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Las sirenas en Q’eswachaka y el pescador

Las sirenas en Q’eswachaka y el pescador

Hace mucho tiempo, las sirenas vivían en el río Apurímac Q’eswachaka. Las sirenas eran muy hermosas, tenían una linda voz y con su melodiosa canción encantaban a los pescadores que iban a pescar al lugar.

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Un día, un pescador fue al río Apurímac antes del amanecer. Salió de su casa a las cuatro y llegó a las siete de la mañana al río. El pescador pescó cinco kilos en todo el día y como ya era muy tarde, se quedó en el río Apurímac a dormir.

A las once de la noche, el pescador escuchó una voz muy hermosa. Se despertó preguntándose quién podría estar cantando a esta hora y cuando se paró, apareció frente a él una mujer muy hermosa con una larga cola. Esa mujer era una sirena.

El pescador dudó por unos minutos, pues no sabía si aquella visión era parte de un sueño o se trataba de la realidad. Siguiendo su intuición, recogió sus cosas para irse, pero la sirena le cantó y el pescador quedó paralizado por su melodiosa voz. La sirena, aprovechando la confusión de aquel hombre, lo llevó hasta el fondo del río y en pocos minutos el pescador murió.

Sus familiares lo buscaron durante meses, pero no lo encontraron. Nunca más se supo de aquel pescador y hasta el día de hoy siguen existiendo las sirenas.

Autora: Patricia Enriquez Muñoz Edad: 17 años

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El pescador y la sirena de Q’eswachaka

Había una vez, un pescador llamado Antonio que iba constantemente a pescar al río Apurímac. Dicen que el señor era de familia pobre y se dedicaba a la pesca de truchas, ya que estas eran el sustento de su familia. A veces se veía a Antonio pescando por la margen derecha o izquierda del río. Cruzaba por el puente Q’eswachaka porque no había otra forma de atravesar el caudaloso río Apurímac.

Antonio recorrió las orillas del río buscando un lugar donde la pesca de truchas fuera abundante y descubrió que ese lugar estaba debajo del puente Q’eswachaka.

Una vez, Antonio fue al río Apurímac a pescar. Como ya era costumbre, sacó varias truchas debajo del puente y se sintió feliz, pues esa tarde llevaría mucha comida a su familia, pero se hacía cada vez más tarde y en su lugar favorito, de pronto apareció una bella señorita que le indicó que siga pescando sin preocupaciones. Aquella mujer era una sirena y Antonio, confiando en ella, pescó truchas hasta entrada la noche. De pronto la mujer convirtió el río en un palacio hermoso e invitó al pescador a pasar con intención de darle más truchas para su familia.

Antonio nunca más salió del palacio, pues las aguas profundas del río Apurímac se lo tragaron para siempre y así murió el pescador encantado.

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De esta forma, dicen que la sirena siempre ha encantado a muchos pescadores seduciéndolos con truchas poderosas.

Autor: Kevin Cjuno Mamani Edad: 10 años

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