La Voz de la Esfinge - número 18

Page 1


contenido Antecámara Poemas de Halina Poświatowska traducción directa del polaco de Joanna Magdalena Żeromska 4

Poemas de Mark Strand versión de Juan Carlos Galeano 10

Alejandría El santo grial (o de cómo la pintura y el alcohol salvaron al Papa de una adolescente nefanda) Mariño González 20

Doble horizonte Poema Ricardo Sigala 28 La historia verídica de tu cuerpo Miguel Reynoso 30

El humor Dossier Blanca Estela Ruiz Sergio Figueroa Rafael Medina Marco Islas-Espinosa Elizabeth Vivero Dante Medina 36

Heliópolis Descolocación de la permanencia Carlos Vicente Castro 72 «De Samor y otros lugares cursis», de Rafael Medina Silvia Quezada 74 «Los mejores cuentos mexicanos 2004» Cástulo Aceves 76 Crónica de una lectura: «Lo que queda de mí» Ada Aurora Sánchez 78 «Parque Nandino», dos reseñas 81 Las hadas asesinas 86


Otra cara, otra cara, otra cara Juan Vázquez Gama 88

Ilustraciones Sergio Garval Sergio Garval Guadalajara, 1968. Es egresado de la carrera de pintura de la escuela de artes plásticas de la Universidad de Guadalajara, tomó un curso avanzado de pintura, impartido por el maestro Luis Nishizawa, y otro en el Summer Studio Residency New York, School of Visual Arts, New York, Estados Unidos. Ha realizado más de cien exposiciones entre colectivas e individuales, en galerías nacionales e internacionales. Ha obtenido numerosos premios y menciones.

Revista de Literatura Año iii • Número 18 Segunda Época mayo-agosto de 2005 Directora Isabel Jazmín Ángeles Editor Antonio Marts Consejo Editorial Hilda Figueroa, David Flores, Rafael Medina, Brahiman Saganogo, Luis Martín Ulloa, Elizabeth Vivero Corresponsales ciudad de méxico Tanya de Fonz, Marco Fonz de Tanya cuernavaca Ricardo Venegas hermosillo Ricardo Solís mérida Svetlana Larrocha, Fernando de la Cruz nueva zelanda Rogelio Guedea tlaxcala Berenice Huerta Bazán, Jair Cortés torreón Nadia Contreras puebla Judith Santopietro Diseño Editorial Paraíso Perdido Imagen portada Sergio Garval Página electrónica www.paraisoperdido.ws Correspondencia y colaboraciones Morelos 1265-9, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, México. 44160 Teléfonos 36 13 07 01 / 35 63 01 07 Fax 35 63 01 07 correo electrónico: isabel_jazmin@hotmail.com antonio_marts@paraisoperdido.ws

Esta revista cuenta con apoyo otorgado por la Convocatoria «Edmundo Valadés» de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2004 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.


traducción directa del polaco

Joanna Magdalena Żeromska

H

alina Poświatowska (Polonia, 1935-1967). Su debut literario en el año de 1956 supondría una innovación radical en el panorama de la lírica polonesa, en la cual se distinguiría de inmediato por el ejercicio de una singular poética que conciliaba la expresión plena de una sensualidad abiertamente femenina, con un enfoque ontológico que suponía la existencia necesaria de la primera para la constitución (y manifestación) misma del yo lírico. Premeditadamente ecléctica en cuanto a tradiciones e influencias literarias se refiere, el centro de su poesía lo constituye la ferviente afirmación del valor supremo del cuerpo llamado a la vida por el deseo. Poświatowska desarrollaría su distintiva visión a lo largo de cuatro tomos de poesía:

Hymn bałwochwałczy (Himno idólatra; 1958), Dzień dzisiejszy (El día de hoy; 1963), Oda do rąk (Oda a las manos; 1966) y Jeszcze jedno wspomnienie (Un recuerdo más, publicado de manera póstuma en 1968, y en cuya integración la poeta participó de forma parcial). De su producción poética se conservan asimismo tres conjuntos de poemas, correspondientes a los períodos 19561958, 1958-1962 y 1963-1967, respectivamente. Además de su producción de corte lírico —que constituye la parte fundamental de su obra—, Halina Poświatowska es también autora de un libro de prosa autobiográfica, Opowieść dla przyjaciela (Relato para un amigo; 1967), una obra de teatro y algunos relatos, así como de un extenso epistolario. La edición más reciente de la totalidad de su obra poética tuvo lugar en el año 2000, en un volumen de más de 600 páginas, titulado Wszystkie wiersze (Todos los poemas). 


A n t e c á m a r a

o tobie w sennym zamyśleniu przychodzisz i jesteś cieniem posianym na złotej skórze dnia więc oparta o ścianę twoich ust odpoczywam w cieniu

abismada en mi ensueño te pienso vienes y eres la sombra que sembraron en la dorada piel del día así que recargada en la pared de tus labios descanso a la sombra

uśmiechem wołam twoje dłonie stado czerwcowych motyli gęstych w słońcu trzepotem opadających na trawę mojego ciała

con una sonrisa convoco tus manos parvada de mariposas de junio densas al sol con su aleteo descienden sobre la hierba de mi cuerpo

pod pniem sosny na leniwym zboczu ziemi leżymy z piętami w słońcu jęk mewy gaśnie nad szepczącym modlitwy morzem 

junto al tronco de un pino sobre la ociosa pendiente de la tierra yacemos con nuestros talones al sol el gemido de una gaviota se apaga sobre el mar y su murmullo de plegarias 

De Jeszcze jedno wspomnienie (Un recuerdo más; 1968)

5


oni są kwintesencją ziemi tacy kuliści po smagłym obrocie ciał błądzi miododajna pszczoła

ellos son la quintaesencia de la tierra tan esféricos en la morena rotación de los cuerpos merodea la abeja dadora de miel

w ust wypukłej narośli w palcach szczupłych zagłębia ostre żądło — wirujący czas

en la protuberancia convexa de los labios entre los dedos esbeltos hunde su afilado aguijón —vorágine del tiempo

przytuleni do chwili — w myśli budują kwadratowy dom zapełniają go tkliwością dymi

abrazados al instante —en sus mentes construyen una casa cuadrada la llenan de ternura humea

płoną samobójcza przestrzeń świecąc złoty warkocz niebu uplotła noc 

arden resplandeciendo el espacio suicida una trenza de oro hizo al firmamento la noche 

De Wiersze z lat 1958-1962 («Poesías de los años 1958-1962»)

6


wiedzą o nim moje nabrzmiałe piersi pocałunkiem obudzone o zmroku ramię draśnięte pamięć drzemiąca w zagłębieniu dłoni we wnętrzu moim okwitł jak kolczasty krzak głogu zmarznięte ptaki moich nocy sfruneły wszystkie jedzą 

saben de él mis pechos turgentes despertados con un beso a la hora [del crepúsculo el rasguño en el hombro la memoria adormecida en la cavidad de la mano en mi interior él ha perdido todas sus flores como el punzante arbusto del espino los ateridos pájaros de mis noches han descendido todos para alimentarse 

De Dzień dzisiejszy (El día de hoy, 1963)

7


nim pełnią doskonałą się stała drażniła wąskim sierpem wabiła zgiętą połową ostrą stawała się o zmierchu pęczniejąc zapowiadała sobą rozkwitającą cud

antes de colmarse en un plenilunio perfecto incitante su esbelta hoz ella atraía con su mitad plegada cortante se volvía al ocaso en su crecida anunciaba consigo la florescencia de un milagro

oparty o mur wzbierał owoc na ciemnej zieleni drzewa nocą księżyc okrągły przeciął na pół 

recargado contra el muro sentía llenarse el fruto en el oscuro follaje del árbol por la noche la luna redonda cortó por la mitad 

De Jeszcze jedno wspomnienie (Un recuerdo más, 1968)

8


Joanna Magdalena Żeromska Varsovia, Polonia. Radica en Guadalajara, México, desde su infancia. Se desempeña como profesora de literatura mexicana del siglo xix en la Licenciatura en Letras Hispánicas del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara, en la cual imparte también el seminario sobre El Quijote. Es miembro de la Organización Mexicana de Traductores - Capítulo Occidente.

9


versión

Juan Carlos Galeano

N

ació en 1934 en la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá, pero ha vivido la mayor parte de su vida en los Estados Unidos, con algunas temporadas en Latinoamérica. Cursó estudios de artes en las universidades de Yale y Iowa. Su poesía, de gran capacidad persuasiva, explora las contradicciones del ser en un esfuerzo reconcialiatorio. La crítica señala que aunque la poesía primera de Strand pareciera poblada de ansiedad y cierto solipcismo, sus colecciones posteriores revelan una mayor preocupación con el mundo exterior. Entre sus poemarios se cuentan Reasons for Moving (1968),

Darker (1970), The Story of Our Lives (1977), Selected Poems (1980), Dark Harbour (1993). Además de su obra poética, Strand ha publicado el libro de cuentos Mr. and Mrs. Baby (1985), traducciones y ensayos literarios. Ha traducido la poesía de Rafael Alberti, Jorge Luis Borges, Carlos Drummond de Andrade, y ha editado con Charles Simic la antología de poesía Another Republic (1976). Después de haber recibido premios literarios como Edgar Allan Poe y las becas Guggenheim and MacArthur, el Congreso Norteamericano lo consagró Poeta Laureado de los Estados Unidos en 1990. Ha sido profesor en las universidades de Princeton y Columbia, entre muchas. Actualmente vive en Chicago. 


Poem

Poema

He sneaks in the backdoor, tiptoes through the kitchen, the living room, the hall, climbs the stairs and enters the bedroom. He leans over my bed and says he has come to kill me. The job will be done in stages.

Se mete por la puerta de atrás, camina de puntillas por la cocina la sala, el pasillo, sube por las escaleras y entra al cuarto. Él se inclina sobre mi cama y dice que ha venido a matarme. El trabajo debe hacerse por partes.

First, my toenails will be clipped, then my toes and so on until nothing is left of me. He takes a small instrument from his keychain and begins. I hear Swan Lake being played on a neighbor’s hifi and start to hum.

Primero las uñas de los pies serán cortadas, luego los dedos y demás hasta no quedar nada de mí. Toma un instrumento pequeño de su llavero y comienza. Escucho que ponen El lago de los cisnes en el estéreo del vecino y empiezo a tararear.

How much time passes, I cannot tell. But when I come to I hear him say he has reached my neck and not will be able to continue because he is tired. I tell him

Cuánto tiempo pasa, no lo sé. Pero cuando me doy cuenta, le escucho decir que ha llegado a mi cuello y no podrá continuar porque está cansado. Le digo 11


that he has done enough, that he should go home and rest. He thanks me and leaves.

que ya hizo muchísimo, que vaya a su casa y descanse. Me agradece y se va.

I am always amazed at how easily satisfied some people are. 

Siempre me maravilla saber qué tan facilmente se satisfacen algunas personas. 

De Sleeping with one Eye Open (1964)

12


So You Say

Así lo dices

It is all in the mind, you say, and has nothing to do with happiness. The coming [of cold, the coming of heat, the mind has all the time [in the world. You take my arm and say something [will happen, something unusual for which we are always [prepared, like the sun arriving after a day in Asia, like the moon departing after a night [with us. 

Todo está en la mente, dices, y nada tiene que ver con la felicidad. La llegada [del frío, la llegada del calor, la mente tiene todo [el tiempo del mundo. Me tomas del brazo y dices que sucederá [algo, algo extraordinario para lo cual estábamos [preparados, como el sol llegando un día más tarde del Asia, como la luna yéndose después de pasar [la noche con nosotros. 

De The Late Hour (1978)

13


The New Poetry Handbook

For Greg Orr and Greg Simon

1 If a man understands a poem, he shall have troubles. 2 If a man lives with a poem, he shall die lonely. 3 If a man lives with two poems, he shall be unfaithful to one. 4 If a man conceives a poem, he shall have one less child. 5 If a man conceives of two poems, he shall have two children less. 6 If a man wears a crown on his head as he writes, he shall be found out. 7 If a man wears no crown on his head as he writes, he shall deceive no one but himself. 8 If a man gets angry at a poem, 14


Nuevo Manual de Poesía

Para Greg Orr y Greg Simon

1. Si un hombre entiende un poema, tendrá problemas. 2. Si un hombre vive con un poema, morirá solitario. 3. Si un hombre vive con dos poemas, le será infiel a uno. 4. Si un hombre concibe un poema, tendrá un hijo menos. 5. Si un hombre concibe dos poemas, tendrá dos hijos menos. 6. Si un hombre lleva una corona mientras escribe, será descubierto. 7. Si un hombre no lleva una corona mientras escribe, sólo se engañará a sí mismo. 15


he shall be scorned by men.

9 If a man continues to be angry at a poem, he shall be scorned by women. 10 If a man publicly denounces poetry, his shoes will fill with urine. 11 If a man gives up poetry for power, he shall have lots of power. 12 If a man brags about his poems, he shall be loved by fools. 13 If a man brags about his poems and loves fools, he shall write no more. 14 If a man craves attention because of his poems, he shall be like a jackass in moonlight. 15 If a man writes a poem and praises the poem of a fellow, he should have a beautiful mistress. 16 If a man writes a poem and praises the poem of a fellow overly, he shall drive his mistress away. 17 If a man claims the poem of another, 16


8. Si un hombre se disgusta con un poema, será despreciado por otros hombres. 9. Si un hombre continúa disgustado con un poema, será despreciado por las mujeres. 10. Si un hombre denuncia públicamente a la poesía, sus zapatos se llenarán de orines. 11. Si un hombre deja la poesía por el poder, tendrá muchísimo poder. 12. Si un hombre alardea de sus poemas, será amado por los tontos. 13. Si un hombre alardea de su poemas y ama a los tontos, no escribirá más. 14. Si un hombre reclama atención por sus poemas, será como un burro bajo la luna 15. Si un hombre escribe un poema y elogia el poema de un amigo, tendrá una amante hermosa. 16 Si un hombre escribe un poema y elogia demasiado el poema de un amigo, hará que su amante se vaya. 17


his heart shall double in size.

18 If a man lets his poems go naked, he shall fear death. 19 If a man fears death, he shall be saved by his poems. 20 If a man does not fear death, he may or may not be saved by his poems. 21 If a man finishes a poem, he shall bathe in the blank wake of his passion and be kissed by white paper. ď‚Ľ

De Darker (1970)

18


17. Si un hombre reclama el poema de otro, su corazón será dos veces mayor. 18. Si un hombre deja que sus poemas vayan desnudos, le tendrá miedo a la muerte. 19. Si un hombre le teme a la muerte, será salvado por sus poemas. 20. Si un hombre no le teme a la muerte, puede que lo salven o no sus poemas. 21. Si un hombre termina un poema, se bañará en la vacua estela de su pasión y será besado por el papel blanco. 

Juan Carlos Galeano Poeta, traductor y ensayista colombiano, es profesor de la Universidad del Estado de la Florida en Estados Unidos. 19


n a r r a t i v a

EL SANTO GRIAL (O DE CÓMO LA PINTURA Y EL ALCOHOL SALVARON AL PAPA DE UNA ADOLESCENTE NEFANDA) Este texto forma parte del libro Vietnam publicado por Ediciones Arlequín en agosto de 2005.

20

Mariño González


A l e j a n d r í a

E

l día de su muerte, el Papa estaba de mal humor. Su estado no constituía ninguna novedad para el séquito que desde hacía veinte años —cuando Lionello da Messina subió a la silla de San Pedro con el nombre de Urbano XIX— se aprestaba a conceder cualquier capricho que pasara por la fatigada y senil cabeza de su Santo Protector.

Aquella mañana, la servidumbre acudió solícita a mimar a Urbano, quien a pesar de su irritación se mostró mesurado, por primera vez durante su pontificado, a la hora de ordenar el desayuno: «Quiero sólo una naranja», advirtió, «en cuya cáscara predomine el verde sublime de los Abruzzo. El resto que sea rojizo como el violento anuncio del ocaso. Que me recuerde que cualquier vanidad termina sucumbiendo al poder que Él proyecta sobre la Tierra». Nunca hubo cítricos así en el Vaticano, pero los sirvientes siempre se daban maña para engañar al Sumo Pontífice. Como no pretendían contradecir totalmente los designios del Vicario de Cristo, le sirvieron una naranja, previamente descascarada y escin-

dida en gajos. Por medio de una rifa, seleccionaron un culpable que confesó el error ante Urbano xix —«Fui yo, Santo Padre, quien olvidó guardar la piel de su Sagrado Alimento Matutino»—. El asunto quedó zanjado y, luego de un par de sonoros coscorrones a la testa del infeliz criado, olvidado. Dos horas más tarde, Lionello da Messina habló con su atusadora personal. —He basado mi causa sobre nada —esgrimió, nihilista, el sacerdote. Y entonces murió. El Cielo olía a basura. Las nubes rezumaban miasmas deletéreos que, sin embargo, nada podían aniquilar en aquella morada de espíritus. Lionello tuvo antojo de una salchicha asada, acompañada por una copa generosa de 21


buen vino. «¡Ah, Lionello, si estuvieras en casa!», suspiró el efluvio del antiguo sacerdote. «San Pedro», recordó, «tengo que encontrar a San Pedro». El guardián de las puertas del Cielo no estaba por ningún lado. En su lugar encontró a un poeta que, parapetado detrás de la Palabra, con una pluma de faisán en el sombrero y en la mano derecha una daga babeando tinta, cazaba adjetivos y descoyuntaba versos, redactaba atrocidades y renegaba del talento inferior de sus coetáneos. «Poeta», se repetía, «eres la voz que aprehende el significado antes de que pueda, siquiera, significar algo. Eres la materia viscosa que se derrama sobre la Cosa para darle sentido a su esencia abyecta». La materia, argüía, «no es continente, sino numen que se vacía sobre la Palabra para validarla, para validar la existencia espuria de las lenguas oral y escrita». Compungido, cadavérico, agitado, colérico y sobreadjetivado, el Poeta escupió un hórrido decasílabo: «Cuatro riñones y veinte dedos». Lionello bostezó. —Poeta, ¿has visto a San Pedro? —¿A San Pedro? —San Pedro. —¿El que cuida las puertas del Cielo? —El mismo. 22

—¿San Pedro? —Sí. San Pedro. —No. No lo he visto. Lionello contuvo su ira. No había, después de todo, causa justa para molestarse. Su madre le había enseñado que los poetas no eran personas de fiar. El Poeta, por su parte, sabía que nunca había que decir las cosas a la primera, no fuera que los demás lo tomaran por fácil. —San Pedro salió a comprar helado. Me ha dejado en su lugar —confesó, por fin, el vate—. Si quieres entrar al Cielo tendrás que demostrarme que has sido una buena persona. —Imbécil. ¿No sabes quién soy? Soy Urbano xix. El Papa Bondadoso. El Vicario de Cristo. ¡Ah! Ya me escuchará San Pedro y tú, poetastrillo mentecato, arderás en las llamas del Infierno, frito en el puntiagudo tridente del Ángel Caído. —Lo siento. Pensé que a estas alturas ya estarías enterado de que ningún Papa ha logrado ingresar al Paraíso. Políticas de la empresa. El de Arriba no quiere que se difundan por aquí sus maneras de obrar. No le gustan los agitadores. —¡Yo le he servido bien! —renegó Lionello—. Si alguien no pasará por este portal serás tú, desdichado atapalabras. San Pedro, que caminaba a la par que retiraba restos de chocolate de las comisuras de sus labios, observó la escena y esbozó una sonrisa ligera y cansada. —Poeta, ¿otra vez molestando a los invita-


dos? —dijo con una risotada—. Don Lionello. Lo estábamos esperando. Ruego disculpe mi ausencia. El buen Poeta no ha querido molestarle. Simplemente le gusta jugar. ¿Sabe? Se alimenta de la ira de los visitantes para componer sus versos. Invitados. Visitantes. Aquellas palabras inquietaron a Lionello. —San Pedro, ¿acaso la mía es sólo una visita? ¿No seré yo, con tantos años de servicio consagrados al Señor, un morador del Cielo? —Puede quedarse unos días, hijo, pero aquí no admitimos curas. Políticas de la empresa —corroboró el santo. —¿Qué se supone que haga? ¿Mi vida ha sido un desperdicio? —En el Infierno necesitan repartidores de pizza —aconsejó el Poeta. San Pedro soltó una carcajada y, de paso, una sonora flatulencia. —Quiero hablar con Él —exigió Urbano, conteniendo las lágrimas. —Tendrá que esperar —informó el guardián—, porque ahora mismo está atendiendo unos asuntos concernientes a la Tierra. Tome asiento, por favor. Trescientos años más tarde, Lionello consiguió su audiencia con Dios. Lo primero que notó fue que el Señor no tenía barbas ni era canoso. Por otra parte, eso de «Señor» no era muy preciso, porque la deidad era una chica

recostada que aparentaba unos 19 años terrestres, usaba minifalda, tenía los cabellos de colores y comía patatas fritas mientras miraba por televisión un espectáculo de lucha libre. —Hola, Lio, ¿en qué te puedo servir? —preguntó la Todopoderosa sin apartar la vista del receptor de TV. —Señor... perdón: Señorita. ¿No debería haber una paloma por aquí? Disculpe de nuevo. —Lionello se aclaró la garganta y, de paso, las ideas—. Me dicen sus subordinados que, por políticas empresariales, no admiten en el Cielo a quienes con pasión dedicamos nuestras vidas al sacerdocio. —Así es —contestó la lacónica adolescente. —Pero... —Ningún pero, Lio. No tengo tiempo para discutir cómo funcionan las cosas aquí. Esto no es el Purgatorio, ¿entiendes? Mira, Lio querido, necesito que me hagas un favor y después, quizá, puede que considere tu permanencia en este lugar. —Dígame, Venturosa. Urbano no se había percatado que, a esas alturas, había dejado de ser un viejo y volvía a lucir la piel tersa y el cabello abundante de 23


sus años mozos. Dios se sacudió las morusas de comida chatarra y se sentó al borde de la cama. Cuando la muchacha se quitó los calcetines a rayas y masajeó sus Perfectos y Sagrados Pies, Lionello no pudo contener la erección, que disimuló con su voluminosa Biblia. —Quiero que me traigas el Santo Grial. Está en algún lugar de la Tierra. —Señorita, supongo que usted sabe su ubicación exacta y tiene el poder para traerlo con un tronar de dedos. No querrá que mis dedos manchen la pieza sagrada —dijo Lionello, con falsa humildad. —Lo sé, tontito. Pero quiero que tú me lo traigas. ¿Estamos de acuerdo? La joven se acercó, se levantó de puntillas, acercó sus húmedos labios y metió, impúdica, su lengua en la boca de Urbano. —Por cierto. Eso del celibato es pura mentira. A mí nunca me ha importado lo que hagan los curas en su tiempo libre. ¿En pleno siglo xxi, dónde comenzar a buscar el Santo Grial? ¿Vale la pena el trance para ganar un lugar en el Cielo al 24

lado de una adolescente saturada de hormonas? ¿Cómo triunfar donde tantos han fallado? ¿Qué proceso seguirían ahora Bors, Parsifal y Galahad? Las preguntas no dejaron de rondar por la cabeza de Urbano en su descenso a la Tierra. Sabía que su misión no era fácil. La ciudad en la que aterrizó estaba totalmente contaminada y, aun así, olía mejor que el Cielo. En la primera tienda que halló compró una cajetilla de cigarros y una botella de ron. Si tenía que convertirse en detective, pensó, el primer paso era imitar sus vicios. Se embriagó pensando en las caderas de Dios. En las bibliotecas de la zona no abundaban los libros acerca de las leyendas artúricas. Los periódicos viejos, consultados en la hemeroteca municipal, apenas consignaban algunos datos inconexos y sin sentido acerca del Santo Grial. «Yo fui Santo Padre. Rey de Sacerdotes. Debería saber algo acerca de la maldita copa», masculló Lionello. Y era cierto. Algo sabía, pero el olvido no lo dejaba trabajar. Acudió de nuevo a la hemeroteca y pidió todo lo relacionado con su pontificado. Así, en una efemérides amarillenta encontró que, hacía más de 300 años, «Su Santidad Urbano xix falleció a causa de una naranja en mal estado. La piedad y la clemencia, así como una lucha incansable por la preservación de los Phascolarctos cinereus (koalas), fueron las características de su


Sagrada Rectoría (consúltese El Papa Ecologista, de José Becerro)». Lionello rió hasta que, unas horas después, en un museo, encontró un recorte de prensa que atrajo su atención: «Papa organiza expedición para encontrar el Santo Grial». En el cuerpo de la nota se leía que, tres siglos atrás, él mismo había enviado a cuatro soldados a encontrar la pieza sagrada. Cuando sus investigaciones concluyeron tenía algo en claro: el Santo Grial había sido descubierto y estaba en el Vaticano. Sorprendido, porque no recordaba nada, Lionello pensó que Dios —con su cabellera rubia y sus senos insinuados tras la camiseta ombliguera, con las piernas torneadas y los labios sensuales— le había jugado una mala pasada. «Además, ¿cómo se supone que regresaré si logro, por pura casualidad, encontrar el Grial? Esto es poco serio», pensó Lionello durante una borrachera que le duró cuatro días y tras la cual tomó una decisión: convertirse en artista. Durante su pontificado, los koalas no le habían importado demasiado. Todo aquello era mentira. Recordaba, eso sí, que tenía cierto gusto por la pintura y la glotonería. A su mente llegó, además, la historia del Santo Grial. Lo había tenido en sus manos y, considerándolo un peligro para la estabilidad mundial, lo regaló a su lavandera personal, sin advertirle la valía de la pieza.

Lionello cambió su nombre una vez más. Desechó también el apelativo de Urbano y abominó del xix. En las galerías y museos de la ciudad, el ex Papa fue conocido como Leonardo Meza y sus cuadros —que iban del neoexpresionismo al brut art y de los claroscuros obsesivos a los trazos minimalistas— se vendieron bien y fueron alabados por ciertos bichos con gafas y pésimos gustos. Sus obras más conocidas, las que le ganaron un lugar en la historia del arte del siglo xxi, fueron las relativas al rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda. En alguna ocasión, un ricachón miope y poco enterado pagó por un «Lancelot montado en bicicleta» lo que, en su momento, Urbano xix había invertido para que sus cuatro guerreros encontraran el Santo Grial. A los 78 años de su segunda vida, luego de una tremenda fiesta, Leonardo quiso aliviar la resaca con un jugo de naranja. Sintió un dolor en el brazo izquierdo y, antes de caer en el suelo pulido, le dijo a la mesera: —He basado mi causa sobre nada. Y una vez más murió. El Cielo no había cambiado. Los aromas mefíticos seguían impregnándolo todo: hasta 25


las sonrisas de los querubines que rondaban desnudos por los aires. El Poeta seguía escudándose en el Verbo y a la fecha no había escrito ningún poema memorable. San Pedro, barrigón, seguía con su adicción a la nieve de cholocate. —Don Leonardo, ¿otra vez por aquí? ¿Ahora a qué se dedica? No me diga que ya dejó el sacerdocio. Los desertores tampoco tienen lugar en la Casa del Señor —advirtió el guardián. —Olvídalo, Pedro. Tú, Poeta, ábreme la puerta de una vez. Avísenle que estoy aquí. Los aposentos del Grandísimo eran de color rosa y, ahora, estaban adornados con afiches de estrellas pop. Dios continuaba siendo la misma chica sensual de hacía tres siglos y medio. —¿Has traído lo que te pedí? —inquirió la rubicunda deidad. Vestía igual que aquella lejana primera vez. —Lo tengo. Leonardo puso la maleta sobre la cama y sacó un cuadro en el que un Santo Grial, apenas bocetado con manchones azarosos, permanecía quieto en la espalda de una muchacha desnuda. —Entiendo —profirió la Señorita, que se acercó a Leonardo y, una vez más, lo besó. Urbano no se intimidó y, haciendo gala de sus una vez más rejuvenecidas fuerzas, cargó a la jovencita y la llevó hasta la cama, donde la desnudó 26

con el único y poco religioso afán de acariciar cada resquicio de su Sagrado Cuerpo. A la mañana siguiente —si es que tal cosa existe en las Habitaciones del Señor—, Leonardo se vistió rápidamente, salió del cuarto, tomó una naranja del huerto particular de su recién descubierta amante y prendió un cigarrillo. En las puertas del Cielo, el Poeta y San Pedro cuchichearon a sus espaldas. Urbano no se inmutó. Se quitó el sombrero y, con una sonrisa, se despidió de los hombres. Su destino estaba más abajo. En el Infierno, el Señor de las Tinieblas lo recibió personalmente. Vestía de blanco. Sus barbas eran luengas y su piel alabastrina. La bondad parecía exudar del cuerpo del Chamuco. Ya en confianza, el Ángel Caído le ofreció al Papa pintor: —¿Vodka? —Con jugo de naranja, por favor. Estaban en una gran biblioteca y, tras los ojos del Demonio, Urbano presintió una gran verdad: una tan inmensa como no encontró jamás en el Cielo. Quiso gritar cuando vio una gran llamarada, pero eran sólo las flamas de la estufa donde se calentaban las salchichas. Esa noche, Satanás y Lionello hablaron de la eternidad. 


doble horizonte

27


Ricardo Sigala Costumbres i. del verso Este verso inexacto (asesino que ha perdido la brújula de su oficio) oscila en la costumbre indolente de su miseria. Estos versos incapaces de decir tu piel y el aroma de los cuerpos exhaustos, de la gloria ganada en batallas de espejos empañados. Estos versos secos, indignos de la más vil de tus miradas. 

28


ii. de estar vivo ¿Qué hacer con la costumbre inapelable de estar vivo? ¿Qué, bajo esa bestia que se ampara en su ilusa jerarquía, díganme qué hacer bajo sus ojos que no abrigan, qué demonios hacer con la pesadilla de Dios por todas partes y con el peso de su nombre? Esta costumbre de vivir abruma. 

29


Miguel Reynoso La historia verídica de tu cuerpo [fragmento]

1

Te escribo también desde el fin del mundo. Es necesario que lo sepas. Fin del mundo que es mi cuerpo de solitario, el que se respira su piel de arena seca, de harina sin rito ni luna. No importan los confines, mi cuerpo es este mundo carente de aliento, de pan y aceite. Su hambre es vana, las palabras que nombre ni lo justifican ni lo trascienden; toda labor que ejecute sólo dará frutos del páramo: vientos en tremolina, columnas de angustia, sequía de huesos en el pergamino añoso de la lengua. Todo fruto que ofrezca hablará de esa distancia que es estar sin tu cuerpo, tierra pródiga que espera la narración de su historia. Y yo te contaré la historia, la aventura y su leyenda. Mientras, estaré solo en estas áridas tierras para afinar mis armas. Te escribo desde el fin del mundo para dar 30


fe de los hechos que darán inicio a la historia verídica de tu cuerpo. 2

Desde la bruma de la aventura, agitado por batallas vanas, por sueños evasivos, por hambres alimentadas con larderos deseos por alcanzar la tierra; un beso de la brisa virgen de tus playas, un breve toque de tu sal fueron tan bastos, que mis armas resultaron inútiles. El sabor de tu saliva se convirtió en un mar de aguas únicas que mi sed fue entregarme batallando. Y estas batallas por alcanzar tus cumbres —las perfectas dos y vivas para el canto de mi lengua y brama— fueron mi retiro. No requerí de otros lugares: batallas de tus grutas que fueron mi reposo; fuegos de mi lengua, tu victoria. Cimas —certezas de la esfera y su universo—, mis ojos se quedaron para recrear con los vidrios de la palabra las cúpulas de tu templo, tierra explorada que me explora. Batallas por venir que, tan reales, las doy por hechas. 31


Ven, muchacha, y apóyalas en mis manos, en mis ojos, en mi lengua; tres columnas, que en su juego, así lo sabemos, sostenemos nuestro universo. 3

Desde el desierto del mar —ese otro páramo de arenas verdes— la sangre ya te sabía. La saliva te adivinaba en las estelas bravas de las olas, cuerpos de mujeres voluptuosas que cantan, con un hambre de sexo, un sabor de sal aún no dominada. Te percibía en la sal de los vientos, me seducía tu aliento de loba marina. Tú tenías todo ese mundo de aguas mayores, agua de mujer y fósforo con el azar a su favor. Seducción la tuya, la fuerza femenina de tus esferas. Yo sólo tengo una seducción para dominarte: mis estropicios y mi odiosa fisonomía. 4

Como el mar y su agua viva, tu cuerpo y piel no son tan sólo estas palabras, estos impulsos de la conquista. La geografía virgen de tu tierra se corresponde con este oleaje de mi sangre: tu mar existe y excita la sangre de mi lengua por escribir la aventura, la victoria y su leyenda, las cuales me prometen la isla de tu cuerpo. Isla que existe: te nombro y en las manos me vibra y asombra el rumor de tu nombre, la bien nacida. 32


El primer triunfo fue presentirte. Por mucho tiempo ésa ha sido la batalla: imaginarte le ha dado tantas formas a tu cuerpo. Demasiadas luchas habrás ganado con sólo un gesto. Tras la toma de sitio, tras tu entrega de ficticia resistencia, aun vencida, triunfarás: contemplarnos juntos en nuestras pieles de agua simple será la victoria final. El mar y tu cuerpo no son tan sólo estas palabras, pues ambos existen. Segura, con la llama nueva y criolla del asombro, exigirás, en bien de la posesión, se te erija una ciudad. La caracola, la Gran Rosa de los mares. 

33


d o s s i e r



LA RISA NO ES COSA DE RISA Blanca Estela Ruiz

Los días en que no hayamos reído se cuentan entre los peores de nuestra vida Pius-Aimone Reggio, «Espíritu sobrenatural y buen humor»

ué es la risa?, ¿de dónde surge?, ¿por qué sólo ríen los humanos? ¿Qué elementos deben combinarse en una situación o en una frase para que los labios se estiren, los párpados se contraigan, los ojos se humecten, las cejas se arqueen y el pecho y las extremidades tiemblen sin control al compás de pequeñas explosiones que rompen en la glotis? ¿Qué misterio guarda esa magia sonora que acerca y hermana a los hombres? Diversas teorías, desde distintos enfoques, han intentado responder estas pregun-

¿Q


tas y aunque sus respuestas nos han enseñado mucho sobre la naturaleza de la risa, ese «mucho» no ha sido suficiente porque, como todo fenómeno vasto y complejo, se resiste al confinamiento limitante de una definición, pues ninguna la describe cabalmente: «el rito fisiológico», que supone el acto de reír, es también un «reto filosófico».


La risa es una de las más enigmáticas de las capacidades humanas, e igualmente inexplicable es esa infinita variedad de tonos y formas de comunicación que adquiere: «The particular essence which we discover in the funny and in the ridiculous is hard to analyze; it is as elusive as the delicate perfume of the rose and the violet»,1 dice Boris Sidi, uno de sus analistas. Y en efecto, tanto la rosa como la violeta tienen un delicado aroma, sí, pero no es igual: una rosa huele a rosa y una violeta, es claro que no huele a rosa. La risa es común a todos los humanos, pero no es universal, varía de persona a persona pues el sentido del humor es extraño: ante la hilaridad de unos, otros exclamarán «¡no le veo la gracia!» Hugo Hiriart en su artículo «Berenjenas con queso» (2003) ilustra este caso con la siguiente anécdota: A Tennessee Williams la famosa línea de su obra Un tranvía llamado deseo: I have always depended on the kindness of strangers, más o menos equivalente a siempre he dependido de la amabilidad de los extraños, que es en la pieza a todas luces patética y desamparada, le parecía chistosa y siempre se reía estruendosamente cuando la oía en el escenario (razón 1 «La particular esencia que descubrimos en lo divertido y en lo ridículo es difícil de analizar, es tan evasiva como el delicado perfume de la rosa y la violeta» (Sidi, 1919: 1)

38

por la cual el difunto Elia Kazan, primer director de la obra, le prohibió entrar a presenciar los ensayos de su obra). (Hiriart, 2003: 16)

¿Cuál es la gracia de la gracia?, ¿el chiste del chiste? ¿De qué se ríen, pues, los hombres? ¿Quién podría explicar por qué un mismo fenómeno despierta carcajadas a mandíbula batiente en unos y deja fríos e indiferentes a otros? Coincido también con Hiriat en que el humor pertenece a un grupo de actividades que precisan una peculiar capacidad apreciativa. La poesía, la música, la filosofía y la religión figuran entre ellas, y tienen en común que son maneras de tratar con lo inexplicable. (Ibidem: 16)

Es verdad que cuando el raciocino se agota, se anda muy cerca del humor. Cierta sensibilidad, cierto sentido son necesarios para reír y entrar en contacto con lo que no comprendemos del todo. La risa se habita, se siente, se huele, pero difícilmente se explica. Cuando se intenta explicar un chiste es muy probable que no cause risa; acaso sí, la explicación misma. El lenguaje humano ha acuñado diversas frases que aluden a la risa y que se han fijado en el habla coloquial como sintagmas de adorno colorido, cual prendedor en peinado de buena moza: la vehe-


mencia de una carcajada y los movimientos descompasados del cuerpo, por ejemplo, han dado lugar a frases como: «reventarse», «descoyuntarse», «desternillarse», «descalzarse», «deshacerse», «despedazarse de risa»; y la asfixia por la prolongada expulsión de aire que experimenta el que ríe con ganas: «morirse de risa». En un ataque de risa, el cuerpo sale de control y uno «se cae», «se dobla», «se retuerce», «se ataca de risa». La efusión de lágrimas es inevitable, por eso «se llora de risa». A veces resulta imposible controlar los esfínteres y, en un arranque hiperbólico, uno puede «mearse» o «cagarse de risa» y reír sin tapujos, a sus anchas. La risa, en fin, es incontrolable y contagiosa, hace sucumbir al hombre, por eso se dice que «le gana la risa». Y aunque «retoce la risa en el cuerpo» y se quiera reprimir, un espíritu jocoso, ajeno a la solemnidad y a la amargura, ante cualquier adversidad, se erige, se levanta, «anda risa y risa» para hacer de la suya una existencia más llevadera. Como los payasos, cuyo maquillaje alegre y colorido oculta un rostro quizá enjuto, si no un corazón que, aunque entristecido, siempre se muestra jovial: una inhalación profunda para renovar el aire de los pulmones, una exhalación liberadora por

los ductos de la garganta, una lágrima secada con el dorso de la mano y «el espectáculo debe continuar». Una persona simpática suele tener «cara de chiste» o «de risa»; suele «reírse como un niño», «como un loco», porque los niños y los locos casi siempre están en humor de juego; o «como una ballena» cuya gran mandíbula simula una sonrisa permanente. Hay otra suerte de risas como la «risa de la hiena» que es la «falsa» y que reproduce una especie de ladrido agudo desagradable que imita el sonido de una risita entre dientes. Se llama «falsa» porque no es propiamente risa. La «risa sardesca, sardonia o sardónica» toma su nombre de la sardonia, hierba tóxica cuyo jugo produce en los músculos del rostro un gesto involuntario que imita una actitud riente, síntoma común de enfermedades cerebrales o afecciones convulsivas. Existe también la «risa del conejo» que es un movimiento exterior de la boca y otras partes del rostro que simula una sonrisa y que sobreviene a algunas personas antes de morir, como sucede a ese animal. La sabiduría popular reconoce además cuán cerca está la risa del dolor y cómo, dadas 39


las circunstancias, el ser humano puede pasar de un estado anímico a otro con extraordinaria rapidez, por eso se dice que «de la risa al duelo, un pelo». Pero también conoce el enorme placer de un triunfo cuando todo se creía perdido: «el que ríe al último ríe mejor». En ocasiones la risa tiene algo de travesura y picardía, por eso se dice que «el que ríe solo de sus maldades se acuerda»; en otras, un poco de agresividad: «reír mostrando los dientes», o de burla «la risa es la que friega, la que jode o la que chinga»2 porque ofende más que cualquier mofa. Pero para quienes ríen juntos es difícil parecer agresivos pues 2 «Fregar» en México tiene varios significados: limpiar («fregar los trastes»), frotar (una «friega de alcohol» cura las afecciones provocadas por el frío), estropear («se fregó el televisor»), molestar («qué bien friegas» o «qué bien mueles»), atacar («friégatelo»), estar en mala situación económica («bien fregado» o «bien amolado»), tarea ardua («qué friega), vencer, salir bien librado de una situación difícil («me lo fregué», «ya fregué»), timar («me fregó» que equivale a «me dio gato por liebre»), también se dice de aquello que es grandioso o sobresaliente («bien fregón»). En la mayoría de los casos, fregar es sinónimo de «chingar», lo mismo que «joder» (excepto el adjetivo «jodón» que difiere de «fregón» o «chingón»: mientras que éstos descuellan por cierta habilidad, aptitud o magnificencia, son notorios e importantes; aquél es molesto, pesado y fastidioso.

40

la risa desarma, «rompe el hielo», crea confianza, y lo más importante: hermana, crea un vínculo amistoso o fraterno que va más allá de la complicidad entre quien es presa de un acto involuntario, mecánico, y quien se da cuenta de él: «¿tú de qué te ríes?», «me río contigo». Tomo un ejemplo para explicar este caso: un padre inconscientemente se ha abrochado en desorden los botones del suéter, el hijo lo ve y se echa a reír. Evidentemente el hecho en sí es gracioso, pero resulta más significativo que le haya sucedido al padre y no al hijo porque éste está en proceso de aprendizaje y su falta de madurez o de experiencia puede ser una justificación de sus errores. La risa del hijo respecto a la equivocación es síntoma de conciencia de que su padre no es infalible, también yerra como él. Cuando el padre se percata el incidente y oye a su hijo reír le pregunta «¿tú de qué te ríes?» no quiere conocer una respuesta que ya sabe. La cuestión está a otro nivel: «¿te causa gracia saber que yo, como tú, también me equivoco?» más precisamente: «¿te das cuenta que nos pasa lo mismo?» Y en efecto, la similitud, las cosas en común son las que identifican y unen a los seres humanos. En la medida en que el hijo hace suya esta comunión no contesta «me río de ti» sino «contigo». Por lo general la risa se liga con la alegría, la diversión y la broma, de ahí que se diga «tomar a


risa» o es «cosa de risa» cuando se quiere restar el crédito o la importancia de algo. Pero quizá esta locución tenga otra lectura y signifique algo más: tomar lo bueno y ver el lado positivo de las cosas, porque en la medida en que la risa le recuerda al hombre lo grato de la convivencia y de la compañía, y contribuye a la armonía de él consigo mismo y con los demás, «cosa de risa» es algo sumamente serio, «cosa de risa no es cosa de risa». 

FUENTES DE CONSULTA Hiriart, Hugo. «Berenjenas con queso», en Letras Libres. Revista mensual. Año V. Número 59. México, D.F., noviembre de 2003 pp. 16-18 Sidi, Boris. The Psychology of Laughter. New York: D. Appleton and Company, 1919

41


LA MINIFICCIÓN COMO TEXTO LÚDICO Sergio Figueroa La minificción es un género nuevo que tiene ciertas reglas según afirma Lauro Zavala en su estudio Paseos por el cuento mexicano contemporáneo, que son su extrema brevedad y su innegable humor. Quien le dio un gran impulso a este nuevo híbrido fue el maestro Edmundo Valadés a través del concurso permanente de minificción, que en cada número de la revista El Cuento invitaba a participar a los lectores y personas en general dedicadas a la creación escrita, y cuyo premio era una cantidad monetaria que rayaba en lo simbólico. 42


Las minificciones elegidas para participar eran publicadas, en el número siguiente daban el nombre del ganador. Las que no habían sido seleccionadas se comentaban sus aciertos y errores en la sección de «Cartas y Envíos». La revista estaba dividida por dos tipos de minificciones, el primero se constituía por las de autores consagrados y el segundo por las pertenecientes al concurso permanente de minificción. Las reglas que imponía la revista era que la minificción no constara de más de una cuartilla escrita a doble espacio, el texto entonces podía ser de una línea o hasta veintitantas que tiene la cuartilla. De hecho el concurso tenía el nombre de Concurso Permanente de Cuento Brevísimo, aunque podemos encontrar otros nombres nombres que lo designan como microrelato, ficción breve, microcuento, etcétera. En un estudio aparecido en la revista, Edmundo Valadés dice a este respecto: Minificción, minicuento, micro-cuento, cuento brevísimo, arte conciso, cuento instantáneo, relampagueante, cápsula o revés de ingenio, síntesis imaginativa, artificio narrativo, ardid o artilugio prosístico, golpe de gracia o trallazo humorístico, sea lo uno

o lo otro, es al fin también perdurable creación literaria cuando ciñe certeramente su mínima pero difícil composición, que exige inventiva, ingenio, impecable oficio prosístico y esencialmente, impostergable concentración e inflexible economía verbal («Ronda por el cuento brevísimo», revista El Cuento, núm. 119-120, p.V)

La minificción por antonomasia fue creada por el escritor Augusto Monterroso, titulado «El dinosaurio», que es considerado el relato más pequeño del mundo y cuyo texto es el siguiente: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí». Indudablemente este género ha despertado polémica pues para muchos no parece un asunto serio y formal, porque aunque contiene un relato, quizá debido a su polisemia, sí se siente una cercanía con lo lúdico, con el aforismo y más aún con el chiste dicen algunos, de ahí su carácter híbrido. La minificción no puede ser poema en prosa,viñeta, estampa, anécdota, ocurrencia o chiste. Tiene que ser ni más ni menos eso: minificción. Y en ella lo que vale o funciona es el incidente notorio, es aditamento sujeto a la historia, o su pretexto. Aquí la acción es lo que debe imperar sobre lo demás. (…) Las 43


más de la veces, lo que opera en las minificciones certeras o afortunadas es un inesperado golpe final de ingenio, cristalizado en contadas líneas, en una fórmula compacta de humorismo, ironía, sátira o sorpresa, si no todo simultáneo. Otra recurrencia es la alteración de la realidad, en mucho por el sistema surrealista, al ser transformada por el absurdo, de modo inconcebible o desquiciante, creando una como cuarte dimensión, en la que se violentan todas las reglas lo posible. (Op. Cit. P.VI)

Poco a poco ha tomado un lugar importante dentro de la historia de la literatura, en la actualidad se realizan tesis y congresos sobre la minificción, de hecho los grandes escritores 44

han sido seducidos por este género empezando con el que se considera su iniciador, Julio Torri con sus ensayos y poemas, que paradójicamente contenía sus mejores minificciones, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan José Arreola, la lista sería interminable. La mayoría de las minificciones tienen como remate una chispa lúdica, en su libro Zavala no pone mucho énfasis en este aspecto únicamente dice: «Este género de la escritura, por su extrema brevedad, suele ser marcadamente experimental y lúdico.» (Zavala, 2004: 131) Para quien esto escribe, fue un objetivo primordial lograr publicar algunas minificciones en la revista de El Cuento. Creo que para cualquiera que se inicia en la escritura creativa es una verdadera prueba escribir un cuento breve, y más aún publicarlo. La revista empecé a comprarla desde el año de 1984 hasta su desaparición recientemente. Los primeros textos que envié, eran también los primeros textos que escribía en mi incipiente pretensión de escritor. Eran dos textos que carecían de ese nocaut final y que para mí se traduce en falta de ese nocaut lúdico, humorístico. Eran demasiado dramáticos tal vez y el final demasiado planos. Pero no cejé en el intento, retomé ánimo y me di a la tarea de escribir otras minificciones, logré escribir varias que dejé reposar por mucho tiempo hasta que un día se las entregué en propia mano al maestro Edmundo Valadés en la Feria del


Libro en Guadalajara en 1993, creo. Eran tres minificciones que yo consideraba las mejores. Como suele pensarse en el continuo despiste del genio y del escritor, pensé que entre tanto papeleo y libros y folletos mis textos estaban destinados a traspapelarse en un cuarto de hotel, pues no los había enviado por la vía adecuada que era el correo postal. Pasaron un par de años para verlos publicados en la última revista de la que se encargó el gran maestro Valadez. Desde entonces he tenido el entusiasmo por estudiar o compilar muchas de las grandes minificciones que han sido publicadas por la revista El Cuento. Enseguida hago una tipología de minificciones con sus ejemplos: a) Deconstrucción del mito «Edipo Gay»: Mató a su madre para casarse con su padre. Martín Davenport «Edipo Frustrado»: -Ha sentido deseos de hacer el amor con su madre? –preguntó el psiquiatra. –Sí claro: muchas veces –contestó el paciente-; pero mamá nunca me ha dado ese gusto… Roberto Bañuelas «Ulises»: …Y cuando Ulises regresó le sorprendieron los hermosos suéteres de su mejor amigo. Aurora del Villar

b) Deconstrucción de personajes de cuentos de hadas «Caperucita»: Con petiverias, pervincas y espicanardos me entretengo en el bosque. Las petiverias son olorosas, las pervincas son azules, los espicanardos parecen valerianas. Pero pasan las horas y el lobo no viene, ¿Qué tendrá mi abuelita que a mí me falte? Ana María Shúa Scherezada: Empezó contándome cuentos que invariablemente quedaban inconclusos. Ahora vivo con ella, cocina, lava, duerme a mi lado, y el que ha quedado inconcluso soy yo. Ramón Tamayo Rosas. «Sospechas»: Medio en broma el príncipe se midió la zapatilla de cristal. Le quedó exacta. Héctor Jaramillo «Noche de suerte»: La Cenicienta se dirigía a la fiesta del palacio. Estaba nerviosa. El carruaje era elegantísimo y los seis caballos no podían ser más finos. Su vestido de seda hacía juego con su collar de perlas y con el anillo de brillantes. Recordaba que a las doce de la noche volvería a su estado original: una simple calabaza, seis insignificantes ratones y un montón de harapos. Pensativa contempló su tesoro hasta que una sonrisa maliciosa surgió de sus labios: de prisa –ordenó al cochero- vamos al Monte de Piedad. Jesús Galera Lamadrid 45


c) Los juegos tipográficos para acentuar el sentido del texto «Breve historia de una violación»: Pene-tró. d) Metaliteratura pirandelliana «Atento aviso»: El lugar escogido por el escritor para el desarrollo de la trama es demasiado frío; si alguien lo ve, avísele, por favor, que nos mudamos a un cuento en Acapulco. Francisco Guzmán «Amor a primera línea»: La pelirroja sonrió de tal manera que ya no pude seguir escribiendo: la saqué del cuento y me casé con ella. Francisco Guzmán «Novelista perverso»: Siempre que deseaba acostarse con la esposa de su personaje, el escritor modificaba el relato, haciendo trabajar horas extras en la oficina al personaje. Eloy Pérez Benítez e) La metamorfosis «Simpleza»: Lo absorbió tanto la calculadora que se transformó en su memoria, su división , su resta, multiplicación y suma. Así fue feliz hasta que se le acabó la pila. Alfonso Tapia Landero

46

f) La paradoja «El eterno retorno»: Dos alemanes que en una taberna hablaban del gran Año Platónico, en el cual todas las cosas volverían a su primer estado, quisieron persuadir al dueño del lugar, que los escuchaba atentamente, de que no había nada más cierto que ese retorno cíclico, «de tal modo –decían- que dentro de dieciséis mil años estaremos los dos bebiendo aquí, a la misma hora, bajo la misma luz, en este mismo cuarto» y luego le pidieron que les diera crédito hasta entonces. El tabernero les respondió que estaba muy de acuerdo en ello; «pero –añadió- , puesto que hace dieciséis mil años que, día a día, hora tras hora, estáis bebiendo aquí, y os habéis ido sin pagar, cubrid vuestra deuda pasada y os daré crédito en el presente». Collin de Plancy «Propósitos»: Mientras se daba vigorosos pases con el cepillo pensaba en sus problemas. Esa mañana –como todas las demás- había discutido con su marido. Tenía que ser más firme, más fuerte. «Debo dejar se ser tan frágil», pensaba en esto cuando su cabeza se zafó del cuello, hizo una parábola en el aire y cayó –con un golpe sordo- sobre el tocador. «Arnulfo», le gritó a su marido. Él suspiró fastidiado. Tomó la cabeza y la colocó en el cuerpo que, por cierto, aún sostenía el cepillo. «También debo dejar de ser tan dependiente», se dijo a sí misma mientras su marido le atornillaba la cabeza. Virginia del Río


«Nuevas revoleras»: -pues si alquila a su mujer, es que le tiene cariño, digo yo, pues si no, la vendería. Álvaro de Albornoz «La pose»: «A ver, levante la cara y mire para acá!; sonría un poco, no esté serio, hombre; …eso es… así… muy bien …no se mueva…ahora sí: pelotón… ¡fuego!» … Ricardo Fuentes Zapata g) El humor negro: «Fiesta sorpresa»: Ayer mi casa era una fiesta. Mis papás invitaron a todo el mundo: llegaron parientes, amigos y vecinos, todos muy bien disfrazados. Hubo abrazos, café y coca colas. Mi tía Lola recitó algunos versos de Horacio Quiroga, una prima lejana fingió un desmayo, yo estrené pantalón largo y nadie me mandó a la cama temprano. Todo, gracias a la muerte repentina de mi hermanita. Juan Manuel Valero h) Lo fantástico: «Tercera dimensión»: Fui uno de los últimos afortunados en conseguir localidad para el gran estreno del film con tanto estrépito y antelación anunciado. Nadie recordará las excelencias de esa magna producción, salvo aquella escena en que la protagonista, esplendorosamente desnuda, avanzó hasta un primerísimo plano y la pantalla fue dique

inútil para contener los senos que se desbordaron sobre los tres mil espectadores. Roberto Bañuelas «Windows 95»: Salió al mediodía de su oficina, miró al cielo a través del parabrisas de su auto y se fue convencido de que aún tenía enfrente la pantalla de su computadora. Alejandra Ulloa i) La sorpresa y el asombro «El sobreviviente»: Está solo, es el único hombre que queda sobre la tierra. Lo sabe y esa verdad le atosiga el alma: cree que su destino es atroz. Ignora, sin embargo, que el destino le reserva una verdad aún más horrenda. En efecto, buscando víveres entre la ruina de la ciudad descubre un espejo. El espejo no lo refleja.

47


Un ejemplo que se hizo popular en chiste: «¡Ay, la semántica!»: Llegó la niña desesperada y llorando porque ya no era virgen. Su mamá soltó el llanto junto con ella y le preguntó que había sucedido. Ella le contestó que su directora la había sacado de la pastorela. María Bezamilla Considero que es un tanto difícil emitir conclusiones generales sobre la minificción. En algunas se encuentra una estructura clara y concisa, por ejemplo: hay una historia con un revestimiento que connota la guerra, hay muchos elementos que juegan para dar ese sentido, pero finalmente nos damos cuenta que no es una guerra de verdad, si no un juego de niños,

48

debido a la voz de la mamá que en el clímax grita ¡a comer! Se juega con la polisemia de las palabras como en el texto de Julio Cortázar, «Patio de tarde», donde el narrador al principio nos parece presentar a un perro, pues «menea la cola», finalmente ya en el remate nos damos cuenta que es un carpintero que está trabajando unas maderas mientras ve a una muchacha rubia pasar. En algunas minificciones subvierten el mito para darle nuevo significado a través de la distorsión de la historia. En otras hay elementos surrealistas, fantásticos que sorprenden y asombran. En otras tantas prevalece el humor negro tan apegado al folclor mexicano, como diría André Breton. Este trabajo es una muestra de todo lo anterior. 


Rafael Medina

Del eufemismo a la payasada (la decadencia del humor) 1 Vivo en un mundo donde el eufemismo se ha apoderado, casi de manera tiránica, del lenguaje que hoy compartimos. Depuramos decenas de palabras que terminan en el gran infierno posmoderno que lleva, justo en la entrada, el ostentoso nombre de «Lo políticamente incorrecto». Se borran de nuestros diccionarios palabras como viejo, anciano, inválido, loco, indio, negro, discapacitado, prostituta, retrasado mental, homosexual, lesbiana y muchas otras que me empiezan a parecer ajenas, borrosas, ininteligibles. 2 El eufemismo es artilugio, maquillaje, máscara y, por desgracia, hipocresía. La situación de los «adultos mayores», los «enfermos mentales», las «personas con capacidades especiales», las «trabajadoras sexuales» y la de todos aquellos

que, afanosos, practican lo que ahora llamamos la «diversidad sexual», sigue siendo, en la mayoría de los casos, lamentable: marginados por una sociedad que se limita a darles un nuevo nombre. Como si eso fuera suficiente. 3 Pareciera que al bautizarlos nos curamos en salud. Hay palabras que se tornan peligrosas, resbaladizas, queman los labios de quienes las pronuncian. Sobre todo si tenemos un micrófono. Si está una cámara de televisión frente a nosotros. Sobre todo aquellas que designan a aquellos que nos avergüenzan. A los que tenemos que querer a la fuerza de los nuevos tiempos. La modernidad impone risas de utilería cuando se posa, a la fuerza, con un infante con parálisis cerebral. La caricia hipócrita al ancianito demente suele ser de cartón. 49


4 No hay una preparación justa (educación) para la tolerancia real al prójimo, al diferente. 5 Todos somos diferentes. Pero unos más que otros. No hay un carácter de valor en la diferencia. 6 En el mundo que vivo pareciera que el humor está en cuarentena. O peor, en estado de coma. O de a tiro jodido: está completamente muerto. Me pregunto si será por el evidente expansionismo de lo que ahora consideramos «políticamente incorrecto» o por los ahora acaparadores del humor, voluntario e involuntario: los políticos. 7 El joven Guillermo, príncipe de una realeza de ornamento, de las que, por fortuna sólo sobreviven pocas, tuvo una ocurrencia. Una ocurrencia como las que han tenido, tienen y seguirán teniendo miles de jóvenes en todo el mundo: a él se le ocurrió disfrazarse de soldado nazi en una fiesta. Su insolencia levantó ampollas en todo este mundo nuevo donde debe predominar el paraíso posmoderno que, justo en la entrada, lleva el ostentoso nombre de «Lo políticamente 50

correcto». Incontables notas en mi plácido diario, en los noticiarios de mi inclemente televisor, en la radio: un incidente menor en una fiesta de disfraces de adolescentes se convirtió en la Nota que nos restregaron por muchos días. 8 Un columnista del diario Público Milenio, en una muestra de histeria inspirada se atrevió a solicitar la cabeza del heredero al trono inglés. Y no de manera metafórica. El Robespierre tapatío sugirió, sin tapujo alguno, la guillotina para Memo, ahora llamado «El Real Ocurrente». Otra incidental muestra de que la payasada ha asesinado al humor. 9 Me alivia saber que en aquella fatídica fiesta el joven príncipe no optó por el popular disfraz de Satanás. No quiero imaginarme las terribles consecuencias. 10 El padre de Guillermo tuvo el tino de mandar a su vástago a limpiar los Chiqueros Reales un par de días y fue obligado a asistir al museo de Auschwitz. La reprimenda tenía un lugar preponderante en la prensa. Creo que mucho menor a las muestras gráficas y a las notas de


tortura que los soldados ingleses infligieron a los prisioneros en Irak. ¿Por qué enviarlo a conocer los vestigios de masacres pasadas si su país mantiene una vigente en el Oriente? Cosas del fino humor inglés. 11 No hay nada de peor gusto en estos tiempos que no sentirse culpable del holocausto judío. De inmediato te conviertes en antisemita. Maniquea visión de las cosas. 12 Hasta en los muertos hay clases: ¿Quién recuerda el genocidio de los armenios? ¿El ocurrido en Ruanda hace menos de veinte años? 13 El mundo que compartimos se torna cada vez más insípido. Las muestras de humor son cada vez más escasas y de mala calidad. La gente del poder, la mayoría políticos, lo han convertido en flagrante payasada. Desde el ¿Yo por qué? de nuestro presidente hasta el «En mi gabinete no hay puñales» del bravucón gobernador del estado de Jalisco. Sin dejar de lado al secretario que habla con los patos, o al siniestro López Obrador que resuelve toda pregunta que lo pone en dificultades

con chistecitos insípidos y de tan baja ralea que hasta recordamos al ex presidente Zedillo como mejor humorista. Así de bajo hemos caído. 14 El humor es una de las maneras más efectivas y maduras de enfrentar el mundo. Se encuentra en el top ten de mecanismos de defensa según los expertos en los estudios de la mente. Aquel que haga un uso cotidiano y natural de dicho mecanismo demuestra mayores niveles de adaptación y de salud mental. 15 El humor es un músculo que hay que ejercitar a diario. La desesperanza, el estrés cotidiano, la payasada fácil y el sedentario eufemismo son tóxicos para el buen humor. Habrá que evitarlos en la medida de nuestras posibilidades. 16 ¿Quiénes son los creadores de los eufemismos de tanta popularidad en nuestro tiempo: Adultos mayores, personas con capacidades diferentes...? ¿Acaso no son enternecedores? ¿Quiénes son los patrocinadores? Debería preguntar.

51


17 Lamento, en verdad, el trato que se les da a los ancianos por parte de nuestra sociedad. La discriminación a los indígenas, a los que presentan alguna discapacidad, a aquellos con preferencia sexual diferente a la de la mayoría. 18 Realmente me importa muy poco el disfraz que elija un joven inglés para una fiesta en que busca divertirse. Creo que hay cosas más importantes.

52

19 Me preocupan más las payasadas, o las muestras extremas de humor negro, de nuestros actuales y futuros gobernantes. La de los soldados que se divierten con cadáveres, con hombres vejados e indefensos. Los que se orinan en el Corán. La ingenuidad de mi presidente, las ganas de pelear de mi gobernador. Los chistes de López Obrador y sus defensores a ultranza que rayan en el fanatismo. 20 Me preocupa escribir un artículo sobre humor sin la menor pizca de éste. 


Elizabeth Vivero

El discurso antisolemne de Guillermo Fadanelli Promotor y creador de la literatura basura, Guillermo Fadanelli en su cuento La postmodernidad explicada a las putas, responde desde una posición antisolemne al discurso académico que, desde la década de los sesenta, ha nombrado como Postmoderna a toda una etapa histórica y cultural desencantada con las promesas de progreso y bienestar de su antecesora, la Modernidad. Fadanelli, en este texto, lleva al extremo la recreación decadente de una sociedad que no reconoce ya valores universales, representando en una anciana vendedora de hot-dogs todo el pesimismo que caracteriza la segunda mitad del siglo xx. Profesores de universidad que se visten en tiendas de descuento, y prostitutas sabias de la vida, son algunos de los personajes que terminan por enmarcar un cuadro paródico de la cultura. Así, el humor negro de Fadanelli punza mientras nos arranca una sonrisa desenfada.

53


Marco Islas-Espinosa

Un pararrayos vital El escritor es un hombre sorprendido. El amor es motivo de sorpresa y el humor, un pararrayos vital. Alfredo Bryce-Echenique

H

ay historias tan duras que no hay más remedio que contarlas con humor. Y para el peruano Alfredo BryceEchenique, no hay historias humanas que no tengan, al menos, un poco de dureza. Y por lo tanto un poco de humor. Como su Guía triste de París que nos hace reír más de una vez. O como esos recuerdos que eligen sus personajes para encapsular sus pasiones, tan ridículos como sublimes. Como por ejemplo ese casi accidente de tránsito con el que Juan Manuel Carpio recuerda a Fernanda en La Amigdalitis de Tarzán. O como le sucede a Martín Romaña, en El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, que se enamora de Inés porque ésta le hace el nudo de la corbata como se lo hubiera hecho su madre. Porque para Bryce el humor es el remedio para la dureza de la realidad del amor: el amor siempre es ideal y está destinado a no realizarse.

54

En nuestros días, hablar de Postmodernidad, es referirse a una serie de cambios históricos y culturales que marcaron toda la segunda mitad del siglo XX. Dentro de lo académico, la Postmodernidad representa un desgaste de los discursos que centraban su atención en las ideas de progreso y bienestar, principalmente. Desde el terreno de lo artístico, y en particular de la literatura, el tema ha sido igualmente estudiado. Sin embargo, la intención de este trabajo no es la de analizar ni mucho menos reflexionar sobre las mismas; sino hablar sobre un escritor antisolemne que, en uno de sus textos más representantivos (el cuento «La posmodernidad explicada a las putas»), recrea la sociedad en decadencia al parodiar el discurso académico de manera desenfadada. Así, Guillermo Fadanelli, nacido en la ciudad de México en 1960, es el representante por excelencia de lo que él mismo denominó, en su momento, literatura basura. Promotor y editor de la contracultura, funda y dirige la editorial Moho y la revista del mismo nombre. Colaborador en un sinnúmero de fanzines, tiene publicados varios libros de cuentos y novelas, entre ellos: Regimiento Lolita, Terlenka, La


otra cara de Rock Hudson, ¿Te veré en el desayuno?, Clarisa ya tiene un muerto, Más alemán que Hitler y El día que la vea la voy a matar, del cual forma parte el cuento al que me he referido. Publicado en 1992, el libro de cuentos y relatos, El día que la vea la voy a matar, consta de 32 textos, de los cuales destaca La posmodernidad explicada a las putas, pues alude abiertamente al libro del francés Jean-François Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños),1 el cual, desde el ámbito académico, intenta explicar, precisamente, la Posmodernidad a través de una recopilación de ensayos breves, escritos algunos de ellos a colegas y amigos interesados en el tema. En este libro, Lyotard plantea que no puede hablarse ya de Modernidad, pues se ha perdido la fe en los relatos que ésta proponía: Razón, Progreso, Emancipación. La Postmodernidad, según comenta Lyotard, es una etapa en la cual las reglas del pasado ya no se sostienen, y, por consecuencia, la incertidumbre por el futuro se hace presente. La angustia ante un inminente y próximo colapso de la humanidad, son retomados por Fadanelli con ironía y humor negro, que en su caso resultan habituales. En las primeras líneas del cuento se lee: «Nadie va a sobrevivir excepto los filósofos y las putas, todos serán consumidos

1

Trad. Enrique Lynch, Gedisa, Barcelona, 1987.

cuando la ciudad arda en llamas.»2 La frase apocalíptica se encuentra escrita en la pared de un edificio estilo Bauhaus en la avenida Insurgentes y anuncia la aparición en escena de una anciana que estaciona su carrito de hot-dogs en la esquina del mismo. Cabe hacer notar que el escenario donde se desarrolla la historia es el típico de la ciudad México, con sus anuncios luminosos en la punta de un condominio; el helicóptero de la Secretaría de Protección y Vialidad volando en círculos en medio de su acostumbrado ruido ensordecedor, y, por supuesto, el elemento que no podía faltar en esta recreación urbana: la referencia obligada a una denigrante estación de Metro de la que emergen y a que la ingresan cientos de seres incoformes que desearían vivir en otro lugar. El caos social y cultural que anuncia el cuento se va desarrollando de manera gradual, pues resulta que la anciana, más sabia que sus clientes, es una ferviente lectora de Jean Baudrillard mientras que, uno de sus comensales, un escritor que ha comprado su gabardina en el Mercado de las Pulgas en París, alega medio borracho que cambiará el curso cultural del país, reivincando su oficio. La anciana, acostumbrada a tales espectá«La posmodernidad explicada a las putas», en El día que la vea la voy a matar, Grijalbo, México, 1992, p. 111. Cito bajo esta edición y consigno las páginas en el cuerpo del trabajo.

2

55


Y es entonces que el humor se convierte en la manera lúdica con la cual sus personajes se enfrentan a la realidad y la comprenden. Una manera lúdica mas no irresponsable de adquirir esa realidad, de darle cuerpo sin hacerla ominosa y agresiva, pero aun sin restarle amargura. Ya que como el mismo dice, una carcajada sonora y puntual puede privarnos de la observación y la reflexión. Bryce vuelve pues, a la idea que Cicerón atribuía a la comedia como un medio catártico y purificador. Y de ello dan cuenta las notas de humor que podemos encontrar en todas las relaciones amorosas que atraviesan su obra. En como la ironía puede develar el final propósito de la experiencia humana. Tal cual le ocurre al personaje de «Lola Beltrán in concert», que al final de destrozar dos relaciones amorosas se pregunta si no se quedará para siempre con su «habitual cara de imbécil en un aeropuerto». El registro humorístico de Bryce pasa más por lo flemático inglés que por lo chabacano o mundano, ya que su finalidad no es la diversión sino la admiración de algo particular, poner en duda al Yo y su relación con lo que le rodea. Lo cual podemos comprobar hasta en su primer volumen de memorias «Permiso para vivir (Antimemorias)», editado en México por Cal y Arena, donde el perua56

culos, lo mira con misericordia mientras se niega a venderles a dos policías quienes, molestos por el insulto que les infiere la mujer, terminan comprando tacos en la esquina opuesta y lanzando una sentencia a un estilo muy mexicano: «¡Vivan los tacos, hijos de la chingada!» (p. 113) Pero la historia no termina ahí, los demás personajes que completan la escena son: un young professional que maneja un Tsuru y lleva puestos una camisa Christian Dior, un reloj Cartier y una chamarra comprada en la barata de Suburbia; una prostituta teñida de rubio y con botas imitación cuero; un profesor de literatura, con traje comprado en una tienda de Héroes de Granaditas y una camisa adquirida con descuento en la tienda de la Universidad; y el narrador, de quien sólo sabemos que evita subirse al Metro por lo que no tiene prisa en marcharse. El diálogo que se sucede entre ellos pone en evidencia el incumplimiento de las promesas de la Modernidad, pues el saber, como también refiere Lyotard, no garantiza ya adquisición de poder3. El profesor de literatura, pese a su formación, se presenta como un perdedor, ya que en un momento de arrobamiento filosófico, en el cual diserta sobre el futuro desesperanzado Este punto lo desarrolla Lyotard con mayor profundidad en La condición posmoderna (trad. Mariano Antolín Rato, 6ª ed., Cátedra, Madrid, 1998).

3


de la Humanidad, es silenciado por las burlas de los comensales que abiertamente se convierten en carcajadas, pues en medio de su perorata, el profesor mancha su ropa con mostaza. Él, lejos de indignarse, se siente humillado y prefiere guardar silencio, sonrojado ante su «atrevimiento». Y no sólo eso, sino que además es consolado por el joven escritor quien le hace notar la falta de cultura de las masas: —Mira, profesor, miembro abnegado de la historia […] era un […] programa cultural diseñado especialmente para entretener a las pequeñas larvas. La primera pregunta […] «¿Quién escribió La Divina Comedia?» […] «¿Sabes cuál es la respuesta?» La puta de pelos amarillos, que había escuchado atentamente la historia, contestó con un grito: —¡Octavio Paz! […] —Así es, lo mismo dijo el niño ¿y sabes cuál fue la injusticia, profesor?, que no le dieron el premio; primero los educan dentro de una cultura monolítica y luego les piden matices. (p. 117)

Ambos personajes, representantes por excelencia de la alta cultura, se muestran como perdedores delante del young professional y aun de la prostituta, puesto que, parafraseando a Lyotard, en la sociedad postmoderna el saber

es legitimado por el poder económico en tanto que permite la adquisición de tecnología, misma que a su vez garantiza la producción de nuevos saberes y, por ende, preserva el poder, cerrando el círculo. El escritor, más realista y desencantado que el profesor, acepta sin más esta situación e incluso la festeja como un elemento folclórico de nuestro tiempo. No así el segundo que desea contestarle, viéndose impedido por el bocado que lo mantiene callado y, cuando finalmente traga el hot-dog, es para irse pues el escritor ha hecho lo mismo llevándose a la prostituta. Ahora bien, el youg professional, carente de toda cultura e inteligencia, económicamente se muestra superior que sus dos compañeros y, aun cuando su forma de hablar evidencia su desconocimiento del idioma, puede exhibirse frente a los demás con su reloj Cartier y su automóvil: símbolos de status social. El escritor muestra su desprecio hacia el yuppie, pero tiene que reconocer que éste forma parte de una clase media que, pese a todo, sostiene al país y demanda una cultura fácilmente digerible. Así, las referencias a las que el young professional alude son tomadas de personajes populares, de aquellos que las masas identifican fácilmente y las incorporan a su bagaje cultural. Por tal motivo, al escuchar la descripción de un homicidio, narrado por la prostituta en un tono melodramático que remite a las publicaciones de corte sentimentaloide y 57


no ridiculiza su propia militancia en la izquierda al narrar su estancia en Cuba por una enfermedad. Y donde también a través de la ironía nos narra las enseñanzas que le ha dejado enamorarse de una mujer cercana, pero inalcanzable. Bastaría decir pues, que para Bryce el humor se compone más de la ironía que de la sátira, ya que en la ironía aún caben los sentimientos y ésta afecta tanto al que la profiere, como al que es objeto de ella. Y tratándose la vida de sentimientos, que mejor que el humor de la ironía para aminorar un poco los estragos causados por los rayos del amor. 

58

rosa, se limita a explicar la psicología del agresor de la siguiente manera: «—Bueno, a lo mejor pensó que era Blue Demon» (p. 114). En cuanto a la prostituta, cabe señalar que ella sólo reduce su actuación a quejarse, precisamente, del llanto de su cliente que asesinó a su mujer con una máscara, pues no pudo diferenciar que durante el acto sexual la esposa gritaba de dolor y no de placer, como él supuso. Fuera de eso, la prostituta es un elemento más que completa el cuadro urbano que se ha agrupado en torno a la vendedora, reforzando, asimismo, el argumento del escritor sobre la ignorancia de las masas. Ella no se cuestiona sobre las postrimerías del siglo XX, ni se preocupa por adquirir y demostrar cierta posición social, simplemente ejerce su oficio y se va con el escritor a seguir trabajando: «Vámonos, güera, vas a ver que yo no me pongo a llorar» (p. 118). Por último, la vendedora de hot-dogs, que ha defendido al yuppie de los comentarios ácidos del escritor, cierra el cuento escribiendo otra frase apocalíptica y la cual alude al trasvestismo propio del discurso postmoderno: «todos somos mutantes, no habrá ya juicio final» (loc. cit.). La sentencia no resulta esperanzadora, pese a la aseveración de un inexistente juicio, sino que remarca una vez más el hecho de que en la sociedad contemporánea, los eruditos se han convertido prácticamente en una especie en extinción que no goza de privilegios y que, por


el contrario, parecen ocupar los segundos lugares en un mundo que busca lo útil, lo económicamente redituable, por encima del conocimiento. Es decir, mientras que el escritor y el profesor apenas sobreviven, el yuppie y la prostituta no tienen que preocuparse por el dinero. Unos, revistos con sus capas de intelectuales, se han convertido básicamente en los juglares que pregonan sus enseñanzas en una plaza desierta. Los otros, coronados por el sistema, les ofrecen las sobras para que puedan seguir existiendo como fenómenos. Por lo tanto, la anciana

lee en estos signos una transformación de las funciones sociales y deduce que, finalmente, la metamorfosis llevará al caos pero no a la perdición total. En conclusión, el cuento de Fadanelli reformula el discurso de la Postmodernidad en un tono antisolemne en tanto que alude abiertamente a algunos de los aspectos marcados por aquél, desde una visión decadente y, en ocasiones, bastante irónica. El humor ácido se trasluce en el contacto fugaz que los personajes establecen en un tiempo congelado: el presente es lo único que importa. 

59


d e s a f o r i s m o s (Selección mínima de máximas inútiles)

Dante Medina I. UNO —Últimamente hay musas que hasta son ciudadanas. —Perdone, señorita, mis eyaculaciones están contadas. —No te quito mi tiempo. —No nos hacemos responsables por objetos personales que deje olvidados en nuestro corazón. —En este país, las inconveniencias nos convienen a todos. —Yo tuve una mujer propia; y fue peor que las ajenas. —Lo malo de las mujeres es que todas sirven para lo mismo. —No me quiero quedar en este callejón sin saliva. —Es mejor dar la cara cuando tienes que dar algo. —La testosterona es el pseudónimo de una solterona que escribe textos. 60


—Todo peatón latinoamericano en París, es un escritor de más. —Error de dedo: meterlo por detrás en lugar de meterlo por delante. —Es un buen momento para no bailar. —Estaba convertido en un bar de lágrimas. —Que a nadie le importe lo que voy a decir en seguida: II. DOS —suerte con una m se viste de duelo —suerte con un f se vuele musculosa —puerta con una m nos deja viudos —puerta con una h nos da frutos 61


—puerta con una c se hace sucia —época con una i se va muy lejos —certeza con una v se emborracha —cuando estás tenso con una m te atontas —los alumnos dejan de serlo si cambian las consonantes lmns por dlts

62


Sergio

Garval ob r a

plรกst ic a 63









Heliópolis miscelánea • crónica • libros • cine • música • arte


Carlos Vicente Castro

Descolocaci贸n de la permanencia

72


L

a memoria, el eco se compone de dos libros y a la vez dos tonos distintos, dos experiencias perfectamente diferenciadas que integran una misma secuencia lógica. El primero, Ver en la luz, se asemeja al desplazamiento lento de quien está instalado en una irrealidad donde el tiempo no significa gran cosa. La visión, reiterada figura a lo largo del libro, es una facultad capaz de establecer distancia, alejamiento, de aquello que mira. Lo mirado no se toca. Los poemas están dispuestos en una especie de álbum fotográfico cuyas imágenes sobreexpuestas impiden discernir los objetos que las componen y que parecieran hallarse en una atmósfera nebulosa. Nunca termina de configurarse o desplegarse la borrosa silueta o motivo de una ausencia. Son poemas antropófagos: sus descripciones no llegan a ningún lado, no permiten el desplazamiento, es decir se comen a sí mismos, aletargados por una experiencia sofocante. «el vacío se interpone / entre el alba y el primer paso»,

dice un poema. La línea en que se balancean estos escritos no pertenece a un tiempo en particular: el pasado y el futuro son dos altos muros que aprisionan cualquier intento de escape de la ensoñación. La fuga, o mejor dicho, la aparente fuga de esa irrealidad ocurre en el otro libro que integra este volumen homónimo, La memoria, el eco. Aquí, el ritmo de escritura ha hecho un esfuerzo por liberarse de esa ausencia fantasmagórica y suscribirse en la corporeidad: el lugar del vagabundeo es París y los personajes y los sitios evocados son perfectamente diferenciables. Así concurren en un lenguaje más liviano y desenfadado Sylvia Plath, Amélie, la Maga, los Campos Elíseos o el Ponts des Arts para reinventar su memoria. La memoria, tal como la describe el Diccionario, es la retención psíquica del pasado. En este sentido, los poemas no terminan de estar en el presente, ahogados por la pesadez de un tiempo pretérito al cual es

imposible regresar, pero también dejar ir. Los encuentros o los desencuentros subsisten en una permanencia que se niega a la vez que se desea. Dice el poema a Sylvia Plath: Te dejé y después, mucho tiempo [después, supe de tu ausencia y quise morir.

De esta manera, si ver es a un tiempo mantener distancia y retener el espacio y el mundo, si ver es conservar el eco de la memoria, irremediablemente al cerrar los ojos, como propone otro poema, «el mundo ha concluido». poesía Antonio Marts La memoria, el eco Écrit des Forges 2004

73


«De Samor y otros lugares cursis», de Rafael Medina

Silvia Quezada afael Medina es entre los cuentistas jaliscienses una voz renovadora. Lejano de la problemática agraria y del diálogo con la urbe, se inserta en los narradores preocupados por la inmersión en los conflictos individuales. En la cuestión estética, su producción se ha caracterizado por la utilización de la primera persona, monólogos hilarantes que derivan en un humor corrosivo. Como pocos escritores, domina la caracterización de los personajes, nos enfrenta con la voz femenina, sus preocupaciones y modos de argumentar; de igual manera que nos acerca al habla cotidiana de un ser masculino, que ejerce su papel con léxico apropiado a

R

74

su status y a la edad representada. En el escenario de su vida literaria nos ha ido entregando prototipos diversos, sin que quizá su ideal expresivo sea ese. El catálogo de su nuevo libro, De Samor y otros lugares cursis, presenta un nuevo elenco, en el que acaso está logrando dos personificaciones para la memoria lectora: Julia y Eme. El tributo que paga, exagerado por el reclamo de la moda, es poner en boca de esas dos creaciones un vocabulario callejero, fuerte, insultante. Acorde sí a la circunstancia, pero tal vez esa inmoderación pudo encontrar su descarga con voces más crudas, definitorias y con significados precisos.

La creación de Julia, anuncia el arquetipo desde el título del cuento, «Julia es neurótica y que dizque yo soy su remedio», una mujer «cada vez más loca», una «ruca [...] bien gacha, que por eso está sola, que por eso nadie e la ha querido aventar». El retrato de la «vieja» se va conformando con los decires de El Mudo, el vecino que terminará intentando relacionarse con ella, sin lograrlo, debido a la impotencia sexual. La semblanza de una Julia encerrada en su casa, cuyo mundo de silencio se ve invadido por las borracheras de banqueta de los jóvenes del barrio, se va dibujando conforme avanzan las frases de El Mudo, que nos deja verla poco a poco menos des-


agradable, sonriente, conversadora, amable, enamorada, hasta confesar su neurosis al argumentar «que había encontrado un grupo de autoayuda, pero que no, que niguas, que yo mero [era] el que de a devis la alivianaba». El clímax del relato aparece con la relación carnal insatisfecha, hecho que provoca una respuesta violenta en Julia, quien escupe, golpea, grita, llora desesperada. Lo interesante es que Julia se construye en la memoria del otro, quien la relata desde la apariencia hasta el más íntimo de sus resortes. En otro de los cuentos, «Eme» (es inevitable hacer la remembranza del personaje de José Emilio Pacheco en Morirás lejos), es un pasajero de minibús. Sujeto esquizofrénico, golpea por razones imaginarias a aquellas mujeres con quienes se topa en los trayectos, siempre y cuando las visualice como probables compañeras. M., es el paciente artífice, que construye el futuro amatorio hasta visualizar una

conducta réproba en la dama elegida. El narrador testigo, un voyeurista que tiene por sabido el desarreglo mental de M., logra un efecto aterrador al describir las acciones violentas de las golpizas, pero sobre todo, desarrolla la psicosis mental de forma gradual en su argumentación, avanza y razona, ante la mirada estupefacta del lector, que se divierte por la ilógica presentación de los castillos en el aire del personaje. Como muchos de los cuentos de Rafael Medina, el cuento hace pensar. Nos sitúa en los dobleces de la conducta humana a la que ninguno estamos exentos.  cuento Rafael Medina De Samor y otros lugares cursis Paraíso Perdido Colección Cuadernos de Bartleby 2005.

75


Los mejores cuentos mexicanos 2004

Cástulo Aceves oaquín Mortiz publica anualmente, desde 1999, la serie «Los mejores cuentos mexicanos». En este año acompañan al libro dos noticias. Primera, que desde la edición 2004 el volumen será coeditado por la Fundación para las Letras Mexicanas. En segundo lugar, que a partir del 2005 también se publicará una colección de poesía y una de ensayo. El libro en sí es una antología de cuentos publicados en revistas y suplementos culturales del país. La tarea de escoger y decir cuales son las mejores narraciones ha cambiado con los años. Escritores e investigadores como Bárbara Jacobs, José de la

J

76

Colina, Gerardo de la Torre y Hernán Lara Zavala han sido los encargados en ocasiones anteriores. En la última edición es Eduardo Antonio Parra quien recibe la responsabilidad de ser juez, lector y crítico. Parra tiene tres libros de cuentos y una novela publicada. Es conocido no sólo por ser referencia a la literatura del norte, misma que ha tomado fuerza en años recientes, sino por la realidad cruda y violenta con que retrata a la frontera a través de sus textos. Al mismo tiempo que duro, el estilo de Parra es plenamente humano. Nos muestra sentimientos como la soledad, el miedo o el descon-

cierto, explorando los rincones oscuros del alma de sus personajes. Este estilo se ve reflejado en la selección de cuentos. A pesar de ser un concierto de formas, nombres y trayectorias, el libro deja un ligero estremecimiento, una sensación de noche que lo abarca todo, desde el alma hasta la historia de nuestro país. El conjunto inicia con autores ya reconocidos como Jorge Ibargüengoitia y Efraín Huerta, que fueron publicados por revistas que buscaban sacar a la luz textos guardados y, posiblemente, olvidados. Llegando a otros que empiezan apenas a hacerse de un lugar, como Edgar Omar Avilés y Víctor Vázquez


Quintas. Sin olvidar a escritores que en este momento están siendo reconocidos como Xavier Velasco. Queda claro que Eduardo Antonio Parra, tanto por sus palabras en el prólogo como por el tono general de los cuentos, piensa que una narración no se puede defender solamente en el final sorpresivo. Hay algo en los textos que los hace permanecer, sembrarse en la memoria del lector. No basta sorprender para ser indeleble, sino que hace falta la forma, el estilo y esa vuelta a la tuerca que logran los autores. Uno puede pasar años leyendo narraciones y no recordar ninguna. Sin embargo hay quienes logran contactar con ese hilo en la mente de quien lee, y con esto, dejar su marca: a veces cicatriz dolorosa, otras tantas, sonrisa plácida. Como todas las antologías, esta despierta controversia: Las inclusiones o las ausencias, las razones para que éste, y no aquél. Cada año surgen voces

que cuestionan a una colección que depende al mismo tiempo de la mirada de su recopilador, como del acceso que éste tenga a las distintas publicaciones del país. El libro «Los mejores cuentos mexicanos» debe tomarse como una muestra, como un acercamiento a la narrativa actual desde los ojos del seleccionador. Si alguna queja debe hacerse es que las fuentes incluyen en su mayoría a espacios del centro del país, o a publicaciones con ya cierta tradición y regularidad. Quedan fuera muchas revistas de provincia, sobretodo las de vida fugaz. Son muchos los cuentos que no entran en concurso. Sin embargo, esta edición me parece bien lograda. Con sus ligeros altibajos, mantiene una constancia en la calidad de los textos, así como una cierta unidad, algo difícil de lograr en una antología.

Finalmente, una cosa queda segura después de terminar el libro. Eduardo Antonio Parra compra la revista Playboy por sus artículos literarios en vez de por los desnudos. Bien, posiblemente tanto por unos como por las otros. Esto se ve al contar los cuentos que tienen esta publicación para caballeros como fuente. Alguna vez escuché decir que la literatura contemporánea del país está en sus revistas,

77


suplementos culturales y, en forma reciente, sitios, páginas y diarios de Internet. Es este el motor que impulsa la serie de libros. Por esto es que más que como dogma, la selección debe tomarse como mapa apenas trazado de un género. La narrativa que vive en las publicaciones es la misma que habita en círculos y talleres literarios. Es también la criticada, corregida y pensada por los que se intentan el oficio de escribir. Es, por último, la que busca permanecer, más que en los estantes de una biblioteca, en la memoria del lector, a donde debe aspirar, finalmente, toda literatura.  cuento Varios autores Los mejores cuentos mexicanos edición 2004 Joaquín Mortiz 2005.

78

Crónica de una lectura: «Lo que queda de mí»

Ada Aurora Sánchez engo en mis manos Lo que queda de mí. Observo la portada del libro: en el gris de un muro callejero, un recuadro como ventana, y al fondo de éste, un corazón en vilo; sobrepuesta al muro y al corazón, una soga gruesa de color café. Aventuro una hipótesis: el nuevo poemario de la colimense Nadia Contreras tendrá que ver –como algunos otros de sus trabajos- con la exploración de la nostalgia y el dolor, o bien, con el dulce destilado de imágenes en torno a las labores cotidianas de un pueblo que se resiste a ser ciudad.

T

Antes de revisar el índice, hojeo el libro. Desprendo su olor a tinta y, al azar, selecciono una página sin número: Éste es mi reino, el mar, sus orillas. Me gusta. Decido recorrer el poemario desde el inicio, «entender» Lo que queda de mí. Descubro que Gabriela Peralta es la autora de Orificio sin luz, detalle que resalta en la portada del libro. Dos mujeres, que quizá no se conozcan, han unido pintura y literatura para representar simbólicamente lo que puede ser la


soledad con su infinita cauda de sinsabores y desencantos. El libro de Nadia, editado por el conaculta, constituye el número 259 del Fondo Editorial Tierra Adentro y, al igual que otros poemarios de jóvenes colimenses (Rogelio Guedea, Avelino Gómez, Sergio Briceño y Verónica Zamora, por ejemplo), es un estímulo a la calidad literaria del Occidente de México. De hecho, alguien ha escrito en la contraportda de Lo que queda de mí que «con este poemario Nadia Contreras alcanza una saludable madurez, reconocida al obtener una mención por parte del Jurado del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en su versión del año 2001». Y aunque el poemario se ha editado dos años después de su distinción honorífica, nunca es tarde para leer poesía, sobre todo si se trata de buena poesía La puerta a Lo que queda de mí se abre con un epígrafe de Ezra Pound. Recuerdo,

entonces, El arte de hacer poesía, libro en que el escritor norteamericano aconseja que los poetas sometan su trabajo a las reglas de la música, pues entre el arte de los sonidos y la poesía existen «paralelos exactos». ¿A qué dará preferencia Nadia, cuando escribe? ¿Al ritmo? ¿Al sonido? ¿A la imagen? ¿A la idea? Es uno conmigo el paisaje, Los árboles, En su infinito rumor de hojas. Te contemplo, madre, Pero sé que nada es cierto. No puedo tocarte y eso basta. Es abril de este año cualquiera.

La poesía de Nadia se distingue por el timbre de su palabra; es música de alientos madera; cálida, familiar al oído. Sin embargo, sus temáticas evocan circunstancias dolorosas, nada cálidas, en que la pérdida pareciera ser el sentimiento predominante.

Sentir lo incompleto que es uno, porque en algún momento, en algún lugar, dejamos o nos quitaron algo que nos hace falta, es parte de Lo que queda de mí. En este poemario, la poesía proclama una consigna: a pesar de los esfuerzos por llenar el vacío con la gente o el mundo y sus objetos, no habrá manera de olvidar que estamos solos, en la eterna búsqueda de lo perdido. Más allá, bajo los recuerdos, [te busco, En la habitación magnífica Del cerebro, En la raíz del árbol, En la materia vulnerable Que soy. Y no te encuentro Y yo tampoco me encuentro.

Las palabras blanco, sombra, raíz, silencio en los versos de Nadia me remiten a la poeta argentina Alejandra Pizarnik. Oigo, a dúo, como si ignoraran el tiempo, a dos voces que se empalman en un canto nostálgico y salobre. Ambas escritoras 79


navegan corazón adentro y se preguntan qué hacer cuando no se tiene instructivo preciso para vivir. La respuesta es perseguir a la poesía. Conforme avanzo en la lectura, salen a mi encuentro citas de Carlos Pellicer, Olga Orozco y Cristina Peri Rossi, entre otros escritores. He aquí algunos indicios para entender qué pudo detonar a ciertos poemas —me digo. Porque la chispa que hace estallar la palabra inicial del verso es, en la mayoría de los casos, un préstamo. Al leer a otros es posible reconocer en ellos formas de expresión que anhelamos y que nos inspiran encontrar las nuestras. De Álbum de fotos para Olga Lucía, llego a Fotografía III: Una niña de cinco años está ante la cámara. Es su primer día de clases en el colegio. Yo la vi caminar los pasillos del asombro, entre juegos saltar de una vida a otra, porque la infancia es muchas vidas. En ti me busco niña que no tienes

80

mis ojos. Decirte vamos a jugar y somos tú y yo con otros niños, Isabel. En tu frente me busco, en tus manos que son mis manos marchitas. ¿Dime si soy la imagen del futuro prometedor como dicen, según los expertos, las líneas de tus manos? O ésta sin nombre, desconocida hasta el cansancio.

Resulta agradable encontrar en Lo que queda de mí visiones que te atrapan y vuelven obligado el hecho de sumergirse en la memoria para encontrar la ecuación existencial que nos revela por qué sentimos de tal o cuál forma el mundo que nos rodea. Mientras leo, escribo estas líneas. Documento mis percepciones de lectora que, supongo, es lo que se comparte en las presentaciones de los libros. Poemario arriba, encuentro una mujer de la que se habla insistentemente, algo así como el alter ego de la autora:

Es alta, Olga Lucía, como [un edificio. No tiene perro ni gato [que la aguarde. Olga Lucía sabe lo que es [despertar con luna Los cinco días de todas [las mañanas. Pero no de mi presencia [que la observa, De mis ojos que resbalan [por su espalda lisa Como piedra de río. La noche comienza en la punta [de sus pies.

Conforme me acerco al final del poemario, se van cumpliendo las expectativas: el trabajo de la autora —gracias a la perseverancia y el talento en el oficio— es consistente, unitario; revela largas horas de lectura (libros, mundo, alma) y, por supuesto, de ejercicio poético. Nadie, ni Nadia misma, podrá detener a esta escritora en su lucha por escribir y trascender; su trayec-


toria académica, su labor como periodista cultural, sus publicaciones en revistas y suplementos locales y nacionales, sus cinco libros editados, su página de internet, en fin, son apenas el arranque de una carrera literaria que atestiguamos con gusto. Tras cerrar el libro, pienso que Lo que queda de mí ha sido una grata compañía en estas extrañas tardes de lluvia y frío en Colima, en que la nostalgia se pega al corazón como una hiedra. Todavía escucho el repiqueteo de unos versos de Nadia y me asalta el deseo de compartir, muy pronto, con los amigos asistentes a «El tranvía», una taza de café humeante y algo de lo que la poesía, hechicera sutil de los siglos, es capaz de suscitar en los lectores. 

81


Las hadas asesinas

Dicen que a Baudelaire, en el 48, se le vio por las calles de París con un fusil al hombro arengando a las multitudes a hacer la revolución. Se sabe también que la noche anterior el señor de los paraísos artificiales había ingerido una botella entera de Absyn, esa bebida verde que según palabras de Thomas de Quincey, es el menstruo de las hadas asesinas. Combinación mortal: revolución y ajenjo, al parecer la más virtual y original revolución decimonónica fue propiciada por los ardores del hada verde; se sabe también de Rimbaud y Verlaine la tomaban en exceso al igual que Jarry, el cual murió de una sana sobredosis del sagrado menstruo, ironía trágica para el creador de 82

la estética del absurdo; absurdo fue para Alfred morir vestido de verde en ese mar verde y con esa muerte verde, de ahí los versos de Lorca, verde que te quiero verde, verde viento, verde agua. El verde marcó también a Edgar Poe, las mujeres que lo atormentaron en sus noches de delirium tenían siempre los ojos verdes, verde era la baba de sus difuntos y el olor de sus masacres en aquellos polos árticos insólitamente verdes. Si podemos pintar de un color el reflejo sinestésico del siglo xix indudablemente es con el flujo menstrual de las hadas asesinas. Por el contrario, y contra los que no quieran creer, los naturalistas y los realistas

no eran muy coloridos, salvo las sonrojadas mejillas de Fortunata después de ver la virilidad de Juanito Santacruz y el bucólico adulterio de Bovary teñidos en un rosa sumamente recatado, salvo eso, los colores desaparecen de sus textos, los cuales se sofocan, eso si es cierto, de luz, un exceso de luz, luz que alumbra y descubre. Sin embargo también hay otro color inundando las consciencias de los decimonónicos: el rosa elocuente del sexo nunca dicho, siempre velado y difuminado en descripciones aburridísimas sobre penes erectos y vaginas dispuestas, el universo del sexo está por todos lados pero nunca se dicen con


palabras, no se nombran, pero se ven, siempre se ven y peor aún, se tocan. La novela rosa, tan cara a Torres Bodet y Valéry, nace en el ocultamiento del color del sexo dispuesto, a Emilia Pardo Bazán se le atragantaban las palabras, las descripciones se le fugaban cuando alguna de sus heroínas se excitaba, un recato sumamente elocuente, pero nada distinto al de Baudelaire imaginando celestiales ninfómanas o al de aquel adolescente que descubrió en los verdes de África que traficar con negros era el negocio del siglo. Del sexo es difícil hablar pero de la muerte, la autodestrucción, de la violencia y la pedofilia es fácil. Siglo de ironías, no cabe duda. Se dice que el color verde es el color de los gitanos, Lorca explicaría después que el verde es el color de la muerte, decía que cuando un toro embestía a un torero el mundo se tornaba verde, verde el mundo, la mar y la montaña, verde la sangre que fluía de la cornada y verde era la muerte que embestía en el ruedo y en los tercios. Según

palabras de la hermana de Rimbaud éste tenía la pierna verde al retornar de su viaje esclavista por las Áfricas, verde también fue el color que Dostoievsky vio frente al pelotón de fusilamiento, sus apuntadores tenían los ojos verdes. Es curioso que las mejillas sonrosadas de los bebés que mordía en su delirio pedófilo Lautremont fueran las páginas más negras de la literatura francesa del diecinueve, y es curioso también que en el verde mar donde Maldoror copulaba con tiburones, fuera el mismo verde que deslumbró a Gauguin cuando se hartó, al igual que el poeta adolescente, de la Europa sonrosada, fascinada por aquellos días por el fervor de la novela de princesas y marquesas, de príncipes y atletas positivistas, los mismos que inventaron aquello de que el verde es vida, pues es el color de la naturaleza. Nietszche amaba los colores, pues odiaba el gris del cinismo europeo y la estupidez pangermanista, por eso al final de sus

días, recluido en el manicomio de Turín decía que el color de la vagina de su madre era ocre, como los pueblos secos del medio oeste norteamericano, el universo sin color, seco, sin verde, sin vida, como sin color quedó la generación que deslumbró el alemán con su filosofía: “hemos vivido con los tonos y los colores equivocados, el hombre a muerto pues no tiene una descendencia capas de discernir entre la comedia y la tragedia”. La hermana de Nietszche hizo lo imposible por retirar el último libro de su hermano de la librerías italianas y alemanas, sin embargo dos ejemplares que se salvaron de la censura familiar, uno lo adquirió un psicólogo austriaco y otro un periodista inglés, curiosamente apellidado, Green. 

83


Otra cara, otra cara, otra cara

Juan Vázquez Gama res personajes sentados en un café son testigos de un ajuste de cuentas con tintes aparentemente políticos. Esta sencilla escena es el centro de la historia. La creencia de que casi todo en la vida ocurre circunstancialmente, es decir, como resultado de una amplia jerarquía de movimientos aritméticos. La modificación del sentido de las cosas a través de la forma en que las percibimos. La negación, en general, de las balas perdidas. Estas ideas flotan entre las páginas de Otra cara (ponla ya) la nueva novela de José Ruiz Mercado publicada en la colección «A través del espejo», bajo el sello de la Editorial Paraíso Perdido. Escrita a manera de diario, esta novela experimenta con las

T

84

perspectivas de la narración para presentar el brevísimo momento en que estos tres personajes sin relación alguna entre sí son tocados por la fatalidad. Cada uno de ellos, asistidos por un narrador que los interpela directamente, desarrollará la historia de su vida partiendo de las consecuencias de este encuentro. Sin ser en definitiva una novela de la llamada literatura de la onda, Otra cara (ponla ya), comparte elementos ella, en particular con Pasto verde de Parménides García Saldaña o Gazapo de Gustavo Sáinz. Podríamos enumerar como ejemplo las constantes variaciones en los enfoques narrativos, la intención de presentar las acciones desde lenguajes más cercanos a lo

cinematográfico, las frecuentes deformaciones y juegos del lenguaje ya sea a través de dialectos locales o de mezclas entre idiomas, en particular con el inglés, y la inclusión de una banda sonora, ya sea haciendo referencia a ciertas piezas musicales o citando textualmente letras de canciones, particularmente del rock. Todas estas características conviven en una historia que involucra problemas sociales, políticos y generacionales, narrada siempre desde el límite de lo real. José Ruiz Mercado (Guadalajara 1954) es además dramaturgo e investigador, entre sus obras destacan La dignísima Sra. Dry y Obras para después. 


adelanto editorial Minotauro fulminante

Marie-Helène Poitras versión Isabel Jazmín Ángeles

Capítulo I La única chica que veo desde hace meses es la enfermera. Una giganta, dos veces yo mismo. Verifica cotidianamente mis signos vitales. Me grabo bien en la cabeza sus calzones. Me mira siempre a los ojos, desde muy alto, y yo estoy desnudo y rosa, un chicle a merced de sus pies. Antes de que ella entre en la habitación, yo debo levantarme la bata y esperar. Siempre es mucho tiempo. Ella está al otro lado de la puerta, con uno de los médicos, algunas veces ríe muy fuerte, con una risa gruesa y exageradamente ruidosa. Sin duda desea que la escuche, que sepa que está contenta mientras

yo la espero tiritando en la cama cubierta de papel, como un feto en el cesto de basura. Sé muy bien que del otro lado del espejo empotrado, la enfermera me ve levantarme mi uniforme de prisionero. Me digo que eso no le interesa, que seguramente le gustan las mujeres, que no me mira. Pero mientras me levanto la bata, su gran risa se precipita hasta mí. Después aparece, sus ojos todavía húmedos de tanto reír. Me mira fijamente, con un aire de bestia y se pone los guantes de látex con olor a condón. Después toma un palito de madera y me ordena sacar la lengua diciendo «aaaah». Apoya sus grandes pechos sobre mi garganta y, para no tener una erección, pienso en mi madre o

en un cañaveral. De todas formas, desde hace dos semanas, no puedo tener una erección; el doctor Parker me da pastillas para calmar mis impulsos sexuales. Tengo frecuentemente el mismo sueño. Los corredores de la prisión están vacíos. Todos los internos duermen un sueño de medicamentos, la boca pastosa. Por un feliz azar se han olvidado de cerrar la puerta de mi celda. No me voy, espero a la enfermera Smith. Un ruido lejano de pies pesados, de unos pasos potentes y de llaves que entrechocan: es ella. Huelo su cigarro y el olor agrio de sus axilas. Mira dentro de mi celda y me pregunta por qué no duermo. Abro la puerta bruscamente, para pegarle en la frente. 85


Se cae, aturdida durante unos segundos, y me monto en ella antes de que recupere el aire. Sujeto sus puños con una mano, sólidamente, y desgarro sus ropas con sus llaves, hasta que veo sus grandes senos blandos y su sexo entrecano. Me hundo entre sus muslos bovinos. Jadea, gime y goza, las luces del corredor se prenden y se apagan de forma desenfrenada. Nos enamoramos, dejamos el centro de detención y nos subimos en su carro, un pequeño Rabbit verde bosque oxidado. Yo conduzco, ella se sube el pantalón y planeamos dejar Ontario para ir hacia Virginia. Me ofrece un Marlboro.

Capítulo II Mamá me llamó esta mañana. Ella cree que me conviene estar aquí. Mi hermana acaba de cumplir dieciséis años y frecuenta, desde hace dos meses, a un hombre de treinta años que trabaja en un banco y tiene un buen salario. Adopto una voz benevolente y exhorto a mi madre a la desconfianza. Le pasa el teléfono a Anna. «Hermana, 86

ponte lista. No quiero que te pase nada». Tengo miedo por ella. Todavía no conoce a los hombres y a veces se viste de manera provocativa. Se pone camisetas ajustadas que revelan el nacimiento de sus senos. Envuelve su trasero en faldas cortas que muestran sus nalgas mientras ella se agacha para buscar algo en su mochila. Violé al menos a veinte chicas en Guatemala. Una de ellas fue a la policía, pero nadie me persiguió. Me sorprendió la facilidad del asunto. Como si las chicas estuvieran esperando ser atacadas un día u otro. Todo pasó muy rápido. Los cabellos dóciles hasta la mitad de la espalda. Las caderas frágiles. Mi mano sobre su boca. Sus ojos tan untuosos como si estuvieran hechos de crema de granos de café. Quise usar la mayor fuerza posible sobre ellas, pero se dejan hacer. El terror que había en sus ojos me enervó. Quise beberlos, uno hubiera pensado que todo se distendía a su alrededor en lentas secuencias. Yo las violaba y ellas me hacían el amor. Les mancillaba el vientre con mi semen. Les sal-

picaba la cabeza para ensuciarlas. Después me iba rápido, prometiéndome volver a comenzar. Tomarlas así me dejaba eufórico. La primera vez usé una máscara de Mickey Mouse; Halloween se aproximaba. Algunos días después de esta violación, me inquietó un artículo en el periódico local en donde se relataba el suceso. Luego de un día vendiendo frutas en el mercado central, regresé un poco más temprano de lo habitual, con un paquete de cigarros y dos mangos para Anna. Mamá no estaba en casa. Mi hermana, que se había saltado algunas clases como hacía frecuentemente cuando mamá se ausentaba, llevó a tres pequeños granujas más viejos que ella. Una botella de ron empezada estaba sobre la mesa. La radio vomitaba música pop norteamericana, creo que era Madonna. Mi hermana bailaba, los brazos levantados, lo que permitía que le viéramos muy bien el comienzo de sus nalgas. Por la ventana espié durante algunos minutos la escena. Los granujas


bebían el alcohol oscuro directamente de la botella, codiciando el cuerpo de Anna, que daba vueltas. Ella parecía un poco ebria. Ellos se susurraban cosas al oído y servían ron en el vaso, que le ofrecían a Anna. Ella bebía muy rápido y ellos le aplaudían. Se presentía la violación en plena nariz. Entré gritando y le di un puñetazo a uno de los granujas. Un cortaplumas se cayó de su bolsillo. Lo recogió y se fue corriendo como los otros dos. Anna comenzó a insultarme, acusándome de no dejarla divertirse nunca, gritando con fuego en los ojos, que ella no hacía nada malo. La golpeé con el periódico en la cabeza, no muy fuerte, solamente para herirla en el orgullo y para que se callara de una vez. —¿No lees los periódicos? —¿Qué tiene que ver el periódico? De todas formas, te lo llevaste en la mañana. Estaba más borracha de lo que había pensado. Después de encenderle un cigarro, le mostré

el artículo sobre la violación. Ella cesó sus agudos chillidos. En el teléfono, mi mamá lloraba y me repetía que estaba orgullosa de mí, feliz de saber que las cosas iban bien. Ella creía que yo trabajaba para una gran empresa quebequense, me preguntaba sobre María. Escuchar mi lengua materna, además de a mi madre, tenía el efecto de una caricia. Ella quería saber cuándo sería abuela y me dijo que fuera rápido, sino Anna tendría hijos antes que yo. Con un gran vientre, las piernas de Anna mostrarán hasta la mitad de sus nalgas. De todas maneras, yo nunca violaría a una mujer embarazada. «Hijo mío, tu madre envejece». Desde hacía un momento ya no la escuchaba. «Mamá, tengo que dejarte. Tengo que ir a trabajar». Y regresé a mi celda, la unidad 303 del Centro de Detención de Penetanguishene.

Capítulo II Tres tardes después, fui a la universidad, al ángulo de las calles Saint-Denis y De Maisonneuve, para ver desfilar a las estudiantes. Todas eran muy bonitas, además de algunas gordas y altas con ropas deportivas, con un poco de bozo en el labio superior. Estaba sentado en una mesa, en el mezanine del primer piso, y observaba la plaza donde las estudiantes se encontraban alrededor de una fuente. Unas ganas terribles de coger me volteaban el estómago del revés. Uno puede encontrar lo que desee en una chica. Si el hombre tiene ganas de violar, ella le dará la impresión de no ser buena más que para eso. De esperarlo, incluso. Mi esposa nunca tenía orgasmos y se hacía la muerta durante nuestras relaciones sexuales. Tenía la impresión de derramarme en un saco de órganos. Ella despreciaba el gozo porque la única razón para permitirme tomarla era su deseo de convertirse en madre. Se aburría, sola en el departamento. Todo estaba siempre muy limpio.

87


Envolvía los focos en bolsas de plástico para evitar que el polvo los cubriera. Deseaba ocuparse de un niño, de servir para algo, de tenderle su seno a alguien más además de mí. Yo vendía frutas y verduras en el mercado JeanTalon y vivíamos en un departamento en el norte de Montreal. La ciudad era bella en otoño. Compré abrigos para María y para mí. Ella no salía más que conmigo. Íbamos al mercado, ella escogía las frutas, las verduras, el pescado y la carne mientras la esperaba en un café leyendo el periódico. Ella sonreía, feliz de haber encontrado limones de su país, Costa Rica. Yo le había dicho que la

ciudad era peligrosa para una mujer sola y que más le valía no salir sin mí. María era muy bonita, más alta que yo, los labios carnosos, la piel dorada y largos cabellos negros. Yo sabía que ella atraía las miradas y las sonrisas. Podría haber pasado por su hermano menor y eso me excitaba. Un lunes rojo de octubre, regresé del trabajo cerca de la hora de la cena. Estábamos en Québec desde septiembre. María había ido a la estética. Sola. Sus largos cabellos reposaban en una caja, en medio de la mesa de la cocina, en una trenza atada con dos listones rojos. Los cabellos cortados como chico. Un cho-

Fragmento de la novela Minotauro fulminante que la editorial Paraíso Perdido publicará proximamente. Libro ganador del premio AnneHébert 2003 otorgado por el Centro Cultural Canadiense y la cadena cultural Radio Canadá. Fue también finalista del premio de la Academia en su edición 2003.

88

rrillo de saliva se escurría de su boca; se quedó dormida viendo un programa para niños, en el sillón de la sala. Salí del departamento pateando todas las paredes. Era necesario que me moviera, sino tendría una crisis de epilepsia. Cuando sentía que vendría una, corría y algunas veces me salvaba. Salté a un autobús, sin importarme cual. Me encontré de nuevo en la ciudad para salir corriendo de nuevo, más rápido. Cuando llegué a la universidad de Québec comprendí que debía cometer otra violación, que habría muchas chicas y que escogería a las de cabellos largos. 



Las nuevas voces [escritores y traductores]

La consigna y el milagro Julio César Aguilar

Muertos sin saberlo Intermedio Elizabeth Vivero Edna St.Vincent Millay versión de

Sé del silencio Ana Claudia Zamudio

Cuerpo roto José Antonio Neri Tello

Con ansia enamorada Irving Layton

De Samor y otros lugares cursis Rafael Medina

isabel jazmin ángeles

Caballos sobre el césped José Sánchez

Figuraciones Nadia Contreras

Geografía de pretextos Hilda Figueroa

versión de julio césar aguilar

Lecturas extremas para lectores audaces


Otra cara (ponla ya) la novela de

José Ruíz Mercado

Con ansia enamorada antología poética de

Irving Layton edición inglés-español

www.paraisoperdido.ws


de la rosa

zamboni dise単o web & multimedia

inroza@hotmail.com


Hilda Figueroa

Rafael Medina

Elizabeth Vivero

Guadalupe Ángeles

Marie Hélène Poitras

Irving Layton

Antonio Marts

Carlos Vicente Castro

Patricia Medina

Jean-Eric Riopel

Stig Larsson

Julio César Aguilar

Pablo Ortiz

Isabel Jazmín Ángeles

José Antonio Neri

José Sánchez

Nadia Contreras

Augusto Medina Sandoval

Edna St. Vincent Millay Ana Cluadia Zamudio

Lecturas extremas para lectores audaces paraí

so

ra

el

www.paraisoperdido.ws ma d




Sólo porque el libro es un mundo podemos entrar en él Walter Benjamín

libros • revistas plaquettes • manuales catálogos • folletería papelería • invitaciones imagen corporativa negativos • impresión web • multimedia

01 (33) 35 63 01 07 Morelos 1265-9, Colonia Americana Guadalajara / Jalisco / México www.paraisoperdido.ws

Marsella 159 Colonia Americana 36-16-35-72 Cólon 413 Centro 36-58-51-52



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.