Apasionado halloween

Recopilatorio de microrelatos de terror de las chicas del grupo Apasiónate con ARI, autoras, lectoras y blogueras se unieron para crear este recopilatorio gratuito con el que asustar y celebrar Halloween.

Un, dos, tres... ¿Truco o trato?

Grupo Apasiónate con ARI, nos podréis encontrar en facebook: https://www.facebook.com/groups/675805412550325/

Portada: descargada de https://pixabay.com, libre de derechos de autor Relatos: propiedad de las autoras Recopilatorio gratuito Octubre 2015 Portada y maquetación: Sheyla Drymon

Pánico en 1 Elm Park Noche de Halloween, Dublín 1975

Los niños estaban alborotados y subieron corriendo a sus cuartos.

Yo no entendía nada, ¿qué estaba pasando? En ese instante sonó el timbre de la casa. Salí y no vi a nadie. Di unos pasos y miré por el jardín pero no se podía ver nada. No había luna y la farola de la calle casi no alumbraba. Decidida me giré para entrar en la casa y al momento noté una mano en mi hombro. Asustada me volví y me di de frente con un ser monstruoso. Dando gritos entré en la casa y entonces vi a los niños disfrazados. Ellos se rieron mucho, pero yo no pude pegar ojo en toda la noche.

The Au pair

Noche Ari no salía de su asombro, no podía cerrar la boca y no dejaba de mirar la carta que sostenía, para comprobar una vez más que la dirección era la correcta.

Un pensamiento le llegó como un relámpago: "No puede ser, es imposible..."

No podía creer que estuviera allí justo esa noche: Halloween.

Poco a poco se acercó a la casa, el corazón le retumbaba en los oídos y no dejaba de repetirse como si fuera una manera de tranquilizarse: "tranquila Ari, tranquila " De repente, la puerta se abrió y un ser lúgubre le instó a entrar dentro..., no pudo resistirse... ...Y la noche la engulló

Lorena Santos

«Sombras en la noche» En la oscuridad de la noche, sentí cómo una sombra me perseguía. El pánico me impidió mirar hacia atrás, simplemente eché a correr desesperada. Pero aquella sombra me perseguía, me alcanzaba. Estaba llegando a casa, ya casi rozando el pomo,... cuando la sombra se abalanzó sobre mí.

Me desperté sin saber qué había sucedido, cuánto tiempo había estado tendida, inconsciente.

Al ponerme en pie, vi a una chica joven caminando sola. Sin saber por qué, eché a correr tras ella, la chica gritó mientras huía de mí. Antes de alcanzarla, me vi reflejada en un cristal. Mi propia imagen me sobrecogió: era negra, sin rostro…, era una sombra más en mitad de la noche.

Eva Gil Soriano

Estrellita, ¿dónde estás?

"Estrellita, ¿dónde estás...?” La voz de una niña resonó en el pasillo...

Miré a mi alrededor pero no la vi. Estaba sola.

“Estrellita, ¿dónde estás...?” El suave murmullo infantil me asustó, acelerando mi corazón.

Corrí hacia mi apartamento, al final del pasillo. Mis pasos resonaron en el silencio de la noche.

Cerré la puerta de golpe, y me apoyé en la fría madera, aterrada. “¿Quién era esa niña?” Dije con voz entrecortada.

“Estrellita, te encontré...” Temblé asustada al escucharla de nuevo.

Cerré los ojos. Noté una mano pequeña en mi espalda.

“Y te llevaré conmigo...”

El grito que proferí fue lo último que escucharon mis vecinos...

“Para siempre... al infierno” Las carcajadas de la pequeña me acompañaron mientras la oscuridad se cernía sobre nosotras, engulléndonos para siempre en la eterna tortura del averno.

Azahara Vega

Lobo Cada vez estaban mĂĄs cerca, podĂ­a sentir sus alientos en la nuca, y sus aullidos le estaban helando la sangre... Estaba muerta, no habĂ­a escapatoria posible, por mucho que corriera.

Carmen Crego

El suspiro Lo sentía, sabía que ya le quedaba poco, que tenía que darse prisa, no podía dejarlo para otro momento. Sentía las lágrimas correr por sus mejillas, que la sangre se espesaba por sus venas. Sentía que su vida se le iba escapando poco a poco. Sentía que no podía pararlo, que pronto sería tarde.

Cogió la mano de su acompañante y con su último suspiro, le clavó un puñal en el corazón.

—Si no vas a ser mio, no serás de nadie.

Eva Abella

Noche de brujas La bruja preparó el caldero, todo estaba listo. Era la hora adecuada.

Todos al anochecer la seguirían, pero antes tendría que encargarse de él, el día llegaría con él.

Ester sin H

Reflejo La cara del espejo me sonrĂ­e. Es como yo, tiene mis ojos.

La cara del espejo me mira, cuando no la miro.

SĂŠ que me acecha.

Me susurra cosas.

Amaya Felices

Sentía que me observaban... Llevaba días sintiéndolo, en cualquier lugar de la calle, en casa, en mi mismo cuarto.

Quería creer que no podía ser, en ningún lado encontraba aquellos ojos, observándome.

Pero un día como cualquier otro normal, conseguí averiguarlo. Supe quien era la persona, o mejor dicho aquello que me observaba.

Mi sombra, mi propia sombra había cobrado vida, aquello me paralizó, y a la vez me asombró. Ella en verdad no me observaba, simplemente quería apoderarse de mí.

Manoli Madroño

El reloj El anochecer había llegado, mientras ella leía, las horas iban pasando.

Tic tac. Hacía el reloj.

Bella levantó la vista. Hacía tiempo que el reloj no andaba. Se quiso levantar, pero no pudo al ver la sombra acercándose. Despacio, sin prisa.

Por fin pudo verle la cara, y era.... la misma muerte.

Ester sin H

Golpes en la pared Toc. Toc. Toc. Tres golpes en la pared. Me despierto asustada al escuchar esos espeluznantes sonidos.

Me incorporo en la cama. Voy a encender la luz... Quedo paralizada al ver lo que veo al lado de la cama.

Una sombra me sonríe, quieta, muy quieta, tan cerca de mí que...

Grito antes de morir. ...

Toc...Toc...Toc...

Jugaremos contigo...

Espéranos en la oscuridad de tu cuarto...

Sheyla Drymon

Jack-o-lantern Aquella víspera de Samhain, Jack-o-lantern apuró su whisky. Se esbozó una malévola mueca en su rostro. Su alma en candiles de calabaza dominando el mundo... Venció al diablo, de nuevo.

Juani Hernández

El reflejo Gritos. Gruñidos. No estaba sola. Se arrastró por el suelo, temblando, y al acercarse a la puerta vio en el espejo lo único que llenaba la habitación: su propio reflejo.

Romina Martí

Infierno Una lucha encarnizada se cernía en el aire. Ambas luchaban por un puesto junto a él. Pero ninguna ganaría, ya que él jamás se dejaría seducir por ninguna de las dos.

Diosas. Ambas malvadas. Con su cara angelical una de ellas triunfó. Le sedujo, y el infierno,... se desató.

Ester sin H

Esclavos de la oscuridad Corría sin mirar atrás o la atraparían. Por más empeño que ponía, la oscuridad cada vez estaba más próxima. Sin poder evitarlo, la envolvió, convirtiéndose en uno de ellos.

Ana María Serrano

Demonio angelical Era de día, ella correteaba por allí, Blanca era su nombre, no tenía familia, solo el bosque, nunca pensó que en él nacería y en él moriría. Él era un bebé demonio, una criatura sin corazón, aunque su cara dijera otra cosa. La miraba con placer, la deseaba.

Ella le vio, se apiadó de él, y fue su fin. Él la devoró lentamente, sin parar hasta su final.

Ester sin H

Los ojos de la muerte El eco de un continuo goteo era lo único que escuchaba. Mis ojos estaban fijos en el irregular y oscurecido techo. No me resultó familiar, aunque parecía que estaba en una cueva. Intenté girar el cuello para mirar a mí alrededor. La angustia me acosó con fuerza, porque no podía moverme. Lo intenté esta vez con los brazos, con las piernas,… nada. No se movieron ni un centímetro, mi cuerpo no respondía a mis angustiosos deseos, a mi agónica súplica. La rigidez de mi cuerpo era asfixiante.

Quise gritar, pero un mudo gemido brotó de mis entreabiertos y resecos labios. Ni siquiera podía parpadear, alejarme de aquella realidad por unos segundos, buscando la liberación de mi mente a través del sueño.

Estaba completamente paralizado, con la boca entreabierta, los ojos abiertos y fijos hacia el techo. Podía verlo todo con claridad.

Un crujido a mi izquierda me alertó. El corazón comenzó a bombearme con fuerza, con furia, golpeando mi caja torácica con un ritmo enloquecido. Pude verlos. Cómo se acercaron a mí. Cómo se agacharon hasta quedar pegados sobre mi cara. Miedo, crudo, gélido, atragantándome con su amargo sabor. El corazón parecía que iba a escaparse de mi pecho ¡Oh, Dios mío! Sus horrendos y deformados rostros blanquecinos mostraban placer, sus labios estaban agrietados, cosidos con gruesos hilos negros y se abrían y se cerraban emitiendo un gutural sonido muy parecido a la risa.

Les pude mirar a los ojos, no podía apartar la mirada ni aunque lo desease con desesperación, la rigidez de mi cuerpo me lo impedía. Esos ojos oscuros, sin vida…., pude percibir un brillo malvado de sadismo.

Antes de que pudiese volverme loco, sin poder creer que aquello no era una pesadilla, que el frío de mi cuerpo, el dolor de mis miembros rígidos era real, llegó el primer corte. El dolor fue intenso, brutal, abrasándome de pies a cabeza, como una lengua de lava recorriendo velozmente mis venas. Me mostraron el fino cuchillo que emplearon para cortarme. La sangre estaba caliente cuando goteó en mi cara.

Los siguientes fueron seguidos, profundos, cuidados, y lo peor de todo no era el dolor, el agudo dolor que se agolpaba en mi pecho, en mi cuerpo, era la imposibilidad de moverme, de gritar. Era ver cómo estaban despedazándome lentamente, disfrutando de cada corte, recreándose con la sangre que manaba de mis heridas y que inundaba el fétido lugar con su dulzón y metálico aroma.

Estaban cortándome en trocitos como si fuera un mero pedazo de carne, mirándome a los ojos con cada corte, disfrutando al ver el miedo, el dolor, la desesperación, las ansias de encontrarme con la muerte, en mis dilatadas pupilas.

Como si leyesen mi mente, una voz grave y ronca rompió el silencio del lugar: —Jugaremos contigo, eternamente.

Aquel era un infierno, una celda en la que me atraparon, en la que estaría atado…para siempre, y mis gritos silenciosos me acompañarían en aquella tortura eterna.

Sheyla Drymon

Esclava inmortal Allí esta mi chico apoyado en la reja del jardín al otro de la calle.

No sabía cómo, pero llegaba tarde, aunque había salido temprano de casa.

Mira en mi dirección pero, por más señas que le hago, no me ve. El semáforo sigue en rojo y no tengo más remedio que esperar. Por fin se pone en verde. Pongo un pie en la calzada pero tengo que echarme hacia atrás, para que no me atropelle una ambulancia que pasa a gran velocidad con las sirenas puestas.

Cruzo la calle, mientras veo como hace una llamada. Cuelga y vuelve a llamar. Está tan concentrado en su móvil que ni siquiera me responde cuando le hablo a unos pasos de distancia. Me acerco a él y pongo mi mano en su brazo. Sin embargo atraviesa la carne.

Asustada, intento abrazarle y tan solo encuentro aire. Grito su nombre y no me oye a pesar de tenerme a su lado. Tiemblo, la angustia me invade y no comprendo que está ocurriendo.

Miro el móvil de Carlos. Me está llamando. ¿Por qué no suena mi móvil? Intento coger el móvil de mi bolso, colgado al hombro, y éste ha desaparecido.

Lloro y grito desesperada pidiendo auxilio, Nadie me escucha ni puede verme. De pronto, un remolino negro se expande ante mí y de su

interior aparece una figura negra que me agarra por la cintura y me arrastra hacia ese agujero. Me resisto aunque sé que es imposible liberarme, ya que es más fuerte.

La oscuridad me envuelve y una sensación de vértigo se apodera de mi ser. Tan pronto cesa, abro mis ojos y me encuentro en un salón antiguo, iluminado por la luz de las velas. Vuelvo a cerrarlos y, mareada, me sujeto a una mesa cercana —Bienvenida a mi hogar, pequeña.

Me giro hacia la voz grave y veo a un hombre frente al fuego de la chimenea. Muy alto, moreno y con el pelo largo por debajo de los hombros.

—¿Qué ha pasado?

—Tu muerte. A todos os llega este momento, solo que yo he precipitado un poco los acontecimientos. Me crucé contigo en la calle una vez y tu fuerza interior saturó mis sentidos. Eres un alma pura, algo muy difícil de encontrar. Te seguí y observé tus movimientos durante meses hasta que decidí que no podía seguir sin ti y te traje conmigo.

—¡Maldito…!

No puedo continuar hablando. De pronto, me encuentro empotrada contra la pared y su mano aprieta mi cuello.

—Si. Estoy maldito y condenado a permanecer aquí para toda la eternidad. Sin embargo, mis días de soledad han terminado. Ahora eres mía.

Emma Gigán

El espejo Aquel año habían organizado la feria de Todos los Santos más allá de la colina. Beltsa miró de nuevo a sus amigas y se detuvo frente al sendero que cruzaba el bosque. Una densa neblina serpenteaba a lo largo de este y de nuevo un escalofrío la recorrió como un mal presentimiento.

Los tétricos árboles deshojados se retorcían contra la oscuridad tal y como si fueran fantasmagóricos espíritus con afiladas garras. Se llevó una mano al estómago y se adentró en el camino con el pulso atronando su cabeza. Las risas lejanas de sus amigas le recordaron que todo seguía estando bien, estaba demasiado alterada y esa maldita pesadilla seguía demasiado viva en su mente. Se obligó a respirar y pensando que todo se debía a todo ese tema de la noche de Halloween, siguió andando hasta que el vello de la nuca se le erizó. Hacía frío, demasiado y juraría haber sentido el aliento congelado de alguien susurrando tras su espalda.

El silencio era asfixiante y de pronto allí, frente a ella, como salida de la nada, se alzaba la mansión de sus pesadillas. Tragó intentando no quedar paralizada y cerró los ojos con fuerza al oír el cántico de la comparsa que sabía desfilaba a lo lejos portando sus velas. Dejó atrás la derruida capilla y se acercó a la puerta de la mansión, haciendo crujir la madera de las escaleras.

—Despierta Beltsa, despierta, has de estar soñando reacciona— se dijo así misma.

Pero esa presencia asfixiante era real y el dolor que laceraba su cuerpo también, el corazón le latió apresurado y aquella agonía se intensificó. Se estremeció sintiendo como el calor abandonaba su cuerpo y con él, lentamente también su vida. Apretó los puños con fuerza y se negó a volverse ya una vez en el salón. Se quedó como en su sueño, frente a la lumbre apagada y ennegrecida. Tras ella sabía que encontraría aquel enorme espejo de pie. Allí hallaría su reflejo pálido y mortecino para ella, bello para los demás. Tomó una bocanada de aire y se giró.

Como esperaba allí encontró su imagen pero esta vez era distinta pues esta le devolvía una sonrisa burlona.

Beltsa trató de chillar pero el grito quedó estrangulado en su garganta cuando un dedo la señaló, saliendo directamente a través del espejo. El dolor regresó y lo que antes fueron las risas de sus amigas se transformaron en un eco que reverberó por todo el lugar con una única frase: Tu eres la Muerte.

Leila Milà

Memento Mori Los ojos huecos de aquella calavera la observaban desde el cementerio. Al acercarse, el grotesco agujero de la boca parecía más grande, acercó su mano con sigilo y fue engullida.

Yolanda García

Noche de Halloween, llévame al Infierno Noche de halloween. Noche de brujas, demonios y aparecidos.

Todos, niños y adultos se disfrazan, unos para pedir dulces con el consabido “Treat or Trick”, los otros, para divertirse y sacar a flote sus temores y supersticiones. Hasta el más escéptico tiene su demonio interior.

Y aquí estaba yo, preparada para enfrentar espíritus y conjuros, con el macabro fin de crear pánico a los pobres incautos que encontraba en mi camino. ¡Cómo pensaba divertirme! Me agazapé en un callejón oscuro, en espera de mi posible víctima. Aguardaba expectante, cuando de pronto, sentí un aliento gélido en mi nuca. Volteé, pero solo la oscuridad era mi compañera. Seguí esperando, pero nadie aparecía. El toque de una mano en extremo helada recorrió mi brazo. ¿Pero que diablos sucede? ¿Alguien pretende jugar el mismo juego conmigo? Una risa espeluznante se escuchó en el oscuro callejón, y una fuerza sobrehumana me arrastró directo al averno.

Tarde comprendí, que quién juega con fuego, en el fuego arderá...

María Elena Rangel

Sagrado Corazón...

Miró a su alrededor, respiró profundamente notando el olor a cera, incienso y santidad. Sintió un escalofrío cuando se percató que decenas de marmóreos ojos sin vida la estaban mirando. De nuevo tomó aire y caminó con paso decidido, lo había hecho cientos de veces, pero cada vez, era como la primera. La emoción la embargaba y sentía un cosquilleo en el bajo vientre difícil de poder describir. Llegó hasta su objetivo que de rodillas susurraba una letanía de palabras incomprensibles. Instantes después el dulce óbito, su sangre la salpicó. Una alma más para sus dominios, pensó mientras pasaba el dorso de su mano por el rostro para limpiar los restos. Salió del sagrado templo cuando ya despuntaba el alba, y con los primeros rayos del astro rey, ella despareció.

Roser A. Ochoa

Mordisco letal Se rascó el brazo con desgana, sin mirar apenas la pequeña hilera de dientes que tenía marcados en la parte interna de la muñeca. Aquel loco maquillado de zombie ya se había largado, persiguiendo a la mujer disfrazada de enfermera ensangrentada. Odiaba Halloween, de todas las fiestas era la que más odiaba, incluso más que la Navidad.

Llegó a su casa más tarde de lo que le hubiera gustado, esquivando huevazos y rollos de papel higiénico. Se encontraba ligeramente mareada, así que se puso el pijama, se calzó sus suaves zapatillas de Chewbacca y se sentó en el sofá, con un bol de palomitas y una manta sobre las rodillas, dispuesta a pasar la noche viendo un maratón de su serie favorita.

Se despertó en mitad de la madrugada, cubierta de un sudor frío y con escalofríos de fiebre. El bol estaba volcado en el suelo, y las palomitas esparcidas por toda la alfombra. Fue hasta el baño, arrastrando los pies, y cuando vio su reflejo en el espejo casi se muere del infarto: su pálido rostro se hallaba surcado de venas moradas, y sus ojos estaban inyectados en sangre. Entonces supo que el tipo que le había mordido no iba disfrazado. El grito que profirió fue tan fuerte que le desgarró la garganta.

Carmen Crego

La Espera Pasos... Se oían pasos tras ella y no eran imaginaciones suyas.

Llevaba días con la sensación de que algo o alguien la observaba y si todo seguía así, acabaría volviéndose loca o internada en una celda acolchada de por vida.

Era algo que erizaba el vello de su nuca y hacía que el sabor del miedo inundase su paladar con su indigesta y pegajosa textura. Era como una herida supurante que nunca acababa de cicatrizar.

Ya ni siquiera en su casa podía dejar de sentir el aliento de la oscuridad tras su nuca. Era un mal sangriento y ávido de su terror, hambriento de sus sensaciones que cada día ganaba más terreno.

Cerró los ojos con fuerza con el corazón martilleándole dentro del pecho y supo que sus pies serían incapaces de moverse de donde estaban.

Estaba clavada en el suelo sin nada visible que le impidiese dar un nuevo paso en mitad de aquel pasillo interminable. De nuevo la madera del suelo crujió, toda la casa parecía hacerlo y ella estaba sola en aquella mansión maldita y olvidada de la mano de Dios. Metida en mitad de un denso bosque, rodeada de miles de hectáreas arboladas, de enredaderas y plantas a cada cual más retorcida y negra. No tendría que haber aceptado ir allí, ni por todo el dinero del mundo pero fue...

Era la herencia de un familiar que ni siquiera conocía, le dejaba todo a condición de que viviese en la casa y la mantuviese sana. Pero ese lugar no estaba sano ni mucho menos, se olía el hedor de la muerte y la

sangre rezumando entre sus paredes, la decadencia de algo terrorífico, de una amenaza palpable y real. Nunca había creído en historias de fantasmas ni maldiciones, para ella eso de las posesiones y demás eran solo chorradas, pero ahora se sentía en medio de una asfixiante leyenda urbana..., la de la mansión encantada.

Era una casa de estilo colonial, con su porche, sus porticones y su hermosa estructura cuidada y elegante, pero tras esa imagen bucólica se escondía algo inquietante que iba más allá de la lógica y el sentido común.

El frío le recorrió, su aliento se recortaba en el aire y empezó a temblar descontroladamente, estaba a su espalda, lo sentía... ¡lo tenía encima y no podía hacer nada! ¡Ni gritar conseguía! Su voz estaba sofocada y amortiguada como si le hubiesen arrancado dicha capacidad.

Los dientes le castañeaban y solo esperaba el momento en que lo que fuese atravesase su cuerpo desgarrándola, desparramando sus vísceras por el suelo, salpicando las paredes con su sangre caliente. Imagina el instante en que sus rodillas caerían inertes al suelo, agonizante, el dolor atravesando su cuerpo y como caía desplomada con un sonido sordo sobre el piso. La vista vidriosa, y la vida escapándosele entre los dedos lentamente, mientras por su boca gorgoteaba más sangre oscura.

Esperaba sentir el corte del cuchillo o su cabeza salir volando... pero nada sucedió, salvo unas manos en sus hombros... Frías, heladas como la muerte, deslizándose por sus brazos...

Vio unas uñas afiladas como garras pero no eran negras como esperaba, sino casi translucidas.

Tragó tratando llevar aire a los pulmones y no ahogarse con su propia saliva. Distinguía la respiración costosa y ronca de lo que fuese aquello que había allí con ella. Notaba ese mismo aliento en su nuca descubierta a causa del corte de pelo que se alargaba hacía delante haciendo que su melena azabache, resplandeciese como la orgullosa cola de un semental. Cerró los ojos haciendo que una lágrima se derramase

entre sus espesas pestañas hasta caer al suelo resonando como si lo hubiese hecho sobre un charco. Se estremeció una vez más mientras se sentía caer por un interminable precipicio, iba a morir y lo sabía..., nada ni nadie lo impediría, y lo peor de todo era aquella tensa espera, siempre la espera...

Esas mismas manos se cerraron en torno a sus turgentes pechos hasta ahora aprisionados dentro del corsé, y jadeó al notar como algo afilado como dos gruesas agujas se clavaban en la curva de su cuello. Desde ese mismo instante todo dejó de tener sentido, y una oscura neblina la engulló, mientras escuchaba una siniestra risa resonando por doquier —Por fin te tengo Mia, después de tantos siglos regresas al lecho del que nunca debiste alejarte.

No hubo dolor, no hubo gritos, no hubo nada... solo la sensación de ser drenada envuelta entre los brazos de algo que la poseía sin tregua.

—Bienvenida a los malditos.

Leila Milà

El sonido de la muerte 24 de Diciembre, 2012 El agudo silbido del viento lo despertó. Con el corazón agitado y el cuerpo tembloroso, Marcos Fernández se movió por la cama y buscó el interruptor de la luz. Una vez que lo pulsó, entrecerró los ojos, molesto por la intensidad lumínica. Fuera, el viento seguía golpeando la ventana, produciendo un sonido que en mentes fantasiosas se asemejaría al chillido de una mujer. No quiso mirar el reloj que tenía sobre la mesita de noche, si lo hacía se angustiaría al haber perdido el sueño a altas horas de la noche, y tener que levantarse el día siguiente temprano para ir al trabajo.

—Otra noche en vela —murmuró para sí mismo, acostándose de nuevo, ocultando sus ojos al apoyar el brazo derecho sobre la frente—.

Maldición, mañana estaré para el arrastre y durmiéndome por las esquinas.

No era la primera noche que se despertaba en medio de la madrugada sin motivo aparente y permanecía con los ojos abiertos, incapaz de ingresar en el mundo de los sueños hasta que la molesta alarma del despertador le indicaba que había llegado el momento de levantarse, para comenzar un nuevo día. Ya había acudido al médico para que le recetara algo, pero por más que lo pidió siempre le respondían que debía comenzar a relajarse y no tragarse los problemas, en lugar de

comenzar a tomar pastillas para dormir porque llegaría un momento en que la adicción sería tan grande que tendrían que aumentarle la dosis, y ya no habría modo de dormir sin drogarse.

Soltando una maldición en alto, Marcos decidió levantarse e ir al cuarto de baño a tomarse una ducha bien caliente. Quería ver si relajando el cuerpo, conseguía relajar la mente y así poder conciliar el deseado y necesitado sueño.

Cuando estaba a punto de salir del cuarto, escuchó de nuevo el silbido del viento.

Estaba despierto, con la luz encendida en el cuarto, era un hombre de treinta y nueve años que había vivido mucho, pero no pudo evitar que se le pusieran los pelos de punta y que el corazón le latiese agitado en el pecho, del escalofrío que le recorrió el cuerpo.

—Ostias, eso sonó como una mujer —comentó en alto, manteniendo la mano derecha sobre el pomo de la puerta del dormitorio.

Pero era imposible. Él vivía en medio de la nada, en una urbanización perdida en el monte, a una hora en coche de la ciudad más cercana y los únicos vecinos que tenía y que sabía que estaban en su casa en esas fechas tan especiales, vivían a quince minutos andando.

Movió la cabeza de un lado a otro, negando lo que parecía evidente.

No había nadie fuera, estaba él solo en aquella casa. Giró el pomo y tiró de la puerta hacia dentro.

No la abrió del todo.

Esta vez, si que escuchó un grito.

—Pero qué demonios pasa —masculló con un tono de preocupación y temor, enmascarado por la sorpresa y la curiosidad.

Dejó atrás la puerta y caminó con pasos dubitativos hacia la ventana. Era incapaz de ver nada del exterior a causa de la gruesa cortina que la cubría. Si quería averiguar qué o quién producía esos desgarradores chillidos muy parecidos a los gritos de mujer, tenía que acercarse y descorrer la cortina.

Su mente racional le recordaba que era imposible que una mujer estuviese en el jardín de su vivienda, gritando frente a su ventana a esas horas de la noche, pero una parte que permanecía intacta dentro de él y que arrastraba desde la niñez, le susurraba que apagara todo y que se resguardara bajo las sábanas de la cama.

A sus treinta y nueve años ignoró al niño que vivía dentro de él, y se plantó frente a la ventana. Sujetó el extremo de la cortina, y tras respirar hondo, tiró hacia un lado, descorriéndola del todo.

No vio nada.

Solo el cuidado césped de su jardín, iluminado levemente con la tenue luz de la luna.

Marcos soltó una carcajada nerviosa, francamente aliviado.

—Maldita sea, me he portado como un estúpido —reconoció en voz alta para sí mismo, mientras apoyaba la frente contra el frío cristal de la ventana. El invierno había llegado hacia una semana con una fuerza e intensidad que helaba. Aquel año ya habían sufrido dos alertas por temporal y si el hombre del tiempo de su canal favorito no se equivocaba para la semana conocerían la tercera alerta por viento y nieve.

Suspiró aliviado, saboreando el amargo sabor del miedo.

Cuando eras niño le temías a todo, desde la oscuridad hasta al monstruo que dormitaba bajo la cama. Con el paso de los años el temor infantil a todo lo que te rodeaba y no conocías se fragmentaba en miles de pedazos, fragmentos que se unían por la razón. Muchos seguían manteniendo un temor irracional en sus corazones, otros como él –o al menos así lo consideraba- conseguían librarse del miedo residual fruto de la inexperiencia y de la mente imaginativa de la niñez.

—Será mejor que me vaya a duchar e intente descansar algo —dijo rompiendo el silencio que imperaba en el cuarto mientras se separaba de la ventana—. Mañana por mucho que me joda, tengo que acercarme a la oficina. —Odiaba trabajar en aquellas fiestas, no porque las celebrase si no porque la gente con la que debía tratar estaba de mal humor y parecía

a punto de atacarte en cualquier momento.

Le echó un último vistazo al exterior, y se volvió, dejando la cortina descorrida, permitiendo que la luz de la luna penetrase en el iluminado dormitorio.

Caminó hacia el cuarto de baño más cercano a su alcoba y no pudo evitar extrañarse que en cuanto se asomó por la ventana el agudo chillido que le sobresaltó se acalló del todo, envolviendo a su vivienda con un silencio sepulcral.

No le dio importancia. Es más, agradeció que el viento amainara y que el tiempo concediera una tregua para aquella noche.

Sus pasos apenas se escucharon siendo acallados por la mullida alfombra que cubría el pasillo. Ni siquiera encendió la luz, se conocía aquella casa de memoria. Era la casa de sus sueños, y gracias a sus conocimientos, pudo diseñarla.

Pero en momentos como ese, cuando avanzaba por el pasillo en dirección al cuarto de baño principal de la segunda planta, la soledad le golpeaba sin piedad. Si no fuera por su negativa a un compromiso serio podría llenar los cuartos vacíos con los hijos que siempre deseó tener.

—Ahhh.

Marcos se quedó quieto en medio del pasillo, muy cerca de la puerta del cuarto de baño, cuando escuchó de nuevo el agudo chillido.

«Imposible. No puede ser». Pensó buscando una explicación coherente y racional al haber escuchado el grito con tanta claridad, como si la mujer o el viento, no lo tenía muy claro, estuviese dentro de la casa.

Intentó dar otro paso, pero fue incapaz. Tenía los músculos agarrotados, paralizados por el temor.

Apretó los dientes con fuerza e intentó respirar con normalidad y acallar los agitados latidos de su corazón que retumbaban dentro de él, como rítmicos golpes de un tambor.

—Ahhh.

De nuevo el grito sonó con fuerza, y esta vez –podía jurarlo– más

cerca.

«Joder, joder. Esto debe ser una pesadilla». Resonó su voz dentro de su mente, aguda, con evidente temor.

Pero la agitación de su respiración, el sudor frío que cubría su cuerpo, y la claridad con la que sentía la mullida alfombra bajo sus pies descalzos, eran indicios suficientes para mostrarle que no estaba en la cama sufriendo una infantil pesadilla.

—Ahhh.

Tan cerca.

Tan cerca se escuchó el grito.

Marcos consiguió dar un paso, y a este le siguió otro, hasta que avanzó con rapidez el espacio que le separaba del cuarto de baño.

Nada más entrar, cerró la puerta y se apoyó contra la madera.

Respiraba con dificultad y sentía el amargo sabor de la bilis en la boca.

Cerró los ojos unos segundos, y se maldijo por dentro. Estaba pasando la peor noche de su vida y todo por dejarse llevar por la imaginación, por abandonarse al miedo irracional y permitirle que gobernara esos momentos su existencia.

—Solo es mi imaginación. Estoy solo, no hay nadie en esta casa más que yo —dijo en voz baja, para luego tomar aire del todo, llenando los pulmones, para después soltarlo lentamente, buscando relajar no sólo la mente, si no el cuerpo.

—Ahhh.

El miedo sabe amargo con un toque ácido.

Y esa noche Marcos pudo comprobarlo.

El retumbar de su corazón obnubilaba su mente, resonando con fuerza en su cabeza, acallando el ruido exterior. Los escalofríos que recorrían su cuerpo eran evidentes, haciendo que se escuchara unos golpes suaves contra la madera cuando su espalda y sus codos impactaban contra la puerta a causa de los temblores.

Abrió los ojos y los fijó en la oscuridad del cuarto. Cuando entró no

se acordó de pulsar la luz.

—Ahhh.

—No es real, no es real —murmuró en voz baja, al escuchar el grito tan cerca de él que casi podía jurar que lo tenía encima—. Esto no está pasando, solo es fruto de mi mente.

Para asegurarse que así era, palpó la pared en busca del interruptor de la luz. Cuando lo encontró lo apretó y la luz inundó el cuarto.

Estaba solo.

Presa de los nervios, soltó una carcajada amarga.

—Me estoy portando como un estúpido sin sentido común —reconoció en voz alta, al ver que estaba solo, que no había nada ni nadie frente a él gimiendo y gritando como si se estuviera muriendo—. Será mejor que me de una ducha rápida y regrese a la cama.

Se alejó un paso de la puerta. Dos pasos. Pero al tercero…

—Ahhh.

El grito resonó con más fuerza que antes, y esta vez fue acompañado del inconfundible sonido de arañazos.

No quería darse la vuelta. No quería pensar siquiera en que estaba escuchando de nuevo ese escalofriante sonido. Pero así lo hizo.

Cuando se volvió, la puerta se abrió de golpe y esta vez, fue Marcos quien gritó.

Lo último que vio fue la sonrisa siniestra y los ojos apagados y sin vida de la mujer cubierta de velos negros que se abalanzó sobre él.

Los gritos de ambos se escucharon durante segundos, antes de que el silencio imperase en la casa.

Un silencio que sonaba a muerte.

Azahara Vega

Miedo...

Y sentí como mis piernas se achicaban.. Con cada ruido que entraban por mis oídos sentía temblar todo el cuerpo... Me aferré a la puerta, para que nadie pudiera entrar. Pero sin éxito alguno. Con una fuerza sobrenatural la puerta me estampó contra la pared. Me dejé caer muerta de pánico en el suelo, parecía un pequeño feto en el vientre de su madre agarrándose las piernas para divertirse, en mi caso, me aferraba a ellas por miedo. Cerré los ojos y empecé a susurrar:

Uno, dos, Ya viene por ti Tres, cuatro, cierra bien la puerta Cinco, seis, toma el crucifijo Siete, ocho, no duermas aun Nueve, diez, nunca dormirás..

Vale. Si. No era el mejor momento para susurrar la canción de Freddy Krueger. Pero joder estaba acojonada.

Cerré los ojos lo más que pude, y escuché el chirriar de algún metal, que pude reconocer... Ya sí me estaba empezando hasta temblar las orejas. Abrí los ojos y ahí estaba él, Freddy. Sí, mi gran pesadilla de pequeña, se había convertido en realidad. Pero no era tal como pensé. En mi sueño yo era su compañera, y en esta realidad, él me quería matar.

Empecé a gritar, sujetándome a una estantería que tenía a mi izquierda. La agarré con fuerza mientras sentía cómo mis piernas se estiraban con la presión que hacia Freddy al tirar de mí.

Grité lo más que pude, pero nadie venía en mi búsqueda.

Lo tenía ya encima enseñándome su endiablado guante de cuchillas que tenía intención de clavarme en mi pecho.

Se reía de mí mientras susurraba mi nombre: —María... —y algo más que no podía entender.

De pronto sentí como me zarandeaban, diciendo: —María, abre los ojos. María vamos a llegar tarde, y no nos dejarán entrar. Ya sabes cómo es el profesor de sociales.

Poco a poco abrí los ojos y vi a Paola, mi hermana gemela. Mi cuerpo se alivió, y se relajó totalmente. Me dispuse a levantarme y quitarme el pijama, pero cuando retiré la funda nórdica de encima de mi cuerpo, vi que mi hermana se tapaba la boca.

Me miré y no sabía qué decir.

—María, ¿qué son esos cortes en el pijama? Parece como si lo hubieras cortado con unas tijeras.

«No, no podía ser, Freddy solo es una persona ficticia, él no es real».

O ¿Si?

Manoli Madroño

AUTORAS

The Au pair Lorena Santos Eva Gil Soriano Azahara Vega Carmen Crego Eva Abella Ester sin H Amaya Felices Manoli Madroño Sheyla Drymon Juani Hernández Ana María Serrano Emma Gigán Leila Milà Yolanda García María Elena Rangel Roser A. Ochoa

Muchísimas gracias a todas las autoras que se han animado a participar en este

pequeño recopilatorio terrorífico que queremos regalar en este día tan especial.

Feliz Halloween a todas y a todos. ¿Truco o trato?

Cuidado con lo que vais a pedir...

Nunca se sabe cómo se pueden cumplir vuestros más oscuros deseos...