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El cóndor y la chica

El cóndor y la chica

Había una vez, una chica llamada Anastacia que solía pastar sus borregos en la pampa Pomourqo y por el puente Q’eswachaka.

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Caminaba acompañaba por su perro Duki, mientras iba detrás de sus borregos. Un día, apareció en su camino un joven con chalina blanca y casaca negra que poco a poco fue acercándose a ella y después de un tiempo prudencial decidió hablarle.

—Hola, Anastacia —le dijo el joven misterioso—. ¡Qué linda eres! ¿Por qué no vienes a jugar conmigo? Puedo llevarte en mi espalda...

—Me gustaría jugar con usted —le contestó la chica después de pensarlo por largo tiempo—, pero no puedo alejarme porque tengo que pastear mis borregos. Además, no creo que puedas cargarme, soy muy pesada.

Al escucharla, el joven cogió uno de los borregos más grandes y lo cargó para demostrarle cuánta fuerza tenía. Entonces, le dijo a la chica en tono orgulloso:

—Como ves, tengo mucha fuerza. Y si puedo cargar este borrego también podré contigo.

La chica se dejó convencer y empezaron a jugar. Sin darse cuenta, el joven la llevó hasta el cerro Llanthuko, dentro de una roca de la cual era difícil bajar. Al momento de llegar, Anastacia se dio cuenta que esa era la casa del joven, gritó y lloró, pero ya no pudo hacer nada,

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pues en ese momento descubrió que aquel muchacho misterioso no era humano, sino un cóndor.

Así pasó un tiempo, entre llantos y tristezas. Anastacia dejó de comer porque el cóndor sólo le daba carne cruda, y el cóndor preocupado, fue a robarse el fuego del ser humano para complacer a la chica.

Con el tiempo tuvieron un hijo, hasta que un buen día, Anastacia le dijo al cóndor: —Llévame debajo del puente Q’eswachaka, quiero lavar los pañales del niño.

El cóndor obedeció y descendió del cerro dejando a la chica debajo del puente. Entonces, apareció un picaflor y Anastacia le pidió que avise a sus padres y que la liberen. El señor picaflor se compadeció de ella y fue hasta la casa de los padres de Anastacia, a contarles todo lo sucedido y pedirles que se preparen para la llegada de su hija.

Luego, la chica le pidió un favor a la señora sapo: “Cuando mi marido me llame, tú le respondes y mientras tanto yo me voy a mi casa”.

Al poco tiempo, el cóndor empieza a llamar a Anastacia.

—¿Ya terminaste? —preguntó el cóndor desde las alturas. —¡Aún noooo! —le contestó la señora sapo. Pasó un buen tiempo y el cóndor volvió a llamar a la chica.

—¡¿Ya terminaste?! —¡Aún noooo! —le respondió nuevamente la señora sapo.

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El cóndor bajó al río con mucha cólera y sólo encontró sentado a un sapo que parecía lavar ropa encima de una piedra grande y cuando lo vio se metió dentro del agua. Mientras tanto la chica ya había llegado a su casa.

Entonces, el cóndor fue furioso hasta la casa de la chica y como los padres ya estaban preparados para su llegada, lo recibieron tranquilamente invitándolo a entrar.

—Pase —dijo el padre de Anastacia—, siéntese encima de ese cuero. El cóndor confiado se sentó sobre el cuero sin saber que debajo había agua hirviendo y perdió la vida.

Anastacia pudo entonces volver al lado de sus padres y juntos vivieron muy felices por toda la eternidad.

Autor: Alexander Coyori Condori Edad: 14 años

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