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UN ESTALLIDO ESTÉTICO

TEXT AND PHOTO BY / Texto y fotos de Pepe Menéndez

Eduardo Muñoz Bachs, 1975

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Los «pregoneros» de esas ilusiones de sala oscura fueron siempre los carteles. Aunque han variado la técnica y la estética, su función permanece inalterable: seducir al peatón para que entre a ver la película

Los cubanos adoramos el cine. Desde que en 1897 el francés Gabriel Veyre, emisario de los hermanos Lumière, trajo a La Habana las imágenes en movimiento, en esta isla ha habido siempre verdadera pasión por ver películas. Inicialmente deslumbrados ante la magia tremenda de aquellos cortos silentes; luego, capaces de hacer los primeros intentos de contar historias en celuloide. Pronto llegó la avalancha de Hollywood y mucha producción mexicana y argentina. Ya en la madurez, siendo un pueblo letrado y abierto al mundo, llenamos las salas oscuras con absoluta avidez para ver nuestros propios filmes y lo mejor del quehacer mundial. Así, desde 1978, La Habana es noticia cada mes de diciembre, cuando el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se vuelve una gran fiesta de público. El resto del año, cada fin de semana teníamos que ver lo estrenado el jueves. Especialmente los sábados: ir al cine y luego tomar algo, caminar, sentarse en el Malecón. Pero siempre el cine.

Los latinoamericanos, tan emotivos y soñadores, vivimos intensamente las historias que vemos en pantalla. Algunos comentan en voz alta los sucesos del filme; la mayoría ni siquiera se inhibe de ocultar el susto, la risa o la ira que les provoca lo que están viendo, convirtiendo a la sala en un lugar promiscuo. Rodeados de desconocidos, compartimos sin rubor nuestras emociones. Dos horas de alegrías y tristezas ajenas pero vividas como propias. Ilusiones que nos reporta el cine cuando nos dejamos llevar a otros lugares y tiempos, a otros mundos.

Los «pregoneros» de esas ilusiones de sala oscura fueron siempre los carteles. Aunque han variado la técnica y la estética, su función permanece inalterable: seducir al peatón para que entre a ver la película. En el pasado estaban, junto con ellos, los stills exhibidos en las vidrieras, las decoraciones a escala de fachada para las premieres y los anuncios de prensa. Poco más. Con eso debía conseguirse ganar la atención del público y asegurar la realización de la «mercancía». Los carteles eran una herramienta de venta y sus creadores, parte del engranaje comercial imprescindible.

Autor no identificado, 1915

En la segunda mitad del siglo de carteles que inicia La manigua o La mujer cubana (el más antiguo que se conserva, de autor no identificado, 1915), tras la transformación educacional y cultural de la Revolución en el poder, el rol de estos fue adquiriendo un matiz diferente. La fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) en 1959 permitió dar amplitud total y máxima coherencia a una política de producción, distribución y promoción que concebía el cine no como negocio sino como arte. Más sencillo de decir que de hacer, el cambio tuvo para el nuevo cartelismo grandes obstáculos, detractores y reveses parciales, hasta alcanzar la definición de Edmundo Desnoes en un artículo de 1969: «El afichismo del ICAIC es tanto información como estallido estético».

En ese necesario equilibrio entre función comunicativa y expresión estéticamente cualificada ha conseguido el cartel cubano de cine de los últimos 60 años —los llamados «carteles del Icaic»— su mejor esplendor.

Antonio Fernández Reboiro, 1964

«El cambio más importante en los afiches del ICAIC se produce alrededor de 1964: el símbolo sustituye a la figura humana; se habla indirectamente, por alusión gráfica, de la película. El diseñador cubano empieza poco a poco a librarse de la pintura, la ilustración, para entrar en el campo específico del cartel gráfico, a pensar en términos de cartel y no de óleo o dibujo. “Hara Kiri” (Reboiro), una mancha roja, siguiendo los cortes abdominales del suicidio japonés sobre el fondo blanco del cartel, nos da de golpe, por la magnificación del detalle, la totalidad. Una pistola se puede convertir, junto a un reloj, en un símbolo del tiempo y la muerte. Una flor es el amor, una pelota de colores un niño» (E. Desnoes: «Los carteles de la revolución cubana», en Casa de las Américas, La Habana, No. 51-52, 1969).

Umberto Peña, 1969

El cartel —«el arte de la Revolución», según Susan Sontag— se convirtió, junto a la fotografía documental, en la imagen hiperdivulgada de una sociedad en permanente transformación. Y dentro de este, el de cine fue durante un buen tiempo una vanguardia de extraordinaria calidad y diversidad. Para Antonio García Rayo «El cartelista [...] fue sin duda un artista o artesano libre, abandonado a su inventiva, a su creatividad [...]. En esto reside uno de los grandes aciertos del cartel de cine cubano: en haber apostado por unas formas y reflejos que lo hacen único, al menos en su aspecto de mensaje cinematográfico y en su pátina poética» (Prólogo del libro El cartel de cine cubano, Editorial El Gran Caid, Madrid, 2004).

Con una cifra que supera las 20 000 obras (solo del Icaic), el cartel cubano de cine llegó a ser un patrimonio extraordinario de imaginación y destreza creativa

Con una cifra que supera las 20 000 obras (solo del Icaic), el cartel cubano de cine llegó a ser un patrimonio extraordinario de imaginación y destreza creativa, así como de fidelidad a una misma forma de reproducción: la serigrafía sobre papel de 51 x 76 cm. Esta técnica, incorporada a la promoción cinematográfica en Cuba por Eladio Rivadulla alrededor de 1940, les continúa dando a nuestros carteles un sello de distinción. De forma totalmente manual y casi arcaica, se sigue imprimiendo en el mismo taller desde hace más de 60 años, y los nuevos diseñadores acuden a aquel sitio como peregrinos a un santuario. Una fuerza poderosa que viene del respeto verdadero, convierte a los actuales cartelistas jóvenes en continuadores de la tradición.

Antonio Pérez (Ñico), 1986

Sus antecesores más ilustres, numerosos y de diversa valía, están encabezados por cinco magníficos: Eduardo Muñoz Bachs, Antonio Fernández Reboiro, René Azcuy, Antonio Pérez (Ñiko) y Alfredo Rostgaard. Entre ellos juntan muchas de las joyas de nuestro cartelismo cinematográfico, cada uno con su estilo inconfundible. Cualquier cubano tiene un cartel de alguno de ellos en su memoria afectiva, pues se los veía siempre en las calles y los hicimos entrar al hogar y las oficinas para decorar nuestras paredes.

Alfredo Rostgaard, 1965

René Azcuy, 1977

Luis Vega, 1972

Nudo & Manuel Marcel, 1995

Arnulfo Espinosa, 2009

El cine cubano de hoy tiene otros diseñadores de talento ya probado, pero menos conocidos. Menguadas están también las salas de la ciudad y el público que a ellas acude. Y el consumo en espacios privados —tendencia extendida e irreversible en el mundo de hoy— no se hace acompañar de carteles, tiene otros pregoneros. La economía cubana habrá de crecer mucho para permitirle al país promover el amor a la sala oscura acercándola al espectador en su entorno, con instalaciones modernas y dinámicas. Pero seguimos siendo un pueblo cinéfilo y no debemos quedarnos solo con el orgullo de este pasado maravilloso. Al preservar nuestra valiosa herencia cartelística del deterioro, los actuales y futuros diseñadores cubanos continuaremos inspirándonos en lo que un crítico de la talla de Steven Heller afirmara: «... son conceptualmente tan extraordinarios que cuesta creer que anuncien películas. En general, los carteles suelen ser mediocres, reproducen clichés que deben ser el gancho para la audiencia según el criterio de unos agentes comerciales sin pizca de imaginación. Estos carteles cubanos no se adaptan a las exigencias del mercado, ningún agente le hubiera dado el visto bueno; en caso contrario, no serían lo que son. Su mera existencia plantea en primer lugar la pregunta: ¿por qué los carteles de Hollywood son normalmente tan vulgares mientras que estos carteles cubanos, algunos para las mismas películas, derrochan imaginación? [...]. Son sin duda un modelo de excelencia. Quién sabe si algún día los estadounidenses lograrán alcanzar el nivel de estos carteles cubanos de cine» (Prólogo del libro Soy Cuba. El cartel de cine en Cuba después de la Revolución, de Carole Goodman y Claudio Sotolongo, Trilce Ediciones, México D. F., 2011). ▪

Nelson Ponce, 2009

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