Crítica - Jogo de Cena

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Almudena Jiménez Virosta

El truco es no decir “Acción” Se inicia la película. Un supuesto anuncio en un periódico busca mujeres para que cuenten sus historias. Un teatro. La inconfundible voz de Eduardo Coutinho. Y una chica. Y después otra. Y otra. Y otra, y… ¿qué dicen? Hablan del problema de ser madre, de ser hija, de ser esposa, de ser pobre, de perder un hijo, de haber nacido mujer en Brasil. Ya en otras obras, como en Edificio Master (2002), Coutinho cuenta a través del relato de un numeroso grupo de personas, la vida que lleva parte de la población brasileña. Problemas de analfabetismo, de inserción social, de planificación familiar y de orientación laboral son notables en el cine social del país, aunque quizá sean algunos filmes más famosos, como Cidade de Deus (Fernando Mireilles, 2002), o el célebre documental Cabra, marcado para morrer (1984), que abrió camino a Coutinho como el gran documentarista que llegó a ser. En Jogo de cena, las historias son intensas, llenas de una carga emotiva que se ve remarcada por las preguntas del director y las respuestas de las mujeres. Algunas se emocionan. Otras cantan. Otras simplemente rememoran llenas de nostalgia. Y a veces, nos suena una cara, como la de Marília Pera, o la de Fernanda Torres, o la de Andréa Beltrão o la de Mary Sheila, famosas actrices brasileñas de cine, teatro y televisión. Y a veces, nos suena una historia porque, sencillamente, la han contando minutos antes. Las actrices se revelan como actrices, hablan de “ella”, del personaje, de la otra mujer que cuenta la misma historia. Coutinho demuestra la verdadera naturaleza de este extraño documental, que no es otro que un relato más al servicio del narrador. El doble rasero en el que se juega en este tipo de obras cinematográficas. Una mujer corriente se convierte en actriz, y su papel es el de sí misma; una actriz interpreta a dicha mujer; o tal vez, una actriz cuenta sus vivencias propias como persona. Jamás sabremos hasta qué punto el personaje real no es un personaje en sí, puesto deliberadamente por Coutinho, o quizá por su propia persona para dar una impresión diferente de su vida misma. En este punto, el cuestionamiento es completo. Coutinho, quien se ha mantenido en una postura concreta en la forma de realización de documentales juega aquí con el melodrama de estas mujeres corrientes, o aparentemente corrientes. Esta tensión nos hace preguntarnos hasta el final de la obra quién es realmente la actriz y quien es la real, pese a que todo se delate con las actrices o mediante algunos nombres en los títulos de crédito. Pero los mecanismos de empatía son fuertes, y el montaje los refuerza. Coutinho habla tranquilamente con las mujeres, por un segundo parece espontáneo, una mera conversación, una entrevista casual. No es fortuito que el emplazamiento sea el escenario de un teatro, como tampoco lo son las luces, o la disposición del equipo humano o de las mismas mujeres, sentadas frente a su entrevistador y con el fondo del palco, como si ellas estuvieran en la dimensión de un espectador. Pero en Jogo de Cena las historias se intercalan casi en pareja para recordar que el truco sigue ahí, a pesar de que se vaya olvidando. Sin embargo, es notable que las historias son impares, y que la historia de la mujer analfabeta que queda embarazada en el primer intento no se repite. Quizá fuera más sencillo ver el concepto de esta dualidad con la que Coutinho juega, la realidad y la ficción, en películas como Code Inconnu (Haneke, 2005), o tantas otras de terror, intriga… Sin embargo, cabe destacar la eficacia de la obra de Coutinho, que como poco, deja a quien lo ve perplejo.


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