Lleg贸 con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
4潞A 2014/2015
El siglo XIX avanza y nos encontramos en la segunda mitad. El
Realismo,
que triunfa en España, llega a Murcia. La realidad
será ahora la fuente de inspiración, las minuciosas descripciones llenarán las páginas de los mejores novelistas; el diálogo y el monólogo interior nos permitirán acercarnos a los personajes, cuyas palabras se adecuarán a sus circunstancias sociales y culturales. La vida será ahora literatura. Sofía era una joven cuyos padres habían muerto cuando ella era muy pequeña. De modo que una familia de clase media la había acogido, para que hiciese todas las tareas de la casa a cambio de proporcionarle comida y un techo bajo el que dormir. La familia estaba formada por los padres y sus dos hijas. Pero un día llegó un joven, alto, de pelo negro y grandes ojos azul oscuro, llamado Gabriel, que cautivó a Sofía. Por lo que esta pudo entender, era el hijo de unos amigos de la familia que tenía que mudarse allí por un asunto de trabajo. Para llamar su atención, Sofía le hacía detalles como, por ejemplo, cuando preparaba la comida ponerle a él algún ingrediente más, y cuando limpiaba la habitación, dejarle pétalos de rosa por la cama. Pero él seguía sin fijarse en ella, la veía como una sirvienta de la casa y nunca le había dirigido la palabra. Una noche, la familia había salido a cenar a la casa de unos vecinos, quedándose solos Sofía y Gabriel en la casa. Ella pensó que era el momento perfecto para declararle su amor. “¿Qué es lo que puedo perder? Yo solo soy una sirvienta. Y si no le digo nada me arrepentiré toda la vida”. Así que llamó a la puerta de su habitación, diciendo que tenía una cosa muy importante que contarle, y entró. Allí estaba, de pie, con el pelo despeinado y con su camisa gris medio abierta, “tan encantador como siempre”, pensó Sofía. Entonces se acercó a él, con la respiración entrecortada, y le declaró su amor.
Gabriel abrió mucho los ojos, sorprendido. No se esperaba precisamente que la sirvienta le declarara su amor. Así que cuando este iba a contestar, con mucha educación y sintiendo pena por ella, notó que Sofía ya sabía cuál iba a ser la respuesta, así que, conteniendo las lágrimas, salió corriendo de la habitación y de la casa. Pensó adónde podía ir, pue sabía que allí no se podía quedar ya que todo el pueblo se enteraría de lo que había pasado aquella noche. Corrió por la carretera, pensando que quería empezar una nueva vida en otro lugar lejano, aunque también fuese de sirvienta. Gabriel tardó un poco en reaccionar, y tiempo después salió corriendo de la habitación escaleras abajo. Intentó alcanzarla, pero no pudo. Estaba muy lejos. Así que se quedó en la puerta de la casa, triste y sintiéndose culpable, esperando a que la última sombra de Sofía desapareciese de aquella noche de verano. MARINA GARCÍA LORENZO -¿Vas a venir a despedir a Marta? -dijo Luis con una lágrima asomando de sus grandes ojos verdes que brillaban a la luz de la luna. Jorge no sabía qué decir, la persona que más había amado en la vida se iba, y probablemente no la volvería a ver jamás. Estaba confuso, una sensación de enfado y tristeza le invadía al mismo tiempo. “Se va, sin pensar en nosotros, dejándolo todo atrás, sin importarle lo más mínimo el daño y el vacío que dejaba en las vidas de las personas que la amaban. Sus padres, su hermano pequeño, sus amigos de toda la vida, yo, que tanto la he querido”. Pero a ella esto le era indiferente, Marta era fría por naturaleza, observadora, calculadora y meticulosa. Su única preocupación era ella misma, todo lo demás era prescindible o de ninguna importancia o interés. Ella quería vivir en la ciudad, con su tío, que era carpintero, allí estudiaría y sería algo en la
vida. Decía haberse cansado de la vida rural, donde la mayor aspiración de uno es alimentar al ganado o trabajar en el campo para el resto de la vida. Jorge aceptó ir a la despedida, y junto a Luis, caminaron por el sombrío y triste camino que llevaba a las vías del tren. Conforme se acercaban empezaban a escuchar voces, al estar más cerca se oían claramente los sollozos y llantos. Eras sus padres y su hermano, que tan joven, no comprendía la marcha inesperada e inevitable de su hermana. Los dos chicos se acercaron a Marta para despedirse. Luis le dio un fuerte abrazo y se apartó para dejar paso a Jorge. Jorge, cabizbajo y triste, la miró, y levantando la cabeza lentamente le dijo: - Te echaré de menos. - y yo a vosotros -dijo con tal frialdad, que sonaba de cualquier manera menos creíble. - Pero, ¿has pensado lo que nos causas al marcharte? _preguntó mientras le caía una lagrima del ojo derecho. - Sinceramente, no lo he pensado, pero tampoco es que me importe. Estas palabras se clavaron en Jorge, no podía creerlo, y llorando se fue corriendo. Los padres de Marta y Luis miraban a Marta con asombro por lo que acababan de escuchar de la boca de su hija y amiga. Con cara de resignación, decidieron marcharse y dejar que Marta se fuese, era un caso perdido. Se marcharon, y Marta quedó sola, ante la vía. “Intento ser objetivo, pero esta mujer es un monstruo sin sentimientos” pensaba Jorge mientras corría. Al cabo de un tiempo llegó el tren y Marta desapareció sin más miramientos ni remordimiento alguno de que sus palabras pudieran haber causado un dolor irreparable.
Jorge se encontraba solo, sentado en una escalera de la puerta de una vieja casa. Se secaba las lágrimas, mientras deseaba que todo aquello solo hubiese sido un mal sueño. Entonces se le acercó un hombre de peculiares y bastos andares, que le preguntó: -¿Qué te pasa, zagal? - dijo bruscamente, en un tono elevado que asustó a Jorge. -Nada - respondió mientras se sacaba las lágrimas con la manga del jersey. - La chica a la que más amaba en la vida se ha ido, y por si fuera poco, ha dicho que no le importo lo más mínimo. -Pobre zagal, debes saber que esa zagala no te ama, y dejar de pensar en ella. Es una mala bruja, olvidarla será lo mejor para ti. Al menos tú tendrás casa, pero una pelea con la mía mujer me dejaron fuera de casa. Y ahora voy de prao en prao, buscando algo que echarme a la boca. Vive feliz, zagal, y olvida a quien no importas. Jorge escuchó los consejos de aquel hombre y se marchó a casa para seguir con su sencilla pero feliz vida. MIGUEL NAVARRO MARTÍNEZ LA REINA MARGARITA Por la noche se la veía en el ensayo, los días que no había función, que eran lunes y viernes, solía ocupar, en la sombra, una butaca de quinta o sexta fila, envuelta en su chal, humilde; permanecía inmóvil horas y horas, callada, sin reír cuando reían allá arriba, en el escenario, sus compañeros, que no pensaban en ella. Las noches de función solía ir a un palco del tercer piso, como escondiéndose, ocupando el menor espacio posible, y quieta, callada como siempre. Su vida estaba basada en el teatro. Por la noche pensaba en el teatro y de día, según la fecha, iba al teatro o esperaba para ir al teatro en busca de su ensayo o su función. Todo era teatro. En el teatro se sentía como una reina.
Se llamaba Margarita Peñaranda, una funcionaria jubilada del Ministerio de Justicia en el que había trabajado con gran eficacia durante treinta y ocho largos y aburridos años. Sus días transcurrían sin alegría ni entusiasmo realizando sus labores cotidianas a la espera de su horario teatral. La señora había cumplido ya sesenta y siete años, tenía una sencilla elegancia a pesar de que no dedicaba mucho tiempo a su aspecto. Tenía un cabello corto y blanco que le caía hasta el principio de sus grandes orejas. Sus ojos eran verdes y redondos, entre los cuales había una respingona nariz y unos labios finos pintados de un inapreciable rosa pálido. Era delgada hasta el extremo, con una altura que le ayudaba a pasar desapercibida. Un día, al llegar al teatro, vio el cartel con la noticia que más le podía aterrar: “El teatro cierra sus puertas por reformas hasta próximo aviso”. Se sintió perdida, desolada, angustiada, no podía creer lo que estaba leyendo. Su reino había caído. Sus días a partir de entonces se volvieron grises, su motivación diaria ya no existía. Durante meses recorrió toda la ciudad buscando un nuevo reino que conquistar, buscando otro teatro. Pasó por cuatro teatros, pero en ninguno encontró su sitio. Los tres meses que duró la reforma fueron la peor condena a la que jamás estuvo sometida, la chispa diaria que iluminaba sus días había desaparecido durante ese periodo. Ciento diecisiete días pasaron hasta recibir la feliz y a la vez ansiada noticia de la apertura de su reformado reino. Dedicó un día entero a su arreglo personal, elección del vestido, zapatos, perfume y su eterno y humilde chal gris. Abrieron al fin las puertas y buscó, buscó su sitio. Primero en sus butacas de quinta o sexta fila, después en el palco de tercer piso, pero su lugar ya no estaba allí, su reino había cambiado. Decidió quedarse en un discreto placo del segundo piso a la espera de que algo cambiara durante la representación, y, en efecto, algo cambió,
pero no durante la obra sino al término de esta. El final fue absoluto. Terminó la obra. Terminó su reinado. Y también terminaron sus días. ELENA GARRIDO SOLÉ
Los autores de la
Generación del 98
huella en nuestra
dejaron una profunda
ciudad, por ello fueron muy queridos,
admirados e imitados. El profundo amor que Antonio Machado sintió por Leonor, su mujer, se respira en cada uno de sus versos, pero la muerte se la llevó demasiado pronto. Algunos amigos de don Antonio quisieron homenajear al poeta continuando el último verso que escribiera. Estos días azules y este sol de la infancia de nuevo me envuelven, y me invade la luz pálida de un lento atardecer. En mi pensamiento los recuerdos regresan, las sonrisas y los gestos, de aquellas lentas tardes de junio. Revivo los días que ya pasaron, las historias vividas y los caminos andados. Y en la memoria, la distancia. Mientras el sol se aleja y las sombras me invaden vuelven las sensaciones, aquel niño solitario, ese adolescente callado. Y de nuevo regresan estos días azules y este sol de la infancia, me rodea la gente y olvido el silencio. Una vez más, busco el logro de cada día, Y espero el atardecer pálido y callado. MARÍA JOSÉ LÓPEZ SÁNCHEZ
Estos días azules y este sol de la infancia con sus margaritas y su fresca fragancia, intentan alegrarme dándome esperanza. Pero yo sé bien que todo está acabado, un día más y yo ya me habré marchado. Lo noto en el alma, en mi viejo pecho, desde que me levanto hasta que me tumbo en el lecho. Y una vez tumbado me dedico a recordar lo que un día fue y nunca más será, pues los recuerdos del pasado ya no volverán. Así, con este pequeño pero profundo suspiro digo adiós a este mundo, yo ya me despido. Tan sólo espero ser recordado y no caer en el olvido, y que diversos autores de otras generaciones sigan componiendo poesías, prosas y canciones. MARTA IBÁÑEZ DÍAZ-PECO Estos días azules y este sol de la infancia son el reflejo de la añoranza en mis ojos. Ahora los días se enturbian en mi mente cansada. Estos días azules y este sol de la infancia son el recuerdo de las centelladas de un sol que en invierno es de mayo. Aquellas caricias del aire aterciopelado bajo la suela de mi desgastado zapato. Estos días azules y este sol de la infancia acompañan el camino de mi ya solitaria alma. LAURA PUJALTE GOICOECHEA Estos días azules y este sol de la infancia Me recuerdan a mí sin vigilancia, divirtiéndome con mis travesuras mientras otros sufrían amarguras. Esto va a ser mi último invento antes de que me lleve el viento, ahora me despido de esta vida que sólo tiene camino de ida. JULIO LECHUGA GUIRAO
Estos días azules y este sol de la infancia son el reflejo del anhelo de mi corazón. En mi mente oigo los pensamientos de crío, que me incitan a volver a aquella época llena de recuerdos imborrables. Estos días azules y este sol de la infancia me transportan a cuando la inocencia suave me acariciaba la cara acompañada de hojas musicales. Estos días azules y este sol de la infancia me hacen extrañar esa antigua llamada. Las lágrimas me invaden y llego a la cuenta de que ya solo me acompaña la soledad. MARTA BALSALOBRE SOLANO
A Azorín le duele el paso del tiempo. Sabe que el instante es fugaz, de ahí su deseo de atraparlo, de plasmar con todo detalle las pequeñas realidades antes de que se escapen, de atrapar lo que permanece por debajo de lo que huye. Presentamos aquí unas curiosas historias que nos recuerdan a este autor, por ese estilo lento, esas oraciones cuajadas de adjetivos, ese predominio de verbos de estado y ese aire impresionista con el que estos escritores murcianos dibujan el cuadro, el instante que debemos imaginar. Estaban una niña, su madre y su abuela sentadas en un viejo, desgastado y anticuado banco, debajo de un enorme y robusto roble. La niña, con sus cabellos rubios recogidos en una trenza, su piel blanca brillando al sol y su vestidito rojo y blanco de flores, corría feliz y contenta detrás de una paloma blanca. La madre, que acariciaba su vientre con ambas manos, como queriendo llegar hasta su próxima hija, miraba la escena risueña y disfrutando del bello momento. Por último, la arrugada vieja, con su habitual
expresión dulce y buena, reflexionaba sobre el paso del tiempo. Pensaba, mirando a su bonita nieta, en la cantidad de vida que le quedaba. Pensaba en el bebé que descansaba tranquilo, en paz, a salvo en la barriguita de su hija, no ya tan a salvo del paso del tiempo. Pensaba en el eterno retorno, en que todo se iba, pero volvía. Se acordó de cuando ella llevaba a su pequeño bebé que ahora era la que guardaba una criaturita en su tripa y pensó que algún día serían sus nietas las que tuvieran bebés, y así sucesivamente, siendo todo una interminable cadena. PAULA PAVÍA DE LA ASUNCIÓN Me desperté repentinamente en mi cama. Un brillante cielo azul se veía por la blanca ventana. Varios alegres pájaros cantaban, y rayos de sol traspasaban a mi habitación, perdiéndose en mis claras paredes. Mi ropa descansaba en la silla, tal y como la había dejado el día anterior. El despertador se encontraba en mi mesilla, y de él salía un insoportable ruido. El sonido del despertador se mezclaba con u ruido lejano que provenía de una televisión, cuyo volumen estaba demasiado alto. La puerta de mi habitación estaba entreabierta, lo que dejaba ver una pintura que se encontraba en el pasillo. Constaba de un pequeño pueblo con un lago a su derecha y varias nubes inmóviles, como si nunca pasara el tiempo. NURIA GARCÍA GARCÍA La casa estaba situada cerca de un brillante, ruidoso y caudaloso río. Los pájaros cantaban felices posándose en los frondosos árboles. Las coloridas rosas desprendían un suave y delicado aroma. Muy cerca de allí se escuchaba el agua de la fuente que caía fuertemente sobre el balde de piedra. En el aire se respiraba el frescor de la tarde que comenzaba. Leonardo se encontraba sentado en una antigua mecedora de color púrpura, que al mecerse despedía un ruido aterrador, leía un antiguo libro mientras su mujer y su hija preparaban un
delicioso café con una tarta de frutas silvestres, que esa misma tarde habían recogido en una zona cercana a la casa. Leonardo y Camila habían tenido una hija preciosa a la que querían mucho, que siempre estaba cerca de ellos y les ayudaba en todo lo que necesitaban. Era esbelta y tenía unos grandes ojos verdes. Le gustaba tocar el arpa en las tranquilas tardes de verano. Sin embargo, Leonardo sentía que su felicidad no era completa y sabía que el paso de los años le entristecía de manera profunda, dejándole cabizbajo y melancólico a pesar de tener unas estupendas mujer e hija. PATRICIA SEVA PELLUZ
Una de las inquietudes existenciales que Miguel
de
Unamuno plantea en sus novelas es la posibilidad de que esta vida no sea sino una ficción. Augusto Pérez, que en las páginas de Niebla se enfrenta con su creador, fue uno de los personajes unamunianos que más hondo caló en nuestras tierras. Este diálogo de la criatura con su autor fue recreada por dos amigos murcianos de don Miguel. Eran ya altas horas de la madrugada y Melissa Bennetto se encontraba aún despierta en la habitación de su hotel. Bueno, a decir verdad, ese no era su verdadero nombre; pero a ella le había parecido que con tal nombre artístico podría llegar a vender más discos que con “Alicia Ordoñez”. En fin, eso es lo de menos. La cuestión es que Melissa (llamémosla así) acababa de dar un gran concierto; no uno cualquiera, uno especial. Acababa de estrenar su nuevo tema, “Sentimiento puro”. La canción hablaba sobre una chica llamada Pamela que se sentía más radiante y feliz que nunca porque estaba enamorada. Y estaba gustando mucho, parecía que esa canción se iba a convertir en algo grande. Melissa estaba pensando en todo lo vivido aquella noche cuando, poco a poco, fue cerrando los ojos con una sonrisa en la cara. De repente, sin saber exactamente el tiempo que había pasado desde que se había quedado dormida (aunque a ella le habían parecido segundos), algo la despertó. _ ¡No me gusta! _dijo una voz. Melissa dio un pequeño grito y abrió los ojos como platos, perpleja, al ver a una chica delante de ella, sentada en el sillón de enfrente. _ ¿Hola? ¿Me oyes? ¡Que no me gusta! _ volvió a hablar la chica.
_ Pero, pero… ¿quién eres y qué haces aquí? Si no te vas ya llamaré a los de seguridad. _ Ey, ey, tranquila chica… Ni que no me conocieras. _ Y así es, no sé quién eres. _Parece mentira… ni mi propia creadora sabe quién soy. Melissa abrió aún más los ojos. _ ¿¡Pamela!? _ ¡Al fin! ¿Tan difícil era? _ Pero ¿qué haces aquí? _ Vengo a decirte que no me gusta. _ ¿El qué? _ ¡La canción! Es horrible y llena de mentiras. Amor, amor, amor… ¡eso no existe! Es sólo una ilusión. _ Yo no lo veo como una mentira. _ Hablas, o mejor dicho, me haces hablar de él como una cosa y en realidad no es nada. Como un sentimiento real y en verdad no existe. Es sólo algo que creemos sentir pero no es real. Seguimos teniendo un gran vacío en nuestro interior, sólo que esta vez decorado con pensamientos estúpidos que todo el mundo finge creer pero que en el fondo sabe que no son ciertos.. Quizás tengan razón y es verdad que en la ignorancia está la felicidad. Quizás la gente creó ese supuesto sentimiento llamado “amor” para sentirse mejor consigo mismos y con el resto de la gente. En realidad, no les culpo, parece hasta bonito… ¡Pero yo no soy así! ¡No soy una ignorante! Y no consentiré que me hagas hablar de tal mentira _se levantó del sillón. _ No te entiendo… no entiendo por qué piensas de esa manera. _ Pues creo que ya te lo he dejado bastante claro. Así que si me haces un favor, cambia la letra de la canción. _ No _dijo Melissa. Su cara cambió y se puso seria. _No voy a cambiar mi canción porque una estúpida como tú venga a exigírmelo. _ ¿Perdonaaaaa? ¿Qué me has dicho? _preguntó Pamela aparentemente ofendida pero enfadada. _ Creo que ya te lo he dejado bastante claro. _ Bueno…, pues no la canto _dijo Pamela con un tono indiferente mientras se miraba las uñas. _ Oh sí, claro que la cantarás. _ He dicho que no. Y sin mí, la canción no es nada, porque soy yo quien vive esa historia. _ Pero yo soy tu creadora y harás lo que yo te diga. Hablará sobre el amor. Quieras o no quieras. _ Mira que eres tonta… _dijo poniendo los ojos en blanco. _ Eh? _ No te das cuenta, ¿verdad? Uf, si tú misma lo has dicho: “Yo soy tu creadora”. _ No sé qué me quieres decir con eso. _ ¡Pues eso! Tú eres mi creadora, y yo soy tu fantasía, tu ilusión, tu subconsciente. Soy parte de ti. ¡Soy tú! Lo único que he venido a decirte
es algo que realmente tú ya sabes, pero si no te lo decía alguien más no ibas a rectificar. Y ese alguien más está aquí: yo…, o sea, tú. A ti io te gusta esa canción y no sientes su significado. Piensa en ti, en tus principios y en tus ideales…, y en mí. En ese momento Melissa se despertó, sobresaltada. Todo había sido un sueño. Miró a su alrededor y volvió a tumbarse. No volvió a pegar ojo en toda la noche. A los dos días, un hombre cualquiera fue a comprar el periódico. Saludó al kiosquero, le dio dinero, 75 céntimos, se sentó y comenzó a leer un titular de letras de gran tamaño: “MELISSA BENNETTO ANULATEMPORALMENTE EL LANZAMIENTO DE SU NUEVO DISCO POR CAUSAS AÚN DESCONOCIDAS”. BELÉN GUILLÉN MARTÍNEZ Carlo Collodi se sentó frente al escritorio, una vez más, lleno de inspiración, para continuar la historia que estaba creando, a la que tituló Pinocho. “Erase una vez en una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba una vez más un día de trabajo, dando los últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que había construido ese día. Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido hecho de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho. Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad. Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido, llegó un hada buena y viendo a Pinocha tan bonito, quiso premiar al buen carpintero, dando, con su varita mágica, vida al muñeco. Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos. Pinocha se movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo carpintero. Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocha a la escuela. Quería que fuese un niño muy listo y que aprendiera muchas cosas.” _ Espera un momento Carlo, ¿cómo que ir a la escuela? _dijo de repente Pinocho. _ Sí, a la escuela, como todos los niños de tu edad _le contestó Carlo. _ Pero es que yo no quiero ir a la escuela, es muy aburrido. Yo lo que quiero es salir a la calle y jugar y divertirme. _ Pero Pinocho, también debes ir a la escuela para aprender para el día de mañana. _ No, no, me niego no quiero.
_ Pinocho tienes que hacer lo que yo diga que para eso soy tu creador _afirmó Carlo ya en un tono más enfadado. _ Tú serás mi creador, pero yo soy yo y ya estoy creado y como yo soy yo pues yo hago lo que quiero y no quiero ir a la escuela, quiero salir y divertirme. _ Pinocho no digas tonterías y vuelve a meterte al cuento que continúe la historia. _ Que no. _ Que sí. _ Yo haré lo que quiera, así que me voy a la calle, adiós. Pinocho salió corriendo y Carlo tras de él pero le perdió la pista y volvió a su casa a pensar qué haría él sin Pinocho. Por otro lado, Pinocho, en la calle, buscó algo con lo que jugar. De pronto vio una tienda de juguetes y decidió entrar. Pinocho entró, cogió una pelota y se disponía a salir cuando el dependiente le dijo que primero tenía que pagar. Pinocho le contestó que no tenía dinero, y el dependiente le dijo que si no pagaba no se la podía llevar. _ ¿y cómo puedo conseguir dinero? _ Pues trabajando. _ Pero es que solo soy un niño, no sé. _ Por eso deberías estar en el colegio, para aprender y saber hacer luego las cosas y que por ello te den dinero y comprarte lo que quieras. Pinocho salió de la tienda y se quedó pensando mientras caminaba que a lo mejor sí que debería ir a la escuela para aprender y poder trabajar y tener dinero para divertirse. Y, mientras que fuera un niño, que su abuelito le comprara los juguetes cuando se portara bien. Empezó a correr y llegó a la casa de Carlo. _ ¡Pinocho, has vuelto! _ Sí, es verdad, Carlo, tenías razón, los niños de mi edad debemos ir a la escuela para aprender, perdóname. _ No pasa nada Pinocho, hoy has aprendido una lección. Vuelve al cuento que siga con la historia. _ Enseguida. PAULA SÁNCHEZ POVEDA
Parece ser que Pío Baroja, mientras escribía su libro Vidas sombrías, visitó a algunos amigos de Murcia. Cuentan que, estando con ellos en un café, les planteó que no sabía cómo terminar su cuento Marichu, así que dos conocidos le ofrecieron estos finales.
Los vecinos se preocupaban por la familia, a la que le estaba pasando de todo últimamente. Un vecino les acompañó a casa de la gitana, ya que la noche es peligrosa y está llena de criaturas del bosque. Conforme más tiempo pasaba, más frío estaba el pequeño. Llegaron a casa de la gitana, a la que asustaron con tanto griterío. La gitana los metió en casa y se dispuso a examinar al joven. El muchacho tenía la misma enfermedad que la madre y era muy raro, porque no se podía transmitir. La gitana, muy segura de sí misma, afirmó que era un mal de ojo, que les había hecho alguna persona cercana. Preguntó a la madre si había alguien que los odiara y esta dijo que sí, que estaba su suegra. La gitana roció al joven con agua bendita y comenzó a susurrar algunas palabras. Tras unos minutos de silencio, el joven abrió los ojos y de un salto se abalanzó sobre su padre para abrazarla. La gitana les otorgó un amuleto que protegería a toda la familia y así evitaría los males de la gente. ADRIÁN COSTA CARAVACA Una vez en casa de la mendiga, Marichu le explicó, alterada, lo sucedido desde aquel día en que la curara de su enfermedad, mientras ésta permanecía en silencio e inmóvil. La vieja mendiga empezó a hablar una vez Marichu cerró el pico. Ésta le aseguró que no había forma de salvar a su hijo mayor si no era pasando la enfermedad a cualquier otro miembro de su familia. Marichu pensó que si dejaba morir a su hijo por su culpa sería criticada por todo el pueblo y pidió entonces que la enfermedad regresara a ella. Pero eso ya no era posible. Fue entonces cuando el chico, tendido sobre una manta colocada en el frío suelo, dio un último y profundo suspiro, e instantáneamente, su pecho quedó inmóvil, por lo que sus pulmones, su corazón, el chico, dejó de funcionar. Marichu se arrodilló junto a él, y mientras le abrazaba y apoyaba su cabeza en el cuerpo del muchacho, unas grandes y abundantes lágrimas corrían por sus acaloradas mejillas. MARÍA CUBERO VERA