Voz de la Esfinge - numero 19

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contenido Antecámara Poemas de Charles Simic traducción de Juan Carlos Galeano 5 Poemas de Tom Schulz versión de Timo Berger 12

Alejandría Mi primer cachorro muere Antonio Ortuño 18 Dos cuentos Alejandra Ulloa 29

Doble horizonte Poemas Ricardo Solís 34 Poemas Eduardo Padilla 42

Cien puertas

Heliópolis

Parque Rubén Darío Ulises Zarazúa 61

La gravedad y el vértigo Rafael Villegas 82

El «crack» mexicano

La ciudad de los poetas Agustín Cadena 85

primera parte

Luis Martín Ulloa 70

Poemas Ángel Ortuño 30

El sentido poético de las cosas, el único sentido Rafael Medina 88

Poemas Marco Antonio Gabriel 50

«El mago» Marco Islas-Espinosa 90

Poemas Julio César Félix 55

El umbral de los cipreses Jesús García Medina 91


Ilustraciones Rita Vega

Revista de Literatura Año vi • Número 19 Segunda Época septiembre-diciembre de 2005 Directora Isabel Jazmín Ángeles Editor Antonio Marts Consejo Editorial Hilda Figueroa, David Flores, Rafael Medina, Brahiman Saganogo, Luis Martín Ulloa, Elizabeth Vivero Corresponsales ciudad de méxico Tanya de Fonz, Marco Fonz de Tanya cuernavaca Ricardo Venegas hermosillo Ricardo Solís mérida Svetlana Larrocha, Fernando de la Cruz nueva zelanda Rogelio Guedea tlaxcala Berenice Huerta Bazán, Jair Cortés torreón Nadia Contreras puebla Judith Santopietro Diseño Editorial Paraíso Perdido

Rita Vega Guadalajara, México,1981. Terminó la licenciatura en Artes Visuales con Orientación en Pintura, en la Universidad de Guadalajara. He participado en diversas exposiciones individuales y colectiva en lugares como Casa Vallarta, Galería ajolote, Expo Guadalajara, Galería humo, la Comuna Plástica, Casa de la Rueda, Centro de Arte Moderno, Museo Regional, Galería Chucho Reyes, Ex convento del Carmen, Galería 8 entre otras; colaboró con Homero Regla en el mural del museo de Paleontología.

Imagen portada Sergio Garval Página electrónica www.paraisoperdido.ws Correspondencia y colaboraciones Morelos 1265-9, Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco, México. 44160 Teléfonos 36 13 07 01 / 35 63 01 07 Fax 35 63 01 07 correo electrónico: isabel_jazmin@hotmail.com antonio_marts@paraisoperdido.ws

Esta revista cuenta con apoyo otorgado por la Convocatoria «Edmundo Valadés» de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2004 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.


C

harles Simic, norteamericano, nació en Belgrado, Yugoeslavia en 1938. Pasó sus primeros años de emigrante en Chicago donde asistió a la Universidad de esa ciudad y trabajó como corrector de pruebas para el «Chicago Sun-Times». Ha sido profesor de California State College, y desde 1974 enseña en la Universidad de New Hampshire. El estilo de su creación sugiere cosmogonías en la cotidianidad del mundo contemporáneo y a veces del terror en las sociedades totalitarias. Al hablar de su poesía, The New York Times Book Review afirma que «... pocos poetas norteamericanos han sido tan influyentes y únicos como Charles Simic. Por más de treinta años su obra ha reclamado ciudadanía propia en el reino de la imaginación». Las profundas sugerencias a la realidad en la sencillez de sus poemas han permitido una buena recepción a sus poemas y el merecimiento de becas como la Guggenheim en 1972, los premios Edgar Allan Poe, en 1975, Pullitzer, en 1990 y muchos más. Entre sus obras se cuentan What the Grass Says, de 1967; Dismantling the Silence, de 1971; Return to a Place Lit by a Glass of Milk, de 1974; Selected Poems 1963-1983, de 1985; Unending Blues, de 1986; en los últimos años, The World Doesn’t End, de 1990, A Wedding in Hell, de 1994, Walking the Black Cat, de 1996 y Jackstraws, de 1999, entre otros. Simic también se ha destacado por ensayos y traducciones, entre ellos se encuentran The Uncertain Certainty: Interviews, Essays, and Notes on Poetry (ensayo, 1985); Homage to the Lame Wolf (traducciones de la poesía de Vasko Popa, 1987). Los siguientes poemas fueron tomados de My Noiseless Entourage (2005), son traducidos por vez primera al español y forman parte de la antología Desarmando el silencio realizada por Juan Carlos Galeano y que publicará en los próximos meses la Editorial Paraíso Perdido. 


A n t e c á m a r a

traducción

Juan Carlos Galeano

Brethren

Hermanos

A woodpecker hammers On the gutter of a nursing home Where the war cripple sits In a wheelchair by the gate.

Un pájaro carpintero martilla El canalón de una clínica de reposo Donde el lisiado de guerra se sienta En una silla de ruedas junto al portón.

The windows are wide open, But no one ever speaks here, Neither about the crazy bird, Nor about that other war. 

Las ventanas abiertas de par en par, Pero aquí nadie habla, Ni del pájaro loco, Ni de esa otra guerra. 

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To Fate You were always more real to me than God. Setting up the props for a tragedy, Hammering the nails in With only a few close friends invited to watch. Just to be neighborly, you made a pretty girl lame, Ran over a child with a motorcycle. I can think of a million similar examples. Ditto: How the two of us keep meeting. A fortune-telling gumball machine in Chinatown May have the answer, An old creaky door opening in a horror film, A pack of cards I left on a beach. I can feel you snuggle close to me at night, With your hot breath, your cold hands— And me already like an old piano Dangling out of a window at the end of a rope 

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Al Destino Para mí siempre eras más verdadera que Dios. Preparando el escenario para una tragedia, Martillando los clavos Solamente los amigos cercanos como invitados. Para ser un poquito amistosa, volviste coja a una muchacha bonita, Arrollaste a un niño con una motocicleta. Puedo pensar en millón de ejemplos parecidos. Otra vez: ¿Cómo es que nos seguimos encontrando? Una máquina de la suerte en Chinatown Quizás tenga la respuesta, Una puerta abriéndose en una película de horror, Un baraja de cartas que dejé en una playa. Puedo sentirte cuando me abrazas tan cerca en las noches, Con tu respiración caliente, tus manos frías— Y yo como un piano viejo Colgando de un lazo desde una ventana. 

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Insomnia’s Cricket I’ll set you up in a tiny cage over my pillow. You’ll keep me company, Warn me from time to time As the silence deepens. My father spent nights in the bathroom Thinking about the meaning of his life. We’d forget all about him, Find him asleep there in the morning. O cunning walls, ceilings And mirrors in the dark, I heard his pocket watch tick on his grave— Or was it a cricket? In the same tall grass Where eternity was being made By a few solitary fireflies In the tails of someone’s black coat. 

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Insomnio del grillo Te pondré en una cajita sobre mi almohada. Me harás compañía, Previniéndome de cuando en cuando Mientras ahonda el silencio. Mi padre pasa las noches en el cuarto de baño Pensando en el significado de su vida. Nos hemos olvidado completamente de él, Lo hallamos dormido en la mañana. Oh zorras paredes, cielo raso Y espejos en la oscuridad, Escuché su reloj de bolsillo en su tumba— ¿O era un grillo? En el mismo pasto alto Donde unos cocuyos solitarios Construían la eternidad En los faldones del abrigo negro de alguien. 

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The Alarm The hundreds of windows filling with faces Because of something that happened on the street, Something no one is able to explain, Because there was no fire engine, no scream, no gunshot. And yet here are they all assembled. Some with hands over their children’s eyes, Others leaning out and shouting To people walking the streets far below With the same composure and serene appearance Of those going for a Sunday stroll In some other century, less violent than ours. 

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La Alarma Centenares de ventanas llenándose de rostros Por algo sucedido en la calle, Algo que nadie puede explicar, Porque no había un carro de bomberos, ni un grito, ni un tiro. Pero aquí están todos. Unos con las manos sobre los ojos de sus hijos, Otros afuera de sus ventanas gritándoles A las gentes que van por las calles Con la misma compostura y apariencia tranquila De los que se pasean un domingo En algún otro siglo, menos violento que el nuestro. 

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versión

Timo Berger

Haltestelle die Nacht ist ein zweischneidiges Kleid das ich dir geliehen habe, Susmet damit du im Regen wandeln kannst wie ein Feuersalamander auf nem Trip dieser rauschend e Mantel, der sich dir kredenzt hat wie eine Tagesmutter für ein paar Stunden (eine meskaline Tagesmutter für den kurzen Rausch von Sekunden) die Bahnen fahren durch den Fleischersatz der Städte, in die Bahnen deines Fleisches (Versatz) ((einem Schlafwagen voll Wodkaengel in dem sich das Glück auflöst in endorphine Rückstände))


T

om Schulz, Oberlausitz, 1970. Creció en Berlín Oriental, donde vive actualmente. Su poesía, prosa y crítica han aparecido en diversos periódicos, revistas y antologías. Tiene publicados los libros de poemas Städte, geräumt (1997), Trauer über Tunis (2001), Abends im Lidl (2004) y Weddinger Vorfahrt (2005). 

Parada la noche es un vestido de dos filos que te he prestado, Susmet para que puedas andar por la lluvia como una salamandra que se mandó un viaje este abrigo de éxtasis, que se te ofreció como una niñera por un par de horas (una niñera mezcalina para la breve ebriedad de unos segundos) los trenes van por la carne reemplazada de las ciudades, por las vías de tu carne (desplazada) ((un camarote lleno de ángeles de vodka en que se disuelve la felicidad en restos de endorfina)) 13


während im Halb stundentakt die Partygäste reanimiert werden, tanze Samba mit mir, Samba Samba die ganze Nacht todo bien tirilieren die dunklen Tickimädchen in ihr Motorola-Gesangbuch daß auch sie in ihrem Körper gefangen (als Anordnungen einer Unordnung) daß auch sie Verliese aus zu Schwüren gewordenen Substanzen, in denen das Gähnen u. das Bargaining einer posttraumatischen Epoche (daß die Liebe ein Straßenköter mit Leuchtweste u. Pilgerhut daß die Liebe ein Taschenspielertrick, der dir das Herz gestohlen ...) wenn die Seele nach Hause torkelt gegen vier Uhr früh, telefoniert der Körper ihr hinterher, bon voyages es gibt da keine Verbindung, alles ist irgendwie zur Zeit nicht erreichbar wenn in Santiago die Sonne sinkt mach ich das Ding aus dem Schlaf

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mientras que cada media hora se reaniman los invitados de la fiesta, Baile Samba conmigo, Samba Samba la noche entera1 todo bien2 tararean las oscuras ticki-chicas en sus cancioneros de Motorola que también ellas apresadas en su cuerpo (como órdenes de un desorden) que también ellas calabozos de sustancias devenidas juramentos, en que el bostezo y el remate de una era post-traumática (que el amor un perro de la calle con chaleco fosforescente y sombrero de peregrino que el amor un truco de un prestidigitador que te robó el corazón ...) cuando el alma se tambalea volviendo a casa a eso de las cuatro de la mañana, el cuerpo la llama por telefono, bon voyages acá no hay tono, en cierto modo en este momento nada es disponible cuando en Santiago se pone el sol hago la cosa desde el sueño

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u. du liegst auf dem Kirschparkett mit deinem Leihteil u. einer Sylvia-PlathLangspielplatte: my boy, it´s your last resort. will you marry it, marry it, marry it. ď‚Ľ

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y tú yaces sobre el parqué de cerezo con tu parte prestada y tu LP de Sylvia Plath: my boy, it’s your last resort. will you marry it, marry it, marry it.. 

1 Canción popular alemana, nota del traductor. 2 Castellano en el original, nota del traductor.

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n a r r a t i v a

MI PRIMER CACHORRO MUERE Antonio Ortuño Me despertaron otra vez los quejidos del perro. Parece que lo están matando, pensé antes de volver al calor de las mantas y el olvido del sueño. El perro había sido todo lo escandaloso que se pueda concebir durante la primera semana de las vacaciones, y sus aullidos matinales adelantaban en una hora o más al despertador del padre de Ana. El despertador sonaba a las siete de la mañana y para entonces el perro ya estaba ronco, desencajado, y más resentido que un adolescente con sus padres divorciados. 18


A l e j a n d r í a

Durante el desayuno, mientras mascábamos el pan con mantequilla, intenté tocar el tema de la histeria del perro. Myrna, la hermana menor, justificó el alboroto con la edad del animal. —Óscar es un cachorro. Se despierta y se asusta porque está solo, o porque quiere jugar o porque tiene hambre. Es lo natural. Myrna hablaba con acento de niña consentida, y al decir «es lo natural» sonaba como «ed do nadudal». El novio de Myrna, vestido con apretadas ropas de surfista, abrió la boca para apoyar el punto. Tenía la boca llena de pan con mantequilla, una pasta viscosa y aperlada entre sus dientes blanquísimos. —Óscar es bueno. Yo he visto perros que orinan los zapatos de la gente para que les pongan atención—. «Orinan» y no «se mean»: el novio guardaba las apariencias ante los suegros.

Ana apareció en la cocina, descalza y en camisa de dormir. Me besó en la mejilla pero se sentó junto a su padre. Dormíamos en habitaciones separadas del bungalow, las chicas en una recámara y el novio surfeador y yo en otra, porque a los padres de Ana les molestaba saber que sus hijas estaban en brazos de un hombre mientras ellos veían la televisión. Ana y yo vivíamos juntos en la ciudad y sus padres lo sabían. Nos habían regalado un microondas y una lámpara para el estudio. Pero el bungalow era su territorio, y uno respeta los bungalows ajenos porque algún día tendrá uno y no querrá que nadie se acueste con sus hijas allí. —¿Cómo dormiste? —preguntó Ana, adormilada, antes de beber un largo trago de café. —Lo despertó Óscar —informó Myrna («Do dedpedtó Ódcad»). 19


—Sí. Yo también lo escuché. ¿No estará enfermo? —Es un cachorro —dijo el surfista, escupiendo migajas de pan al aire. —Óscar está perfectamente —remachó Myrna, molesta («Ódcad edtá pedfedtamende»). El padre de Ana, que había estado mirando a los pelícanos a través de la ventana, intervino con tono aleccionador. —Yo creo que tiene problemas para el baño. Eso mismo le pasaba a su tía, ¿recuerdan? —¿Aullaba en las mañanas? Sin mirarme, el padre se acomodó las gafas. —La tía de Ana murió de una obstrucción intestinal hace años. Y sí: aullaba del dolor. Ese dolor la mató. El hombre apretaba los puños. Una gota de sudor le bajó por la mejilla. Su esposa dejó la revista de crucigramas a un lado y le tomó la mano a través de la mesa, reconfortándolo. —¿Por qué siempre logras que papá se enfade? –preguntó Ana un rato después, mientras mirábamos torear las olas a Myrna y al surfista desde la comodidad de la arena. —No lo sé. No lo intento. —Es hipertenso. 20

—¿La muerta era su hermana? —No: una prima. Pero la llamábamos tía. Murió hace años. En la orilla del mar, el cachorro ladraba y gemía, reclamando atenciones. Cojeaba de una pata y se iba de lado cuando intentaba correr. —Tu padre dijo que el perro tenía problemas para el baño. —Dijo que quizá los tenía. —Un perro no va al baño. —Y qué esperabas que dijera. Un grupo de gaviotas hacía piruetas en el aire, unos veinte metros por encima de nuestras cabezas, lanzando miradas de gula al perrito. Sus gritos parecían transmitir un mensaje de macabros apetitos. Aaaaaargh. Aaaaaargh. Comámonos al perro. Probé a arrojarles una piedra, pero mis brazos no estaban habituados a la puntería. La piedra hizo una parábola inepta y acertó en la cabeza de Myrna, cerca de su oreja. Su novio observó mi brazo —mi brazo inmóvil, aterrado, tendido en el aire— y comenzó a reír. —Estás loco —dijo Ana, mientras Myrna abrazaba a su perro y me dirigía una mirada de odio. —No le tiré a tu hermana. Le tiré a las gaviotas. —Por favor.


—Es verdad. Las gaviotas quieren comerse al perro. Lo están cercando. —Estás loco —repitió Ana y se dio media vuelta. Detesto a los perros desde que recuerdo. Cuando era niño y aprendí a caminar, mis primeros pasos fueron incordiados por el perro de los vecinos, que se colaba a nuestro jardín en busca de ratones y decidía brincarme a los hombros como muestra de afecto. Al menos eso decía mi madre, quien en lugar de librarme de la bestia que se me abalanzaba encima, corría por la cámara fotográfica para retratar el asalto. Pese a ello, el perrito de mi cuñada me provocaba compasión. No era normal que aullara de esa manera todas las mañanas, ni que escapara de cualquiera que no fuese su dueña con esa atemorizada celeridad. Óscar era uno de esos animales peludos y diminutos que suelen retorcerse a los pies de las viejas. No crecería mucho más de lo que ya lo había hecho –unos cuarenta centímetros—, ni daba la impresión de que fuera a educarse demasiado. Sería siempre un perro llorón, quizá se volviera ladino con los años y aprendería a morder a los niños en el tendón de Aquiles. Myrna se lo acercó a los pechos como si se tratara de un bebé y le estrujó la cabeza con las manos. El perro sacó la lengua y la miró. De pronto, dio un largo aullido y saltó. Rodó por la arena y se arrastró sobre su vientre.

—¡Óscar! ¡Qué te pasa! —bramó Myrna, agachándose para retomarlo («¿Te siented bied, chidido?»). Entonces descubrió la herida, una abertura sangrante detrás de su pata. Myrna la había tocado sin saber de su existencia, lastimándolo. La herida se había llenado de arena y sus bordes negros anunciaban la inminencia de una infección. El perro abría los ojos y babeaba. Le dolía, sin duda. —Por eso cojea. El surfista asomó por encima de mi hombro. Me volví a medias hacia él. Tenía una mueca de curiosidad casi infantil. —¿No lo habrá picado algún bicho? La herida era del tamaño de una moneda. —Myrna cree que le tiraste una piedra a su perro —confesó Ana cuando bajamos al pueblo a comer. El comedero estaba repleto de bañistas en calzones, que roían pescado frito rodeados por niños asoleados y malhumorados. —¿Cómo le voy a atinar una piedra en la ingle a un perro de ese tamaño? Necesitaría un microscopio. El perro ya estaba herido. Por eso aúlla en las mañanas. Quizá un cangrejo se mete al bungalow y lo atormenta. Ana se sacudió la arena de un pecho. Mordió su tostada. Un hombre pálido y arrugado en la mesa de enfrente levantó los binoculares, recorrió el lugar con la mirada y la posó final21


mente en el escote de mi novia. Si yo fuera un torturador de perros, sería lo suficientemente agresivo para patear también a este imbécil, pensé. Ana siguió sacudiéndose la arena. Su pecho se balanceaba ligeramente. El de los binoculares estaría feliz. Alguna vez le había reprochado a mi novia la facilidad que tenía para exhibirse ante desconocidos, la facilidad para desvestirse frente a la ventana y sacar la basura a la calle en una insuficiente bata de noche. Ana era una mujer de belleza francamente común, pero yo solía temer que acabaría matando de un infarto al anciano conserje de nuestro edificio, quien se detenía con cinismo ejemplar para mirarle las piernas bajo la falda cuando subía las escaleras (y ella se contoneaba). Regresamos tarde, molestos el uno con el otro y sin hablarnos, en plena puesta de sol. Su familia estaba instalada en el porche del bungalow, observando el crepúsculo. Nadie me saludó. Myrna envolvió al perro con gesto protector. El surfista se empinó la botella de cerveza. Ana quería ducharse. Me fui a la recámara. Desde mi cama se escuchaban las conversaciones de afuera. La madre murmuraba trozos de una vieja canción y Myrna le decía ternuras al perrito, que gemía suavemente. El padre explicaba la posición de las constelaciones de estrellas y confundía Orión con la Osa. 22

Ana abrió la puerta y se deslizó dentro de la habitación en silencio, pero rápidamente quedó claro que aquello no era ningún avance erótico. Quería hablar de su familia y del perro. —Myrna y su chico no se hablan. ¿Los has visto? Creo que él no quiere al perro. —O quizá está harto de hablar del perro. —No. Algo pasó. No han cruzado palabra. Mis padres están preocupados. —Tu padre no sabe distinguir Orión de la Osa. Ana ensayó un amplio gesto de fastidio y salió de la habitación. Yo tardé poco en quedarme dormido. Los gritos del perro eran aterradores esta vez. Amanecía. Salté de la cama y me arrojé hacia la puerta cerrada de la recámara. Pateé un mueble del pasillo con el dedo pequeño del pie. En un rincón, el perro lloraba a un volumen atronador. El novio de Myrna trataba de controlarlo con ruiditos tranquilizadores, pero no tuvo suerte: el perro se metió debajo de un sillón cuando trató de abrazarlo. Myrna y Ana aparecieron en ese momento. Yo me había dejado caer en una silla y me frotaba el dedo lastimado. —¿Qué pateaste? –dijo Ana. —¡Pateaste a Óscar, por eso está así! («¡Padeadte a Ódcar, hido de pudaaaaa!»). Agachada a medias ante el sillón bajo el que se ocultaba su mascota, Myrna compuso otra


mirada de obstinado odio para obsequiarme. Tras ella, el surfista se regalaba con la visión del trasero de su chica, medio salido de los pantaloncillos del pijama de verano. —No pateé al perro. Me pegué con un mueble del pasillo. Myrna se incorporó para agitar un puño tremebundo frente a mi cara. —¡Pateaste a Óscar! ¡Tú le hiciste esa herida horrible con una piedra! («¡Eded un hido de puda y no medeces a mi hedmana!»). El dedo se me había quedado lívido, la uña como un parabrisas estrellado. Los suegros aparecieron, bostezando, varios minutos después, como si hubieran esperado en vano que las cosas se tranquilizaran antes de intervenir. El padre de Ana se mojó los labios varias veces pero no dijo nada. Su esposa le masajeaba los hombros desesperadamente, con manos crispadas, como si quisiera evitarle un colapso nervioso. —Cuando llegué a la sala —dijo al fin el surfista— el perro ya estaba llorando. Creo

que vi una sombra en la ventana, un gato o algo. —¿Un gato en el mar? Por favor —escupió el suegro con ironía. —En el bungalow de la administración hay cinco gatos del tamaño de caballos. Allí pasan todo el día. Hay que ser idiota para no verlos —declaré entre dientes. Ana me miró con espanto. Myrna, luego de asegurar entre lágrimas que su perro no volvería a dormir en la sala, se marchó a su habitación. Mi dedo lastimado fue la excusa ideal para no acompañarlos en la excursión a una playa cercana que habían anticipado toda la semana. Me quedé en el bungalow, furioso, con la intención de embriagarme y mirar la televisión. Después de un rato, aburrido de fracasar en ambas cosas, me puse a esculcar las pertenencias encerradas en las maletas y cajones de todas las recámaras. La ropa de los padres apestaba (olía a decadencia física, a bronceador y sal). La del surfista ni la toqué. La de Myrna olía, como ella, a flores y a perro. La de Ana ya la conocía y no 23


me entretuve en ella. En un cajón de la cocina encontré el punzón, un aparatejo con baterías que tenía la vaga apariencia de un consolador y servía en realidad para hacer grabados en madera. Tenía una mancha de sangre en la punta. Mi madre insistió en comprarme un cachorro cuando cumplí cinco años. Jamás llegué a apreciar de verdad a aquella maraña de cabellos y garras que se afanaba en demostrarle cariño a mis piernas y me arañaba y me lamía los dedos de los pies si me quitaba los calcetines. Mi madre nos hizo desfilar juntos por parques, camellones, jardines y fiestas infantiles sin conseguir que jugáramos más allá de unos pocos minutos. Yo botaba al perro a la primera oportunidad y alguien más se entretenía en acariciarlo y tratar con él, y finalmente, cuando estábamos a punto de irnos, alguien lo traía de nuevo hacia mí, que esperaba junto al automóvil y sin aliento que se lo llevaran, que no regresara nunca. Hasta que el perrito enfermó. Mi madre le había procurado todas las vacunas necesarias y lo alimentaba bien, pero un día el animal vomitó en la cocina, en los pies de mi madre cuando ésta llamaba al veterinario, en el 24

pasillo que conducía hacia la puerta de entrada, y siguió vomitando en el automóvil, aullando quedamente. Mi madre conducía demasiado deprisa, alterada y reprimiendo las lágrimas con dificultad. Yo le puse la mano en la cabeza al perro y, por primera vez, deseé que no se lo llevaran. La habitación seguía oscura. La luz de la luna fluía por entre las cortinas. El surfista no estaba en su cama. Tardé unos segundos en darme cuenta de que el perro no ladraba y que por tanto no era él quien me había despertado. Alguien discutía junto a la ventana, en el porche del bungalow, con una voz que pretendía ser inaudible. —No puedo, no puedo, a mis padres no les gusta. Ya sabes que no les gusta. Eso lo decía Myrna, así que sonaba como «Da sabed que do led gudta». Un gruñido hizo notar que el surfista se enteraba del significado de la frase. —Sería tan simple irnos al bungalow de al lado. Está vacío, se fueron esta mañana. Podemos entrar por la puerta trasera. —No puedo («Deja de pedídmelo»). Me asomé todo lo discretamente que supe. Las siluetas de ambos brillaban a la luz de


un foco asediado de moscos. Myrna tenía al perro bendito en los brazos. Regresé a la cama. Seguía oscuro cuando desperté. Ana me sacudía. —Myrna está como loca: no encontramos al perro por ninguna parte. Me incorporé, abrumado por la estupidez del sueño. Ana intentó espabilarme encendiendo la luz. La cama del surfista seguía intacta. —Tampoco él aparece. Discutieron y parece que se fue. —Quizá se llevó al perro. —No pudo haberse llevado al perro. —Era suyo, después de todo. —Era de Myrna. —Pero él se lo regaló. Tenía derecho. —No lo tenía. Levántate y ayúdame a buscarlo. No hay modo de que se fuera a esta hora. El primer camión pasa a las ocho de la mañana. —¿Y qué hora es? —Las seis. Mis suegros estaban bebiendo café en la cocina. Parecían más fastidiados que tristes. El padre de Ana ni siquiera me miró, pero la madre contempló mi aparición —el cabello revuelto, los ojos medio cerrados, un pantalón corto, una playera rota y unas pantuflas por toda vestimenta— con cierta esperanza. —Ojalá lo encuentren. Ya buscamos por todo el bungalow. Myrna está llorando en su habitación. No puede con esto.

¿Con lo del novio o con lo del perro? La madre no lo puntualizó. Me eché una camisa de manga larga encima y salí al frío de la mañana armado –no sé para qué— con una escoba. Ana me seguía, tiritando y con los brazos cruzados, cubierta con poco más que su pequeño pijama de imitación seda. Un anciano asomó por la ventana del bungalow de enfrente y la contempló. Ella descruzó los brazos y le sonrió. —Buenos días. ¿No vio pasar a un muchacho con un perro en los brazos? El viejo la miró, imperturbable. —Lleva ropas de surf y un perro. ¿No lo vio? —No, señorita, no vi a nadie. El anciano devolvió una sonrisa desdentada y cómplice. Ana tomó por el caminito de piedras que llevaba hacia el bungalow de la administración, y yo bajé hacia la playa por otro caminito idéntico, o quizá más destartalado, escoltado por macizos de flores amarillas. No lloré cuando mi madre me informó que tendrían que operar al perro porque alguien lo había envenenado. No lloré cuando mi padre me recogió en la veterinaria, me llevó a la casa y me hizo de cenar –cereal y un bocadillo de queso— por vez primera en la vida. Lloré a solas, en mi recámara, acariciando uno de los juguetes de plástico del perro. El perro. 25


No veía al perro pero escuchaba sus aullidos. Corrí hacia la playa. Le dolerían los golpes o tendría miedo. Creía escuchar cómo lo maldecían por lo bajo mientras le atinaban alguna que otra patada en el costillar. Lo imaginaba arrinconado, con las fauces abiertas y humeantes. Entre los patios traseros de los bungalows alrededor de la playa no había más diferencia de la que podría haber entre una mosca y otra mosca, y yo daba saltitos por sobre los muros de ladrillo, o me agachaba a espiar entre las rendijas de los muros, y sólo miraba sillas destartaladas o rotas, palas y picos herrumbrosos, algún saco de carbón, alguna manguera con el pasto quemado bajo el cuerpo, alguna maceta con la tierra derramándose por una rotura del barro. No veía al perro ni a su torturador, pero los oía y los imaginaba, el perro sangrante y el ladrón jadeando por el esfuerzo de martirizarlo. Golpeando, golpeando como impulsado por alguna lujuria incontenible. Había lujuria de por medio, por supuesto. El ladrón no había aceptado la negativa de Myrna y le había arrebatado el can en venganza. Seguramente era él quien se levantaba por las mañanas para golpearlo antes de que comenzara la vigilancia de su ama, seguramente era él quien le había provocado la herida de la pata con el punzón para grabar en madera –había sangre en la punta del punzón, sangre no muy seca—. Seguramente había llegado antes que yo a la 26

escena del crimen porque el criminal era él. Era un criminal muy triste. Estaba sentado a la orilla del mar, con sus sucias ropas de surfista, el perro aullándole sin control en los brazos. Intentaba calmarlo y lo acariciaba. Me acerqué con precaución, paso a paso, armado por la fuerza de mi escoba. El perro me miró, como implorante. —Deja a ese perro —dije con voz de trueno. Él no pareció escuchar. Se llevó una mano a la cabeza y apartó un mechón de pelo de sus ojos. —Sólo un loco les hace daño a los perros. Tenía los ojos llenos de lágrimas y rojas marcas de haber llorado toda la noche. Sorbió ruidosamente y apretó al perro contra su pecho. El animal gimió. —Yo no hice nada. —Lo golpeas. Lo golpeas, aunque sabes cómo lo quiere Myrna. —Yo no lo hice. —Dame al perro. Él me miraba con creciente malestar. —Déjame en paz. —Dame al perro. —Vete. El primer escobazo –se lo asesté en mitad de la espalda— lo tomó por sorpresa y lo arrojó de bruces a la arena. El perro gimió, aplastado por el peso inmenso que lo sofocaba, pero logró escurrirse y escapó sendero arriba. —¡No se les pega a los perros, hijo de puta!


—decía yo, mientras le daba de escobazos en las piernas, en los brazos, en la cabeza. Él se retorcía, tragaba arena, se cubría un poco con las manos. Ya se escuchaban pasos y voces a lo lejos. —¡Aquí está Óscar! ¡Mamá, aquí está Óscar! —decía Ana con alegría. La familia al completo apareció por el sendero. Ana, radiante, me miraba con calidez; Myrna, con el perro en el regazo, incluso me sonrió. Mi suegro me rodeó los hombros con el brazo, emocionado; su mujer aplaudía eufóricamente. El surfista, tendido de mal modo en la arena, levantó la mirada buscando la de Myrna, pero ella sólo tenía ojos para el perro. Mi suegro ayudó a pararse al surfista y le sacudió un poco la arena del pecho y el cabello. —Joven, será mejor que se vaya. La comida en mi honor transcurrió en un ambiente óptimo. Se repasó la historia de cómo di su merecido al surfista, se contaron anécdotas que ponían en evidencia su maldad

latente («¿Pueden creer que use siempre esa ropa de colorines?»), se destaparon algunas botellas del vino barato que solían comprar. Cuando todos se fueron a dormir, Ana me llevó a la recámara. Mordía y gruñía y besaba. Percibí a lo lejos, por primera vez en las vacaciones, el sonido de las olas rompiendo en la playa. Mucho después, ya entre sueños, sentí que Ana se acercaba a mi oído. —¿Estás despierto? ¿Puedo decirte algo? —Sí. —Pero estás dormido. —No. Dímelo. —Bueno. Lo diré. Yo soy la que le pega al perro. —… —Me salgo a fumar temprano, porque a mi padre le molesta, y entonces le pego. Lo quemo con un punzón y le apago cigarros en las patas. —¿Sí? —Odio a los perros. Pero si quieres un perro, lo cuidaré. —¿Yo? —Tú. ¿No quieres un perro? 27


El sueño tiraba de mí hacia un cómodo abismo de silencio y costaba resistirlo. —No quiero un perro. Pero podríamos casarnos. Cuando mi primer cachorro murió, cuando

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mi madre llegó a la casa con la cabeza gacha y me llevó a su habitación y me confesó que el cachorro no había soportado la operación, que había muerto, decidí que jamás volvería a llorar por un perro. 


DOS CUENTOS Alejandra Ulloa

Paralelos

A

yer, después de que te fuiste, bañé al perro. Sí, al Ross que tú conoces y que un día de cachorro decidió adoptarme como dueña. No fue el baño normal de un sábado sí y uno no, fue distinto porque ¿sabes? yo quería entender, entenderte… No tenía la intención de bañarlo, el futuro no me alcanzaba más allá de tender la cama con sábanas limpias como cada sábado, pero más ayer. Fue el mismo Ross quien se lo buscó, me disculpo, al llegar con sus patas lodosas a treparse en las sábanas recién desdobladas. En realidad no fue por eso, habría sido lo mismo si hubiera ensuciado las otras, las que dejamos tú y yo revueltas, las que yo quité y tiré al suelo para lavarlas porque era sábado y porque además... No fue, te digo, por sus patas lodosas que lo bañé. Fue por la mirada. Los ojos de confianza

total con los que me miró, como mira cualquier cachorro a quien lo alimenta. Fue esa mirada de te quiero la que me hizo pensar ¿sabes? que si no podía entender, al menos quería averiguar qué se sentía. Me di tiempo de prepararlo todo pensando en ti. Abrí el agua en el baño, pues en el jardín llovía ¿sabes? como llovía en mí también y como quería yo hacer llover en el perro. El palpitar de mi ombligo, que se quedara ahí atorado después de que te pregunté ¿te vas a ir?, se ahogó ligeramente cuando cargué al Ross para llevarlo al baño. El agua estaba tibia, el jabón listo, la toalla desdoblada, el Ross entregado. Lo metí bajo el agua y lo sentí inmóvil, esperando que yo hiciera todo, como antes había preparado todo. —¡Inútil!, le reclamé con impaciencia y lo tomé por debajo del hocico para mojarle la 29


cabeza. Titubeé un instante antes de meterla bajo el chorro, ya que recordé que no había puesto tapones en sus orejas para protegerle los oídos. —Por una vez no te ha de pasar nada, le dije y sumergí su cabeza de golpe bajo el agua. Y empecé a sentir. Sentí al Ross que no podía moverse y lo dejé bajo el chorro tal vez un poco más de lo necesario. Solo lo suficiente para que estornudara e intentara zafar mi mano. Le sostuve la cabeza con más fuerza al sacarla del agua y sonreí. La violencia del jalón lo hizo gemir. —Ya, ya, continué hablándole, a los perros hay que bañarlos y ninguno se muere por eso. Lo enjaboné. Pasé mis manos y mis uñas por su cuerpo mojado con fuerza, casi violencia, menos de la necesaria para lastimarlo y sin embargo empezó a revolverse. No tuve más remedio que tumbarlo de costado. Ross aulló. —¡Cállate!, le grité, no vas a quedar ni sordo ni tullido por un regaderazo. Me sorprendió lo parecida que sonó mi voz a la tuya cuando te impaciento. Me hubiera aplaudido de no haber tenido las manos ocupa-

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das, de tan bien que estaba resultando el baño como lección autodidacta. Realmente empezaba a ver ¿sabes? Metí de nuevo a Ross bajo el chorro de agua y lo enjuagué con la brusquedad que se merecía. Terminaba de enjuagar una pata trasera cuando me enseñó los dientes y no tuve más remedio que golpearlo. Le di el golpe en el hocico, segura de que no me mordería, sabiendo que no es capaz. Apagué el agua y pensé en aventarlo al patio. Lo vi mojado, pequeño y lo imaginé mirando llover desde la perrera, secándose al aire. Quise verme tirándole la toalla a un lado con el gesto con el que me dejaste un pañuelo antes de irte. Y me inventé fumando un cigarrillo sobre mis sábanas impecables, las terceras, entendiendo por fin, tal vez… Pero Ross, encogido por el frío puso apenas su nariz en mi rodilla y me miró, y en lugar de dejarlo tomé la toalla y empecé a secarlo suavecito, parte a parte, mientras él, parte a parte se acurrucaba junto a mí, el golpe olvidado, queriendo quererme, confiado siempre, necesitando tan poco… 


Siete enanos otra vez A Paulina.

B

lanca Nieves conoce el cuento y sabe bien cual es su papel. No en vano lo ha representado tantas veces. Puede ser que el entorno cambie un poco; a veces los que cambian son los otros personajes, pero Blanca Nieves siempre acaba por reconocerlos y por reconocerse; entonces sabe que es ella de nuevo, que la historia debe repetirse y que ella volverá a ser feliz para siempre. Alguna vez, por ejemplo, la bruja se caracterizó de sacerdotisa. En otra ocasión el príncipe resultó ser un astronauta que la rescató en una estrella fugaz. En cuanto a los enanos, bueno, ha habido de todo: desde extraterrestres violetas, hasta un equipo de basquetbol en el que los siete medían más de un metro noventa. En ese cuento, la madrastra era una avinagrada directora de preparatoria y Blanca Nieves se le escapó disfrazada de porrista, en el autobús

escolar. El escándalo sobrevino cuando Blanca Nieves y el entrenador del equipo desparecieron a mitad de la gira deportiva. Pero ellos igual fueron felices, otra vez para siempre. Los cambios de tiempo y forma son lo de menos para una princesa consciente de su responsabilidad histórica, que no puede evitar la tentación de ser rescatada de todos sus problemas por un príncipe azul. Blanca Nieves conoce el cuento, y aunque los personajes cambien, ella siempre termina por reconocerlos, y reconocerse… esta vez el cazador ha sido un molesto inspector de Hacienda que la ha perseguido hasta hacerla cerrar su próspero negocio de reparto de pays caseros. La bruja, que casualmente era quien le cocinaba los pasteles, se muere de envidia porque ella es bonita y se lleva las mejores comisiones. Ha jurado hacerla desparecer. Blanca Nieves se ha 31


escondido asustada con máscara de ejecutiva de cuenta, en un changarro de siete trabajadores y carismáticos ingenieros. Con el fin de ganarse la quincena y con la esperanza de que Hacienda no aparezca de nuevo, Blanca Nieves ha acomodado los escritorios de sus ingenieros, ha puesto plantas entre sus restiradores y ha pintado las paredes del fondo de cada oficina de vivos y primaverales rosas, azules y verdes. Seis ingenieros, gritos más, quejas menos, se han resignado y solo esperan que el príncipe aparezca antes de que el lugar quede irreconocible. Como en toda historia que se respete, Gruñón no cede y ha hecho a Blanca Nieves ver su suerte. Ella aparece una mañana con una hamburguesa sabiendo que debe convencer a gruñón de que no es tan mala. ¡Nada que hacer! Gruñón se embebe en la pantalla de su computadora y no hay manera de hacerlo hablar. Blanca Nieves se desespera, el que alguien se resista a sus encantos no está en el guión.

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Está triste, tanto como sólo las princesas de los cuentos pueden estar. A veces piensa en Gruñón más que en el príncipe. Sumisa y obediente a las reglas del cuento original decide sumergirse en el mundo del Internet: así podrá ser plenamente aceptada por sus siete brillantes ingenieros, Gruñón incluido, y el cuento podrá continuar. Blanca Nieves, comienza a navegar en Internet y olvida de qué quería escapar. Esto tampoco está en el guión… Blanca Nieves le cuenta sus descubrimientos a Doc y pronto Gruñón se acerca a ver qué hay de nuevo. Rodeada de sus ingenieros, ella se divierte. Tan embebida está en incontables sistemas de información que no se entera siquiera cuando el príncipe llega a la oficina y la busca. Gruñón parado junto al escritorio no deja que el príncipe vea a Blanca Nieves, nunca sabremos si fue intencional, el guión se ha perdido y no hay quien explique el suceso. En la esquina superior derecha de la computadora, una manzanita ríe. 


doble horizonte

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Ricardo Solís* De otra parte

Sé que mi madre lavaría mi cuerpo si muriera y pondría bajo el sol las primeras palabras que dije de modo que la luz y un hambre de insectos las volvieran otra cosa (invisible) con el paso de los días. Llamaría por mi nombre al árbol que trepaba cuando no usaba zapatos o el limón más amargo del primer junio que yo le faltara. Tendería mis camisas por la noche esperando que el viento los gatos o la vieja lechuza blanca 34


(que anidaba en el dátil de un patio contiguo) las llevaran a otro sitio. Mordería el pan de mesa con la esperanza intacta de hacerlo sangrar. Sabría que mi polvo vale menos o lo mismo que esa tierra levantada por tibios remolinos frente al párpado cerrado de Dios. Recordaría la vieja discusión que tuve con el perro que vivió a unos metros de la casa donde mi abuela celaba sus flores de durazno. Arrojaría mis dibujos al cesto de basura o la memoria de un pájaro. Diría que una espina le impuso en silencio un halo frío a la débil ceremonia de poner la mesa para nadie. 35


Mi madre —que verá en mis huesos la marca inútil de su sed— sabría que trajo al mundo un cadáver (indeciso y pobre) que apenas supo estar para siempre en otra parte. 

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Vista de viaje Querer lo que se va dibujando. Pensar en esa vaga certidumbre que conduce la mano sobre un rostro conocido o ignorado o ausente o por venir o simplemente ahí por una suerte no buscada y sí precisa. Volver sobre los pasos que quizá no son pasos y saber lo que puede o no puede crecer desde este viaje. Mirar por un momento la risa o bien la duda o mal el signo que avisa del silencio precedente a toda claridad. Callar por simple y absoluta obediencia de lo necesario. 

* Poemas incluidos en el libro ganador del premio de poesía Ramón López Velarde, 2005

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Desazón No sé si para en algún sitio la palabra que gira en mi cabeza. Reniego del aullido que afila sus uñas en mi espalda. Resisto las voces que abundan en la plaza nocturna de la fiesta. Me pesa el papel donde la burla exhibe su dentadura. Me duele saber que cada nombre del mundo nos comparte. Muero de andar por esa calle vacía que me promete un cuerpo que no existe. Vivo de ver esta escritura desmoronarse. 

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Call of the wild Los animales ensayan la convivencia como quien sangra sin motivo. Emiten sonidos y duermen cuando es necesario. No miran al sol directamente porque no importa. Dicen al moverse la gravedad con que las horas arrasan y exhiben lo que tiene un cuerpo para ser confirmado. Los animales muerden y siempre hay razĂłn para ello. ď‚Ľ

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Canción en proceso Se quiso la canción incompetente sin saberlo y era fácil y era suave como esa palmada bajo la brisa que confundimos con un recuerdo de niño. Se tuvo la canción equivocada a breve distancia de la tinta y era suave y era fácil como un dolor que gusta dejado por la mano de un fantasma. ¿Quién busca la canción indiferente nada fácil nada suave que no existe salvo en un roce 40


que se pierde en la memoria sin notarse? Y la música saluda desde lejos y se ríe toda suave toda fácil (supongo). 

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Eduardo Padilla Vidas ejemplares (estampilla inédita)

Dios quiera darnos la mayor oportunidad al bate de todas, el contrario de la muerte accidental: la muerte por proceso— mejor aún: la muerte por proceso legal. «Esa no es la muerte de mis sueños» pero espera a que cada episodio entre con golpe de platillo contra fondo negro y un título portentoso y un epígrafe realmente esquivo. La audiencia comerá su maíz tostado al ritmo de un espectáculo frontal y maquinalmente bien peinado con raya enmedio cual libro abierto, claro como el agua más turbia; 42


la estenógrafa será una modelo de manos suculentas captando hasta el último tic y el penúltimo tac de nuestras febriles convulsiones; el Espíritu Santo se irá ese día a pasear por los Alpes, dejando así suficiente espacio en nuestras cajas de resonancia para el fantasma de Pierre-François Lacenaire, quien hará vibrar nuestras campanillas con tal fuerza que nos partirá en dos: acusado y abogado defensor. Nuestro abogado será tan convincente (véanlo conducir la locomotora a vapor de su ingenio, tomar el hacha y partir en pedazos sentido y sintaxis; véanlo arrojar pedazos y hacha a la boca de una caldera que sólo sabe decir encore!) que nos condenarán a ambos (al abogado y a mí) directo al patíbulo. 43


Danos valor para la espera y suficiente hierro en nuestra dieta espiritual como para caminar en dos patas el día de nuestra cita a ciegas con el verdugo… a manera de ofrenda sacaremos la cabeza cada hora por entre los barrotes de nuestra celda y gritaremos cú-cú y cantaremos tu nombre como sólo las mandrágoras saben hacerlo. 

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(bebé a los) 45º

bebé busca esquina encuentra catetos color rojo caramelo ángulo extrovertido 45˚ bebé chilla incontrolablemente cabeza contra las cuerdas ricochet ricochet ricochet me sangran las sienes má. a bebé le angustia todo lo que es ángulo todo lo que no es ángulo le da gases. 45


aaaaaaaaah bebé chilla como violín de escarabajo estercolero. sólo se está quieto cuando los 45˚ le sostienen el melón por la nuca mitad y mitad pico de pato. bebé tiene todo raspado el queso a su cabeza ya no se le puede sacar más punta. algo así como béééééébhhhbÉ, V, V, v, V, V, v— vvvvv b

:

vvvvv b

vé: más vale (quietecito en la esquina) pájaro en mano (aunque te haga un agujero)

qué:

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100 picos volando (habitación espaciosa con hoyo negro en la puerta y en donde las piernas no son serias suben burbujeando y echando chispas hacia el firmamento)

... se me sale el helio por la boquilla del globo.

Epílogo: bebé se casa a los 45 con nena de la misma edad... rectas virtudes. sueña con la dicha matrimonial de los 90˚ luna de miel— amarga sorpresa: la directriz no es como la pintan. 

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Ángel Ortuño Poemas

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Tiresias

Flores amarillas

No recuerdas cuando lamer la espalda de tu madre era perfectamente natural para cualquiera (dilo: hombre mujer o niño). No recuerdas, Edipo, pero sabes. Te pasa como a todos. 

Todas las cosas bailan: el techo del Infierno con canciones de cuna en el papel tapiz y un brazo de mujer que va de un lado a otro limpiando [el parabrisas con uñas que deshojan los insectos y un trozo de camisa. Sólo caben perlas entre los dientes de un cerdo. 


Mirra

Desayuno continental

El perfume incestuoso (el rey Theias se ríe: el hedor de un pesebre) de la princesa siria. Sus uñas sucias bajo el esmalte y sus rodillas donde el calor escribe ásperos villancicos, mosaicos bizantinos con los Magos que ofrecen las dádivas al Niño,

El señor que parece un pollo frito no busca su cabeza ¿cómo podría? Tal vez cayó detrás del automóvil. La camioneta arde mientras huye otro señor, un torso que se aferra como lo haría una lata en su cordel a la cola de un perro: una motocicleta lo lleva de la mano.

mientras corre desnuda hacia un árbol. 

Sé que los dos murieron en gallarda defensa de la raíz cuadrada. 

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Marco Antonio Gabriel Balada para no caer y cantar

¿Quién tiene muerte en las arterias del corazón más cercanas a la piel? La respuesta ya la sabemos, no debo decir tu nombre Hermano desde siempre hemos aclarado que eres tú el que con tentáculos más amorosos que nadie ama hasta perder la vida y eso del amor no es cosa finita, tú sí lo eres. No es que llores cuando crecen hormigueros en tu vientre ni cuando las manos como zetas han dejado de padecer tu amor no es que ultrajes a la naturaleza con tu naturaleza ni que busques en los bosques escondidos las perlas de sangre —cápsulas que contienen semen y más semen— más finas ni que el alba conserve su frescura entre tus ojos de aliento. No hay respuestas para algunas preguntas el planteamiento es torpe y por lo tanto no existe la respuesta sólo el olvido como la carne en el asador que es tu tórax 50


pero no por eso se deja de esperar respuesta que alivie el escozor en el cuello cuando una foca besa con sus encías de coral tu cuello. No respuesta, pero la muerte es la misma. Y yo siempre ofreciéndome inesperadamente a salvar al pez del anzuelo como una gruta en el cuerpo de una mujer viniéndome desamparado y sin respuestas. Me arden los orificios de la frente me destruyen los cigarros apagados en los dedos de los pies me ahoga ser tan doméstico tan mí. Leo algunas cosas que son la vida algunas muertes que pasan inadvertidas y como un espectador prófugo sobre un puente miro que nadas y desearía nadar yo miro que sucumbes y desearía que murieras rápido para yo no sufrir 51


tan cobarde soy tan muerto de la carne tan triste de la ingle tan sapo del sexo tan vil y sin ser apedreado, que me levanto todos los días y golpeo sin que nadie me vea mi estómago tomo algunos de mis ángeles y les cerceno algunos deditos, en mis zapatos pongo algo de dentífrico y un circuito afilado en forma de corazón. Una venérea sonrisa corona mi rostro para que cualquiera venga a golpearme que sienta mi vil desahucio que me golpeen apedreen. Más nada ocurre un clown inacabado es mi guardián algún libro habré leído en las noches de mezclada soledad que no me deja hundirme; te veo nadar, desde el fondo del cielo sepia te veo como un espejo que refleja lo mejor que hay en mí. Y muero. Y muero. Y ya no quiero estar así. 52


Y deseo diestramente que alguien tome los lobos de mi cuerpo y los vuelva en mi contra que arranquen los girasoles de mi sexo y los mastique en mi cara quiero dejar de ser un sobreviviente de la muerte quiero algún día mojarme. 

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Estamos hechos de amargura festiva de canto de perras negras con dientes afilados de rincones de ira con saliva beoda Estamos tomados de la mano en el puente que va a caer cantamos, oh sĂ­, cantamos como si la vida nos sobrara Tenemos triste la ingle nuestro pecho respira oruga metĂĄlica gusano en la luz de la navaja Y tenemos la mirada tan fija tan impresente que nos duele el sol su saliva espesa que da vida. ď‚Ľ

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Julio César Félix Ninfas

[fragmentos] II Charles, el de «las tinieblas verdes en las tardes húmedas del verano» decía que demonios se agitaban en torno a él, aquí no sólo hay demonios, hay ninfas que se expanden como delicados aromas cósmicos y penetran con sus alas los ojos que las aguardan irradian luz memoria exacta de susurros y de ausencias.

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III Dentro de estas atmósferas —de contemplación, de ensueño, de ira, de visiones— se difunden y confunden en la mañana —intrépidas— con anuncios coloridos de «el ser ahí» el «aquí y el ahora» en imágenes cristalinas ninfas, polimórficas a veces todo el día todos los días aparecen en silencio otros días hablan hasta por las azoteas siempre transformándose.

VI El hombre, el poeta contempla cómo sus frentes creativos van desplomándose en la aridez de los recuerdos y la nula inspiración de febrero. Las presencias de estos seres 56


creados por la magia del verbo salvaguardan la delicia intacta de nuestro idilio poético.

VII Náyade Te encontré, náyade en una luz, aunque pequeñísima pero alumbrando sueños oscuros eres cadencia eres ritmo sonoridad, bailas flotando sobre el aire de mis tímpanos; el encuentro melódico simbólico de miércoles en el espejo en el casillero de la memoria aguardando los acordes clásicos «la sangre fluyendo, fulgurando en el mármol de las muchachas» muriendo poco a poco y renaciendo

en la suavidad de tus besos 57


morada de tus deseos que se van diluyendo en suspiros amontonados en la esfera verbal, corporal y lingüística de nuestras caricias.

VIII Escultura Mi corazón es un pedernal que emite relámpagos al contacto con el acero del mundo con el metal sagrado de tu cuerpo épico por donde descienden mis manos que se extravían de placer al esculpirte a flor y fuego. 

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c r 贸 n i c a

y

e n s a y o


PARQUE RUBÉN DARIO Ulises Zarazúa

1. Entre semana, la última utopía. os vecinos de la zona, generalmente de piel clara o rubios, utilizan este cuadrado arbolado para ejercitarse, sobre todo en las mañanas. Hay muchos jóvenes, pero también mujeres de mediana edad y hasta ancianos. Todos, sin excepción, trotan o caminan apresurados alrededor del Parque Rubén Darío, fundado en la exclusiva colonia residencial «Providencia Sur« (sus habitantes la nombran, llenándose la boca de estatus), en 1971 por obra y gracia de los lejanos gobiernos priístas.

L


Un viejo da grandes zancadas y mira cada diez pasos el cronómetro de su muñeca, como si temiera salirse del ideal y rutina prescritos por su cardiólogo. Apura la caminata y lo pierdo en una vuelta arbolada. El poniente tapatío posee más ventajas que el oriente: además de casi todos los modernos malls y las colonias fresas, de este lado de la ciudad se concentran los lunares boscosos, los parques y jardines más bellos y los servicios de mejor calidad. Esta urbe, acostumbrada a pintar su raya en todos los sentidos, eligió a la Calzada Independencia como su frontera imaginaria con la alteridad: el otro, social, económica y hasta étnicamente hablando se ubica allende la ruidosa avenida. Según esta compulsión a imaginar los ingresos familiares y el tono de piel distribuidos en el espacio, hacia el oeste de la Calzada, que lleva el único y contaminadísimo río de la ciudad, se asientan las clases media y alta, las élites políticas y económicas. Hacia el este, en cambio, pulula la canallada, la indiada, los léperos, el peladaje y la perrada; apelativos hechos desde el diccionario del poder para intentar dominar nominalmente a la pobreza y que hoy han sido actualizados con el par de entradas nacos y cholos. Hacia el poniente de la Calzada Independencia se ubica el nosotros: la gente bien, la gente bonita, la gente decente. El imaginario colectivo, expresado en el habla tapatía, busca 62

organizar el caos percibido desde el poder, la construcción de una geografía de lo bueno y lo malo, lo impúdico y lo decente, la piel clara y la morena. Recurrir a él brinda certezas, puntos de apoyo. ¡Estás hasta la calzada! y del otro lado de la calzada connotan lo oscuro, implican lo peligroso y lo diferente. El Parque Rubén Darío, hasta hace unos años, estaba de este lado de la Calzada Independencia… Por obra del caos, de la copiosa inmigración indígena y de la ya permanente crisis económica, se fue recorriendo varios kilómetros hacia el oriente… Una mujer joven, cachucha Nike, tenis Nike y conjunto deportivo ídem (¡la marca lo es todo! ¡bendito marketing!), brinca deportivamente, personificando el ideal transnacional de la salud, y escoltada por su golden retriever sin cadena. La bestia peluda mira a todos lados como si intuyera que protege la belleza e imagen de su dueña. En un poste hay un anuncio angustioso, pesadillesco: Ofrecen $1,500 por Nikoy («perrita french poddle tacita gris, está en tratamiento médico. Se lo suplicamos por favor…«). Se anexa la foto del animal, de mirada extraviada y triste, probablemente en manos de una banda de crueles secuestradores caninos. Pasan a mi lado dos cuarentonas enfrascadas en una conversación y caminata agotadoras: en cada vuelta actualizan el chisme. Es obvio que han consumido buena parte de sus vidas estu-


diando con una obsesión malsana los videos de las competencias de Raúl González. Bracean y abren la tijera con una maestría que sólo ellas (y yo) pueden apreciar. Una mirada desde la naquez. A un costado del Rubén Darío, en la piadosamente llamada Calle Ostia, se construyen unos apartamentos de lujo. De vez en cuando los albañiles detienen la cuchara, un respiro sólo para recrearse la pupila con las esculturales corredoras. Sin embargo, pese a la fama deslenguada y obscena de los peones de la construcción (¡Todos deben ser de Alvarado!), se concretan a ver sin soltar los ¡mamacita! ¡chula! y ¡reina! de rigor. Es como si sus dos salarios mínimos los intimidaran, cerrándoles el pico: para qué gastar saliva en lo que está tan lejano. Mi hipótesis piropoeconómica queda confirmada cuando pasan dos chavas de mezclilla y mochila espaldera, más cercanas en ingresos que las bellas corredoras. Entonces sí, los albañiles (cuyo mutismo comenzaba ya a preocuparme) atacan con una andanada de chiflidos y frases procaces que termina hasta que las jóvenes cruzan la Calle Ontario. Aquí no se camina ni se trota, se practica walking y jogging. Nadie busca el alto rendimiento ni la medalla olímpica (como nuestra selección, pues). En cambio, tienen propósitos más terrenales: mantener la lonja a raya, reducir los niveles de triglicéridos y colesterol

o simplemente, bajar el estrés de esta ciudad llena de ruido y coches. Cada deportista del parque tiene su propio programa de entrenamiento. Por supuesto que hay estilos personales pero, grosso modo, todas las rutinas son variaciones del mismo tema: tres vueltas a trote leve, dos caminando y una sesión de estiramientos y abdominales torturando alguna de las muchas bancas del parque. Cada uno de ellos tiene un encuentro íntimo, un tú a tú con su Dios, quien de seguro está enfundado en unos pants Adidas y los mira receloso con cronómetro en mano. Por eso, más que cansancio, los rostros de las mujeres y hombres, aunque sudorosos, lucen hieráticos, solemnes, en éste, su santuario de la salud. El solitario busto del nicaragüense Rubén Darío, colocado en el centro del parque como un panóptico modernista, entorna los ojos y ceñudo, parece vigilar las rutinas de los adoradores de la salud. Con ánimo lírico los reprende: ¡Termine esas tres vueltas, doña Mildred! ¡Más fuerza en ese estiramiento! ¡Joven del pants rojo: concéntrese y no pierda el paso! La última utopía es la salud y la belleza. Son ellas, y no paraísos terrenales dibujados a imagen y semejanza de los partidos políticos, quienes habrán de redimirnos, quienes lograrán, pagando la respectiva cuota de brincoteos y sudores, conducirnos a la única felicidad posible. Ya no serán los líderes ni legisladores 63


quienes nos lleven a ese lugar; ahora el médico y el entrenador, prescribiendo una dieta baja en grasa y rica en fibras, ordenando mover el trasero con regularidad y método, así como olvidarse del café, el cigarrito y las desveladas, nos conducirán de la mano hacia el altar donde hay un gran espejo que nos devuelve la imagen de nosotros mismos, pero sanos, rejuvenecidos y sin una pizca de grasa. Antes de abandonar a Narciso multiplicado, me encuentro con la personificación de la bondad que nunca falta en cualquier parque. Una viejita alemana es la encargada de alimentar a los pájaros de la zona. Se queja: «Les pongo su komida pero esos negrrros grrrandotes ¿Kómo se llaman? le kitan la komida a los pequeños». Agrega, con la característica resignación teutona: «En fin ¿ké se le va a hacerrr?». En efecto, cuando la anciana arroja los pedazos de tortilla y alpiste a los pequeños agraristas, los negrísimos zanates, del triple de tamaño, descienden de quién sabe dónde y, a picotazos, desplazan a los primeros, dándose un festín a sus anchas. No puedo sino pensar que todo ello no es sino una siniestra 64

alegoría del roce étnico y social que se lleva a cabo en el lugar… 2. Domingo, por la tarde: de redes sociales y trasplantes. Pieles morenas han tomado el parque (puesto en cursivas con un ánimo escandalizado). Son nahuas de Hidalgo y abarrotan los pasillos, jardines, área de juegos y bancas del Rubén Darío. Por dondequiera hay mujeres jóvenes dando vueltas, seguidas por grupos de hombres que las examinan, que les sonríen. Hay parejas con hijos pequeños y una que otra vieja que acompaña a sus ¿hijas, sobrinas, entenadas? Sin embargo, la inmensa mayoría ronda alrededor de los veinte abriles. Se vive un ambiente de fiesta de pueblo. Sólo falta la banda musical y los cohetes. Muchas mujeres llevan, incluso, tuppers con el itacate de rigor. La hora del ligue. En el principio fue el encuentro. De primera impresión la ceremonia del ligue parece sencilla, facilitada (¡Gracias a Dios!) por los innumerables pasillos, árboles, bancas y demás rincones hechos para el cachondeo. Un hombre ubica a una mujer, cruzan


miradas, intercambian sonrisas. El resto es soltar el cuerpo, el verbo y, con un poco de suerte, ya se tiene novia. Ellas: la mayoría es muy sexy. Llevan pequeños bolsos de mano o mochilas ridículamente diminutas que les cubren el centro de la descubierta espalda. Las más atrevidas lucen escotes profundos, enseñan hombros, ombligo y piernas. Hay minifaldas, pantalones entallados y tacones. Otras, las menos, prefieren el conservadurismo de sus pueblos y visten enaguas hasta el tobillo y largas cabelleras que se detienen donde la espalda pierde su nombre, como adornos de obsidiana recortados sobre el trasero. Ellos: bien peinados, camisa a cuadros y fajo de hebilla ancha. Algunos llevan botas sin parecer norteños. Si te quieres deschongar, hazlo en inglés. Una chica y su blusa, de mensaje socarrón: 50% single. Otra lleva en la playerita, que cubre unos pechos generosos, una invitación impúdica que atraviesa todas las lenguas: All you can eat… Algunas llevan copetes o flecos engomados que desafían la ley de la gravedad y se proyectan 10 centímetros al frente, formando una visera. Me hacen pensar en unas codornices sobrealimentadas. Todos hablan náhuatl. Ocasionalmente escucho palabras y hasta frases en español. Nadie va solo. Caminan en grupos de dos, tres, cuatro y cinco. En el césped hay verdaderas familias

extensas que se dedican a devorar la comida, jugar una cascarita de futbol o simplemente platicar. Hasta el cortejo me parece un asunto comunitario. Para destrozar mi estereotipo del indígena pobre, veo descender de un flamante Dodge Intrepid a una familia. Él se queda escuchando a Los Tigres del Norte con la puerta abierta, mientras la mujer y la hija se aburren en la banqueta, a un costado del vehículo. La música parece ser para todos. Hasta el último rincón del parque se escuchan las canciones de los felinos del septentrión; diferentes versiones del mismo y sobado tema: contrabando, traición y muerte. Voy hacia el área de juegos. Ahí están los baños (2 pesos) y un puesto de dulces. Varios hombres toman cerveza y sospecho que el tendero vende algo más que mazapanes y paletas. Hay mucho movimiento. Decido sentarme en una jardinera que hace las veces de banca. Enfrente, el ¿amenazante? y caduco reglamento del parque: Prohibido estrictamente: 1. Consumir bebidas alcohólicas 2. Tirar basura 3. Traer perros 4. Realizar actos inmorales 5. Pisar y jugar pelota en el pasto 6. Consumir alimentos en áreas verdes 65


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7. Dañar árboles y plantas 8. Realizar fiestas infantiles o de otra clase 9. Instalar equipos de sonido 10.Usar bicicletas, patinetas y triciclos en áreas verdes y andadores

pero la mayoría, sin intimidarse por el agua, continúa caminando por el Rubén Darío, llenándolo de una poderosa vida. Yo me refugio en el vocho, desde el que puedo seguir fisgoneando.

Me llama la atención el punto 4, hecho especialmente para la discrecionalidad y el abuso policiaco. ¿Quién define lo moral? ¿En qué punto un apretón deja de ser «decente« y se convierte en lascivo y lúbrico, digno de una excomunión ipso facto? ¿Los policías y su conocido amplio criterio lo decidirán? Por lo demás, el reglamento podría ser resumido en una sola y castrante frase: prohibido divertirse y disfrutar del espacio. Por lo que he visto, tanto los criollos de entre semana como los morenos del domingo refutan con su conducta cada uno de los puntos del viejo decálogo del parque. Y pese a todo, está en buen estado, es un sitio relativamente limpio que invita a recorrerlo. El reglamento se queda corto frente a la vida que bulle cada domingo. Es como si detrás de los diez puntos se propusiera al usuario perfecto: uno que se aburre de muerte sentado en una banca, pues todo lo que pueda hacer fuera de ella lo convertirá en un seguro infractor... Y sin embargo, y pese a que todas las reglas se rompen, no pasa nada. Se suelta una ligera llovizna. Unos se guarecen a la entrada de un edificio de apartamentos,

3. Soy racista sencillamente porque no he leído México profundo de Bonfil Batalla… Los nahuas de Hidalgo comenzaron a reunirse en el Rubén Darío desde fines de los años noventa. Ellas y ellos laboran como trabajadores domésticos o jardineros, son ayudantes en taquerías y carnicerías, cargan bolsas y cajas en fruterías, barren banquetas en edificios lujosos, son peones de la construcción y hasta pasean niños pequeños de piel clara por las zonas arboladas de la Colonia Providencia y anexas. Poco a poco, su único día libre los fue llevando a este parque urbano. Poco a poco, este espacio les permitió reconstruir las redes sociales que se desmembraron al salir de sus pueblos. Ante la creciente incredulidad y enojo de algunos vecinos, cada domingo los nahuas convirtieron el lugar en un mosaico que reproduce y reedita la compleja vida social que tenían en sus comunidades: se corteja, se bebe cerveza, se oye música, se juega con los hijos, se ve a los amigos, se habla su propia lengua y por supuesto, se come, se pisa el pasto y a veces, hasta se pelea. Es decir, todo lo que en casa de los patrones no pueden hacer… Los lugareños,


de motu proprio, deciden ausentarse del parque los domingos, el día que el Rubén Darío es de los indios… Y entonces el miedo a la piel más oscura, fobia que estuvo larvada por años, explota a fines de 2003. Algunos vecinos, embebidos de un espíritu de limpieza étnica, piden al Ayuntamiento y Policía tapatíos «poner orden«. La respuesta no se hace esperar y, en los domingos de septiembre y octubre, los uniformados detienen a 32 nahuas en el parque por consumir bebidas alcohólicas y participar en riñas. La señora Esmeralda Urzúa, líder de la Colonia Providencia Sur, se declara satisfecha con las detenciones pues señala que los domingos el parque «…parece mercado, se ponen puestos ambulantes de tamales, joyería, ropa usada… También hay letreros en los árboles solicitando trabajadoras domésticas… A veces hay parejas indígenas que cometen faltas a la moral y tienen relaciones sexuales en el parque, y eso viola el reglamento«. Por si el crimen no fuera suficiente, la señora Esmeralda documenta la imperdonable insubordinación del peladaje al agregar que «los trabajadores domésticos les faltan al respeto a las personas que cruzan el Rubén Darío…».

Se habla incluso, de que hay una propuesta para bardear el espacio y cobrar el ingreso, como una medida para alejar a los nahuas… Además, éstos últimos denuncian que los patrulleros los extorsionan todo el tiempo: se los llevan, los pasean tres cuadras y al final les exigen dinero a cambio de liberarlos. La noticia parece haber dado con un hilo sensible de los tapatíos pues de inmediato se desata una andanada de declaraciones y notas que se prolonga varias semanas. Las secciones de opinión de los diarios Público y Mural rebosan de cartas de ciudadanos escandalizados por lo que ellos llaman una razzia con motivos racistas. Muchas misivas son de vecinos de la Colonia Providencia y aseguran no compartir la intolerancia de sus líderes. Una vecina denuncia que en la Junta de Colonos se propuso, en son de broma –lo que no disculpa la bajeza– instalar riego por aspersión en el parque y activarlo los domingos para ahuyentar a la amenaza nahua… La inútil Comisión Estatal de Derechos Humanos inicia una inútil investigación para averiguar si hubo «actos discriminatorios« por parte de la inútil y abusiva policía tapatía. Surgen debates sobre la 67


discriminación, el racismo y el derecho a usar la ciudad sin importar el tono de la piel. El jefe de los gendarmes locales, Luis Carlos Nájera, y el presidente municipal, el panista Fernando Garza, declaran –a pesar de los 32 detenidos en pocas semanas y del acoso policiaco a los nahuas, a quienes revisan el aliento, las mochilas, la ropa y hasta los zapatos–, que no hay discriminación ni un plan preconcebido contra los hidalguenses, y que las detenciones no se dieron por petición de algunos vecinos inconformes sino por la comisión de faltas administrativas y violación al Reglamento de Policía y Buen Gobierno. Este reglamento, de naturaleza ultra-posmoderna y que coloca a Guadalajara entre las ciudades más tolerantes y avanzadas del planeta, prohíbe el travestismo en la calle, las manifestaciones amorosas e ingerir bebidas alcohólicas… 4. Nosotros los buenos y ustedes los indios. El linchamiento como acto de estética urbana. El 25 de octubre el diario Público trascribe un volante de la Asociación de Colonos de Providencia que deja bien claro, para tranquilidad de las familias decentes, cuatro cosas: 1. Quienes son los malos. 2. La poderosa capacidad de generalización de los colonos a partir de un supuesto caso individual. 68

3. Que hay veces que el mal se disfraza de bien. (Tips para no dejarse engañar). 4. Que si no das trabajo al mal, éste, sufriendo retortijones de hambre, se irá a hacer sus maldades a otra parte. Dice el volante: «¡Lavacoches, una plaga que debemos erradicar!» «En días pasados recibimos llamadas de algunos vecinos para informarnos que uno de los lavacoches de nuestra colonia fue detenido por intentar violar a una niña inválida de ocho años de edad, hechos que fueron corroborados por esta oficina ante las autoridades.» «Este individuo sigue trabajando sin que nadie lo moleste y ufanándose de que no le han hecho nada, molestando a quien no acepte que les cuide su auto.» «Esto demuestra que la mayoría de estas personas no tienen calidad moral y son un peligro para nuestras familias ya que aparentemente son buenas personas pero en cuanto se les presenta una oportunidad para delinquir, la aprovechan.» «Apoye las acciones que lleva a cabo esta asociación no dándoles trabajo. Lugares de conflicto: Templo Madre de Dios, Av. Providencia, Rubén Darío, Bogotá, Asunción, Montevideo, Pablo Neruda, etc.» «Asociación de Colonos Providencia»


5. La lluvia que no limpia culpas y un poema que añora el paraíso perdido. La llovizna persiste pero los nahuas no le temen. En grupos siguen recorriendo las veredas del Rubén Darío y a cada vuelta es como si refrendaran su derecho a utilizar la ciudad, por más que a algunos les pese. La lluvia arrecia y, sin embargo, no logra llevarse a las alcantarillas las posturas racistas de la Asociación de Colonos y de la Policía Tapatía. A final de cuentas, es sólo agua. Envalentonado, me calo la cachucha y salgo del Volkswagen. Me pongo a deambular sin un propósito en especial y es justo cuando, a la entrada del área infantil y atrás de unas ramas,

encuentro una lámina con un poema de un tal Roberto Aldrete. La lámina está doblada en una esquina, tiene óxido y grafitti y, pese a todo, sigue ahí, amarrada con alambres a la malla ciclónica. El texto, naive y de rima fácil, parece expresar la nostalgia por un pasado idealizado, un tiempo irrecuperable y anterior a la invasión morena: Parque Rubén Darío Quien no lo conoce/ Que no ha estado ahí?/ Si es el parque más bello/ Que yo conocí./ Verdes sus prados/ Bellas sus flores/ Árboles gigantes/ Raso su cielo azul./ ¡Qué es una fiesta!/ ¡Qué es un fandango!/ ¡Qué es romería!/ A diario venimos buscando salud./ Quien no lo conozca/ ¡Quien no ha estado aquí!/ Que venga a pisarlo/ Y se sienta feliz. 

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EL CRACK MEXICANO primera parte

Luis Martín Ulloa Cuatro momentos bien importantes para la narrativa mexicana del siglo xx 1.

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n 1996, en la revista Planos en descritura de Pachuca, Hidalgo, se publicó un manifiesto firmado por cinco escritores jóvenes: Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz, Ignacio Padilla, Ricardo Chávez Castañeda y Jorge Volpi. Ese texto se titulaba «Manifiesto del Crack». Su factura se debió, a decir de los mismos autores, a que se dieron cuenta de que en algunas novelas escritas por los cinco, había ciertas características en común. Y que eso podría permitir leerlas en conjunto. Las novelas y sus autores eran: Memoria de los días (Palou), El temperamento melancólico (Volpi), Si volviesen sus majestades (Padilla), Las Rémoras (Urroz), y La conspiración idiota (Chávez Castañeda). La primera publicada en 1995; de la segunda a la cuarta, en 1996; la quinta inédita todavía. En el capítulo II del manifiesto dejaban en claro cuál consideraban que era el común denominador de las cinco obras: el riesgo estético, el riesgo formal, el riesgo que implica siempre el deseo de renovar un género (en ese caso el de la novela) y el riesgo que significa continuar con lo más profundo y arduo que tenemos, eliminando sin preámbulos lo superficial, lo deshonesto. Basta de subestimarlos a ustedes [los lectores]

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Cabe aclarar que ni estas novelas ni el Manifiesto provocaron de inmediato grandes reacciones en el tranquilo océano de la literatura mexicana en su momento. 2. Febrero de 1999: después de 29 años de no ser convocado, el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral se otorgaba nuevamente. Y era concedido a un mexicano, el tercero en ganar el galardón: Jorge Volpi, con una novela titulada En busca de Klingsor (los anteriores: Vicente Leñero en 1963 por Los albañiles, y Carlos Fuentes en 1967 por Cambio de piel).. Dicho premio, a decir de la misma editorial, tenía el propósito de «estimular a los escritores jóvenes para que se incorporen al movimiento de renovación de la literatura europea actual». En esta novela de Volpi se entretejían muchos personajes y anécdotas: los conspiradores fallidos contra Hitler, los físicos que propiciaron la creación de la bomba atómica, y en fin, una revisión del movimiento científico y sus debates teóricos. Guillermo Cabrera Infante

(miembro del jurado que otorgó el premio junto con Luis Goytisolo, Pere Gimferrer, Susana Fortes y Basilio Baltasar) dijo que ésta era «la primera novela alemana escrita en castellano». A pesar de que tal afirmación podría tener lecturas muy diferentes, el escritor cubano lo decía con total gravedad y debiéndose entender como un halago. 3. A finales de 1999 se efectuó la entrega vigésimo quinta del Premio Nacional de Cuento, convocado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el gobierno de San Luis Potosí, uno de los certámenes de cuento de mayor prestigio en el país. La plica que contenía el nombre real del ganador guardaba una sorpresa para organizadores y jueces: no había un ganador, sino cuatro. El libro titulado Variaciones sobre un tema de Faulkner estaba firmado por Jorge Volpi, Alejandro Estivill, Ignacio Padilla y Eloy Urroz. El Jurado estaba compuesto por narradores de suficiente credibilidad, como para confiar en la calidad del volumen: Eduardo 71


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Antonio Parra, Amparo Dávila y Rafael Pérez Gay. Y aunque hubo posiciones encontradas, acabó por entregarse el premio a los ganadores puesto que no había ninguna cláusula en la convocatoria que advirtiera de un autor único como requisito.

los hombres fuertes de Hitler), de una pequeña legión de dobles del Führer que servirían de carnada en caso de peligro. El prestigio de ese sonado «grupo del Crack» subió, se consolidó, tomó carta de naturalización en la narrativa mexicana

4. Marzo del 2000. De nuevo un galardón literario, de nuevo en España. Ignacio Padilla ganaba el Premio Primavera de Novela con su obra titulada Amphitryon. Este premio es otorgado por la editorial Espasa Calpe que lo instituyó en 1997, con el fin de «apoyar la creación literaria y contribuir a la máxima difusión de la novela como una de las formas esenciales de expresión artística de nuestra época». El nazismo hacía de nuevo su aparición en esta obra: el proyecto «Amphitryon» era según la misma trama de la novela, el mecanismo del que se sirvieron algunos de los mismos oficiales nazis para aniquilar el régimen desde dentro, y que había tenido su origen en una idea de Hermann Goering (uno de

Estos sucesos cimentaron el inicio de uno de los fenómenos literarios más importantes en la narrativa hispanoamericana de las últimas décadas. Si bien, como ya se dijo, al momento de la aparición del Manifiesto no hubo mayores reacciones, fue de hecho la obtención de esos dos premios en España lo que desató el fenómeno «Crack». Entonces las miradas volvieron hacia ese texto-carnada lanzado cuatro años antes por los alegres amigos, y que oscilaba entre la broma, el alarde y la provocación. Al ser el Biblioteca Breve un premio de renombre y de elevado monto económico, Jorge Volpi se convirtió de alguna manera en el principal rostro del grupo.


Las opiniones se polarizaron en torno al «Crack» y especialmente a la figura de Volpi. Y al juego entraron tanto académicos y críticos, como algunas «vacas sagradas» de la literatura latinoamericana, por ejemplo: «Creo de veras que En busca de Klingsor, como La ciudad y los perros en su tiempo, abrirá nuevos caminos para la literatura que se escribe en español, ya sea de España o de América»1, dicho por Guillermo Cabrera Infante. O también la declaración de Gabriel García Márquez en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en diciembre de 1999, cuando en una comida-homenaje ofrecida a Rafael Tovar y de Teresa (entonces director del conaculta), Volpi se acercó al homenajeado y entonces Gabo dijo ante los presentes que él quería felicitar «al único escritor que es mejor que yo»2. Y como en todo grupo sus miembros tienden a protegerse entre sí, también Ricardo Chávez Castañeda (que junto a Celso Santajuliana ha publicado dos libros donde ambos revisan la generación de narradores mexicanos nacidos en los 60, titulados La generación de los enterradores I y II) ensalzó las virtudes de su compañero: «Jorge Volpi inauguró una nueva 1 Cabrera Infante, Guillermo, «Cita en Sevilla«, Letras Libres, México DF, no. 58, octubre 2003, año V, pp. 95-97. 2 «El heredero de Gabriel García Márquez», Qué Leer, Madrid, España, no. 51, enero 2001, año 5, p. 18.

forma de atravesar la década de las tormentas y, al volverse inalcanzable, se disoció de la lógica de la carrera dejando a todos los nacidos en los sesenta en una única disputa: el segundo lugar»3. Es decir, a causa de un premio obtenido, Volpi condenaba a todos los demás narradores de su generación al infierno de los segundones. En este mismo evento librero fue donde Antoine Gallimard, el célebre editor francés, declaró en un discurso que se sentía especialmente orgulloso de haber editado a Ignacio Padilla en francés. A estas voces laudatorias se opusieron otras que, apelando a un ciertamente dudoso nacionalismo literario, descalificaban con igual pasión a los integrantes del «Crack»: «están renunciando a ser mexicanos, ya no podemos considerarlos autores mexicanos porque ni su tema ni su tratamiento se remiten a México»4, afirmó José Felipe Coria. Y continuando con señalar ese supuesto desprecio hacia lo mexicano, Mauricio Montiel Figueiras afirmó en una mesa de discusión sobre narrativa mexicana y en presencia del mismo Volpi, «no tiene caso escribir algo que parezca una mala traducción 3 Chávez Castañeda, Ricardo, y Santajuliana, Celso, «La Vuelta México: una metáfora de la bicicleta», Tierra Adentro, México df, conaculta, no. 104, junio-julio de 2000, p. 23 4 Citado por Antonia Ávila, «Irrumpe una nueva narrativa mexicana», per. La Tercera, Santiago de Chile, sec. Espectáculos, 20 de abril de 2000.

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de otro idioma y otro país, con la intención de conquistar los mercados globales. Sólo hablando de su aldea el escritor hablará del mundo»5. Afortunadamente surgieron otras voces más moderadas, como la del poeta Ernesto Lumbreras, quien reconocía la importancia de los premios obtenidos pero a la vez alertaba sobre el deslumbramiento momentáneo de los mismos: «Hay algo que pueden aportar, pero también hay que tener todas las reservas sobre la eficacia de este esplendoroso presente. Los premios de Padilla [...] y de Volpi [...] tienen el aura del presente, que tendrá que confirmarse a lo largo de cinco o diez años. Porque actualmente, el mercado y la industria editorial españoles tienen bastantes premios de éxito»6.

5 Ortuño, Antonio, «Seis formas de cuentear», suplemento «Filias» del periódico Público, Guadalajara, Méx., 27 de noviembre de 2000, p. 7. 6 Citado por Antonia Ávila, Op Cit.

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Un último ejemplo de la magnitud que alcanzó el «Crack». Junio del 2001, por las calles del centro histórico de la Ciudad de México podían verse unos grandes carteles que anunciaban «El Crack en Palacio», y una foto con seis jóvenes que semejaba el lanzamiento del disco más reciente de una banda de rock stars. Pero no lo era tal. Se trataba de la invitación a una conferencia que ofrecerían «los del Crack» en el Palacio de Minería, con unas líneas que de nuevo parecían remitirnos a la cultura pop más que a la literatura: «Todo lo que usted quiso siempre saber sobre el Crack... Departa usted con los integrantes de este exitoso movimiento literario». 


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Heliópolis

miscelánea • crónica • libros • cine • música • arte


Rafael Villegas

La gravedad y el vértigo

La coincidencia ncontrarse en las contradicciones nos regala un solo resultado: la casualidad. ¿Encontraría a la mujer? ¿Encontraría a la magia? Ya Julio miraba Praga con sus ojos de gato complacido; ya Julio miraba las calles desde las ventanas-vaporeras de su apartamento parisino. Y yo, aquí, sólo sé que las maletas no son como las gallinas ficticias: voladoras y amenazantes pesadillas de párpado pesado. Puedo verte cuando respiras en mi espalda ciega; puedo atrapar la coincidencia de tu mano dormida (adormecida) en la mía. Trampa de mí.

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Trampa de tu vuelo, de tu giro, de tu flotación. Nos hemos encontrado con un cristal de por medio. Las tardes son lluviosas en Praga, las lluvias son praguenses en las tardes del mundo. No hay coincidencia demorada, o de azul, o de nosotros. Las visitaciones son casuales, las maletas no. Tengo miedo de los monstruos hermosos que habitan tu maleta: los escucho rumiar tu ropa blanca con el mismo encanto de los saltos infantiles, felices, terrestres, celosos. El polvo huele bien con un cachete clavado en piedra. La piedra es tierra sobreviviente al vértigo.

Somos sobrevivientes de una coincidencia, somos piedras, somos los monstruos hermosos que escuchamos, que escucho, que escucho. La mentira Fotografiemos el engaño, no dejemos que se percate de que vive en un estudio. Hay orgasmos que se revelan en cuartos rojos, retevelan por ser comprendidos o ignorados. La mentira no es más que ambición desmedida: deseamos lo que tenemos y lo que nos tragamos sin permiso. Y al final y al principio de todo surge el más terrible de los pecados: la verdad.


Nos ubicamos con miras a destronar a Dios para hacer girar las acciones escondidas. No es el amor el último de los gritos de Eva, sino el primer aullido de un lobo desterrado del paraíso. Irónico: el Cielo está coronado por tres amantes asexuados, pero la Tierra es el espacio tiránico del dúo sexual. Si Teresa, al desnudarse, mostrara tres senos, su peculiaridad quedaría al descubierto, flotando en la superficie de la visión y los pulmones. Por eso Teresa tiene dos senos, como todas: Teresa es diferente en su gemido, “como todas”, piensa Tomás. El amor aísla, parte en dos; la verdad reúne las piezas del dolor, ese rompecabezas nada amable, tan distinto a la guillotina que corta el cuerpo de un francés en dos. La levedad Gasas colgantes, obsesivos mirones, miradores de tripas exteriores, amarradas, hechas

nudo blindado, agitadas, botes gaseosos, deseosos de ser otros, inclinaciones coordinadas, sincrónico, sin amor, sin peso, sin ánimo de ser invisibles, materiales, materia de traición, a los ojos, al abismo, desbarrancados, caídos fuera, lejos de uno, de sí, ¿sino para qué?, para vengarse de la serpiente maligna del paraíso fálico, millones de serpientes sobre mí, escenario sin paredes, no hay secreto, boca abierta, cueva de borregos escamosos, aplausos, aplausos, más aplausos, espectáculo crujiente, huesos desnudos, calientes, a punto de cocción, en su punto, en su jugo, en su sangre, en su saliva, en su azúcar, dulce prosa fragmentada, ojos pares, tantos pares como ojos sin cabeza, sin rostro, sin cuello-puente al más allá corporal, pedazos, el fragmento mínimo no existe, nueva entidad de Rodin, pensativo, imponente, Víctor Hugo pasea sus manos marmóreas sobre círculos desnudos, reales, cogidos en días lluviosos, con

gafas empañadas, agitadas nadadoras sin vida, aguas de alberca desahogada, mujeres coleccionables como estampas de siglos sigilosos, periódicos sin memoria, sin retorno, Nietzsche eterno y sin regreso desgarrando el telón: mirando la mentira comprensible: mirándolos volar: mirándolos gritarse que nada importa: mirándolos huyendo de la gravedad: mirándolos, llorándolos. La gravedad, la levedad Esto es gravedad, esto es levedad: pensar que los besos son irrepetibles; pensar en caricias desaparecidas; pensar en casas familiares con luces apagadas; pensar en no estar sin que tú lo notes; pensar en huir de la cama usada; pensar en las canciones escuchadas a cuatro oídos; pensar en llorar sin más razón que la culpa; pensar en los nombres de tres niños; pensar en los teléfonos ocupados; pensar en las manos preocupadas; pensar en perderse entre la multitud; 83


pensar en sacar la cabeza de las alcantarillas citadinas; pensar en las cabezas turísticas; pensar en la ilegalidad de las travesías; pensar en la ridiculez de un sombrero de anciano cubriendo un seno de mujer; pensar en un lunar casi llegando a la ingle; pensar en las cosquillas falsas de un vientre; pensar en los pezones más extraños del mundo; pensar en amarse sin temor; pensar en esquivar al paseante del Parc Güell; pensar en buscar la luz del atardecer a través de una ventana departamental (una de tantas); pensar en forzadas visitas armonizadoras; pensar en la compañía desencantada y deseada; pensar en dejarse caer en el pecho traidor; pensar en los ojos que comprenden la mentira; pensar en ti como una pluma atrapada en la atmósfera terrestre; pensar en ti como un yunque aplastante liberado desde arriba por la mano de un dios que, cuando pensamos, nomás se ríe.

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El vértigo Mi brazo orillado a abrazar el aire. He planeado el vértigo, debo ser sincero, nadie me lleva, ni me trae. En el vértigo se incluyen tres gotas de memoria y una infinita variedad de memoria, esa semilla exótica inventada por quién sabe qué ignorante mandarín chino. En esta sombra de carbón está tu silueta, la he atrapado antes de la huída, antes de que las naciones declaren su incapacidad de perdonarse. Huyes. Caen las paredes baratas de mi cuarto, eran blancas, blancas y escritas con letras negras, pulso inconforme. Que te amo, dicen que te amo pero ya no sé leer; recuerdo las palabras que escribí cierto día, pero ya no sé mirarte. Maldito vendedor virtual de bienes raíces: soy Noé navegando las montañas heladas con un arca y una almohada para abrazar. Ya no estás. Comprenderás mi apego a las telas rellenas de algodón. Te odio. Me lanzaré con todo y abrazo; tal vez en

la caída nos encontremos. Olvidemos los paracaídas. Nuestras cabezas se abrirán al toque de la rocas, correrá la sangre tuya para encontrase (casi) en mi boca. Verte a ti gozando del deseo de caer, ¿caer conmigo? Un búho y una ardilla voladora platicando frente a mí. A punto de resbalar, resbalarme. No estoy listo para perderte, aún me queda el carbón y un pedazo blanco de pared gris. Abajo, aún no sabré qué hay abajo. Mi brazo abrazando el aire. El amor para Brenda, como un deseo de no cumpleaños

Podemos morir juntos. Tú y yo, una carretera, una mariposa blanca sobre el parabrisas. Lluvia. Podemos morir juntos. Nuestras manos acariciando lápidas, escribiendo epitafios amorosos con nuestras miradas. Mírame. No me dejes ir hasta que nos


alcance la muerte. Podemos morir juntos. Después de bailar nos iremos a dormir. Muerde. Convidemos el aliento y el silencio absoluto. Que el peso nos aplaste. Podemos morir juntos. Las guerras son iguales, como este clavo enterrado en mi uña. Bésame. Aprende a girar la lengua sobre mi ombligo, pero no le cuentes a nadie el secreto de mi labio interior. Tortuga hermosa, sideral, marciana. Podemos morir juntos. Somos nuestros. Aislados en las cumbres remozadas del océano. Nada. Descubramos un refugio, una boca que nos trague para siempre. Sólo a ti, sólo a mí. Solos. Cargaremos esta foca gigantesca. Tierna. Nos hundiremos en el polvo de una planta azul. Podemos morir juntos. Regresa. Este círculo no tiene principio, ni final; el amor sólo tiene sentido, redondez… fin. 

La ciudad de los poetas

Agustín Cadena e acuerdo con Robert Graves, sólo quedan en Europa tres culturas en las cuales se respeta al poeta como al bardo de la antigüedad: la irlandesa, la galesa y la húngara. En estos tres pueblos, efectivamente, el poeta participa todavía de esa condición mágica que acercaba su arte al del sacerdote, al del maestro, al del sanador. Al igual que aquellos, es un mediador entre el cielo y la tierra, un pescador que avienta su red al mundo de lo invisible y la trae a nuestro mundo visible cargada de

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luminosos peces. Una posible explicación es que en estas tres culturas existe, debajo de las capas de la historia moderna, un sustrato muy antiguo cuyas fuentes se remontan al paleolítico superior, ese tiempo de oscuridad y de luz cuando los bosques estaban llenos de voces y el poeta podía escucharlas. ¿A qué se debe que ese sustrato numinoso se haya perdido en otras culturas igualmente antiguas y en cambio sobreviva en las mencionadas? Lo atribuyo a su necesidad de sobrevivir en medio de grandes presiones e influencias desfiguradoras. 85


Hungría, por ejemplo, ha sido un país particularmente expuesto debido a su ubicación en el centro de Europa. Los turcos lo ocuparon durante 150 años, dejando huellas que todavía pueden observarse en las artes, en el idioma, en ciertas costumbres. Luego, ocupación más dolorosa por más larga, los Habsburgo explotaron el país durante 400 años en los cuales el águila bicéfala reprimió con éxito varias rebeliones e intentos de revolución. Por último, la política de vigilancia de la Cortina de Hierro puso a la libertad de expresión una mordaza que duró casi cincuenta años. A través de todas estas circunstancias, sólo el poeta logró mantener viva la memoria de la comunidad. Ahí donde la censura de los libros intentaba cubrir la realidad con un velo de olvido, el poeta escondía su testimonio en canciones que se llevaban de pueblo en pueblo y se repetían a coro a espaldas del censor; ahí donde el historiador 86

era fusilado, encarcelado o deportado, el poeta conseguía burlar la vigilancia gracias a su conocimiento del arte de la metáfora y el símbolo, arcanos impenetrables para la inteligencia de los represores. De ahí que en Hungría el poeta haya tenido siempre una función social que va mucho más allá de lo que en América Latina se consideraría literatura comprometida. Y de ahí también la gratitud que el pueblo le tiene, la dignidad mítica que se le reconoce y que se expresa de tantas maneras.

En efecto, llama la atención cuántas calles hay en Hungría que llevan nombres de poetas. Cuántos húngaros son todavía capaces de recitar de memoria, conmovidos y orgullosos, algunas líneas del gran Sándor Petöfi, quien una vez dijera, lapidariamente, que si un poeta va a hablar sólo de sus propios sufrimientos y alegrías, mejor deje a un lado la sagrada lira. Cuántos hay, también, que se saben un sinfín de anécdotas sobre la vida de Endre Ady o de otros de sus escritores. Es que en Hungría el poeta se vuelve leyenda; no es sólo productor o transmisor de la identidad colectiva, sino también un elemento de ésta. Desde luego, el precio de una posición tan alta es muy caro: si la historia de la literatura en general es una historia de seres sufrientes, los húngaros parecen haber sido especialmente desdichados. Por eso, cuando un joven expresa su deseo de ser poeta, se le ve con una especie de respetuosa piedad, como a un soldado que


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aprovecharlo al máximo. Ahora bien, en Debrecen, la segunda ciudad más importante del país, no sólo hay calles y plazas con nombres de poetas. También está dedicado a ellos el parque más grande, un bosquecillo lleno de rincones nostálgicos y propicios para la evocación morosa, con un lago que la mitad del año es un espejo de agua sombría y misteriosa, y la otra mitad permanece cubierto de hielo y nieve, abandonado por los paseantes friolentos y visitado ya sólo por los cuervos. Y en otro punto de la ciudad, de bronce, de tamaño natural, hay una estatua que representa a un hombre delgado, con cabello largo y lentes, que recargado contra un farol parece estar recitando un poema. No tiene ninguna inscripción. Dice la gente que es el monumento al poeta. Y tal vez por eso mismo nunca falta quien lo limpie y le ponga alguna flor a los pies de vez en cuando. Así honra un pueblo a quienes guardan su memoria.. 

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marchara a una guerra perdida de antemano: es alguien que va a hacer algo grande por lo cual deberá padecer mucho. Otro aspecto en el cual se advierte la función social de la poesía es en las celebraciones de la Semana Santa. Aquí la gente no se moja el Sábado de Gloria, pero el Lunes Santo los jóvenes van a visitar a las muchachas a sus casas, les recitan un poema y les ponen perfume. Como recompensa por ambas cosas, ellas les regalan un huevo de Pascua pintado con sus propias manos. Obviamente, a algunas jóvenes no les gusta esta tradición. A unas cuantas no las visita casi nadie, mientras las más bonitas o más populares reciben diez o quince visitantes, lo cual significa tener que pintar un montón de huevos y terminar oliendo a una mezcla extraña de toda clase de perfumes. Como se puede imaginar, los muchachos que no tienen mucho dinero compran un perfume barato para esa ocasión y hacen tantas visitas como es posible a fin de

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El sentido poético de las cosas, el único sentido

Rafael Medina Despistado depositas el papel. Sólo ahora adviertes [la herrumbrosa huella del sujeta papeles. La señal en espiral del camino hacia adentro.

Las cosas, los objetos más comunes, no pueden ser los mismos después de ser vistos por el poeta. Mejor dicho, después de ser nombrados por el poeta, que es la manera en que ellos ven el mundo. Los zapatos, un muro, el pan, un sujetapapeles, la piedra, el gato, todo toma una dimensión distinta cuando el vate dirige su mirada hacia eso que a nosotros nos pare88

cería ordinario. El huevo que cotidianamente desayunamos, en un instante, se convierte en un ojo de perspectivas misteriosas; la piedra que pisamos es un nudo concentrado de dolor y silencio; la vela que apagamos, en la socorrida metáfora de una vida que se extingue. La poesía no cambia el sentido de las cosas, le da el sentido que no tienen. Y eso es más que suficiente. Un buen ejemplo del sentido poético que puede tener la vida toda, es el que nos oferta Ediciones Arlequín con su libro Protuberancias, del escritor Aleŝ Šteger. Poeta esloveno nacido en 1973 y autor de cua-

tro poemarios: El ajedrez de las horas (1995), Cachemira (1997), Protuberancias (2002) y El libro de las cosas (2005). Cabe aclarar que la publicación de la editorial tapatía no es la versión en español del volumen del 2002, sino una atinada antología de los anteriores títulos de este joven creador que nos muestra lo que puede ofrecer un poeta comprometido con la literatura de su tiempo. El entusiasmo se siente en cada uno de los versos contenidos en el libro de este también traductor del esloveno al español, y que recién visitó nuestra ciudad en diciembre de 2005, en el marco del encuentro de escritores «Letras


de Eslovenia y Jalisco», organizado por la Universidad de Guadalajara. El libro se divide en tres partes. En la primera, vemos al poeta metafísico, al escritor frente a la grandiosidad —y a lo monstruoso— del universo. El ser ante lo indivisible de su esencia, ante las grandes interrogantes del hombre desde que tiene conciencia de sí mismo. En la segunda, nos encontramos al poeta cosmopolita, viajero, con el verso que circula rabioso en las calles de Cachemira, Liubliana, Mirniak, Sainsbury, Berlín, Ptui, Arabia, Ptuj y algunas otras, sólo para darse cuenta que «...no hay ningún otro lado, ningún otro lugar./ No llegas a ninguna parte y nada te retiene/ no tienes un muro donde todo eso tenga fin.».

De ahí que, en la tercera —la mejor lograda, el final del viaje—, encuentra la esencia en los objetos más elementales, en las pequeñas protuberancias de la existencia humana. Porque para Šteger no existen fronteras, líneas divisorias, la mirada poética todo lo abarca y transforma: la poesía lo es todo, desde el dios que idolatramos hasta la nuez que tenemos en la palma de la mano y estamos a punto de devorar. Interesante, actual y recomendable el trabajo de este joven europeo que sabe transmitir su entusiasmo por la poesía con su voz creadora. Por compartir ese pequeño gran viaje llamado Protuberancias. Aleŝ Šteger es un artista que está muy conciente que la única manera de que el poeta entienda al mundo es renom-

brándolo, transformándolo, dándole el único —y verdadero— sentido que puede tener. Festejemos títulos como estos, que están aquí, a disposición de nuestros oídos. Empecemos a ver la vida con otros ojos, a observar con mirada de poeta las cosas más ordinarias que están a nuestro alrededor: puede que nos digan más de nosotros mismos de lo que jamás nos hayamos imaginado. Larga vida a los verdaderos poetas.  poesia Aleŝ Šteger Protuberancias, Antología de poemas Ediciones Arlequín México, 2005, 88 pp.

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«El mago»

Marco Islas-Espinosa uisiera, porque el primer impulso así lo demanda, decir que este es un libro imprescindible. Un clásico indispensable. Pero los que amamos la lectura por la lectura misma, sabemos que cualquier libro es imprescindible en cierta medida. Sospechamos también que los libros, como las personas, tienen su tiempo y ritmo. Y que pueden encontrar un camino hasta nosotros en cualquier momento. Lo que puedo decir, sin convertir mi opinión en ficción, es que el probable lector se puede acercar a este libro esperando tan sólo una entretenida narración que lo devuelva a la entrañable experiencia de

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ser el atento testigo de un gran history teller; o puede acercarse esperando una novela total, metafísica y profunda. Y en cualquier caso no salir decepcionado. Debo decir también a manera de anzuelo, que los ecos de otras narraciones se cuelan por esta historia, la de El Mago, para darle esos matices tan necesarios a todo gran relato. La Tempestad, de Shakespeare, La Odisea, de Homero y Great Expectations de Charles Dickens pasean sus sombras por la historia. Y es así que éste es un gran relato que va además sobre hombros de gigante, haciendo correr aires de epopeya, de misterio teológico y de

novela de formación a través de un relato sensual. El mago es una novela, un gran relato, para leer en el sillón más cómodo, que nos puede sorprender con una o más lecciones, entre ellas varias acerca de los cruces entre realidad y ficción. 

narrativa John Fowles El mago Anagrama


adelanto editorial El umbral de los cipreses

Jesús García Medina Capítulo III Ciudad de México. Corre la década de los noventa. Observa el libreto minuciosamente antes de escoger un personaje, tu personaje. No elijas arbitrariamente. Reflexiona en tus cualidades histriónicas antes de asumir el papel que te ha llamado la atención. Por el escenario no te preocupes, cualquier lugar será propicio para desarrollar la escena de forma precisa. Ten cuidado con la entrada de personajes no previstos, esto puede alterar por completo todo lo planeado para el drama. Recuerda que corres el riesgo de cambiar el género dramático si no actúas como corresponde a cada caso. Cuando

has elegido una comedia puedes convertirla en tragedia si no piensas dos veces tus diálogos y cometes el error de hablar de más. También puede volverse una farsa si tomas demasiado en serio tus ideas radicales y, alterando el guión, te vuelves insoportable, más inverosímil de lo permitido e incluso patético. Entonces nadie te tomará en serio. Por último prepara tu vestuario, despréndete de ti mismo, calla y espera el momento en que ha de abrirse el telón. Arturo Castañeda Romo: no tendrás consuelo cercano, no hay un Aura deslumbrante esperándote en una casa amplia. No has leído ninguna oferta

de trabajo para ti en el diario y por eso te dirigirás por tu cuenta a encontrar empleo. Leerás tu nombre en la tarjeta de presentación que darás a la secretaria. Dejarás tus datos y un recado escrito al reverso del pequeño rectángulo de papel opalino sin logotipo alguno. La mujer tomará nota de tu visita, porque Él no te podrá recibir en ese momento. Te despedirás, saldrás del edificio y esperarás fuera durante media hora por si acaso sale acompañado de sus actuales guardaespaldas. Él no aparecerá. Es un asunto de trabajo, tú lo sabes aunque también sabes que te puede costar algo más porque sobre aviso no hay engaño y ya tendrás 91


pleno conocimiento de causa. Pero no quisieras perder la oportunidad de integrarte al equipo de seguridad de aquel hombre. Sin embargo para él tu presencia significará algo más que la llegada de un nuevo elemento al cuerpo de trabajo. Implicará también otro trabajo con el cuerpo pero todo será discreción. Tú lo sabes. Después de media hora te alejarás por la avenida tomarás un taxi, visitarás La Villa porque tu madre te lo recomendó y volverás al día siguiente muy temprano al edificio de gobierno. La respuesta te la dará la secretaria, tú aceptarás las condiciones del contrato. Será sólo eso, un contrato por cumplir. Trabajarás un mes a prueba, después la decisión para que sigas o no dependerá de tu desempeño profesional en donde seas requerido y resolicitado también. Arturo Castañeda Romo, si te quedas con el trabajo podrás agregar a tu tarjeta: “Guardaespaldas del Señor Diputado X”. Entonces 92

podrás realizar tus aspiraciones profesionales, al menos parte de ellas, y olvidarás algunos consejos de tus amigos acerca de evitar relacionarte muy estrechamente con políticos y recordarás otros sobre hacer lo que realmente quieras, olvidarás las ideas de tu padre a quien llamarás por teléfono sólo para decirle que ya has logrado tu primer objetivo: Estar cerca del mundo de la política y más exactamente de un político reconocido. Pasarían tres días después de haber llegado a la ciudad. Pasarían muy lentos y Arturo Castañeda Romo comenzaría a perder la esperanza de integrarse al equipo de seguridad del diputado X. En esos días recordaba lo que Vicente le había contado sobre un diputado al cual había conocido en Guadalajara y con el que había entablado relaciones pasajeras pero de cierta forma amistosas, por decirlo de algún modo, porque dicen que en la cárcel y en la cama se conoce a los amigos y Vicente no lo

conoció en la cárcel –cada quien interprete los dichos a su manera, como se interpreta un personaje dramático–. Era precisamente el diputado X el mismo individuo de la anécdota tapatía. Castañeda ubicó a dicho personaje y, con algunas dudas y demás conflictos en su ánimo provinciano, se decidió a presentar su solicitud. Tenía a favor la apariencia física que con tanto esmero había cultivado. Su porte atractivo le sería de gran ayuda al entrevistarse unos días después con el Señor Diputado X. Lo más importante que debía cuidar era el trato discreto –como quien no sabe nada– y eso no le costó mucho trabajo. Los detalles de la entrevista quedarían velados por un tiempo, aunque todo sería superficial –nada iría a fondo por común acuerdo– y Castañeda no entraría en conflictos mayores, por lo menos no en esa relación tan efímera. No mencionarás a Vicente porque no habrá necesidad y además podrías perder lo


que llevas ganado. Pasarás la prueba inicial. A simple vista cubrirás el perfil solicitado. Tu papel de hombre valiente, firme y decidido no te será difícil interpretarlo. Te arriesgarás para defender de la vida de ese político. Te comprometerás a estar muy cerca de él cuando te lo pida. Cumplirás con los requerimientos para ser un buen miembro de su equipo. El resto serán minucias. Tu papel estará ya configurado y bien delimitado. La acción escénica irá siguiendo su curso hasta alcanzar el clímax y un desenlace apropiado para un drama político propio de la época. 

Fragmento de la novela El umbral de los cipreses de Jesús García Medina, proyecto resultado de la beca obtenida dentro del programa de Estímulos a la Creación Artística en el periodo 20042005, del Estado de Jalisco.

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De los colaboradores

Juan Carlos Galeano. Poeta, traductor y ensayista colombiano, es profesor de la Universidad del Estado de la Florida en Estados Unidos. Timo Berger. Stuttgart, Alemania, 1974. Vive en Berlín. En lengua castellana ha publicado, entre otros, los libros: No soy gay, soy bi (Del Diego, 1999), Literatura skin (Eloísa Cartonera, 2003) y Sex and sound (Eloísa Cartonera, 2004). Además es editor y traductor. Antonio Ortuño. Guadalajara, 1976. Narrador y periodista. Colabora con artículos, relatos y crítica en Letras Libres y La Tempestad (México) y Lateral (España), entre otras publicaciones, y es editor de la sección internacional del grupo de periódicos Milenio. Es autor de la novela El buscador de cabezas (Joaquín Mortiz, 2006) y un volumen de relatos, Ars cadáver. Varios de sus ensayos han sido seleccionados en diferentes antologías. Alejandra Ulloa. Guadalajara, 1968. Egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad del Valle de Atemajac y del diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores de la Sogem Guadalajara. Ha publicado cuentos cortos en Transfiguraciones (edición colectiva), de Luciérnaga Editores (1995), en la revista El Cuento (1996-1997), y en la revista Periplo (1988), en cuyo Consejo de Redacción participó entre 1997 y 1998. En 2005 fundo y formó parte del Consejo de Redacción de la Revista Electrónica Cuarto Amarillo. Ricardo Solís. Navojoa, Sonora, 1970. Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ganador de los iv Juegos Trigales del Valle del Yaqui (Premio Nacional de Poesía) en 1996, del Concurso del Libro Sonorense (poesía) tanto en 1998 como 2003 y del Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” en 2005. Es autor de los poemarios: Poesía nómada (1994), Ciclo del Can (1996), Los peces todos (1997), Trapisonda (1998), El fuego dormido (2000), Piel de lo posible (en el volumen colectivo La piel del desierto, unam, colección «El ala del tigre», 2000), Superficie sucesiva (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2002) y Díada (2004). Actualmente es colaborador eventual en diarios de Sonora y Sinaloa.

Eduardo Padilla. Vancouver, Canadá, 1976. Ha traducido a J.G. Ballard, Charles Bukowski, Paul Eluard y W.S. Mervin. Tiene publicada la plaquette de poesía Wang vector (Ediciones del Ornitorrinco, 2003). Ángel Ortuño. Guadalajara, 1969. Cursó la Licenciatura en letras por la Universidad de Guadalajara y tiene publicados los libros Las bodas químicas, Syam, y Aleta Dorsal. Marco Antonio Gabriel. Guadalajara, México. 1977. Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Ha sido antologado en Figuración de instantes, Son de marzo, Poesía viva de Jalisco; director de la revista de literatura Prisma volante y editor de Ediciones el viaje. Julio César Félix. Navolato, Sinaloa, México, 1975. Estudió la licenciatura en Lengua y literatura hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Es profesor de asignatura en el área de Humanidades en la Universidad Iberoamericana Plantel Laguna, coordinador del taller de literatura en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Coahuila Unidad Torreón. Es autor de los libros de poesía De noche los amores son pardos (Tierra Adentro, 1999), Al sur de tu silencio (dmc, Torreón, 2005), Espejos de la memoria (en proceso de impresión) y Brisa de Luna. Canto de luz (también en proceso de imprenta). Ulises Zarazúa. Guadalajara, 1968. Tiene publicados los libros Úrsula y otras fabulaciones (1999) y Baños de pureza (2002) con el que ganó el Primer Concurso Nacional de Cuento Juan José Arreola . Fue becario del FONCA en el área de narrativa (2000). Luis Martín Ulloa. Guadalajara, México. Maestro en Literatura por la Universidad de Guadalajara. Profesor de literatura e investigador del Departamento de Estudios Literarios de esta misma Universidad. En 1998 publicó el libro de cuentos Damas y caballeros (Mantis Editores). Su obra ha sido incluida en diversas antologías, entre las que destacan: Cuentistas de Tierra adentro (1994) y Aproximaciones a la nueva narrativa jalisciense (conaculta-fonca, 2000).

En Heliópolis Rafael Villegas, Agustín Cadena, Rafael Medina, Marco Islas-Espinoza y Jesús García Medina




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Sólo porque el libro es un mundo podemos entrar en él Walter Benjamín

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