La transformación integral de la gestión del Estado propiciada por la Revolución Juliana, en la década de los años veinte del siglo pasado, no logró perdurar en el tiempo, ni consiguió cambiar las estructuras del poder político o el feroz predominio de los sectores dominantes en la sociedad.
Los intereses económicos y políticos finalmente se impusieron, conduciendo al país a una situación de enfrentamiento e inestabilidad que concluyó con la denominada guerra de los cuatro días. El país, quebrado moralmente, agotado por los enfrentamientos fratricidas, sumido en una debacle económica, debió enfrentar entonces la invasión peruana, hábilmente planificada para aprovechar la coyuntura que vivíamos y el hecho de que el mundo se enfrentaba al
horror de una guerra global.