La Voz de la Esfinge - número 14

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contenido Antecámara

Alejandría

Dos poemas Irving Layton versión de Julio César Aguilar 4

El taller de la escritura rabiosa Ulises Zarazúa 25

Dos poemas Theodore Roethke versión de Eduardo Zambrano 8 5 poetas en lenguas indígenas * Juan Álvarez Pérez * Armando Sánchez Gómez * Manuel Sántiz Gómez * Noel Morales de León * Antonio López Hernández versión de autor 12

Xavir Villaurrutia homenaje 34

Doble horizonte Dos poemas Estrella del Valle 26 Poesía joven de Puerto Rico * Mario Belaval * Ángel L. Matos * Awilda Castro * Nicole Cecilia Delgado 26 De Panamá... Salvador Medina Barahona 57


Cien puertas Ética y estética en la narrativa posmoderna Laura Zavala 43

Heliópolis Cien tus ojos Ángel Ortuño 43 Ediciones emergentes sugerencias 49 De la tradición oral a la palabra escrita David Flores Cardona 54 Prometea canta a la muerte Elizabeht Vivero 56 Claribalte Rafael Medina 60

Ilustraciones Juan José Medina

Revista de Literatura Año iii • Número 14 Segunda Época abril-junio de 2003 Directora Isabel Jazmín Ángeles Editor Antonio Marts Consejo Editorial Hilda Figueroa, David Flores, Rafael Medina, Brahiman Saganogo, Luis Martín Ulloa, Elizabeth Vivero

Juan José Medina Guadalajara, 1974 Pintor, escultor y cineasta. Egresado de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara y del Centro de Artes Audiovisuales. Obtuvo el primer lugar en la categoría de pintura en el Salón de Octubre en 1993. Primer lugar en el primer concurso de guiones Imcine. Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1997. Produjo y dirigió, junto con Rita Basulto el cortometraje El octavo día, la creación con el que obtuvo el Premio Coral en el Festival de Cine Latinoamericano de la Habana, Cuba y el Ariel al mejor cortometraje en 2001.

Consejo Honorario Luis Armenta Malpica, Carlos Maldonado León Plascencia Ñol Corresponsales chiapas Tanya de Fonz, Marco Fonz de Tanya colima Nadia Contreras cuernavaca Ricardo Venegas mérida Fernando de la Cruz tlaxcala Berenice Huerta Bazan, Jair Cortés xalapa Judith Santopietro Diseño Editorial Paraíso Perdido Imagen portada Juan José Medina Revista electrónica www.paraisoperdido.ws

Editorial Paraíso Perdido Correspondencia y colaboraciones Apartado Postal 39-37 c.p. 44171 Guadalajara, Jalisco, México. Teléfonos 36 13 07 01 / 35 63 01 07 Fax 35 63 01 07 correo electrónico: isabel_jazmin@hotmail.com, antonio_marts@hotmail.com

Esta revista cuenta con el apoyo de la Beca «Edmundo Valadés 2003»


Antecámara traducción

I take Anna everywhere I take my Anna everywhere. She is so beautiful she can break a man’s heart with a look, the proud thrust of her shoulder. She tells me she will die young. I tell her all beautiful women have the same premonition. Brevity is the stamp of beauty, sealing it in the mouths of men. I take my Anna everywhere. She has the unpitying gaze of a goddess. All the men who see her want to live their wrecked lives forever. •

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Irving Layton versión Julio César Aguilar

Llevo a Anna a todas partes Llevo a mi Anna a todas partes. Ella es tan hermosa que puede romper el corazón de un hombre con una mirada, el orgulloso ímpetu de su hombro. Me dice que morirá joven. Yo le digo que todas las mujeres hermosas tienen el mismo presentimiento. La brevedad es la impronta de la belleza, sellándola en la boca de los hombres. Llevo a mi Anna a todas partes. Tiene la mirada incompasiva de una diosa. Todos los hombres que la ven quieren vivir sus arruinadas vidas por siempre. •

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Lady Aurora My woman is still sleeping. Her face, the face of a goddess, is pressed against the white pillow. How long can I stand here wonderstruck at her beauty and filling my soul with her peace? So long as I can hear her breathing death will never touch my marrow. Joy gives me the courage to live forever. In her presence a troubled worm is changed into a tall man into a warrior who laughs at perils. Soon the dawn will touch leaf and grass, starting fires everywhere. When she opens her eyes I shall blaze more brightly than fern or bush. •

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Señora Aurora Mi mujer aún duerme. Su cara, el rostro de una diosa, se presiona contra la blanca almohada. ¿Cuánto tiempo puedo estar aquí de pie maravillado de su belleza y llenando mi alma con su paz? Mientras pueda oír su respiración la muerte nunca tocará mi médula. La dicha me da el valor de vivir por siempre. En su presencia un gusano preocupado se torna en un hombre alto en un guerrero que ríe por su riesgo. Pronto el alba rozará hoja y pasto provocando incendios en todas partes. Cuando ella abra sus ojos yo arderé más brillantemente que el helecho o el arbusto. •

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Theodore Roethke versiรณn Eduardo Zambrano

The waking

I wake to sleep, and take my waking slow. I feel my fate in what I cannot fear. I learn by going where I have to go. We think by feeling. What is there to know? I hear my being dance from ear to ear. I wake to sleep, and take my waking slow. Of those so close beside me, which are you? God bless the Ground! I shall walk softly there; And learn by going where I have to go. Light takes the Tree, but who can tell us how? The lowly worm climbs up a winding stair; I wake to sleep, and take my waking slow. Great Nature has another thing to do To you and me; so take the lively air, And, lovely, learn by going where to go. This shaking keeps me steady. I should know. What falls away is always. And is near. I wake to sleep, and take my waking slow. I learn by going where I have to go. โ ข 8


El despertar Despierto para dormir y tomo todo el tiempo en despertar. Presiento mi destino en aquello que no puedo temer. Sólo en el andar puedo saber dónde debo ir. Bajo cada sentido, pensar. ¿Qué hay ahí para conocer? Escucho a mi ser danzar de uno a otro oído. Despierto para dormir y tomo todo el tiempo en despertar. De esos tan cercanos a mí... ¿quién eres? ¡Celebremos al dios de estas tierras! Debo ahí pisar con suavidad y sólo en el andar puedo saber dónde debo ir. La luz se adentra en el árbol, pero... ¿quién puede decirnos cómo? La insignificancia del gusano sube por una enorme escalera de caracol; despierto para dormir y tomo todo el tiempo en despertar. Tú y yo... la Vida tiene aún otras cosas que disponer para nosotros; respira entonces la frescura de este aire y aprende, oh hermosa que sólo en el andar se puede saber hacia dónde ir. Este constante vacilar me mantiene en calma. Debería saberlo. Lo que ahora se despeña es el siempre. Y es allegado. Despierto para dormir y tomo todo el tiempo en despertar. Sólo en el andar puedo saber dónde debo ir. • 9


The manifestation

Many arrivals make us live: the tree becoming Green, a bird tipping the topmost bough, A seed pushing itself beyond itself, The mole making its way through darkest ground, The worm, intrepid scholar of the soil— Do these analogies perplex? A sky with clouds, The motion of the moon, and waves at play, A sea-wind pausing in a summer tree. What does what it should do needs nothing more. The body moves, though slowly, toward desire. We come to something without knowing why. •

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Presencias Tantas cosas que llegan para sentir la vida: el árbol que de pronto se vuelve verde, y el pájaro que ahora se balancea en la rama más alta. La semilla se empuja por sí misma, más allá de sí misma. El topo haciendo sus caminos en lo más oscuro de la tierra. Y el gusano, de los suelos sigue siendo el intrépido aprendiz. ¿Estas analogías confunden? Un cielo con nubes, el andar de la luna, y el oleaje haciendo su concierto. El viento del mar se demora ocioso en este árbol del verano. Lo que se debe hacer... no necesita nada más. El cuerpo se mueve, lentamente, hacia el deseo. Y llegamos a las cosas sin saber por qué. •

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5 poetas en lenguas indígenas

Jbe’eltik Jo’otik te sbe ik’ banti ya jik’ yuch’el ch’ulchan ya jmaliy xojobal nichimal k’op Jich’ bit’il pajal smalel k’aal ta sje’el sme’bael lekil p’ijilal ta sk’unul k’inal Ya jkak’ jilel bayel p’ijilal ta spasel xbe’en ya’wilal k’in ya xjul ta jbak’etaltik Ta muk’utesel k’ayoj jko’tantik bit’il slekil k’aal yaxal k’inal k’alal ya sujt’ te ts’inax kuxlejal •

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Juan Álvarez Pérez versión de autor

Nuestros pasos Somos cauce del viento donde suspiros beben cielos y esperan un lenguaje en versos luminosos La tarde sería un equilibrio considerable un abrir mentes urbanas e ilustres al impasible tiempo Retornar numerosa la inteligencia que fluye al construir música legendaria y llega a nuestros cuerpos Alentar de canto nuestros corazones como paisajes en estrofas del día para volver al instante de la vida. •

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Armando Sánchez Gómez versión de autor

Sakil xojobil u Xojobil sakil k’inal ajk’ubal te ue snojk’entalme te’eltik sok xajtle k’inal te k’alal wayalik snojk’entalme be’ja’etik sok yaxal sit yok ja’etik snok’entalme sakil xojobil ajk’bal te ja’ya swe’tes ta xojobil te ajk’ubal lum k’inal, te ue.

Sakil snok’entayel ajk’ubal ta ya’benal te wayem te’etike ta sikil xch’ul ajk’bal ta xojobtesel ta sk’anal sakal xojobil ak’ubal, te ue. •

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La tinta luna La noche plateada de luna, espejo de bosques y valles dormidos de arroyos y ríos de luz cristalina, son sombras nocturnas, reflejos de noche, que dan alimento a la tinta luna.

Tintas de sombras nocturnas, bajo el manto sagrado de la noche, las hojas de un árbol tranquilo, también reflejan, la luz brillante de la tinta luna. •

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Manuel Sántiz Gómez versión de autor

Haikús Ma’ bi ta ts’ikbel ta sle’at k’unul bak’et ach’emix usam Mayuk bi najk’al awutsilal awelaw ek’ ta mukel sit Ta jun tajimal ijk’ jok’et-tatnax ta wilel ta ba’ay sk’ab te’ Ta sk’anel yot’an ajk’nax te kuxlejal ta stilel xojob Jok’ atik nax k’anwanej winiketik ta sti’il muk’ul ja’ Jujun wilelnax ta sbujts’ yik’ nichimetik te pejp___’enetik • 16


Haikús Irresistible en alfombras de muslos húmedo tu sexo. Nada es oculto tu rostro es la belleza estrella en tus ojos. Por torbellino vuelas precipitada en la enramada. Por su gran amor la vida es tan instante un brillo de luz. Enracimados caballeros galantes en olas del mar. En pleno vuelo de flores aromáticas las mariposas. • 17


Noel Morales de León versión de autor

Qui’j Chjontia qui’j tun chetkoo aka’j aja chikoel tun chetkoo akaj j’a koxay aoyo j’a inkobet To jun be ne’q to ju cho’ch to te kulh nim to te awalj To te ja viajino toja ta i’s to te akuntl te chkalaj to te klax ja jion te sii toja ja chikoel Chjontia axix ja chetkoo te k’anal ja chetkoma te’q tidi incheoyom tok chunklal akaj ja inbet ao akaj kbee • 18


Día Gracias día por darnos nuevo amanecer por darnos nuevo horizonte donde iremos donde caminaremos En la vereda en la tierra en el monte en la cosecha En el viaje... en el trabajo del campo en la madrugada por la leña en el amanecer Gracias porque nos das luz nos das nuestra esperanza de vida nuevos pasos nuevos caminos • 19


Antonio López Hernández versión de autor

Jo’onkutik no’ox Ta jun la sob sk’ejimol ok’es la slikesunkutik Alak’sba vejo’ sk’opilaletik avej snuts batel ik’e Sakil totetik xcholsbaik la ta vinajel k’uxi animaetik Ti nichimal k’op taj ts’ibaj chi’uk ch’ich’ele sk’eoal ta vinajel P’ij chiayankutik ta ilinel ak’ubale: ja’ jo’onkutik • 20


Nosotros los indios Una maùana los cantos del cenzontle nos despertaron Arroyo hermoso las palabras de tu voz corren al viento Las nubes blancas se forman en el cielo como las almas Cuerpo del poema escribo con mi sangre cantos al cielo Y renacemos luz de la rabiosa noche: sí, somos indios • 21


de las traducciones Irving Layton Poeta. Nació en Rumania en 1912, pero vive en Canadá desde muy joven. Autor de cuarenta y cinco libros. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Obtuvo el Governor Generals Award, el premio más importante de Canadá, y fue nominado pare el Premio Nobel de Literatura. Julio César Aguilar Ciudad Guzmán, Jalisco, 1970. Está incluido en la antología La rosa escrita (Aldus, 1996) y ha publicado Brevescencias (1997), Nostalgia de no ser mar (1997) Mano abierta(1997) y El desierto del mundo (1998). Theodore Roethke Saginaw, Michigan, Estados Unidos (1908-1963). Open house (1941), es su primer libro, en 1953 recibe el premio Pulitzer con su poemario The waking. Su libro póstumo, The far field (1964) reúne cerca de cincuenta poemas que han quedado como una imprevista y emotiva despedida. Eduardo Zambrano Monterrey, Nuevo León, 1960. Tiene publicados los libros Del Coleccionista (Praxis/Dos Filos, 1988) Estrategias de la nostalgia, libro colectivo (Punto de Partida, unam, 1988), Aquí afuera (1997) y Reincidencias, que será editado este año.

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Juan Álvarez Pérez Pinabetal de Chilón. Chiapas, 1973. Actualmente es tallerista del Espacio Cultural Jaime Sabines y becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Coautor del libro bilingüe Del caos a la palabra. Armando Sánchez Gómez Chaonil, Oxchuc, Chiapas, 1965. Autor entre otros de los libros Fundaciones y rezos y Voces de la Naturaleza. Coautor de los libros Voces de la Selva, Canto desde el corazón de la naturaleza y Del caos a la palabra. Manuel Sántiz Gómez Chaonil, Oxchuc, Chiapas, 1976. Coautor de los libros bilingües Voces de la Selva y Del caos a la palabra. Noel Morales de León Escritor mam de la sierra madre de chiapas y locutor de radio en Margaritas, Chiapas Antonio López Hernández Florida, Huitiupan, Chiapas, 1970. De los 5 poetas en lenguas indígenas Estos poemas fueron tomados del libro Yantikxanix sbonil balumilal, Los distintos colores de la Tierra editado por el Instituto Mexicano de la Juventud, el espacio cultural Jaime Sabines, la unemaz, a.c., la Asociacion de Escritores en Lenguas Indígenas, a.c. y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes dentro de su programa pacmyc del área de Culturas Populares e Indígenas.



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narrativa

AlejandrĂ­a


El taller de la escritura rabiosa Ulises Zarazúa

A

dolfo y yo estábamos hartos de los convencionalismos; sobre todo aquellos que habitaban el mundillo literario que nos rodeaba. Nuestro ir y venir por varios talleres de narrativa, donde más que montarse en la ola de la escritura se enseñaba a perecer ahogados en las corrientes literarias de moda, nos había convencido de buscar una nueva respuesta a nuestras inquietudes, hablo de las que aguijonean el espíritu rebelde de todo escritor novel.

El colmo fue el último taller, el que tomamos con Eulalio Paredes. Aunque nuestra in-satisfacción –la mía y la de Adolfo– se venía cocinando desde otros cursos, fue con Eulalio que alcanzó a madurar como la llaga purulenta y he-dionda que era. Si con otros maestros el ansia de imposición del estilo personal se colaba de cuando en cuando, como una

serpiente que a veces mordía y otras parecía contenerse, con Eulalio el deseo de control sobre «sus discípulos» se volvió algo brutal, un impulso vicioso que devoraba sin regresar nada a cambio. Lo peor fue que algunos compañeros sucumbieron a ese canto de sirena y, mansamente, como quien se desconecta de su voluntad, se dedicaron a imitar con descaro el estilo de Paredes

con el imbécil pretexto de que seguir los pasos de un escritor exitoso, garantizaba el camino hacia la fama. Por todo ello decidimos sa-lirnos y prescindir para siempre de odiosos gurús literarios. Adiós a los ejercicios de escritura creativa, no más cuentos armados bajo el cobijo de alguna sinfonía europea o después de una sesión de sudoroso jogging a campo 25


traviesa para «soltar la pluma y conectarse con el yo profundo»; y sobre todo, hasta nunca a la escritura abstracta, al ejercicio narrativo desligado de la experiencia directa, a la frase fingida y falsa. Para sandeces e hipocresía bastaba el mundo real; era innecesario que también la literatura aportara un grano de estulticia a esa montaña de excremento que cada vez crecía más. Fue así como Adolfo y yo formamos nuestro propio taller de práctica escritural. Al principio no sabíamos cómo sacar adelante la empresa sin caer en los gastados clichés de siempre. Era difícil no imitar el modelo maestro-alumno o errar los pasos en la creencia de que el mundo se divide entre los que saben más y los ignorantes de tiempo completo. Incluso, fue doloroso sacudirse la convicción de que la lectura de las plumas consagradas («Imposible escribir si antes no se es un gran lector») ayuda a encontrar el propio estilo; o cuando menos, a conocer el de los maestros. Nada más falso y pretencioso. Todo ello lo discutimos Adolfo y yo durante interminables noches metidos en los cafés que inundan el centro de la ciudad, sobre Avenida Miranda; esos cafés que siempre he considerado como los nodos de una gigantesca columna vertebral que, sorbo a sorbo y cigarro tras cigarro, palpitan con una inmensa energía nerviosa, la misma que nos hizo ver lo que antes era mera sospecha. Y creo que fueron los cafés y su disposición vertebral quien nos ayudó, pues una de tantas noches,

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frente a la espuma de un capuchino y ante una partida de ajedrez que no iba a ninguna parte, escuchamos que un pa-rroquiano de la mesa de junto mencionaba como de pasada que la literatura del país estaba sedienta de sangre nueva, que los grandes maestros habían agotado esquemas literarios y ya era hora de una auténtica revolución tanto en los temas como en el tratamiento. Que urgía –recuerdo que lo dijo entornando los ojos, con la furia contenida de los profetas– algún valiente que desafiara toda la preceptiva en la poética y la prosa y diera vuelta, por fin, a la insufrible página donde se habían estancado las letras nacionales. Tanto Adolfo como yo nos quedamos de una pieza. La torre que estaba a punto de mover hacia su alfil quedó presa entre mis dedos por un instante que pareció expandirse fuera del tiempo conocido. Era increíble que los escritores con los que habíamos tallereado cientos de páginas, aquellos idiotas que creían dominar la palabra y sus artificios hubieran sido incapaces de transmitirnos las claves precisas, la revelación última que ese desconocido nos brindó disfrazada de casualidad. El tipo, después de soltar la bomba,


abordó temas banales, como queriendo borrar el rastro de sus frases anteriores y, enseguida, se fue del café junto con su acompañante dejándonos en una completa estupefacción. La torre seguía pendiente de mi mano sudorosa, la partida se había detenido como si los dos pequeños ejércitos de ónix hubieran quedado prendidos con alfileres durante la batalla decisiva, ajenos e ignorantes del tiempo que los envolvía sin rozarlos siquiera. Cualquier movimiento hubiera interrumpido la absorción de aquella sabiduría, vertida sin querer; como si las palabras del sujeto anónimo continuaran montadas en las volutas del humo de cigarro que atosigaba el sitio, en espera de que alguien las recibiera y por fin se solidificaran, por fin se hicieran uno con alguien más. Cuando estuvimos seguros que el mensaje había llegado a sus únicos destinatarios posibles, moví la torre y ésta, como si hubiera transcurrido sólo un parpadeo, acometió iracunda al alfil de mi amigo. Nos miramos a los ojos y supimos que una nueva y terrible hermandad nos ligaba para siempre. Dimos vuelta a la página. Por unos días dejamos de asistir a los cafés del centro. La espuma del capuchino podía esperar. Durante las tardes nos reuníamos en casa de Adolfo o la mía, para traducir las frases del oscuro profeta. Intuíamos que tanto él como nosotros no éramos sino simples instrumentos de una fuerza mayor, viles herramientas que esa energía más allá de nuestra terrenal comprensión, movía a su antojo con fines que permanecían ocultos, al menos hasta

entonces. Por lo pronto, de las frases del hombre del café, decidimos tomar lo literal por literal y lo figurado como figurado. Estábamos hartos de la odiosa pretensión, por aquellos días muy difundida entre los escritores, de encontrarle un significado subterráneo a todas las palabras. Fue así que recurrimos al ejercicio. Usando plumones rojos escribimos las sentencias del profeta en pliegos de cartulina blanca. El color sangre sobre el papel confería un carácter furioso a cada término. Contemplando las frases prendidas ansiosamente de las cartulinas, Adolfo fue por unas tijeras y recortó palabra por palabra, posándolas en el piso dentro de su oración original. Entonces, ante el odio contenido en todas las máximas, el sujeto de cada oración, con el sustantivo en guardia, comenzó a fustigar al predicado hasta que los verbos tuvieron que responder airados armándose una revuelta en la que los enunciados se descomponían y recomponían formando nuevas oraciones, que a su vez se mordían entre sí para arrojar siempre el mismo saldo de significados. Adolfo y yo comprendimos, el rostro iluminado, las manos expectantes, que aquellas palabras escritas y recombinadas mil veces, no eran sino el mismo llamado a la acción y sobre todo una idéntica exigencia alejada de los retruécanos de la metáfora y la alegoría; una única, desesperada petición que surgía de aquellos vocablos, estuvieran ordenados de una u otra forma. Y comenzamos. Lejos de Avenida Miranda y su rosario de cafés palpitantes, manejamos hacia el poniente

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hasta llegar a Boulevard Periférico, famoso por su congestionamiento de bares y discotecas que florecen apenas se oculta el día. Adolfo había conseguido las gotas, escondidas con habilidad de prestidigitador entre las bolsas de su chaqueta y yo disponía la franela y el frasco con formol en la guantera del Focus. Dejando el auto a merced del valet parking, nos dirigimos con paso seguro, simulando ser clientes habituales, hacia la discoteca de neón más chillante. Dentro, la insoportable música y la imposibilidad de caminar a nuestras anchas, nos recluyó en un oscuro asiento del fondo. Sin embargo, ahí tuvimos una excelente panorámica desde la que pudimos elegir a las víctimas de la noche. Un intercambio de miradas lascivas, algunos brincoteos en la pista y dos tragos ofrecidos en la barra, acercaron a Paola y Carla hasta nuestro lugar. Adolfo condujo la operación y no fue difícil, considerando la destreza de sus dedos, verter unas gotas de somnífero en las bebidas de nuestras invitadas. Antes de que el efecto fuera total, las subimos al Focus y, saliendo por Boulevard Periférico, nos dirigimos a la granja que mi familia mantiene abandonada en las afueras de la ciudad. Durante el trayecto, si alguna intentaba despertar, el frasco de formol hacía lo suyo. Miraba esos cuerpos jóvenes y tersos y las frases del hombre aquél volvían a resonar en mi cráneo, como si temieran algún titubeo de mi parte. Cuando llegamos, los arneses ya esperaban. Bajamos los cuerpos colocándolos en unas

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estructuras metálicas parecidas a asientos inquisitoriales. El formol aún obraba el milagro y no fue difícil atar muñecas y tobillos a los soportes cóncavos. Fijamos las cabezas en el respaldo y los dedos de Adolfo ataron paliacates a los ojos de las mujeres. Las despertamos con agua fría. El primero en escribir fui yo. Me coloqué en el escritorio que desde días antes habíamos dispuesto para la ocasión y esperé a que Adolfo se inflamara con las palabras del vaticinador que, en su cabeza, con toda seguridad seguían reacomodándose y escupiendo el mismo significado una y otra vez. Cuando su mirada estaba inyectada de rojo ira supe que comenzaría la función. Entonces, envuelto en los chillidos de las mujeres, Adolfo rasgó la ropa de Carla y Paola, cuidando de no arrancarles el paliacate, y comenzó a morderlas hasta la sangre, a escupirlas y a golpearlas para que se callaran. Ante la escena, mis ojos también enrojecieron pero mi mano resbaló sin obstáculos llenando frenéticamente hojas y más hojas con una escritura rabiosa que poco tenía que ver conmigo y con todo lo que hasta entonces había realizado en los inútiles talleres literarios. Más que tomar la pluma, la blandía como si fuera un arma y con ella atacaba las hojas que, heridas, huían una por una logrando zafarse del suplicio de mis acometidas. Ahora lo sé, pero entonces era incapaz de comprender que lo que escribía al calor de aquellos gritos, arrancados por la saña de Adolfo, estaba emparentado con la escritura original, con el lenguaje pre-adánico,


incluso con aquellos burdos trazos rupestres que alguna vez intentaron atrapar, bajo tinturas vegetales, al bisonte que embestía ciego y bestial a los hombres. Con la rabia vuelta escritura, igual que cuando sostenía imperturbable la torre de ajedrez, lograba eliminar el tiempo, volverlo una dimensión prescindible. De un plumazo, podía borrar milenios de historia humana y recuperar los pretéritos rayones que los homínidos alguna vez dibujaron en cavernas, ajenos a toda noción de ego. Con una prisa por abandonar el fardo de la humanidad civilizada, mi escritura dejó el terreno de las letras y los símbolos occidentales, y se sumergió, atravesando el alfabeto cuneiforme y los ideogramas, en el campo de las marcas irregulares, la zona de los tintazos deformes y agresivos hasta llegar a las huellas de garras animales sobre inermes presas. De la manera en que mis trazos violentos se ubicaban más allá del tiempo, igual pasé sin solución de continuidad al papel de torturador. Mis zarpas bestiales ya no imprimían sus huellas en hojas de papel ni destrozaban gacelas entregadas a su destino: me vi arañando el cuello de Paola mientras la penetraba colérico y la hacía estremecerse en medio de espasmos y resistencias inútiles. Ahora Adolfo contemplaba la función

garabateando nerviosamente sobre las hojas que, desparramadas sobre el escritorio, acogían nuevas manchas primigenias. Ya no blandía la pluma, pero mi miembro se había trocado en una nueva arma que, a su manera, igual chorreaba tinta plasmando más trazos brutales, pinturas rupestres arrojadas sin piedad sobre otras cavernas. La sesión continuó por horas y Adolfo y yo intercambiamos de lugar varias veces, acaso sin darnos cuenta de ello, como si montados en un anillo de Moebius, nuestras posiciones, aparentemente distintas, yacieran sobre la misma cara de la moneda. Al terminar, nos dimos cuenta que habíamos escri-traza-rasgado probablemente las mejores páginas de la historia de la literatura. Manteniendo a raya la presunción, que ya se asomaba por entre la piel, liberamos a Paola y Carla de los arneses,

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llevándolas a la cajuela del Focus. Cuando las dejamos al pie de una colonia marginal, el desmayo comenzaba a esfumarse y algunos quejidos huían de sus bocas. Nos fuimos. A partir de entonces, Adolfo y yo empezamos a frecuentar los bares y discotecas de Boulevard Periférico, como mínimo una vez por semana. Aunque preferíamos las mujeres, no despreciábamos a los hombres en el entendido de que la escritura rabiosa es anterior a los sexos y cualquier cuerpo palpitante es útil en el objetivo de acceder a los primeros tintazos. Igual daba rasguñar unos pezones de hembra y contemplar la sangre que manaba jubilosa, que penetrar a un varón de piel velluda para obtener la única tinta capaz de expresar ese lenguaje perdido en la desmemoria. De esa manera, había veces que Adolfo y yo salíamos del bar con dos mujeres

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o dos hombres, con dama y varón y hasta con una sola víctima, fuese del sexo que fuera. Fieles, el cloroformo y el Focus actuaban cuando se les pedía y, ya en la granja de mi familia, continuábamos compilando páginas y páginas de aquel arte arrebatado al tiempo. Una de tantas noches, mientras convencíamos a una turista extranjera de dar un paseo en mi vehículo y mostrarle los misterios de la ciudad nocturna, Adolfo se encontró a un viejo conocido. Desde que Adolfo habló a su amigo en el oído y éste soltara una risilla nerviosa, comencé a desconfiar. Cuando sosteníamos a la mujer, llevándola hacia el auto, mi compañero silbó y de entre los carros estacionados saltó su amigo, dispuesto a ayudarnos a subir a la turista en el asiento posterior. Ante mi reclamo, Adolfo se limitó a explicar que el tipo participaría en la sesión de escritura rabiosa de manera activa y que no me preocupara. Me tragué la desconfianza y enfilamos hacia la granja. Debo admitir que Bruno –así se llamaba el conocido de Adolfo– fue un grandioso trazador de manchas bestiales, y que si al principio me sentí molesto y hasta celoso, pues yo pensaba que el descubrimiento nos pertenecía sólo a Adolfo y a mí, la integración de Bruno trajo variedad al equipo. Pronto descubrimos, además de su talento,


otras ventajas para nosotros: mientras él rasgaba a un efebo crucificado, Adolfo y yo garrapateábamos a dos manos sobre grandes pliegos de cartulina, entablando diálogos y réplicas, insultos y alabanzas y una serie de formas gráficas que no eran posibles con la escritura en solitario. Ello nos convenció (sobre todo a mí, he de admitirlo) de incluir a más miembros en el taller. Al principio éramos pocos y las posibilidades combinatorias arrojaban resultados originales, aunque todavía dentro de los pronósticos. Después el número de miembros creció y pronto se hicieron imprescindibles un conjunto de reglas, aplicables tanto a la cacería de víctimas, al uso de los cuartos de la casona en la granja como al depósito de los cuerpos heridos en las afueras de la ciudad. Pero todo ello fue poco si lo comparamos con lo que ganó el taller: las técnicas grupales se refinaron, la experimentación produjo resultados nunca antes previstos y los límites humanos fueron llevados al máximo hasta convertirnos en una especie de horda de salvajes horadando pieles y hojas blancas como dos advocaciones de la misma deidad. Semen y sangre se mezclaron con la tinta que utilizábamos y la mixtura así obtenida era capaz de los trazos más violentos y básicos jamás soñados. Al parecer habíamos dado por fin con aquella lengua que una vez desafió al mismísimo Dios y que desató su cólera, aquel idioma que permitía comunicarse incluso con bestias y plantas. Mas, sabiendo que de expulsiones y traición está hecha la historia

humana, era de esperarse que aparecieran en el taller los primeros signos que llevarían a un cisma y, tiempo después, a una total desbandada. A fin de cuentas, la felicidad es siempre un estado episódico. Se descubrió que algunos miembros gozaban más la fase de horadación de cuerpos que el reverso escritural, e incluso había quien rechazaba enfrentarse a las hojas de papel, con tal de seguir sacudiendo a una de las víctimas. Se aplicó el reglamento y comenzaron las expulsiones. Pero ahí no quedó la cosa. Pronto se desarrollaron formas sutiles de hipocresía que permitían fingir un goce equiparable a la escritura rabiosa mientras se violaba a una mujer. Como respuesta, y agregando más artículos, apartados e incisos al reglamento que a esas alturas ya era obsoleto, se aprendió a detectar la mirada farisaica de los mentirosos para, juicio público mediante, expulsarlos de la granja. Pasado un tiempo, nos enteramos que los lanzados habían formado un nuevo taller de características inferiores al original y que el trazo de sus arrebatos no lograba ir más allá de la escritura ideográfica. El tiempo pasó –éste sí con todo el peso de las horas, minutos y segundos– y entre las continuas expulsiones y el ala cismática, casualmente dirigida por Bruno, pronto el taller quedó reducido a sus dos miembros iniciales. Entonces, una noche en que Adolfo y yo acomodábamos en el Focus el cuerpo desmayado de una adolescente de busto enorme, observé en la mirada de mi amigo el

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inequívoco brillo lujurioso que desprecia a la escritura. Lleno de tristeza, congelé ese instante, en un vano intento por hacerlo desaparecer. Al fin Adolfo había sucumbido por contagio, imitación o yo que sé, al último de los convencionalismos que nos había atacado. Estaba yo solo frente a la humanidad, cargando el deber que las palabras de un lejano profeta, desgranadas y vueltas a unir, me habían ungido en otra época. Por eso lo hice. Le pedí a Adolfo que depositara él solo a la adolescente entre unos botes de basura, pretextando dolor en los hombros. Cuando mi amigo regresaba tuve que encender el Focus y, pisando el acelerador hasta el fondo, lo arrollé. Una, otra y otra vez. Perdí la cuenta. Apenas logro recordar que el auto iba y venía sobre un bulto que, gradualmente, disminuía en altura, volumen, importancia. Era como si el vehículo, harto de la contemplación estéril, hubiera decidido ejercer la parte de la escritura rabiosa que le correspondía y quisiera fijar a Adolfo, cual mancha sanguinolenta, sobre Ulises Zarazúa Guadalajara, 1968. Ha publicado Úrsula y otras fabulaciones (Ayuntamiento de Guadalajara, 1999) y Baños de Pureza (Universidad de Guadalajara, 2002). Ha sido becario del fonca y actualmente es becario del feca Jalisco. Ha publicado en las revistas Tierra Adentro, Finisterre, La Rueda y Última. En 2002 ganó el Primer Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola y en 2003 fue finalista, con el cuento que se publica aquí, del 2o Concurso Nacional de Cuento Ramón Rubín.

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el sucio concreto de esa calle. Al final, había una especie de tapete macabro que alguna vez habló y fue capaz de soñar un arte distinto y rebelde. Me bajé del auto, desprendí del cemento –no sin cierta dificultad– esa alfombra que conservaba la expresión maligna de Adolfo y la deposité en la cajuela. Por fin lo había arrancado del tiempo. Ahora he vuelto al eje de nervaduras que forman los cafés de Avenida Miranda. De nuevo la espuma de un capuchino me espera cada tarde. Ya no escribo, ni siquiera de manera convencional y evito a toda costa circular por Boulevard Periférico y, sobre todo, conducir cerca de la granja de mi familia. Prefiero, en cambio, repasar mis jugadas en el tablero. No pierdo la esperanza de comprender algún día el jaque mate que Adolfo me obligó a tenderle. Quizá cuando llegue ese momento, al igual que él, permaneceré suspendido con alfileres de un mundo sin horas, vacío de tiempo, en las volutas del humo que justo ahora me rodean sin apenas tocarme. •


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fotografĂ­a: archivo lola ĂĄlvarez bravo (1942).


La voz ante el espejo Xavier Villaurrutia [1903-1950] Leer a Villaurrutia es ser testigo de sus juegos angustiosos ante el espejo, de su lucha por encontrar la divinidad en objetos fantasmales. Es invocar estatuas de sal de la misma manera en que se ama y se añora el cuerpo ajeno. De Villaurrutia nos queda, más que la soledad asible una epidermis fría, unos pasos áridos: la poesía que nos recuerda no estar mutilados del corazón. Nosotros, autores de diferentes edades, géneros literarios y lugares de residencia, le rendimos un homenaje por sus cien años de nacimiento; porque es no sólo nostalgia, sino también el sueño, la angustia, la noche, el silencio, la soledad. En este divertimento que no pretende ser un análisis profundo de su obra, sino un acercamiento personal a su poesía, hablamos del poeta como uno de los tantos espejos en los que nos vemos reflejados. • Las viñetas que se reproducen en este homenaje fueron tomadas del libro Xavier Villaurrutia en persona y en obra. editado en México por el Fondo de Cultura Económica.

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Villaurrutia poeta Guadalupe Ángeles

En el taller de Ricardo Yáñez hice un ejercicio: Aprendí de memoria el Nocturno de los ángeles de Xavier Villaurrutia, y en el foro, en semioscuridad hice los movimientos que nacían de la música de aquel poema, sentí el aire salado del mar, la piel suave de los ángeles que vinieron a rendir su frente en los muslos de las mujeres y vi, entrecerrando los ojos, el azul oscuro del océano, del que iban naciendo ángeles dispuestos a recordar las nubes

entre sábanas de hoteles, donde habrían de expresar las voces con que los seres humanos describen su deseo. Yo era en esos instantes sólo un cuerpo, donde el mar y la noche, las miradas, la sed, estaban diciendo un poema, solo lugar donde un ángel puede llamarse Dick, y ofrecer, en sus movimientos, la gracia de encarnar al deseo. Mis brazos y piernas no eran míos, eran de la noche donde ojos cerrados, frente

y rodillas, muslos, gestos, cabello, manos, se acoplaban, para que mis hermanos poetas recordaran, al mirarme, que la poesía puede tomar un cuerpo, y sin que se le llame danza, en ese estado de gracia, se manifiesta lo que una vez un hombre (en lo profundo de una noche a solas, o después de penetrar al corazón del misterio de la voluptuosidad humana), concibió para que no muriera su deseo, su certeza de que la delicia revalora el sentido de estar vivo.

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Contraofrenda floral para una estatua Luis Armenta Malpica

Xavier Villaurrutia, con la serie de imágenes que forman el Nocturno de los ángeles, dio a luz, de esa única e irrepetible manera, un documento (como habríamos de llamarlo si fuésemos sociólogos) en el cual las sensaciones del deseo se vierten en exactas palabras. Si hoy viviera, Villaurrutia tendría cien años, no necesitó vivir la centuria para llamarse poeta, cumplió, así sólo hubiese escrito este poema, con su tarea ¿no es acaso, única tarea del poeta hacer lo que él hizo con el Nocturno de los ángeles? • 38

Cuando muchos poetas han cambiado los pisos de su casa por material ligero, hay un mármol, una estatua de sombra que acumula cien años en su fecunda veta: Xavier Villaurrutia, el poeta exquisito de los Contemporáneos. Raíces del asombro, nervaduras de los deseos nocturnos son elegantes culpas que toma entre sus manos para depositarlas en los hombres, en los hombres (insisto), como un semen despojado de carne por los sueños erguidos. Convidado de piedra en el siglo xxi, qué le habrán de pedir los donjuanes sin sexo, los poetas de los libros cerrados y la mirada en blanco. Por cuál flecha seguirlo, si todos son ballestas y al cielo se le apuntan las múltiples derrotas. Porque ya la poesía no es asunto de amor, sino de duda: de grietas y reveses por la pared sin techo de una alta catedral filigranada; poesía de agua sin

cauce, bajo los tantos párpados que tiene la amistad para hacerse de un eco en las instituciones y entre los conjurados. Qué les habría de dar un poeta que era también su espejo: adorable y canalla en la misma visión de la estantigua que formaban sus trazos: fríos, inteligentes, mordaces con el débil y apocados ante la gracia de un siglo que surcaba el poeta en su nave de poeta, sin permitir que el mundo (la tierra, más bien dicha) se dijera en sus otras palabras cotidianas. Así no hay diálogo posible. Que la estatua cumpla su centenaria rigidez con las flores de aquellos que no sufrieron mella con sus libros, las enormes coronas de quienes no han leído a Gorostiza desde su piel sitiados y las palabras vanas de las autoridades. Que se mantenga en pie junto a las tumbas que la vieron llegar en su pose de estatua. Una paloma se posará en su mano como un sueño. Si no hay Contemporáneos en la casa sin tiempo de la nueva poesía, no es culpa de las aves. •


Huellas en la nieve Jorge Esquinca

Podría pensarse que Xavier Villaurrutia escogió morir una fría noche de diciembre —a solas, en su habitación— como un acto de íntima coherencia con su poesía. Casi todos sus poemas, en la vida de este hombre inteligente y discreto, parecen conducir hacia ese momento en que, de manera ineluctable, «la muerte toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene». Recuerdo, ahora que escribo estas líneas, las manos delicadas, casi femeninas de Xavier Villaurrutia, cruzadas e inmóviles en sus fotografías, como una suerte de palomas que anticiparan el luto blanco, la silenciosa asepsia de la nieve que cae con mansedumbre o duerme un sueño sin tiempo en algunos de sus nocturnos... Y me veo leyéndolo absorto, primero en la breve selección que Octavio Paz preparó para la serie Material de lectura a mediados de los años setenta,

y luego, poco después, en las ediciones originales que conservaba Elías Nandino en su biblioteca. De esas lecturas queda, me parece, una impronta bastante perceptible en mi primer libro, La noche en blanco, que comencé a escribir en 1980 y publiqué tres años después. No la oculté entonces y la reconozco ahora. Aunque como un reflejo un tanto deslavado de sus modelos ejemplares, hay en mis versos de aquellos años, atmósferas, cierto andamiaje y un tono que hacen pensar en Nostalgia de la muerte. Un libro en el que Villaurrutia ensaya los plenos poderes de su madurez como poeta y cuya nocturna luz y secreta pasión se me imponían, a mis veintitrés años, con una fuerza extraña. Era imposible no intentarlo —y quizá,

precisamente, porque era imposible intentarlo. •

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Muda telegrafía a la que nadie responde. Breve homenaje a Xavier Villaurrutia Nadia Contreras

Sucedió en algún tiempo, quizá hace años, hace siglos, en que mi primer acercamiento a la poesía, fue a través de Amado Nervo. A nombre de la directora de la entonces secundaria, me llamaron para declamar uno de sus poemas en el festival cultural. Entonces aprendí y aprehendí aquellos versos que dicen: «Muy cerca de mi ocaso yo te bendigo, vida, /porque nunca me diste ni esperanza fallida /ni trabajos injustos, ni pena inmerecida. /Porque veo al final de mi largo camino / que fui yo el arquitecto de mi propio destino». No recuerdo si al final fui partícipe o no, pero sí del inicio en la búsqueda de mis autores. Después de leer casi toda la obra de Nervo, seguí con Ramón López Velarde, José Gorostiza y Xavier 40

Villaurrutia. Recuerdo ahora el reclamo por mi falta de conocimiento sobre los autores universales como T.S. Eliot, Novalis, Keats, Whitman, Pessoa, Rilke; incluso Quevedo, Góngora, entre otros. Sin embargo, mis lecturas eran de poetas mexicanos que sin duda marcaron los caminos de la literatura actual. En el caso de Xavier Villaurrutia, a diferencia de Nervo, era otra manera de mirar al mundo en esa soledad sin palabras de la que habla el poeta y ese «querer tocar el grito y sólo hallar

el eco, /querer asir el eco y encontrarme con el muro /y correr hacia el muro y tocar un espejo. No sé exactamente qué pasó después, conmigo dentro, si era otro el destino o en realidad hay un ser supremo que dicta leyes y las modifica, olvidándonos muchas veces. Yo también, como Villaurrutia quería hablar de la rosa; «la rosa encarnada de la boca, / la rosa que habla despierta / como si estuviera dormida»; pero a mi paisaje de la infancia lo cubrió la sombra de la duda, las fechas que no corresponden, la adolescencia sin fiestas y vestidos cortos. Sé que después ya no fui aquella niña de los versos de Nervo, ni la que leyó que «amar es una angustia, una pregunta, /una suspensa y luminosa duda», sino otra cada día más triste y que se deja, de vez en cuando, caer hasta el fondo. No obstante, a la par con mis lecturas, la poesía se hizo presente y aquellos versos sobre las paredes, los cuadernos, la gran ventana de los sueños que


abro cuando mi jardín se ha llenado de violetas. Hoy la historia es otra. A veces, hay muchas voces dentro, mucha inquietud en las mujeres que soy. Vienen las imágenes rebelándose o revelándome, chocando contra las puertas de mis laberintos. Entonces vuelvo a mis primeras lecturas, a esos libros que conservo más próximos a mis manos, a la luz de los ojos. Vuelvo a sentir, entonces, cada poema de Nervo, Gorostiza; de Villaurrutia aquel Nocturno que nadie oye: «en el pulso de mis sienes /muda telegrafía a la que nadie responde /porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse». •

Xavier Villaurrutia, o el corazón erizado de sombras Arturo Suárez

En el primer nocturno de Nostalgia de la muerte, calcinado por un gélido mar y ahogado enmedio del fuego, Xavier Villaurrutia supera las poéticas contradicciones epigráficas de Michael Drayton: todo: la noche, la sombra, el silencio, el deseo, el sueño… la oscuridad del trazo, goce descubridor, imperfección acusadora… la inevitable y sorda fantasmal presencia, espontánea boca en las pausas de la flama, tímpano del río, lejanía de una huella extraviada… serenidad que ahuyenta esencias, vapor de pasión, feracidad del humus, nuestra ropa de vida en el olor de ausencia… el fino roce en el cutáneo espacio, epidermis a la que aspira un afán secreto, gusto del fluido pensado que se extraña… y la íntegra dejadez físicamente

transformada, la abertura del líquido rojo, el dentro escultórico, la audacia de la medición… todo va rumbo a las extremidades del bosque personal, tras el íntimo afecto, en pos de los sentidos… está en las cuencas vacías, se extingue en un rictus de frialdad. •

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La Muerte siempre la muerte... ...ese ahora sin antes ni después que llamamos muerte... Octavio Paz Hilda Figueroa

Seguir las huellas de Villaurrutia es un andar pasos de muerte. Presencia indiscutible en sus poemas, es la muerte una permanente asechanza tras los muros de letra, como una constante esencial, insignia, título o rúbrica. Cuerpo fantasmal que deambula por gran cantidad de textos, y que, transfiguraciones de por medio, bien puede salimos al encuentro con la frente altiva, explícita y convocada por Xavier, para tomamos de la mano e iniciar con ella el descenso espiral por las circunvoluciones metafóricas, hasta el fondo del pozo que la contiene en esencia, enredada entre ramajes de palabras, que son conjuro que detenga su poder y a la vez prolongue el estatus creativo. Pero otras veces, su fascinación 42

por la muerte, llevará al poeta a esconder su secreto como semilla entre la carne de un fruto, y así, cada palabra de un texto será la oportunidad del lector de ir poco a poco desprendiendo velos, en un reto lúdico; ir desnudando su verdad; y en las veredas del poema, retirar por propia mano, también una a una sus máscaras, para degustar al final, en el encuentro, la hiel de su presencia. Mas a veces, la muerte tiene cuerpo ondulante y sensual, invitación al placer puro y desinhibido, de goce pleno multisensorial, cuyo enigma nos envuelve en su misterio delicado y horrendo, que termina por erizar la piel del momento y cautivarnos. Frecuentemente, la muerte toma forma de invocación amorosa, que por una profunda metamorfosis, pasa de rito oratorio a personificación de una presencia a la que se teme, pero se anhela, y que no es posible relegar por imperiosa, y

porque es constituyente de una melancolía que se lleva en los huesos y es gatillo que propulsa el deseo de la escritura. La sombra de la muerte está presente también como espejo para mirarse, mientras se dispara en la cabeza del lector, la imagen del propio final, y las consideraciones personales sobre un misterio difícil de abordar, imposible de entender, reflexión universal que reverbera en Villaurrutia para ser resignificada: «muero, luego existo». Y ante esa frase, como ante otras de talante similar, la cordura se estremece y la paz interior titubea, porque en la profundidad del pensamiento todo toca y nada deja igual. Su fascinación por la muerte es contagiosa. Terminamos cautivos en redes de palabras que maliciosamente tiende y abrazados al espíritu de sus poemas, que no es otro que la muerte misma. ¿Fragmento de eternidad para degustar? •


Cuatro sobre Villaurrutia Ricardo Venegas

1. «El hombre, cuando sueña, es un dios, al despertar, un miserable», nos dice Novalis, poeta leído por Villaurrutia; éste a su vez nos muestra los múltiples sentidos de un reflejo. Su calambur manido por declamadores que todo lo convierten en prosa dice: Y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura y mi voz que madura 2. El espejo es elemento primordial en este poeta, el ángulo que interpreta. Incursiona en sí mismo, en un cerrar de ojos. El viaje es aquello en lo que, parafraseando a André Gide (uno de los autores de cabecera del «grupo de forajidos»), «uno corre el riesgo de encontrarse». 3. La poesía de Villaurrutia fue considerada como una flor

de invernadero, Pellicer la del trópico: «para qué me diste las manos llenas de color/ todo lo que yo toque se llenará de sol». En ambos hay elementos de distinta naturaleza. El primero reúne a la noche como tablero de ajedrez: «soñar, soñar la noche, la calle, la escalera/ y el grito de la estatua desdoblando la esquina». El segundo convoca luminoso el día: «Chispean luz y música. La gula obesa ríe./ Las perlas forman círculos en cuellos de alabastro». Curiosa cita de contrarios en la nave de su siglo.

conduce a la muerte») de Villaurrutia. Se trata de una clara cita a la obra clásica La Divina comedia de Dante Alighieri; los personajes Paulo y Francesca emergen en el idilio inasequible. Paolo dice a Francesca «el amor nos condujo a la muerte». •

4. Contemporáneos o el «grupo de soledades», como después lo llamó Villaurrutia, se caracterizó por sus perspectivas. En ellos es obvia la lectura de obras importantes; un ejemplo de ello es el poema titulado «Amor condusse noi ad una morte» («El amor 43


«¡No me despiertes!» Brevísimo homenaje a Villaurrutia Jorge Orendáin

Desde mi primer acercamiento a Nostalgia de la muerte, reconocí en Xavier Villaurrutia a un poeta que hablaba en voz baja, con un lenguaje escaso y certero (concentrada como un diamante, dijo Paz), que hacía interactuar a las palabras (las hacía divertir) y que mezclaba con maestría la inteligencia y la sensualidad. Siempre creí que su obra giraba en torno a la muerte (sus nocturnos no dejan mentir), pero don Alí Chumacero (uno de sus mejores seguidores) me sacó de dicho prejuicio al decir que en su obra la muerte forma parte del símbolo de la vida, por lo que sus otros temas (sueños, angustia, noche, silencio, soledad, sombras, Dios, erotismo, etc.) conformaban otra de sus constantes. La obra de Villaurrutia 44

está dirigida a los solitarios (se ha dicho que en sus poemas no aparecen «los otros» o «el otro») que han visto el amor como una imposibilidad impostergable; y a pesar de eso, sus versos no están cargados de sentimentalismos excesivos. En cada estrofa hay algo imprescindible, una aspiración a la perfección. Villaurrutia, de alguna manera, es el poeta más importante del siglo xx en la poesía mexicana, porque en él se concentró López Velarde, Tablada y González Martínez; y de él aprendieron Octavio Paz, Jaime Sabines, Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño y José Emilio Pacheco. Y las nuevas generaciones no lo olvidan. En fin, he de confesar que en este breve homenaje me invade un cierto miedo al recordar uno de sus versos: «Despertar es morir. ¡No me despiertes!». Esperemos que don Xavier no se moleste, porque no nos queda otra que

seguir releyéndolo. • La noche nos grita al oído Leticia Cortés

La noche nos grita al oído. Nos agrede. Nuestro dormitar no es en silencio. La noche es un desierto en el que ningún sonido existe. En los textos de Villaurrutia la soledad es un lugar sin límites. Los ángulos huyen. Se mueven. Giran. El movimiento se queda estático, y lo inmóvil cobra vida, se hace eterno. Las estatuas poseen sangre: tienen vida, y respiran. ¿Qué es la soledad y la tristeza? Sino miradas y voces que no recuerdan saber a qué rostro pertenecen. O de dónde salieron. O por qué miran y hablan. ¿Qué es un labio? Sino una entrada al dolor. Una mirada que besa. Luego todo se pierde. Cede la voz. El agua está seca. El aire corta. Las esquirlas de aire cortan. El fuego corta como la libido. Y nos enfrentamos al juego en el que nos reflejamos en lo otro que nos mira. El espejo es Matrushka. Y todos


nosotros somos una. La muerte y el sueño se pueden medir por notas. Su ritmo cadencioso nos adentra en su caída lenta, ambigua de imágenes. Leemos una voz que madura, una voz quemadura, un bosque madura, una voz quema dura. La musicalidad acaricia todo elemento que nos rodea: voces, caracoles de oído. Mares que no saben nada. Mares en que no sé nada. La noche nos grita al oído. Nos agrede. Y nos quedamos sin brazos, sin pies. Sin nervios. Baila como el pez. Hay cientos dentro de las sienes. Nadie responde a la telegrafía muda. Porque la muerte y el sueño, ya no se hablan. Sólo se tocan, in crescendo: como viento que sale de la nada y aumenta de intensidad, hasta volverse tangible. •

Herencia de Villaurrutia Julio César Aguilar

De ti, Xavier, aún conservo la noche, la memoria del día que se hizo noche cuando ya cerrado el libro no hubo más luz que la que vertían los develados misterios de tu sangre. Savia de hombre en cuyas latitudes el inmaculado deseo de la carne circula hasta el instante último. Diríase que la oscuridad se tornaba, con la pasión a la letra, en fuego que alimentaba el fulgor de las estrellas. De seguro allí has de vivir ahora. Pero hoy vuelves, poeta, porque nunca te fuiste. Lo que crea Dios no lo deshace la muerte. Te fuiste para quedarte, dejándome la noche para que la mano mía anduviera, pues fue en tu verso diáfano donde balbuceó mi canto su camino. Y en la palabra, encontrados, nos reconocemos: ¡Qué de amigos hemos estrechado el alma! Ay hermano Xavier, tú

que vives y reinas hoy más que siempre en el reino de la página llamado poesía, en éstos tus cien años nada quiero darte sino el tiempo de las horas sonámbulas en que vuelvo a tus sílabas para recordarte así, solitario nocturno, tan pleno de gracia. •

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A la defensa de Villaurrutia Octavio Paz

«L

a revelación del sueño es inseparable de su descubrimiento de la poesía moderna. Villaurrutia siempre tuvo presente la «vigilancia» de Valéry mientras se abandonaba al fluir del inconsciente. Esta actitud lo acercaba a otro poeta francés que también está presente en los primeros Nocturnos: Jules Supervielle. Las parejas enemigas sueño/vigilia, hielo/llama, tiempo/eternidad y otras análogas, que son el centro del sistema poético de Villaurrutia, aparecen igualmente en Supervielle. Uno de sus libros más hermosos, seguramente leído y releído por Xavier, se llama Le Forçat innocent. Los nombres de Valéry y Supervielle suscitan inmediatamente otros. El primero: Cocteau. Fue muy leído y admirado por Xavier y algunos de sus temas —la rosa, los ángeles— provienen de este poeta pero me parece que su influencia se manifestó más en los desplantes y los tics que en la poesía.

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En los primeros Nocturnos aparecen objetos, seres y materias —es tatuas, sombras, muros, espejos, mármol, humo, esquinas, escaleras, calles desiertas— que recuerdan no tanto a los poetas como a un pintor: Chirico. El nombre de Chirico nos lleva de nuevo al sueño y al surrealismo. En Chirico no hay automatismo pictórico sino una visión en la que se yuxtaponen, enfrentan y coexisten distintas realidades y distintos tiempos. Esa es la atmósfera que a veces evoca Villaurrutia en los Nocturnos. Una «voz perdida incendiando una calle», una estatua que se levanta y grita sin gritar, un cielo que es un suelo que es un espejo que duplica no los cuerpos sino las palabras. Todo tiene, como en Chirico, una solidez casi mineral y, al mismo tiempo, la consistencia de los sueños. Cada poema es un dibujo de líneas precisas que evoca estados confusos y ambiguos [...]


Era natural que en una poética de esta índole encontrase en los juegos de palabras un instrumento precioso. Villaurrutia confía a Ortiz de Montellano en la misma carta: «¿me creerá usted si le digo que no se hallará en mis poesías un juego de palabras inmotivado o gratuito?... Los uso no por juego sino por necesidad ineludible... Juego con fuego y a riesgo de quemarme». Los juegos de palabras han sido y son un recurso de la poesía en todas las épocas y en todas las lenguas. Es indudable que Villaurrutia se inspiró en el ejemplo de la poesía francesa moderna, aunque alguno de esos juegos, como el «afrentarán mi frente» de Nocturno muerto, aparece también en

Lope de Vega. Desde el primer momento, los surrealistas experimentaron la atracción por los juegos de palabras; apenas si es necesario recordar el nombre de Rrose Sélavy, asociado no sólo a Marchel Duchamp sino a Robert Desnos, surtidor de maravillas fonéticas y semánticas. Hay un poema de Paul Éluard, dedicado precisamente a Chirico, que es imposible que no haya impresionado a Villaurrutia y en el que no es difícil encontrar una prefiguración de los Nocturnos. El poema pertenece al libro de título españolizante Mourir de ne pas mourir (1924), en que aparece otro poema (L’amoureuse) que Xavier tradujo años más tarde:

Giorgio de Chirico Paul Eluard

Un mur dénonce un autre mur Et l’ombre me défend de mon ombre peureuse. Ô tour de mon amour autour de mon amour. Tous les murs filaiente blanc autour de mon silence. •

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Las indudables afinidades entre la poesía moderna francesa y algunos poemas de esta época de Villaurrutia dieron origen a la acusación de plagio. Recuerdo que hace unos 25 años todavía era frecuente oír a los críticos de café —brillante el ojo vengativo y la voz convulsa por el resentimiento— recitar un poema de Supervielle para condenar al desdichado Villaurrutia. El poema es el primero de una serie intitulada Saisir y pertenece a Le Forçat innocent. El parecido entre este poema y el Nocturno de la estatua es innegable, sobre todo al principio,

pero el desarrollo y el desenlace no pueden ser más distintos. De nuevo, Villaurrutia se inspira en un poema ajeno y lo hace suyo. El poema de Supervielle, en alejandrinos rimados, tiene seis líneas y en las dos últimas asistimos a una metamorfosis: los objetos que toca la mano del poeta se vuelven pájaros; a su vez, esos pájaros regresan al punto de partida y se convierten en lo que fueron: calles, sombras, muros, manzanas, estatuas. El poema nos presenta un cambio que se resuelve en un no-cambio, en una vuelta a la situación original:

Saisir

Jules Supervielle

Saisir, saisir le soir, la pomme et la statue, saisir l’ombre et le mur et le bout de la rue. Saisir le pied, le cou de la femme couchée Et puis ouvrir les mains. Combien d’oiseaux lâchés, Combien d’oiseaux perdus que deviennent la rue, l’ombre, le mur, le soir, la pomme et la statue. •

Nota Fragmento del ensayo «Xavier Villlaurrutia en persona y en obra» incluido en el tomo 4, Generaciones y semblanzas de las obras completas de Octavio Paz, publicado por el Fondo de Cultura Económica.

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El poema de Xavier tiene trece líneas, está en verso libre sin rima y a partir de la tercera línea la semejanza con el poema de Supervielle empieza a disiparse hasta desaparecer del todo en las siguientes. Los elementos del poema de Villaurrutia son muy distintos y hasta opuestos —fichas en lugar de pájaros— y su movimiento general consiste en una metamorfosis que se

revela como una condenación: la estatua despierta sólo para decir que está muerta de sueño. El poema de Supervielle es crepuscular, el de Villaurrutia es un nocturno. Puedo mencionar otras oposiciones pero creo que la reproducción íntegra del poema mostrará la originalidad de Xavier y me ahorrará una demostración fastidiosa:»

Nocturno de la estatua

A Agustín Lazo

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera y el grito de la estatua desdoblando la esquina. Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito, querer tocar el grito y sólo hallar el eco, querer asir el eco y encontrar sólo el muro y correr hacia el muro y tocar un espejo. Hallar en el espejo la estatua asesinada, sacarla de la sangre de su sombra, vestirla en un cerrar de ojos, acariciarla como a una hermana imprevista y jugar con las flechas de sus dedos y contar a su oreja cien veces cien cien veces hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño». • 49


poemas de Villaurrutia 50

Nocturno

Todo lo que la noche dibuja con su mano de sombra: el placer que revela, el vicio que desnuda. Todo lo que la sombra hace oír con el duro golpe de su silencio: las voces imprevistas que a intervalos enciende, el grito de la sangre, el rumor de unos pasos perdidos. Todo lo que el silencio hace huir de las cosas: el vaho del deseo, el sudor de la tierra, la fragancia sin nombre de la piel.

Todo lo que el deseo unta en mis labios: la dulzura soñada de un contacto, el sabido sabor de la saliva. Y todo lo que el sueño hace palpable: la boca de una herida, la forma de una entraña, la fiebre de una mano que se atreve. ¡Todo! circula en cada rama del árbol de mis venas, acaricia mis muslos, inunda mis oídos, vive en mis ojos muertos, muere en mis labios duros. •


Nocturno en que nada se oye

En medio de un silencio desierto como la calle antes del crimen sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte en esta soledad sin paredes al tiempo que huyeron los ángulos en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre para salir en un momento tan lento en un interminable descenso sin brazos que tender sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible sin más que una mirada y una voz que no recuerdan haber salido de ojos y labios ¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios? y mi voz ya no es mía dentro del agua que no moja dentro del aire de vidrio dentro del fuego lívido que corta como el grito y en el juego angustioso de un espejo frente a otro cae mi voz y mi voz que madura y mi voz quemadura y mi bosque madura

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y mi voz quema dura como el hielo de vidrio como el grito de hielo aquí en el caracol de la oreja el latido de un mar en el que no sé nada en el que no sé nada porque he dejado pies y brazos en la orilla siento caer fuera de mí la red de mis nervios mas huye todo como el pez que se da cuenta hasta ciento en el pulso de mis sienes muda telegrafía a la que nadie responde porque el sueño y la muerte nada tienen ya qué decirse. •

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Nocturno de Los Ángeles

A Agustín J. Fink

Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto, el secreto que los hombres que van y vienen conocen, porque todos están en el secreto y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos si, por el contrario, es tan dulce guardarlo y compartirlo sólo con la persona elegida. Si cada uno dijera en un momento dado, en sólo una palabra, lo que piensa, las cinco letras del deseo formarían una enorme cicatriz luminosa, una constelación más antigua, más viva aún que las otras. Y esa constelación sería como un ardiente sexo en el profundo cuerpo de la noche, o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.

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De pronto el río de la calle se pobla de sedientos seres. Caminan, se detienen, prosiguen. Cambian miradas, atreven sonrisas. Forman imprevistas parejas... Hay recodos y bancos de sombra, orillas de indefinibles formas profundas y súbitos huecos de luz que ciega y puertas que ceden a la presión más leve. El río de la calle queda desierto un instante. Luego parece remontar de sí mismo deseoso de volver a empezar. Queda un momento paralizado, mudo anhelante como el corazón entre dos espasmos. Pero una nueva pulsación , un nuevo latido arroja al río de la calle nuevos sedientos seres. Se cruzan, se entrecruzan y suben. Vuelan a ras de tierra. Nadan de pie, tan milagrosamente que nadie se atreººvería a decir que no caminan. Son los Ángeles. Han bajado a la tierra por invisibles escalas. Vienen del mar, que es el espejo del cielo, en barcos de humo y sombra, a fundirse y confundirse con los mortales,

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a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres, a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente, y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca, a fatigar su boca tanto tiempo inactiva, a poner en libertad sus lenguas de fuego, a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras en que los hombres concentran el antiguo misterio de la carne, la sangre y el deseo. Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos. Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis. En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales. Caminan, se detienen, prosiguen. Cambian miradas, atreven sonrisas. Forman imprevistas parejas. Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles donde aún se practica el vuelo lento y vertical. En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales: signos, estrellas y letras azules. Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas que los hacen pensar todavía un momento en las nubes. Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa, y cuando duermen sueñan no con los ángeles sino con los mortales. Los Ángeles , California, 1936.

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Amor condusse noi ad una morte

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Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo.

Amar es escuchar sobre tu pecho, hasta colmar la oreja codiciosa, el rumor de tu sangre y la marea de tu respiración acompasada.

Amar es reconstruir, cuando te alejas, tus pasos, tus silencios, tus palabras, y pretender seguir tu pensamiento cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.

Amar es absorber tu joven savia y juntar nuestras bocas en un cauce hasta que de la brisa de tu aliento se impregnen para siempre mis entrañas.

Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia.

Amar es una envidia verde y muda, una sutil y lúcida avaricia.

Amar es no dormir cuando en mi lecho sueñas entre mis brazos que te ciñen, y odiar el sueño en que, bajo tu frente, acaso en otros brazos te abandonas.

Amar es provocar el dulce instante en que tu piel busca mi piel despierta; saciar a un tiempo la avidez nocturna y morir otra vez la misma muerte provisional, desgarradora, oscura.


Amar es una sed, la de la llaga que arde sin consumirse ni cerrarse, y el hambre de una boca atormentada que pide más y más y no se sacia. Amar es una insólita lujuria y una gula voraz, siempre desierta. Pero amar es también cerrar los ojos, dejar que el sueño invada nuestro cuerpo como un río de olvido y de tinieblas, y navegar sin rumbo, a la deriva: porque amar es, al fin, una indolencia. •

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doble horizonte

L

poesía

a distancia, las hojas pues, como un telón que se descorre y no veo más que verde. Aquí el tesoro más bello de la tierra. Reconozco mi nombre en el denso paso del salmón sobre las aguas, reconozco mi cuerpo en la piel de la gacela. En el resto del bosque he nacido, reconozco todo cuanto mi voz lo toca, pero he aquí que la luz esta apuntado salir de las tinieblas y no puedo sostener más el relámpago en mi mano. Estoy en el Jardín, más sola que ninguna, agazapada al miedo de mis extraños fantasmas. Esperando el exilio. Algo estalla en mí, algo como un calor que se mezcla en las piernas. Un jugo como savia y ya no más la orilla de la aurora, ni el verde vegetal que me hermana la carne y funde nuestro nombre con las raíces vivas de la Madre: para que nunca huyamos, para quedar perdidas en caso de que alguna no vuelva al territorio. Para matarnos de hambre si es preciso y hacernos entender que no hay hogar más bello que la tierra y que pronto volvemos; más pronto que temprano. Que nos convertiremos en polvo más allá de la selva, más allá de la Madre, más allá del salmón y la gacela y más allá de este fuego que me carcome el vientre y amenaza hacernos llegar sus quemaduras. Estoy a un paso del exilio, mis ojos no ven más allá del distancia. Avanzo. Caigo. Me levanto. Me espera la otra orilla. • 58


Estrella del Valle

El pecado, los otros

P

ara que todos vean a mi pequeño demonio en cautiverio, he construido una reja por donde puede observarse, claramente, su piel lunar, la huella pervertida de su instinto. Observemos, la espiga invertebrada bajo sus cuatro patas, su corazón, virilizado y puro, la carne azul bajo el responso oscuro de su falta; advertimos, así, que es peligroso amamantar su lengua, hervir la sangre de una bestia cautiva en nombre de la caridad y las buenas costumbres. He levantado rejas en todas las ciudades que conozco, para que ellos, los otros, observen el tatuaje que marca a mi pequeña bestia acorralada y rían, como lo han hecho por milenios. Entonces, saldré de mi guarida e iniciaré la danza que marca el territorio. Ellos verán tan sólo a través de los hierros el acto mortal, esperarán que él muerda mi entrepierna y cuando apenas el colmillo de mi bestia toque el almíbar de mi vena, se extinguirá la luz y brotarán libélulas como un nido de espuma fragmentado. •

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Mario Belaval

Transience Junio: los árboles retoñan otra vez. El resto del año se olvidan; esas hojas verdes tan grises como el resto los colores molidos por esta ciudad; los troncos perdidos entre paradas de guaguas, postes, teléfonos públicos; las ramas enredadas en el tejido caótico de los cables y alambres que cercan el azul blanco – hasta que explota ¡junio! A pesar del polvo del Sahara anclado en el aire. A pesar del sol que pela la luz blanca y caliente. Aquí y allá florecen los espacios olvidados y de memoria o pasada o rabo de ojo me tropiezo

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de esas de cristales ahumados, con letreros gastados y tuertos (abierto/cerrado parkin solo p ra clientes). Entonces floreces en mi sonrisa como el mismo árbol que una vez sembramos hace cuanto no sé. Como tampoco sé dónde estás el resto del año. ¿Serás sólo un nervio dormido en espera del cantazo de un color? ¿Y yo? ¿Dónde estoy cuando las lluvias de octubre lavan los días, y las hojas y las flores tostadas se deshacen en la cuneta, la bruma ya lejos en el retrovisor? ¿Dónde estoy mientras en algún lugar, sin nombre ni número en el desierto, las arenas duermen quietas hasta que los vientos tentados pierdan su camino? •

poesía jóven de Puerto Rico

con el árbol. Se alza en la acera que una vez fue de una casa y ahora es de una oficina

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Ángel L. Matos

Sobre la ciudad y el silencio ¿Qué frío es este que se cuela por mi ventana? Es la ciudad que desnuda canta con un silbido y sus casas como ataúdes en entierro que nunca acaban procesión cuaresmática detenida en el tiempo. Allá entre la noche de los ojos caminan sombras seres detenidos entre el asfalto que acalora, saciando su sed con el sudor de sus cotanas deambulando entre árboles secos como alfombras. Así se desgarra el velo de los ojos y la nariz se escapa por esos montes inoloros, la piel se deshace por gusanos en el aire y el alma se desangra entre mares lejanos.

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Las calles son el epitafio de un llanto o el epígrafe de un cuento engavetado, son la carne entre vacíos violados, son testigos de voces disfrazadas de almas. ¿Por qué no puedo ver el cielo desde el suelo? Las nubes están tan lejos como el sueño y frente a mí seres que cruzan con corazones entre las piernas lanzándome limosnas como a cualquier desgraciado. Así la ciudad se derrama y el poeta sorprendido y el poeta se deshace en las calles como un desconocido, y la ciudad es el poeta como poeta es la ciudad como amanecen juntos y dormidos desnudos de silencio. •

poesía jóven de Puerto Rico

Lejos parece haber una voz cantando, lejos entre aquellos relojes en edificios centenarios, suenan bombas más lejos que los labios y hombres caen desnudos y desangrados.

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Awilda Castro

Brainstorming de noche de luna llena y aburrida Anoche, todas las noches no son fáciles, el insomnio, la luna redonda que te mira... las calles pululan gente... tu cama vacía... la vecina te mira a través de las rejas, tú le devuelves la mirada desde la baranda. Suspiro de mujer aburrida... No se mueve ni una hoja, tu cuerpo late, tu mente pulsa como mono astronauta... guineos, cocaína, cigarrillo, tequila, arroz. Modorra de alrededores... Celo vaginal,

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poesía jóven de Puerto Rico

ni el viento te toca... no tienes baterías... el vibrador está inconsciente.•

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Aplausos Después de algunos días exiliada voluntariamente, añoradamente exiliada, después de algunos días comportándome como toda una jovencita educada a la manera de Occidente, después de un mes sin entender las conversaciones de Prójimo y Prójima, de cruzarme en la calle con todos los idiomas menos el Puertorriqueño, después de un mes sin Plátanos, sin Habichuelas, sin Jugo de Acerola y de cruzar el Atlántico por segunda vez en guagua pública (con última parada en los Nuyores) si aplaudo en el aterrizaje de regreso, es porque el deber me obliga. • 66

poesía jóven de Puerto Rico

Nicole Cecilia Delgado


Fin de siglo Tras el horizonte se oculta un sol mojado por la niebla Hay un aroma a trago derramado en el piso De tanto caminar descalzos sobre el fuego muerden sus trochas En el lomo un espiral de perlas que ruedan hacia abajo Mis ojos sus ojos nuestros ojos son dos partos Dos adioses olvidados como un trapo en desuso El tiempo lo ha hecho lo declaro No hay culpables Mi corazón su corazón el nuestro son quizás los únicos La red nos llama hacia un auto putrefacto Que no se accidenta pero corre Hacia un futuro que no es futuro Hacia un campo sin flores Hacia una casa en medio de la atmósfera Lo que canta no agrede Agrede su contenido brutal, desparejado La muerte acusa de risueño al día El día se acusa de impotente ante su vértigo

de Panamá...

Salvador Medina Barahona

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No hay arañas en el alma Ni piojitos Hay notas de calor extinto entre las olas Manchas de azul intentando abarcar el universo Hay un motivo escondido entre las paredes Que cruje que crispa que tiembla Bajo el espiral torcido de una hora impaciente Hay un congreso de ira en las entrañas Una paz falsa que se come a gritos: Algo existe en el sueño de los hombres que los nubla Algo marca el brinco de la liebre que se espanta sin asombro La luna Ella canta Muge en el cielo Un acordeón de brisas transforma el viento Lo sujeta lo suelta lo enfurece Yo lo desdigo por incomprensible Gira la escena Los reversos de las pieles arden heridos No hay cura Sólo atenuantes Una ciudad es esto El siglo agoniza, el milenio La humanidad parece seguir sus pasos Yo tiemblo •

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Un nuevo ensayo para la paz [fragmento] i No es cuestiรณn de desandar caminos, de volver con la cola entre las piernas o gritar a los cuatro puntos cardinales me arrepiento. No es cuestiรณn de ensayar los errores del pasado como armas que nos traigan una paz artificial. Es cuestiรณn de hacer un alto, pararnos frente al espejo, pedirnos perdรณn, perdonarnos la vida, la omisiรณn, la muerte, y luego dar un paso de amor en la batalla.

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de los poetas Estrella del Valle Ciudad de México, 1964. Ha obtenido el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino y el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa. Autora de los libros El segundo laberinto, Imágenes para una anunciación, La turba silenciosa de las aguas y Fuego. Mario Belaval HatoRey, Puerto Rico, 1968. Estudió literatura, trabaja como escritor a sueldo y publica el folleto poético El Grillo. Ángel L. Matos Aibonito, Puerto Rico, 1975. Estudió el Bachillerato en Artes en Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Comenzó estudios de Maestría en la Escuela Graduada de Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico. Es el editor de la revista virtual En la otra orilla, responsable de recoger la nueva poesía de Puerto Rico. Awilda Castro Aguadilla, Puerto Rico, 1979. Bachillerato en Comunicaciones de la Universidad de Puerto Rico. Estudia la Maestría en Periodismo Investigativo en la Florida International University, en Miami, Florida. Nicole Cecilia Delgado Río Piedras, Puerto Rico, 1980. Actualmente vive en Mayagüez, Puerto Rico. Estudia su último año del bachillerato en Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico. Coordina y organiza las actividades del grupo Poesía Zurde, en donde además funge como editora de la revista Zurde.

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Salvador Medina Barahona Panamá. Tiene publicados los libros Mundos de sombra (1999), Viaje a la península soñada (2001), Somos la imagen y la tierra (2002), Premio Nacional de Poesía Stella Sierra en el año 2000 y Cartas en tiempos de guerra (2002) que obtuvo mención de honor en el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán del año pasado.



Cien puertas ensayo

Ética y estÊtica en la narrativa posmoderna: un modelo axial para cuento y cine Lauro Zavala 72


A

partir del diseño de un modelo axial, en este trabajo propongo la existencia de un paralelismo entre la dimensión estética del cuento y del cine posmodernos, así como una correlación entre las dimensiones ética y estética en el cine contemporáneo.

En lo que sigue considero como posmoderna toda narrativa en cuento y cine (y otras formas narrativas, como el cortometraje, la novela y la minificción) caracterizadas por una serie de estrategias neobarrocas, como su naturaleza proteica, la intensificación de la metaficción y la ironía inestable, la fragmentación hipotáctica (donde el fragmento desplaza a la totalidad) y la recombinación irónica de diversas tradiciones discursivas. La presencia de estos elementos es tan intensa en la cultura contemporánea que además de la existencia de textos posmodernos también se puede hablar ya de lecturas posmodernas de textos, es decir, de la presencia aislada de estos elementos en textos provenientes de los contextos históricos más diversos. En las líneas que siguen propongo considerar a la estética como el estudio de la sensibilidad

cotidiana, y a la ética como el estudio del sistema de valores que determina la visión del mundo y el universo significante. La articulación de ambas dimensiones ha sido una asignatura pendiente desde la creación de los textos canónicos de la tradición clásica. Tendencias estéticas en el cuento contemporáneo Desde el inicio de la tradición académica en el estudio de la producción simbólica posmoderna se ha reconocido una diferencia clara entre dos tendencias bien definidas. Entiendo por tendencia el resultado de un conjunto de manifestaciones que se orientan en un mismo sentido. Por ejemplo, Ihab Hassan propone (en 1987) distinguir entre la escritura literaria tendiente a la indeterminación y la tendiente a la inmanencia. Por su parte, Pauline

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Marie Rosenau parece retomar esta distinción (en 1991) y reconoce en la práctica de las ciencias sociales la presencia de las tendencias a las que llama moderada y radical. Cada una de ellas corresponde, respectivamente, a una radicalización de la experimentación propia de la modernidad, o bien a una reformulación irónica (recombinación y recontextualización reflexiva) de las tradiciones clásica y moderna. Esta última tendencia, que es una relativización de las innovaciones de la modernidad, es propiamente posmoderna, y tiene un carácter propositivo. En el campo de la producción literaria contemporánea, propongo reconocer la existencia de dos tendencias estéticas en la escritura del cuento posmoderno: el cuento vanguardista (de naturaleza escéptica) y el cuento lúdico (de naturaleza propositiva). La posmodernidad propositiva en el cuento posmoderno tiene al menos los siguientes ragos distintivos: brevedad extrema (como tendecia a la fragmentación); ironía lúdica (cuya intención es irrelevante) e hibridación genérica (de diversas modalidades textuales). La consecuencia de estas estrategias de escritura es la auto-conciencia de las convenciones del lenguaje, y por lo tanto una tendencia a la auto-referencialidad y la metaficción implícita. El antecedente más evidente es Jorge Luis Borges. En el contexto mexicano pertenecen a esta tendencia cuentistas como Augusto Monterroso,

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Salvador Elizondo, Guillermo Samperio, Luis Miguel Aguilar, Alejandro Rossi y Pedro Ángel Palou. Algunas antologías que reúnen a estos escritores son La palabra en juego (2000), en el contexto mexicano, y Las horas y las hordas (1997) en el contexto hispanoamericano. Por su parte, la posmodernidad escéptica en el cuento contemporáneo tiene las siguientes características formales: hiperbolización de vanguardias (modernidad exacerbada); intimismo surrealista (fragmentación de la identidad) y alegorías del apocalipsis (el mal radica en el individuo). La inexistencia de solución a los conflictos planteados en estos textos les da un cariz Políticamente Correcto, y aunque esto se hace de manera involuntaria, los textos quedan enmarcados en el contexto de la Melancolía y la Marginalidad, y ésa es su mejor coartada ideológica. Sin embargo, en el fondo es una forma implícita de Nostalgia por la Verdad. El antecedente más próximo (de carácter moderno) es la Generación de Medio Siglo. En México pertenecen a este grupo cuentistas como Naief Yehya, Guillermo Fadanelli, Enrique Serna, Francisco Hinojosa, Daniel Sada, Jesús Gardea y los narradores del crack. Algunas antologías que reúnen a esta categoría de escritores son Como surcos, como huellas (1996), la Antología del cuento mexicano moderno (2000), McOndo (1998) y Líneas aéreas (1999).


La mayor parte de las antologías de cuento hispanoamericano (y en particular las de cuento mexicano contemporáneo) parecen tener un interés por la preservación del canon genérico, pues tienden a antologar textos en los que se cuenta una historia de principio a fin, por muy fantástica, surrealista, excéntrica o bizarra que sea la anécdota, así como textos cuya extensión rebasa las tres mil palabras. Esta estrategia antológica parece corresponder a una contaminación de la tradición católica, pues se trata de una actitud crítica articulada a partir del complejo de culpa. Pues al parecer estos lectores parecerían sentirse culpables si no mostraran que han leído cuentos muy largos (y sólo ésos) o bien cuentos ortodoxos, es decir, cuentos que cumplen

con su deber de cuentos. Y cuando se rebasa este ámbito no se ofrece un contexto convincente para la inclusión de otros materiales en estas antologías. En consecuencia, los críticos ortodoxos odian a aquellos escritores (y muy especialmente a aquellas escritoras) a quienes llaman despectivamente light, y que son populares entre los lectores más lúdicos y literariamente maliciosos. Por otra parte, sólo emplean la palabra «posmoderno» en tono peyorativo y para referirse a algo excéntrico y trivial, es decir, en el fondo moderno. En este contexto, el lema de la crítica ortodoxa parece ser: «En este suplemento somos vanguardistas y no aceptamos propaganda posmoderna».

Gráfica 1 Ética y estética en el cuento posmoderno: Ética Propositiva J. Villoro La palabra en juego E. Galeano A. Rossi Las horas y las hordas G. Samperio Estética Laberíntica Estética Apocalíptica A. Monterroso De surcos como trazos, como letras E. Serna C. Peri-Rossi Líneas aéreas McCrack (J. Volpi et al.) Ética Escéptica

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Rasgos distintivos de la posmodernidad propositiva en el cuento contemporáneo: Brevedad Extrema (como tendencia a la fragmentación) / Ironía Lúdica (cuya intención es irrelevante) / Hibridación Genérica (de diversas modalidades textuales) Rasgos distintivos de la posmodernidad escéptica en el cuento contemporáneo: Hiperbolización de Vanguardias (mo-dernidad exacerbada) / Intimismo Surrealista (identidad fragmentada) / Alegorías del Apocalipsis (el mal radica en el individuo) Tendencias estéticas en el cine contemporáneo El cine sigue siendo ese espacio de la narrativa contemporánea que tiene más espectadores que los lectores que alcanza la narrativa literaria, y que sin embargo en México sólo recibe la atención crítica de quienes colaboran en la prensa cotidiana y en los suplementos semanales, pues aún no existe en el país un espacio de investigación estrictamente académico. En lo que sigue propongo una estrategia para aproximarse al cine posmoderno a partir de un modelo axial para el estudio de sus dimensiones ética y estética. La propuesta central de este modelo consiste en reconocer que el cine posmoderno es neobarroco (en el plano estético), lúdico y en ocasiones violento (en el plano ético). A pesar de la aparente obviedad de esta distinción elemental 76

y racionalista, poco se ha estudiado la conexión entre el proyecto estético y el sustrato ético en el cine contemporáneo. El descubrimiento de la existencia de los espectadores como individuos con una radical diferencia entre ellos empieza a llevar hacia una polarización en cada uno de estos términos (ético y estético). A continuación propongo la existencia de una doble polarización en el cine contemporáneo. Por una parte existe una tendencia a la manifestación de una estética itinerante (deliberadamente intertextual) acompañada por una ética propositiva. Y por otra parte existe una tendencia a la estilización de la violencia (deliberadamente indiferente) acompañada por una agenda de escepticismo radical. La primera tendencia, que llamo posmodernidad propositiva, adopta una lógica contextual, y lleva a relativizar su propio relativismo, dejando la responsabilidad última de la interpretación ideológica en las manos (o más exactamente, en la mirada) de los espectadores. A continuación señalo sus características formales: mitologización laberíntica (arbórea o rizomática); sensualidad de la mirada (en lugar de la fragmentación del tiempo y del cuerpo) e itinerancia intertextual (otro nombre para la hibridación genérica) Entre los directores que hacen un cine como éste se encuentran Woody Allen, Wim Wenders, Pedro Almodóvar, Bigas Luna y María Novaro.


La segunda tendencia, que he llamado posmodernidad escéptica, tiene las siguientes características: monstruosidad hiperbólica (que genera asimetrías estructurales); violencia estilizada (crueldad indiferente) y parataxis paranoica (con sucesivas digresiones arrítmicas). Las películas que están enmarcadas en esta tendencia adoptan un tono radical, a la vez violento y distanciado. En muchas ocasiones el

ritmo del montaje es espasmódico, dejando un vacío de responsabilidad imposible de llenar por parte del espectador. A este grupo de directores pertenecen Quentin Tarantino, David Lynch, Oliver Stone y Arturo Ripstein. Es necesario señalar que existe un tercer grupo de películas que oscilan entre ambas tendencias, y a él pertenecen Peter Greenaway, los hermanos Cohen, Martin Scorsese y Busi Cortés.

Gráfica 2 Ética y estética en el cine posmoderno: Ética Propositiva M. Novaro W. Allen B. Cortés S. Spielbergi W. Wenders Estética Laberíntica

A. González Iñárritu Estética Apocalíptica

P. Almodóvar O. Stone P. Greenaway D. Lynch A. Ripstein Q. Tarantino Ética Escéptica

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Rasgos distintivos de posmodernidad propositiva en el cine contemporáneo: Mitologización Laberíntica (arbórea o rizomática) / Sensualidad de la Mirada (en lugar de la fragmentación del cuerpo) / Itinerancia Intertextual (hibridación genérica) Rasgos distintivos de posmodernidad escéptica en el cine contemporáneo: Monstruosidad Hiperbólica (que genera Asimetrías Estructurales) / Violencia Estilizada (Crueldad Indiferente) / Parataxis Paranoica (y Digresiones Arrítmicas) Articulación de ética y estética en la narrativa contemporánea La idea central de estas notas consiste en sostener que a cada una de las tendencias estéticas señaladas le corresponde como palimpsesto una dimensión ética reconocible a partir de sus huellas textuales. Más como una invitación para la discusión, y tal vez como una prueba de Rorschach de una lectura personal, veamos a continuación una posible síntesis de lo expuesto hasta aquí, y las posibles ubicaciones simbólicas de una docena de directores contemporáneos, así como de algunos (y algunas) cuentistas y diversas antologías de cuento mexicano e hispanoamericano. Las tendencias estéticas señaladas podrían ser llamadas, respectivamente, la tendencia hiperviolenta y la tendencia laberíntica. La primera es de naturaleza hiperrealista, romántica y 78

epifánica. La segunda, por su parte, reelabora temas, arquetipos y paradojas del film noir. La pertenencia a los géneros tradicionales es irrelevante, por sí sola, para que una película pertenezca a una u otra tendencia ética o es-tética. A partir de esta cartografía provisional de la producción cinematográfica contemporánea es posible reconocer el lugar que ocupan cada uno de los directores activos en este momento, y cada uno de sus respectivos proyectos cinematográficos. Esta correlación de las dimensiones ética y estética permite establecer también la existencia de una sensibilidad en la producción y la recepción contemporáneas, así como la existencia de textos apócrifos o heterodoxos, precisamente por su apego a las fórmulas del cine clásico sin resabios de la modernidad vanguardista. Este último es el caso de las tendencias que podrían llamarse Propositiva Hiperviolenta (como las series Mad Max o Duro de Matar) y Escéptica Laberíntica (como las series Terminator, Alien o Volver al Futuro). El espacio privilegiado para este cine es la narrativa de aventuras, el cine fantástico y la ciencia ficción, como el caso respectivo de Mission: Impossible, The Matrix o Being John Malcovich. También en este contexto encontramos un grupo de películas que oscilan entre estos extremos, como es el caso de la serie Indiana Jones de Steven Spielberg. A partir de esta propuesta sería posible estudiar la producción cinematográfica contemporánea. De manera tal vez previsible, puede observarse


en ambos casos una tendencia a la proximidad entre una estética propositiva y una ética laberíntica, por una parte, y entre una estética hiperviolenta y una ética escéptica. En el primer caso, hay similitudes entre el cine de María Novaro y las crónicas breves de Juan Villoro, y en el segundo caso, entre el cine de Quentin Tarantino y la narrativa de Jorge Volpi y los demás miembros del crack. Los casos anómalos son, por ejemplo, la narrativa de Augusto Monterroso, a la vez escéptica y laberíntica, y el cine de González Iñárritu (Amores perros), a la vez propositiva e hiperviolenta. Es tal vez este estado de excepción lo que permite reconocer algunas de las estrategias paradójicas que caracterizan a la cultura urbana contemporánea. Se ha dicho que es más frecuente encontrar la existencia de miradas posmodernas dirigidas a los textos que encontrar textos propiamente posmodernos. Es aquí donde el enmarcamiento determina la interpretación, y la narrativa contemporánea tiende a proponer un marco propio para su posible lectura. El estudio de la posible articulación entre las dimensiones ética y estética en la cultura contemporánea es un terreno que merece ser cartografiado de diversas maneras, precisamente a partir de la perspectiva adoptada por cada lector de cuentos y por cada espectador de cine. •

Referencias bibliográficas Bauman, Zygmunt Life in Fragments. Essays in Postmodern Morality. Blackwell, Oxford University Press, 1995

Becerra, Eduardo, ed.

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Líneas aéreas. Madrid, Lengua de Trapo, 1999, 641 p. Hassan, Ihab The Postmodern Turn. Essays in Postmodern Theory and Culture. Ohio State University Press, 1987 Ortega, Julio, ed. Las horas y las hordas. Antología del cuento hispanoamericano del siglo xxi. México, Siglo xxi Editores, 1998 Perea, Héctor, ed.

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De surcos como trazos, como letras. Antología del cuento mexicano finisecular México, cnca, 1992 Rosenau, Pauline Marie Post-Modernism and the Social Sciences. Insights, Inroads, and Intrusions. Princeton University Press, 1992 Zavala, Lauro, ed. La palabra en juego. Antología del nuevo cuento mexicano. Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2000


Juan José Medina obra plástica





Ángel Ortuño

Cien tus ojos Veo, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color? No veo. El problema no es lo que se ve, sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el color. No ver. La transparencia. José Ángel Valente

Heliópolis


miscelánea • crónica • libros • cine • música • arte

i Paisajes durante la batalla

J

ulio Ortega, en un comentario publicado recientemente, se refirió a la poesía de Luis Vicente de Aguinaga como «paisajes mentales». Esta formulación pareciera, a primera vista, característica de un crítico que, gracias a su sólido prestigio profesional, puede permitirse ciertas vaguedades intuitivas con ribetes de profundidad. Sin embargo, volviendo una y otra vez sobre ella (a la manera de un mantra o de quien accede al nivel alfa mientras repite por enésima ocasión

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la palabra «palangana») me pareció adecuada para emprender el asalto de Cien tus ojos. Y aquí me gustaría aclarar que acudo al término «asalto» en su sentido estrictamente militar: se trata de asediar una fortaleza, una pieza de literatura difícil. «Paisajes mentales» decíamos. El término «paisaje» remite, casi de inmediato, a la naturaleza, es decir a lo no creado por los hombres (hablo aquí de una naturaleza idílica, tal vez falsa pero anterior a los trasgénicos), sin embargo «paisaje» también alude a la representación de esta naturaleza, lo que, al menos en

pintura, establece una relación servil entre el referente y la obra. Lo que viene a modificar drásticamente esta relación es el adjetivo «mentales». ¿Por qué? Trataré de explicarlo. «Mentales» introduce un primer elemento de irrealidad: si hay referente, éste es indiscernible de su representación: no existe el uno sin la otra. Los paisajes son y están en la mente. Dije irrealidad, debí decir creación, al menos en el sentido en que tal procedimiento era entendido por Vicente Huidobro: «El Arte es una cosa y la Naturaleza otra. Yo amo mucho al Arte y mucho a la Naturaleza.


Y si aceptáis las representaciones que un hombre hace de la Naturaleza, ello prueba que no amáis la Naturaleza ni el arte». Cien tus ojos refrenda la divisa huidobriana: Non serviam, en vano trabajará quien busque entre sus líneas puntos de fuga hacia un más allá del poema. El laconismo de este poemario es resultado de una fragmentación que oscila entre la tradicional escansión rítmica del verso y su fractura en términos espaciales, el aislamiento y potenciación de las palabras que componen el poema. Es inevitable traer a colación la poesía del hermetismo italiano. Un hermetismo que no es nebulosidad (el «tono seráfico» debidamente escarnecido por Gotfried Benn) sino condensación. Otro término asociado con el adjetivo «mentales» es el de abstracción. En arte, tradicionalmente se opone lo abstracto a lo figurativo, la obra que

pretende ilustrar ciertos aspectos de una realidad externa y la que, autosuficiente, gira sobre sí misma. Los extremos, claro, son únicamente herramientas de pedagogía elemental. Cien tus ojos me hace pensar en una abstracción totalizante, a la manera de la realidad de los surrealistas que no niega la vigilia para afirmar el sueño: vigilia, sueño, orden y azar componen, en una proporción

que no interesa establecer, el marco, el paisaje de la experiencia humana, de la experiencia estética. A la abstracción suele asociársele con la opacidad. Sin merma de lo interesante que esta dupla abstracción-opacidad suele ofrecer en los terrenos del arte moderno, quisiera proponer otra: abstraccióntransparencia. El poema de Valente que sirve de epígrafe

a estos apuntes me parece que opera en ese sentido: «el problema no es lo que se ve, sino el ver mismo». Sustituyamos «problema» por «poema» y podremos percatarnos de que la abstracción es un asunto también de transparencia. Así, en estos poemas, como en El Gran Vidrio de Duchamp, de nada nos sirve la transparencia entendida como un débil obstáculo para ver lo que está detrás: hay que ver lo que está ahí, suspendido, grabado en el vidrio de cada página. Y vuelvo así a la materialidad de los poemas, de cada una de sus líneas, de cada una de sus palabras a veces truncadas por un impulso que nada tiene que ver con el retruécano a ras de tierra y sí con una explosión, con un desmoronamiento, con un mentís a los parámetros de versificación que subsisten como suntuosas ruinas de una ciudad cancelada. 87


ii El ojo «Victor Brauner es un pintor surrealista nacido en Rumania y domiciliado desde hace varios años en París. El día 27 de agosto de 1938 fue víctima ‘por casualidad’ del impacto de un vaso disparado contra otra persona, el cual le arrancó literalmente para siempre el ojo izquierdo», rememora Juan Larrea en su texto «El pintor invoca el azar». Larrea entrecomilla la frase «por casualidad» para inducir a la duda sobre lo gratuito del incidente, sobre lo accidental del hecho. A los surrealistas corresponde, precisamente, la formulación del azar objetivo, es decir del azar entendido como una ley de orden muy superior a la que ciertos actos, forzosamente mágicos debido a lo pueril de la condición humana, en algunas ocasiones 88

nos permiten entrever, atisbar bajo sus faldas, que son las de la mesa parlante. Pues bien, el anónimo solapista (palabra de inquietante cercanía con solipsista) de Cien tus ojos da en el blanco: «Su composición deliberada y escrupulosa [...] viene a ser desmentida en plena lectura por algo así como un desarreglo interno». Efectivamente, el libro obedece a un meticuloso desarreglo de

raigambre mucho más surrealista que la que falsamente podrían ostentar otros escritos decorativos y bobos que hablan tanto del sueño que terminan por ser soporíferos. No es éste, afortunadamente, el caso. Cien tus ojos deja al lector con los ojos muy abiertos, literalmente abiertos, como la famosa navaja en El perro andaluz.

iii Llantos de Jeremías Empecemos con una obviedad: cuando están escritos, el lamento o la celebración son, antes que nada, formas literarias. De ahí el hecho de dejar intacto el castellano de Alfonso el Sabio en los epígrafes de Cien tus ojos. Sé que lo que hago aquí se extralimita en los terrenos de la crítica objetiva pero aventuro que más que un gesto de pomposa erudición académica, se trata del voluptuoso fetichismo de quien sopesa, palpa, pronuncia y oye una y cien veces cada una de las palabras que lee, cada una de las palabras que escribe. Esto explica, al menos para mí, una escritura impermeable al optimismo facilón de los «inspirados». Vladimir Nabokov, tan genial para equivocarse como para acertar, lo ha dicho sin rodeos: los finales felices son estéticamente inferiores.


Finalicemos, pues, con otra obviedad, con algo que salta a la vista como el vaso que acabó con el ojo izquierdo de Victor Braunner: Cien tus ojos es un libro asolado con ferocidad exquisita.•

ediciones emergentes poesía Wang, vector Eduardo Padilla Ediciones del Ornitorrinco Guadalajara, 2003

revista Reverso Textos de: Silvia Eugenia Castillero, Ignacio Contreras, Jorge Valencia, Jorge Orendáin, Thelma Nava, Ernesto Lumbreras, Roxana Elvridge-Thomas, Francisco Alcaraz,

narrativa Tres historias antes de un apocalipsis nocturno Juan Larrosa Ediciones del Ornitorrinco Guadalajara, 2003

Mario Bojórquez, Paula Zulaica, Ángel Cuevas, Francisco Talavera, Álvaro Larios, Carlos Vicente Castro, Mariño González, Dolores Díaz y Ricardo Sigala.

revista Espejo humeante 1 Textos de: Héctor Vivero, Jorge de la Torre, Jorge Bocanegra,

poesía Fractura: rastro Gerardo Villanueva Ediciones del Ornitorrinco Guadalajara, 2003

Carlos Eduardo Ramos, Nadia Contreras, María Elena Cerecero, Rafael Nungaray, Víctor César Villalobos, Ana María Vargas, Gema Zorrilla, Hugo Plascencia, Françoise Roy, Mauricio Ramírez, José Antonio Neri Tello, Marco Antonio Gabriel, entre otros.

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De la tradición oral a la palabra escrita

David Flores Cardona Nichimal j-abtel jpatan Nichimal vinik Ich’biluk me ta muk’ Tsakbiluk me’ Ti oxlajuneb anichime’ Ti oxlajuneb ave’ ati’e.*

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l hacer referencia a la tradición oral es entrar a una cosmovisión muchas veces incomprensible para un mestizo; en la tradición oral, los pueblos indios conservan costumbres, creencias y tradiciones ancestrales que perduran casi intactas hasta nuestros días. En las comunidades indígenas de Chiapas, el paso de la literatura oral a la literatura escrita surge de la necesidad imperiosa de dejar constancia de esas costumbres, creencias y tradiciones.

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Sin lugar a dudas, el levantamiento armado del ezln, en enero de 94, no sólo abrió la posibilidad a los indios de alzar la voz en el terreno político y social sino también en el ámbito del arte. Pero esta búsqueda por la inserción no es a partir del 94, ha estado ahí desde hace tiempo, representada por muchos hombres y mujeres indios que se han dado a la tarea de difundir el arte y la cultura dentro y fuera de sus comunidades, ya organizando talleres, encuentros y diversas agrupaciones con la idea de difundir la creación artística de un sector de nuestro país que ha tenido que luchar contra la indiferencia y el

menosprecio de su cultura. Un ejemplo de ello es Nicolás Huet Bautista, indígena tsotsil que nos presenta su más reciente creación: Ti slajebalxa lajele —La última muerte— libro de cuentos en donde encontramos la versión original en lengua tsotsil y la traducción al castellano en la que el autor nos narra, bajo una estructura clásica como el cuento, la visión desmitificada del mundo del que proviene. En La última muerte Huet Bautista nos lleva a un mundo que, como lo dije antes, para muchos resulta incomprensible; es la cosmovisión indígena narrada desde dentro en la que


se funden y confunden el rito, la magia y las fuerzas naturales y sobrenaturales con la violencia y la muerte. Es importante señalar a los lectores que el tratamiento de la violencia y la muerte en los cuentos de Bautista no se rigen bajo la ética y los principios mestizos; La última muerte contempla estos conceptos desde una óptica mucho más compleja de lo que podemos imaginar. Ante el crimen o la matanza artera perpetrada por manos indígenas o grupos militares o paramilitares surge

del perdón la que desencadena nuestra un concepto que para nosotros, habitantes de grandes ciudades, es desconocido u olvidado; el concepto del perdón, no como olvido a un acto salvaje –recuérdese Acteal- que no clame justicia sino como una respuesta que dignifique la condición del ser humano. En los tres cuentos que dan forma a La última muerte, Huet Bautista suspende el aliento del lector ante el desenlace; no es el acto violento en la narración lo que embarga nuestra capacidad de asombro sino la forma

extrañeza. Reconozca pues el lector de La última muerte un libro donde la tradición oral y escrita hacen presente la complicada —y la vez alejada— cosmovisión del ser indígena en un país poco interesado en sus literaturas autóctonas. • Florido j-abtel jpatan Florido señor Sean consagradas Sean veneradas Tus trece flores Tus trece palabras *

narrativa La última muerte Ti slajebalxa lajele Nicolas Huet Bautista (edición bilingüe) Espacio Cultural Jaime Sabines fonca Chiapas, México, 2001 120 páginas.

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Prometea canta a la muerte

Elizabeth Vivero l libro de Roberto Vallarino (1955-2002), Prometea de la sangre. El Resucitado publicado por el Fondo de Cultura Económica en su colección letras mexicanas, es un homenaje y un canto a la muerte agónica, dolorosa, omnipresente. Dividido en dos poemas que comienzan el libro: «Anhedonia» y «Prometea de la Sangre. El Resucitado» seguidos de ocho cantos, su temática recuerda al poema Muerte sin fin de Gorostiza, ya que celebra a la muerte. Desde la primera estrofa, el yo poético menciona su coqueteo con su propio fin y abre al lector un universo interior

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carcomido por el dolor y por el sufrimiento causados por una enfermedad que desconocemos y que lo obliga a postrarse en cama. Así, conforme nos adentramos en el largo poema, vamos siendo testigos del cambio en la relación que se establece entre ese yo poético y la muerte, puesto que en un primer momento ésta es vista como una fuerza que llega de noche para instalarse dentro del cuerpo dolorido, estrujándolo desde los huesos; mientras que, en un segundo momento, la muerte es percibida como inherente a la vida y por lo mismo connatural a todos los hombres. Vallarino nos lleva, pues, a la

intimidad del moribundo que finalmente espera con paciencia su fallecimiento. El Resucitado, como se llama a sí mismo el yo poético, no es sino receptáculo de vida, que va cediendo su lugar a la niña dulce como flor de azahar, para que finalmente se instale triufante el silencio. •

poesía Prometea de la sangre. El resucitado Roberto Vallarino Fondo de Cultura Económica México, 2003 128 páginas. adquiéralo en la liberría del Fondo de Cultura Económica


Claribalte

Rafael Medina D. om se fabla d. Livro donde se tratan las abenturas de un omvre om an essitido pocos en toda la ystoria: el cavllero d. la fortuna, mejor conossido om Claribalte i. cullo autor tituló Livro del muy esforçado e inuensible cauallerode la fortuna, propiamete llamado Don Claribalte, q. segú su uerdadera interpretación quiere dezir Don Félix o bienauenturado. Nueuamente impreso y uenido a esta lengua castellana, el que procede por nueuo y galán estilo de hablar

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. Gonzalo Fernández de Oviedo, famosso por ser cronista de l. tierrass de las Indias, tubo faseta poco cono-

cida: ser escritor de livros de caballerías, i para muestra est, edisión de l. unibersiades de la meseta central (uam i. unam) del livro yamado Claribalte. Ovra poco estudiada y leyda, ya q. de modo fantasstico calleron munchos en el juego de escrptor, el q. al dedicarlo al duque de Calabria face mención q. se trata de una tradusión del tártaro de livro encontrado al azar, cosa nada sierta y recurso muy dado por la jente q. pa su tyempo a reinventar el mundo c. esso q. yaman literatura i. de l. gentes dispuesta a creerles todo lo q. truxen. L. edición galana tiene esstudio preliminar y crítico,

máss notas e yndices del Ylustre María José Rodilla León. Assi om fasimilar de la versión original de 1519, con todo s. castellano tan diferente al q. agora favlamos pero que emosiona arto leyerlo por ser etapa d. l. lengua nuestra cuando se encontraron los mundos q. dieron orijen a esstas tierras que agora sse conocen como las Américas. Fernández de Oviedo resspeta i. ussa todos los tópicos de loss livros de caballería: loss preceptos i. estética d. mundo cavalleril, princesa amada, l. justas y las vatallas, l. magia, l. exageraciones, l. proesas, todo, en el livro de Claribalte, no falta nada d, lo q. podamos esperar de una ovra d. 93


essste tipo y d. eso tiempos. No abrá q. facer seso para recordar con harto gusto l. lectura a aquel famosso hidalgo q. perdió oda su sana cordura p. su afisión a esstos livros de abenturas. Autor q. supo escrebirr d. lo q. vibió y biajó, pero q. con essta

narrativa Claribalte Gonzálo Fernández de Oviedo Estudio preliminar de María José Rodilla León uam-iztapalapa / unam México, 2002 356 páginas. adquiéralo en librería Códice

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ovra tan demuestra q, tambien d. l. leydo i. soñado. Ombre de armass, cronista nato, overrvador obsesivo q. noss deja ver l. emosiones d. lass gentes del siglo XVI, l. q. less permitia soñar harto y buscar mundos lexanos i. oscos p. conquiostarloss, entend-

erlos. I. en una lengua q. se avria passo segura, manceba, bigorosa, conossidsa i. querida p. el q. esto escdribde y aquellos q. me leen. •




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01 (33) 35 63 01 07 a.p. 39-37 c.p. 44171 Guadalajara / Jalisco / México http://paraisoperdido.ws


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