í Revista de Literatura Año iii • Número 11/12 Segunda Época julio-diciembre de 2002 DIRECTORA Isabel Jazmín Ángeles EDITOR Antonio Marts CONSEJO EDITORIAL Hilda Figueroa Rafael Medina Luis Martín Ulloa Elizabeth Vivero CONSEJO HONORARIO Luis Armenta Malpica Carlos Maldonado León Plascencia Ñol MARKETING Heinzy Arturo Cruz DISEÑO
antecámara ÜMIT YASAR OGUZCAN POETA TURCO
Poemas Ümit Yasar Oguzcan versión de Ertugrul Önalp e Isabel Cuadrado 4 VALERIU STANCU DOS POEMAS RUMANOS
sé puta en mi cama Valeriu Stancu versión de Jorge E. Gonzáles Sebastian Bujor y Dragos Cojocaru 10 ODYSSEAS ELYTIS
IMAGEN PORTADA Enrique Monraz REVISTA ELECTRÓNICA Antonio Marts CORRESPONDENCIA Y COLABORACIONES
Apartado Postal 39-37 c.p. 44171 Guadalajara, Jalisco, México. Teléfonos 36 13 07 01 / 35 63 01 07 correo electrónico: isabel_jazmin@hotmail.com antonio_marts@hotmail.com Esta revista cuenta con el apoyo de la Beca «Edmundo Valadés»
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POEMAS
El otro Noé Odysseas Elytis versión de Nina Anghelidis y Nicolás Cócaro 14 Lacónico Odysseas Elytis versión de Nina Anghelidis y Nicolás Cócaro 18
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Alejandría Muerte y resurrección de Lázaro Alejandro Cambarry 21
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e
Canto nostálgico al río Hudson Raquel Huerta-Nava 41
Encuentros Hilda Figueroa 17
Mujer sentada en el umbral del último asombro Niger Madrigal 42
Fotografía Antonio Marts 33
Tour caribe Judith Santopietro 44
El profeta Rafael Medina 35
Pavana para una infanta difunta Carlos Pineda 46
Doble Horizonte Lunática Dolores Castro 39 RAQUEL HUERTA-NAVA DOS POEMAS
Rituales de fuego Raquel Huerta Nava 40
Poemas Elizabeth Vivero 47
Cien puertas De la escritura como lectura, o viceversa Luis Vicente de Aguinaga 49
Va l l e de los Reyes Jamás me quejo de una crítica negativa, aunque me duelan, como a cualqueira Luis García entrevista a Antonio Muñoz Molina 55
Plástica PINTURAS DE
ENRIQUE MONRAZ 63
Heliópolis Critícame si puedes Francisco Payó 67 Las virtudes de la lujuria Ricardo Venegas 70 Tormental: la escritura circular del tiempo Thelma Nava 71
La mano y los paíños Teresa González Arce 73 Aljibe: un pretendido acercamiento a la profundidad Claudia Martín 76
Ilustraciones Enrique Monraz ENRIQUE MONRAZ Estudió con la maestra Ruth Luna y en el Instituto Cultural Cabañas. Ha expuesto de manera individual en el Ex convento del Carmén, en el Pasillo del Arte de Televisa de Occidente, en la Galería Actual Mexicano Monterrey, en la galería Les Fleurs du Mort y en el centro Cultural Casa Vallarta de la Universidad de Guadalajara. Entre los premios que ha recibido destacan: Premio de Adquisición Alfonso Michel, Segunda Bienal de Pintura de Occidente; primer lugar Concurso Estatal de Pintura del IMSS, Jalisco; Premio Omnilife de Pintura Salón de Octubre.
Poeta Turco 4
~ La Voz de la Esfinge
En aquellas profundidades me encontré en una caverna Al principio extrañé mi desnudez Me avergoncé Después me acostumbré a mi belleza Una de mis manos eras tú La otra era yo No podía ver mis pies Tan lejos estaban Me cortaron el brazo derecho en La Meca al amanecer Me quedé solo con mi soledad descarada No se puede terminar Si cuento mis aventuras a lo largo de las Cruzadas Acércate Estamos rodeados de enormes langostas No estamos solos
Tarsus, 1926-Estambul 1984. Es uno de los poetas más fecundos e importantes de la Turquía contemporánea. Escribió cerca de sesenta libros. Ha sido traducido y publicado en una docena de idiomas; Un mundo para dos (Hiperión, 1999) fue su primera traducción española y tal vez la única.
~ La Voz de la Esfinge
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Poeta Turco
DE TODA LA HUMANIDAD...
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~ La Voz de la Esfinge
antecámara
De toda la humanidad sólo he creído en ti Aparte de mí sólo te he amado a ti En los momentos en que se interrumpían mis sueños Era en ti en quien pensaba Eras como cuchillos afilados en mi oscuridad Al cerrar los ojos te veía Con tu andar parecido a las canciones alegres Aparecías tú frente a mí En mi oscuridad Tus manos eran dos estrellas nunca vistas En mi oscuridad Tus labios eran un bosque de llamas
~ La Voz de la Esfinge
7
Poeta Turco
HEMOS PROVOCADO LA FURIA...
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~ La Voz de la Esfinge
antecámara
Hemos provocado la furia de Harun-ar-Raschid Nos han cortado la primera falange de los pulgares De esta forma hemos caído de la torre Eiffel Nuestros cuerpos se han destrozado en la calle La pesadez de tantos edificios se derrumbó sobre nosotros Los perros callejeros orinaron sobre nuestras camisas ensangrentadas Hemos llorado y gritado siete años estelares Nadie ha oído nuestra voz Lilí Marlén Quinientos años después se han dado cuenta de nuestra ausencia Dejadnos en paz Estamos borrachos del todo
Estos poemas fueron tomados del libro Un mundo para dos de la Editorial Española Hiperión.
~ La Voz de la Esfinge
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Stancu
sĂŠ puta en mi cama
fii curva patului meu
Valeriu Stancu
dos poemas rumanos
VALERI STANCU
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~ La Voz de la Esfinge
antecámara
González, Bujor
sé puta en mi cama versión de Jorge E. González Contreras y Sebastian Bujor
Venga, Señora mía, ven bajo los pliegues de la noche comienzo el juego olvídate siquiera una vez de tu condición de señora y grita entonces cuando te traspaso grita para que horrorices a los vecinos tranquilos, agradecida de ti misma deja que tu sexo caliente rebose sus efluvios y sentir el ardor de su lava inundar mi cuerpo, ablandándome, agotándome, desencadénate, Señora, sé puta en mi cama arruga siquiera una vez las sábanas almidonadas, mánchalas al rebalsar tu desencadenamiento, sé puta en mi cama y cuando los amaneceres nos envuelvan puedes llevarme contigo, mi señora Muerte ¡Maldita puta! Bruselas, 11 de diciembre de 1993
~ La Voz de la Esfinge
11
el perfume, la oscuridad, las lágrimas
Valeriu Stancu
dos poemas rumanos
Stancu
12
~ La Voz de la Esfinge
parfumul, întunericul, lacrimile VALERI STANCU
antecámara
Cojocaru
el perfume, la oscuridad, las lágrimas versión de Dragos Cojocaru
a Loanid Romanescu
Tanta carne ignorante tantos juegos de sirenas tantas floridas valles de calvario el árbol de la vida esfumando sus ramas, sus frutos, sus colores, sus llamadas, su perfume, su oscuridad, sus lágrimas tantas floridas valles de calvario, los mismos niños a orillas del océano, el mismo pescador del azar que adiestra sus cañas con versos sobre el infierno de los ojos las mismas barcas podridas que ignoran la flotación el mismo árbol el mismo árbol de la vida tantos juegos de sirenas el mismo pescador del azar
~ La Voz de la Esfinge
13
El otro NoĂŠ
Odysseas Elytis
poemas
Elytis
14
~ La Voz de la Esfinge
antecámara
Ánghelidis-Cócaro
El otro Noé Versión de Nina Anghelidis y Nicolás Cócaro
En la cal mezcle los horizontes, y con la mano lenta pero firme recubrí las cuatro paredes de mi futuro Es tiempo, dije, que la lujuria inicie su etapa sagrada y en una Ermita de Luz resguarde el instante sublime, en que el viento afiló un jirón de nube sobre el más lejano árbol de la Tierra. Todo aquello que en soledad he pugnado por descubrir, para mantener mi presencia en medio del desprecio, vendrá —desde el ácido violento del eucaliptus hasta el susurro de la mujer— a refugiarse en el arca de mi ascetismo. Y también el arroyuelo más ignorado y lejano y, entre los pájaros el único que me han dejado, el gorrión, y del vocabulario mísero de la amargura, apenas dos, tal vez tres palabras: pan, lamento, amor... (¡Oh Tiempos! que retorcieron el arco iris y que del pico del gorrión arrebataron la migaja de pan, y no dejaron siquiera una insignificante vocecita de agua clara para deletrear mi amor sobre la hierba, Yo, el que sin lágrimas soportó la orfandad del esplendor, Oh Tiempos, niego mi perdón)
Odisseas Elytis Creta, 1911. Estudió derecho en Atenas. En 1979 recibió el Premio Nobel de Literatura. Murió en 1996. Algunos de sus libros son: Orientaciones (1940), El sol primero (1943), Dignum est (1959), Seis y un remordimiento para el cielo (1960), Maria Nefeli (1978) y Krinagoras (1987).
~ La Voz de la Esfinge
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El otro NoĂŠ
Odysseas Elytis
poemas
Elytis
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~ La Voz de la Esfinge
antecámara
Ánghelidis-Cócaro
Y cuando entrambos se devoren las entrañas y decrezca el hombre, y de una a otra Generación, siga rodando el Mal, y estalle de furor, en medio del omnidevastador uranio, Entonces las blancas moléculas de mi soledad, girando en remolinos sobre la herrumbre del mundo destruido, darán razón a mi menuda prudencia Y unidas otra vez, abrirán los lejanos horizontes hasta hacer crujir en los labios del agua, una a una, las palabras amargas, Para transmitir mi viejo sentido de la desesperanza Como un mordisco en hoja de celestial eucaliptus, que al sacro día de voluptuosidad perfumara Y desnuda remonte el curso del Tiempo la Mujer, Portadora del Verdor, Quien al abrir con majestuosa lentitud los dedos, enviará por siempre al pájaro, Sobre la impía labor de los hombres —donde Dios erró— para desprender gotas de un ¡Trino Paradisíaco!
~ La Voz de la Esfinge
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El otro NoĂŠ
Odysseas Elytis
poemas
Elytis
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~ La Voz de la Esfinge
antecámara
Ánghelidis-Cócaro
Lacónico Versión de Nina Anghelidis y Nicolás Cócaro
La aflicción de la muerte me ha incendiado tanto, que mi resplandor retornó al sol. Él me envía ahora a la sintaxis perfecta de la piedra y del éter. Entonces, el que yo buscaba, soy. ¡Oh, verano de lino, juicioso otoño, Infimo invierno! La vida paga el óbolo de la hoja de olivo Y en la noche de los insensatos, con un pequeño grillo, confirma otra vez la legitimidad de lo Inesperado.
Estos poemas fueron tomados del libro Seis y un remordimiento para el cielo de la editorial argentina Argonauta (1983).
~ La Voz de la Esfinge
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Alejandro R. Cambarry
«The sisters sent word to Jesus to inform him, «Lord, the one you love is sick». Upon hearing this, Jesus said: «This sickness is not to end in death; Rather it is for God’s glory, That through it the Son of God may Be glorified.»
Juan, 10:3-10:5
E
l pulgar de su pie izquierdo se fue solidificando lentamente hasta adquirir una consistencia de mármol. El elemento petrificador fue después hollando la llaga a través de la pantorrilla alcanzando en las rodillas el paroxismo de un martilleo sordo. No pudo girar la cintura o apoyarse en la espalda cuando deseó levantarse. Era totalmente de piedra. Apenas la noche anterior había caminado por los recovecos del laberinto citadino y cenado en el ambiente de vaho estancado de un puesto ambulante. Cuando comía, parado sobre la banqueta carcomida por los pensamientos de los que esperan, había observado con cierta fijeza a una adolescente que coqueteaba con el joven que soplaba los carbones del brasero. Era linda y con un aparejo rubicundo; movía graciosamente los brazos mientras se inmiscuía entre cazuelas hirvientes y manteles de plástico. Cuando le sirvieron su comida, empezó a comer los granos de elote en
Cambarry
Muerte y resurrección de Lázaro
pequeños pellizcos, como si jugueteara bajo una lluvia de pezones. En el trayecto de vuelta a casa, Lázaro intentó sintonizar la volición de su cena con el ahínco sexual de la joven, pero no logró más que ahogarse en la acidez del chile. Degustó por momentos la mayonesa con cierta sensación de unción en cremas del cuerpo de la virgen sacrificial pero no fue presa de ningún placer irrefrenable, nada que pudiera haber causado su petrificación de la siguiente mañana. Y sin embargo, no había la menor duda que la raíz arbórea que se desplegaba por entre sus venas le imposibilitaba todo movimiento. Incapaz de incorporarse a la rutina diaria, observó el río de los efectos cotidianos ondular a su alrededor con la alarma despertadora sonando incesantemente y con el reloj que marcaba el tiempo perdido. Hora tras hora en que las nubes se dilataron para dejar entrever entre sus pliegues de mujer obesa los rayos de sol; se contrajeron como en guiños de cantante de blues. Pasó la hora del programa de televisión del desamparado y luego el de noticias, quizá otra guerra humanitaria antes de que sintiera la vejiga inundársele. Apremiado entonces de orines se lanzó fuera de los lindes de su sepultura de almidón, arrojó los brazos a la distancia y en su desesperación de náufrago llegó a anclar en la única silla del cuarto; ahí tendido cuan largo sobre el suelo, dejó correr aguas. Húmedo, estólido 22
~ La Voz de la Esfinge
y pétreo se sintió como costra inútil a quien se rascaba fuera de la superficie sana de la Tierra y se arrojaba al Alzhaimer del universo. En aquel primer día de su muerte Lázaro descubrió la oscuridad y recordó la luz, separó ambas y se introdujo en la noche de sus párpados. Inmerso en las profundidades de su inconsciente encontró encallado en un talud a un pez sierra, lo saludó con un movimiento de cabeza. Antes de recibir respuesta percibió a sus espaldas un remolino de pirañas de ojos enervados y quijada sardónica. El instinto de sobrevivencia lo hizo aletear con desespero mientras la arena se deshacía bajo sus pies. Al ir descendiendo se entrecruzó con tropeles de peces abotagados de mirada sonámbula que huían del enemigo común. Celada en mar inhóspito, emboscada de carnívoros rapaces, los pies desmoronaban los granos del suelo que irían a sentarse en la otra cara del reloj de arena mientras que ellos —bacterias primarias y hombre de juicio certero— quedarían colgados del cuello del embudo para ser alimento de pirañas. Intentó sujetarse de las colas de algún pez gordo, a los cabellos de alguna sirena hercúlea, a las orejas de la mantarraya, todo en vano: el cuerpo se rindió al vaticinio de la muerte. Pero fue entonces, mientras desfallecía, que sintió una fuerza de terremoto explotarle en los pies. Un tifón marino lo levantó por encima de las pirañas que se fueron colgando
alejandría
a sus pies; atrapado dentro de la locomoción acuífera fue arrojado en fuente vaginal fuera del mar. Vio entonces los aires y en ellos a la presencia reconfortante de la imagen de su padre sentado sobre una nube. Mira como se separan las aguas del domo de los vientos, mira... le dijo y mientras le hablaba sentía el masculleo de las pirañas que le devoraban los pies. Mira a la distancia cómo se unen ambos para formar el símbolo perfecto de unidad, mira… Escuchaba Lázaro, recordando, en su segundo día de muerto, el haberse llenado los pulmones de aire, a la vez que se hundía de nuevo bajo el mar arrastrado por las pirañas. Abrió los ojos y miró el techo. Seguido de un brinco se levantó del suelo. Había enfermado de fiebre abrasadora. Corrió hacia el baño y se lavó los sudores del rostro en agitada convulsión, recargó después los brazos sobre el lavabo y al mirarse en el espejo vio cómo escondido detrás de la maraña de sus negras pupilas anidaba un huevecillo. Cobijado bajo la noche de sus ojos, reluciente entre la córnea saludable, una entidad hemisférica se acodaba esperando el momento del nacimiento. Quedó anonadado. El huevecillo reventaría al abrirse, derramando por debajo de
Cambarry
los párpados el líquido de vida, corriente de neuronas encadenadas en infantil ordenación. Y él terminaría siendo un vegetal, capaz de comunicar su sino al mundo sólo con la savia de su tristeza cuando le arrancaran un pelo, brazo o uña. Se vistió con presteza y sin desayunar salió agitado a la calle. Al recibir en el rostro los ardores del sol matinal, la somnolencia de los días pasados más la reciente hipocondría le provocaron náuseas. La gente a su alrededor debió notarlo porque lentamente lo fueron rodeando como enredaderas prestas a acoger el fruto podrido. Lázaro, despierta Lázaro, pero por más que alguien o él mismo se lo repitiera, se doblegó y se rindió al olvido. Era apenas su tercer día de muerto y sólo hasta entonces llegó a conocer la multiplicidad del hervor y germinación en la que bullía todo ser humano. De esencias selváticas y humos de vaho se fue despertando al encuentro con la Luna. Se regocijó como el borracho cuando se le convida un trago, o el amante cuando le regalan unos segundos de escucha. Luna amarga porque te posas brillante sobre la cabeza del loco, porque agitas los pelos de un erizo, las palpitaciones de un mosquito. Calma Lázaro, calma… escuchó que le decía una voz y ~ La Voz de la Esfinge
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Cambarry
Muerte y resurrección de Lázaro
extendió la punta de los pies entumecidos hasta colocarlos en la superficie helada de la Luna, luego le explotó en la conciencia una pirotecnia de luces. Eran las estrellas. Había muerto hacía unos días observando la noche desde su claustro. En el día trágico había olvidado las facciones de la mujer que había nutrido sus recuerdos por años; aunado a ello pasó la tarde entera intentado tocar un acordeón de juguete. Cuando le alcanzó la noche no pudo más que sentarse a ver el cielo. Ahora, en el cuarto día de su muerte, al mirar la noche estrellada, reconoció que en un paisaje las luces eran tan valiosas como las sombras. Tiene miedo a renacer, Lázaro, expulse el aire por la nariz, inhale por la boca, expulse… Pero al volver a casa después de la visitación médica se hundió entre los pliegues de las sábanas, ancló la cabeza bajo el rocaje mullido de la almohada y entró en una matriz estéril. Incubó en silencio durante la extensión temporal de varios años o de apenas unos minutos. En las profundidades, un burbujeo trémulo e intermitente le anunció al primer organismo viviente. La esponja diminuta y congestionada se esforzaba por continuar viviendo dentro de la matriz de agua estancada. Admiró su 24
~ La Voz de la Esfinge
esfuerzo pero se negó a unírsele en el ritmo respiratorio. Esfuerzo inútil el compartir los burbujeos trepidantes con una esponja marina cuando había pasado noches enteras confundiendo su hálito con el de ella, cuando en sus meditaciones más audaces había inhalado del polvo que lima las asperezas de los planetas. Inútil hacer cualquier esfuerzo por espolearle la vida a golpes al primer organismo: que continuara con sus respiraciones mormadas y espasmos febriles, él reposaría en la matriz inerte. Volvió a su meditación, turbada ahora por los borboteos del vecino. ¿Por qué la vida surgió del fondo de las aguas y no del trueno de mano divina o de la maraña de las barbas del Dios? ¿Por qué? La sorpresiva respiración de metrónomo de quien lo acompañaba le sirvió para aligerar la mente de dudas metafísicas. ¿Por qué todo sucio como en un amarillo mate de foto mal revelada? ¿Por qué el mar posee simultáneamente el olor de la vida y el de la putrefacción? Era ya el sexto día desde su fallecimiento y contrario a lo que el común de la gente pensaría, fue hasta entonces que Lázaro extrañó la compañía de mujer. Quizás las horas de la mañana desperdiciadas frente a un televisor le habían devuelto las
alejandría
ganas de salir de su encallamiento. Más probable aún, la maléfica coincidencia del día seis de su muerte, número que bien se conoce es demoniaco, con el repentino deseo por quien se sabe fue la primera pecadora, podría explicar el hecho. Fuere lo que fuere, Lázaro volvió a salir de su morada y caminó por largas horas visitando bares solitarios. Le llegó la noche en la calle y anegado entre la telaraña de gente incógnita, se sintió el único participante del ritual alcohólico. Llamó entonces a un taxi. ¡Mujeres! gritó… Mujeres delgadas, obesas, de cabellera teñida y faldas estrechas. Le pagó por anticipado y después otra inmersión en una secuencia de calles desconocidas. Ni siquiera una ventana, balcón o fachada que pudiera atar la relación efímera a un recuerdo. Nada. Sólo la mujer bajando del coche despreocupada por mostrar las bragas y ya apurada por despachar al cliente. Me llamo Lázaro, y bajo la luz mortecina que baña las paredes de tapices amarillos ella le desnuda el sexo erecto. Reconoce entonces que las relaciones sexuales cuando se está muerto son igual de complejas que cuando se está vivo. Quisiera relatar una historia mientras se dilatan y contraen en el juego de las células reproductivas, a lo menos gemir libremente, pero continúa con su relación de tubo de ensayo y vaso de probeta. Las muestras, en su caso, quedan guardadas en el plástico del miembro que es después arrojado a la
Cambarry
basura. En el de ella no hay más que enjuagar los labios agachada sobre la fuente de mármol. Antes de que se vaya la detiene del brazo. Me llamó Lucía cariño… ¡Luz antiséptica de capitalismo devorador ¿quién nos ha matado en vida?! En el coche de vuelta a casa, en el sexto día de su muerte, mientras volvía a reconocer las calles, Lázaro descubrió que más que una costilla, al hombre y a la mujer los unían en tiempos de amor la entrega y en tiempos de muerte la prostitución. Despierta Lázaro, ha llegado tu último día de muerto. Mira cómo ya empiezan a mover las piedras de tu tumba y cómo la gente se agolpa a admirar el milagro… Despierta Lázaro con una reacción de molestia claustrofóbica; arroja al suelo lo que hay sobre su pecho y camina hacia la ventana pero en vez de correr las cortinas recarga sus manos en ellas. Una gota de sudor se forma sobre su mentón antes de anunciar con su desprendimiento, que su rostro, al igual que el cuerpo, están empapados. Ha pasado ya la fiebre, por lo que sus sudores deben ser el síntoma de una recuperación. Apaciblemente decide entonces tomar un baño. Es el último día de la semana y la gente pasea por las calles intentando olvidar las tensiones y estrés de los días. Al salir de su edificio se ve influenciado por los primeros signos de vida y decide recorrer las rutas que le van trazando los de adelante. Caminando llega a divisar, a su ~ La Voz de la Esfinge
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Cambarry
Muerte y resurrección de Lázaro
derecha, una heladería: se detiene. Se sienta luego a tomar su helado de vainilla en la banca de un parque. Observa a su alrededor. Hay una iglesia de torres edificantes que sobresale del común de los edificios. Al terminar su helado se dirige a ella. El olor es a madera acompañada por la piedra y el mármol, al igual que las imágenes son de hombres de pesar y anhelo. Se sienta y calla: su mente deja de hablarle. Sus ojos, en cambio, establecen un diálogo profundo con una imagen lejana en forma de cruz. La imagen lo reconforta, le transmite cierta sensación de paz, de orden. Dos líneas entrecruzadas simbolizando la armonía
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~ La Voz de la Esfinge
de las formas humanas. Tanto contorsionismo, tanta postura patética con la que intentamos granjearnos la admiración y el amor de los otros y al final del pasillo debajo del hombre de barbas que parece ser padre, no hay más que la muestra de nuestra sencillez. Sonríe al ver la cruz, de hecho casi se carcajea, pero la solemnidad de sus vecinos le detiene. En vez de ello, agacha la cabeza como observa hacen los demás. Y es entonces, mientras vuelve a experimentar el vacío previo de la noche de su muerte, que Lázaro logra, después de siete días de depresión, descansar.
Hilda Figueroa
E
ra como si el olor de los dueños de las manos, se entremezclara con una multitud de fantasmas cautivos entre los millares de páginas. La humedad hacía brotar al aire, restos de exquisitas presencias de huellas escondidas, de un pasado presente que salía a mi encuentro al voltear cada hoja. Delicadamente sostenía en mis manos los tomos, tratando de no contaminarlos con mi intrusión, que amenazaba desdibujar los recuerdos que de seguro estaban allí, captados sobre las letras, de las emociones guardadas detrás de las retinas, que tiempo atrás debieron haber fotografiado letras, para descifrar relatos envueltos en frases, arropados entre puntos y comas. Más que las historias de sobra conocidas de los grandes autores, me interesaban los libros como vitrinas, para jugar a la exploración de los tesoros ocultos que sus dueños debieron dejar allí, al momento de leerlos. Mi pensamiento era como un lobo que buscaba retazos de la carne de ilusiones quizá presas, quizá sueltas, de relatos verdaderos pululando entre aquellos otros, plásticos y artificialmente construidos por los autores de esos cuentos, novelas, poemas. Entre pilas de libros por acomodar que nunca serían puestos en su sitio, hurgaban mis ojos en la librería de viejo, como tantas veces que buscaban sin saber qué podrían hallar. Mi rutina era la misma. Tomaba algún volumen en las manos, leía el título, hojeaba, miraba algunos párrafos y lo volvía a dejar. Algunos textos me parecían de sobra conocidos, aunque hubieran llegado a mí de manera instantánea como el mal café, en el intermedio entre los besos de Lucía, cuando las ráfagas de
Hilda Figueroa Psiquiatra, psicoanalista, licenciada en literatura hispanoamerica y mexicana. Autora de: De locura y de muerte, último viaje (Mala Estrella, 1997) y En busca de la luz (Paraíso Perdido, 1999).
~ La Voz de la Esfinge
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Figueroa
Encuentros
imágenes de la pantalla del cine de segunda de mi barrio, entre puntos suspensivos y partes recortadas, me contaban su historia. Así se cocinaba la falsa certeza de saber su contenido. Eso causaba en mí una interrupción de mi objetivo. Otros libros, eran abandonados, tan sólo por su grosor, que anunciaba el imposible para las pocas monedas que habitaban mis bolsillos. Algunos más, los tomaba en el regazo por unos minutos, sostenidos por la paranoia de perderlos en manos de otro cliente, que por lo general nunca llegaba, terminando por escoger aquellos más delgados, no sólo por el precio, sino por la mayor oportunidad que me brindaban de fantasear historias de vidas; era como beberme en pocos sorbos un mundo que anhelaba fuese mío, y que sentía al mismo tiempo inabarcable. Al pagar, dejaba en los estantes, fuera del alcance de la vista de posibles clientes, aquellos que no había podido comprar, como quien guarda un pan, y luego olvida, y al reencuentro con el trozo de masa enmohecida, se reprocha no haber saciado con el bocado útil, el hambre de otro. Porque mi trabajo como despachador de gasolina además de dejarme exhausto, daba a ganar realmente muy poco por la jornada 28
~ La Voz de la Esfinge
de doce horas. Por un lado yo casi no me permitía compras fuera de lo estricto indispensable, por otro, estudiaba de noche, así que al final del día, los pies punzantes eran los amos de la imaginación y del sueño. Ordenaban dormir tan luego tomaba la cena, a pesar de las tazas de café cargado, así que, leer aún algo pequeño, era una tarea lenta y una lucha contra los párpados; sin embargo, no pocas veces continuaba la invención durante el sueño, y aparecían allí las historias que creía colegir desde esos libros viejos, que se transformaban con el tiempo en un gran tesoro. Aprovechaba el viaje de regreso de la escuela a la casa, para hilar la bien estructurada telaraña de mis relatos, mientras el hule en mal estado de las llantas del camión, repasando cada agujero de la calle, hacía brincar los párrafos, como liebres que con dificultad podían cazar mis ojos, en la penumbra de la parte trasera del vehículo; creo que comencé a inventar historias, por evitar los tremendos dolores de cabeza, por el esfuerzo de la vista para captar tales letras danzantes. La puerta de mi imaginario, la abría siempre el olfato. Acercaba el libro al rostro, cerraba los
alejandría
ojos para centrar mi atención, tratando de captar algún perfume. Cuando no pocas veces descubriera alguno, me dedicaba a tratar de identificarlo, luego, a imaginar cómo podría haber sido su dueño, y si se trataba de hombre o mujer. De alguien joven o no, su estatura, el grosor de su cuerpo, el color de su cutis y hasta el diseño y matices de la ropa. Luego intentaba ir reconstruyendo una cara, principalmente la mirada, la sonrisa, el movimiento de las cejas, y de ahí, me dedicaba al tono de la voz, al caminar. El tipo de historia del relato en el libro, relacionada con el perfume, hacía que surgiera una idea más completa de la personalidad del lector. Era muy rico para la imaginación, encontrar distintos aromas en un mismo libro, sobre todo cuando acababa de ser vendido. No era raro que unas páginas parecieran tener perfume y otras, algo tan contrastante como el olor a comida, o a excretas humanas. Todo igualmente interesante. Llegué a descubrir manchas de grasa y hasta de sangre. Y entre las páginas, hojas de plantas o flores disecadas, hilos, hebras de estambre, palillos de dientes, cabellos, separadores con diferentes motivos y leyendas. Alguna carta extraviada, una estampa con la imagen de un santo. Una hostia. Papel de estaño para envolver cigarrillos, o volantes propagandísticos, hojas de cuaderno con recetas de cocina, y hasta una cadenilla de oro. Igualmente útiles eran los forros de plástico, las anotaciones al
Figueroa
margen, los subrayados, las palabras circuladas, las esquinas de las páginas con dobleces o cortadas, y las páginas arrancadas. Si había mensajes escritos, o la firma del dueño, una verdadera labor grafológica se daba como esqueleto de esa historia. El tamaño de la firma, la presión al escribir, la izquierdilla, la letra de molde, el tipo de tinta y su color. Los rasgos ascendentes, los adornos, el dibujo de muñequitos y así. Cada hallazgo era una pieza de rompecabezas que se iba integrando en mi imaginación, para una galería de personajes de mi propia obra. Por eso, era infeliz el encuentro con aquél que habiendo vendido un libro, me hacía rectificar lo imaginado, anular mi esfuerzo creativo, desechar el libro y volver a comenzar una caracterización. Trabajar como vendedor en esa librería, me hubiera parecido un atentado contra el mismo sentido de mi existencia. Cuando le comenté a Lucía, de mi excéntrico ejercicio, primero me miró extrañada, después jugaba a remedar mis intentos de reconstrucción de escenarios y vidas, mientras se reía y no me tomaba en serio. Sin embargo, sin protestar me acompañaba durante mi día libre, a recorrer los depósitos de libros viejos, quizá había yo logrado despertar su deseo por un ejercicio como el mío. Para ella no fue preocupante que, terminados mis estudios, se me hubiera asignado como Director de la Biblioteca Pública de mi ciudad, y tampoco lo fue para mí; ambos pensamos, que en los múltiples ~ La Voz de la Esfinge
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Figueroa
Encuentros
tomos que habían sido conservados desde cientos de años atrás, podrían ser evocadas historias mucho más interesantes, debido a que cruzaban épocas y costumbres, y ofrecían mayor riqueza a la imaginación. Mas por tratarse de libros públicos, empecé a sentir que presentaban ya no la historia de una única vida, sino tramas trenzadas de relatos por docenas, huellas sobre huellas, aromas mezclados, vidas confundidas. Las imágenes, no podían ya ser más que borrosas, superpuestas, y en la paradoja de su multiplicidad confluyente, mudas. Sospecho, que mientras todo eso ocurría, por la misma
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~ La Voz de la Esfinge
causa se fue instalando mi ceguera física. Cuando dejé de percibir con la vista, el mundo que me rodeaba, sospecho que quizá fue el correlato de ir íntimamente decidiendo poco a poco, dedicarme a expulsar de mí, todos los fantasmas que habían quedado atrapados en mi inconsciente, y que ya en ese momento me impedían vivir mi propia historia. Hoy, Lucía a mi lado, con la pluma en la mano, atiende a mis palabras y se dedica a escribir, esos cuentos que le cuento, y que ávidos editores engullen como buitres. Yo dono fragmentos de mi cuerpo. Cada historia es como un pedazo de tejido, un poco de mi sangre, un latido de mi corazón.
Antonio Marts
Fotografía El niño piensa: estoy frente al pelotón de fusilamiento. El fotógrafo no piensa: dispara. Francisco Hernández
S
í, fue el domingo de tu cumpleaños. Desde temprano el jardín de la casa se convirtió en el lugar de reunión de la familia. A media tarde, antes de que mis hermanos se fueran, les pedí que esperaran para tomar la fotografía de recuerdo. Fui por la cámara. Regresaba al jardín cuando se acercó Brenda para decirme que tú no querías ser retratada. Pensé en lo de papá, que desde entonces te habías vuelto solitaria y silenciosa, le temías al mundo, al pasado. Muchas veces traté de hablar contigo sobre eso pero tu silencio marcaba el fin de nuestra conversación. No querías fotografías, nunca te habían gustado, las odiabas. No permití que tus temores arruinaran mis intenciones de aquella tarde. Hicimos caso omiso de tus quejas y te sentamos en una de las sillas del jardín, nietos e hijos rodeándote y tomé la fotografía. Aquel domingo que celebramos tu cumpleaños en el jardín, comenzaban las despedidas cuando te acercaste temblorosa y con débil voz avisaste que te sentías mal. Te llevamos de emergencia al hospital. El doctor nos dijo que te encontrabas grave, al parecer la antigua enfermedad de la que te suponíamos aliviada, recrudecía. La semana siguiente fue dura, más para ti que para nosotros. Tensos, tratando de animarte con palabras dulces y promesas de que te recuperarías; observando cómo día a día tus fuerzas menguaban, al pendiente de lo que el médico dijera, en espera de noticias mejores pero siempre con la incertidumbre del futuro. En tus ojos había un reclamo
ANTONIO MARTS Guadalajara,1976.Publicó la plaquette de cuento Sobre los piratas de los sueños (Mala Estrella, 1997) y el libro de poemas Antes de estar (Tierra Adentro, 1998).
~ La Voz de la Esfinge
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Marts
Fotografía
silencioso, un brillo extraño que fue desapareciendo con el transcurso de los días. Recuerdo las noches que pasé en vela junto a ti, trataba de mostrame serena y animada, me distraía recordando que de niños Brenda, Luis y yo jugábamos a que tú eras la hechicera y nos escondíamos. En ese juego era a mí a la que encontrabas primero. Jamás te lo dije, pero cuando aparecía tu rostro descubriendo mi escondite, me espantaba porque te creía una bruja verdadera. Nunca olvidé el miedo de entonces, era el mismo que sentía al pasar la noche en el hospital al lado de tu cama. El mismo que se apoderó de mi cuando capté la terrible mirada con la cual me envolviste el día del accidente de papá, cuando te ví llegar por el corredor, exigir que te dejaran verlo, pelear con las enfermeras que no te daban el paso. Contemplé todo tras mis ojos llorosos: me había quedado muda. La trabajadora social respiró aliviada cuando vio al doctor acercarse a ti. Quizá te dijo que estaban haciendo todo lo posible para salvarlo, pero para que viviera se necesitaba un milagro. Finalmente te permitieron entrar a verlo. Mi memoria entonces se vuelve confusa. Te recuerdo silenciosa pero en tus ojos percibía el reclamo: «si no hubieras insistido tanto en que te llevara a tomarte fotos ese camión no habría chocado contra el carro de tu padre, ni habría muerto». Me dejaste en casa de la abuela y por años me olvidaste. Para ti sólo existieron Brenda y Luis; no 32
~ La Voz de la Esfinge
yo, que sufría lejos con una culpa que aún no he podido aliviar. Al morir la abuela regresé contigo. Vivíamos como dos personas que se saludan, tienen que convivir por mera dependencia y nada más. Es extraño que después de tu muerte tu presencia me sea ahora tan necesaria. Sola, en el sillón, junto al librero, mis ojos viajan de esa fotografía a la lente de la cámara mientras pienso en cómo se fueron dando los acontecimientos que me tienen hoy postrada en este sitio. No hay día que no la mire. Con sorpresa descubrí que al lado de tu silueta ha surgido una mancha, la cual no cubre a ningún miembro de la familia. Pensé que la fotografía estaba sucia, que era la humedad, o la huella de unos dedos. Tal vez se tratara de un defecto en el revelado y es mi imaginación la que me hace ver que cada día la mancha es más grande. Me preocupa la mancha, crece y no quisiera que terminara borrándote. Voy de la fotografía al lente de la cámara. Pienso que la cámara aguarda para dar el veredicto final. El disparador se apresta, la cámara a punto, todo listo, y yo aquí mirando la lente, y tú ahí, más atrás, en la fotografía pidiendo mi cabeza. Escucho la detonación. En la fotografía la mancha ha desaparecido. Estoy a tu lado.
~ La Voz de la Esfinge
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Rafael Medina
El profeta El Señor es un dios celoso y vengador. El Señor ejercerá su venganza y se armará de furor: sí ejercerá su venganza contra sus enemigos y para ellos reserva su cólera, a nadie tendrá por limpio e inocente. La Profecía de Nahúm
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l profeta rabioso sigue afuera de la ciudad, bajo una calabacera seca. Aún vocifera contra el dIOS que no se atrevió a destruirnos. Me da pena el hombre. Tan flaco, tan desnudo, tan furibundo, tan patético. Odia a Nínive, la perla de Mesopotamia, nos odia a nosotros, sus habitantes, odia la vida. Es consecuente con su dIOS. Ya enviamos a los mejores médicos, entre los que se encontraba el mejor especialista de estos reinos. Las quemaduras que le han provocado los rayos solares son serias, su desnutrición también. Se negó a recibir atención, prefiere el sufrimiento. Sólo así se gana el cielo, dice. El hombre se muere a unos cuantos pasos de nuestra muralla oriente, frente a los flachazos de nuestros reporteros, las videocámaras, nuestra impotencia. Recuerdo el día de su llegada. Fue impactante verlo predicar aquella mañana en la plaza principal de nuestra ciudad. El tipo escurrido, barbado, sucio, en medio de nuestra calma y limpieza. Firme y decidido frente a nuestro desconcierto. Contrastaba su desnudez penosa con la pulcritud de nuestras gentes: ni siquiera un taparrabos frente a los trajes bien cortados que lo rodeaban. Nos exhortaba, iracundo, que abandonáramos nuestro estilo de vida, nuestra comodidad, ya que
RAFAEL MEDINA Guadalajara,1972. Médico con especialidad en psiquiatría. Autor de: Crónicas del civil (Editorial Cuellar, 1996), Sangre de perro y otros gritos (Ayuntamiento de Guadalajara, 1999) y La cruz de la bestia (Paraíso Perdido, 2001).
~ La Voz de la Esfinge
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Medina
El profeta
su dIOS nos daba cuarenta días para considerarlo. Nuestro tiempo estaba contado. Algunos, fascinados, ante tan peculiar personaje, apagaron celulares, cerraban las computadoras portátiles, postergaron su llegada al trabajo, escucharon al profeta. Otros, propusieron se llamara a un psiquiatra. Pero no, los psiquiatras de Nínive son condescendientes, era un simple profeta, un enviado de su sEÑOR. No había porque malgastar los recursos del reino. Lo verdaderamente interesante sería tratar a su dIOS. Eso dijeron los psiquiatras de Nínive. No tenía descanso, desde el amanecer, recorría la ciudad escupiendo insultos y maldiciones contra nuestra gente. Se apostaba en las plazas comerciales, fuera de los bancos, de los multicinemas, de la bolsa de valores. Vociferaba contra todo lo que oliera a placer, comodidad, tecnología. No se dejaba impresionar por los veloces autos que evitaban arrollarlo. Por el concreto que venció al desierto. Por la noche subyugada por los miles de anuncios de neón. Predicaba en las famosas discotecas de nuestra Nínive en plena madrugada. Se 36
~ La Voz de la Esfinge
sostenía con mendrugos, desperdicios. No aceptaba alimento fresco de los ninivitas. Nunca fue contrariado, era escuchado con respeto, esperando que se marchara de los lugares para que siguiera el curso de las cosas. Y así transcurrieron los días del profeta, hasta que nos acostumbramos a su presencia en poco tiempo. Para divertirnos, algunos fingimos convertirnos en sus seguidores: adoramos a su dIOS, no consumíamos alimentos durante el día y vestimos cilicios. Adoramos a una divinidad ajena pidiendo perdón a las nuestras, más permisivas, benevolentes, amorosas. Aún pido perdón al gran Assur por los faltas a que incurrimos. Niños no se burlen del pobre hombre, nos decían nuestras madres. El hombre necesita apoyo, amor, insistían. Sólo así los recibirá, decíamos nosotros, y nos dejaban continuar. El profeta nos hacía besar la cRUZ, nos hablaba de la historia de los judíos, de la piedad, de la humildad. Nosotros le hablábamos del placer, le ofrecíamos nuestros cuerpos. No aceptaba niño, no aceptaba ni-ña, no quería bestia. Se volvía una furia y se golpeaba a sí mismo frente a nosotros: des-
alejandría
nudos, invitantes. Nos hablaba del perdón, del úNICO, del eTERNO. Nosotros de la diversión. Tratamos de mostrarle las bondades de nuestros juegos de video. Nunca aceptó. Mas peroraba sobre el paraíso, el infierno, del castigo que venía. Rompíamos el ayuno bebiendo refresco de cola frente a su de-sesperación. Poco a poco empezó a aburrirnos. En un momento de locura e impotencia entró a nuestros templos, a la gran Zigurat. Los guardias, con la mezcla de amabilidad y energía necesarias, se encargaron del problema. Trató de disuadir a todos los mercaderes que entraban a la ciudad, en camellos, en tráilers, que no comerciaran con nosotros, que Nínive estaba a punto de ser destruida, avasallada por la ira del sEÑOR. También los guardias se hicieron cargo. Pidió audiencia con nuestro rey, un día antes de la fecha mortal. Fue recibido. Pese a que el profeta fue grosero, imprudente, soberbio, nuestro monarca siempre fue amable. Otro, rey judío, egipcio o de cualquier otra tierra, hubiera pedido su cabeza. Sin embargo, el nuestro, lo escuchó, le prestó atención, se compadeció del hombre. Para evitar un escena más desagradable el rey fingió convertirse a la rELIGIÓN del impertinente. Vistió cilicio y se sentó en cenizas y besó la cRUZ en nombre de todos nosotros. Recuerdo cuando salió del palacio. El único momento en que ese hombre atisbó la felicidad.
Medina
Sentía que había cumplido su misión. Esa que tanto temió y lo hizo huir a Tarsis. Hasta que lo hizo considerar su huida el dIOS de la violencia, el dIOS de las tempestades. Azotó el barco que había tomado en el puerto de Jope, lo hizo naufragar tres día y tres noches en el estómago del miedo. De la culpa. Y fuera del palacio, cerca de la Zigurat dedicada a Marduk, el profeta reía, lloraba, mientras su dIOS también reía en el pedacito de cielo que le corresponde. Yo y mis amigos, sus seguidores, le propusimos un festejo. Él propuso oraciones. Nosotros le conseguimos las más bellas prostitutas. Se las ofrecimos impregnadas en incienso, mirra y Chanel. Se negó. Su rostro poco a poco volvió a ser el mismo amasijo de amargura de siempre. Compramos animales para el sacrificio, haríamos un festejo para todos los dioses, dijimos. Nos abofeteó. Pidió pan seco y vino. Nosotros hamburguesas y cervezas espumosas. Nos echó de su lado, dejamos de ser sus discípulos. La mayoría ya estábamos aburridos. A nadie le pesó que hubiera terminado el juego. A mí, no lo puedo negar, un poco. Las cosas nunca cambiaron en la gran Nínive. El profeta rabioso, frustrado cruzó la puerta oriente con la esperanza de que se cumplieran las amenazas. Hace muchos días de eso, la joya de Mesopotamia no ha sido destruida. Nunca hubo respuesta del úNICO, del iNVENCIBLE, del eTERNO. Y el pro~ La Voz de la Esfinge
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Medina
El profeta
feta sigue allá, solo, castigado por el sol y el desierto. Dicen que será traído a la fuerza por gente del servicio médico. Curarán sus heridas, su hambre. Alguien, ha vuelto a proponer la intervención de
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~ La Voz de la Esfinge
los psiquiatras. Pero ellos se niegan, dicen que el único lugar disponible en nuestro majestuoso psiquiátrico está destinado para quien lo ha enviado. Estoy de acuerdo.
d o b l e
h o r i z o n t e Lunática Dolores Castro
para Raquel y Roberto
Por la ventana la luna desde su alta madriguera me hace cosquillas de infinito y penetra, azulea la frágil finitud de mis huesos La luna llena rayo con rayo hunde su luz de sable Plata con plata su tintineo mueve frondas y troncos y tuétanos azules de mi alma negra.
DOLORES CASTRO Aguascalinetes, 1923. Poeta, crítica literaria y maestra de literatura. Entre sus poemarios se encuentran: El corazón transfigurado (1949), Soles (1977) y la novela La ciudad y el viento (1962).
~ La Voz de la Esfinge
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Huerta-Nava
Rituales de fuego
Rituales de fuego
dos poemas
Raquel Huerta-Nava
Raquel Huerta-Nava
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i El canto del amor en nuestras venas partitura de los labios hĂşmedos senderos en la piel (serpiente enrojecida) laberinto de violetas mordeduras. El cauce impetuoso de tu cuerpo se derrama en el aliento de la carne gozo de la eterna incertidumbre (el orden del canto en el rostro del dĂa) A la orilla del beso arde la tarde compartida incendia las miradas trazo de caricias certeza infinita del instante.
~ La Voz de la Esfinge
doble horizonte doble horizonte
Huerta-Nava
Canto nostálgico al río Hudson Raquel Huerta-Nava
Las tonalidades de tu voz serena en la mañana de febrero son un blues sobre una barca en la polvosa rivera del bajo Manhattan. Cálices que son relámpagos bailan sobre el agua exponen el mundo en un instante la vida que no compartimos es el dorado manantial de la esperanza tu recuerdo: gota insomne ante mis ojos.
RAQUEL HUERTA-NAVA Ciudad de México. Poeta, ensayista, traductora del inglés, editora e investigadora en humanidades. Licenciada en Historia por la unam. Editora y directora de la revista de poesía El Cocodrilo Poeta y El Cocodrilo Poeta Virtual, por la que obtuvo las becas editoriales 19941995 del INBA. Autora de los libros de poesía Canto a la pasión (1994), Arena Turquesa (1996) y La plata de la noche (1998). Responsable de las antologías El verano y las islas de Thelma Nava (1998) y Órdenes de amor de Efraín Huerta (1998).
~ La Voz de la Esfinge
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Madrigal
Mujer sentada en el umbral del último asombro
Mujer sentada en el umbral del último asombro Níger Madrigal —fragmentos—
2 El corazón está encogido y a oscuras, inmóvil en el escombro como una rata disecada, no avanza, no hay temblor alguno. Refleja el tiempo su cara informe en la ruta de la sangre y el ojo tiende una fina hilera de transeúntes memoriosos. El ojo contempla, atrae los pasillos hacia la luz; el corazón no se inmuta en la penumbra. El ojo es ventana espléndida, mar hallado por una mano terrena entre la lluvia, una mano que lo alumbra, lo despierta y le convida una amante y es la casa que ahora encuentra en un montón de piedras como palabra desarmada.
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~ La Voz de la Esfinge
doble horizonte doble horizonte
Madrigal
5 La única voluntad para abrir la rosa cárdena del tiempo que pasaba como el paisaje repetido y variante de una ventana, era la de sus ojos empañados que hacían de las cosas bultos indefinidos. Con esfuerzo conseguía divisar la carretera y su tráfico de metales. Muy de vez en cuando, en la parte más iluminada de la mañana: una mujer de blanco. En este visaje desfilaban —entre el bullicio de los carpinteros y la conversación de las visitas— todos los recuerdos de su vida. Entonces, desde su boca reseca se incorporaba una voz muy fina. Audible apenas, un sonido ignorado. La primera fuga hacia el silencio. Níger Madrigal Cárdenas, Tabasco, 1962. Ha publicado entre otros los siguientes libros de poesía: Artificios de la memoria (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1994), Cuentasueños (o las cuatro pasiones de Xicarú), (ict Ediciones, 1997) y La Blancura imantada (iqc Editorial, 2001). Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra 1998 y mención honorífica en el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén, 1999.
~ La Voz de la Esfinge
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Santopietro
Tour caribe
Tour caribe Judith Santopietro
La ciudad disfrazada de luces resucita en los rostros destellantes al filo de la noche, reflejo mortal en mis mutilados párpados O en el ombligo que engulle las entrañas. Que nutre el deseo a punto de vorágine callada. Rememoro las sombras laceradas por la luz, En el principio del ínfimo silencio, acarician incesantes el amanecer, La brisa, la luna, Tiempo enmascarado en el inmenso espejo acuoso. Gente camina por el muelle mientras el viento coquetea y danza eternamente a mis ropajes. Gente guarda el rostro fúnebre en el clóset desprendida del hilacho tenue de la guerra. Soy figura extraña, turista de la muerte que a la vera de una isla desembarca, esqueleto de ciudad oculta en el lamento cotidiano, bebo poemas asfixiados que se vuelven ecos sumergidos de la nada iridiscentes esmeraldas en el fuego lento, cuerpos calcinados por el sol. Nado entre sueños silenciosos que simulan escondrijos de la voz ahogada, imágenes y agujas se clavan en mis ojos, 44
~ La Voz de la Esfinge
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Santopietro
que al paso de los años el perpetuo amanecer, difumará en el huerto del insomnio.
Judith Santopietro Córdoba, Veracruz, 1983. Mención honorífica en el primer concurso nacional La juventud y la mar; ha publicado en Cuadernos de la nigua, El huitlacoche, El mundo de Córdoba, El sol del centro y El juglar de Yucatán. Actualmente estudia la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana.
~ La Voz de la Esfinge
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Pineda
Pavana para una infanta difunta
Pavana para una infanta difunta Carlos Pineda
Yo lo sé, le querías para el juego como reata para el salto como víbora de la mar, como para lazar a los caballitos de madera.
CARLOS PINEDA Estudió Letras Hispánicas en la uam, institución que premió su poemario Imago, publicado en la colección “Molinos de Viento” en 1996. En 1998 ganó el primer lugar en el Concurso Nacional de Poesía “Rubén Bonifaz Nuño”. Ha publicado crónica urbana en el periódico El Universal; poesía en diversas revistas, como el Periódico de Poesía, Alforja y Ostraco. Actualmente colabora en diversas actividades editoriales con el Fondo de Cultura Económica, la editorial Alfaguara y se desempeña como editor de la Dirección de Literatura de la UNAM.
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~ La Voz de la Esfinge
Sé que jugabas con él entre los dedos, que le mirabas y creías ver serpentinas de fuego... ... pero no. Ese cordón, no iba al cuello.
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Vivero
Poemas Elizabeth Vivero
Distantes en la cercanía Quién del este hubiera dicho que vendrías, por la senda escrita en el silencio del destino. Acortando la distancia de los años, un preludio: el ritmo de los tambores nos unió: aquí, allá, escuchándonos de frente sin saberlo. Quién en oriente hubiera asegurado el encuentro. Un día, sin más, sobrevolaste: espacio convertido en meses. Lado a lado, desconociéndonos aún, esperamos distantes en la cercanía. Certeza de ti Con nadie, antes; después, el palpitar: certeza de ti en la lejanía. Nunca el gozo recorriendo mi cuerpo al mismo tiempo en el tuyo. Jamás haber llorado, porque en otros ojos las lágrimas fluyen; porque la alegría colma a quien no soy. Estar, por vez primera, dos espacios el instante: siendo tú sin dejar mi yo. Sonreír contigo en la separación. Desde lejos, compartir el alma respondiendo al pensamiento lanzado al aire. Presente somos Desde lejos llegaste por haber estado juntos siempre. No aquí, tampoco ahora, sino antes: en el comienzo del tiempo. Traído por un mar desconocido: aguas de nombre distinto. Abidjan, dijeron, y la noche se volvió infinita como las estrellas. Satama, pronunciaron, y llovieron años, ciclos ininterrumpidos de luna. Sokoro, completaron tus labios en el arrebato del beso. Desde lejos, corazón latiendo al compás tuyo, mío. Unidos en el abrazo, sin distancia, presente somos.
Elizabeth Vivero Guadalajara, 1976. Estudiante del Doctorado en Letras de la Universidad de Guadalajara, es Maestra en Teoría Literaria por la uam-Iztapalapa. Ha colaborado en periódicos locales y en revistas de circulación estatal y nacional. Tiene publicados la plaquette No para siempre (Mala Estrella, 1997) y los libros Con los ojos perdidos (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1999) y El derrumbe del mundo (Paraíso Perdido/ Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001).
~ La Voz de la Esfinge
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c i e n
p u e r t a s
De la escritura como lectura, o viceversa Luis Vicente de Aguinaga (En diciembre de 2002, a un año de la muerte de Juan José Arreola.)
E
l año que ya mero se acaba —como decimos entre amigos— puede haber sido fúnebre, y acaso funerario, pero de ninguna manera funesto para los amigos, familiares y lectores de Juan José Arreola. Las ediciones, conferencias, mesas redondas y homenajes en general (entre los que debe contarse, por ejemplo, el grado de Doctor Honoris Causa que la Universidad Autónoma Metropolitana le concedió post mortem al prosista de Zapotlán, ese «pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años» y que se resiste desde luego a perder su topónimo náhuatl) han crecido y se han multiplicado felizmente a lo largo de doce meses breves, intensos y muy ricos en materia de rememoración. En última instancia, urgidos por un deber luctuoso del que no renegamos, la palabra funesto cabría emplearla el día de hoy, pasado apenas el aniversario terrible, como la empleara Martín Mora en cierto número de la revista El Zahir: la «funesta memoria de Jorge Luis Borges», en aquella página, merecía el adjetivo por cuanto en él refiere a lo concerniente a Funes, el perturbador y melancólico personaje abrumado por la incapacidad total de olvidar. Funesta es la memoria, pues, que hace de Funes (y de su creador) una persona memorable.
Luis Vicente de Aguinaga Guadalajara, 1971. Autor de: Piedras hundidas en la piedra (Tierra adentro, 1992), El agua circular, el fuego (unam, 1995), y La cercanía (Filo de caballos, 2000).
~ La Voz de la Esfinge
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De Aguinaga
De la escritura como lectura, o viceversa
Sin embargo, por encima de Funes, acaso el mayor símbolo que Borges acuñara (o, como él hubiera dicho, «amonedara») es el de la biblioteca en tanto metáfora del universo. Educado por los maestros del relato policial, que hicieron de la lectura una operación indispensable para comprender el mundo como texto cifrado, Borges fue más allá de la estricta resolución de intrigas criminales y dignificó el acto de leer hasta elevarlo a niveles de clave ontológica. El protagonista de «La escritura del dios», un sacerdote maya hecho preso en las guerras de conquista, despeja los caminos de su liberación —y luego los desdeña— gracias a la magia de la lectura. Otro adivino y hermeneuta, en «El espejo de tinta», se gana la salvación y más tarde la condena por su don de leer. Al escritor que pide un año de plazo con el fin de concluir su obra (pienso, claro está, en «El milagro secreto») se le otorga, en el instante que precede a su fusilamiento, la facultad agónica de leer en el rostro de sus 50
~ La Voz de la Esfinge
verdugos la evolución del trabajo que de otro modo no habría podido ejecutar. No hablemos ya de los demiurgos, poetas y bibliotecarios de los cuentos, ensayos y poemas de Borges: la lectura es en ellos, invariablemente, una forma de acción creadora, de intelección y de puesta en orden. Sostengamos, mejor, que si Arreola fue sensible a la enseñanza de Borges —premisa que todos aceptamos, aun cuando no alcancemos a entender por qué— lo fue más que nada en este sentido. Arreola describió su aprendizaje de Borges —de forma explícita, digamos— en textos como «Borges lector», pueden leerse ahora como efecto concreto del año memorioso al que nos referimos en estos párrafos. «Borges lector» es una conferencia recogida en Prosa dispersa, volumen preparado por Orso Arreola y publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes no hace más de tres meses. Entre muchas otras cosas, Arreola declara en tales páginas que Borges «nos ha enseñado a leer», y acto seguido insinúa que
cien puertas
hay diferentes clases de lectura, no solamente la «lectura personal». Si entonces no se reducen al acto literal de leer, esto es: de observar y traducir las meras letras y los espacios en blanco de un papel, formando palabras con letras y vacíos tipográficos, y frases con las palabras, ¿cuáles pueden ser esas clases de lectura? Son, para empezar, la escritura como lectura, es decir: la composición de textos practicada en el mismo impulso que nos permite leerlos, y en consecuencia la lectura ya no como pasión, como entretenimiento pasivo del individuo, y sí como acción. La lectura, en síntesis, como función organizadora de la vida y modelo suyo: punto de comparación y elocuente figura de las emociones, de las percepciones, del hecho simple de ver las cosas y las personas alrededor y actuar —ya se ha dicho— gracias a ello. Conviene recordar una frase de «Post scriptum», pasaje impresionante de los Cantos de mal dolor según los agrupa el Bestiario definitivo (1972): «He recuperado mis facciones, una por una, posando para el cincel de la muerte». En esta línea, tan firme y tan poderosa, el «cincel de la muerte» puede ser entendido como la usura del tiempo y las adversidades, como el desgaste de la experiencia, que conduce al hombre de camino a la desaparición. Ser de nuevo uno mismo, recuperar las propias facciones, termina siendo aquí el resultado de ya no ser —o de ser cada vez menos— uno
De Aguinaga
mismo: la consecuencia, repitámoslo, de morir. El hecho de morir, con ello, es análogo al acto de leer: la lectura es también una interiorización de lo ajeno, y esa interiorización va formándonos como sujetos. Leyendo recuperamos, una por una, las facciones de nuestro rostro: posamos, ante una página escrita, para el cincel de una experiencia que no hemos vivido en principio, la experiencia de alguien más, ajena pero asimilable al cabo. Leer no es morir: es renacer. Pero esto último, renacer, es impensable si no se ha muerto antes. El que lee, por el solo acto de recoger una suma de signos en un orden preciso, deja de ser quien es para serlo entonces verdaderamente. «Estabas a ras de tierra y no te vi», escribe también Arreola en un poema brevísimo. «Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte.» Bastan dos oraciones, una cláusula perfecta y aguda, para trascender lo aparente: lo que se tiene a la vista no se ve sin pasar antes por lo invisible. No alcanza con lo que se ve sencillamente, como los trazos de la letra escrita, para encontrar lo que se busca: es preciso «cavar hasta el fondo» de sí mismo para dar con lo ajeno, con esa forma de alteridad que responde al pronombre tú, a la segunda persona del número singular: «Estabas», dice, o «no te vi», o «encontrarte». Como sucede también con el texto citado más arriba, en éste de algún modo se manifiesta (en filigrana, diríamos) ~ La Voz de la Esfinge
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De Aguinaga
De la escritura como lectura, o viceversa
la preocupación de Arreola por la escritura: su título es «Ágrafa musulmana en papiro de Oxyrrinco», y podemos leerlo en una serie de «Doxografías». El otro se titulaba «Post scriptum». A distintos niveles, tanto el sustantivo ágrafa como papiro y doxografía, puestos aquí muy cerca del participio latino scriptum, «escrito», participan de la escritura ya por implicación semántica (tal es el caso de papiro), ya por derivación etimológica: en las palabras ágrafa y doxografía está, bajo las vestiduras de un radical griego, el verbo escribir. Y nos parece al mismo tiempo que se habla en ambas páginas de la lectura, o de algo que sólo toma forma por obra de la lectura. Pero quizá el primer texto que deberíamos recordar, puesto que hablamos de leer y escribir, es otro que no se ha leído ni ha sido vuelto a escribir por ahora. Son cuatro líneas que aparecen, confinadas al calce de la página, debajo de los dramatis personæ de «¡Tercera llamada, tercera! o Empezamos sin usted», obra de teatro que por sí sola constituye la tercera sección de Palindroma (1971): El autor autoriza y aprueba desde ahora todas las supresiones, añadidos y mejoras que se hagan a esta pieza. Permite morcillas a los actores que olviden el texto o se sientan inspirados. Y si alguien la vuelve a 52
~ La Voz de la Esfinge
escribir por entero, y le pone música, aquí están anticipadas las gracias. Lo primero que debe hacerse, así fuera nomás con el objeto de respetar el orden sintáctico de tan poco habitual acotación, es advertir lo que se dice con las primeras tres palabras: «El autor autoriza». Observemos que, si la cualidad o característica tautológica del autor es precisamente su autoridad, el gesto de ceder a los actores e intérpretes en general del script esa cualidad significa invitar a los lectores a convertirse de una vez en autores del texto. Lo que parecería de inicio una pura broma, divertida pero insignificante, ¿lo es en realidad? ¿No está diciendo Arreola que sus lectores, por el hecho simple y al mismo tiempo sofisticado de ser eso: lectores, también son creadores —no potenciales: prácticos— de cuanto leen? Con esto no quiere decirse que las fronteras entre autor y lector no existan, o que sean triviales o insignificantes, o que no sirva de nada comprenderlas. Quiere decir, y es muy distinto, que si existe un autor es porque también existe como lector (de su propia escritura, sin ir más lejos) y que si existe un lector es porque necesariamente habrá de verificarse una transformación cualitativa del texto leído. Recuérdese también la introducción a Lectura en voz alta (1968) del propio Arreola: «Lector, éste es un libro de lectura». Y en ese «libro de lectura»
cien puertas
están, por sólo referirnos a un caso entre muchos, dos capítulos de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, en la traducción formidable de Rafael Cabrera. Donde los pequeños Alain y Dionisio, traducidos por Cabrera, declaran que «las voces estarán con nosotros», el Arreola lector afirma que «las voces están con nosotros»; donde Cabrera dice «claras praderas», Arreola prefiere «largas praderas»; cuando los niños de Cabrera escuchan «las campanas de las iglesias», los de Arreola se quedan con «las campanas de la iglesia». Se trata, pues, de un lector que no duda en escribir el texto que mejor le parece. Concluyamos, en este mismo registro, refiriendo a un ejemplo no menos elocuente que los anteriores. Ya pasaron seis años desde que la Secretaría de Cultura de Jalisco editó, en páginas deficientes y tipográficamente bochornosas, treinta y tantas composiciones en verso de Juan José Arreola bajo el título de Antiguas primicias. En otro sitio hemos
De Aguinaga Moga
dicho que Antiguas primicias no debe confundirse, por mucho que se remedien sus errores al paso de los años, con una eventual «poesía reunida» de Arreola. Tomando en cuenta que dicho libro compendia el número casi total de los madrigales, décimas, canciones y sonetos de Arreola, parece legítimo preguntarse: ¿por qué no habría de ser así? La respuesta, que de tan evidente no fue visible para esos editores desaprensivos, es que la poesía de Arreola fue sobre todo escrita en prosa: no en ficciones, comedias o reflexiones más o menos «poéticas», desde luego, sino en verdaderos poemas en prosa. Con todo, la expresión en verso de Juan José Arreola llegó a conocer momentos conmovedores y exactos. Tres o cuatro sonetos «de su inspiración», como suele decirse, agrandarían sin menoscabo antologías como la que preparó Salvador Novo, llamada Mil y un sonetos mexicanos. Pienso, no tan al azar, en el que termina con estas líneas: «Yo soy la eternidad que se ~ La Voz de la Esfinge
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De Aguinaga
De la escritura como lectura, o viceversa
recrea / al hacer en mi ser otro segundo». Pero tal vez el mejor poema en verso de Arreola no sea, en estricto sentido, suyo: es de Pontus de Thyard (1521-1605), poeta francés de La Pléyade y autor de una pequeña maravilla que Arreola tradujo hacia 1975 en El Sol de México. Esa traducción, como todos los textos de Arreola que informaron y constituyeron su Inventario de 1976, puede leerse nuevamente ahora porque la editorial Diana y el conaculta recién han vuelto a publicar el mencionado libro. Considérese, nada más en la primera de sus estrofas, que Pontus de Thyard habla de un doux repos donde Arreola no dice más que «reposo», y que donde Arreola traduce: «ven, húndeme los ojos en deseado beleño», Pontus de Thyard había escrito: «Viens, Sommeil désiré, et dans mes yeux te plonge» (letra por letra: «Ven, Sueño deseado, y húndete en mis ojos»). Acordemos, en suma, que la traducción de Arreola es no sólo más que un traslado lingüístico, ya que toda versión es más que un traslado lingüístico a fin de cuentas: la de Arreola es también una escritura, una inscripción cuyo modelo, si bien puede identificarse con relativa facilidad, no se agota en
sus límites. Es un texto que, como la vida o como nuestra cara, puede más o menos parecerse a la vida o al rostro de alguien más, pero que al cabo es nuestro patrimonio y dibuja los contornos de la memoria que tenemos de nosotros mismos. He aquí el poema. Concluyamos leyéndolo, como habíamos dicho: Oh padre del reposo, sueño padre del Sueño, ahora que la noche con grande sombra oscura da al aire sereno su húmeda envoltura, ven, húndeme los ojos en deseado beleño. Tu ausencia, sueño, me prolonga el empeño haciéndome que sufra esta pena más dura. Ven por favor, oh sueño, anégame en dulzura, da a todos mis males desenlace risueño. Sus mudos escuadrones ya conduce el silencio de fantasmas errantes bajo la noche ciega, y a mí tú me desdeñas, yo que a ti reverencio. Envuelve mi cabeza con soñadas quimeras, porque en voto sincero, mi mano aquí te entrega, en un ramo nocturno, moras y adormideras.
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Jamás me quejo de una crítica negativa, aunque me duelan, como a cualquiera Luis García entrevista a Antonio Muñoz Molina
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Qué decir de Antonio Muñoz Molina que no se haya dicho ya? ¿Qué del escritor, Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones —El invierno en Lisboa y El Jinete Polaco— y uno de los referentes literarios que han marcado la pauta novelística los últimos veinte años? Antonio Muñoz Molina avanza hacia la historia de la literatura con paso firme, y cuanto escribe, sea artículo periodístico o novela, no pasa desapercibido. Sin pretenderlo da lugar a estériles polémicas literarias mientras se recrea en las mismas y prepara nuevos trabajos que nosotros, sus lectores, esperamos con impaciencia. Y cuando parece haber escrito su gran novela, se descuelga con otra, diferente pero igualmente lúcida y cuya calidad no admite reparos. Éste es el escritor y la persona.
—Acaba de publicar En ausencia de Blanca (novela que editará el Círculo de Lectores) cuando aún no se han apagado los ecos ni las polémicas por Sefarad. ¿No parece obedecer esta publicación a un efecto catártico? —La fecha de aparición de En ausencia de Blanca responde a un simple azar editorial. Yo quería que apareciera en una edición
Antonio Muñoz Molina Úbeda (Jaén), España. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Granada y Periodismo en la de Madrid. Beatus ille (1986) es su primera novela, en ella aparece ya su ciudad imaginaria, Mágina, que se convertirá en un lugar común en sus obras sucesivas. El invierno en Lisboa (1987) mereció el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa que volvió a recibir en 1992 por El Jinete Polaco (Premio Planeta, 1991). Beltenebros (1989) es un claro ejemplo en el que se narra una acción de intriga y amor en el Madrid de la posguerra con trasfondo político. Otras de sus novelas son: Los misterios de Madrid (1992) y El duelo del secreto (1994). En 1995 fue elegido académico de número de la Real Academia Española.
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normal de librerías, porque es el único modo de que un libro tenga una existencia plena, aunque en el Círculo de Lectores alcanzara una difusión gigantesca. En cuanto a los ecos de Sefarad, me gustaría que tardaran mucho en apagarse. Mi admirado y muchas veces leído Cyril Connolly aseguraba que la primera prueba de la consistencia de un libro es que dure al menos diez años. Yo tengo la suerte de que libros míos que se publicaron por primera vez hace ya quince aún sigan estando en las librerías. Ésa es la clase de presencia a la que aspiro. —Todo libro nuevo suyo levanta expectación, y ciertamente no suele decepcionar. Intento hacer una secuencia de los mismos desde aquella maravillosa novela El invierno en Lisboa —sin menospreciar Beatus Ille y El Robinsón urbano— y sus obras se cuentan por éxitos: Beltenebros, El jinete polaco... ¿Cuál es su secreto? —No hay ningún secreto, tan sólo la afición por la literatura, el gusto de escribir, la ilusión permanente y siempre aplazada de lograr algo de verdad bueno y nuevo. Y también algo que me parece cada vez más valioso, que es el no escribir, el retirarse de vez en cuando, tomar distancia espiritual e incluso física hacia la vida normal de uno y su condición de escritor. En esos periodos en los que no se escribe, en los que no se planea nada, 56
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en los que uno puede hasta olvidarse felizmente de su oficio, creo que es cuando más intensamente se aprende, cuando mejor se renueva uno. —¿Guarda buen recuerdo del proceso de elaboración de Beatus Ille? No es la primera vez que se queja, y que se refiere a dicha novela como a un ejercicio de iniciación... —No es que me haya quejado, exactamente. Lo que he contado algunas veces es que escribir esa novela era al mismo tiempo aprender a hacerlo y saber si uno sería capaz de llegar al final. El mejor recuerdo que tengo de ese libro es que por primera vez me dejé arrastrar por un proceso de invención más fuerte que mi voluntad, y más rico que las operaciones voluntarias de la conciencia. Ahora miro la fotocopia que conservo de la primera versión recién terminada, y lo que me extraña es haber tenido el impulso necesario para escribir tantas páginas en una soledad absoluta, sin ninguna esperanza de publicación. También me acuerdo de la felicidad incomparable de recibir en Úbeda la llamada de Pere Gimferrer en la que me decía, después de un largo mes de espera, que la novela iba a publicarse. —Sorprende que tras Plenilunio, novela dura donde las haya, entregara un nuevo registro, Carlota Fainberg, una hermosa historia que se inicia en los andenes de un aeropuerto. Pero sorprende aún más la génesis de dicha novela,
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en la que homenajea de algún modo a la que fuera Jefa de Prensa de Seix Barral en los años de sus comienzos —Mónica Fainberg— y una de las personas que creyeron en usted desde el principio. ¿Es cierto dicha historia o forma parte de la leyenda? —Mónica Fainberg es para mí una mujer inolvidable. Leía de corazón los libros, llamaba uno por uno a los periodistas para que se fijaran en mí, para que me leyeran, para que asistieran a la primera presentación de una novela mía en Madrid. Incluso daba excelentes opiniones literarias. Siempre me acuerdo que, durante la promoción de Beltenebros, una mañana, en Barcelona, le pregunté su opinión sobre el libro, y me dijo, con toda franqueza, y con su mejor sonrisa: «Está muy bien, pero se nota que tú no has sido espía». Nos vimos por última vez en Buenos Aires, un poco antes de que ella muriese. Creo que le hizo ilusión saber que yo había puesto su apellido a una femme fatale porteña. Sinceramente, fue de esas personas que influyen decisivamente en los comienzos de alguien nada conocido. —La historia que narraba en Plenilunio nos era demasiado cercana en su tragedia. De algún modo podíamos percibir la mirada del asesino y el dolor de las víctimas. ¿Le gustó la adaptación cinematográfica de Imanol Uribe? La crítica no fue precisamente benévola con ella...
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—La película me gustó mucho en unas zonas y menos en otras. Creo que si se hubiera seguido más de cerca el guión original muchas cosas habrían quedado mejor en ella. En cuanto a la falta de benevolencia de una cierta crítica —en modo alguno toda— me da la impresión de que, más que con la película, algunas personas querían ajustar cuentas personales e incluso familiares conmigo. Me dolió que para hacer eso agredieran a quien era más frágil y a quien había hecho un excelente trabajo de adaptación, que fue Elvira Lindo. Es revelador, mirado retrospectivamente, que el director de la película, que hizo algunos cambios decisivos en el guión, prefiriera no firmarlo. Y también que las críticas más virulentas contra la película se publicaran en el mismo periódico en el que yo escribía entonces. —Quizás el error está en que la novela fue encasillada dentro del género negro. Sin ser dicha apreciación un error en sí misma (seguro que propició que las ventas se disparasen) ¿no le parece que se merecía algo más que una mera etiqueta? —¿Fue encasillada la novela en un género? No estoy seguro, ni había mucho motivo. En cuanto a las ventas, fueron excelentes, también en algún otro país aparte de España, pero no muy superiores a las de otros libros míos. Yo siempre tengo la esperanza de que los libros, con el tiempo, se vayan leyendo mejor. ~ La Voz de la Esfinge
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—Soy de la opinión de que una buena obra debe tener un buen comienzo. En ese sentido, Beltenebros es poco menos que perfecta. En una sola frase, «Vine a Madrid a matar a un hombre al que no había visto nunca», condensa 270 páginas y le da sentido a la historia. ¿Cómo nació Beltenebros, por otra parte tan verosímil? —Sin darme cuenta, en el principio de Beltenebros introduje un eco de Pedro Páramo: «Vine a Comala para buscar a mi padre, Pedro Páramo»(Cito de memoria). Juan Carlos Onetti me hizo observar que también resonaba en ese principio el de una novela policial que a él le gustaba mucho, La bestia debe morir. Quizás, visto a distancia, ese comienzo peca algo de demasiado novelesco, no sé. Lo más importante para mí fue que esa primera frase me sirvió para ordenar materiales muy dispersos, y para dar un tono a la historia entera, que en tentativas anteriores, y fracasadas, era en tercera persona. Las primeras ideas para la novela las encontré leyendo un libro de Gregorio Morán Grandeza y miseria del Partido Comunista de España, donde se contaban las historias de algunos supuestos traidores, como Luis León Trilla o el llamado Heriberto Quiñones. Hablé con algún militante de aquellos tiempos, pero quizás en la novela hay una falta de encarnadura humana e histórica y un exceso de convenciones de género. Por otra parte, yo quería darle un tono de fábula abstracta, más que de narración histórica.
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—¿No es cierto que sin ser una práctica habitual dentro de la oposición a la dictadura, sí que existió el perfil del militar tipo Darman, el involuntario protagonista de la novela? —Hubo gente muy peculiar, en muchos casos muy admirable, y también burócratas cerriles que se especializaban en arriesgar las vidas de los otros, o en amargárselas. Pero en conjunto, la herencia heroica de la resistencia contra el franquismo no se ha querido rescatar, lo cual me parece un desastre político, moral y hasta literario. —Mantiene usted en el epílogo a la novela que una historia se encuentra a menudo en pequeños acontecimientos triviales (un viaje, una foto envejecida, un titular de un periódico...) pero también en un nombre, y no cabe duda que el de Beltenebros reunía todos los ingredientes para que alguien lo convirtiera en obra literaria. ¿Cómo se le ocurrió adoptarlo? porque de adopción habría que hablar. —A mí con los nombres de los libros y de las historias me pasa una cosa, y es que muchas veces tengo un título mucho antes que la novela o el relato que le corresponden. Un título es una cosa muy rara, y en cierto modo mágica, como una clave que ha de ser descifrada. Un título puede nombrar algo que ya existe, pero también ayudar a que surja y se defina algo que permanecía indeciso y ambiguo, o simplemente ~ La Voz de la Esfinge
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confuso. El nombre puede ser el ábrete sésamo de una historia. En este caso, parte de su aire sombrío y gótico le viene a esa novela precisamente de que se titule Beltenebros. —¿Y qué le pareció la adaptación que hizo Pilar Miró? —Más bien gélida. Creo que subrayaba sobre todo los defectos considerables del libro. Pero ella trabajó con mucho entusiasmo, cosa que yo agradecí. —Con Ardor guerrero saldó una vieja cuenta y estigmatizó sus temores. ¿Tan necesaria la veía a pesar de ser la novela menos moliniana? —No creo que el motivo principal de Ardor Guerrero fuera saldar cuentas. Y, de todos mis libros, creo que es el que ha motivado mayores malentendidos, empezando por su calificación como novela. no es, de ninguna manera, una novela, sino lo que en América llaman una «memoir», en singular, que tampoco debe confundirse con unas «Memorias». Una «memoria» es el relato de una experiencia concreta, de un periodo bien delimitado en la vida de alguien, que tiene en parte una intención confesional y en parte una de crónica. Se trataba de hacer literatura narrativa sin hacer ficción, y la experiencia militar, más que la materia del libro, era el ámbito espacio-temporal de un relato en el que se entrecruzan varios temas, 60
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entre ellos la formación de un escritor, el envilecimiento de las organizaciones jerárquicas, el testimonio nítido de un cierto tiempo en la transición española, de un cierto lugar en el que ese tiempo se vivió de un modo aún más agitado e inseguro... El libro se me ocurrió en Estados Unidos, y allí escribí también su arranque, y no habría existido sin el efecto doble de la lejanía de España y de la inmersión en modos de contar que eran nuevos para mí y que me apasionaron. —Sefarad arrastrará para siempre el estigma de ser una novela de novelas, «para algunos», escasamente documentada. ¿Le parece justa la apreciación? —No me parece un estigma, y si lo fuera, en cualquier caso, sería el estigma elegido por mí, que le di al libro ese subtítulo, en el cual la palabra novela alude sobre todo a la condición novelesca de cualquier experiencia humana recordada o contada, y al entrelazamiento de azares, relatos, recuerdos, invenciones, etc., del que está hecha nuestra percepción de la realidad, que es mucho más compleja de lo que suele reflejarse en las novelas canónicas. En cuanto a lo de la escasa documentación, no seré yo quien me defienda. Al final del libro viene una lista de lecturas: la puse por honradez intelectual, y también como una invitación a que el lector siguiera alguna de
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las pistas que yo mismo había indagado. Sefarad no es un libro histórico, pero no me parece que los detalles históricos que se dan en él abunden en equivocaciones. —¿Por qué Sefarad? ¿Qué le llevó a escribirla? —Influyó mucho la ocurrencia del título, que me llegó muy al principio, con algo de revelación. Un hilo conductor entre varias historias muy dispersas que yo estaba deseando contar. —Sefarad es una obra llamada a resistir el paso del tiempo, que ha levantado polémica desde el mismo día de su publicación. ¿Cómo vivió la polémica que se suscitó desde algún medio de comunicación? —Las polémicas en España son una cosa muy triste. Se les quita la malevolencia y las ganas de hacer daño y se quedan en casi nada. Me molestó que una revista con la que yo creo haberme portado generosamente, dándole a cambio de nada un cierto número de originales, consintiera en publicar un ataque que desde el mismo título ya era amarillista. Hablo, claro , de la revista Lateral. Yo jamás me quejo de una crítica negativa, aunque me duelan, como a cualquiera. Lo que no acepto es la mala leche, o la descalificación personal. Creo que en ese libro, sin proponérmelo, pisé dos minas más peligrosas de lo que yo imaginaba: la propensión antisemita de una cierta progresía española, y también el rechazo en esa misma izquierda fósil a
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confrontarse con los horrores del estalinismo, que no fueron menos graves que los de los nazis. —Releyendo una vieja revista literaria, me encontré con una faceta suya que desconocía. En su momento cultivó el relato hiperbreve, como lo atestigua la serie de ellos que forman Escrito en un instante (aunque me figuro que con escaso éxito, ya que de lo contrario quiero creer que habría incidido en ese camino). ¿No le atrae dicho género, o se considera más un creador de mundos novelescos? —Todos los géneros, todas las formas, tienen su atractivo, presentan su desafío peculiar. Un artículo de quince líneas no tiene nada que ver con uno de setenta, y un relato breve no se parece nada a una novela. Es cierto que llevo demasiado tiempo sin escribir relatos, pero espero remediarlo enseguida, porque justo ahora mismo el cuento es la forma literaria que me tienta más. —El jinete polaco se alzó con el Premio Planeta y lo refrendó para mayor gloria de la Editorial el Nacional de Literatura. ¿La escribió pensando en el Premio? —¿Cómo voy a escribir pensando en un premio un libro de más de seiscientas páginas, y cuya primera frase ocupa página y media? La posibilidad de presentarme al Premio Planeta surgió con el libro ya muy avanzado, y el motivo, claramente hablando es que en aquel momento ~ La Voz de la Esfinge
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necesitaba con urgencia el dinero. Mucha gente se preguntó entonces por qué me presentaba yo al Planeta —y hasta hubo una o dos personas que se ofendieron conmigo, que se sintieron traicionadas y me retiraron el saludo— pero no veo que nadie se hiciera la pregunta contraria, por qué los responsables de Planeta eligieron una novela como ésa. A mí me vino muy bien ganarlo entonces, por las razones que he dicho antes, pero ya me he olvidado de todo aquello, y creo que los lectores también. Los que se acercan a esa novela a estas alturas lo hacen por razones simplemente literarias. —¿Qué tiene Magina que no tenga Úbeda? —Que me pertenece, que la moldeo con arreglo a mis antojos y a mis recuerdos, que es como una maqueta de una ciudad con la que a veces me gusta entretenerme, inventando historias que transcurren en sus calles. —¿Y qué le falta? —No le falta nada. Es un mundo cerrado y completo, que a mí me gustaría seguir explorando.
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—¿Qué queda de aquel Antonio Muñoz Molina de su Úbeda natal? Sus sueños, sus días de actor de teatro en el Instituto... Porque usted fue actor en sus años de estudiante, lo sé de buena tinta. ¿Nunca ha dirigido su pluma hacia el teatro? —Hay una corrección que hacer: no fui actor de teatro, sino autor. Mi primera vocación, aparte de la poesía, fue la de escribir teatro, y llegué a hacer algunas cosas que se estrenaron y que tuvieron una cierta vida escénica por aquellas tierras. El teatro me parecía algo grandioso, pero el problema fue que yo empecé a escribirlo justo cuando la figura del autor estaba desapareciendo, en beneficio de los directores de escena y de la llamada creación colectiva. Con toda deliberación, a los 20 años, después de leer unos cuentos de Borges, decidí que iba a dedicarme a la prosa narrativa, y que en el teatro no había porvenir. —¿Qué está preparando en estos momentos? —Preparo una biografía de Juan Carlos Onetti y le doy vueltas a la idea, todavía en estado gaseoso, de un libro de cuentos.
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Critícame si puedes (o «El entretenimiento es la más humana de las necesidades cinéfilas») Francisco Payó ace 27 minutos que salí del cine, donde vi Atrápame si puedes (Catch me if you can), el más reciente filme de Steven Spielberg. A lo largo de la proyección, y en el regreso a pie hasta mi casa, no paré de contrastar mi experiencia con tres diferentes comentarios que había leído y escuchado al respecto en medios de comunicación: que al no contar con el apoyo de la tecnología (entiéndase efectos especiales) Spielberg se había visto «obligado» a realizar la mejor dirección de actores de toda su carrera; que aún así no era más que una comedia, un trabajo superficial
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pero entretenido; y finalmente un artículo reproducido a nivel internacional, en periódicos, estaciones de radio y sitios de Internet (hasta donde pude comprobar), anunciaba que en su primer fin de semana en Estados Unidos, Atrápame si puedes no había conseguido llevarse la mayor recaudación económica, quedando en «segundo lugar» después de Las Dos Torres, en un tono a medio camino entre el «malas noticias para Spielberg» y el «¿No que muy chingón, Steven?». En ningún espacio de estas notas y reseñas se hablaba de la espléndida secuencia de créditos de Atrápame si puedes, un pequeño musical de animación y al mismo tiempo una pieza de diseño gráfico narrativo, mostrando además la primera probada de la banda sonora compuesta por John Williams, que aquí entregó uno de sus trabajos más sui generis, conjugando la música de jazz de
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los años 60 con su sentido del suspenso, la aventura y la comedia que pueden disfrutarse en Tiburón, La guerra de las galaxias, j.f.k., e.t., El imperio del sol, Superman, la saga de Indiana Jones y los dos filmes de Harry Potter, entre muchísimas más. Es innegable que Williams ha creado parte de la identidad musical del cine de los últimos 50 años, sin contar la escuela que ha marcado para el futuro de la música fílmica. También se sabe que es el músico de cabecera de Spielberg, y que en esta mancuerna creativa Williams es insuperable. Por todo ello, ¿no es trascendente que en Atrápame si puedes escuchemos una faceta nunca antes vista de dicho compositor? Y todo esto para comentar los primeros minutos de la película, un espacio que a veces se considera como sólo la «portada», la «cortinilla» de entrada, el diseño del «menú»... Respecto a esa «insólita» calidad en la dirección de actores
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y al «demonio» de la tecnología, habría primero que lamentar que a estas alturas todavía prevalezcan esos criterios exhumados de los 60’s, cuando forma y contenido en una cinta comenzaron a ser dos cosas distintas, y la «forma» fue vista como mera vanidad y pretensión, un sinónimo, una clara muestra de su falta de «contenido». Una manifestación de este síndrome es la «EfectoFobia», que de manera generalizada —y altamente desinformada e insensibilizada sobre el arte, ciencia e historia de los efectos especiales— los engloba dentro de los elementos distractores, apantalladores, tapa-agujeros narrativos, vende-muñequitos, justificajaladas, de un filme, cuando de entrada es ridículo estigmatizar uno de los rubros de un arte donde todo es impostado, prefabricado, efectifizado, desde el vestuario, los escenarios, la puesta en cámara, en escena, y hasta el mismo guión, sin importar que se base en «una historia real». El espectador promedio, al que sólo le interesa satisfacer su
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incuestionable necesidad de entretenimiento, no está obligado a valorar, distinguir y manejar toda esta información, ni a saber quiénes diablos son Dick Smith, Rick Baker, Stan Winston, Dennis Muren o Phil Tippet, y el por qué y cómo han revolucionado las mismas posibilidades visuales y narrativas del cine, desde la mano del «motel owner» que estalla al recibir un disparo del Taxi Driver, hasta el T-1000 de metal líquido en Terminator 2, los alienígenas de Hombres de negro y los insectos mutiladores de Starship Troopers. Pero este desconocimiento se
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convierte en franca incultura, en absoluta ignorancia, en boca de quienes hasta cobran por hacer pública su opinión de una cinta. De ahí que no sea gratuito que en su momento Alfred Hitchcock fue hasta abucheado por la crítica. Tendrían que llegar Claude Chabrol, Francois Truffaut y Jean-Luc Godard para demostrar que detrás de filmes como Vértigo y Psicosis se encontraban muchas de las claves del cine moderno, y que la revolución del lenguaje fílmico que significó la Nueva Ola Francesa (encarnada en los tres personajes arriba citados) nunca se hubiera dado sin la aportación hitchcockiana a nuestro inconsciente colectivo. Y mientras la crítica sigue «haciendo trizas» las películas de Spielberg, muchos de los cineastas contemporáneos más «cool», como Alex de la Iglesia, Darren Aronofsky, Alejandro Amenábar, M. Night Shyamalan y Bryan Singer, entre otros, reconocen «Los Estigmas de San Steven» detrás de su formación, y sobretodo fascinación con el séptimo arte.
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Por todo esto, habría que pedirles a todos estos enemigos jurados de todo lo que suene a «Hollywood», que limiten sus comentarios al cine iraní, la obra de Arturo Ripstein, o al movimiento documental chileno, donde se erigen como auténticas fuentes de la Verdad y la Vida, y que se abstengan de denostar un cine que evidentemente les resulta adverso a priori. Otro detalle que resulta sumamente molesto, y peligroso porque finalmente tergiversa información y destruye el auténtico goce cinematográfico, es la obsesión por comparar los ingresos de las cintas. El protagonismo de los ingresos de taquilla parte de un desconocimiento que atenta contra las más elementales nociones de sentido común. ¿Cómo puede decirse que una cinta de 1997 es «la más taquillera de la historia» sin considerar que antes debería crearse un sistema de valores que equilibrara la recaudación de películas de acuerdo al costo de las entradas en su respectiva época, al número de salas en qué se exhibió,
a la inversión detrás de su rodaje y promoción, por sólo mencionar algunos parámetros? El saltarse estos principios lógicos es una hábil estratagema de los estudios, que les garantiza que cada año contarán con al menos una o dos producciones en el ranking mundial de las «10 más exitosas de todos los tiempos». Pero no hay por qué culpar a los estudios, pues al fin y al cabo hacer «eso» es justo su trabajo, al contrario de la estulticia contagiosa de los medios informativos que, aunque se la viven manejando todos los números que les avientan, no aplican en ningún momento las matemáticas, salvo al nivel de un niño que colocaría arriba a la que tiene más números. Durante la campaña de promoción de la cinta Episodio II: El Ataque de los clones, el creador de la saga de La guerra de las galaxias, George Lucas, comentó algo que a primera vista puede parecer superficial, pero que una breve reflexión hace ver escalofriante; Lucas decía no considerar en lo más mínimo la opinión de la crítica sobre sus obras, porque mientras en otras
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artes se requería de un alto nivel de especialización, y a veces de práctica previa o simultánea en la disciplina a reseñar, hoy día cualquier orate con acceso a los medios de comunicación puede «criticar» una película. Está claro que las cosas nunca serán perfectas, intachables, en el campo de la crítica de cine. Pero por lo menos sí debemos exigir que quienes digan comunicar «profesionalmente» su opinión, impresión, análisis, reseña, sociocrítica, ensayo o incluso burla de una cinta, entiendan que aunque lo suyo pueda ser diez mil veces menos complejo que hacer la película más común y corriente del universo, no por eso debe ser tan banal o contraproducente que sea mejor evitarlo a toda costa. Aunque haya cineastas como George Lucas e infinidad de cinéfilos que viven intensamente su relación con las películas sin necesidad alguna de los críticos. Quizá alguien debería invitarlos aunque sea a traer los refrescos en los rodajes o a vender palomitas en las salas. En más de un caso, esta sería
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una mejor aportación a la cultura cinematográfica. Decálogo del crítico cinematográfico 1.- Odiarás a Hollywood sobre todas las cosas. 2.- Escribirás de cine de Hollywood por encima de todo. 3.- Sólo El Padrino ii fue mejor que la película original. 4.- Imitarás la postura de uno o varios críticos reconocidos. 5.- Sólo las malas películas tienen buenos efectos especiales y sólo los dramas tienen buenas actuaciones. 6.- Designarás a un cineasta del Tercer Mundo como el más fascinante del universo. 7.- Entre tus filmes favoritos puedes incluir uno que no existe, nadie te contradecirá. 8.- Entre tus filmes favoritos puedes incluir uno de megahueva, se verá interesante. 9.- Adorarás el cine independiente hasta volverte insoportablemente snob. 10.- Tú siempre serás el crítico más completo de tu ciudad, por lo menos. 70
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Frente Cinéfilo Contra el Doblaje
Las virtudes de la lujuria: la obra de Paulo Hevia Cuando ella ríe sus pezones [se endurecen y empinan como si una invisible boca mamara [de ellos, y los músculos de su estómago vibran bajo la tersa piel olorosa a vainilla [sugiriendo el rico tesoro de tibiezas y sudores [de su intimidad. Mario Vargas Llosa
Ricardo Venegas anto Tomás dijo: «el pecado de la carne brutaliza y empobrece». Esta frase,
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que le pareció a Ricardo Garibay de «mucho gozo literario», se aviene clara a los motivos estéticos de un artista plástico: Paulo Hevia (1972), enfant terrible de Morelos (y el título le queda, sospecho, ligero). En El paraíso perdido, exposición reciente que consta de diversas piezas de grabado y dibujos de gran formato, Paulo se arriesga no sólo a la censura: pone en tela de juicio (y por ende en aprietos) la divergencia discursiva que existe en las mentalidades chatas: «pornografía es una cosa y erotismo otra», discusión generada por la inexistencia de un hábito: la lectura. Y poco importa lo que se diga cuando un artista joven abre la brecha a sus contemporáneos en un país donde la minifalda es todavía tabú. El paraíso perdido cierne los tonos de la melancolía, la obsesión, el destino de lo que sería, fue o no será nunca más (el sexo como mito, metáfora persistente, una honda nostalgia y un anhelo constante). En ello también risa y pecado conviven como aforismo
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cínico de lo que somos, fuimos o seremos: ironías y paradojas del que vive. Pero, ¿quién puede asegurar que la vida no es una abismal disputa? «¿Cómo podemos dudar de que este es el Reino del Alma, y que la batalla se librará entre las fuerzas de la luz y de la oscuridad por la liberación del Espíritu?» Así como misticismo es inexplicable sin erotismo, para Hevia la redención asumió la forma del «pecado», la transgresión divina donde se reconoce humano, demasiado (Ecce homo). En todo caso, el mérito conceptual de Hevia es haber transformado «pornografía» en «erotismo», como una forma de belleza, muy desenvuelta ciertamente. En esta exposición hay ceremonia, creatividad, imaginación, placer sin cortapisas: redención a través del orgasmo (recordemos que en la Edad Media se comparaba al clímax con la estancia en el Paraíso): Perderse con el cuerpo para encontrar Espíritu.
«La esterilidad no sólo es una nota frecuente en el erotismo, sino que en ciertas ceremonias es una de sus condiciones», afirma Octavio Paz en La llama doble. El erotismo es una voz distinta que se emancipa de lo puramente animal, luego entonces. Pecado y perdición son dos connotaciones morales del sexo que aún subsisten. Nos lo recuerda un bestiario de siglos en la memoria del ojo humano: Lagartos que muerden la carne mortal de los hombres, dragones arrastrando a niños hacia los avernos, el hombre matando un demonio y viceversa, llamas arrojadas a los santos, la manzana ofertada a la ingenuidad femenina, Adán avergonzado de su desnudez ante Jehová... Aunque la obra de Hevia no invita o desafía, ni busca hacer revolución de conciencias (no es muralista), quizá sea una de las fotografías más fieles e irónicas de nuestro tiempo: el ser humano podría dilapidarlo todo, excepto el cuerpo, un paraíso recobrado.
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Tormental: la escritura circular del tiempo
Poesía Tormental Jair Cortés Secretaría de Cultura de Puebla Puebla, 2001 40 Páginas Thelma Nava n la escritura poética el tema del tiempo siempre será tocado, tarde o temprano. Se afirma incluso que la escritura en sí misma es el testimonio de las horas, del transcurso de la vida. la huella de nuestra permanencia en el mundo. Por otra parte, el tiempo en sí mismo ha sido una constante preocupación en el arte.
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Tormental: la escritura circular del tiempo
No sólo el transcurrir del tiempo y el tema clásico de la «fugacidad de la vida» han sido una preocupación de los poetas. La finitud del tiempo tal y como se concibe en la tradición judeocristiana es un motivo de angustia. Esto me trae a la memoria un poema de T. S. Eliot1 donde describe: «El tiempo presente y el tiempo pasado/ están quizá presentes los dos en el tiempo futuro/ y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado. / Si todo tiempo es eternamente presente/ todo tiempo es irredimible.» En estos versos Eliot elabora una teoría del tiempo, donde todo es circular, donde el futuro, el presente y el pasado se funden, como en un mundo mágico, tal y como sucede en el país de las hadas y los duendes donde a donde fue raptado Rip van Winkle, donde el tiempo no transcurre y la gente no envejece. En Tormental, de Jair Cortés Montes, hallamos la búsqueda del significado circular del tiempo, en el transcurso de la muerte al 1 T.S. Eliot. Cuatro Cuartetos. Editorial Cátedra, Madrid, 1990, 83 pp.
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nacimiento, en la búsqueda de las claves de la infancia. El poeta investiga su propio enigma vital, el primigenio, enfrentando la tormenta hasta llegar al centro mismo, al ojo del huracán desde donde puede transcribirnos sus hallazgos. Al intentar salir del laberinto el poeta es un inventor del mundo, recrea los mitos y leyendas entremezclando la perspectiva personal y la perspectiva universal. Es este un libro breve, de búsqueda y hallazgos. El poeta se vuelve a su interior y busca el sentido del universo, encuentra que el perdón trasciende al orgullo y se perdona a sí mismo, a los traidores, a las cosas y animales. Inclusive a Dios y al Diablo. Al trascender ontológicamente su existencia mediante un ascenso metafísico, el poeta que ha recuperado la inocencia original, queda abierto a la vida como se ve en los siguientes versos: «Mis ojos no son las ventanas / son las puertas / Y para que todo y todos entren en mí / los abro de par en par» Hallamos aquí una intertextualidad asombrosa, con Rosario
castellanos quien afirmó en una entrevista : «El poeta tiene que abrir sus ventanas y dejar que lo penetre el mundo entero». ¿Por qué estas coincidencias? Porque se trata de la esencia poética, es el momento decisivo del artista. Cuando bebe de las fuentes de la vida con los brazos abiertos ha dado, sin saberlo, sin tener plena conciencia, un paso irreversible. El poeta entonces queda inerme, con los sentidos abiertos al universo entero, permitiendo que los elementos lo atraviesen, lo transformen alquímicamente en un escriba. En aquel que es capaz de tomar el dictado de los tiempos. Es la llamada de la poesía, enclavada en el origen mismo del mundo, en el flujo del tiempo circular, que surge desde el origen de la humanidad. Es el don de Adán, el poder de nombrar todo lo existente, en imagen y semejanza del Creador. Es el poder de dar vida a lo imaginario, a lo fantástico, creando mundos dentro del mundo. Es ese movimiento lo que le da vida a la escritura. Y el poeta no sólo debe abrir sus sentidos, sino también
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su pensamiento y no sólo hacia lo externo sino fundamentalmente hacia lo interno. Recordando las palabras de J. Riviére: «en un bello poema el fin está siempre al mismo nivel que el comienzo; los versos forman un círculo...» el círculo abarca el tiempo, desde la niñez hasta la edad adulta. Desde el principio al fin del tiempo, el círculo se expande en círculos concéntricos que abarcan cada vez mayores misterios, el vértigo de la vida, el drama de lo fugaz, la inabarcable extensión del mundo. El camino es inevitable, y el poeta sigue su búsqueda, de este modo leemos: «tengo sed de otras agua»; o bien cuando el poeta dice: «no busco la salida, yo me pierdo en otro laberinto». Y quizá ese laberinto, sea la «vigilia eterna», lo que Rilke llamaba la conciencia absoluta del vidente. Lo que le permite a Jair Cortés Montes afirmar: «Y aquí / entre ustedes/ yo me pronuncio vivo». La poesía como delirio visionario. Como fuente de renacimiento
constante y como fórmula esencial de recobrar la vida. este es el tema del libro que nos ocupa: esa búsqueda vital del propio ser en medio de la desolación del mundo, del vacío de la existencia. Es entonces, un libro de búsqueda, de viaje a través de la noche para llegar al nuevo día, al conocimiento sustancial que le permitirá afrontar el futuro. Tras estas búsquedas vitales generalmente el poeta nace en un alba desconocida, más luminosa que al principio la ciega. Una vez acostumbrado al resplandor tiene sobre sus hombros la tarea de descifrarla, de buscar en este nuevo día los objetos iluminados, de nombrarlos y recrearlos. La luz va destruyendo las tinieblas, construyendo mundos y el poeta la sigue como un ciego a su lazarillo para describir lo novedoso, sin perder, porque dejaría de ser poeta, el asombro primordial. Este es el gran reto que este joven y luminoso poeta que es Jair Cortés Montes tiene ante sí. Como lo afirmé recientemente en la revista Tierra Adentro, perte-
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nece a una generación — la de los 70— que representa el futuro de la poesía mexicana, por su calidad y el dominio del oficio poético, así como por la búsqueda de nuevas expresiones de todo aquello que ha inquietado al hombre desde el principio de los tiempos, pero que siempre parece nuevo y reluciente, como toda verdad recién descubierta.
La mano y los paíños
Narrativa La mano del emigrante (A man dos paíños) Manuel rivas traducción del autor Alfaguara Madrid, 2001. 152 Páginas más un juego de postales
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La mano y los paiños
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Teresa González Arce uando los marineros se adentran en el mar hasta perder de vista el puerto y olvidar los olores terrestres, buscan con la mirada a los paíños, esos pequeños pájaros blancos y negros que parecen caminar sobre el agua y que acaban siendo la última compañía del viajero. En La mano del emigrante, de Manuel Rivas, estas aves marinas revolotean no en torno a un barco sino en la mano de un emigrante gallego. Tatuados entre el pulgar y el índice de Castro el camillero, los paíños adquieren una dimensión simbólica y se convierten en el punto de convergencia de los distintos elementos que conforman el libro, estableciendo un itinerario poético entre la partida y el regreso, el recuerdo y el olvido, la mirada del que se va y la palabra del que vuelve. La experiencia del límite que, en trabajos anteriores, orientaba la indagación estética del poeta, narrador y periodista Manuel Rivas (A Coruña, 1957), resurge una vez más, esta vez transformada en una especie de «contrabando»
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entre ficción, fotografía y periodismo, esto es: entre los diversos registros de un mismo esfuerzo de conocimiento. El ritmo de dicho contrabando es anticipado por el autor en un breve prólogo titulado «El apego y la pérdida», a partir de Attachement and Loss, la trilogía de John Boulby. Guiado a la vez por el deseo de establecer un diálogo entre géneros y por la necesidad de responder a la pregunta recurrente sobre el lugar de lo real y de la «verdad» en el periodismo y en la literatura, Rivas ordena un relato de ficción, una serie de imágenes fotográficas hechas por él mismo y un relato periodístico construido a partir de testimonios de náufragos gallegos. Un texto escrito en primera persona, el ya citado prólogo, precede a estos tres componentes, orientando su sentido y marcando las pautas para su lectura. «La mano del emigrante», el relato que da nombre al libro, es también su centro de gravedad, el punto de intersección de las líneas que lo atraviesan. Sus dos personajes principales —dos emigrantes gallegos en Londres— se convier-
ten en figura del apego y de la pérdida cuando, al morir uno de ellos, el otro ve renacer en su propio cuerpo la mano de su amigo. Escrito en una lúcida mezcla de realismo y de relato fantástico que debe menos a García Márquez que a Álvaro Cunqueiro (lo mágico aplicado a la literatura, leemos en las primeras páginas del libro, «es una categoría inservible, perezosa, un nuevo academicismo»), La mano del emigrante propone una interpretación interesante de la creencia céltica en la transmigración, sustrato mítico de obras tales como En salvaje compañía (1994), El lápiz del carpintero (1998) o Ella, maldita alma (1999), en donde el alma y sus transformaciones eran exploradas con un espíritu a la vez lúdico y profundo. Situada, al igual que el tatuaje de los paíños, en «la ensenada de la mano», el alma de Castro el camillero emigra hacia el cuerpo del narrador, llevando consigo esa morriña o saudade en que se unen
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el apego y la pérdida. Después, en el «Álbum furtivo», los paíños parecen emigrar de nueva cuenta, esta vez hacia la mirada de un narrador que repite la trayectoria marcada por los camilleros del relato precedente. Imágenes emblemáticas de A Coruña —los acantilados, el cementerio marino, la cárcel, el faro de Hércules—, recuerdos de un mundo rural y marítimo que emergen en la realidad urbana de Londres, y nuevas vistas del punto de partida, son los tatuajes que el recuerdo deja en la retina del viajero y que el narrador inscribe a su vez en lo visible gracias a esa mirada literaria que, a decir de Rivas, «sirve para ensanchar, en todas las dimensiones, el campo de lo real». Los testimonios que conforman el relato periodístico titulado «Los náufragos» se presentan como el sustrato «real» del libro. Su lectura, en caso de realizarse al final, como lo sugiere el acomodo de las partes, confiere cierta pro-
fundidad a la obra –en el sentido espacial del término– al revelar vínculos de significación entre la materia narrativa de «La mano del emigrante» y las anécdotas narradas por náufragos de carne y hueso. Desde la perspectiva que nos conceden dichos testimonios, los personajes del relato inicial parecen ser una metáfora, una interpretación urbana de los náufragos. Los paíños dejan entonces de ser un dibujo tatuado sobre la piel para convertirse en verdaderos pájaros y aletear sobre los barcos emigrantes que recorren toda la historia del pueblo gallego. El ritmo creado por el ir y venir entre los diversos elementos que componen el libro es, a fin de cuentas, una nueva formulación del alma. Si en trabajos anteriores el alma anidaba en objetos tales como una barra de pan o el lápiz de un carpintero, en La mano del emigrante, más que en las cosas, el alma parece surgir del vínculo imperceptible y secreto que los hombres establecen con ellas: está en la mirada cuando ésta convierte el espacio en paisajes
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íntimos, en las palabras que se quedan en quien las escucha, en los objetos que parecen estar esperando para decirnos algo. En este sentido, el diseño editorial de La mano del emigrante materializa la poética de la obra: el libro, cuya portada simula un sobre de correo aéreo, parece una carta encontrada en nuestro propio buzón, y las postales que lo acompañan están listas para ser enviadas a un nuevo destino. Una forma de decir que el libro de Manuel Rivas cobrará vida durante la lectura, como esa mano migratoria que sólo recupera el movimiento cuando el cuerpo que la alberga escucha su historia. Este abrirse al otro figurado por el libro-carta de Manuel Rivas es subrayado, además, por el hecho de tratarse de una obra escrita en gallego y traducida al castellano por el propio autor. Fuertemente arraigado en el imaginario gallego, La mano del emigrante da cuenta de un regionalismo abierto en donde la realidad local convive con las preocupaciones españolas y europeas. El trabajo de autotraducción de Manuel Rivas debe entenderse
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Aljibe: un pretendido acercamiento a la profundidad
como un intento de ensanchar el horizonte de una experiencia particular, inseparable de una situación geográfica e histórica determinada, a imagen de aquella Galicia migratoria que trasciende sus propias fronteras.
Aljibe: un pretendido acercamiento a la profundidad
Poesía Aljibe Manuel rivas Universidad de Guadaljara Veracruz, 2001. 152 Páginas adquiçeralo en: Códice
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Claudia Martín a literatura occidental, desde sus orígenes, se ha ocupado y preocupado por temas que competen al ser humano: el amor, la muerte, la vida, la belleza, por mencionar algunos de los más recurrentes y socorridos por los escritores de todas las épocas y lugares. En el poemario titulado Aljibe, de Ignacio Marcué (1959), se dejan al descubierto dichos tópicos a los que vuelve a lo largo de todos sus poemas. Conocedor ciertamente de la tradición poética occidental, Marcué sin embargo no logra reformular el lenguaje que utiliza simplemente como herramienta para comunicar aquello por todos sabido e incluso vivido. En este sentido, Marcué adolece de una reintepretación semántica al impedir que las palabras y conceptos a los que alude se abran a las distintas posibilidades de significación de las que son capaces. Es por ello que en innumerables ocasiones sus poemas, que pretenden alcanzar la profundidad
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«mística» que anuncian, resultan bastante comúnes, ya que se limitan a expresar las connotaciones socialmente establecidas. Si bien tradicionalmente el trabajo del poeta debe ser de mediador de las emociones humanas a través de las palabras, esto no implica que deba ajustarse a las normas aceptadas; sino que, por el contrario, el poeta debe buscar aquello que en su momento fue llamado por los formalistas extrañamiento. Algo que Marcué no logra alcanzar, pues, parafraseando a Octavio Paz, no se permite la oportunidad de reventar las palabras, de pincharlas y hacerlas estallar. Aljibe es, por lo tanto, un libro de primera intención, accesible a aquellos que desean disfrutar poemas sencillos, de poca complicación conceptual y semántica.
Lo que le ruido se calla
Gabriela Botti, Aida Monteón, Rocío Olvera
Porque te niego existo y Tú me niegas
Qué le digo a la noche
Enciendo una Palabra
Augusto Medina Sandoval
De sol y niebla
Margarita Mendoza Palomar
Bajo la Voz del agua
Rosana Sapién
Ervey Castillo
María Cristina Ramírez
Compilación de nuevos poetas
Verbo Cirio II
Compilación de nuevos narradores
Alfredo Vega
La gota justa de agua
Verbo Cirio I
Inscripciones de abril Patricia Velasco
Esta casa que soy Zelene Bueno
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