la corteza del árbol. Pero esa Leonora siempre ha sido muy cositera y dijo que esa rugosidad no le hacía bien a sus patas, que para eso le había tocado echarse pomadas de sábila y manzanilla. Cuando por fin se fue tuve que repetir mi rutina, durante horas contó chismes tan aburridos que añadían peso a mi frágil hogar. Yo siempre supe que iba a pasar, por eso la protegí tanto, sentía en los vellos de mis patas como se acercaba la tragedia, una catástrofe que devoraría mi refugio. Por eso me tejí este suéter melcochudo, para que mi cadáver putrefacto cuide mi telaraña. Me maldije a mí misma para que nadie se acercara, cruzarse con mi cuerpo sin vida es señal de mal agüero. Quién me ve, huye, no se acercan a mi red, nadie toca lo que protegí tanto en vida. Y, aun así, yo sé que un día va a pasar, siempre lo he sabido.
“Costillas”
De Sofía Muñoz Hurtado
Spot light
La necesidad, los sentires de lo inhabitado, y el petróleo crudo, desnudan la experiencia humana de habitar un cuerpo, y lo que desea ser. La herida que no solo es corpórea, el cuerpo que no es solo un recipiente físico, y la búsqueda de sentido siempre retorna al punto de partida. Costillas explora de manera visceral y profunda la relación entre el cuerpo y la memoria, revelando el deseo de devorar las frustraciones a través de imágenes a menudo crudas. Tres poemas que atraviesan los tejidos humanos y capturan la paradoja de sentirse inhabitada, y al mismo tiempo, omnipresente en cada esquina del propio cuerpo.
Cada verso teje un cuerpo donde las uñas, los dientes, los pulmones, la epidermis, y los nervios, son testigos y protagonistas. La autora nos deja una descripcion táctil de una necesidad y un querer que prende lumbre en su estomago. Alkymia esta orgulloso de presentarles los poemas de Sofía Muñoz, miembro de nuestro equipo, para nuestra quinta edición. Esperamos que en estos poemas cargados de adjetivos logres crecer nuevos lunares, sentirlos en la piel, y ese algo en el vacío se llene, y así, llegues a la reconciliación con el yo más íntimo, como lo hizo el equipo de Alkymia al leer a Sofía.
Quiero rasgarme como gasa, Encarnarme las uñas.
Y así como se lleva un barco a la orilla, Llevar hasta mi boca Las memorias en mi epidermis.
Devorar como manzana lo frustrado, Forzarme a ser carne nueva, Tal vez un rostro.
Digerir con fuego cicatrices
Para crecer lunares nuevos.
Quiero rasgarme como gasa
Para ver si me encuentro.
Para ver si aún crecen flores En mi páncreas. 1.
Qué extraño sentirme Inhabitada y aún así saberme aquí. Dormida en una cuenca ocular. Tejiendo detrás de la arteria femoral. Escalando dentro de mis pulmones. Llorando en la bifurcación de la tráquea. Inhabitada y en todas partes. Soy plaga bienvenida. Retoño en carroña.
Algo en el vacío, Vacío en el algo . 2.
Ocular, Pulmonar, E imaginaria. Qué extraño sentirme aquí.
Soy nervios enredados, musgo viejo. Huesos mal sanados, Huesos que caminan. Piel joven, Piel confundida. Como niña pequeña perdida entre anaqueles blancos.
Soy venas frías pero también
una lumbre en el estómago . Petróleo crudo.
Músculos en pena Músculos que ríen. Dientes blancos. Dientes de nicotina. Como gato descifrando las ramas de un árbol nuevo.
Soy desde éstas partes, Soy las mismas. Laberinto en línea recta. Jarrón de calcio, Jarrón de carbono.
Contiene fotografías de: Irving Penn, “Nude No.58”
“Perdón por el desastre”
Collage
21.59 x 27.94 cm
2024
“Aún en la oscuridad”
Collage
21.59 x 27.94 cm
2024
“Te enredas/¿Me entiendes?”
21.59 x 27.94 cm
De Ana Torres
Contiene fotografías de: Mona Kuhn, “Phillip II”
“Atiéndeme, por favor/El amor que no se da”
Collage
21.59 x 27.94 cm
2024
De Ana Torres
Síntomas de comer fragarias
De Tamara Fromm
Mi pluma también es hilo
“El cuerpo humano está hecho en su totalidad de tejidos. Tejido adiposo, tejido cartilaginoso, tejido epitelial, tejido fibroso, tejido linfático, tejido muscular, tejido óseo, tejido conjuntivo. El tejido conjuntivo está formado por hilos elásticos y flexibles que se entretejen en una red muy delicada, que se parece mucho a la seda. Bajo la piel, une las partes del cuerpo.”
Punto de Cruz de Jazmina Barrera
En el cruce entre la escritura y el tejido, emerge una relación íntima que va más allá de lo simbólico; una conexión profundamente corporal. Tanto el escribir como el tejer son procesos que implican una relación directa con el cuerpo, una interacción que convierte al cuerpo en un lienzo de memorias latentes.
El cuerpo, la escritura y el hilo son elementos que comparten el contexto de las experiencias femeninas. Estas tres formas de expresión no solo se entrelazan en la historia de las mujeres, sino que también emergen como símbolos de resistencia.
“Aunque las técnicas para curar heridas han evolucionado, se siguen usando la aguja y el hilo. Hay algo en los tejidos. En cómo se componen y se recomponen, se ordenan, se regeneran, se reúnen y se cosen. En ellos hay que buscar respuestas.”
El bordado, el tejido y otras formas de trabajo textil han funcionado como actos de reclamación. A través del hilo, las mujeres han tejido historias, han transmitido conocimientos, y han dejado huellas indelebles en la memoria colectiva. En la literatura, la escritura del cuerpo también se convierte en un acto de reclamación, un proceso a través del cual se articulan vivencias y anhelos. Muchas teorícas han escrito sobre la escritura a través del cuerpo, entre ellas Luce Irigaray; cuya teoría habla sobre cómo el cuerpo de la mujer debe ser reivindicado como fuente de conocimiento y significado.
Jazmina Barrera, en su novela Punto de cruz, escribe una prosa que considero poética, dado que utiliza el bordado como metáfora central para hablar sobre el cuerpo, la herencia y la conexión entre generaciones de mujeres y la escritura. Aquí, el acto de bordar se convierte en un acto literario, que perpetua la memoria.
Mi pluma también es hilo. Yo no sé bordar, ni tejer, pero mi cuerpo se conforma de tejidos, y bajo la piel, une mis órganos. Yo escribo a través de mi cuerpo. Un cuerpo que escribe una poética visceral y corporal, que teje versos llenos de sensaciones, fluidos, recuerdos, miedos, y resignifica lo cotidiano.
“Escribir es como bordar, cada letra es como una imagen o una fila de puntadas, una vez que aprendes las letras solo tienes que aprender a coserlas todas juntas.”
Histerectomía o Vicio del cirujano
Orquídeas pintadas de rojo racimo de uvas internas cuerpos que revisitan úteros copas rotas que manchan.
Jardines de agua sacos de sangre flores de carne.
Ciruelos rojos con frutos maduros frutos que se desprenden caen tiñen el pasto vino tinto, un rojo fermentado barricado en mis entrañas. Espacios vacíos y deshabitados, huecos que alguna vez fueron semillas
fértiles que pronuncian mi sitio.
De Melissa Ceja
De Circeenluna
“Dentro se tejen telarañas”
Tejido De
Carmina
Aguilar generacional
generacional
Dicen que para no cometer los mismos errores una y otra vez, es indispensable voltear al pasado; analizarlo, digerirlo, adoptarlo y conectarlo con el presente. A fin de saber quién eres y de dónde vienes debes realizar el mismo proceso, pero con tus antecedentes. Los hilos de identidad se encuentran en tiendas del pasado. Para llegar a ellas, es necesario tomar un tren muy peculiar que hace paradas interminables. Este tren sigue un orden de estaciones que poseen un lugar específico en una línea temporal propia. Hace un tiempo, me bajé doce años atrás y me encontré con un pasado que no recordaba. Era un pasado muy prematuro donde descubrí unos estambres tiernos y jóvenes. Después, me bajé treinta años atrás. En un lugar donde yo no existía pese a que seguía siendo mío. Aquí solo encontré mecates; eran duros y fuertes. Después de analizarlos un largo rato, concluí que formaban parte de algo que tenía aún más fuerza, como una cuerda construida por pequeñas fibras dueñas de su propio pasado. La cuerda es la fuente y la base de todo: mi madre. Conforme han pasado los años, he tratado de hilar mi propia vida. Gran parte de esta, estuvo llena de dudas; yo nunca supe tejer. No entendía el patrón y la serie de pasos que deben seguirse para llegar a un buen resultado. Creí que mi mamá podría enseñarme; ella no quiso. Dijo que no había mejor persona para enseñar que mi abuela. Yo nunca fui cercana a mi abuela. Siempre la vi como una persona a la que se le debía respetar pese a cualquier inconveniencia. Era la figura de autoridad más importante dentro de mi familia. No le contaba cosas de mi vida porque pensaba que no le importaría, ella tampoco preguntaba. No intercambiamos muchas palabras.
Cuando llegué con intenciones de ser su aprendiz, ella estaba sentada tejiendo. Eso me facilitó el proceso de solicitud. Sin decir una sola palabra, me trajo hilos y dos agujas, me sentó frente a ella y dijo “Sígueme” Los pasos con los que ella tejía no eran muy complicados. Yo traté de imitarlos todos, a pesar de que no fuese lo suficientemente rápida. “¡Auch!” grité.
Me había encajado una de las agujas en la mano. No era una herida tan profunda, pero me dolía. Mi abuela no me volteó a ver, ella siguió con lo suyo. Yo dejé los hilos y las agujas por un lado. Al notar que no proseguí, mi abuela volteó su mirada hacía mí y dijo “¿No vas a seguir?, ¿Realmente quieres aprender?... si no sigues nunca aprenderás” Volteé a verla y noté que sus ojos oscuros se clavaban en los míos; estaba molesta. Esperó a que siguiera. Agarré las agujas e hilos y continué con la secuencia que ya había aprendido, ella lo hizo también. Me lastimaba con la aguja, pero ya no me detuve. Volteé a ver su cara, a ella también le pasaba: hacía una expresión de dolor muy sutil en la que solo fruncía un poco los labios. Sentí la aguja atravesar más allá de las capas de mi piel. La quité de mi mano. Rojo carmín. Apreté la herida con los dedos de mi otra mano y me paré por papel para limpiar la sangre que había derramado. Mi abuela no mostró reacción alguna y, al parecer, eso tuvo más efecto que mi herida. Sentí cómo la pena y la desesperación se impregnaban en mi pecho y subían hasta mi garganta, quemándola. Agua salió de mis ojos que rápidamente limpié con el mismo papel que había limpiado el daño hecho segundos atrás. Después de ese día, no quise volver a aprender de mi abuela. Fui con mi mamá una vez más. Después de días, por fin aceptó. Esa tarde preparé un café para las dos. Cuando yo era niña, no faltaba el día en el que le pidiera un sorbito. Nos sentamos una frente a la otra y comenzó a tejer. Fijé mi mirada en sus manos y noté que estaban llenas de cicatrices que las invadían. Después, presté atención a los pasos que seguía; me paralicé. Mi mamá se lastimaba y no paraba. Seguía lo mismo que me había enseñado mi abuela, aunque no con la misma agilidad. Yo ya no quise correr detrás de ella, le dije que no quería más heridas en mis manos. Ella se molestó mucho y me gritó por haberle quitado de su tiempo. El café quedó intacto sobre la mesa. Al día siguiente, deshice lo poco que llevaba avanzado en mi tejido. Intenté comenzar por mi cuenta, pero mis movimientos tenían memoria. Dejé las agujas a un lado y solo usé las manos esta vez. Tomé los hilos y comencé a juntarlos como si fueran nudos, uno arriba de otro formando un patrón diferente. Estuve varios días repitiendo el proceso; comencé a disfrutarlo. Después de unos meses volví a visitar a mi abuela. La vi sentada en una silla junto a la puerta de su recámara, estaba tejiendo de nuevo. Me acerqué y me senté junto a ella. Ella volteó a verme.
-Abuelita, ¿quién te enseñó a tejer?
-Tu bisabuela, que en paz descanse.
De notas y letras, por Eustaquio Vasconcelos
De Eustaquio Vasconcelos
El tema de esta edición de Alkymia son los tejidos y vengo con pocas palabras. Husmeando entre mis discos me encontré con uno en especial que me acompañó en uno de los momentos más pesados de mi vida.
No los invitaré a saber a detalle que pasaba por mi vida en esos momentos, porque no es de su incumbencia, pero se había terminado mi última relación y me encontraba en un proceso importante de desintoxicación de cierta sustancia. Por varias noches me sentía deshilachado, roto, sin encontrar un hilo capaz de componerme para afrontar los días.
Busqué refugio en la música de personas dolidas, tal vez al sentir compartida la tristeza, sentiría menos peso sobre mi y como aguja lista para coserme llegó Your Funeral... My Trial de Nick Cave & the Bad Seeds.
Cuarto álbum de estudio, lanzado en 1986. Un disco lleno de “oscuridad”, decadencia y ritmos que a primera escucha parecen no encajar de forma alguna. Escuchar este disco por primera vez se puede sentir como un especie de viaje a tu parte más visceral y por lo tanto, no tan fácil de digerir, pero para aquellos que poco a poco vayan tejiendo y encontrando el hilo en cada canción, podrán terminar con una telaraña llena de emociones en la que se podrán recostar y olvidarse de todo lo que hay afuera.
Este disco no busca ser del agrado de todos, ya que la gente se malacostumbra a cosas de fácil escucha, pero para quien decida darle la oportunidad, se verá envuelto en una de las experiencias sensoriales más introspectivas posibles de la mano de la música.
Así como yo tengo un hilo rojo con este disco, ustedes deben de tenerlo por ahí con algún disco, no importa el género, la banda o artista. Lo que importa es que tengan ese disco especial y hoy, les comparto el mio.
“A thousand marys lured me To feathered beds and fields of glover Bird with crooked wing cast It’s wicked shadow over A bauble moon did mock
And trinket stars did smile Your funeral, my trial ”
Sigan disfrutando de esta edición de Alkymia y nos veremos en la próxima.
El rincón del vago
Por Natalia Fromm
“Espejo
De Andrea Camargo
Fragmentos del fanzine de poesía “Pálpito”
Por Kiltra
Jah-deos
por la fibra dactilar ábreme la piel mírame la carne carne palpitante pálpito binario llorando tu nombre en el centro de mi lecho soy expuesto bicardiaco hambriento por tu silueta
Palpo de preguntas
cuántos besos caben en las grietas de los dedos
cuántas caricias resiste la epidermis antes de darle entrada a un cuerpo extraño
puedo tocar mi pequeña melodía grabarla en tus nervios como protesta al silencioso olvido
Susurro
deja que suelte a los animales deja que se alimenten hasta saciar la voracidad perpetua
seremos menos que hueso menos que tuétano menos que célula déjanos ser vivida desnudez contemplando la carne alimentarse de carne y la mente tácita buscando un encuentro
deja que suelte a los animales hasta que duerman plácidos con los pechos pegados y las piernas estrechas como víboras
mientras nosotros ocultos en su sombra habitaremos la cercanía
nuestra palabra será larga acurrucados en el hombligo de la noche eterna