Revista Anthropos 248

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(julio-septiembre 2017)

Cuadernos de cultura crítica y conocimiento

REPENSAR LA SOCIALIDAD EN LA MODERNIDAD AVANZADA Número coordinado por:

Ángel Enrique Carretero Pasín, IES Rosalía de Castro, Santiago de Compostela

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Dirección Editorial

Jaime Labastida, José María Castro, Adolfo Castañón, Dídimo Castillo y Carlos Díaz Consejo Científico Asesor

Tomás Albaladejo (Universidad Autónoma de Madrid): área Teoría de la Literatura | Enrique Baena (Universidad de Málaga): área Teoría de la Literatura | Anna Busquets (Universitat Oberta de Catalunya): área Bussines, Relaciones Internacionales y Comercio | Nicolás Caparrós (España): área Psicoanálisis | Daniel Cassany (Universitat Pompeu Fabra): área de Didáctica | Adela Cortina (Universitat de València): área Filosofía | Teresa Ferrer Valls (Universitat de Valencia): área Literatura y Teatro | Edward Friedman (Vanderbilt University): área Literatura y Estudios Culturales | Miguel Ángel García (Universidad de Granada): área Literatura) | Javier Garciadiego (UNAM. El Colegio de México): área Historia | Luis Íñigo Madrigal (Chile): área Literatura Colonial | Miguel León-Portilla (UNAM. El Colegio Nacional. México): área Historia, Pensamiento y Literatura Náhualt | Reyes Mate (CSIC. España): área Filosofía, Memoria y Holocausto | Josep Joan Moreso (Universitat Pompeu Fabra): área Derecho y Filosofía | Ricardo O. Moscone (Argentina): área Psicoanálisis | Rosa Navarro Durán (Universitat de Barcelona): área Literatura | Anastasio Ovejero (Universidad de Valladolid): área Psicología Social | Gloria Pérez Salmerón (Biblioteca Nacional. España): área Biblioteconomía y Documentación | Evangelina Rodríguez Cuadros (Universitat de Valencia): área Literatura y Teatro | José Sarukhán (UNAM. México): área Ciencia Naturales. Ecología | Jaime Siles (Universitat de Valencia): área Estudios Clásicos, Poesía y Arte | Lorenzo Silva (España): Escritor | Juan José Solozábal (Universidad Autónoma de Madrid): área Derecho Constitucional | Jenaro Talens (Universitat de Valencia): área Teoría de la Literatura | Jorge Urrutia (Universidad Carlos III de Madrid): área Literatura | Eliseo Valle (University of Virginia-HSP): área Ciencias de la Educación | Teun Van Dijk (Universitat Pompeu Fabra): área Lingüística y Periodismo | José Luis Villacañas (Universidad Complutense de Madrid): área Filosofía Edición y realización Anthropos Editorial, Nariño S.L. Lepant, 241-243, local 2 08013 Barcelona (España) Tel.: (34) 93 697 22 96 comercial@anthropos-editorial.com www.anthropos-editorial.com

Características técnicas Impresión

ISSN: 2385-5150 Formato: 17 x 24 cm Páginas: 208

Lavel Industria Gráfica, S.A. Madrid Depósito legal: B. 15.318-1981

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S U M A R I O

PRESENTACIÓN El laberinto de la socialidad: utopía y distopía, Ángel Enrique Carretero Pasín

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TEORÍA Subjetividad social y relaciones sociales, Manuel Antonio Baeza Rodríguez

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Socialidad: determinismo biológico y constructivismo social, Miguel Ángel Castro Nogueira y Laureano Castro Nogueira

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Socialidad e Imaginarios: cómo puede la Teoría del Actor Red enriquecer nuestra comprensión de las formas de relación humana, Lidia Girola

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Extrañas socialidades creativas. De la economía a lo imaginario a través del esoterismo, José Ángel Bergua Amores

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La muerte expropiada, o sobre la socialidad herida, Joaquín Esteban Ortega

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La paradójica socialidad del secreto. Repensando a Georg Simmel, Francisco Javier Gallego Dueñas

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Imaginarios y posmodernidad en América Latina: oxímoron de la socialidad, Daniel Gutiérrez-Martínez

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ILUSTRACIONES Lo religioso en escenarios de estrés social. El 11-S visto desde la perspectiva de la Religión Civil de Robert N. Bellah, Javier Gil-Gimeno

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Las escenografías urbanas de los rascacielos de Chicago o el dominio de la Naturaleza y de la Historia, Juan Antonio Roche Cárcel

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Socialidad de los cuerpos sumergidos, cotidianeidad y trascendencia, entre el patrimonio cultural y el turismo termal, Fátima Braña Rey y Javier Diz Casal

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Socialidades emergentes en los imaginarios urbano-tecnológicos de la sustentabilidad, Paula Vera

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Trauma social: destrucción de la sociabilidad y ruptura de la memoria en la transmisión generacional, Xavier Costa Granell

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Repensando la identidad chilena a partir de la reciente inmigración latinoamericana: los colombianos en Santiago y el desafío de la interculturalidad, Nicolás Gissi Barbieri y Felipe Andrés Aliaga Sáez

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COLABORADORES

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Presentación El laberinto de la socialidad: utopía y distopía ÁNGEL ENRIQUE CARRETERO PASÍN UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

No había caído en la cuenta de que una isla siempre era única, diferente a todas las demás, y al mismo tiempo una isla no estaba nunca sola, pues había que encuadrarla en algo llamémosle «seriado», en algo que paradójicamente se repetía en cada isla singular. La aparición del tema me ha hecho indagar más sobre el libro de Deleuze y, en plena investigación, he ido a dar con una observación de Marcelo Alé, de aire certero: «Es porque no hay original que no hay copia, por lo tanto, tampoco repetición de lo mismo». ENRIQUE VILA-MATAS Ahora bien, en la historia no encontramos religión sin Iglesia. ÉMILE DURKHEIM

I De entrada, es menester adelantar que, hasta el momento, la Real Academia Española no ha contemplado el término socialidad. Conviene en admitir otro con un grado de parentesco, el de sociabilidad. Si bien atribuyéndole un significado vecino —«cualidad de ser sociable»—, aunque en modo alguno equivalente, al académicamente consagrado por la autoridad de la mirada sociológica simmeliana. No está de más recordar que, a través del empleo del vocablo «sociabilidad», Georg Simmel había puesto nombre a una modalidad lúdica de interacción en la que los actores sociales prescindían de una motivación obediente a interés alguno, agotándose su móvil en el desinteresado deleite de la misma interacción. La semántica sobreañadida con la que el pensador berlinés designa al término no es per se ineluctablemente incompatible con la acepción de socialidad aquí manejada, pero tampoco guarda una exacta concomitancia con ella. Es sabido que Simmel tuvo como una de sus preferentes inclinaciones intelectuales un precoz prestigio de un aspecto informal y aparentemente irrelevante de la vida social al cual los contrasentidos de la sociología de la época veían con reticencia, impidiéndole acceder a la dignidad temática que este merecía. En este aspecto sí que, ciertamente, esta perspectiva suya se asomaría a la idiosincrasia determinante de la socialidad. 248

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A pesar de esto ocurre que la amplitud y elasticidad de los rasgos connotativos incluidos en esta, aún atesorando también un patente brillo la impronta informal, desbordan, como veremos con mayor detalle, los atributos conferidos a la sazón por Simmel a la «sociabilidad». Más si flexibilizásemos el rigor de nuestro juicio sobre la igualación entre un uso académicamente bastante corriente de sociabilidad —desceñido obviamente del que se ha valido Simmel— y el de socialidad podríamos condescender prudentemente con su equiparación, e inclusive avenirnos y servirnos de ella. En aras de ahuyentar tanto el encabalgamiento en un uso abusivo e indiscriminado de la noción de socialidad como de disuadir la tentación de incurrir en forzados malabarismos conceptuales, acaso la puerta de entrada más adecuada para abordar la determinación de su figura sea la que resalte una premisa conforme a la cual aquel espejo más genuino en donde lo social se reconoce no puede ser puramente compendiado, ni mucho menos encorsetado, dentro de los parámetros de su objetivación institucional. Si bien, maticémoslo, no es tampoco, por definición, necesariamente contradictorio u hostil con ellos. Sin duda sería un dislate sociológico el hacer caso omiso a la presencia de una lógica sistémicofuncional conductora del gobierno de las instituciones y cuyo alcance permeabiliza los más intrincados intersticios del cuerpo social. Es innegable que su sincronizado funcionamiento en el elenco de lo institucional, acompasado con la observancia de unas adosadas prerrogativas, configura notablemente el perfil fisonómico de cualquier formación social. Bien mirado su empeño primordial aspira, a lo sumo, a sujetar del mejor modo factible el caos, la incertidumbre y la complejidad, que irremediablemente subyacen a lo social, a unas pautas normativas aseguradoras de una reglamentación, rutinización y estandarización que el mandato del sostenimiento de la arquitectura estructural de una sociedad obligadamente reclama. Ahora bien, es innegable, igualmente, la insuficiencia de un cierre categorial en esta lógica sistémico-funcional en cuanto monopolizador relato con el cual dar cuenta de lo que acaece en el devenir de la cotidianidad y, por supuesto, en el magma de figuraciones societales en las que, abrupta e inesperadamente, el caos de un indistinto gentío tiene propensión a localizarse. A buen seguro que la arboleda institucional, no otra cosa que el «mundo administrado» en la jerga adorniana, nos impide captar la vitalidad del bosque social. Como es sabido, en la dimensión de lo institucional, la acción social obedece, sin otros preceptos, a una lógica estructuralmente regida por un criterio utilitarista subordinado a una negociación y maximización de intereses, situados ellos en un terreno de oposición o cooperación con respecto al de otros. De ahí que, en dicha dimensión, los actores sociales sean invitados a guiarse, fundamentalmente, por una motivación prácticamente restringida al orden de un cálculo racional, acostumbrando a entablar una mediación de intercambio teñida por un sello contractual y supeditada al 248

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logro de un beneficio, bien sea este material o simbólico. Sin embargo, la voz que, emitida desde dentro de las fronteras de la autoridad de una proclama oficial, pretendiese dar crédito a una unívoca exégesis de lo social sostenida sobre la constatación de una completa constricción y subyugación de sus tramas internas a merced de un dictum mediatizado desde la atrincherada lógica de los dispositivos institucionales no haría en verdad justicia a la quintaesencia más íntima de lo social. Básicamente porque acallaría el hecho de que este es intrínsecamente polifónico y que, a la par de la evidencia de esta lógica, pulsan otras lógicas prácticas con unos códigos de racionalidad distanciados de un patrón estratégicamente calculador; con no menor trascendencia, nunca enteramente subyugadas y habitualmente opacas a primera vista para el analista social. De hecho, en el desfase cualitativo que se da entre la topografía de la lógica institucional, la oficial, y las subterráneas corrientes societales circulantes a través de estas otras escurridizas lógicas es en donde habría que hallar el modus operandi impreso en la socialidad. De tal suerte que una variable sustantiva de la vida social, a la vez un punto ciego para una sociología aferrada a unos linderos delimitados desde la circunferencia de lo institucional, radica en la textura relacional, en el heterogéneo modo de «estar juntos», que se va hilvanando y deshilvanando, de un modo espontáneo, incesante y azaroso, entre sus actores como fruto de sus variopintas y complejas interacciones. Orientadas estas por la atracción, por las filias, así como, inversamente, por la repulsión, por las fobias. Esta circunstancia da cuenta de que la sociedad contiene y se sostiene sobre una gama de trenzados enredamientos que, conexionados mediante una sinapsis afectiva, culminan con la consolidación ex novo de un haz de trayectorias reunidas en una familiaridad o incluso en una alianza no precisamente parapetada en un registro escrito, contractual; y en las que, entonces, el papel a cumplir por el flujo interno de la socialidad se torna capital. Por eso, no resulta baladí que aquellos modelos de sociedad en los que la impronta «re-ligadora» atesorada en la religión y vacunadora de las propensiones hacia un disgregador individualismo se hace más patente en el núcleo de su identidad son aquellos claramente más sensibles a los balsámicos efectos solidarios producto de la socialidad. Estos disponen de un inherente recurso cultural que, a efectos prácticos, favorece la forja de una socialidad finalmente desencadenante del fermento de un sentimiento fraternal —relativo a «fratrías», a hermandades ancestrales compuestas por varios «clanes» familiares en la Grecia arcaica—. Probablemente, la conquista de la fraternidad colectiva sea la encubierta finalidad última indirectamente retroalimentada en la practicidad de toda creencia religiosa. Así contemplada, la coparticipación en la creencia, junto a una adosada asunción del marco normativo en ella amalgamado, constituirán un transhistórico capital cultural que, inequívocamente albergado en el umbral de la religiosidad colectiva, facilitará la eclosión y el mantenimiento de un espíritu de fraternidad que 248

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será galvanizado desde la socialidad. No olvidemos que, como bien dejara señalado Sigmund Freud, de la ascendente abnegación y comunión en el amor conjuntamente profesado por unos devotos en torno a una, cualquiera, entidad divina se desprenderá la reafirmación de un vínculo interno de hermandad fraternal, y a la postre de pertenencia, entre ellos. Al mismo tiempo que, en sentido inverso, decía el padre del psicoanálisis, de la descendente administración igualitaria y sin distinciones del amor dimanado por esa entidad sobre sus devotos exhalará un vínculo entre ellos análogo al anteriormente indicado. No obstante, podría aducirse, desestimando lo hasta aquí sondeado, que la verdadera razón de ser del enigma de la socialidad, junto a la de las diversas concreciones que ella abrazaría, respondiese, a secas, o bien a la de unos prediseñados invernaderos microcolectivos mediante los cuales pretendieran ser artificiosamente subsanados unos déficits incrustados en el ámbito de la intersubjetividad y resultantes, en el fondo, de las inclemencias propiciadas por un dañado lazo comunitario, o bien a una liminalidad intencionadamente puesta en bandeja por la estructura social en una secuencial fase del itinerario biográfico de sus miembros. Si así fuese, el único eco real de la socialidad sería el de una mera efectista compensación de los desarreglos estructurales alojados en el engranaje sistémico-funcional de la sociedad. Admitida a título de hipótesis esta interpretación, sería de recibo una alerta sobre la incongruencia y el demérito de sobredimensionar una potencial resonancia del ejercicio de la socialidad de cara a una posible viabilidad en la modificación de un marco social instituido. Ahora bien, una aducción —la antes mencionada— que, sin ir más lejos, una exhortación al seguimiento de la génesis y curso evolutivo de los principales movimientos sociopolíticos contemporáneos transformadores de las realidades sociales objetivamente instituidas permite, con toda credibilidad, invalidar. Dado que si por algo ellos, en su conjunto, se autodefinirían es por haber hecho uso de la actuación de la socialidad para precipitar el advenimiento de la novedad e inestabilidad en el ordenamiento sistémico-funcional, para «irritar», por valerse del vocabulario teórico luhmanniano, las «comunicaciones» mantenedoras de un funcionamiento de los diferentes «Sistemas sociales». Por lo demás, esto no es óbice para que la socialidad esté agazapada y pueda obrar sibilinamente acampada en los avatares en donde se labran las lealtades del día a día de las instituciones, o incluso estar en el sostén de unos más o menos encubiertos lobbies, amiguismos o secretismos conspirativos enquistados en los ardides de los círculos institucionales. De manera que el elogio del significado sociológico de la socialidad, su ubicación en el punto de mira de la escenografía social, vendrá inducido ipso facto por la puesta de relieve de la resiliencia de ese tal empatado relacional surgido de la proximidad. Un componente este estimulador de la irrupción de «un algo nuevo», en la medida en que facilita una pulsión tendente a la agregación de una serie de átomos individuales previamente des248

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agregados. Una complicidad relacional con «algunos otros» que, en un inextinto movimiento, servirá como acicate para el asomo de unas «orientaciones de sentido» conjuntas mediadas por la interrelación con «esos otros» —fieles al canónico lenguaje weberiano—, así como para la acelerada composición, en última instancia, de un mosaico de declaraciones identitarias originadas, de suyo y sin descanso, de la dinamicidad interna a la socialidad. Así vista, la socialidad es la metanoción por excelencia, quizá la menos tramposa por ser la menos formal —en el sentido de abstracción formalista—, mediante la cual se alude a aquello que, sordamente, hace y deshace sociedad. En realidad, el medio indispensablemente fecundizado para su implantación será la circunscripción de lo microsocial, de la cotidianidad, dado que será aquella en donde el polimórfico repertorio de nichos interaccionales se nos muestre al desnudo. Este es el espacio que, como ya ha sido suficientemente radiografiado, se estructura y organiza en virtud de una aleatoria miscelánea de situaciones, tipificaciones, dramaturgias, microsentidos y otras sutiles categorizaciones sociológicas. Es aquel en donde, sobremanera, la autenticidad de los juegos sociales, nutrida de una simbiosis comunicacional proveniente de la intersección entre unos limítrofes actores sociales, puede verse menos o, si cabe, nada defraudada. De ahí que pueda asegurarse que haya sido el espacio circundante en donde a menudo hubieran naufragado, en ocasiones hasta estrepitosamente, las abstractas y aprióricas sistematizaciones discursivas o doctrinales. Una vez descendidas ellas de una atalaya ideológico-especulativa y, consiguientemente, tropezadas de bruces hic et nunc con la prueba de fuego de la rugosa y polisémica prosa de una vida cotidiana tozudamente aprensiva a un pliegue al artificio portado en toda arquitectura teorética. De refilón, la identificación de la operatividad de la socialidad acarrea una antítesis de cualquier tipo de imagen narrativa cautiva de una preconcepción estática y consumada de lo social, siendo, por el contrario, un síntoma revelador de un magma sumamente vivo, fluido y, al fin y al cabo, con un discurrir bastante impredecible e incontrolable para unas instancias institucionales siempre externas a su dinamismo interno. En el abigarrado abanico de campos sociales en donde se dirime la correlación de fuerzas inductora de una singulares estrategias de dominación, no necesariamente ciertos individuos o grupos exigieran en justicia ser percibidos como víctimas absolutamente pasivas, entregadas a un consentimiento a la eficacia de las directrices simbólicas diseñadas por quienes son presuntamente poseedores del poder para subordinar la voluntad de aquellos a la suya. El postulado que, dogmáticamente, afirma un éxito de una mecánica y determinista reproducción de los estados de dominación debiera ser matizado y complementado, sin razón para ser sobrepasado, con la introducción de un mayor grado de relativización del que ordinariamente ha sido aceptado de antemano. Ni siquiera la excepción, que a priori podría fehacientemente otorgarle crédito como regla, podría ser utilizada 248

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en redunde de un enrevesado aval justificador. Esto se confirma, entre otras variables a tener en cuenta, por la persistente muestra de la socialidad, fungida como un insondable agujero negro metafórico al cual toda idealidad colectiva se haya tendencialmente atraída, absorbida e imprevisiblemente recombinada. Así, del eje de las tramas relacionales se irá conformando, para finalmente cuajar, un particular subtipo de sinergias interindividuales. Estas, a veces, precipitarán la irrupción de inesperados microcosmos intragrupales que servirán de una protectora resistencia ante el ejercicio coactivo de los poderes instituidos. Otras veces, edificarán sentidos en tirantez o movidos por una vocación de redefinición en relación a aquellos erigidos como institucionalmente hegemónicos. En otras ocasiones, todo hay que decirlo, facilitarán el brote de actitudes abocadas de pleno al gregarismo, cuando no una contentada pertenencia a sectarismos y a dudosas confesionalidades de muy diversa índole que culminarán en un encerramiento de las subjetividades en facciones o círculos doctrinarios. Justamente en este punto consistirá la ambivalente polaridad, oscilación y, no lo perdamos de vista, contradictoria faz exhibida por la socialidad. No es casual que ella tenga una notable responsabilidad en el don para infundir una energía emocional catalizadora de los movimientos dislocantes del orden social instituido, o en las ejemplares ilustraciones de filantropismo evidenciadas verbigracia en acontecimientos señaladamente trágicos. Pero también, mutatis mutandis, en la masiva inclinación hacia multitudinarias exaltaciones en torno a carismáticos personajes que ejercen de hechizo para una ferviente adhesión alrededor de totalitarias entidades supraindividuales, cuando no en la génesis de ideales políticos intrínsecamente enemistados con el sincretismo y beligerantes con la otredad. ¿Y si, después de todo, guiados por una siempre saludable actitud de sospecha, descubriésemos que el centelleo movilizador de un ideario o consigna ideológica resultaría inoperante sin el respaldo de la adicional simpatía afectiva puesta en liza por la interacción imantada por la socialidad? O incluso, si quisiésemos radicalizar nuestra interrogante, ¿no será, en última instancia, la química grupal desprendida de la «forma» de la socialidad, travestida bajo una máscara ideológica puesta a su servicio y como si de una intrincada astucia de una hegeliana razón se tratara, la transhistórica agitadora de un crisol de prácticas colectivas? ¿Qué decir, a este respecto, del abuso en los delirios colectivos fraternales que, espoleados desde la ebullición de una ebriedad comunal despertada en ciertos grupos humanos por el lanzamiento de una ideación mítica, han llegado a desatarse históricamente en la génesis de las primeras agregaciones cristianas, en la proliferación de congregaciones insurreccionales místicas y heréticas durante la Baja Edad Media, en el momento de mayor entusiasmo y esplendor del movimiento obrero o en el fulgor e inquina de las más paradigmáticas revoluciones políticas vividas en la Europa contemporánea, en especial de la francesa y de la rusa? O si nuestro observatorio sociológico volcase su atención sobre fenómenos más próximos, pién248

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sese: ¿no se encuentra, escamoteada o no, la confirmación de la socialidad en un embriagador atractivo de abandono y disolución de la individualidad en un ethos microcolectivo que, nacido del estrechamiento de una interacción sellada por el afecto, se visibiliza en transposiciones tan quiméricas y variopintas como el fervor patriótico, el radicalismo de la yihad¸ el sectario activismo político o el fanatismo futbolístico? En buena medida, el curso del hilo conductor aquí expuesto conduce, de soslayo, a una tesis efectivamente poco innovadora, pero que, a despecho de ello, no ve privado un ápice de su lucidez: existen correligionarios agolpados y acorazados en un amplio abanico de feligresías de variado semblante, aún no reconociéndose, o no queriendo reconocerse, como tales. Y como adyacente correlato auspiciado a raíz de ella: existen gurús, imanes o caudillos de todo pelaje y bandera, bien que disfrazados a través de una fisionomía que los haría irreconocibles a primera vista. Recordemos que, en los albores del pasado siglo, la aparición de la subdisciplina académica bautizada como «Sociología del conocimiento» estuvo motivada por el arranque de un programa rotundamente orientado a desentrañar la génesis y el asidero infraestructural de las ideas que irrigan una sociedad. Es sabido que, como complemento y prolongación de la primigenia «Teoría del conocimiento», el programa ambicionaba recalcar que las ideaciones explicitadas en los escenarios componentes de la «superestructura ideológica» de una sociedad respondían a objetivaciones circunstanciales de carácter histórico. A resulta de lo cual, se remarcaba una reconsideración de la sustantividad de las formas de «representación social» (Vorstellungen) como fruto de unas concretas praxis sociales determinadas históricamente, así como el hecho generalizado de que cualquier Weltanschauung hallaba su fidedigna base explicativa en una precisa configuración y coordenadas sociales. Como correctivo de reajuste a una gnoseología especulativa de raigambre escolástica, se decantaba por rehuir del espejismo arraigado en un enfoque en donde tradicionalmente se había prestado confianza a una vida interna de las ideas en calidad de entidades flotantes y abstraídas de un sostén socio-histórico. A propósito de lo anterior, el antes mencionado programa era prisionero de la batalla, iniciada ya premonitoriamente en el crepúsculo del s. XIX bajo la guía de lo que Paul Ricoeur calificara emblemáticamente como maîtres du soupçon, por invertir un canon filosófico de cuño idealista. Un canon que, en sus distintas variantes difíciles de enmascarar, había contaminado la hoja de ruta de la filosofía social europea, salvo apenas accidentales excepciones, prácticamente desde su génesis en la reflexividad instaurada por el mundo griego arcaico. El marco interpretativo instado a partir de la sociologización del conocimiento destilaba una subyacente fidelidad con el bagaje ontológico puesto en liza por el materialismo. En el célebre Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, auténtica declaración de principios del método dialéctico, Karl Marx había subrayado el aserto según la cual «no es la conciencia del hombre la que deter248

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mina su ser, sino, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia». Difícil de burlar esta recomendación, la empresa que se autoencomendó la reflexión sociológica volcada al estudio de las representaciones colectivas insertas en una sociedad o grupo social consistía en una clarificación del inexcusable fundamento histórico-social en el que estas encuentran su sustento. Repárese en que la revalorización de la socialidad que aquí se aduce no solo guarda coherencia con la intención del añejo desplazamiento programático empujado por la sociología del conocimiento clásica sino que lo agudiza. ¿Qué mayor ejercicio desmistificador del acervo mental, pretendidamente autosuficiente, de un grupo o una colectividad que hacerlo intrínsecamente codependiente de una ósmosis con la socialidad que en ellos afloraría? En este sentido, la reacción de desacato ante los dictámenes de las formalizaciones filosóficamente idealistas sí pudiera alcanzar su expresión más acabada. De tal suerte que de la puesta en escena de la socialidad se induce una óptica de pensamiento en donde se desmantela el efecto virtual resultante de un trato autónomo de las ideaciones sociales al margen de una praxis relacional, desprendiéndose de tal óptica una actitud de cuño materialista en toda regla. Con toda probabilidad, una de las más materialistas modulaciones de ejercicio del pensamiento. Pues, ¿hay empresa más lacerantemente materialista que la del esfuerzo teórico por reinterpretar el fundamento de la autoconciencia de un ideario grupal o colectivo, a la postre propiciador de la cimentación de un sentimiento de pertenencia en torno suyo, que en virtud de un idilio o de una derivación resultante de una praxis interaccional que, con una seña afectiva, se teje en sus adentros? Certero es, sin duda, el hallazgo de que «la conciencia está determinada —o, si nos vale, condicionada— por el ser social». Pero una tal afirmación evitaría su malogro si se perfeccionase con la puntualización de que un tratamiento de ella que no se viera enriquecido por un acento puesto en su estampa plural no admitiría una real verosimilitud. En rigor, un tratamiento este instado por la certeza de que cada grupo o colectividad segrega, de suyo, una, necesariamente particular, representación de sí mismo y del mundo circundante en donde se ve envuelto. Es más, siguiendo el hilo discursivo aquí trazado, cada una de estas particulares representaciones emana de, así como traduce, la socialidad que, en este nudo de interacciones, adquirirá de facto una discernible nucleación y consistencia. De ella se desprenderá, libremente, un autorreconocimiento mutuo y conjunto en una misma unidad grupal, incoándose la posibilidad embrionaria de que ulteriormente pudiera nacer una conciencia «para sí» como grupo. Qué duda cabe que, en último término, algunos de los ingredientes conceptuales aquí sugeridos han sido ya precedentemente esbozados con avidez en la última parte del periplo intelectual de Émile Durkheim, apuntándosenos una provechosa pista a seguir, a saber: que el surgimiento y la perduración de la autorrepresentación portada en una identidad colectiva son absolutamente inseparables de una periódica inten248

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sificación de la interacción entre quienes participan en señaladas ceremonias rituales activadoras de una cohesión grupal. Con todo, la noción de socialidad no se libra de la sistemática fortuna de toda categoría analítica que ansía consagrarse como certera clave interpretativa de la gramática inmanente a la acción colectiva. Esto es, a saber, que, siendo como es un irremplazable a priori categorial al servicio de una penetrante ontología del ser social, corra un eventual riesgo de hipóstasis. Para sortear este riesgo convendría advertir que nuestra noción pudiera estar exigiendo ser conceptualizada avant tout al modo de «estructura formal». Como tal servirá de continente que apremia ser llenado por el acompañamiento de un concreto contenido ideológico manado en una eventual coyuntura espacio/temporal. Un llenado movido por la pretensión de ofrecer una respuesta, mediada por el espectro de lo simbólico, a las demandas solicitadas desde esa coyuntura. Aunque el mayor riesgo de la conversión en hipóstasis estribaría en que a una posible deriva en la lectura de la socialidad pudiera objetársele su susceptibilidad para un extravío hacia una apresurada torpeza teórica. Esta radicaría, en resumidas cuentas, en la amenaza de subestimar o desvirtuar el leitmotiv impulsor de una acción colectiva guiada por una finalidad que, orientada hacia la satisfacción de un legitimado interés grupal, se enclavase en una eventualidad histórica que clamara ser motivo de descontento, traicionando de paso el cumplimiento de las expectativas de cambio alimentadas en dicha acción. En otras palabras, la hipóstasis le daría la espalda, obturándolo, al conflicto dialéctico, a la inherente oposición de contrarios, que, debido al establecimiento de unas correlaciones de dominación, promovería más que ocasionalmente la acción colectiva. Al fin y al cabo, la hipóstasis, así examinada, no solo estaría claramente reñida con lo político, con la composición del haz de relaciones de poder que atraviesan íntegramente la trama social, sino que, es más, inintencionadamente lo neutralizaría y, llegado el caso, devendría una acrítica coartada ideológica que lo enmascararía; de acuerdo al peyorativo significado clásicamente asignado al vocablo ideología: en base a un borrado de la causalidad histórica desencadenante de una realidad social que, así, daría pie a una falsificada y connaturalizada percepción de ella. No se debiera obviar, a pesar de ello, la importante relevancia teórica arrojada por la puesta de relieve de la socialidad en un afinamiento escrutador del peso de la lógica societal en las dinámicas colectivas. Se trata del hecho de que prueba a compeler a la sociología en la dirección de un iniciático paso adelante hacia el horizonte antropológico. Si bien no a cualquier modalidad de antropología, sino a una con un preciso discernimiento. Vale decir que aquella que, sin ambigüedades, remarca la negativa a una desconsideración de la fortaleza de un substrato «natural» y cualitativamente «no-racional» que no por hallarse soterrado es menos activo en el interior de la urdimbre colectiva. Por eso el reconocimiento de la socialidad bien podría ser apreciado como un alegato de réplica al desafío epistemológico lanzado en fe248

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PRESENTACIÓN

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chas no muy lejanas por el «naturalismo», o como quiera llamársele a una línea de investigación encauzada a reintroducir la radicalidad de la naturaleza, en tanto constructo hermenéutico, en los umbrales de la ciencia social. Sin por ello recaer, por enésima vez, en la tópica fetichización tendida por un cliché reivindicador de la naturaleza con el sesgado fin de utilizarla como subrepticia coartada ideológica. En nombre de la cual se daría tangencialmente cancha libre a la subsunción en un esencialismo que otorgaría carta de «a-temporalidad», y por ende un aval, a una estructuración de las relaciones sociales asimétricamente gobernada. En última instancia, podría argüirse que la sintaxis de la socialidad invoca un anclaje en la pervivencia de una honda, universal e intemporal matriz arcaica. Esta, aún abrigando proteiformes concreciones en virtud del acontecer fáctico, se preservará sustancialmente intacta y análogamente actuante a lo largo del devenir histórico. En efecto, se trata del permanente ritornelo de una clandestina perseverancia diacrónica de la socialidad, la cual sostendrá incólume la reincidencia de su operatividad al margen, aunque jamás de espaldas, a las sinuosidades y vaivenes de la inmediatez histórica. Una persistencia «a-histórica» paradójicamente alimentada de su aclimatación a lo histórico, lo que la vacunaría de facto ante la fatal fortuna de una probable abertura de las puertas del anacronismo. Una dialéctica así cifrada entre una inmutabilidad en la actuación de «lo mismo» que se conjuga, readaptándose, con una mutabilidad de «lo diferente» en donde halla ocasión para su despliegue. Apostillaríamos, lo primero solo sobrevive y se explicita en su convivencia con lo segundo. II En otro orden de cosas, recuérdese que, desde sus albores, la ciencia social se ha obstinado, con mayor o menor fortuna, en una tarea de descifrado de la naturaleza funcional del ligamen colectivo. Es conocido que este afán logró constituir uno de los principales vértices temáticos de las primeras edificaciones sociológicas, inquietadas ante el derrumbe del lazo comunitario a consecuencia del envite provocado por la modernidad sobre el tejido simbólico aposentado en las sociedades tradicionales. De Marx a Max Weber, pasando —como no podía ser de otro modo— por Durkheim, o por Ferdinand Tönnies, los padres fundadores de la disciplina concentraron gran parte de su esfuerzo en escudriñar cómo y por qué la sociedad autodenominada como moderna había provocado un agrietamiento de la centralidad simbólico-religiosa articuladora del «universo de sentido» del cuerpo colectivo. No cabe duda que esta narrativa clásica estaba aún cincelada por una especulación plenamente holística del mundo social. De modo que, al calor del protagonismo de los primeros sociólogos, el tutelado de esta cuestión se viera supeditado a una directriz fundamentalmente macrosociológica. 248

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Felipe Andrés Aliaga Sáez. Licenciado en Sociología por la Universidad de Concepción. Doctor en Sociología por la Universidad de Santiago de Compostela (USC). Investigador Postdoctoral en el Instituto de Migraciones de la Universidad de Granada (España). Profesor a tiempo completo de la Facultad de Sociología de la USTA (Colombia). Coordinador general de la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones (RIIR). Editor de los libros: Cultura y migraciones: enfoques multidisciplinarios (USC, 2013), Diálogos sobre juventud en Iberoamérica (USC, 2015) y Migraciones internacionales. Alteridad y procesos sociopolíticos (USTA, 2017). Investigador principal del proyecto: Imaginarios del retorno a Colombia postconflicto. Posibles escenarios a partir del discurso de refugiados colombianos en Ecuador y en las políticas para el retorno (FODEIN, 2016). Sus principales líneas de investigación son las metodologías cualitativas, los imaginarios sociales y las migraciones internacionales. Manuel Antonio Baeza Rodríguez. Sociólogo. Doctor por la Universidad de La Sorbonne Nouvelle (Paris III). Profesor titular de Sociología en la Universidad de Concepción (Chile). Miembro de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Director del Departamento de Sociología de la Universidad de Concepción. Co-fundador del Grupo Compostela de Estudios sobre Imaginarios Sociales (GCEIS). Miembro del colectivo fundador de la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones (RIIR). Investigador en numerosos proyectos del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT). Autor de los libros: Los caminos invisibles de la realidad social (RiL, 2002), Imaginarios sociales (Universidad de Concepción, 2003), Mundo real, mundo imaginario social (RIL, 2008), Hacer mundo (RIL, 2015), además de múltiples artículos científicos y capítulos de libros. José Ángel Bergua Amores. Doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Presidente de la Asociación Aragonesa de Sociología. Investigador principal del Grupo de Estudios sobre la Sociedad del Riesgo. Profesor titular de Sociología en la Facultad de Economía y Empresa en la Universidad de Zaragoza. Ha investigado sobre distintos conflictos medioambientales, la juventud, la creatividad, la moda, la política y distintas cuestiones teóricas y metodológicas relacionadas con lo social instituyente, como son el desorden, lo imaginario, lo sagrado, las anamnesis, etc. Es autor de, entre otros libros, La gente contra la sociedad (Mira, 2002), Patologías de la modernidad (Nobel, 2005), Lo social instituyente (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007), Estilos de la investigación social (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011), Anarquías (Lumen, 2013), Pospolítica (Biblioteca Nueva, 2015) y Sociosofía (Anthropos, 2017). Fátima Braña Rey. Licenciada en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Doctora europea en el programa de Antropología Aplicada de la Universi248

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dad de Santiago de Compostela. Profesora contratada doctora en la Universidad de Vigo en el área de Antropología social y cultural. Colaboradora con el Museo Etnolóxico de Ribadavia y Museo do Pobo Galego. Especialista en Patrimonio y sociedad. Ha publicado artículos y monografías abordando las relaciones y prácticas entre la museología y la Antropología Social y Cultural, así como la exploración de diferentes prácticas y significados a espacios naturales como espacios patrimoniales. Otro foco de investigación e intervención está en el trabajo con colectivos en riesgo de exclusión dentro y fuera del sistema educativo. Ángel Enrique Carretero Pasín. Licenciado en Filosofía y doctor en Sociología por la Universidad de Santiago de Compostela. Profesor invitado en el Instituto de Criminología de la USC y profesor titular de Filosofía en el IES Rosalía de Castro. Investigador postdoctoral en la Université París V: Sorbonne. Miembro del Grupo Compostela de Estudios sobre Imaginarios Sociales y del Centro de Investigación de Procesos y Prácticas Culturales Emergentes (USC). Integrante del Comité científico de la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones (RIIR). Autor de los libros: Michel Maffesoli. Un pensamiento nómada (Baia, 2004), Pouvoir et imaginaires sociales (L’Harmattan, 2007), Los universos simbólicos de la cultura contemporánea (L’Hergué, 2010), Sociología de los márgenes. Homenaje al profesor Juan-Luis Pintos de Cea-Naharro (L’Hergué, 2010 —coeditor—), Ideología e Imaginario social (Erasmus, 2011), Creatividad. Números e imaginarios (CIS: en colaboración, 2016), El imaginario social del «mal»: pathos y norma en la sociedad actual (EAE, 2017). Autor de más de un centenar de publicaciones entre artículos en revistas académicas y colaboraciones en libros en el campo de la Teoría Sociológica, Imaginarios Sociales y Sociología de la Cultura. Laureano Castro Nogueira. Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid. Catedrático de Biología de Bachillerato y profesor-tutor de la UNED. Es coautor de tres libros y más de 80 publicaciones de carácter científico y divulgativo. Su línea de investigación se enmarca en el ámbito de la evolución del comportamiento humano. Ha elaborado modelos teóricos para explicar la evolución de varios rasgos característicos de nuestra especie como la cooperación, la capacidad ética, la inteligencia, el lenguaje y, sobre todo, la capacidad para la cultura y ha publicado estas investigaciones en algunas de las más prestigiosas revistas científicas del campo. Miguel Ángel Castro Nogueira. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia de Comillas y licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Doctor en Sociología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Profesor titular de Filosofía de Enseñanza Secundaria en el IES Pablo Picasso. Ensayista. Es coautor de los libros: Metodología de las ciencias sociales (Tecnos, 2005), ¿Quién teme a la naturaleza humana? (Tecnos, 2008 y 2016), Ciencias Sociales y naturaleza humana. Una invitación a otro tipo de Sociología y sus aplicaciones prácticas (Tecnos, 2013), así como autor de diversos artículos científicos y de divulgación. Su campo de investigación se centra en la elaboración de una heurística híbrida que incorpore los avances en la investigación naturalista de la cultura a la investigación de objetos y fenómenos clásicos del ámbito científico-social. Xavier Costa Granell. Profesor titular de Sociología en la Universidad de Valencia. Realizó estudios de másters y de doctorado en Sociología en la Universidad de Warwick (Reino Unido). Ha publicado diversos libros y gran cantidad de artículos, en revistas de investigación nacionales e internacionales, entre las que destacan revistas clásicas, como Sociological Review o Social Compas. Su trabajo de investigación se ha centrado especialmente en la So248

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ciología del Conocimiento y de la Cultura, así como en Teoría Sociológica. Su línea de investigación principal aporta un concepto específico de sociabilidad, como fundamento de los procesos de transmisión social y cultural. En este sentido, fue invitado a participar en el libro Tradition. An International Discussion. Actualmente investiga la manipulación y destrucción de la sociabilidad, en asociación con el olvido y la ruptura de la transmisión generacional. Javier Diz Casal. Investigador en la Universidad de Vigo. Licenciado en Psicología con la especialización clínica en la Universidad Pontificia de Salamanca (UPS). Máster en psicología clínica, psicopatología y psicoterapia por la UPS. Máster en psicogerontología y psicogeriatría por la UPS. Máster en Investigación Psicosocioeducativa con Adolescentes en Contextos Escolares por la Universidad de Vigo. Doctor por la Universidad de Vigo con una tesis titulada: Imaginarios sociales de la emigración en una comunidad tutelada de niños, niñas y jóvenes tetuaníes. Docente en el Programa para Mayores de la Universidad de Vigo. Ha publicado diferentes trabajos en revistas académicas, colaborado en obras colectivas, así como participado en mesas redondas y seminarios en torno a temáticas ligadas a imaginarios sociales, menores en contexto de riesgo y emigración. Joaquín Esteban Ortega. Joaquín Esteban Ortega. Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca y de Valladolid. Profesor titular en la Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid, donde su docencia se vincula con el pensamiento y el arte contemporáneos, la antropología y la sociología. Fue coordinador del Seminario de Sociedad y Cultura Contemporáneas (SEMSOCU) en su universidad, donde también realizó funciones de gestión como Vicerrector de Alumnos y Extensión Universitaria. La orientación de su trabajo mantiene el hilo conductor de la hermenéutica en campos como la educación, el arte contemporáneo y la cultura. De entre sus trabajos, artículos y capítulos de libros, cabría destacar: Lledó: Una filosofía de la memoria (Salamanca, 1997); Memoria, hermenéutica y educación (Madrid, 2002); Universidades reflexivas. Una perspectiva filosófica (Barcelona, 2005). Como editor ha coordinado Estudios Filosóficos (1952- 2002). Una perspectiva de la filosofía en España en los últimos 50 años (Valladolid, 2002); Filosofía de la Educación (Valladolid, 2006); Cultura, hermenéutica y educación (Valladolid, 2008); La hermenéutica analógica en España (Valladolid, 2008); con Sánchez Capdequí, C. (Coords.) La sociedad líquida (Valladolid, 2009); Cultura contemporánea y pensamiento trágico (Valladolid, 2009); Arte, literatura y contingencia. Pensar la educación de otra manera (Valladolid, 2009). Francisco Javier Gallego Dueñas. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Granada (Sección Historia Medieval). Licenciado y doctor en Sociología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Profesor del IES Arroyo Hondo. Miembro del Grupo de Investigación Comunicación y Ciudadanía Digital de la Universidad de Cádiz. Participa en el proyecto de I+D «Evaluación y monitorización de la Comunicación para el Desarrollo y el Cambio Social en España: diseño de indicadores para la medición de su impacto social» (CSO2014-52005-R), cuyo IP es el profesor Víctor M. Marí Sáez. Miembro de la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones (RIIR). Autor de más de una veintena de artículos sobre historia medieval, sociología urbana, sociología política, sociología del humor y, sobre todo, sociología del secreto, tema de su tesis doctoral. Francisco Javier Gil-Gimeno. Doctor en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. Profesor ayudante doctor del Departamento de Sociología de la Universidad Pública de Navarra. Miembro del Grupo de Investigación Cambios sociales del Departamento de Sociología. Realizó en 2006 una estancia en la Université René Descartes-Sorbonne y en el Centre d’Études sur l’Actuel et le Quotidien (CEAQ) dirigida por el profesor Michel Maffesoli. Ha 248

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publicado varios artículos en revistas especializadas como REIS, Papers, Estudios Filosóficos, Revista Anthropos, Revista Brasileira de Sociologia da Emocão, Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas, Sociológica y RES. Sus líneas de investigación principales son la Sociología del hecho religioso, la Sociología cultural y la Teoría sociológica. En concreto, sus preocupaciones se centran en los modos en los que se articula la religiosidad en el contexto actual y en el análisis de las formas sociales extremas que esta adopta en muchas ocasiones. Lidia Graciela Girola Molina. Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Doctora y maestría en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II Conacyt, México. Profesora-investigadora titular en la Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco de Ciudad de México. Sus áreas de interés son: Teorías sociológicas, Cambio conceptual, Sociología de los imaginarios sociales y Sociología de los intelectuales. Es autora de más de 60 artículos y capítulos de libros, además de varios libros, entre ellos: Anomia e individualismo. Del diagnóstico de la modernidad de Durkheim al pensamiento contemporáneo (Anthropos, 2005); Modernidades. Narrativas, Mitos e Imaginarios, que coordinó junto con Margarita Olvera (Anthropos, 2007); Introducción a las ciencias Sociales y Económicas, en coautoría con Sandra Kuntz y Paolo Riguzzi (Santillana, 2013). Nicolás Gissi Barbieri. Doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Antropólogo social de la Universidad de Chile. Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Académico del Departamento de Antropología y ex Jefe de Carrera de Antropología, Universidad de Chile. Investigador principal en Proyecto Fondecyt Migración y procesos de integración y exclusión social de colombianos y mexicanos en Chile. Estudio comparativo de dos casos de movilidad intra-latinoamericana (2014-2016). Autor de un libro, varios capítulos de libros y de artículos publicados en revistas latinoamericanas, sobre formas de integración y exclusión social de indígenas urbanos en Chile y México, así como de migrantes latinoamericanos en Chile. Dirige el proyecto U-REDES, titulado: U-Nómades. Red de investigación Socio-Antropológica en Migraciones, Relaciones Interculturales y Políticas Públicas, de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, en la Universidad de Chile (2017-2019). Daniel Gutiérrez-Martínez. Doctor en Ciencias Sociales (especialidad Sociología) por El Colegio de México (2007). Estudios doctorales en Sociología de las Religiones por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (EHESS). Especialidad en estudios de Psicología antropológica por la Universidad de París V René Descartes. Grados de Licenciatura en Sociología Económica y en Etnología por la Universidad París I y París René Descartes respectivamente. Maestría en Antropología de lo político y en Sociología del desarrollo en el Instituto de Estudios del Desarrollo Económico y Social (IEDES) de la Universidad de París I. Profesor-investigador a tiempo completo en El Colegio Mexiquense, perteneciendo al Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II. Profesor asociado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Autor de más de 80 publicaciones de artículos en revistas especializadas, capítulos de libros y prólogos de libros especializados. Ha coordinado la publicación de diversos libros, el más reciente Diversidades, sexualidades y creencias. Cuerpo y derecho en el mundo contemporáneo, con Karina Felliti; y publicado bajo su autoría Sistemas de creencias y desigualdad educativa. Enfoques teórico-prospectivos del imaginario social en la Conquista dóxica de los indígenas de México (EAE). Juan Antonio Roche Cárcel. Licenciado en Filosofía y Letras y doctor en Sociología por la Universidad de Alicante. Profesor titular de Sociología de la Cultura y de las Artes en la 248

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Universidad de Alicante. Entre sus libros destacan: Entre el monte de Apolo y la vid de Dioniso. Naturaleza, dioses y sociedad en la arquitectura teatral de la Grecia Antigua (Anthropos, 2017) y La sociedad evanescente (Anthropos, 2009; en inglés The Vanishing Society, Logos Verlag, 2013). Como editor Espacios y tiempos inciertos de la cultura (Anthropos, 2007), La Sociología como una de las Bellas Artes. La influencia del arte y de la literatura en el pensamiento sociológico (Anthropos, 2012) y Transitions. The fragility of Democracy (Logos Verlag, 2016). Es autor de numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, así como coordinador de números monográficos de España, Argentina, Brasil y Colombia. Actualmente es co-director de la nueva colección de Ciencias Sociales, Globalizaciones, de la editorial Anthropos (Barcelona). Paula Vera. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), organismo que ha financiado su formación de Posgrado a través de dos becas doctorales (2009-2014) y una postdoctoral (2014-2016). Investigadora del Centro de Estudios Culturales Urbanos de Rosario (CECUR - UNR). Miembro del comité científico de la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones Sociales (RIIR) y co-coordinadora del Grupo de Trabajo Estudios Urbanos. Ha publicado numerosos trabajos en revistas científicas nacionales e internacionales y coordinado el monográfico: «Ciudad y comunicación: imaginarios, subjetividades y materializaciones», Revista Inmediaciones de la Comunicación (Uruguay). Su línea de investigación se enmarca en los estudios culturales urbanos, especialmente en las relaciones entre ciudad, tecnología, imaginarios sociales y procesos de construcción urbana.

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