contenido Antecámara
Alejandría
Doble horizonte
Poemas búlgaros Petia Dubarova versión de Luis Antonio Serrano 4
Historias para enamorar a Irene Dante Medina 27
Poemas rusos Andrei Schetnikov versión del autor 10
Tanguedia iii (Libro de efluvios) Gabriela Velázquez 31
Poemas daneses Morten Søndergaard versión de Daniel Babenco 16
Hay una cicatriz en la memoria... Mario Heredia 34
Me fumaría un cigarrito Raúl Bañuelos 38 Las huellas Jorge Fernández Granados 39 Los cómicos del cabuz Carlos Pineda 41 Poema David Flores 43 La casa Leticia Cortés 45 Poema Fanny Enrigue Lancaster-Jones 49
Poema Ana Claudia Zamudio Aguiar 51 Tacha Carlos Castillo Novelo 53
Cien puertas Narrativa del norte:los cuentos de Eduardo Antonio Parra Luis Martín Ulloa 56
Valle de los reyes Al margen del bullicio Rafael Medina entrevista a Mauricio Montiel Figueiras 63
Heliópolis
Ilustraciones
Roberto Bolaño a fondo Rogelio Guedea 71
Nicolás de Maya
La verdad de los escritores Isabel Jazmín Ángeles 75 Como despertar el agua de Maritza Buendía... y otros gatos Arturo Suárez 76 Luz que se anuncia Patricia Medina 78
Revista de Literatura Año iii • Número 15 Segunda Época julio-septiembre de 2003 Directora Isabel Jazmín Ángeles Editor Antonio Marts Consejo Editorial Hilda Figueroa, David Flores, Rafael Medina, Brahiman Saganogo, Luis Martín Ulloa, Elizabeth Vivero
Nicolás de Maya Cehegín, Murcia, 1968. Graduado en Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y Técnico Superior de diseño industrial. Fue becado por la Comunidad Autónoma de Murcia para la realización del proyecto pictórico La luz del paisaje de Murcia, Valencia. En 1997 obtuvo el premio de pintura Colegio San josé, Valencia, en 1998 la Medalla de Honor Párraga, Murcia y en 1999 el II Premio Regional de Pintura José M. Párraga. De manera individual ha expuesto en galerías de Murcia, Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Londres, Roma, Guanajuato y Guadalajara.
Consejo Honorario Luis Armenta Malpica, León Plascencia Ñol Corresponsales chiapas Tanya de Fonz, Marco Fonz de Tanya colima Nadia Contreras cuernavaca Ricardo Venegas mérida Svetlana Larrocha, Fernando de la Cruz tlaxcala Berenice Huerta Bazán, Jair Cortés xalapa Judith Santopietro Diseño Editorial Paraíso Perdido Imagen portada Nicolás de Maya Revista electrónica www.paraisoperdido.ws Editorial Paraíso Perdido Correspondencia y colaboraciones Apartado Postal 39-37 c.p. 44171 Guadalajara, Jalisco, México. Teléfonos 36 13 07 01 / 35 63 01 07 Fax 35 63 01 07 correo electrónico: isabel_jazmin@hotmail.com, antonio_marts@paraisoperdido.ws
Esta revista cuenta con el apoyo de la Beca «Edmundo Valadés 2003»
Antec谩mara traducci贸n
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Petia Dubarova versión Luis Antonio Serrano Guerra
Si fuera el invierno La nieve es blanca como almohada y limpia, y clara es como inocencia la luna como mochila amarilla las estrellas— vaso con vino blanco. Yo quiero fundirme en el vino helado por primera vez quemada la luna aún no se ha visto cargada en su espalda. Yo quiero el fuego en las bocas en la nieve no calienta se ahoga los vidrios, de dureza gustosa (solidez rica) debajo de los dientes se metía. Yo quiero endurecerme toda —parecerme al invierno Ser el invierno. Pero, mi corazón que se quede joven. • 5
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De ser caliente y de nieve La calle blanca, como la cola de gata quiero arrojarme para congelarme al final El aire había alejado a los muchachos muy hondo con bolas de nieve me avientan, feliz como durante mayo ¡Cuán raro es ver el invierno así! ¡Cuán raro es ver su ciudad así! Con las calles, nevadas, la luna como cerrada (secreta) con las cuerdas tiradas en la blanca nieve bramante Puede ser que eso sentía calor mi boca, el cabello se adormecen como nieve Ah si fuera caliente y de nieve es fantástico esto Si fuera toda de nieve, pero caliente de nuevo •
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El mar y yo Un sin fin de conchitas lloran me muestran su oscuridad y retroceden de sus profundos hoyos maldiciendo la salada humedad. La sal fría me coge y quema y la espuma en la palma se me funde oscilan emblanqueciendo el dinero del mar con el aire, la frialdad me bebe. Cómo quisiera estar con las conchitas verdes pero regreso callada al hogar y las conchitas pareciera que van conmigo conmigo se va el calor de la ola. Ahora entiendo: en el calor de mis palmas se estrecha el mar salado En mis sueños los mecía entonces rápido recoge. •
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Andrei Schetnikov versión del autor
ЗЕРКАЛО Спящие — в твоём не нуждаются слове. Не нуждаются в нём также и те, кто проснулся: ведом им голос холодных ветров и горизонты молчанья. К тому подойди, чьё лицо к зеркалу пробужденья прильнуло. В сердце своём шёпотом имя его назови — шорох ресниц будет ответом тебе. Слышишь? — Молча прочь уходи, а не то неосторожным движеньем зеркало ты разобьешь, И в мириадах слепящих осколков затеряется нерасторжимая связь двух миров, и безвозвратно канет лик в омут круговращений осенних.
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El espejo Los que están durmiendo no tienen necesidad de tu palabra. Los que han despertado tampoco porque conocen a fondo la voz de los vientos fríos y el horizonte del silencio. Acércate a él, cuyo rostro ha tocado al espejo del despertar. Nómbralo en tu corazón: un susurro de pestañas será tu respuesta. ¿Estás oyendo? ¡Vete de aquí! Si no te vas puedes destrozar el espejo con un movimiento imprudente y esa inseparable relación de dos mundos se perderá en miríadas de cascos cegados y sin regreso el rostro desaparecerá en torbellino de otoño. •
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ЭПИЛОГ Заложники страсти, познавшие горечь иного вина, скупы на слова. Но никогда не забывают они повествованье своё завершить ещё одной фразой: «Быть может, всё, что я вам сейчас говорил, — неправда». Я же всегда свой рассказ начинаю со слов: «Быть может, всё, что я вам сейчас расскажу, — неправда». И замолкаю. Мне нечего больше сказать.
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Epílogo Los peregrinos de la pasión, que conocieron la amargura del otro vino, son avaros con las palabras. Pero nunca olvidan terminar su relato con un enunciado más: «Acaso todo lo que he dicho ahora no es verdad.» Pero yo siempre empiezo mi relato con estas palabras: «Acaso todo lo que voy a decir ahora no sea verdad.» Y me quedo callado. No tengo más qué decir. •
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ЗДЕСЬ И СЕЙЧАС Звуку внимая любому, слушай, как он качается на волнах тишины. Подмечай краем слуха, как словесные стаи кружатся под небесными сводами. В помутненье мгновенном пойми: мысль свободно скользит по просторам немыслия. Ты и так уже — здесь и сейчас: нет нужды ни бежать от себя, ни следить за самим собой.
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Aquí y ahora Atendiendo a cualquier sonido oye que él se está balanceando en las ondas del silencio. Con el extremo del oído advierte bandadas verbales que dan vueltas bajo los firmamentos. En un instante de turbulencia sabe que la mente se desliza con facilidad en espacios sin una idea. Ya estás aquí y ahora y no necesitas ni espiarte ni huir de ti. •
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Morten Søndergaard versión Daniel Babenco
Du siger at bier dør sovende, men de styrter til jorden ramt af en hjerneblødning, der er formodentlig honning inde i væggen og de kommer tilbage år efter år.
Så blev det oktober og kærligheden kom, som altid uventet, og stillede sine kufferter ind i vores hjerter, herfra fortsatte det, en langstrakt forhandling, et kys, en nat hvor en brændende færge sank og en grå helikopter kasted igen og igen en lyskegle hen over havoverfladen, hvert ord var en redningskrans smidt ud til de nødstedte, og jeg stod op hele natten som en skipper.
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Tú dices que las abejas mueren durmiendo, pero se caen al piso atacadas por un derrame cerebral, que probablemente sea miel en la pared y vuelven año tras año. •
Llegó octubre, y llegó el amor, inesperado como siempre, y puso sus maletas dentro de nuestros corazones, de aquí continuó, una larga negociación, un beso, una noche en la que un ferry en llamas se hundió, y un helicóptero gris tiraba una y otra vez un cono luminoso sobre la superficie del mar, cada palabra era un salvavidas lanzado para los necesitados, y yo estuve despierto la noche entera como un capitán. •
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Men drukturen standser her og vi bliver kørt hjem i en meget langsom limousine, kisterne er dekoreret med hvide kunstige blomster og vi har tavshedspligt, men noget bliver altid tilbage, en grundform i landskabet, en kølighed, et par henkastede bemærkninger, et knivskarpt fotografi af en panik så stor som en by, en tankerække der fortsætter ind i en andens bevidsthed.
Klokken slår tolv tydelige slag og det nye år kommer væltende med sine kødkroge og offerpræstinden blotter sit bryst så tyrene kan drikke af den søde klistrede mælk, de bløde muler lukker sig om de stenhårde nipler, alting står frem på en bund af dybgrønt mos og knivskarpe stjerner river maverne op på paniske heste, for sommerfuglene har drukket benzin igen og champagnen står urørt, i byens biografer bryder borgerkrige ud mens filmene smelter og løber tilbage om fremviserens spoler, i et hjørne sidder en flok skræmte statister og knuger deres værdiløse billetter
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Pero la jarana termina aquí, y nos llevan a casa en una limusina muy lenta, los ataúdes están decorados con flores blancas artificiales y debemos respetar el secreto profesional, pero siempre queda algo, una forma básica en el paisaje, una frescura, un par de observaciones hechas, una filosa fotografía de un pánico tan grande como una ciudad, una serie de ideas que continúa en la conciencia de otro. •
El reloj indica las doce con claras campanadas y el año nuevo hace su entrada con sus garabatos, y la sacrificadora desnuda su pecho para que los toros puedan beber de su dulce y pegajosa leche, los suaves hocicos se agarran de los duros pezones, todo está expuesto sobre un fondo de musgo verde fuerte, y filosas estrellas abren las panzas de los aterrados caballos, porque las mariposas han vuelto a beber combustible, y el champán está sin tocar, en los cines de la ciudad estalla la guerra civil mientras las películas se derriten y vuelven a rebobinarse en los carretes del proyector, en una esquina están sentados un grupo de asustados extras que estrujan sus billetes sin valor. Buscamos una estructura racional en los secretos que se cuentan cuando los músculos de las flores cierran las flores y los rostros se arremolinan, trozos de papel quemándose, es una historia sucia, es el camino hacia y desde las tontas fiestas y cositas compradas en tiendas que venden todo por un peso.• 19
Jeg ved det og jeg ved det ikke, Orfeus vendte sig om og jeg er tilsyneladende ikke blevet klogere, ville den lige vej, den direkte, men vendte om og fulgte en anden, den eneste farbare, jeg tegnede tre kort over tiden, et blåt, et gult og gråt, i størrelsesforhold en til en, en serie hjemløse matematiske formuleringer i en labyrintisk ørken. Men andre lyde løb igennem mig og ud i det sandfarvede lys, klare som vandmelonens farve gentaget i solnedgangen og rodede som regnens læsning af bjergene.
Jeg trækker luften helt ned i lungerne og mærker at sekundet omslutter mig, mærkeligt hvidt tøj og alting føles betydningsløst, og jeg begynder at gå, til trods for at alle skilte vender den anden vej, men ting og farver og mennesker kommer imod mig med overvældende styrke, at lette med et fly og giver sig hen til farten, læne sig op mod det uundgåelige, mod et ryglæn af mørkerødt fløjl og forvredne metaldele, du og jeg, den sorte kasse der registrerer de forelskedes lyde, det er først bagefter, længe efter, når redningsmandskabet når frem og giver sig til at grave i de rygende ruiner, at tingene giver en form for mening, 20
Lo sé y no lo sé, Orfeo se dio vuelta, y al parecer yo no me he avivado, quería ir por el camino derecho, el directo, pero pegué la vuelta y seguí a otro, el único viable, tracé tres mapas del tiempo, uno azul, uno amarillo y otro gris, en escala uno en uno, una serie de fórmulas matemáticas sin casa en un desierto laberíntico. Con otros sonidos corrió a través mío saliendo hacia la luz color de arena, claros como los colores de la sandía repetidos en la puesta del sol y confuso como la lectura que hace la lluvia de las montañas. •
Es un loco homenaje al mundo, atravesar la luz más baja, clara de noche y a tras luz, vuelven a haber narcisos amarillos en el césped, un coloquio de monjas amarillas locas, el perrito de la luna le ladra a la oscuridad, aquí estoy gritando como cualquier idiota, debe haber alguna razón pero no la conozco. Respiro el aire bien adentro de los pulmones y siento que el segundo me rodea, rara ropa blanca y todo parece sin importancia, y comienzo a caminar, a pesar de que todos los carteles miran en dirección contraria, pero las cosas y los colores y la gente se viene en contra mía con una fuerza incontenible, 21
men da ligger vi allerede helt stille i mørket, en hastigt nedfÌldet ansøgning til Glemselsministeriet.
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despegar con un avión y dejarse llevar por la velocidad, recostarse sobre lo inevitable, contra un respaldo de terciopelo rojo y partes de metal torcidas, tú y yo, la caja negra que registra los sonidos de los enamorados, es recién más tarde, mucho más tarde, cuando el cuerpo de salvamento empieza a cavar en las humeantes ruinas, que las cosas ofrezcan una forma de sentido, pero allí ya estamos quietos en la oscuridad, una urgente solicitud para el Ministerio del Olvido. •
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de las traducciones Petia Dubarova Nació en la región de Burgas, empezó a escribir cuando sólo tenía 10 años. Todos sus poemas, cartas e inclusive algunas partes de un diario se encuentran en su obra que lleva por nombre: Petia Dubarova, cartas, diario y sus trabajos, editado por Spektaer, Sofía, Bulgaria, 1991, Petia muere a los 18 años, fue reconocida por grandes poetas búlgaros como Xristo Fotev. Su muerte fue trágica, se fue caminando al mar hasta desaparecer. Luis Antonio Serrano Guerra Egresado de la carrera en Comunicación, de la Maestría en Periodismo por la Universidad de Sofía «Saint Kliment Ohridski» Bulgaria, de la Maestría en Literaturas del Siglo xx y pasante del Doctorado en Letras de la Universidad de Guadalajara. Actualmente imparte las materias de Medios de comunicación y Metodología para el análisis de la producción noticiosa, en la u. de g. Diversos artículos suyos han aparecido en publicaciones nacionales e internacionales, entre los que se destaca una entrevista al pintor Georgi Pablovj. Andrei Schetnikov Nació en Novoribirsk (Rusia, Siberia) en 1963. Vive en la misma ciudad hasta el día de hoy. Estudió física en la Universidad de Novosibirsk. Ha realizado investigaciones científicas en historia de la matemática antigua y en epistemología aplicada. Autor de siete libros de poemas: Сиянье глубин (El resplandor de las honduras, 1997), Новый сад (El nuevo jardín, 1999), Между ударами сердца (Entre dos golpes del corazón, 2001), entre otros. Ha traducido del español al ruso a algunos poetas clásicos del siglo xx (Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges) y autores contempo-
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ráneos (Eduardo Galeano, Silvio Rodríguez, Alberto de Cuenca, Luis Armenta Malpica). Es redactor jefe de la revista literaria Kto zdes’? (¿Quién está aquí?). Morten Søndergaard Nació en en 1964. Estudió Literatura comparada en la Universidad de Copenhague. Ha publicado los siguientes libros: Sahara i mine hænder (Sahara en mis manos), 1992; Ild og tal (El fuego y los nombres), 1994; Ubestemmelsessteder (Lugares de indeterminación), 1996; Bier dør sovende (Las abejas mueren durmiendo), 1998, la novela Tingenes orden (El orden de las cosas), 2000, et Vinci, senere (Vinci, un día) 2002. Daniel Babenco Buenos Aires, Argentina, 1966. Reside en Dinamarca desde 1987. Master de Traducción e Interpretación por la Escuela Superior de Comercio y Lenguas de Copenhague. Ha trabajado como traductor y asesor lingüístico para ministerios, agencias gubernamentales y empresas privadas, como el Centro de Literatura Danesa y la Agencia Danesa de Desarrollo
AlejandrĂa narrativa
Historias para enamorar a Irene Dante Medina 3. Del erotismo de Irene
L
a parte más erótica de Irene está por dentro. Sólo la exhibe a solas. Cuando está con ella misma. A ningún amante ha dejado entrar a ese castillo del placer que es su más profunda piel, armado de palabras. Irene sabe andar descalza, para desconcertar sobre su sinceridad.
Los besos de Irene son sensibles, cálidos, deleitosos. Pero son apenas una muestra de lo que en ella es la gran hoguera, la sensibilidad, el mundo que la habita. Irene, mientras duerme, quisiera ser amante de ella misma, de su espejo, de alguno de los destinos del laberinto de la memoria. O convertirse en alguna especie biológica que pudiera bipartirse, como las células, con el perdón de Dios, ser algo que perviva más allá de la vida. Irene puede ser irreverente, aunque tenga cara de chiquilla respetuosa.
Para dormir, en honor al pasado, Irene se enrosca como un bebé, como un feto, como para esconderse de ella misma en el cuerpo de ella misma, desnuda. Puede que llore Irene, antes de dormir, un poquito. Y si se le acompaña, elegantemente, hasta dejarla en manos del sueño, Irene lo agradece, y durante la noche entera, con los ojos cerrados, piensa en uno. Acompañar a Irene hasta sus sueños, es un privilegio. No es que permanentemente haya cascadas, o príncipes azules, pero uno ahí, dentro de ella, no escapa a los placeres del vértigo. 27
El erotismo de Irene es exquisito. Si no fuera una frase mercadotécnica, diríase que es erotismo de exportación. Aunque en materia de erotismo Irene no exporta, importa. Lo lleva a uno hacia dentro de ella sin que pueda defenderse, va por un torbellino donde los reflejos son espejos que dicen, de múltiples imágenes: Irene es tú, tú eres Irene, Irene es yo. Viaje del que uno regresa con el corazón lleno de dicha. La cara de uno cambia, el mundo nos sonríe, sabe uno que ha sido habitado por el erotismo de Irene, y los demás lo saben, también, aunque, discretos, lo callan, porque la sensibilidad de Irene exige el silencio. Uno sólo puede ser uno con Irene. Nada de lo que han inventado los inventores de los rompecabezas del cuerpo, las posiciones del erotismo dibujable, los consejos del placer impartido, se compara con las improvisaciones de Irene. La cadencia, la voz en que su voz se forma en tu oído, la polifonía de su respiración, el dar de sí todo lo que ella tiene, hace, en un vaivén
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deliciosante que el erotismo de Irene te haga caer en el silencio. De esto no hay testimonios. Estoy hablando de memoria. De oídas es el cuerpo de Irene. Su erotismo es de boca en boca. Lo que uno oye, lo que uno dice, ningún testimonio verdadero, nada confiable, nada válido. Gran secreto, sin voces, el erotismo de Irene. Pero ella sí lo sabe, y, a solas, lo practica, se lo queda para sí, lo comparte con quien ella quiere. Y si uno tiene la suerte de caer entre las sutiles, las finas, las delicadas, redes de Irene, que son también sus manos, su pelo, sus ojos, sus labios, sus piernas, sus senos, su irenidad completa, hay una condición en el erotismo de Irene que, como en las Sirenas, cuesta caro, pero es un precio que bien vale el placer de cabalgar en el monte de Venus de Irene: el silencio. Así que uno ya sabe, de antemano, y la elección es contundente, y es una opción entre la simplelengua o el erotismo entero, a escoger: o la palabra, o el cuerpo de Irene. •
5. De la infancia de Irene
I
rene, de chiquita, tuvo infancia, y un presentimiento amoroso: quería guardar la infancia para cuando ya no fuera niña, darle la oportunidad de todo el tiempo a aquella mocosa, flaca, orejienta, espeluznada por la testarudez de las pesadillas en volverse, adentro de nosotros, en cuanto nos descuidamos en el sueño, monstruos y fantasmas cuya sombra es de oscuridad y luz.
Irene no quería ser adulto, por eso no comía. Y si era inevitable crecer, Irene deseaba crecer a la sombra de un árbol. No uno cualquiera, no un árbol de los que dan frutos, atraen los rayos, tumban hojas en otoño, se pavonean en las primaveras, y languidecen en invierno, no. Quería, Irene, crecer a la sombra de su padre, crecer con «s», que él la ayudara a ser, plantita apenas, ella que nunca tuvo un Principito que la cuidara, rosa o cordero, ¿qué carajos era ella, se preguntaba Irene?, y su torso se estiraba, sus senos desafiaban leyes de la gravedad, sus caderas respiraban Caribe, increíblemente, la especie botánica o biológica que Irene fuera, estaba floreciendo. Irene empezó a alejarse de su casa, a ir cada vez lo más lejos posible por los caminos que sus pies le permitían. Cada día un poco más lejos, mirando hacia atrás, en perspectiva, su hogar. Y
miraba cómo, a medida que se alejaba, la ventana de su cuarto que daba al faro se hacía pequeñita, la puerta de su casa que daba al mar parecía de juguete, y el internarse en el universo de afuera no le daba a Irene los encuentros alucinantes con los unicornios, las sirenas, los faunos, eleguá, las ninfas, o el niño que su padre fue cuando ella hubiera querido tenerlo por su mejor amigo. Los sueños son traidores, piensa Irene. Prefiere los deseos. Irene, por todo esto, decidió, un día cualquiera, lluvioso para que sea verosímil, encerrarse en la memoria. Y, desde ahí, mirar lo ya pasado, para ejercer la sutileza de un reordenamiento, un poco con la ambición de los colibríes que escriben, yendo de una flor a otra, escriben una palabra que ellos son incapaces de leer. Hizo de sí Irene una casa. Y, desde adentro, mira por la ventana. Y, vea lo que vea, siempre ve a su padre, que pasa corriendo, 29
relajado, sudoroso y alegre, con la mejor sonrisa que han producido las tardes de verano, y ella lo moja con la manguera, al campeón, para que se le refresquen los recuerdos a su cuerpo de destellos solares. Irene, en su mirador, es una ventana, y el viento la toma por una pintura, y le quita el polvo a su rostro, le limpia la mirada, le esculpe una felicidad que nadie de los que pasan por ahí ignora, ni deja de admirar, y la narran en países lejanos a donde van, en sus navíos. De Irene cuentan los robustos marinos, envejecidos y fantasiosos, llenos de una infancia que les inculca Irene, que esta niña de la ventana que ve pasar los barcos, esa flacucha de ojos iluminados, frente a la chimenea y al faro, es sin duda una sirena que esconde su cola en la bañera, y muestra únicamente en la ventana el talle, la única parte de sí misma que pudo ser adulta, a
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pesar de Irene. Lo verdaderamente infantil de Irene, es que cuando el viajero la ve ya no puede olvidarla, y se va melancólico, como si hubiese dejado algo que nunca fue suyo... y también que, claro, estuve a punto de olvidarlo por pensar en Irene, que desde esa ventana en el Caribe, Irene, con mirar a lo lejos con sus ojos, orienta a los navegantes, refleja a las estrellas, le da un motivo de quietud a la luna, hace saltar a los peces sobre las olas mansas del Caribe, y ningún ser humano, ninguno, sabe que Irene se ha quedado ahí, clavada en su ventana, porque quiere seguir siendo niña, y está muerta de miedo de haber crecido, y el insomnio es su aliado para escapar a las pesadillas del sueño. El faro es lo único que, de vez en vez, ilumina sus ojos despiertos. •
Tanguedia iii (Libro de efluvios) Gabriela Velázquez
A
lejada del bullicio observa a las parejas que ansiosas aguardan el sonido de la música. El empilche, elegante; las paicas, de vestido de lentejuela estilo tweedy; otras, de falda discretamente corta, por arriba de la rodilla, un listón como gargantilla rodeando los cuellos. Ellos de bacan y gacho, pasean por el salón buscando a la pareja adecuada. La milonga aguarda una noche más; chocan copas, una y otra vez; risas, humo de cigarrillos y miradas. Una inquietud volaba, los pies taconeaban impacientes; las manos inquietas jugueteando en collares perlados... De súbito se hizo el silencio: el fuelle inició el llamado, sonando lento, insinuante y las parejas caminaron hacia la pista. Ellos las llevan del brazo; ellas con garbo acomodándose entre los brazos varoniles, ejecutando
los primeros pasos. Se unió el piano y el melancólico contrabajo, el baile comenzó. Siempre le había fascinado esa parte, cuando vertiginosamente las piernas se enredan en las del compañero, como tratando de retenerlo. La fuerza de la música suena. Las luces exigües brillan y todos danzan al compás. El salón repleto, el sabor dulzón y triste del tango fluye. Dicen que significa sentir la música que se toca, que el tango es de una gran languidez y por eso lo prohibieron, ¿tú qué pensás?, el coso le decía esto mientras bebía de la copa. Yo sólo sé que la música corre por mis venas, pensó ella. La descubrió en un rincón y fue directo a sentarse. Te invito una, le dijo moviendo el cuello acentuando la petición 31
y ocupó la silla junto a ella. La piba no hablaba, la música le entraba por la piel, le erizaba y no quería interrumpir su frenesí, era como una descarga eléctrica. Miraba los sensuales muslos femeninos deslizarse, provocando adoraciones. Ella anhelaba estar con la música, no quería bailar, no deseaba amar, sólo ansiaba que la música la poseyera en todos sus sentidos. Él hablaba, ella no escuchaba. Por sobre sus pensamientos y las palabras, oyó: «busca lleno de esperanza/ el camino que los sueños/prometieron a sus ansias». La piel se le encrispó y sintió cómo le recorría la espalda, igual que en el acto amoroso, cuando llega al erotismo y no puede más porque ya lo dio todo. Él continuó hablando sin darse cuenta que ella estaba en otra parte, sabía su papel de milonguera: aparentar que el acompañante es lo más importante del mundo. Con la piel erizada, hirviéndole la sangre a cada nota de bandoneón, no pudo evitar entreabrir las manos con ansiedad y cerró los ojos. El coso la miró sorprendido, algo tenía la piba, un aire nostálgico como la música o era la melodía que hacía verla así. Sintió un fuerte impulso de tomarle el rostro y besarla; besar sus ojos y las mejillas sonrosadas y los delgados labios rojos. La admiró, hubiera querido contemplarla eternamente, algo tiene esta piba. Cuando por fin ella abrió los ojos se dio cuenta la forma en que la miraba. Desconcertada, como si nunca se hubiera dado cuenta de su presencia. Él terminó su copa, se levantó sin decir nada y extendió la mano invitándola a levantarse. Titubeó 32
un momento y decidió aceptar. Se desembarazó de la esclavina y los guantes. Tocó la mano del coso con timidez, un poco turbada por lo ocurrido minutos antes. Él la tomó con determinación y amoroso envolvió la mano en la suya. Las cosas cambiaron, súbitamente de la mano pasó al abrazo dirigiéndola a la pista, buscando un pedacito para ellos, un lugar donde pudieran perderse entre los demás cuerpos y poder tomar el de la piba sin temor «... en su afán de dar su amor, / sufre y se destroza hasta entender / que uno sea quedao sin corazón...». Ella se abandonó a los brazos del coso y de la música, sin resistencia dejó que tomara su cuerpo llevándolo a ritmo de bandoneón. Sin mancada le rodeó la cintura atrayéndola hacia sí con firmeza, como apresándola; ella levantó los brazos: la mano izquierda en el hombro y la derecha en la de él. Lo miró simulando interés, al cruzarse las miradas atrapó su atención: los ojos del coso eran profundos y pequeños, de un color dulce. Algo que no podía descifrar la maravilló y lo aceptó sin reserva. Sus cuerpos se acoplaron al instante; ambos, sorprendidos, pensaron al tiempo no dejar ir al otro. Él, a cada compás, la deseaba con furia, a cada ejecución de la danza la atraía más para sentirla; ella enredaba sus piernas en las de él, al igual que todo el cuerpo; una, dos, tres veces el mismo paso. Entre más cadente el bandoneón más los incitaba a unirse, la mirada, las manos entrelazadas y los pies jugueteando a medir la distancia; los torsos unidos, acariciantes. La milonga al tope del frenético y lascivo deseo.
El bochinche había cesado, nadie quedaba en la milonga. El salón quedó vacío, las sillas sobre las mesas, los instrumentos en su estuche, las luces apagadas, sólo se escuchaba el leve susurro de una pareja que continuaba su baile. El coso y la
milonguera atrapados en la macana de la pasión. Uno de ellos murmuraba: «es posible que a tus ojos/ que me gritan su cariño/ los cerrara con mis besos... sin pensar que eran como esos... otros ojos...». Buenos Aires, 1926. •
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Hay una cicatriz en la memoria... Mario Heredia
...El amor mata al hombre, lo pone en entredicho frente a su conciencia. Un día la sangre se coagula, otro renace y todo ha sido un sueño... Silvia Tomasa Rivera A Aurelio Valle
C
uando Gilda levantó la fotografía las estrellas no habían aparecido y la poca luz que aún daba ese sol moribundo, hacía más triste el momento. Fue entonces que se le vino a la mente el que tanto el atardecer del retrato como el atardecer de la ventana eran tristes porque eran intemporales, no se podían medir con minutos, no; quizá con recuerdos. Como nosotros, suspiró y dejó caer la foto en la silla de mimbre; la única. Y quedó ahí otra ventana entreabierta. Gilda se asomó, un viento frío la hizo abrazarse y frotar sus brazos. Frente a ella
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las montañas azules y el final de la tarde, el edificio, el callejón... quiso ir por algo para cubrirse. Tonta, ¿cubrirse qué?, le dio una pereza inconcebible ir a la cama, ¿o era vergüenza?, y prefirió el frío a moverse de aquel lugar. La ruptura había comenzado desde el día en que aceptó. Fue consciente de ello desde un principio. ¿Por qué acepté entonces casarme?, se preguntó, mientras miraba ahora hacia abajo, hacia las negras lajas hundidas del piso de la calle angosta: cementerio oscuro y sobrepoblado.
No se atrevió a cerrar la ventana, pero sí a voltear y mirarlo, así, con un haz de luz que le partía en dos la espalda, las nalgas, las piernas. Estaba desnudo y rígido, como debían estar los muertos que apilaban en los campos de batalla, como todos los personajes del álbum familiar. Entonces podría llorarle de verdad; pero así, sabiendo que en cualquier momento podría moverse ese cuerpo tan muerto como cualquier cadáver, como cualquier esperanza, no... Fue hacia él y se sentó en la orilla de la cama, su pierna quedó junto al brazo dormido del hombre. Qué pieles tan diferentes, y qué maltratadas las dos. Y eso que apenas tenían treinta años, doce de estar juntos, tres de morir ahí, en el lugar de sus sueños, con la escalera de caracol, el piso de madera, el horno antiguo, la puerta de roble oloroso a brea que daba al callejón; cuántos años de haberla buscado, tantos pueblos, tantos hotelitos, camas revueltas, escribir números en la misma libreta que descansaba sobre el eterno olor a sexo, hasta que la encontraron. Entonces un clic, uno solo y quedó encerrado su mundo. Y en ese instante, momento de meter la llave en la cerradura y escuchar el raspar de los dos metales igual de herrumbrosos, y escuchar los pasos de los dos en aquel eco que producía el vacío, dejaron de respirar y se convirtieron en dos sombras. Así nada más, después de todo, si había algo caprichoso e imposible de entender era el amor. ¿Un atardecer?, ¿por siempre un
atardecer?, seguía mirando las dos pieles. ¿Dónde el deseo por esa piel?, ¿dónde había quedado la verdadera vida? Miró desde la silla, esperaba algo que nunca llegaba. El hombre suspiró y giró hasta quedar boca arriba, desnudo, bellísimo, fuerte. Gilda siguió el camino de vellos que descendía desde el tupido pecho y se iba haciendo más angosto hasta llegar al otro pequeño oasis. Y ahí, medio excitado, aquel símbolo del apareo antiguo, hoy en desuso, la hizo temblar. Un viejo traste, qué era eso sino un viejo traste, igual a la copa verde, a la cámara de fotografías, al plato aún con restos de comida echada a perder... Sonrió y al levantarse él abrió los ojos. Gilda se sintió avergonzada de que la viera de nuevo con toda su desnudez a cuestas; esos ojos grises podían mirarle el corazón estático, las venas, su matriz aún fecunda pero tan muerta como todo dentro y fuera de ella. ¿Estás triste de nuevo? Sí, contestó; qué otro estado de ánimo puede compaginar con nosotros si no es la tristeza. El sonrió y se incorporó, la trató de abrazar, pero ella fue más rápida y no paró hasta estar en la otra esquina del cuarto, la esquina más oscura, la que colgaba en el precipicio cubriéndose con las sombras. Cada día estás más loca. Y lo que nos falta. Entonces Gilda lloró, empezó primero con un goteo igual al de un grifo descompuesto, para llorar cada vez más fuerte hasta ser toda ella un gemido de animal moribundo. Antonio se levantó 35
y quiso ir hacia aquel grito, pero la mirada aún cubierta por las lágrimas lo hizo detenerse. Dos sombras desnudas en aquel vacío que alguien quizá miraría también con miedo. Después de comprar la casa, empezaron los arreglos, no había mucho dinero ni ganas, un arrepentimiento de estar vivos se los fue tragando, oscuro, hasta que Gilda, porque fue ella y por eso lloraba tanto, decidió terminarlo todo. Pero qué decisión más rápida. Así era ella, decidida a vivir con alguien al igual que a morir. Desde niña aprendió a sacrificar a sus mascotas siempre que empezaban a estorbarle: un canario ahogado en la pileta, un perro ahorcado en el álamo más alto del jardín, una lagartija, un recuerdo... Si nos separamos nos morimos, suplicó él. Ella fue inflexible. Un Antonio se fue y otro Antonio se quedó en aquel lugar sin más muebles que una cama de latón, un espejo, una alfombra que de tan vieja había perdido el color, la copa aceitunada y la fotografía en la que podía mirarse aquella misma ventana, y si se 36
aguzaba la vista, también al vacío del cuarto, la escalera de caracol, el hombre desnudo, la cama de latón, etc., etc... El arrepentimiento no tardó en llegar a Gilda que, sentada, no dejaba de mirar aquella fotografía al igual que ahora, y que una vez hiciera Antonio quien ni era fotógrafo, ni volvió a tomar otra en su vida porque sentía que apresaba como Dios, a la existencia; y no tenía ningún derecho a hacerlo. ¿Por qué lo hiciste entonces?, le había preguntado. No lo sé, fue algo que necesitaba. Y así, sin más preguntas ni respuestas, los siguió aquella obra de arte primitiva y frágil que podía ser sólo recuerdo, pero también presente la-tido de esos dos corazo-nes que, entonces, querían seguir marchando a la perfección. Los siguió en su deambular por ca-da espacio, centímetro de pared, cada agujero, puerta vieja, calentador helado, hasta morirse. La foto blanco y negro adornó la pared de la estancia casi blanca, sola, pequeñita inmensidad en aquella majestuosa albura, sin aceptar nada más, ni siquiera a ellos. El sexo se fue acabando
sin darse cuenta hasta no solamente no despertar el apetito a ambos cuerpos, sino llenarlos de asco. Y el tic tac continuaba, frío y calculador. Por eso Gilda se cansó, por eso destruyó a la pareja con sólo cerrar los ojos y los oídos. No más, Antonio, no más. Frente a la fotografía tomó la decisión y fue la tina blanca, medio percudida, humanizada por tantos cuerpos que la habían usado antes, el escenario más adecuado para realizar el rito. Una navaja de rasurar fue el instrumento que tuvo que usar varias veces; su corazón no tenía tanta fuerza para echar afuera toda la sangre. Desde la esquina de la habitación ella lo miró. Él, desnudo e indefenso, inútil, tan muerto, ya
no suplicaba, era imposible ya la reunión. No te puedo matar, dijo ella; no puedo matarte porque ya estoy muerta. Y regresó a la ventana, el paisaje se había desvanecido dejando a algunas estrellas salpicando el cielo. Gilda frunció el ceño, el vacío de la casa apabulló sus oídos, ella se apretó las orejas con las manos y arqueó la espalda hasta dejar a la intemperie todo su espinazo. No había otra salida, recogió la fotografía y tratando de olvidar lo que era la rompió en pedazos. Los miró nevar unos segundos sobre las lajas negras. Y el invierno aún tardaría en llegar. Después... sólo desapareció. •
de los narradores Dante Medina Jilotlán de los Dolores, Jalisco, 1954. Doctor en letras románicas. Ha recibido la beca Guggenheim y el premio Casa de las Américas en dos ocasiones. Ha publicado una veintena de libros entre los que destacan: La dama de la gardenia, Niñoserías, Como perder amigos, Los placees de la lengua, Zonas de la escritura y Bibliografía mayor del mito de Don Juan en todas las artes. Sus libros más recientes son: Ir, volver y qué darse, Alianza Editorial (2003) y Doktor Psiquiatra, Ediciones B (2003). Gabriela Velázquez Tiene publicado el libro de cuentos En medio de un derrumbe de cielos (Tierra Adentro, 1997) Publicó en los suplementos Nostromo del periódico Siglo 21, el domi-
nical del periódico Crónica y en Ágora de El Diario de Colima, y en las revistas El Zahir, Tierra Adentro, Luvina, y Última. Mario Heredia Orizaba, Veracruz, 1961. Reside en Guadalajara desde 1989. En 1993 obtuvo el primer lugar en el Concurso nacional de cuento «Edmundo Valadés», en 1997 mención honorífica en el concurso «Benemérito de América» y el Premio internacional de novela «Sergio Galindo» en 2003. Ha publicado los libros de cuentos Los trece círculos del caracol (1993), A dos tintas (1997), Un bosque muerto (2003) y Las sagradas noches (2003), las novelas Memoria de mis huesos (1999), Estas celdas que soy (2000) y el poemario Los espíritus de la música (1999).
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doble horizonte
poesía
Raúl Bañuelos Me fumaría un cigarrito
S
in prisa de ir más allá del polvo, me fumaría un cigarrito luego de morir tranquilo. Con la música de todos los cantores, silbaría una canción a la tierra. Un cigarrito me fumaría (y no fumo) con mis amigos que no he visto nunca. La distancia y el tiempo me fumaría por tocar en libertad la quietud movible del perpetuo canto. Oyendo en vivo a Benny Moré, Javier Solís, María Luisa Landín o Agustín Lara —amigos desde la infancia— un cigarrito me fumaría (sin límite de tiempo ni repertorio) en la rockola más viva del Universo. •
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Jorge Fernández Granados
Las huellas en mis sueños habito casas viejas o estoy de viaje y no sé a dónde voy tengo un boleto arrugado en la mano y no puedo leer lo que dice voy en destartalados vehículos llenos de gente que me saluda pero no la conozco en mis sueños tengo los pies mojados y me pierdo por rutas de terracería o minas abandonadas siguiendo ridículas señales que sólo yo comprendo en mis sueños soy invitado a rituales incógnitos 39
con círculos piedras cuarzos hay escaleras puertas muros falsos y brillantes insectos que caminan por mis manos me acechan los muertos y hay luces verdes al fondo de un pasillo o bajo el agua no tengo nombre en mis sueños pero entiendo cuando me llaman (y siempre no puede ser alguien me llama) por eso acudo y por eso me pierdo allá adentro a veces tengo diez años y a veces soy un espectro en mis sueños oigo palabras que me sorprenden y me digo «voy a guardarlas para cuando despierte» pero al despertar ya no son palabras son huellas •
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Carlos Pineda
Los cómicos del cabuz Para Hugo Gutiérrez Vega
Los ya sin maquillaje, con el rictus adelantado de mejilla a mejilla. Los cómicos sin sonrisa que hacen horizonte de los durmientes sin esperanza de fábula alguna. Los hombres de mala fama que son vistos bajo el hombro por académicos y divas políticas. Los cómicos que apuestan centavos sobre los rieles del tranvía, en tanto el humo del monte se inmola sin causa alguna. Los cómicos que van en todo ferrocarril, y no tienen sombra, pero que se nota su paso cuando el tren cambia de vía;
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cuando pasa sobre el río y el puente cimbra; cuando antes de llegar a la estación, aprietan las mandíbulas. Los cómicos del cabuz: los hombres sin sonrisa, que van atrás, tan atrás en la vida, que no precisan más ya de la alegría. •
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David Flores
Poema I
Raya en el agua la palabra Transparente presagio del olvido en la memoria del que escribe
Raya en la piel del viento la palabra TrĂŠmulo mĂşsculo anclado en la garganta de los olvidados De los condenados a vivir en el silencio 43
De los amantes que se van sin decir se adiรณs. โ ข
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Leticia Cortés
La casa Here is the house / Where it all happens Those tender moments/under this roof […] And as it happens It happens here / In this house Martin Gore Estas son las últimas cosas […] Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Paul Auster. Anna Blume. El país de las últimas cosas
La casa ha quedado en silencio. Sus brazos caen. De sus senos cuelgan tristezas que no duermen. Llora. Sobre el piso, tiemblan recuerdos etílicos: las últimas bocanadas. Vaho en la cornisa que dejaste a tu salida. Todas las escaleras hechas polvo, humo de cigarro humedece con su vana nostalgia. 45
Toda la casa llena de tus pasos. El olor a madera me abrasa. El refrigerador lleno de caricias congeladas, la televisión sin imágenes, la lavadora sin purificarnos, la ropa tendida al borde de la cama, hasta aquí: todo vacío. La soledad: vacía. La casa: muda. Ya no nos pertenece la piel de tu cuerpo. Estamos desnudas para siempre. En los libreros guardo trozos de tu carne. Las hojas y las novelas se convirtieron en nada. Relojes volteados. La regadera arroja puños de lodo. Ventanas sin lengua me gritan. Cada noche se extienden por los pasillos eternas letanías. Él me mira desde afuera. Y dice Casandra y no digo nada porque el nombre de Casandra pesa en la distancia, retumba en los rincones, marea los objetos. Espero ver caer a través del techo navajas, tormentas de todo lo que era nuestro: Y cuido la pintura 46
lo permanente.
el timbre el buzón del tiempo. Las cortinas de aceite que lubrican mis sentidos. Las puertas me hablan del perfume del otoño. Tinta púrpura sobre postales de mujeres que se van. La música del verbo me agita. Quiero volar. Matar al Minotauro que duerme en el laberinto. Las palabras me acechan, se vuelven en mi contra. Me hacen girar hacia la casa que se incendia se queda muda, se derrumba. Y dentro la cama donde se agitan los ríos de mis sueños. Donde desnuda me deshojabas las alas como girasol del deseo arrebatándome la espuma. Todavía hay muebles tapizados de ti. Puedo todavía recorrerla aunque esté hueca, aunque sienta el vacío de la ausencia, lo último, y las horas caigan: hojas del árbol del tiempo. Todavía queda tu mirada. La casa está muda. Tú afuera con una estrella en las manos fingiendo leer un poema. Persigo fantasmas que habitan los muros.
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Quedo bailarina inmóvil sin brazos, sin piernas música sin ritmo. Y río de mi lucha constante por borrar de cada rincón lo que me invade. Habito la casa que está muda. Repito su nombre. Aunque de repente las paredes caigan. Aunque me quede sola y todo me sepulte. Notas de un piano invisible aturden mi ternura. Mis labios se convierten en violines. Y me quedo sola, disuelta en sangre y polvo, hablándole a la noche que lastima. •
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Fanny Enrigue Lancaster-Jones
Poema Reneixen tots els focs al fons de la foscúria Ramón Xirau
Entre el puente y el suelo aire como cuchillo ráfaga A lo lejos niños juegan a cazar lo inalcanzable Algo en esta caída de campo amarillo de girasol quemado Algo en mí del horizonte que se ensancha y vuelve a convertirse 49
en pequeña tierra en los diez siguientes pasos A la deriva vértigo sin raíz ni vela un vaho luminoso queda del día. •
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Ana Claudia Zamudio Aguiar
Poema No basta cerrar los ojos para reconciliar el sue帽o (ni la noche o el silencio) si decapito las horas del insomnio veo rodar escenas antiguas y no no es suficiente: la noche es una habitaci贸n llena de espejos donde el mundo se modifica cien veces en un instante busco persigo esa imagen me veo en sus caras yo se pierde 51
entre destellos y sombras esa niña que fui avanza en un desliz de arrullo y polvo de mi sueño entre sus manos el sol de su ojo eclipsa las miradas que me azogan se rompe la noche todos los rostros son yo misma ella se acurruca en el esquirla nocturna que me queda murmullos de luz lastiman mis pupilas cargo las horas acumuladas en los párpados y a veces cerrar los ojos no basta para reconciliar el sueño (ni la noche o el cansancio). •
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Carlos Castillo Novelo
Tacha Un puño de sangre me aprieta el corazón y repito las confesiones de sus latidos. Digo las cosas en el tono que la noche quiere escuchar. El efecto es un anónimo que canta con fervor, un gato sin ojos en las venas más arrinconadas, una lluvia de cicatrices que se prolonga. Cuando descubro tus sentidos endulzados, el Todo vibra como en un estanque donde prevalece la piedra con alas de música. •
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de los poetas Raúl Bañuelos Guadalajara, 1954. Es autor de Tan por la vida (1978), Menesteres de la sangre (1980), Por el chingo de cosas que vivimos juntos (1980), Poema para un niño de edad innumerable (1980), Puertas de la mañana (1983), Cantar de forastero (1988), Cuaderno de miniaturas (1992), Casa de sí (1994), Junturas (1996), Los solos (1996) y Bebo mi limpia sed, antología personal (2001). Jorge Fernández Granados Ciudad de México, 1965. Es autor de los libros de poesía La música de las esferas (1990), El arcángel ebrio (1992), Resurrección (1995) Los hábitos de la ceniza (2000) y El cristal (2002), así como del volumen de cuentos El cartógrafo (1996). En 1995 obtuvo el premio Jaime Sabines de poesía y en 2000 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.
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fundador de la revista Última, ha publicado en revistas locales y de circulación nacional. Fue ayudante de producción del programa radiofónico Anatomía musical en la radio del Estado de Jalisco y actualmente imparte clases a nivel secundaria en la sep y en el itesm, Campus Guadalajara. Leticia Cortés Guadalajara, Jalisco. 1980. Estudió la Licenciatura en Letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara y un diplomado de creación literaria en Sogem. Ha publicado en las revistas locales Nuestra Casa, Memoria de la voz y Reverso. En La Nuez de la ciudad de Monterrey, en el suplemento del diario Ananke de Aguascalientes y en El muro de La Paz, Baja California Sur. Fanny Enrigue Lancaster-Jones Guadalajara, 1976. Estudió filosofía en la Universidad de Guadalajara y actualmente realiza el doctorado en la Universidad Complutense, en Madrid. Textos suyos aparecen en los libros colectivos Travesía poética (Sogem, 1999) y Seis (Ágata, 2000).
Carlos Pineda Poeta, editor y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1996 la uam premió su poemario Imago el cual se publicó en 1997 en la colección «Molinos de Viento». En 1998 obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Poesía «Rubén Bonifaz Nuño» con el libro Escenas en el proscenio del cual en el año 2000 la unam edita una selección del autor. En 2003 publica Antología perpleja en Punto G Editores. Fue becario de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México en el área de Literatura (poesía) en 2001 y 2003.
Ana Claudia Zamudio Aguiar Poza Rica, Veracruz, 1966. Radica en Guadalajara desde 1984. Ha publicado cuento en el periódico El informador y formó parte de la antología de cuento De tanto Contar II que compiló Martha Cerda. Actualmente asiste al taller de poesía José Gorostiza que dirige Luis Armenta Malpica.
David Flores Guadalajara, 1969. Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara con estudios de Maestría en Literatura Mexicana en la misma universidad. Miembro
Carlos Castillo Novelo Mérida, Yucatán, 1983. Ha publicado el libro De espaldas a Dios (Presagios, 2000). Actualmente radica en Cancún y se dedica al periodismo.
Cien puertas ensayo
Narrativa del norte: los cuentos de Eduardo Antonio Parra Luis Martín Ulloa Guadalajara, 1970. Maestro en Literaturas del Siglo xx. Investigador y profesor de literatura en la Universidad de Guadalajara y en el Iteso. Realiza la investigación «Narradores mexicanos de finales del siglo xx». Tiene publicado el libro de cuentos Damas y caballeros y ha sido incluido en varias antologías de narrativa. Becario del Fonca en 1996 y 2002.
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L
a narrativa escrita en la zona norte de México ha despertado un interés notable desde hace algunos años. A finales de la década de los ochenta ya comenzaba a hablarse de una tradición regional, con autores como Jesús Gardea y Daniel Sada. Gardea murió en el 2000, interrumpiendo una extensa obra de alrededor de veinte volúmenes de cuentos y novelas. Sada ha continuado hasta el momento en activo, y su novela Porque parece mentira la verdad nunca se sabe ha sido calificada como una de las mejores novelas mexicanas de los últimos años.
Otros autores han continuado y ensanchado en fechas recientes este prestigio norteño: Luis Humberto Crosthwaite, Gabriel Trujillo Muñoz, David Toscana (para mencionar algunos). Uno de los más destacados es Eduardo Antonio Parra, quien en un artículo habló precisamente de las características que adquiere la narrativa de esta región:
poder central; de la convivencia con las constantes oleadas de migrantes de los estados del sur y del centro; y de una mitología religiosa que se manifiesta en la adoración a santones regionales [...] Esta particularidad del «ser» norteño es la materia prima de la narrativa de sus escritores. (Parra, 2001:5)
El norte de México no es simple geografía: hay en él un devenir muy distinto al que registra la historia del resto del país; una manera de pensar, de actuar, de sentir y de hablar derivadas de ese mismo devenir y de la lucha constante contra el medio y contra la cultura de los gringos, extraña y absorbente. Derivadas también del rechazo al
En la literatura mexicana se está dando una reorganización geográfica, donde ciertas regiones han ido adquiriendo importancia como auténticos centros desde los cuales se produce buena parte de la literatura más vigorosa del país. Y en efecto, el norte es un ejemplo contundente, y Eduardo Antonio Parra uno de sus autores puntales. 57
Con un reconocimiento pleno a nivel nacional e internacional, su obra (hasta el momento tres volúmenes de cuentos y una novela) se ha vuelto una referencia indispensable. Nació en León, Gto., pero se le identifica dentro de la producción artística de Monterrey, donde residió por muchos años y se gestaron sus primeros libros. Pertenece a una generación de escritores que comenzó a forjar una obra de alcance mayor desde su lugar de residencia, sin emigrar a la capital del país, hecho que parecía inevitable hace un par de décadas para aquellos que deseaban que sus libros atrajeran la atención nacional. Hoy reside en el Distrito Federal, pero el reconocimiento lo tuvo ya desde su estadía en esta ciudad norteña. Hay dos grandes representaciones en la obra de Parra, sobre todo en sus dos primeros libros, Los límites de la noche y Tierra de nadie: la línea fronteriza México-Estados Unidos, y la noche como el terreno propicio para la ruptura de los límites, para la transgresión. Estados Unidos representa la promesa del progreso, pero también el riesgo del no retorno. Muchos de los personajes viven con la obsesión permanente de cruzar la línea en busca de una mejor vida, que se fortalece cuando les han precedido los padres, hermanos, amigos. Esto se ve de manera clara en el cuento «El juramento» (de Los límites de la noche), donde un grupo de adolescentes hacen una promesa de vengar a sus compatriotas, «chingando» a cualquier gabacho que se les cruce. Pero es precisamente el impulsor de este juramento 58
el que se va, para regresar años después. Su culpa irrefutable, según los antiguos amigos, es querer volverse gringo, por eso lo retan en un duelo de navajas. Uno de los amigos tiene el deseo íntimo de acompañarlo a su regreso al otro lado, pero la animadversión de los otros frustra su intención. Desde este cuento inicial (es el primer relato del primer libro publicado), Parra deja muy en claro su concepción acerca del límite natural que marca la frontera. El Río Bravo es una presencia constante, pero más que una división en sí mismo, se erige como un breve espacio interregno de atributos casi sobrenaturales. Nuestro país termina a la orilla de ese afluente; el de los gabachos empieza con la tierra seca del otro lado. Una zona intermedia entre dos fracciones del mundo terrenal, una especie de Lago Estigia en el que se internan los hombres osados con la ilusión de llegar más allá. Pero no existe ningún Caronte que los guíe en su barca, y muchos quedan en el intento, naufragando en esas aguas turbias, en los gemidos del Bravo: Son los muertos [...] las ánimas de los difuntos ahogados en estas aguas traidoras. Por eso el río maldito pudre todo lo que esté cerca. No hay otro río en el mundo donde se ahoguen más cristianos que en éste; por eso de cuando en cuando salen a gritar su rabia a los vivos. (Parra, 1996: 13)
La frontera es una línea, la demarcación del fin de un país y el comienzo de otro, un señalamiento
espacial. Lo que conocemos es lo que se encuentra antes de cruzarlo. El otro lado es lo desconocido. Es el más allá, donde rige acaso otro orden muy diferente al nuestro. Esto lo vemos en el cuento «Traveler hotel», donde dos hombres que han logrado llegar hasta San Antonio, Texas, parecen haber traspasado no solamente una división geográfica sino también temporal. A su llegada a la ciudad encuentran un clima frío que no habían calculado. Uno de ellos llega enfermo, y se hospedan en un hotel que desde el momento que cierran la puerta de entrada, los envuelve en una atmósfera ominosa. Es un lugar para pensionados. Sus silenciosos huéspedes los miran llegar con la indiferencia de los que ya sólo esperan la venida de la muerte. El cuento está narrado desde la óptica del enfermo quien, en una convalecencia que ha difuminado las unidades y los límites del tiempo, y en medio de alucinaciones producidas por la fiebre, descubre después que tanto él como su amigo han sufrido una metamorfosis que los empata ya al común de los demás alojados. La vocación de Eduardo Antonio Parra por indagar acerca de esos seres que se aventuran a traspasar las fronteras (geográficas o de cualquier índole), ha provocado también que su narrativa esté poblada de personajes que se debaten siempre en el límite. De la vida a la muerte, del amor a la soledad, de la tranquilidad a la histeria, de la comodidad indolente de la vida cotidiana al suceso que rompe en definitiva el orden del mundo.
Viven al borde de la «normalidad», lo mismo si se dedican a la prostitución, si son mendigos, si ejercitan una sexualidad «diferente», etc. La noche es su elemento natural, donde se permiten cada uno ser el otro que no pueden sacar a la luz del día. El mismo Parra dijo al respecto: Siempre he buscado que al leer mis cuentos el lector nunca salga indemne. Tiene que sufrir un sacudimiento al momento de leer y es por eso que elijo estos temas y ambientes, más bien sórdidos y violentos, los seres marginales a los que todo mundo les saca la vuelta. Mis personajes son aquellos que por lo general la gente no quiere ver. Pero siempre dentro de estas situaciones límites se puede encontrar lo más profundo de la humanidad. (Suárez, 2000:7)
Entonces, con este objetivo central en su quehacer narrativo, encontramos cuentos que son, como los describió Álvaro Enrigue, «violaciones ejemplares de esa convención borrosa, odiosa y necesaria que es la decencia» (Enrigue, 1997:76). Ejemplos de la dualidad vida/muerte (que además aparece ligada de manera inherente a la problemática fronteriza), son los cuentos «El placer de morir» y «Viento invernal». En el primero, el personaje central se reconoce asimismo como un buscador de placer, ya que persigue «exprimir el máximo goce que la vida pueda ofrecer a un hombre», y se dedica a ejercitar la vocación que el sexo le ha descubierto. Puesto 59
a reflexionar sobre los límites que ha tocado, reconoce que le queda todavía un placer inédito: el de la muerte. Entonces, en busca de ese cúlmen de perfección para una vida que había llevado a niveles artísticos la sexualidad, decide cuál podría ser su obra maestra. En las líneas finales, el personaje aparece complacido después de cierto trance con una compañera de cama ya inánime, «satisfecho de haber experimentado la última frontera del placer». En «Viento invernal» se narra un trayecto inverso, es decir, de la muerte que produce vida. Otra constante en estos volúmenes es el inicio en el centro mismo de la anécdota: el lector penetra de golpe desde la primera línea a la situación medular de cada universo creado por Parra, y conforme avanza el relato sabe de los antecedentes mediante párrafos intercalados. De esta manera, encontramos a una mujer embarazada a punto de parir en una casucha miserable y con otro hijo enfermo de gravedad, olvidada ya por el esposo que se fue al norte. Esa condición humana a la que alude el autor que aflora en las situaciones más adversas, queda plasmada aquí con gran efectividad y sin apuntes moralistas: la mujer no desea al hijo por venir y ha pensado en abandonarlo en la calle para que el frío invernal se encargue de él. Tampoco puede sanar al enfermo. Dos líneas vitales se desencadenan y corren opuestas: al mismo tiempo que el primer hijo muere de fiebre, ella expulsa al recién nacido. 60
Entonces, como un ciclo perpetuo que sólo da otra vuelta, absuelve enternecida al infante dándole el mismo nombre que el del muerto. Parra es un narrador nocturno, conocedor de los entresijos que afloran cuando el fastidioso lapso diurno deja lugar a la noche. En la luz reinan el orden y la seguridad, la civilización, la vida ordenada; la oscuridad convoca y remueve esa zona sombría de los seres humanos, llevándolos a rebasar las demarcaciones impuestas. La noche es el momento exacto para el temerario que busca la complicidad de las sombras para el acto criminal, así como para el indefenso que por desgracia lo encuentra al paso. Como el joven travesti prostituto que se topa con los policías extorsionadores en «Nomás no me quiten lo poquito que traigo»; o el anciano que conduce forzadamente a un muchacho por el desierto, hacia un lugar consabido para consumar una venganza esperada por años, en «El pozo». Hay dos textos sobresalientes que pueden resumir las características de la obra de Eduardo Antonio Parra: los ambientes nocturnos, los personajes marginales, situaciones al borde, la violencia latente y explícita. En «La noche más oscura» hay cuatro historias que se desarrollan de manera simultánea durante un apagón: una pareja de novios que se detiene en un mirador, cuatro amigos que ya encendidos por la droga salen a conseguir con qué continuar la fiesta, un muchacho que camina por la calle hacia su casa
a falta de dinero para un taxi, otra pareja que en su departamento hipermoderno se encuentra al borde de la histeria al ver en la televisión las noticias de la guerra. La expectación y la connivencia que parece otorgar el ambiente cálido de la noche, se disparan hacia el lado oscuro justo cuando la oscuridad se vuelve total con la ausencia de luz eléctrica. De esta manera, las cuatro historias se tocan en algún momento con desenlaces inesperados. En la noche más oscura, los límites se difuminan y desatan las pasiones soterradas. «La vida real», del volumen Tierra de nadie, debe recordarse en el contexto de la literatura mexicana por abordar algunos de los más entrañables personajes marginales, y por la gran pericia narrativa de Parra para presentar la imagen inédita de un mundo que, como él mismo lo dijo, la gente prefiere ignorar. Un reportero de nota roja conoce a una pareja de indigentes, y se fascina por lo que encuentra bajo las heridas infectadas y el tufo de olores mezclados: Dos seres cubiertos de andrajos que a su modo encarnaban una metáfora del deseo: en medio de lo más abyecto construían su propio paraíso, gozaban placeres secretos y engañaban al dolor. Dos auténticos clochards que vivían en la calle, se alimentaban en los basureros, dormían en parques o edificios abandonados y fornicaban donde les daba la gana. Pareja en el exacto sentido
del término. Cómplices en contra del universo. Amantes unidos por la suciedad y el hambre, los solventes y el alcohol, la libertad y el deseo. Unidos, en fin, por la pura valentía de permanecer unidos. (Parra, 1999: 30)
Los límites de la noche y Tierra de nadie. Cuando los límites se rompen, entonces la noche se vuelve una tierra de nadie, donde pueden suceder los incidentes más insospechados, ya sea en Nuevo Laredo, Ciudad Juárez o Monterrey. Los siguientes libros publicados por Eduardo Antonio Parra también continúan esas obsesiones temáticas: Nadie los vio salir (2001, cuento ganador del premio Juan Rulfo de París), y la novela Nostalgia de la sombra (2002). Esperemos nuevas obras de una de las voces más sólidas de la narrativa mexicana actual. • ENRIGUE, Álvaro 1997 «Libros: Los límites de la noche», Viceversa, México DF., no. 47, abril, p. 76. PARRA, Eduardo Antonio 1996 Los límites de la noche, México, Era. 1999 Tierra de nadie, México, Era. 2001 «Notas sobre la nueva narrativa del norte», La Jornada Semanal, no. 325, 27 de mayo, p. 5. SUÁREZ, Huberto 2000 «Ponen en alto cuento mexicano», periódico Público, Guadalajara, México, 12 de diciembre, sec. «Arte y gente», p. 7.
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Valle de los reyes
fotografĂas Rafael del RĂo
entrevista
Al margen del bullicio Rafael Medina entrevista a Mauricio Montiel Figueiras
N
o se puede ser más claro a la hora de definir su postura ante el embate del marketing editorial de hoy en día, que como lo fue el escritor Mauricio Montiel (Guadalajara, Jal. 1968) en su pasada visita a su ciudad natal. En sus Seis propuestas para la narrativa actual, charla convocada por la Secretaría de Cultura, fue inclemente con todo aquello que distrae y deslumbra al escritor contemporáneo de su quehacer primordial: escribir. Posturas y fobias de un escritor sólido que nos alerta del canto seductor de las sirenas y que nos incitó a continuar la conversación en estas páginas.
—Tu animadversión hacia las modas literarias, el barullo mediático, los grupos literarios prefabricados, etcétera, es clara. Sin embargo, ¿cuál es el impacto real de todo esto en la verdadera (o gran) literatura; en verdad representa una amenaza? —A la verdadera o gran literatura, como tú la llamas –yo preferiría hablar de literatura a secas–, le tienen sin cuidado el barullo y las modas; le hacen, por utilizar un refrán popular, lo que el
viento a Juárez. La amenaza mediática, si se pue-de definir en esos términos, es en todo caso para el lector de a pie, es decir, para aquel que no posee más referencia literaria o libresca que la oferta abrumadora de las mesas de novedades. Creo que los medios de comunicación, específicamente los consagrados a la difusión cultural, deberían ser más equilibrados, más heterogéneos, más propositivos, y lanzarse a hablar también de lo que no iluminan los reflectores. 63
–¿Asumes el riesgo de que tu discurso sea interpretado como una pugna de posiciones y de poder en el mundo literario? —Asumo el riesgo, por supuesto, aunque tengo que aclarar que –al menos de mi parte– no hay un deseo de poder a ultranza: ¿poder de qué, en principio, o para qué? Si alguien lo ve de ese modo, pues bienvenido; a mí lo que me interesa es poder seguir escribiendo. Una cosa es la ansiedad de posicionarse en nuestra pequeña República de las Letras, muy respetable y en dado caso hasta comprensible, y otra el derecho y –por qué no– las ganas de externar una posición contraria a los dictados del marketing editorial, opuesta al barullo y la confusión que campean en el medio literario de hoy. Parecería que actualmente, por desgracia, lo que más importa no es el contenido de un libro sino el contenedor: las tapas y solapas llenas de comentarios elogiosos, a veces desproporcionados, que mantienen unido un puñado de páginas. —Tu postura hacia el grupo del crack, que muchos podrían considerar insistente, ¿no te convierte automáticamente en parte de otro grupo literario (el anticrack)? —Hasta donde sé, no existe un grupo –literario o no– llamado anticrack. Existe, eso sí, un grupo de amigos al que pertenezco y que comparte, entre un sinfín de cosas, una postura crítica no sólo hacia el crack sino hacia varios escritores que se han encumbrado –ésa es mi opinión– con una 64
rapidez y una facilidad pasmosas. En cuanto a la insistencia, no hay que alarmarse: ya he dicho lo que tenía que decir sobre el crack. Hay muchos otros asuntos por atender. –¿Cuál es el beneficio de Mauricio Montiel en destapar estas cloacas? —Ninguno. (Tengo serios problemas con «cloacas», una palabra que según yo debe aplicarse sólo a la política y a ciertas deformaciones del espíritu humano.) –Basándote en tu clasificación de escribidores y escritores, ¿a quién consideras en el segundo grupo de entre los creadores actuales, y cuál sería el sustento que darías para afirmarlo? —En primer lugar, la distinción entre escritores y escribidores no es mía sino de Roberto Bolaño. En segundo lugar, la lista de los que considero escritores es bastante amplia; menciono por ahora a cinco extranjeros vivos que de un tiempo a la fecha han marcado mi trabajo: J. G. Ballard, J. M. Coetzee, Denis Johnson, Ismaíl Kadaré y Haruki Murakami. No están todos lo que son, insisto, pero sí son todos los que están. Entre otras razones, creo que son escritores y no escribidores porque, aunque gozan de reconocimiento internacional, les interesa la vida literaria, privada, más que los frutos de la fama y la vida pública; para demostrarlo ahí está su obra, fiel no a los devaneos del mercado sino a una visión íntima y rigurosa que mantienen contra viento y marea, lo que implica correr riesgos todo el tiempo.
—¿Qué vicios y virtudes observas en la generación emergente de escritores (y escribidores)? —Destacaría un solo defecto: ganas de saltar al escenario lo más pronto posible, no importa si los libros son malos o medianos o les falta pasar por la criba necesaria de la madurez y la autocrítica. Destacaría una sola virtud: ganas de escribir a toda costa. —¿Desde tu perspectiva, qué papel juega el cuento en la actualidad dentro de la literatura mundial? —El que siempre ha jugado: ganar por nocaut, como diría Cortázar, un combate que la novela gana por puntos. Que el mercado editorial haya intentado –que no logrado– relegar el cuento a la penumbra, haciéndolo pasar por una especie de patito feo al que nadie presta atención, es otro cantar de los cantares. —¿Entonces consideras que escribir cuento hoy en día es un especie de acto subversivo, una afrenta al mercado editorial? —Pienso que escribir es en sí mismo un acto subversivo; el género viene, digámoslo así, por añadidura. Ahora bien, no creo que escribir
cuento sea una afrenta al mercado –sería una afrenta un tanto ridícula. Habría que hablar mejor de resistencia: que cada autor escriba lo que tenga que escribir en el momento en que así lo sienta, sin importarle que el mercado privilegie y aun exija un género como la novela. —Todos aquellos que conocen tu trabajo saben (o por lo menos lo suponen) del papel preponderante que ha jugado el cine en tu mundo creativo. ¿Hay un cineasta en ciernes o un cineasta frustrado en Mauricio Montiel? —En un principio creí que había un cineasta frustrado. Con el tiempo, no obstante, descubrí que siempre ha habido un cinéfilo irreductible. —¿Qué directores han nutrido (y nutren) la narrativa de Mauricio Montiel? —Al igual que la de los escritores que me entusiasman, la lista de los cineastas que me han acompañado a lo largo del tiempo es vasta. Me ciño a un name dropping veloz y, por supuesto, incompleto: P. T. Anderson, Olivier Assayas, Ingmar Bergman, Peter Bogdanovich, David Cronenberg, Brian De Palma, David Fincher, 65
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Francis Ford Coppola, Michael Haneke, Alfred Hitchcock, Jim Jarmusch, Wong Kar-wai, Abbas Kiarostami, Takeshi Kitano, Stanley Kubrick, David Lynch, Terrence Malick, Julio Medem, Hideo Nakata, François Ozon, Sam Peckinpah, Mark Pellington, Sean Penn, Roman Polanski, Lynne Ramsay, Philip Ridley, Nicolas Roeg, Ridley Scott, Martin Scorsese, Alexander Sokurov, Tom Tykwer, Lars von Trier, Peter Weir, Billy Wilder, Robert Zemeckis. —Tu postura hacia el cine de Hollywood también ha sido un poco más que crítica. ¿No crees que ese tipo de cine tiene sus propios fines, su propio mercado, su propia estética, y que uniformarlo a altos vuelos artísticos lo alejaría de las mayorías, convirtiéndolo en elitista? ¿No crees que hay cine para todos? —Claro que hay cine para todos. Lo que sucede, al igual que con los libros, es que los reflectores iluminan siempre lo mismo –los productos comerciales, los blockbusters hollywoodenses– y minimizan las películas que provienen de otras latitudes, relegándolas por lo general a ciclos o muestras internacionales de cine o, en el peor de
los casos, a una exhibición fugaz en un reducido número de salas. Hay que recordar que el cine nació con una doble función: como manifestación artística y como forma de entretenimiento. La amnesia que caracteriza a la mentalidad empresarial de nuestros días amenaza con eliminar esa primera función para implantar un elitismo al revés, llamémosle mcdonaldizado. —¿Te gustaría que fuera recíproca tu relación con el cine, o sea que algunas de tus historias fueran llevadas a la pantalla? ¿Hay planes en esta área? —Claro que me gustaría, pero la verdad es que en el fondo la idea me pone a temblar –aunque no me quita el sueño. Existe, sí, el plan de trabajar con un muy buen cineasta mexicano en el guión para un largometraje; se han dado algunos pasos, aunque el proyecto está en pausa. Ya veremos qué sucede. —¿Qué nos podrías adelantar de tu próximo libro? —Se trata de un proyecto ensayístico en el que trabajo desde hace varios años y donde procuro dar cuenta del cruce entre dos de mis mayores pasiones: el cine y la literatura. •
Rafael Medina Guadalajara, 1972 Psiquiatra y narrador, autor de los libros Crónicas del Civil (1996), Sangre de perros y otros gritos (1999) y de La cruz de la bestia (2001). Coautor de la novela Doktor Psiquiatra de Dante Medina (Ediciones B, 2003). Colaborador del suplemento cultural del períodico El Informador.
Mauricio Montiel Figuerias Guadalajara, 1968. Narrador, ensayista y traductor. Es autor de cinco libros de relatos y ha publicado también dos libros de poesía. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven «Elías Nandino» y el Premio Latinoamericano de Cuento «Edmundo Valadés».
Nicolรกs de Maya obra plรกstica
Rogelio Guedea
Roberto Bola帽o a fondo
Heli贸polis
miscelánea • crónica • libros • cine • música • arte
R
ecuerdo que llovía a cántaros en aquella tarde de Madrid. Recuerdo que viajé de Córdoba a Madrid en un autobús estupendamente incómodo, al lado de un hombre que tenía un mal urinario congénito que lo hacía levantarse cada cinco minutos para ir al baño. Recuerdo que había salido con esa ilusión perdida de ver a Bryce Echenique, justamente en la presentación de Final de novela en Patagonia, la novela de Mempo Giardinelli, que, dicho sea de paso, había ganado el premio de narrativa Grandes Viajeros. Era una tarde de lluvia en Madrid, una tarde en la que era difícil realmente
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sentirse cómodo en medio de tanto frío, sobre todo cuando no tomó uno la precaución de llevar paraguas y llegó al bello edificio empapado de pies a cabeza. Déjeme pasar, por favor, recuerdo que le dije al policía de guardia de la Casa de América, y recuerdo que el policía de guardia, al verme con ligera o suma sospecha, sólo se limitó a contestarme: lo siento. Por fortuna, un hombre de pelo chino alborotado, flaco y de anteojos redondos que llegaba en ese momento, reconoció mi pobre imagen tercermundista y, sin más, me dijo: qué pasa, mi amigo. El policía de guardia miró los ojos
del desgañitado sujeto como buscando la aprobación que, ni tardo ni perezoso, el desgañitado le dio con una sonrisa ciertamente afable. Muchas gracias, le dije al hombre mientras cruzábamos el jardincito con fuente y nos aproximábamos a las escaleras de ingreso. ¿Eres mexicano?, me preguntó sin verme. Sí, le contesté. ¿Y qué andas haciendo tan lejos?, insistió. Estudio un posgrado en Córdoba y como me enteré que Bryce Echenique presentaría la novela de Mempo, quise venir a conocerlo, a ver si tengo suerte. Ah, mira, dijo. ¿Y cómo te llamas?, me preguntó. Rogelio Guedea, ¿y usted? Roberto
Bolaño, pero sin el usted, me dijo como intentando un conciliábulo. No me diga, le contesté asombrado. Ya te digo, me dijo. Una o dos semanas antes yo había leído profundamente absorbido Los detectives salvajes, encerrado en la buhardilla sin ventana que tenía por habitación en la residencia donde me hospedaba. La había leído absorbido por una sencilla razón: me recordaba mi país. Fue un hallazgo afortunado haberla encontrado en la librería, al lado precisamente de La vida exagerada de Martín Romaña, de Bryce Echenique, en la colección de bolsillo de la editorial Anagrama. Cuando me apoltroné y comencé a leerla con la incredulidad del que tiene malos presagios o estridentes prejuicios, y fui envolviéndome en esa escritura vertiginosa, a veces rota y en ocasiones plañidera pero siempre subversiva como la poesía,
me di cuenta de que estaba frente a un autor entrañable, de la estirpe de Ernesto Sábato, Guillermo Cabrera Infante o el Juan Marsé de Rabos de lagartija. Pero, sobre todo, me parecía que Los detectives salvajes entroncaba con esa oralidad y ese desparpajo, pero también con esa estética de la expectativa y de la hiperrealidad (no carente de imaginación, claro) propia de la nueva novela occidental. La propuesta de Roberto Bolaño, en suma, me sorprendió, como me sorprendió en su momento la obra de Fernando del Paso o Daniel Sada, tan mal leído todavía en México. Había pasajes, incluso, como el de Paz paseando por
el parque acompañado de su secretaria, que me remitían –en su arquitectura verbal— a ciertos fragmentos de La princesa del Palacio de Hierro, de Gustavo Sainz, una novelita quizá alejada en su sentido teleológico, por así decirlo, de Los detectives salvajes pero no así en su intención ontológica, en la cual el rapto humorístico tiene que ver más con el aspecto discursivo que con el meramente temático. Mientras la nostalgia y el deseo me hacían avanzar, trémulo, hacia el corazón del bello recinto, en donde, rodeados de paparazzis, llegué a reconocer la figura de Luis Sepúlveda, Mario Vargas Llosa, Zoé Valdés, Luis Goytisolo, Antonio Muñoz Molina, entre otros muchos célebres de bufanda y chaquetón, el asequible Roberto Bolaño me colocó la mano en el hombro y me llevó donde Bryce Echenique. Alfredo, le dijo, este hombre viene desde 73
México sólo para tomarse una copa contigo. Bryce Echenique, mi admirado Bryce, sacó la mano de la chamarra y, tosco el hombrazo, me la apretó duramente como si hubiésemos ido a la escuela juntos. Me da mucho gusto conocerlo, maestro, le dije escondiendo mi mano magullada en el bolsillo del pantalón. El gusto es mío, me dijo. Yo iba a decirle que no sabía qué decirle, que realmente estaba impresionado, que… pero la
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gente empezó a rodearlos y ya no hubo tiempo. En un hueco, y antes de ocupar el sitio de los honorables, adonde, claro, no podía ir yo, Roberto Bolaño me dio la instrucción: cuando acabe esto te acercas con nosotros. No me pierdas de vista. Después, me dio dos palmadas en la espalda y se fue. Ya había menguado la lluvia cuando salieron del edificio Bryce Echenique, Mempo Giardinelli, Roberto Bolaño y el muchacho
absorto y sin palabras que era yo. Cruzamos la avenida, y mientras ellos conversaban acerca de lo bien que se vivía en Barcelona, adonde, por cierto, Bryce pronto regresaría, y de lo formidable que había sido estar bañándose en las playas de Acapulco, yo los observaba como se observan las figuras de un caleidoscopio, tal como si fueran presencias fantasmales que, al entrar a la tabernilla, se hubieran disuelto como la espuma entre las manos. •
La verdad de los escritores
Isabel Jazmín Ángeles Ah, la vanidad del escritor… Podemos llegar a ser una auténtica peste. Rosa Montero
L
os escritores son una especie extraña. Todo lo que ven tiene para ellos un sesgo ficcional, un elemento que es capaz de ser narrado a su antojo. Ya sean las experiencias ajenas o la vida misma, todo es material para su obra en proceso. Cuando un escritor decide tomar su propia vida para ser narrada surgen una gran cantidad de problemas a resolver: ¿ser verídico o permitir que la ficción tome el mando?,
¿conservar los nombres reales o evitarlos? Haga lo que haga el autor se arriesga a ser juzgado a partir de lo que escriba y de lo que no. Pero los escritores son seres mañosos, que se sirven de las letras para organizar los hechos a su arbitrio, sin importarles ni la veracidad ni la lógica, pues crean en sus libros un universo particular donde sólo lo que es en él tiene sentido. Tal es el caso de la más reciente novela de Rosa Montero La loca de la casa (Alfaguara, 2003), en la cual el hilo conductor es su vida, el mero pretexto para reflexionar sobre la escritura: el proceso y los resultados.
A través de 273 páginas y doce capítulos rondamos por la vida de una periodista y escritora que rememora sus inicios en las letras así como una serie de colegas que han influido en su obra. Dicha influencia no es solamente por el trabajo en sí mismo sino también por su vida: las elecciones que los llevaron a ser figuras importantes en la literatura mundial, los tips que cada uno desarrollaba para realizar su trabajo. Un ejemplo: Stevenson y sus brownies, duendecillos que le dictaban sus novelas. La narradora se permite las contradicciones, los juegos y 75
las trampas para aquel lector interesado por la Verdad de su vida incluida en la novela y sin interés por las ventajas de la ficción, que le permiten acomodar los hechos a su conveniencia. Después de todo, ¿realmente podemos creerle a un escritor lo que nos dice? Mejor dejarnos envolver por la ficción que rodea sus vidas para disfrutar de un libro divertido. • narrativa La loca de la casa Rosa Montero Alfaguara México, 2003 275 páginas.
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Cómo despertar el agua de Maritza Buendía... y otros gatos
Arturo Suárez n tres de los trece cuentos de La memoria del agua («Agua dormida», «Gatos» y «Oníricos») me apoyo para referirme a una teoría húmeda de la somnolencia y de la capacidad narrativa en la metamorfosis; en esto último, lo felino no sólo es humectante, sino activa proposición a la manera de Kafka, o que a éste agradaría. El agua dormida no sólo es materia propicia de reflexión, sino de conciliar el agua —que se queda de haber enjuagado algo— con la saturación de líquido de la vida cotidiana y de los recuerdos familiares. El
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estanque sereno aviva una hermosa imposibilidad: «¿Acunar las olas?» del mar. Después de pensar estados y sentimientos del agua, fluye Maritza por la entera vivencia, retrato, modo y perfil del ser querido. Ahí sigue el agua, testigo de las diarias maneras de vivir: de transcurrir detalles, su descripción exacta. Motivo recurrente el agua, en las manos de Maritza es prodigio narrativo y de estructura: Son las diez menos veinte. Y estas ganas de despertar al agua están llenando de sal mi boca Se suceden, inagotables, objetos y situaciones de la
memoria: frescos o diapositivas de intimidad. «El estanque otra vez». Ese otro confesionario de tiempo, musgo y pátina. « ‘Me estás matando, amor. Me estás matando’ «. «Escucho la perfumada voz de mamá mientras me desbordo por el cuarto». En admirable encarnación, envidia camaleónica, Maritza es ya el «gato por las cuatro orillas», alguna vez definido como suavidad con garras. Fiereza y ternura, la lengua es el instrumento acuoso. La humedad, que es como un sistema. En los sueños hay un registro de cinematografía tipo-
gráfica: El agua, siempre, es el principal motivo de aparentes realidades, pero sólo como la presencia de aquel mago del suspenso. Se da la pesadilla con magnífica descripción (en tipo redondo). Viene el ensueño. Pero se parece a la realidad, no hay descanso. ¿Para qué? Continúa la descripción (en tipo cursivo). Es un flashback que se incorpora a la realidad anterior. Es amplio, discursivo, con gotas de frío sudor (otra vez el agua). Así es soñada ella por él (otra vez la realidad): tipo redondo. Comienza el sueño de nuevo, largo. Irrumpe la realidad y el
sueño no se queda atrás: van los dos tipos juntos ya mencionados. Gana la realidad entrecomillada: «Ella ahoga el grito con su boca». Magnífica, terrible, surge Ma-ritza del agua de las Alondras. Recomiendo la lectura de los otros diez cuentos. • narrativa La memoria del agua Maritza M. Buendía Fondo editorial tierra adentro México, 2002 104 páginas.
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Luz que se anuncia
Patricia Medina Confieso, sin ningún pudor, que a mí me gusta la poesía de Luis Armenta Malpica. Entro en ella con una facilidad pasmosa. De tal índole, que he llegado a mirar con los ojos que él mira y a oler con su olfato a esos seres y a esos mundos que Luis construye y puebla y pinta con su brocha de luz. Cuando su poesía ha andado en la urbe, yo me he puesto pies de asfalto para deambular por las calles prohibidas y abrir los escenarios donde cada pasión era representada como una puesta en marcha de las fuerzas vivas. Cuando anduvo en Chiapas yo contaba las ceibas, me enredaba en el 78
hongo y en las aguas heladas buscaba reanudar mis fuerzas extinguidas entre la metralla y el antifaz. Me armé con la Voluntad de la luz, mojada en néctares prohibidos, para pasar el trance de la Ebriedad de Dios con un Vino de mujer cuya resaca aún nos dura a ambos. Pero es en este asunto de la luz donde se me ha puesto difícil la simbiosis. Es una luz que se ha vuelto huidiza, que brinca de un libro a otro, que se disfraza de vida. Cuando creo estar en ella toco el rostro de un hombre; es vasta y es anémica; luz de contrarios y luz de afines, para alumbrar el
estertor, para paliar el llanto. Luz de todos y de ninguno. Luz privada de Luis —en sus dos acepciones— y Luz de los otros y para los otros. Luz de los otros, que en Campeche se casó con un premio porque venía de apremios y rupturas, venía de encandilar a la serpiente y de ahogarla en unos versos largos que no tenían salida ni retorno. Fue ahí que vio a las bestias de los hombres convertidos en lobos y leopardos que rugían desolados. En «maitines» y «laudes» los ojos de Luis se hicieron monacales para dejar pasar sólo la luz suficiente que pone en eviden-
cia el pecado mayor: negar la herencia. Luz persecutoria que primero anarquiza las imágenes y luego las retorna a su cauce. Y de pronto esa luz me da risueños golpes que son las vagas réplicas sobre la densidad del mundo que entorpece al poema, que entorpece a la luz, que hace que Luis tropiece en cada irradiación, en las texturas de pirámides, volcanes, estelas y códice. Larga es la piedra donde el poeta inventaría el silencio y la «Música para quedarse en casa», a veces, evocando la señal y aquel mínimo triángulo espejeante de cosas escondidas que abre otra puerta de luz para asombrarme. Otras veces repite la disposición de los recuerdos. Reaparecen los puntos, en relieve, para simbolizar aquel sitio de papel, o de la vida, en donde nacen todas las formas y todas las unidades de una lengua que se afina en
«Las pequeñas ternuras», que pueden ser las sílabas sonoras de un beso a medio tiempo de la asfixia o un suspiro sin boca en dónde guarecerse; que también puede ser la lengua de una carne universal que chorrea la saliva del deseo insatisfecho y su semen de apremios yugulares. El color se oscurece como si transitara por el margen de su propia sombra. Desde ese margen, desplegado por todo el campo del poema, asomándose apenas por los recovecos del relieve, aflora la luz y, con ella, la profundidad sin límite del espacio en medio del espesor matérico. Y se realiza así su apertura hacia tonos más claros, como si la luz y la forma necesitaran de un movimiento abarcador surgido a partir de la fuente: una cortina que para descubrir oculta, que abre sensaciones y realidades a partir de su tensa red, pero que sobre todo construye un espacio de formas y de indicios en medio de los cuales vuelven
a aparecer las figuras esenciales de la poesía. Y la Luz de los otros parpadea con sus ritmos en expansión, con el repliegue que augura y concreta nuevas experiencias de luz. Está allí, donde del espesor en sombras brota el calor. La llamada filosofía sistemática es una mera autognosis, simple percepción de uno mismo. Y es de la autognosis como se accede a la hermenéutica, o sea al conocimiento de la vida, para ir de ésta al conocimiento de la historia y de la naturaleza que Luis hizo poesía y que la poesía hizo luz. Esta poesía representa una especie de viaje, desde su perspectiva, entre lo más cercano, que es el propio poeta, y lo más lejano, que es el saber que lo hace —y que como bien dice Luis: hace se que hace—. Y la Luz de los otros adquiere una velocidad que no tiene límites. Una «Corola de milagros» se posa sobre el límite que Luis es, porque: «de entonces a esa fecha la luz es solo 79
una caricia que revienta los posos de su cuerpo». Cada verso vital implica el reconocimiento de su propio límite, pero también la posibilidad de superarlo. La poesía de Luis no entiende de actualidad ni de presente, sino de una porción de pasado y otra de futuro, pero reunidas y con las limitaciones propias de la luz. Para Simmel, la vida es, a la vez, más vida y más que vida. Y Luis, con su poesía se fue asiendo a la luz que ha sido más que luz: en su primera acepción era sólo de Luis, pero un movimiento en pugna por arrastrar hacia él o para atraer
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la luz hacia él la convirtió no en una luz ajena, no en una luz distinta, ni siquiera en una luz prestada, no; ésta de la que hablo se transformó en una Luz de los otros: una poesía en la que el poeta trasciende lo que le es ajeno, en la que la muerte reside de antemano en la vida y constituye la trascendencia de ésta sobre sí misma, ya que la poesía y su muerte trascienden la vida hacia arriba y hacia abajo, toda vez que la vida necesita la forma y, a la vez, más aún que la forma. «Ya lo tenía dispuesto quien me enseñó a leer aunque luego me diera la ceguera», dice la
«Penúltima luz». Nos hemos vuelto ciegos y todavía no le vemos el fin a la serpiente. Yo, como los otros —porque yo soy los otros—, me pregunto cuál parte de mi luz se quedó en este libro. Y si a veces me ataca un atisbo de sombra, puedo pensar que es la luz que me falta porque Luis se la lleva. De todos modos, a mí me sigue gustando la luz que Luis promete y que siempre se cumple. Aquí se enciende esta luz que se anuncia inacabada. Sea. Yo le doy una tregua si también me promete repararla a su tiempo. Porque la luz se cansa. •
La sangre de Bukowski
Antonio Marts después de varios poemas el poeta se levanta y anuncia «ustedes pinches mierdas, creen que esto es fácil pero no es más que un desangrarse hijos de su chingada madre»
Charles Bukowski De Bukowski (1920-1994) se puede decir que escribió más de treinta libros, que en lengua castellana es más conocido por su obra narrativa que por su poesía y que sus poemas traducidos al español sólo se pueden leer en antologías o en algunas páginas electrónicas.
Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre, es, por supuesto, una antología publicada por la Universidad Autónoma del Estado de México, las traducciones (y supongo la selección), estuvieron a cargo de Roberto Castillo Udiarte. Son poemas tomados de siete diferentes libros, los cuales nunca sabemos si son considerados por el traductor los mejores, si es nada más una muestra o por qué eligió precisamente éstos y dejó fuera el que para muchos es el mejor: los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas. Hablar de la poesía de Bukowski nos lleva al lugar
común. A decir que no se trata de poemas excelsos sino más bien salvajes, viscerales, autobiográficos, más que poemas, narraciones en verso. En ellos encontramos fragmentos escogidos de la vida cotidiana, el poeta hace de lo común el punto de encuentro con el destello de lo otro; camaleones, se ocultan en la fuerza narrativa, en el grito, en la protesta, en el coraje, en una irónica resignación. Son varios los poemas contenidos en esta antología en los que nuestro espíritu es conmovido. Aquellos en donde de lo cotidiano escapa hacia 81
pasajes luminosos de reflexión sobre la condición humana, su finitud, la nada que somos ante la muerte anunciada, en algún verso, por una mosca. Bukowski nos recuerda por momentos que la poesía ha sido poesía Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre Charles Bukowski version: Roberto Castillo Udiarte Universidad Autónoma del Estado de México Toluca, México, 1998 122 páginas. de venta en librería códice
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desde siempre un vínculo con la vida, con el conocimiento de lo que somos, un medio de heredar esta sabiduría. Esto es lo que nos deja todo poeta, sus visiones y encandilamientos, sus dudas y temores, sus momentos de con-
tacto con aquello que intuimos sin comprenderlo del todo. Su experiencia vital No todos los poetas son igual de ricos, pero con un poema que nos salve, bien vale conservar el libro. •
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