Almudena Jiménez Virosta 4º CAV. Crítica Audiovisual.
La inmensa nada Es muy común leer en la crítica en general intenciones que el autor original no ha confirmado nunca. Pero son obras, como La inmensa nieve (Carlos Rivero, 2015), tan abiertas a la interpretación que no permiten eliminar cierta especulación sobre el argumento. La inmensa nieve, La inmensa nada, o El inmenso todo, de cualquiera de estas maneras podría haberlo llamado que no habría variado nada. El mismo protagonista hace una curiosa reflexión sobre las cosas, que son todo y a la vez no son nada, como la nieve. La inmensa nieve que lo cubre todo, desde el título hasta los silencios, nieve omnisciente como la nada que arrampla con el vacío y la nostalgia que desprenden los estáticos planos y los personajes casi fotográficos, casi congelados. Y es un acusado zoom el único que nos da pistas sobre la ruptura de la estabilidad, tanto en el plano como en la inmutabilidad de estos personajes, que parecen no sentir nada, que parecen estar helados. No sabemos quienes son, ni porqué están ahí, si ella existe, si acaban de conocerse, si aparece la familia de él y si si es esta el motivo de que hiciera las maletas, si están tan perdidos que necesitan que el camarero les elija el menú, que les trate como una madre que simplemente pone el plato sobre la mesa, si realmente tienen un océano de nieve entre ellos y un viento que les separa de sus vidas, de lo “de siempre”. Así, Rivero, revela estos caminos abiertos que aparentemente narran la historia de una pareja corriente y a la vez sumamente extraña que acaba de conocerse en un restaurante, que comienza a intimar desde un cigarrillo a la metáfora del hielo que se rompe – literalmente, en la escena de la piscina, donde alguien tira piedras y rompe el hielo – y continúa con el joven que sale de una cama y que toma un café, quizá porque hayan pasado la noche juntos, quizá porque la haya pasado solo. Solo sabemos que ella ha aparecido en la vida de él para establecer una emoción de la que el joven carece la mayoría del tiempo, donde se muestra frío, callado, pensativo y casi congelado en las imágenes y que esa emoción comienza a entreverse cuando él comienza a abrirse y le cuenta una anécdota pasada, cuando la mira incrédulo cuando esta le cuenta la historia de su mendigo-ángel de la guarda, cuando la observa bailar y le estalla el rostro en lágrimas. Todo se refleja en ese momento, y a la vez no se refleja nada, solo vemos unos ojos que se mueven y nos guían sobre el movimiento de la chica, que en ese momento baila. Al final, la única imagen filmada en una paleta cálida, y con pocas sombras en cuanto a la exposición, en contraposición al tono frío y violáceo de todo el cortometraje, donde la chica, vestida de forma similar a la del mendigo del que ella habla, se nos queda mirando para perderse en la nieve del casi estático bosque que abre el corto, y en el vendaval que únicamente es acallado por los silencios, tan importantes en este sencillo y naturalista corto. Quizá ella vino a salvarle y traerle emoción a su vida, como un ángel de la guarda, o quizá no signifique nada.