Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana, de Juana Inés Dehesa

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Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana


Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana Primera edición en español: 2014 Coedición: Juan José Salazar Embarcadero Consejo Nacional para la Cultura y las ArtesDirección General de Publicaciones © Juana Inés Dehesa Christlieb, por el texto © Irma Bastida Herrera, por el diseño y la portada D. R. © 2014, Juan José Salazar Embarcadero (Amaquemecan) Insurgentes Sur 4411, edif. 33, depto. 504, int. 1 Col. Tlalpan Centro, C. P. 14000 México, D. F. amaquemecan@telmexmail.com D. R. © 2014, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Dirección General de Publicaciones Av. Paseo de la Reforma 175 Col. Cuauhtémoc, C. P. 06500 México, D. F. www.conaculta.gob.mx ISBN: 978-607-95917-6-2, Juan José Salazar Embarcadero ISBN: 978-607-51689-5-1, Conaculta Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la autorización previa y por escrito de los coeditores. Impreso en México / Printed in Mexico


Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana Juana InĂŠs Dehesa



Introducción Hacer un recuento de la literatura infantil en México de los últimos años equivale, casi, a contar la historia de cómo se reinventaron los niños y los escritores para niños en nuestro país a partir de que la literatura infantil y juvenil fue ganando en atractivo frente a los ojos del mercado editorial y la lectura para los niños fue valorada socialmente. En primer lugar, hemos de empezar por definir qué consideraremos literatura infantil y juvenil (lij) para los fines del presente estudio. Llamaremos lij a todos aquellos textos de ficción que fueron escritos ex profeso para el público entre los 0 y los 14 años. Asimismo, se le dará el adjetivo mexicana a la lij escrita por autores nacidos en México, o radicados aquí el suficiente tiempo como para ser considerados producto nacional. Cuando nos refiramos a cualquier otro tipo de textos literarios lo haremos con la frase “para adultos”, así, entrecomillada, puesto que, al contrario de lo que pasa con la lij, este tipo de textos no es que hayan sido escritos pensando en un público maduro, mayor, sino que fueron escritos para quien quisiera leerlos, punto. Dados varios factores de los cuales hablaremos


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más adelante, relacionados con la idea que se tiene de la infancia y de la misión formativa que debe cumplir cualquiera que se dirija a ella, escribir para niños implica una conciencia mucho mayor del lector modelo y del destinatario, de la que se requiere para escribir otros textos. En cuanto a lo que entenderemos por literatura, hemos dicho ya que se trata de textos de ficción y, más específicamente, narrativa, por tratarse de la forma textual que más se ha trabajado en nuestro país —para demérito de los libros informativos y el ensayo, pero ésa es otra historia—, y de la cual encontramos muestras más representativas. Si bien es cierto que en México se han llevado a cabo importantes esfuerzos para impulsar la creación de obras de dramaturgia y de poesía, no resultan ni cuantitativa ni cualitativamente representativos dentro de un panorama general de la literatura infantil y juvenil de los últimos tiempos.

Composición del corpus El presente trabajo, entonces, toma en cuenta una muestra representativa de obras narrativas escritas por autores mexicanos


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y publicadas en nuestro país a partir de 1980. Para recopilar la mayor cantidad de obras posible se acudió a varias fuentes distintas: el Catálogo de escritores mexicanos para niños y jóvenes, que publicó la Fundación para las Letras Mexicanas en colaboración con la Dirección de Literatura del inba; la base de datos de libros para niños y jóvenes Summa, y el acervo de la Biblioteca “Carmen García Moreno” de A Leer/ibby México (la biblioteca pública más completa en materia de literatura infantil y juvenil que hay en nuestro país) y, por supuesto, el contacto directo con editores, escritores, ilustradores y críticos de lij. Una vez que se tuvo conciencia de la cantidad de obras que se produjeron en el periodo que va entre 1980 y 2014, se restringió el corpus de obras a trabajar a partir de los siguientes criterios: 1. Que efectivamente se tratara de obras narrativas. Esto es, que tuvieran personajes, planteamiento, nudo y desenlace. Se dejaron fuera obras eminentemente informativas, aunque tuvieran un barniz de “cuento”. 2. Que, aunque se tuviera noticia de su existencia por medio de diversas fuentes, no estuvieran a disposición del


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público. Para esclarecer al máximo este criterio se utilizó el catálogo de la biblioteca “Carmen García Moreno”, de A Leer/ibby México. 3. Que no se tratara de libros “de actividades” (de iluminar, recortar, libros de texto). Una vez consultadas las obras, se encontraron similitudes y elementos comunes a varias de ellas, lo cual permitió estructurar el presente trabajo en sus diferentes partes.

La estructura En primer lugar era necesario un apartado sobre los antecedentes. Es decir, lo que sucedía en la literatura infantil y juvenil mexicana durante la época inmediatamente anterior a la instauración de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (filij), el referente inmediato al periodo temporal que cubre el presente trabajo. Sobre todo, se contempla el periodo posterior a la Revolución mexicana y la fundación de la Secretaría de Educación Pública (sep), institución fundamental en el desarrollo


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de la escritura y la publicación de libros para el público joven de nuestro país. Aquí se habla de autores, colecciones y, sobre todo, de obras que se crearon y publicaron de la revolución hasta nuestros días. Un momento central en la lij mexicana del presente siglo es la instauración del Programa Nacional de Lectura en 2002 y su repercusión en la producción de lij en México, algo que retomaremos más adelante. Lo que sigue es un análisis de la forma en que se ha dividido la literatura infantil y juvenil en México de acuerdo con las edades a las que van dirigidos los textos. Puesto que se trata de un género literario en el que se da por descontado que no todos los lectores están en posesión de las mismas habilidades y competencias lectoras, paulatinamente las editoriales adoptaron sistemas de clasificación para sus colecciones que permiten a los compradores y mediadores de lectura ubicar los textos más adecuados para cada lector. Asimismo, se analiza el rango de edades y competencias lectoras más popular entre los escritores de lij, al tiempo que se habla de un género en emocionante crecimiento: la literatura juvenil. A continuación se incluye un capítulo sobre lo que se llamó la “agenda secreta” de la lij; es decir, los temas y tratamientos


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que, a manera de consigna, se incluyeron en los textos destinados a los jóvenes lectores. En el caso de la producción literaria de nuestro país esto incluye los temas mexicanos, así como la narrativa orientada hacia la “correcta formación” de sus lectores. Como se ve en este capítulo esto no es algo necesariamente malo o negativo; de hecho, se enumera una serie de textos cuya calidad literaria logra vencer estos ánimos didácticos y se redime como literatura sin más adjetivos. Como contrapeso a la idea de las consignas y las preocupaciones de la lij mexicana, han surgido a lo largo de estas tres décadas y media orgullosos exponentes y divulgadores de un discurso subversivo que, como corresponde, se ha ido filtrando subrepticiamente dentro de las páginas de la lij mexicana. Este elemento subversivo, que introduce recursos como el humor o el absurdo, es parte fundamental de la lírica popular, pero en nuestro país aún no había llegado a la narrativa “institucionalizada” para niños y jóvenes lectores. En un capítulo siguiente se analiza este fenómeno, sus formas de manifestarse y sus repercusiones. En este mismo apartado se menciona el papel que juega, y los cambios que ha sufrido la figura del adulto en la literatura infantil mexicana de los últimos tiem-


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pos, así como su lugar en la literatura juvenil, la literatura sobre el poder. En el capítulo final se hace un recuento de los géneros más favorecidos por la literatura para niños y jóvenes en México, y se mencionan tres: el relato tradicional, la fábula y la novela (que se define como cualquier relato ficticio). Puesto que cada uno de estos géneros ha tenido un lugar preponderante dentro de la narrativa infantil de los últimos tiempos, se les dedican algunas páginas para estudiar sus características. El presente estudio no pretende ser una revisión exhaustiva de autores y títulos; tampoco presenta datos estadísticos o “duros”. Por varios motivos que se aclaran a lo largo de las siguientes páginas, el mayor logro de los últimos 35 años en este rubro ha sido el permitir que en nuestro país se genere literatura infantil y juvenil de manera profesional y que, de manera paralela, florezca una discusión al respecto. Así pues, lo que es importante contemplar y reconocer es, más que los frutos concretos —que los hay, y ya veremos en qué medida—, la labor de los jardineros y la forma en que la tierra se ha dejado lista y fértil. No es una comprobación de hasta dónde hemos llegado (aunque, insisto, se mencionan muchos y felices logros), sino


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una descripci贸n del paisaje desde el cual podemos proseguir esta emocionante tarea.


Antecedentes: La literatura infantil en México antes de 1981 El siglo xx mexicano amaneció con una revolución que obligó a ciudadanos y gobernantes a establecer un nuevo orden social y político. Con el nuevo orden, el Estado cobró aún más fuerza de la que ya tenía; el mismo aparato estatal se hizo cargo de la reconstrucción nacional y, a través de la labor de personajes como José Vasconcelos, Justo Sierra y Jaime Torres Bodet, de la educación —como vía ineludible para insertarse en el mundo moderno— que en este proceso ocupó un lugar privilegiado. Un siglo escaso había pasado desde que terminara la Guerra de Independencia y comenzara la Revolución, un siglo plagado de guerras intestinas y forcejeos por el poder que, en buena medida, impidieron la instauración en suelo mexicano de una industria cultural privada, capaz de existir independientemente del apoyo estatal. Quizá una de las razones más fuertes por las que en nuestro país se produjo muy poca literatura infantil durante el siglo xix y principios del xx —salvo honrosas excepciones, como se verá inmediatamente— fue por la escasez de casas editoriales e imprentas.


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Así pues, no es extraño que en las diversas fuentes que se ocupan de este periodo se considere que la literatura infantil y juvenil del siglo xx nace a la par de la Secretaría de Educación Pública y sus esfuerzos por difundir una cultura moderna y vanguardista, reflejados en una importante labor editorial. Antes de la creación de esta instancia, solamente recordamos algunos esfuerzos aislados por producir textos originales para el disfrute y, sobre todo, la formación de la infancia mexicana, tales como la Biblioteca del Niño Mexicano, una colección de historietas que presentaba diferentes episodios de la historia de México, desde el Descubrimiento y la Conquista, hasta la época moderna, cuya adaptación corrió a cargo de Heriberto Frías, el periodista y novelista autor de Tomóchic, y que editó entre los años de 1899 y 1902 la imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, heroico defensor y promotor de la cultura escrita mexicana, a quien debemos también la impresión de juegos de mesa tradicionales y otros textos ilustrados destinados a la infancia. Algunos títulos de esta Biblioteca, tal como los menciona Mario Rey en su Historia y muestra de la literatura infantil mexicana, son: Maximiliano de Austria o un imperio efímero, La hija de Xicoténcatl o El cinco de mayo de 1862 y el sitio de Puebla.


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La sep fue creada por decreto presidencial del general Obregón en julio de 1921, y en octubre de ese mismo año fue nombrado secretario uno de los personajes más representativos para el mundo de las letras y la política mexicanas de principios del siglo xx: José Vasconcelos, quien para entonces ya era ex rector universitario e ilustre organizador y promotor de las campañas masivas de alfabetización de 1920. Vasconcelos se hizo cargo de la Secretaría de Educación con un doble propósito: por un lado, difundir la cultura clásica y, con ello, ayudar a que la juventud mexicana “alcanzara” a la europea en saberes y referentes culturales; y, por el otro, divulgar el pensamiento moderno, para permitir que la sociedad de nuestro país, una vez concluido el difícil proceso de pacificación, pudiera abrirse al mundo haciendo propio el discurso en boga. Para cumplir con estos objetivos, una de las primeras tareas que asumió, y que le valen hasta ahora el recuerdo y el reconocimiento, fue la elaboración y edición de dos títulos que reflejan el espíritu que inspiraba su labor al frente de esta dependencia: Lecturas para mujeres, cuya elaboración encargó a la mismísima Maestra de América y Premio Nobel Gabriela Mistral, y los dos tomos de las Lecturas clásicas para niños donde


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participaron, además de la Mistral, Salvador Novo, Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, entre otros personaje de las letras nacionales de esos años. Estas obras están conformadas por antologías de textos pertenecientes a la literatura clásica universal: desde el Ramayana, La Odisea y el Antiguo Testamento, hasta cuentos de Oscar Wilde y Perrault, sin olvidar las leyendas y relatos mitológicos de las culturas prehispánicas, las semblanzas biográficas de Simón Bolívar o las consejas de José Martí. El primer tomo apareció maravillosamente ilustrado por Montenegro y Fernández Ledezma en 1924 —año que coincide, significativamente, con la publicación de El libro nacional de lectura para primer año y la primera edición de la Feria del Libro en el Palacio de Minería, organizada por Jaime Torres Bodet—, y se pensó como una herramienta básica para que la niñez mexicana tuviera acceso a los textos fundacionales de la cultura occidental. Si bien los esfuerzos de Vasconcelos son loables y dieron a la bibliografía mexicana obras memorables, no contribuyeron en mucho a la producción de materiales literarios para la infancia, pues privilegiaron la lectura de obras clásicas, no el trabajo de los autores mexicanos.


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Quienes sí se vieron beneficiados, no durante la gestión de Vasconcelos precisamente, pero sí en etapas posteriores, fueron los educadores que se dieron a la tarea de escribir para la infancia. En este mismo tenor, se editaron durante el siglo pasado varios libros producidos con la firme intención de convertirse en materiales escolares, inclusive algunos —como Un haz de espigas, de 1933— fueron elaborados por maestras y educadoras. En este rubro entran textos como Fermín, de Manuel Velásquez Andrade, de 1927, que ganó un concurso literario al que convocó la misma sep; los cuatro libros de la serie El sembrador (1929), escritos ex profeso para las escuelas rurales; o Rosas de la infancia, de María Enriqueta, de 1955. No obstante, todos estos títulos, por su intención didáctica, contienen una peculiaridad muy común en la literatura destinada a los niños y los jóvenes de esos años: supeditan la calidad literaria al discurso y el contenido. No se trata de textos creados por un afán artístico, sino moralizante, formativo, y la historia nos ha demostrado que cuando se pretende “hacer decir” a la literatura —sea cual sea la edad del público al cual vaya destinada—, ésta responde de mala manera. La Guerra Civil Española, irónicamente, ayudó a modi-


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ficar este panorama, pues hizo mucho por la literatura infantil y juvenil en México a través del trabajo que realizaron los exiliados que vinieron a refugiarse a nuestro país, muchos de los cuales eran artistas e intelectuales y se unieron rápidamente a las tareas educativas y literarias de la Secretaría de Educación. De estos esfuerzos nació la Biblioteca de Chapulín (coordinada por Miguel N. Lira, jefe del departamento editorial de la SEP, quien después fundó la editorial Fábula), uno de los proyectos más duraderos de este periodo, cuyo mérito principal es el de incluir una gran cantidad de textos nuevos que, si bien guardan el tono ligeramente moralizante propio de la época, no tienen el carácter eminentemente educativo y didáctico de los destinados a las aulas. Algunos se reeditaron en los ochenta. Por ejemplo, Rin-Rin, Renacuajo se editó en los acervos de Libros del Rincón, de Martha Acevedo y otros títulos, como El Zar Saltán, en una nueva edición de la Bibliotea de Chapulín editada por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta en los noventa. Asimismo, la selección de textos de autores extranjeros es igualmente novedosa para la época y el espectro que se había manejado hasta entonces para el público juvenil: El Zar Saltán, el príncipe Guidón y la princesa Cisne, de Pushkin, El mal de


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ojo, de Nathaniel Hawthorne y Rin-Rin, Renacuajo, de Rafael Pombo, entre otros. De entre los autores mexicanos que escribieron para esta colección destacan Juan R. Campuzano y su Jesusón; la Canción para dormir a Pastillita, de Miguel N. Lira, extraño personaje: pintor estridentista, poeta y escritor, quien en 1943 ganaría el concurso de la sep de libros de texto para la educación inicial con Mi caballito blanco; La hija del dragón, de Julio Prieto, y Un gorrión en la guerra de las fieras, de Antoniorrobles, exiliado español que publicó aquí, en 1968, sus célebres Historias de Azulita y Rompetacones —con prologo de Alfonso Reyes—, y coordinó también el espacio radiofónico Teatro del Chapulín. Juguetes radiofónicos para niños. En esta colección entró también Pinocho en la isla de Calandrajo, patas arriba, patas abajo, de Magda Donato, publicado anteriormente en España por la editorial de Saturnino Calleja con ilustraciones del también refugiado Salvador Bartolozzi, que tomaba al célebre personaje de la literatura infantil para hacerlo vivir toda suerte de aventuras y enfrentarse al maléfico y ovoide Chapete. Mención aparte merece el trabajo de María Teresa Castelló Yturbide, Pascuala Corona, quien en 1945 publicó Cuentos


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mexicanos para niños, un volumen de doce historias tomadas y adaptadas de la literatura tradicional cuya estructura responde a la de los cuentos tradicionales europeos, pero que están plagados de elementos mexicanos y mestizos. Este volumen se coloca aparte de los mencionados hasta ahora por dos motivos fundamentales: por un lado, fue una edición independiente, financiada por la autora y realizada por Porrúa, cosa que, como se ha visto, era poco común; y, por el otro, se trata de uno de los primeros casos en los que se realiza un trabajo de adaptación de las fuentes de la tradición oral que busca, sí, rescatar las historias, pero también, y sobre todo, mantener su potencial literario. Más adelante se darán ejemplos más recientes de historias basadas en la tradición prehispánica con alto valor literario —como Pok a Tok. El juego de pelota, de Gilberto Rendón Ortiz—, pero estos doce cuentos, que todavía hoy se siguen editando, son ejemplares, tal como lo expresa el mismo Mario Rey: “La sencillez, la magia narrativa, la sutileza y profundidad sicológica de los relatos de Pascuala Corona ponen al desnudo, como el chiquillo de El traje nuevo del emperador, la pobreza de gran parte de la literatura infantil.”


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A los Cuentos mexicanos para niños le siguieron los Cuentos de rancho, de 1951, estos sí editados por la sep, como el segundo —y último, gajes de la edición estatal mexicana— título de la colección Juan Pirulero, cuyo volumen inaugural fue Chico y Chango, de Tomasa B. de Reid. Este volumen le valió a Pascuala Corona ser el primer título de la colección A la Orilla del Viento del Fondo de Cultura Económica en 1992, ahora con el título de El pozo de los ratones y otros cuentos al calor del fogón. En 1958, la Secretaría de Hacienda publicaría, de la misma autora, Fiesta, un compendio sobre las fechas más importantes del calendario cívico, social y religioso de nuestro país, que ganó en 1948 una mención honorífica en el certamen de literatura infantil convocado por la Mesa Redonda Panamericana, un organismo fundado en Estados Unidos en 1916 para promover la unión entre los diferentes pueblos del continente. A pesar de la evidente calidad del texto y las ilustraciones, realizadas por la misma Pascuala, la sep se negó a publicarlo por incluir las festividades de la virgen de Guadalupe y el Viernes de Dolores. Conservadora incansable de las diferentes técnicas y tradiciones del arte mexicano, Teresa Castelló sigue hasta nuestros días dedicada a la investigación y la puesta por escrito no


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sólo de cuentos e historias, sino de todo tipo de asuntos relacionados con nuestro pasado. Vale la pena mencionar, por último, a las publicaciones periódicas que se realizaron durante esta época como parte fundamental del esfuerzo editorial y de la producción de material de lectura para la infancia. Fueron muchas y muy variadas: Aladino (1921-1923) el suplemento infantil de la revista El Maestro, que incluía juegos, consejos, fábulas, relatos y datos históricos y que, en cierta medida, puede considerarse un antecedente de las Lecturas clásicas para niños; Pulgarcito; Chapulín, la revista del niño mexicano —de la que, evidentemente, se desprendió la Biblioteca de Chapulín—; Semillita, revista de manualidades y entretenimientos hecha por un equipo de educadoras encabezadas por Luz María Serradell, y algunas otras, todas publicadas por la sep y sin demasiado valor literario. A este respecto, hubo una que sí respondió a este criterio: Colibrí, que apareció entre 1979 y 1984, cuando estaba al frente de la sep Rafael Solana, y que incluyó textos y obras de autores mexicanos tan importantes como Octavio Paz y Francisco Toledo. El proyecto de Colibrí se concibió como una enciclopedia infantil. Su coordinadora, la fotógrafa Mariana Yampolsky,


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definió el esfuerzo de la siguiente manera en el texto de presentación de la enciclopedia: “investigadores, escritores y maestros, especialistas en distintos campos del conocimiento, han unido su trabajo para crear textos claros y sencillos. Las imágenes que los acompañan han sido realizadas por ilustradores gráficos y artistas reconocidos.” Fiel a su carácter enciclopédico, la publicación se dividía en cuatro áreas de conocimiento: Ciencias Sociales, Ciencia y Técnica, Recreación y Literatura. Ésta última constaba de “cuentos, narraciones, fábulas y poesías inéditas”, lo cual permitió que se produjeran textos como “Francisca y la Muerte”, de Ornelio Jorge Cardoso, o “En nombre de la selva”, de Alma Sáenz y Guillermo Samperio —quien fungió, además, como asesor literario de la revista—. Lo que sorprende de la lectura de estos textos, y de la enciclopedia en general, es que, si bien está concebida como un material de difusión del conocimiento y de formación de la infancia, tiene un enfoque totalmente novedoso: ya no hay que explicitar los contenidos que se quieren transmitir, ahora se hace necesario poner al alcance de los lectores textos literarios e informativos bien escritos para que éstos construyan significados y armen sus propios discursos. Así


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pues, la creación y posterior supervivencia de esta publicación marcó un momento de transición fundamental para la historia de la literatura infantil y juvenil en nuestro país, pues demostró al público en general, y a los editores privados en particular, que comenzaba a formarse un mercado y un ámbito profesional propicio para una edición y distribución de la lij en México a mayor escala, y que era posible empezar a invertir en la creación de obras literarias para estos consumidores, lo que propició el desarrollo posterior de la industria editorial dedicada a la lij. No en balde se estaba dando en México y América Latina una importante discusión de temas educativos: en Cocoyoc, Morelos, se llevó a cabo en 1979, el Segundo Congreso Internacional de Literatura Infantil en Español, en el que participaron estudiosas del ramo de la importancia de Carmen Bravo-Villasante y Denise Escarpit. Además, ya de desde 1977 la Casa de Cultura de Campeche y el Instituto Nacional de Bellas Artes, habían instaurado el Premio Nacional de Cuento para Niños “Juan de la Cabada”. Todo ello ayudó a cambiar la forma de entender la literatura infantil y los alcances y pertinencias de su función social. Una vez que México contó con una Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, de un capítulo mexicano del Interna-


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tional Board of Books for Young People (IBBY, hoy: A Leer/IBBY México) —y de un grupo disidente, Cultura Infantil como Alternativa, cuica—, todo parecía indicar que la aventura de los libros para niños y jóvenes iba viento en popa. Sin embargo, no fue así: el incipiente mercado de la lij en México se topó con numerosas dificultades para mantenerse a flote; todavía hoy falta que su mercado —y, con éste, sus puntos de venta y su accesibilidad a través de un buen sistema de bibliotecas públicas y centros de lectura— crezca y se consolide. Las editoriales infantiles y juveniles de menor tamaño, en el mejor de los casos, son empresas que logran, con muchos trabajos y echando mano de más magia y ardides que los propios protagonistas de las historias que publican, ir librando la quiebra, sin aspirar a mucho más. Además de los libros de texto que responden a la currícula escolar, el Estado, siguiendo la tradición iniciada por Vasconcelos y sus Lecturas clásicas para niños, se dio a la tarea de publicar una serie de títulos para dotar a las escuelas públicas de acervos bibliográficos independientes del trabajo en aula. De estos esfuerzos nacieron dos colecciones importantes: los Libros del Rincón, programa fundado a mediados de los años ochenta, y


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su continuación, las Bibliotecas de Aula y Escolares del Programa Nacional de Lectura. Este último representa un factor fundamental para entender el estatus de la arena editorial mexicana en nuestros días. Su historia comienza a partir del año 2000, en que se dio un nuevo auge al programa editorial estatal. Con el advenimiento del nuevo sexenio, el de Vicente Fox, se comenzó a gestar desde la Secretaría de Educación Pública el Programa Nacional de Lectura, orientado a convertir a México en “Un país de lectores”, según su slogan. Su eje principal, el más vistoso y de mayor relevancia para el presente estudio, fue precisamente el programa de Bibliotecas Escolares y de Aula, que consiste en seleccionar y adquirir libros para todo el país de un buen número de editoriales mexicanas y extranjeras. Si bien el programa se empezó a concebir en dicho año, fue hasta 2002 que se produjeron y distribuyeron los primeros títulos, resultado de la primera selección. El presupuesto destinado por la sep a este programa fue muy alto. Tanto, que de la noche a la mañana publicar libros para niños y jóvenes en México se convirtió en un negocio casi rentable: si bien la sep, a través de la Comisión Nacional de


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los Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), fija los precios de los libros muy por debajo de su precio de venta al público, el volumen de dichos tirajes significa una ganancia atractiva para los editores, pues no hay que olvidar que se trata de dotar de acervos a las escuelas públicas de todo el país. Así, las editoriales que no reservaban en sus planes editoriales ni un solo espacio para lij crearon divisiones de libros para niños o, al menos, se lanzaron a buscar en sus catálogos y fondos algo, lo que fuera, que pudiera entrar dentro de esta categoría (como sucedió con la editorial Era y su colección de poesía de José Emilio Pacheco “para niños”, Gotas de lluvia y otros poemas para niños y jóvenes, publicados en 2005, o la producción de títulos clásicos, libres de derechos, por parte de editoriales como Lectorum, Jus o Siglo Veintiuno), mientras que varias editoriales extranjeras que tuvieron noticia del programa decidieron abrir representaciones y filiales en México. Para quienes conocíamos el panorama previo de lij en México, el cambio fue notable e inmediato: de una industria ocupada en producir mayoritariamente títulos literarios —cuento clásico, novela contemporánea, álbum ilustrado y el obligado pilón de poesía y teatro— y algunos libros infor-


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mativos consagrados casi en su mayoría a los dinosaurios, la naturaleza y los automóviles, pasamos a un abanico de temas y talantes procedentes de otros países, sí, pero también de México: al convertirse en el principal cliente de las editoriales, la sep pudo determinar las materias y géneros que requería para sus bibliotecas, y así comenzó a influir los programas editoriales y la producción de lij. Con ello, el panorama de libros para niños y jóvenes se llenó de propuestas nuevas, arriesgadas y novedosas, pues al trabajo de las editoriales grandes y consolidadas se sumó el de pequeñas empresas, conformadas por una persona o un puñado de personas, quienes con un título vendido a la sep cada año se hacían de capital suficiente para producir sus propios tirajes, colocarlos en los puntos de venta del país y ganar visibilidad en el mercado. Se dio así un periodo de bonanza hasta cierto punto inédita en el subsector, que propició no sólo el advenimiento de nuevos editores, escritores e ilustradores, sino el rescate de autores que produjeron lij en los años setenta y ochenta en editoriales pequeñas, ya para ese momento extintas, y que gracias a esta necesidad imperiosa de textos, volvieron a ponerse en circulación, como la mencionada Pascuala Corona o David Martín del


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Campo. La oferta de libros para niños y jóvenes, pues, se vio súbitamente enriquecida y multiplicada. El programa tuvo un empuje tremendo pero, por desgracia, no fue suficiente para trascender el ámbito gubernamental; una vez más, no fue acompañado de un crecimiento del mercado: no se crearon más puntos de venta específicos para lij (escasísimos en México) ni se contó con iniciativas exitosas que permitieran a las editoriales existir independientemente del programa, sino que se creó una enorme oferta que no tenía más demanda que la proporcionada por la sep. El programa pierde fuerza en tanto no tiene un presupuesto etiquetado, y cada vez se le destinan menos recursos —500 millones de pesos en su primer año, 464.8 en 2003, 400 en 2004, 351.8 en 2005, 431 en 2006 para reducir el monto a 189.3 millones en 2007, 74 en 2008, 161.1 en 2009, 105.5 en 2010, 98.7 en 2011, 95.6 en 2012, 84.2 en 2013 y apenas 70 millones de pesos en 2014—. Como es natural, se redujo el número de títulos por adquirir y la industria editorial, la lij y el sistema educativo nacional sufren las consecuencias. A poco más de diez años de iniciado el programa, algunas editoriales, de todas escalas y procedencias, se han visto en la necesidad de revisar y reajustar sus programas


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editoriales ya no en función del Programa Nacional de Lectura como un factor importante en sus expectativas de subsistencia. El resultado: una industria endeble y un público lector que, a pesar de que ya consume más literatura infantil y juvenil mexicana (mucho más que cuando no había casi nada, se entiende), todavía no lo hace en cantidad suficiente como para sanear del todo a este subsector de la industria editorial.


Índice Introducción Composición del corpus

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La estructura 10 Antecedentes: La literatura infantil en México antes de 1981 15 La edad de la lij 33 Las preocupaciones de la lij. La función catequética 55 Lo mexicano 58 La formación 64 En conclusión 67 Nuevos caminos (elementos, recursos, planteamientos) en la lij mexicana 69 ¿Y los adultos? 79 Los géneros de la lij 81 Los relatos tradicionales

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La fábula: el tío Patota

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La novela

88

La novela de aventuras y de viajes

90

La novela de iniciación

92


El terror en la lij

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La novela gráfica

105

El higo más dulce de la lij: El libro-álbum

107

Conclusiones: ¿Qué ha pasado con la lij en México durante los últimos años?

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Al final de este trabajo

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Y, para terminar, los cocodrilos

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Panorama de la literatura infantil y juvenil mexicana Se terminó de imprimir en los talleres de Mujica Impresores en octubre de 2014. El tiraje fue de 2000 ejemplares más sobrantes para reposición. Edición a cargo de Juan José Salazar.



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