XV Certamen Internacional de Teatro Breve

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Colección

n.º 15

ROMA de DAVID BARREIRO

DONDE NOS LLEVE LA MAREA de ANA GARCÍA

XV CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE CIUDAD DE REQUENA 2019 -1-


No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación y otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

© Coordinadora de Actividades Teatrales

Arrabal Teatro

C/. Villajoyosa, 13 bajo - 46340 REQUENA Teléfono / Fax: 96 191 75 68 Diseño de la portada: Miguel Angel Roda.

Primera Edición: Marzo 2021 Edita: FUNDACIÓN CIUDAD DE REQUENA Depósito Legal: V - 1.150 - 2003 Maqueta-Imprime: GOVI • imprentagovi@hotmail.com -2-


ACTA NOTARIAL

Según consta en el acta levantada por D. Manuel Ángel Rueda, Notario del Ilustre Colegio de Valencia, un Jurado presidido por D. José Luis Prieto y formado por Don Joaquín Climent, Don Juan Alfonso Gil Albors(+), Don Ferrán Grau, Doña María José Martín, Doña Carmen Morenilla, Don Julián Núñez, Dona María José Viana, Doña Celia Sánchez Ramos, Don Abel Guarinos, Doña Sonia Almarcha, Don Juan Vicente Martínez Luciano, Don Manuel Vivó y Don Luis Marcelo Cabrera, siendo secretario del mismo D. Rafael Ochando y contando con la presencia del Alcalde de Requena, D. Mario Sánchez, quien ostentaba la presidencia honorífica, después de las oportunas deliberaciones, acordó conceder el primer premio del XV Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena” Edición 2019, a la obra titulada “Roma” de la que, una vez abierta la plica, se comprueba que es su autor D. David Barreiro, y otorgar el segundo premio a la obra “Donde nos lleve la marea” cuya autora, abierta la plica correspondiente, se verifica que es Doña Ana B. García.

JURADO PRELIMINAR

Dña. Encarna Herrero, D. Luis Javier Roldán, Dña. Amparo Serrano, Dña. Julia Giménez, Dña. Isabel Sanchis, Dña. Clara García, D. Javier A. Monterde, Dña. Montse Ramón, D. Luis Miguel Mislata, D. Santi Torres, Dña. Inmaculada Pérez, Dña. Rocío López, D. Arturo Navarro, D. Librado Carrasco, D. César Salvo, D. Manuel Vivó, D. Enrique Tébar, Dña. Teresa Juan, D. Luis Latorre, D. José Iniesta, Dña. Mª Dolores Ferrer, Dña. Silvia Pancorbo, Dña. Mónica Navarro, Dña. Soraya Peñarrubia, Dña. Maribel Zahonero, Dña. Ana Mª Cuñat, y Dña. Isabel Claver. Coordinación del Jurado Preliminar: Dña. Vanessa Salas -3-


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ROMA Autor: DAVID BARREIRO

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DAVID BARREIRO

David Barreiro (Gijón, 1977) es dramaturgo, novelista y guionista. Ha publicado el libro de cuentos Relatos posindustriales (Premio Asturias Joven de Narrativa), las novelas Mediocre, Barriga, Perros de presa (Premio Fundación Complutense de Narrativa), El Túnel, El Hijo y Días Perdidos. En 2021 publicará su nueva novela, Lupe. Como dramaturgo, ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales y varias de sus obras se han estrenado en los escenarios españoles y han sido publicadas. Combina su labor de narrador y dramaturgo con la de guionista de ficción y documentales. -6-


ARRABAL - TEATRO

el día 27 de Marzo de 2021 ha estrenado mundialmente la obra

“ROMA”

(1 premio del CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE “CIUDAD DE REQUENA”, en la edición del año 2019) er

de David Barreiro en el Teatro Principal de Requena, con el siguiente:

REPARTO:

(por orden de intervención)

MARCOS: ROBERTO LÓPEZ ANA: ELENA EXPÓSITO

EQUIPO TÉCNICO: DISEÑO ESCENOGRÁFICO: JOSÉ LUIS PRIETO MONTAJE Y TRAMOYA: JESÚS GARCÍA / CÉSAR PÉREZ CARACTERIZACIÓN: MÓNICA GARCÍA/ENCARNA HERRERO VESTUARIO: C.A.T. ARRABAL-TEATRO CONTROL ILUMINACIÓN: JUAN ZAZO / PACO CABRERA CONTROL SONIDO y PROYECCIÓN: RAFAEL OCHANDO GRABACIÓN: JORDI CERDÁN REGIDURÍA: JULIA GIMÉNEZ AUXILIAR DE DIRECCIÓN: ENCARNA HERRERO DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS PRIETO

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PERSONAJES MARCOS: 40 años, aunque aparenta más. ANA: cumple 40 años en la obra, aunque aparenta menos.

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Un piso de clase media a las afueras de Madrid. Nuestros días. –1– Una cocina de un piso de clase media que en los catálogos inmobiliarios calificarían de “seminuevo”, acabados de serie, con cierto gusto pero sin alardes, limpia pero fría, impersonal, muebles aparentemente de madera y electrodomésticos metálicos, con una mesa central, cuadrada, no muy grande porque la estancia no lo permite y dos sillas a juego. A la izquierda, la puerta que da al pasillo, arteria principal de una casa cuyas tres habitaciones y el cuarto de baño se distribuyen a ambos lados y que concluye en una sala de estar como la de tantas otras casas de otras tantas familias de clase media en España. Nada la diferencia, o quizás sí, quizás la diferencia aquello que contiene y el lugar en el qué está, un lugar creado en la nada para luego ser olvidado. Marcos, moreno, en camiseta y calzoncillos, despeinado, entra en la cocina arrastrando los pies. Se acerca a la ventana y mueve la varilla de la cortina veneciana que permite la entrada de la luz del sol de la mañana que le ilumina a franjas. Se acerca a la nevera, saca un brik de leche y va a la encimera, abre la puerta de uno de los armarios y saca un bote de Cola Cao. En ese momento entra Ana, vestida de modo formal pero no excesivamente elegante, con el pelo aún húmedo después de la ducha. Entra por la izquierda apurada, a paso ligero, y va también hacia la nevera sin mirar siquiera a Marcos. Coge un cartón de leche y lo agita, pero está vacío. Hace un gesto de desesperación. Marcos mira al suelo, pero señala el brik de leche que acaba de posar sobre la encimera. MARCOS: Hay aquí. Ana lo mira, duda, finalmente va hasta donde está Marcos, coge una taza del armario y se la llena de leche, coge la cafetera y también se sirve.

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MARCOS: Buenos días, por cierto… ANA (seria): Buenos días… Marcos da vueltas a su Cola Cao. ANA: Hoy has madrugado. MARCOS: No podía dormir. ANA: ¿La mala conciencia? MARCOS: El bar de abajo. ANA: Yo no he oído nada. MARCOS: Muy graciosa. (Pausa) Ya es mala suerte. Doce mil pisos vacíos, trescientos locales sin vender y el único bar lo ponen justo debajo de nuestra ventana. ANA: Debían conocerte. MARCOS: Te has levantado pletórica esta mañana. ANA: Siempre me levanto así, pero no sueles estar despierto para comprobarlo. MARCOS: Si lo sé me quedo en la cama. ANA: La gente madruga para ir a trabajar. ¿Sabes? MARCOS: Gracias por explicarme cómo funciona el mundo. Marcos da más vueltas al Cola Cao. MARCOS: Esto no se deshace ni con hormigonera. ANA: Es más fácil si calientas la leche. MARCOS: No funciona el microondas, ¿recuerdas? ANA: Podrías llevarlo a reparar. MARCOS: No fui yo quien lo estropeó. ANA: Ni yo. MARCOS: Lo estabas usando tú cuando explotó. ANA: No explotó, se soltó un cable interno. MARCOS: ¿Cómo lo sabes? ¿Ahora eres electricista? ANA: Ahora soy muchas cosas. MARCOS: El caso es que no funciona. ANA: Luego compro otro. MARCOS: ¿Por un cable suelto? ANA: Lo compro por internet y que lo manden a casa. Yo no tengo tiempo para ir a un servicio técnico. MARCOS: ¿Y yo sí? ANA: No he dicho eso.

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MARCOS: Lo has insinuado. ANA: ¿Tienes algo mejor que hacer acaso? MARCOS: ¿Es que te importa? ANA: No. MARCOS: Por si te interesa, tengo un trabajo esta tarde. ANA: Ya. MARCOS: Qué pasa. ANA: Nada. MARCOS: Pues no digas ya con ese tono, entonces. ANA: No lo he dicho con ningún tono. MARCOS: Pues eso es el que me molesta, el tono neutro. ANA: ¿El tono neutro? MARCOS: Exacto. ANA: ¿Y el tuyo cómo es? MARCOS: No sé… más emocional. ANA: Se me olvidaba que tú eras el emocional. MARCOS: Lo era y lo sigo siendo, aunque tú ya no lo veas. ANA: Claro. MARCOS: Claro no, clarísimo. ANA: Ya. MARCOS: ¿Lo ves? ANA: Si veo qué. MARCOS: Ese tonito… ANA: Mira, Marcos, no tengo tiempo para tus chorradas. Me esperan en una reunión dentro de (mira el reloj) cuarenta y cuatro minutos. Ana deja la taza en el fregadero. MARCOS: El lavavajillas funciona, de momento, pero las tazas no van solas hasta él. Ana, que ya se dirigía hacia la puerta, mira a Marcos. Se vuelve, coge la taza y la deja en el lavavajillas en gesto teatral, sin dejar de mirarle. Después echa a andar. ANA: Viene una visita a las siete, por cierto. MARCOS: ¿A las siete? ANA: Sí. MARCOS: No me habías dicho nada.

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ANA: Me escribió anoche. Te lo iba a decir al llegar, pero ya estabas dormido. MARCOS: Últimamente llegas tardísimo. ¿Qué pinta tiene? ANA: Y yo qué sé. MARCOS: Podías saberlo. ANA: ¿Y cómo lo voy a saber por un correo electrónico de una línea? MARCOS: Pues no lo sé, por el lenguaje, por el estilo… ANA: ¿El estilo? MARCOS: Sí ANA: Ahora que lo dices, tú no te fiarías de él. MARCOS: ¿Por qué? ANA: Tenía un tono… neutro. MARCOS: Muy graciosa. Pues no puedo estar aquí a las siete. ANA: No me jodas, Marcos. MARCOS: Ya te he dicho que tengo trabajo ANA (Muy agobiada): Puedo intentar salir antes del trabajo, pero, aun así, con el atasco de la autopista no creo que llegue. MARCOS: Puedes venir por la radial. ANA: También estará atascada. MARCOS: Si es de peaje. ANA: Ya, pero en hora punta da igual. Pagas por el atasco. MARCOS: No jodas. ANA: Sí, es muy divertido. MARCOS: Me alegro de no tener coche. ANA: Puedo pedirle a mi hermana que venga. MARCOS: Sí, por favor, llama a tu hermana, me muero de ganas de verla por aquí y deberle un favor. ANA: ¿Se puede saber por qué la odias de esa manera? MARCOS: Porque no sé odiar de otra. ANA: Serías mucho mejor persona sin rencor, Marcos. MARCOS: Sería otra persona. ANA: Quizás esa persona me gustara más. MARCOS: Quizás a mí no. ANA: Mira, déjalo. Anulo la visita y ya está. MARCOS: No, espera. (pausa) Ya me las arreglo yo para estar aquí a las siete. ANA: ¿De verdad? MARCOS: Si. ANA: Gracias.

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MARCOS: ¿Y el bizcocho? ANA: ¿A quién le tocaba esta vez? MARCOS: A ti. ANA: Mierda. Ana mira el reloj. ANA: Bajo a comprar uno y luego lo recalientas. MARCOS: ¿Y dónde lo vas a comprar? La panadería cerró la semana pasada. ANA: ¿También? No queda nada abierto, esto parece un cementerio. MARCOS: No pasa nada, también lo hago yo. ANA: ¿Seguro? MARCOS: Seguro. No te preocupes. Vete ya. Vas a llegar tarde a la reunión. ANA: Gracias. MARCOS: Al fin y al cabo, yo tengo tiempo de sobra, ¿verdad? ANA: No empieces, Marcos MARCOS: No, ya he terminado. ANA: Me voy. MARCOS: Adiós. ANA: Llámame si… MARCOS: Lo haré. Ana sale. Marcos se queda dando vueltas a su Cola Cao, incapaz de deshacerlo, cada vez a mayor velocidad. Así permanece largo rato hasta que de nuevo vuelve a hacerlo lentamente. La luz transita por diferentes estadios de color.

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–2– La noche llega. Se oye la puerta. Pasos que se acercan. ANA: ¡Qué rico huele! MARCOS: Gracias. ANA: ¿De qué es? MARCOS: Pasas y almendras. ANA: Joder, qué hambre. MARCOS: Está en la cocina, sírvete tú misma. No ha querido ni probarlo. ANA: ¿Por qué? MARCOS: Estaba a dieta. ANA: La gente se pasa la vida a dieta. MARCOS: Parecía muy preocupado por su aspecto. No paraba de retirarse caspa inexistente de los hombros y de mirarse los zapatos. Hasta me preguntó cuántos espejos tenía la casa. ANA: Cuatro. Cinco contando el del armario empotrado del pasillo. MARCOS: Tranquila, me lo sé de memoria. ANA: Creo que voy a aceptar tu invitación y coger un trozo. Hoy no he tenido tiempo ni de comer. MARCOS: Así estás. ANA: Cómo estoy. MARCOS: Escuchimizada. ANA: Ojalá pudiera decir lo mismo de ti. MARCOS: Es por el trabajo, he de estar fuerte para soportar a todos esos... hijos de puta. ANA: Una cosa es estar fuerte y otra fondón. MARCOS: Eres un encanto. Ana va a salir, pero cae entonces en la cuenta del Cola Cao de Marcos, al que da vueltas. ANA: ¿Todavía estás con eso? MARCOS: No, joder, es otro. ANA: ¿Ahora te alimentas sólo de Cola Cao?

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MARCOS: Y de los putos bizcochos. Me parece que ya le hemos dado demasiadas oportunidades al merchandising oloroso. ANA: Marketing olfativo. Te aseguro que tarde o temprano funcionará. Estoy convencida. MARCOS: Dios, os dan cursos de cualquier cosa con tal de sacar dinero. Lo que me sorprende es que las empresas sigan cayendo en la trampa y paguen por esas tonterías. ANA: Tienen deducciones fiscales por dar formación a los empleados y, de vez en cuando, alguno merece la pena. MARCOS: Me temo que el de Marketing olfativo no es uno de ellos. ANA: ¿No ha comentado nada? MARCOS: Lo de siempre. Que se respiraba ambiente de hogar, que le recordaba a la casa de su madre y que todo le parecía muy acogedor, muy agradable y todo eso. ANA: ¿Lo ves? MARCOS: Sí, pero no se lo va a quedar. ANA: ¿Cómo lo sabes? Cinco espejos está muy bien para una casa como ésta. Ana sale. Marcos habla más alto. MARCOS: Esas cosas se notan. Todo le parecía fantástico: la cocina, “oh qué luminosa”, el salón “oh qué amplitud”, la terraza “oh qué tranquilidad”, el suelo “oh qué brillante”. Ni siquiera le importaba que estuviera donde está porque le encantaba conducir y le daba igual que no haya vecinos, “son un coñazo”, dijo. Al parecer vivía en un piso en el que el de arriba tenía un loro que se pasaba el día gritando (imita la voz del loro) “Cabeza de rata arrr, cabeza de rata arrr”. Así que, para qué engañarte, me hice ilusiones. Hasta que preguntó el precio. ANA: ¿Le pareció caro? MARCOS: No lo sé. ANA: Entonces quizás lo esté pensando. MARCOS: No. Simplemente no contestó, se quedó en silencio, ese silencio tan elocuente, ese silencio que grita. Ya sabes de lo que te hablo, como si se hubiera olvidado de dónde estaba y de a qué había venido hasta aquí. Pasaron unos segundos y de pronto hizo como si se hubiera acordado de algo, le entró

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una prisa que te cagas y adiós muy buenas. Lo acompañé hasta la puerta y ya desde el rellano dijo: “si eso te llamo”. Si eso te llamo… dime que no lo quieres, mamón, no seas cobarde. Ana regresa a la cocina comiendo el trozo de bizcocho. ANA: Está riquísimo. MARCOS: Me estoy haciendo un experto. Aunque no está sirviendo de mucho. ANA: Servirá. MARCOS: Lo dudo. ANA: Deberíamos bajar el precio, Marcos MARCOS: Ya hemos hablado de eso, (con retintín) Ana. ANA: Hace seis meses. MARCOS. Nueve. ANA: Pues eso. MARCOS: No puedo, lo siento. ANA: ¿Te has planteado lo de tus padres? MARCOS: No me jodas, eh. ANA: ¿Qué problema hay? MARCOS: Tengo cuarenta años. ANA: Pero no pasa nada, no tienes que verlo como una renuncia o un fracaso, no es algo de lo que avergonzarse MARCOS (cuenta con los dedos): Renuncia. Fracaso. Vergüenza. Creo que está todo dicho. ANA: Mucha gente lo está haciendo. MARCOS: Yo no soy mucha gente. Yo soy yo. ANA: Tienes que asumir la realidad. MARCOS: La realidad no se asume, Ana, se soporta. Y yo la soporto como puedo. Mi realidad ahora mismo es estar aquí, contigo, y hacer bizcochos como un gilipollas porque en un curso de “Marketing olfativo” te han dicho que si alguien que está buscando casa entra en una y huele a bizcocho recién hecho se identifica con un hogar, se ve en ese hogar y se ablandará lo suficiente, tanto como el puñetero bizcocho, para pagar lo que sea por esa casa. Y como quiero vender este piso, como necesito vender este piso, pues hago bizcocho cada vez que viene un posible comprador, no pasa nada: voy a la cocina, tamizo la harina, bato los huevos, mezclo, amaso, lo relleno de lo que sea, lo meto en el horno a ciento ochenta grados treinta

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y cinco minutos y listo. Pero una cosa, ¿tengo que asumir que mi vida es eso? Pues no, sinceramente, no lo asumo, me niego a hacerlo. Sólo lo soporto. ANA: El caso es que no podemos estar eternamente en esta situación. MARCOS: No me digas. ANA: Sólo estoy intentando buscar soluciones. MARCOS: No, no buscas soluciones, le das vueltas a lo mismo una y otra vez, que es diferente. ANA: Tú ni eso. MARCOS: No lo sabes. ANA: Lo veo. MARCOS: Qué vas a ver, si no estás aquí nunca. ANA: Lo suficiente para comprobar cómo te estás/ MARCOS: Dilo, no te cortes, tranquila, no vas a hacerme daño. No la ves, pero llevo la coraza puesta. Digas lo que digas no va a afectarme. ANA: No quiero ir por ese camino, pero ya sabes lo que pienso de lo que haces. MARCOS: Me ha ido bien hoy, por cierto. Muy bien. Gracias por preguntar. ANA: No te he preguntado. MARCOS: ¿Ah no? Qué raro. ANA: No somos amigos, Marcos. MARCOS: No me lo jures. ANA: Hay que buscar otras opciones. MARCOS: La próxima vez haré magdalenas. ANA: Sé que no te motiva especialmente, pero quizás tengas que valorar la oferta de tu tío. Si tienes eso, quizás puedas replantearte tu postura. MARCOS: O sea, no eres mi amiga para preguntarme qué tal me ha ido el día, pero puedes darme sabios consejos de qué hacer con mi vida. ANA (levanta el tono): Porque me afecta, joder. MARCOS: ¿En qué te afecta que yo limpie platos en el restaurante de mi tío? ANA: No limpiarías platos, serías sumiller. A lo mejor sumiller es too much. ¿Jefe de sala? MARCOS: Sumiller. Tócate las pelotas. Tiene un bar de menú del día y yo voy a ser sumiller.

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ANA: Dijo que tenías buen olfato para los vinos. MARCOS: Sí, pero él pone vinagre. ANA: Si tuvieras un trabajo estable podríamos bajar el precio, vender y largarnos de una puñetera vez. MARCOS: No entiendes nada. ANA: ¿Qué hay que entender? Es una cuestión de oferta y demanda. Si baja el precio, hay más posibles compradores, es una ley básica de la economía. MARCOS: No tiene nada que ver con eso, joder. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? No es una cuestión de economía. ANA: ¿Ah no? ¿Y de qué es? MARCOS. De dignidad. ANA (bufando): Dignidad... MARCOS: Sí, dignidad, dignidad. No pienso tirar así como así algo por lo que he luchado tanto, sólo para dejar atrás toda esta mierda que hay entre nosotros. No me importa si tardo dos, tres o cinco años, pero no voy a regalarlo. ANA: ¿Cinco años? ¿Te has vuelto loco? MARCOS: Lo que haga falta. ANA: Lo que hace falta es vender el piso de una vez. MARCOS: Venderlo, no regalarlo. ANA: La cagamos, Marcos. No es lo que pensábamos y ya está. Nosotros no somos los mismos tampoco. Tienes que asumirlo. MARCOS: Joder con asumirlo ¿has aprendido hoy la palabra o qué? No, Ana, no pienso asumir nada porque no la cagamos. No fue culpa nuestra. Nos engañaron. ANA: Dejamos que nos engañaran. MARCOS. Es que a mí no me educaron para desconfiar. A mí me educaron exactamente para lo contrario: para confiar en los demás. Para pensar que el tipo que está metido en una oficina imponente de paredes de mármol, en un despacho con calefacción o aire acondicionado y con máquina de agua, ese tipo que lleva puesto un traje de mil euros y que me sonríe desde su sillón ergonómico con los codos apoyados en una mesa en la que ha colocado, para que yo la vea, una fotografía de su familia, su mujer, sus hijas y su puto Golden Retriever no me va a engañar. Me educaron para creer que ese tipo no forma parte de un sistema corrupto, descompuesto, putrefacto y maloliente y que mientras a mí me da la mano y me vende una hipoteca a cuarenta años él se está guardando con la otra

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su dinero para llevárselo a Suiza o a Panamá como, te recuerdo, pasó con el director de nuestra sucursal, que, por cierto, tan bien te caía y que con tanto entusiasmo nos presentó tu queridísima hermana a la que amo con todo mi corazón… ¿o ya no te acuerdas? ANA: Como para olvidarlo. MARCOS (continúa su perorata): Tampoco me educaron para pensar que quienes me gobernaban, a quienes voté, porque fui tan imbécil que los voté, eso lo reconozco, y que decían que representaban la tolerancia, el progresismo, el cambio y todas esas palabras que de tan vacías, tan huecas, tan manoseadas han perdido su significado, eran iguales que los otros y sabían que nada de lo que prometían se iba a hacer realidad, que tarde o temprano todo estallaría en mil pedazos con nosotros dentro. ¡BOOOOMM! (El grito asusta incluso a Ana). Al fin y al cabo, les daba igual porque a ellos no les iba a afectar, ellos no habían arriesgado ni una sola moneda de su bolsillo, todo el dinero que se habían gastado, a saber en qué, era nuestro, tuyo y mío, y de gente como nosotros. ANA: Nadie podía sospechar lo que iba a ocurrir. MARCOS: No, te equivocas, no es que lo sospecharan, es que lo sabían. Por eso siguen ahí, mientras nosotros estamos en mitad de ninguna parte, porque construyeron un mundo ficticio, irreal, un mundo de vigas de cartón. ANA: Quizás todos lo construimos. MARCOS: ¡No me jodas, Ana! ¡No me jodas! ¿Qué hemos hecho nosotros? ¡Comprar un piso! ¡Tratar de salir adelante! ¡Nada más! Y se rieron en nuestra cara. Mientras firmábamos esa hipoteca se estaban descojonando de nosotros. Nos dijeron antes de que llegáramos que harían una piscina, un parque para niños, un polideportivo ¿qué más? Ah, sí, la biblioteca, la mayor de toda la zona oeste de la Comunidad de Madrid, la puñetera Biblioteca de Alejandría. Si es que hasta me hice el carné, tengo el puto carné de la biblioteca y no hay ni un solo libro, pero ¡cómo va a haber libros si ni siquiera terminaron el edificio! Pusieron el nombre, eso sí, Biblioteca William Faulkner, que ya me dirás qué cojones tiene que ver Faulkner con Valdebrotes, pero bueno, y después se hicieron la foto colocando la primera piedra y adiós muy buenas. ¿Las estanterías? ¿Los baños? ¿El tejado? ¿Los putos libros? Nada, eso ya se hará,

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que venga otro y apechugue. Pero, eso sí, eso sí, eh, eso sí. Yo tengo el carné. (Marcos rebusca en su cartera) Mira, aquí está, soy el socio 467. (Se ríe, niega con la cabeza) Joder, si es que hay, como mínimo, otros 466 gilipollas como yo que tienen un carné de una biblioteca que ni siquiera se terminó de construir. ¡Es de locos! Y no hay ni farolas en la calle, joder, ni farolas. ¿Has visto a alguien con perro por aquí? Claro que no, cómo va a haber perros, si no hay farolas ni árboles ni señales de tráfico. Aquí los perros han tenido que aprender a mear de pie en el váter, joder. Nadie me dijo tampoco que debería recorrer setecientos metros para tirar una bolsa de basura al contenedor ni que tendría que coger el cercanías, ¡el puto cercanías! para ir al supermercado o al centro de salud. Nadie me dijo eso, me dijeron exactamente, pero exactamente, palabra por palabra, lo contrario. Tendríamos todo los servicios a nuestro alcance, todo lo que se necesita para ser feliz. Todo lo que el estado del bienestar nos podía ofrecer. Todo lo que ahora no tenemos. Me jodieron, nos jodieron, a ti y a mí, y ahora, por dignidad, no vamos a regalar este piso, ¿sabes por qué? porque si lo regalamos, si regalamos nuestra casa es porque no nos queda más remedio, porque estamos asfixiados por la hipoteca, y todos acabarán regalándola igual que nosotros y quienes la comprarán, la nuestra y las de los demás, no serán gente como tú y como yo que ven cómo su vida se va por el retrete, qué va, sino que serán los mismos buitres que nos la vendieron y que ahora, una vez que nos han dejado en la estacada, que nos han visto desangrarnos, después de esperar agazapados en sus guaridas todos estos años, saldrán para comerse nuestros restos. Para ellos sólo somos eso, Ana, carroña. Vísceras, huesos, carne muerta. Y, sinceramente, ojalá vengan a por nosotros. ¿Es la guerra? Venid, cabrones, ¡venid! ¡Os estaré esperando! ANA: No te oye nadie, Marcos. MARCOS: Ya sé que no me oye nadie. ANA: Bueno, están los del bar. MARCOS: No me lo recuerdes. Apenas tienen clientes pero ponen la música a todo trapo. Será para no sentirse solos. ¿Es que va a ser el único local que no eche el cierre? No sé de qué viven, nunca hay nadie, parece que siguen abiertos sólo para fastidiarme. ANA: Si quieres puedo dormir yo en esa habitación. Podemos turnarnos. -20-


MARCOS: No, déjalo. Basta con que sufra uno de los dos. Además, tú tienes que madrugar y hacer algo de provecho, yo únicamente hago... el idiota. ANA: No digas eso. MARCOS:Es lo que piensas. ANA: Sabes que respeto tu trabajo, Marcos, simplemente creo que podrías hacer otras cosas, que vales más que eso. Por cierto… tienes un poco de pintura... Ana se acerca y le retira pintura blanca de detrás de la oreja. MARCOS: Gracias. Silencio. ANA: ¿Puedo poner la tele? Necesito desconectar un rato. MARCOS: Sí, me voy a la cama. Estoy agotado. Marcos se levanta para salir por la puerta. ANA: ¿A la cama? MARCOS: Quiero decir… al sofá. ANA (piensa un instante): Quizás duermas mejor en este, es más grande. MARCOS: No pasa nada, estoy bien. A pesar de todo. Buenas noches. ANA: Buenas noches MARCOS: ¿Hay alguna cita mañana, por cierto? ANA: No que yo sepa. MARCOS: Mejor. Marcos se queda bajo el umbral de la puerta, esperando seguir la conversación con Ana. Finalmente, se da la vuelta y sale. MARCOS: Hasta mañana. Oscuro.

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–3– Marcos está en la sala de estar, sentado en el sofá hojeando una revista sin tratar de ocultar su desidia. Entra Ana que se queda de pie, sin saber bien qué hacer. ANA: ¿No tienes cumpleaños hoy? MARCOS: No. ANA: Qué raro. Un sábado sin cumpleaños. MARCOS: Lo he cancelado. ANA: ¿Y eso? Marcos se encoge de hombros. ANA: ¿Ha pasado algo? MARCOS: Él último no fue muy bien. Tengo que... darme un respiro. ANA: ¿Qué pasó? MARCOS: Nada. ANA: Marcos... qué fue lo que pasó. MARCOS: Un malentendido. ANA: ¿Te equivocaste de disfraz? MARCOS: No es un disfraz. ANA: Ya, es verdad, perdona. Que los actores no os disfrazáis. MARCOS: Los niños estaban un poco... mustios. No sé, no les hacía gracia nada. Ni los globos, ni las pantominas, ni las caídas... Así que saqué unas piruletas de colores que tiñen la lengua. Azules, verdes, negras. Las hay hasta fluorescentes. A saber de qué están hechas... el caso es que a los niños les encantan porque son puro azúcar. Al principio le daba una a cada uno, pero el otro día leí un libro de una tal Marie Lamarck sobre dinámicas de grupo, juegos sociales y cosas de esas y uno de los ejercicios consistía en trabajar por parejas para ponerse en la situación del otro. Se me ocurrió que podían entrelazar los brazos, así (se levanta y cruza los brazos con Ana) de manera que cada uno le diera la piruleta al de al lado. Y resultó que la cumpleañera se negó. No había manera. Ella le daba la suya al niño que tenía a su izquierda, pero cuando él intentaba darle la suya no abría la boca, se negaba. Apretaba los labios y todo.

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Y... en fin... no sé... yo estaba ahí poniendo toda la ilusión, intentando animarla, convencerla y le dije... Martina, tienes que chupársela a Rubén, chúpasela Martina, ese es el juego. Es muy fácil, tú sabes hacerlo perfectamente. En ese momento entró la abuela y yo diciéndole a la nieta “chúpasela, cariño, que no es para tanto”. La mujer se me quedó mirando como si acabara de hacer algo terrible y deseara asesinarme. Y salió corriendo. ANA (con la boca abierta): Pero Marcos... MARCOS: Yo en ese momento ni me di cuenta. Seguí tratando de convencerla y ya llegó el padre. ANA: No sé por qué pero me temo lo peor. MARCOS: A todo esto, el cumpleaños era en un chalé impresionante en Aravaca. La casa del perro era mayor que este piso. Y, claro, resultó que el padre tenía un bufete de abogados. Me dijo que me iba a demandar, que se me iba a caer el pelo. ANA (empática): Marcos... no... MARCOS: Traté de explicarme, pero la cosa cada vez se enredaba más y al final decidí irme. No cobré ni el autobús. ANA: Pero cómo se te ocurre decir eso... MARCOS: Sí, lo sé... no era mi intención, pero... me salió así, fue un problema de... vocabulario. A veces uno hace algo con la mejor intención y... en fin... las cosas no siempre salen como uno quiere. Ana comienza a reírse, más bien a contener la risa. Marcos también. MARCOS: Tenías que haber visto la cara de la abuela... Madre mía... Se les sigue escapando la risa cada vez que “reviven” la escena. ANA: Desde luego, lo que no te pasa a ti... MARCOS: El caso es que estoy harto. De los niños, de los padres y de los abuelos. Harto de ese trabajo. ANA: Tú lo escogiste. MARCOS: Ahórrate los sermones, Ana, por favor. ANA: ¿Qué vas a hacer? MARCOS: Se acabaron las piruletas de colores. ANA: Me refiero ahora.

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MARCOS: Seguramente baje al bar. ANA: Odias ese bar. MARCOS: Pensé que ibas a captar la ironía. ANA: Ya no estoy acostumbrada a tu sentido del humor. Si puede llamarse así. MARCOS: Es una pena. Otros lo disfrutan en tu lugar. ANA: Sí, niños de ocho años adictos a las gominolas. Marcos vuelve a la lectura de la revista. ANA: Si quieres te acompaño a sacar un libro en la biblioteca. MARCOS: Cada día me haces más gracia. ANA: Mejoro con los años. MARCOS: A mí me tocaron los peores. ANA: Nunca te oí quejarte. MARCOS: No eres de las que escuchan. ANA (como si no oyera): ¿Qué? MARCOS: Déjalo ya, por favor. Estoy ocupado. Marcos le enseña la revista y vuelve a la lectura. ANA: Olvídate de mí. MARCOS: Eso intento. ANA: Hablo de la revista que estás leyendo. Viene un reportaje sobre esa película. Olvídate de mí. La vimos juntos en Portugal, en un cine de verano. MARCOS: No jodas. ANA: Compré la revista a la vuelta de aquellas vacaciones porque venía ese reportaje sobre la película. Hace más de diez años de eso. MARCOS (recordando): Qué calor pasamos aquel verano... ANA: Dormíamos en el suelo con las brazos abiertos, como las salamandras. (Señala la revista) Vine leyéndola todo el camino mientras tú conducías con el bañador puesto y en chanclas. Así me llevo el salitre a Madrid, decías. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. MARCOS (mira la revista): ¿Y qué hace aquí? ANA: No me molesta. MARCOS: ¿Sólo tiras lo que te molesta? ANA: No todo.

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MARCOS: Eres muy buena lanzando indirectas. ANA: Tuve un gran maestro. MARCOS: Mira, Ana, si estás aburrida, lo siento. Sé que es sábado y que, obviamente, no tienes ningún plan, y que eso es algo que te fastidia mucho, pero no es mi problema. ANA: Te equivocas. MARCOS: ¿Es mi problema? ANA: Sí que tengo un plan. MARCOS: Me alegro por ti. ANA: No te alegras por mí. Tú no te alegras por mí ni por nada ni nadie. MARCOS: No voy a discutir contigo acerca de lo que pienso y lo que siento porque, como tú dices, no somos amigos. Si es lo que crees, perfecto. ANA: No es lo que creo, es lo que veo. MARCOS: No sabes lo que hago fuera de esta casa. ANA: ¡Nunca estás fuera de esta casa! MARCOS: Es que me encanta. La adoro. ¿No es perfecta? Tiene cuatro espejos, cinco con el del pasillo. ANA: Deberías salir a dar una vuelta, y que te de el aire. MARCOS: ¿A pasear por un solar? ¿A ver la autovía? No, gracias. Tiene que ser muy atractivo lo que me espere más allá de la puerta. Y no es el caso. ANA: Antes todo te resultaba atractivo. MARCOS: Incluso tú. ANA: Sé que no lo parece, pero en el fondo me preocupo por ti. MARCOS: A ver si algún día te preocupas también en la forma. ANA: Me gustaría que te fuera bien. MARCOS: Y a mí. ANA: Te lo agradezco. MARCOS: Me refería a mí. Me gustaría que me fuera bien a mí. Ana resopla, niega con la cabeza. ANA: Sinceramente, no sé qué vi en ti, Marcos. MARCOS: Yo sí lo sé. ANA: ¿Y qué era? MARCOS: Lo mucho que nos parecíamos. Ana se ríe.

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MARCOS: Qué. ANA: Que fue exactamente lo contrario. Que no teníamos nada que ver y tú me enseñaste algo que desconocía. MARCOS: ¿Y qué es eso que te enseñé? ANA: Lo que has dejado de hacer. MARCOS: He dejado de hacer muchas cosas. ANA: Ya. Ana se levanta, va hacia la puerta. MARCOS: ¿Ya te vas? ANA: Lo siento, Marcos, sólo quería ser cordial, nada más. Voy a prepararme. Me están esperando y ya llego tarde. Ana sale. Marcos hace que sigue leyendo, pero se detiene. Baja la revista. Poco a poco la luz se atenúa y Marcos se recuesta en el sofá y cierra los ojos. Sigue así, adormilado, con las luces apagadas cuando de pronto aparece Ana en bikini. ANA: Qué calor. ¿Nos bañamos? MARCOS: ¿Qué? ¿Dónde? ANA: En el mar, dónde va a ser. No hay quien pegue ojo con este bochorno. MARCOS (mira alrededor): Pero... yo... estaba durmiendo... ANA: Venga, no seas soso. Bañémonos. Tenemos el mar ahí mismo. Y mañana ya nos vamos. MARCOS: ¿Adónde? ANA: A dónde va a ser. A nuestra buhardilla. A Madrid. Se acabaron las vacaciones, ¿Qué es lo que te pasa? MARCOS: Nada... nada. Es que/ ANA: Pues venga, ponte el bañador. Te espero en el agua. MARCOS: ¿Vas a ir sola? ANA: Tú vas a venir ahora, ¿no? MARCOS (mira alrededor, perdido): Sí, bueno... no sé... ANA: Venga, Marcos, es la última oportunidad. Olvídate del bañador, no va a verte nadie. Vamos. Ana echa a andar hacia la oscuridad, Marcos trata de seguirla, pero no la encuentra.

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MARCOS (en total oscuridad): Ana... Ana... ¿dónde estás? Está muy oscuro. Ana... (vuelve la luz, Marcos está tumbado en el sofá) Ana... no te veo... Ana... dime algo para saber dónde estás... Se oye la puerta. Ana entra a tientas en la casa, vestida de fiesta, sin encender la luz y se tropieza con una mesilla haciendo un gran estruendo. Marcos se despierta de golpe. MARCOS (aturdido): ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Ana estalla en una carcajada, Marcos enciende la luz y se da cuenta de que ella está algo bebida. ANA: ¿Qué haces aquí? MARCOS: Me he quedado dormido... ¿Y tú? ¿No es un poco tarde? ANA: ¿Tarde? Llegaré a la hora que quiera, ¿no? ¿Quién eres tú para decirme a qué hora puedo o no puedo llegar? MARCOS: Sólo me preocupo por ti. ANA: Pues preocúpate por la otra persona que está en este salón, que lo necesita más que yo. MARCOS: Yo no he llegado a casa a las… (mira el reloj) … ¡las cuatro de la madrugada! Tropezando con todo y con alguna copa de más. Espero que al menos no hayas venido conduciendo. ANA: No, he venido dando un paseo. MARCOS: ¿Qué? ANA (carcajada): Me ha traído… alguien. MARCOS: ¿Te has echado otro novio? ANA: No tengo por qué contarte mi vida. MARCOS: Espero que te salga bien, no como el anterior. Ese gilipollas que se creía por encima del bien y del mal. ¿Cómo se llamaba? ¿Gustavo? ANA: Gonzalo. MARCOS: Eso, Gonzalo. ANA: Y no se creía nada, Marcos, sólo te contó a qué se dedicaba, nada más. MARCOS: Una cosa es contarlo y otra regodearse de aquella manera. ¿Has olvidado cómo me metió su tarjeta en el bolsillo

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de la camisa? Llámame si me necesitas. Tuve que contenerme para no metérsela yo a él por el culo. ANA: Tenía un buen trabajo, quizás habría podido ayudarte. Organizaban muchos eventos. MARCOS: No necesitaba su ayuda, nunca se la pedí. Y sabía que nunca iba a hacerlo, pero no se pudo contener: sólo quería fanfarronear. ANA: A veces hay que tragarse el orgullo. Lo quieras o no, la sociedad es así, unos llegan más arriba y otros… otros no. MARCOS: Lo que me jode es que esos que llegan arriba, sea lo que sea eso que llamas “arriba”, son siempre los mismos imbéciles. ANA: Sabes de sobra que lo que te molestaba de él no era eso. MARCOS: ¿Ah no? ¿Y qué era? ANA: Que se estaba acostando conmigo. MARCOS (se ríe): Aunque no lo creas, ni mi vida ni el mundo giran en torno a ti. Un gilipollas es un gilipollas y ese tipo lo era. Y por eso le dejaste. Sólo espero que ahora no estés con otro de la misma calaña. ANA: Ese no es tu problema. Si hubieras conocido a alguien, no te importaría. Hablas de mí pero sólo piensas en ti, en lo que a ti pueda afectarte. Y ¿sabes qué? Si en más de un año no has conseguido comenzar una relación es sola y exclusivamente porque no hay nadie que te soporte. MARCOS: Eso no te lo voy a negar. Me agriaste el carácter. ANA: Sí, échame la culpa, como de costumbre. Ana tiene la culpa de todo. MARCOS: No, sólo te corresponde el 50 %, como de la hipoteca. ANA: Se acabó, Marcos, se acabó. Déjalo, por favor, estoy cansada. Agotada. Exhausta. MARCOS: Normal. No deberías llegar a estas horas. ANA (se toma un tiempo, suspira): Esto no puede seguir así… es destructivo… acabará con nosotros. Silencio. MARCOS: Tienes razón, así no vamos a ninguna parte. ANA: Pues ya sabes lo que tienes que hacer. MARCOS: Estoy en ello.

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ANA: Ya. MARCOS: A ti parece que no te importa, que puedes pasar página, dejar tu vida atrás, todo lo que habías planeado, todo lo que creíste que llegarías a ser como si nada. Que puedes dar carpetazo y listo. Pero yo no soy así, yo necesito tiempo. ANA: El tiempo se nos acabó, Marcos, ¿no lo entiendes? El tiempo que teníamos, el tiempo que compartimos, se nos acabó, se esfumó, ya no existe, no es más que pasado y el pasado no se puede cambiar. El tiempo es un lugar que habitamos y ese lugar ya queda muy lejos y nunca vamos a volver. Ana se acerca a Marcos, le mira desde muy cerca, pero él rehúye su mirada. ANA: No prolongues la agonía, Marcos, te lo pido por favor. Hazlo por ti, y por nosotros, por lo que fuimos una vez. Ana sale algo mareada, a trompicones. Marcos se vuelve y la ve marcharse. Oscuro.

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–4– Marcos llega a la cocina, la luz de la tarde entra a través de la ventana. Lleva en la mano una tarta cuidadosamente empaquetada. La saca de su envoltorio de cartón, coge una vela del bolsillo y la coloca sobre ella. Después deja la tarta sobre la mesa y se sienta a esperar. Mira el reloj. Espera con calma. Pasado un instante, entra Ana. Se para al verlo. ANA: ¡Qué susto! No te esperaba…Creía que hoy tenías cumpleaños. MARCOS (contento): ¡Así es! Ana repara en la tarta. ANA: ¿Qué es eso? Marcos… MARCOS: ¡Happy birthday to you! ¡Happy birthday to you! ¿Happy birthday dear Ana… Happy birthday to you… Marcos aplaude. Son unos aplausos distanciados y lánguidos, que reafirman la soledad en la que ambos viven. MARCOS: Sopla, sopla… ANA: Marcos, no… MARCOS: Venga, que se apagan. ANA: Marcos, de verdad... MARCOS: ¡Sopla! No te cuesta nada… Ana, un poco renuente, se acerca para soplar. MARCOS: ¡Ah! Y no olvides pedir un deseo… Ana mira a Marcos, mantiene la mirada varios segundos, él se la devuelve, después Ana suspira, toma aire y sopla con fuerza sobre la vela apagándola. MARCOS: ¿Un trocito? Es de zanahoria, tu favorita. ANA: No, gracias… MARCOS: Venga, necesitas coger algo de peso.

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ANA: Marcos, por favor... MARCOS: No, Ana, por favor tú, por favor tú. Te pido por favor que te sientes cinco minutos y te tomes un trozo de tarta de zanahoria por tu cumpleaños, ¿me oyes? Nada más, sólo te estoy pidiendo eso. He estado un poco… difícil las últimas semanas y quería decirte que he estado reflexionando y creo que tienes razón, tenemos que seguir hacia delante. ANA: Está bien. Pero que sepas que no has estado insoportable las últimas semanas. MARCOS: ¿Ah no? ANA: No. Llevas así años. MARCOS (gesto de esgrima): Touché. Ana se sienta. Marcos parte un trozo de tarta para ella. ANA: ¿Tú no vas a comer? MARCOS: No, odio esa tarta. ANA: ¿Cómo que la odias? La pedíamos de postre en todos los restaurantes a los que íbamos. Marcos pone cara de desagrado. MARCOS: No me lo recuerdes. ANA: ¿La pedías aunque no te gustara? MARCOS: Lo hice la primera vez y luego... ya no hubo marcha atrás. ANA (comiendo): ¿Sabes qué? Era problema tuyo, eso te pasaba por no ser sincero, como con todo lo demás. MARCOS: Ana, tengamos la fiesta en paz y disfruta de la tarta, no se cumplen cuarenta años todos los días. ANA: Gracias por recordármelo, eres todo delicadeza. MARCOS: Al menos yo me he acordado. ANA: Que yo sepa ya no tenemos nada en común, no tengo por qué preguntarte qué tal te ha ido el día ni felicitarte el cumpleaños. Bueno sí, sí que tenemos algo en común, el pasado, esta puñetera casa y… MARCOS: De eso quería hablarte. ANA: No es una cuestión de hablar, es una cuestión de hacer. Marcos suspira, se levanta, coge un sobre, se lo da.

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MARCOS: Feliz cumpleaños. Marcos deja el sobre encima de la mesa, al lado de la mano de Ana. MARCOS: Ya puedes decirle a tu abogada que deje de llamarme todas las semanas, parece mi madre. Sólo le falta preguntarme qué he cenado. Ana le mira, coge el sobre y lo sujeta entre las manos, sin abrirlo. Poco a poco rompe a llorar. MARCOS (sin llegar a tocarla, pero muy cerca): Ana… Ana... ¿qué te pasa? ¿No es lo que querías? ¡Llevas meses insistiendo! ANA: Sí, sí, pero… MARCOS: ¿Qué pasa? ANA: Nada, supongo que no acabo de aceptar que/ MARCOS: Lo sé, Ana, yo tampoco, pero tienes razón es lo que tenemos que hacer. Sabes que no hay solución, que no nos entendemos, que ya nunca habrá vuelta atrás. Al principio lo creía, trataba de agarrarme a recuerdos, a conversaciones, a momentos… pero no tiene sentido. Es inútil, es engañarse. Si no estuviéramos atados a esta puta casa ni siquiera nos hablaríamos, ya apenas sabríamos nada el uno del otro. ¿Has pensado en eso? Es así, tan cruel como cierto. He tardado en verlo, pero… al final lo he comprendido. Y tú también. Tú lo viste antes que yo, mucho antes. Antes incluso de que termináramos. ANA: Sí, no es eso, es que… ¿por qué la vida es tan chapucera, Marcos? ¿Por qué las cosas no pueden ser de otra manera? ¿Por qué no puede ser todo más sencillo? MARCOS: Ojalá lo supiera, Ana, ojalá lo supiera. Hicimos todo lo posible, pero… al final caímos allá donde antes habíamos visto caer a tantos otros. Recuerdo cuando veíamos a las parejas sin hablarse en los restaurantes o cómo nos reíamos de tu hermana por la manera en que hablaba de su marido, como si fuera el vecino del quinto, un desconocido con el que compartía la vida como si le hubiera tocado en una tómbola y no pudiera rechazarlo. Todo empezó como una broma, una inocentada, y terminó siendo una pesadilla que se hizo

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realidad. Supongo que nos quedará eso que compartimos, lo que fuera, lo que cada uno nos llevemos. Eso está ahí anclado, firme, inamovible. Para mí serás siempre la chica del jersey horrible de rombos azules y naranjas, ¿te acuerdas? Me lo ha hecho mi abuela, decías, y yo pensaba que tu abuela tenía que odiarte con toda su alma para cometer ese delito en forma de jersey de lana… qué horror y para ti, no sé, quizás sea siempre ese chaval que conduce en chanclas y bañador más de seiscientos kilómetros para llevarse el salitre a Madrid, que es como querer llevarse, al fin y al cabo, algo de verano, del último verano en el que quizás ese chaval iba a ser realmente feliz en su vida. O no, mejor aún, para mí siempre serás la chica que se echó a llorar cuando vio el Coliseo. Qué lagrimones te caían, y aún no sé por qué... ANA: Tampoco yo lo sé... simplemente sucedió. MARCOS: Me acuerdo muchas veces de aquel día, y mira que ha pasado tiempo. ANA: ¿Cuánto hace? MARCOS: Catorce años… ANA: ¿Catorce? No puede ser. MARCOS: Sí que puede, sí… ANA: ¿Crees que seguirá la heladería? MARCOS: Claro que seguirá. ANA: No puedes saberlo. No hemos vuelto desde entonces. MARCOS: Roma es así… Italia es así… las cosas allí no son como aquí, no todo el mundo intenta trabajar en una franquicia o una multinacional, como tú, por ejemplo. Allí, si tu padre es carnicero tú te haces carnicero, si tu padre tiene un taller, te pasas la vida arreglando coches y tu hijo también lo hará… Si tu madre tiene una gelateria en Vicolo Moroni, en pleno Trastévere, harás lo posible para que siga abierta siempre… ANA: ¿Cómo se llamaba la signora? MARCOS: Arabela. ANA: ¡Arabela! ¿Cómo puedes acordarte? MARCOS: ¿Cómo iba a olvidarlo? Fue el mejor año de mi vida. ANA: Sí que lo fue… Mira que no quería ir y al final… me dio pena volver… Quizás si nos hubiéramos quedado/ MARCOS: Si nos hubiéramos quedado, Roma ya no sería Roma. La Roma que vivimos aquel año. Entonces todo era nuevo, todo era ilusionante, todo era... perfecto. Teníamos

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el dinero que te pagaban por la beca, que era más del que he cobrado en toda mi vida, y vivíamos en el centro sin pensar en el futuro porque no teníamos nada que perder, teníamos dos maletas: una con ropa y otra con libros, nada más. Pero si nos hubiéramos quedado más tiempo tendríamos que habernos mudado a un piso de las afueras, a un piso vulgar en un barrio vulgar como el de cualquier ciudad del mundo y la rutina nos habría aplastado con su fuerza demoledora, ante la que nada se puede hacer. Dejémoslo como está, en un año perfecto, al menos tuvimos eso. ANA: Un año es muy poco tiempo. MARCOS: Pasamos años muy buenos después de volver. ANA: No como aquel. MARCOS: Era imposible… parecía una película. El vino, las flores, los paseos por el Tíber, la vespa que nos dejaba Pippo para ir por la ciudad… demasiado bonito para ser cierto. Nada es eterno, y la felicidad, menos. ANA: El otro día hablé con Pippo, por cierto. MARCOS: ¿Ah, sí? ANA: Sí, me llamó. MARCOS: No sabía que estabais en contacto. ANA: Hablamos de vez en cuando. MARCOS: ¿Y qué te contó? ANA: Se casó, tiene cuatro niñas. MARCOS: ¡Cuatro niñas! ANA: Parece ser que buscaban un niño y… en fin… de momento lo siguen buscando… MARCOS: No me imagino a Pippo con familia. Era un buen pieza. ANA: Me dijo que había sentado la cabeza, pero… quién sabe… Dios mío, parece que haya pasado una eternidad… MARCOS: Es que catorce años son una eternidad. ANA: Ojalá pudiera ir atrás en el tiempo. (Pausa) MARCOS: ¿Me llevarías? ANA: ¿Qué? MARCOS: Si pudieras ir atrás en el tiempo, ¿volverías a llevarme contigo?

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ANA: No. MARCOS: Joder, directa al grano. Sin rodeos. ANA: Llevaría al Marcos de entonces. MARCOS: Es el mismo que el de ahora. ANA: No, no lo es. Y lo sabes. MARCOS: ¿Y en qué he cambiado? ¿Vas a decirme que soy triste? ¿Esa historia de que la tristeza va conmigo de un lado a otro como una sombra? ANA: Me gusta esa historia. Basada en hechos reales. MARCOS: Quizás es que esperaba que quien estuviera a mi lado pudiera sacarme de ella. Quizás estaba esperando ese rescate que nunca llegó. (Microondas. Repara vs cambiar) ANA: Lo intenté, pero no querías que nadie te ayudara. MARCOS: No, Ana. No lo intentaste. Cuando la cosa se puso difícil te compraste otro. No tenías tiempo para ir al servicio técnico. ANA: Era imposible. Estabas peleado con el mundo. MARCOS: Empezó él. ANA: ¿Lo ves? Ni siquiera aceptas que el culpable de las cosas que te pasan eres tú. Te crees una víctima y no es así. MARCOS: Ya sé que para ti soy el culpable de todo. ANA: No hagas demagogia. El Marcos de entonces no se rendía tan pronto. MARCOS: Que yo me he rendido, ¿dices? ANA: Ya me entiendes. MARCOS: No, non capisco, ¿me lo puedes explicar? ANA : Venga, Marcos… MARCOS: No, venga tú, venga Ana, venga, venga… (Pausa) ANA: ¿Cuánto tiempo pasamos en Roma? Un año, ¿no? MARCOS: Once meses y veintidós días. ANA: Once meses y veintidós días… ¿A cuántas obras de teatro me llevaste? ¿A cuántas películas? ¿A cuántos castings te presentaste sin saber más que cuatro palabras de italiano? MARCOS: No sabría decirte. ANA: Yo sí que lo sé, te presentaste a todos los que había. No dejabas pasar ni una sola oportunidad. Se suponía que era yo la que iba a trabajar allí, a la que la empresa había destinado

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para formarme, pero fuiste tú el que se comió la ciudad, el que subió las siete colinas, el que pateó todos lo puñeteros sanpietrini, uno a uno, porque querías, perdón, el Marcos de entonces quería, aprovechar cada instante como si fuera el último, porque estaba lleno de energía, lleno de fuerza, lleno de… pasión. MARCOS: Lo seguí haciendo cuando volvimos. ANA: Sí, pero no duró demasiado. MARCOS: No tenía sentido, Ana. ANA: ¿El qué no tenía sentido? MARCOS: Seguir fracasando. ANA: ¿Fracasando? ¿Quién te dijo que estabas fracasando? MARCOS: No necesitaba que nadie me lo dijera, me di cuenta solito. ANA: Tu único fracaso ha sido dejar de intentarlo. Hacías lo que te gustaba. MARCOS: Hacía mierda, y lo que es peor, mierda sin futuro. ANA: ¿Has olvidado que saliste en aquella serie? MARCOS: ¿Qué serie? ANA: La de los profesores… ¿cómo se llamaba? MARCOS: Profesores. ANA: Esa. MARCOS: Salí en tres capítulos, y me doblaron… Mi voz les parecía demasiado… ¿cómo era? Ah, sí, demasiado vigorosa… Tiene cojones… Y no es que la serie fuera un hito en la historia de la televisión precisamente. ANA: Estabas en el camino. MARCOS: Sí, pero en el equivocado. ANA: ¿Y estás en el correcto ahora limitándote a hacer el…? Ana se detiene antes de seguir. MARCOS: Dilo, no pasa nada. ANA: No, no lo voy a decir. MARCOS: No hace falta. Con que lo pienses basta. ANA: Vales mucho más que eso. MARCOS: A los niños les gusta. Y me da para pagar la puñetera hipoteca. Justito, pero no me he retrasado ni una sola vez. Además, se me da bien. ANA: Muchas cosas se te daban bien, Marcos. Acuérdate de

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Roma, llegaste a hacer una obra en italiano, de protagonista, sin saber más que las palabras que tenías que decir en la función… aún no sé cómo lo conseguiste… Al día siguiente un compañero te leyó la crítica elogiosa que te habían hecho en el periódico y no entendías ni una sola palabra. Aún la guardo, ¿sabes? No podía estar más orgullosa de ti, de lo que habías conseguido. Pero a ti te daba igual, lo único que querías era disfrutar el momento. ¿Cómo era aquella frase que decías? Ah sí, “queda mucho para mañana”. Estábamos tumbados en la cama, agotados, después de estar todo el día por ahí, de ir y venir sin rumbo por la ciudad, de perdernos por las calles hasta que se hacía de noche y alguien nos gritaba desde una ventana ¿“dove vai?”. Estábamos ahí derrengados sin apenas poder movernos y decías “queda mucho para mañana”. Cómo me gustaba oírtelo decir, era como si en cualquier momento pudiera suceder algo extraordinario. MARCOS: Estamos muy lejos de Roma, Ana. Muy lejos. Ruinas (Roma) Vs Nueva construcción (esta puta casa). Algo como…” Roma para nosotros ya es solo un montón de ruinas del pasado”. Lo cambiamos por este puto piso de nueva construcción.” ANA: Estamos lejos de todo. En mitad de la nada MARCOS: Todo se torció cuando vinimos a esta puta casa. en ese momento. ANA: Las cosas no se tuercen por una sola razón. MARCOS: Es posible, pero desde luego, esta celda no nos ayudó demasiado. ANA: Esperé mucho Marcos, te esperé todo lo posible, pero no quisiste. No sé por qué, nunca lo sabré. Pero sí sé que la responsabilidad no la tiene esta casa. MARCOS: Mira, Ana, dejémoslo. Sólo quería felicitarte el cumpleaños, no que me psicoanalizaras. Espero que disfrutes de la tarta y que cumplas muchos más. Ya tienes eso firmado (señala el sobre), ahora sólo nos queda vender el piso y podremos olvidarnos el uno del otro para siempre, que es lo que queremos, ¿no? Un par de bizcochos más y lo conseguimos. Ya lo verás. Marcos se levanta.

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ANA: Marcos. Marcos se vuelve. Ana levanta el sobre. ANA: Gracias. Ana le sonríe, una sonrisa llena de tristeza y amargura. Le cuesta contener las lágrimas. MARCOS: ¿Qué pasa? ANA: Nada… es que… ya no me quedan fuerzas… MARCOS: ¿Fuerzas? ¿Para qué? ANA: Para empezar. MARCOS: Empezar a qué. ANA: Ya tengo cuarenta años, Marcos, se supone que ya debía de estar en alguna parte, ¿no crees? MARCOS: Tienes un buen trabajo. Ganas dinero. ANA: Tengo un trabajo cualquiera, Marcos, en una empresa enorme en la que todos somos iguales, entramos todos a la vez cada mañana, nos sentamos en nuestras sillas y allí nos quedamos sentados ocho horas como maniquíes hasta que salimos todos también a la vez, nos montamos en el coche y… al día siguiente… lo mismo. MARCOS: Tú lo escogiste. ANA: Lo sé, yo me lo busqué, aunque sigo sin saber qué otras opciones había. Pero no es eso lo que me preocupa, la verdad. MARCOS: ¿Y qué es? ANA: Pues… ¿qué hay de todo lo demás? He renunciado a ser madre, pero no por convicción, sino porque lo he dejado pasar, poco a poco, como cuando ves que llega el autobús y no te apetece correr los metros que te faltan hasta la parada. Ya pasará otro, piensas. Pero… luego no pasa, porque era el último. Y el amor, estuve muy enamorada de ti, tanto que me dolía, es que me dolía el pecho y el estómago si no te veía, te lo juro… Joder, recuerdo que me molestaba que estuvieras dormido o en otra habitación, quería tenerte conmigo todo el tiempo, sin descanso, siempre, siempre… ¿Te acuerdas de los planes que hacíamos? Nos pasábamos el día haciendo planes de futuro… ¿sabes por qué? Porque no nos importaba que nunca se hicieran realidad, siempre preferimos las promesas…

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la realidad era lo de menos, la vida era eso, prometernos cosas que no íbamos a cumplir, no me di cuenta entonces, sólo ahora que todo está perdido, pero era exactamente eso, hacer planes juntos que sabíamos que no se iban a hacer realidad, ¿te das cuenta? Daba igual lo que pasara después, sólo había presente, luego la realidad es obstinada y rencorosa, en la realidad hay que madrugar o te duele una muela o en esa playa paradisíaca con la que soñabas te acribillan los insectos y hace un calor insoportable. Pero en nuestros planes, no, joder, en nuestros planes salías al escenario y el público acababa entregado a tus actuaciones y yo estaba en primera fila llorando de nervios y emoción, orgullosa y enamorada. En mis planes me ascendían en la empresa, en otra empresa que no existe, y conseguía cambiar el mundo desde mi departamento, el mundo que puede cambiar una licenciada en matemáticas, que no es mucho, pero algo es, porque siempre se puede hacer algo, incluso delante de un programa de computación o una puñetera tabla de Excel. En nuestros planes pasábamos los inviernos en Nueva York y los veranos en Australia haciendo surf y buceando, aunque ninguno de los dos sabemos ni nadar, ¡qué más daba! Eran planes de futuro, lo que íbamos a hacer, el lugar al que íbamos a dirigirnos… Y estaba Martín, claro, estaba ese niño rubio con pequitas, como tú cuando eras pequeño, ¿no? Porque según tú eras rubio y pecoso de niño… o Carlota, que se parecería a mí, porque así la soñamos, ¿te acuerdas? Y ya estaba, éramos nosotros, un par de cervezas en la terraza, cuánto echo de menos aquella terraza, si es que una vez estiré la mano y te juro, te juro que rocé una estrella, o puede que fuera un planeta, no sé, quizás fuera… ¿Venus? Creo que Venus es el planeta más cercano a la tierra, ¿no? Pues lo toqué, joder, toqué Venus que es el planeta que se puede tocar desde un ático de Malasaña… Me acuerdo de estar allí, en pleno verano, aquella brisa, y tú en la oscuridad, a mi lado…no te veía la cara, pero te escuchaba cantar aquella canción… ¿cuál era? Beneath the rose, ¿verdad? Sí, esa era… cómo la cantabas, qué bien cantabas, siempre te envidié por eso, incluso cuando cantabas allí, a oscuras, sólo para mí en la terraza te envidiaba… Nos fuimos a Roma y todo fue perfecto, estábamos tan llenos de energía… y cuando volvimos nuestra terraza nos estaba esperando, con Venus colgado de ella como una maceta más… Era increíble hacer

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planes juntos, Marcos, lo mejor que me ha pasado en la vida, pero de pronto… no sé qué pasó pero… se acabó, dejamos de hacerlos, nos dedicamos a otras cosas, a… no sé…, a ir a trabajar, a hacer la compra, a ver la televisión… tú te olvidaste de las pruebas, del cine… te rendiste, aunque digas que no, sabes que te rendiste y yo… yo me dejé llevar… salió lo de esta casa… una oferta inmejorable… un precio único… las mejores condiciones… esto no va a dejar de subir… aprovechad el momento… y de repente, ¿qué? ¿eh? Pues de repente habían pasado siete años y ya no teníamos nada que decirnos, no teníamos nadie con quien quedar, apenas teníamos dinero para pagar esta mierda de casa… y lo que es peor… ya nunca hacíamos planes… porque el futuro, nuestro futuro juntos… ya había dejado de existir… Por eso lloro, Marcos, porque sé que he fracasado y tú has fracasado también, los dos hemos fracasado, juntos y por separado, y ya no hay marcha atrás, ya no hay remedio, no hay solución… se acabó…, estamos ya lejos de aquella terraza, de aquellos días, lejos de Roma… Ana suspira. Marcos se queda mirándola. Se acerca. La abraza. Ella se deja hacer. De pronto, él comienza a cantarle la canción Beneath the rose y bailan pausadamente, apenas se percibe el movimiento, se aferran el uno al otro como si estuvieran al borde de un acantilado. Quizás lo estén, al fin y al cabo. Marcos termina de cantar, se separan. Ana se enjuga las lágrimas y sale.

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–5– Marcos está en la sala de estar Le llaman al teléfono móvil. MARCOS : ¿Sí? Soy yo… le recuerdo perfectamente… No, no lo digo por decir, me acuerdo de usted… ¿Por qué iba a mentirle? No, no me gusta mentir, tengo cosas mejores que hacer. Pues... cosas... no es asunto suyo. ¿Qué? ¿Quiere que se lo demuestre? No, no… si quiere se lo demuestro, no me cuesta nada, lo único que me molesta es que dude de mi palabra… No, no, ya ha dudado, así que ahora se lo voy a demostrar… Con mucho gusto, hombre, con mucho gusto… Uno ochenta, voz atiplada, pelo ondulado entrecano en las sienes, nariz aguileña, ligeramente torcida hacia la derecha, como su inclinación política probablemente, barba de tres días perfectamente recortada, una cicatriz en la mano izquierda, antigua, cerrada pero no olvidada, ojos claros, bonitos pero portadores de una mirada vacía, posiblemente miope… traje gris oscuro, zapatos limpios, estrechos y largos y alabeados, como góndolas, cierto aire de superioridad, quizás el aire del perfume, ¿Loewe puede ser?... Fumador o compañía habitual de fumadores, caminar afectado pero con cierta angustia en cada movimiento, quizás lleve algo en la espalda, algo que no se puede quitar… culpa, vergüenza, deudas… quién sabe… ¿Qué? Usted me lo ha pedido… Simplemente me fijo en los detalles, es mi trabajo… No, no soy relojero… no, tampoco soy detective… soy actor… Sí, actor, un actor ha de fijarse en los detalles, de hecho es lo único que importa, los detalles…No, no hago teatro no… ni cine… Bueno, ¿qué quería decirme? Ya… ya… lo siento pero no… imposible... No me importa cuál es el precio de mercado, cuál es la oferta, la demanda, el precio de equilibrio, Keynes y su puta madre. Lo único que me importa es el valor que tiene para mí… No, no voy a cambiar de opinión… Dígame… se lo agradezco… pasas y piñones., sí… no, no puedo dársela… es… un secreto familiar… Adiós… Marcos cuelga el teléfono. Ana entra en la sala de estar.

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ANA: Buenas noches. MARCOS: Cuánto tiempo. ANA: He estado ocupada. MARCOS: Ya. ANA: Has llevado a reparar el microondas. MARCOS: Sí, soy un hombre con mucho tiempo libre. ANA: No empieces, Marcos, por favor. MARCOS: No, si ya he terminado. ANA: ¿Qué le pasaba? MARCOS: Se había soltado un cable. Un cable interno. ANA: Te lo dije. MARCOS: Eres muy lista, Ana, muy lista. La verdad es que eso nunca lo he dudado. ANA: Vas por ahí hecho un… MARCOS: Payaso. ANA: ¿Has tenido cumpleaños? MARCOS: No. ANA: ¿Y por qué te has puesto eso? MARCOS: Una fiesta de jubilación. ANA: ¿Ahora quieren a payasos en las fiestas de jubilación? MARCOS: Ya sabes cómo son las empresas. Hacen hasta cursos de “Merchandising oloroso”. ANA: ¿Y qué tal? MARCOS: Pues no muy bien. ANA: ¿Te ha pasado algo? MARCOS: No, a mí no… ha sido… al homenajeado. ANA: ¿No le ha gustado? MARCOS: Le sorprendió un poco todo el show, pero parecía contento… hasta que hizo crack. ANA: ¿Se cayó? MARCOS: Ajá. ANA: ¿La cadera? MARCOS: Infarto. ANA: ¿Un infarto? ¿En su fiesta de jubilación? Eso sí que es mala suerte. MARCOS: Le llamaron desde el escenario para recoger un detalle que le querían regalar. El caso es que cuando estaba subiendo las escaleras de pronto se quedó parado y… se desplomó. ANA: Dios mío…

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MARCOS: Sí, ver para creer… Además, con el lío, me fui sin cobrar… Un desastre… ANA: ¿Te han dicho algo más? MARCOS: Que me harán una transferencia. ANA: ¡Del hombre! MARCOS: Ah, el hombre… Parece ser que estaba estable dentro de la gravedad. Es decir, morirá en un par de días. ANA: Pobre hombre, ahora que podía empezar a disfrutar. MARCOS: Según creo llevaba disfrutando treinta años, por lo que se rumoreaba no daba un palo al agua. En fin, espero que a ti te haya ido mejor el día. ANA: Vengo del banco. MARCOS: Planazo. ANA: Marcos, tenemos que hablar. MARCOS: ¿Vas a dejarme? Se ríe. Ella no. ANA: Hemos vendido el piso. Marcos no responde ANA: ¿No dices nada? Marcos sigue sin responder. Era lo que queríamos, ¿no? MARCOS: Supongo que sí… ANA: ¿Supones? MARCOS: Sí, supongo… ANA : ¿Te sorprende? (Marcos no responde). Marcos, sé que has estado rechazando visitas al piso las últimas semanas. Y tratando a las visitas de forma, digamos que…poco correcta. Ha habido quejas. Varias. Hace un par de días me llamaron de la agencia para preguntarme si pasaba algo. Lo sé todo. Pero bueno, imagino que ahora eso…da igual. Al final, he aceptado la oferta del banco. MARCOS: ¿Del banco?. ANA: Ofrecen lo que pedíamos. Se están quedando con todo el edificio. MARCOS: Los buitres... claro, quiénes si no. Seguían ahí. Esperando... ¿Se lo vamos a dar a ellos? ANA: Es la cantidad que acordamos.

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MARCOS: Ya, pero/ ANA: Podrás empezar de nuevo. En otra parte. No tendrás que volver a casa de tus padres. MARCOS : No iba a ir de todas maneras. ANA: Lo sé. MARCOS: ¿Y tú? Ana no responde. MARCOS: ¿Sigues viéndole? ANA: Marcos… por favor… MARCOS: Está bien, está bien… pero prométeme que no es un gilipollas como el tal Gustavo. ANA: Gonzalo. MARCOS: Eso. ANA: Tendrás que estar el jueves en el notario para la firma. Yo iré con mi abogada, por si quieres llevar al tuyo. MARCOS (señala la mesa que está dispuesta para cenar): ¿Cenamos? ANA: Marcos... por favor. Te he dicho que/ MARCOS: Te he oído. Pausa. MARCOS: Es Pizza. No es la de Di Barbieri en Via Palatina, pero no está mal. Además de hacer castings, también aprendí a cocinar la pasta y la pizza... ANA: Ya he cenado. MARCOS: Oh, qué lástima. Entonces tal vez te apetezca dar un paseo. Podemos ir por el río. ANA: ¿Qué río? Esto es un solar… un solar eterno. MARCOS: Pero qué dices, ven, asómate. Ana no se mueve. MARCOS: Ven, mujer... acércate. Ana se acerca a la ventana. MARCOS: ¿Lo ves? ANA: No veo más que tierra seca. -44-


MARCOS: Eso es que no te has fijado bien... Mira ahí, ¿lo ves? Ese de ahí es el Ponte Palatino... vamos, crucémoslo, me gusta atravesar el Tíber, es como recorrer la historia, el mismo lugar, pero distinta agua siempre. Fíjate, ha bajado ya la gente a ver la puesta de sol, ya sabes lo que dicen, cuando anochece en Roma se apaga el mundo. Cógete una chaqueta que ya sabes que cerca del río a esta hora refresca … Vamos a dar un paseo juntos, o mejor, cojamos la Vespa de Pippo, tengo aquí las llaves, seguro que está… ya sabes... a lo suyo... recorramos los Lungotiveri … que nos dé la brisa del otoño de Roma en la cara… Y luego callejearemos por las piazzas y las stradas, nos subiremos a las aceras, doblaremos las esquinas, nos besaremos en las iglesias, por qué no, recogeremos monedas del fondo de las fuentes y juntos echaremos a las palomas de las estatuas y quemaremos los mapas de los turistas. Vamos, Ana, llegará la noche pero las piedras de Roma guardarán el calor del día, como una madre. Porque es nuestra madre, nuestra ciudad, nuestro tiempo. Somos nosotros, Ana. Tú y yo. En Roma. Venga, que se hace tarde, que se nos va el tiempo. Que llega la noche ¿A qué esperas? Marcos abre la puerta. Ana sonríe, niega con la cabeza. Marcos sale… MARCOS: ¡Andiamo! Aún queda mucho hasta mañana. Oscuro FIN

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DONDE NOS LLEVE LA MAREA Autor: ANA GARCÍA

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ANA GARCÍA

Ana García estudió Periodismo en la Universidad Pontificia de Salamanca, su ciudad natal, aunque reside y trabaja en Canarias desde 1998. Ejerció como periodista en Lanzarote desde 1998 hasta 2004, cuando comenzó su labor docente como profesora de Secundaria de Lengua castellana y Literatura, profesión a la que se dedica desde entonces. En la actualidad, ha vuelto a impartir clases en el IES José Arencibia Gil, en Gran Canaria, después de vivir dos años de aventura en Fort Worth, Texas, Estados Unidos. Ha obtenido en el año 2020 el segundo premio en el XV Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena”, Valencia, con su obra Donde nos lleve la marea. Además, en 2017 fue galardonada con el Premio de Relato Corto “Isaac de Vega” con una colección de narraciones breves recopiladas bajo el título Deshojando la margarita, que fue publicado en 2018. En 2014 ganó el XVIII Certamen Internacional de Narrativa María de Maeztu (Estella, Pamplona) con el relato ¿Estás grabando? Como escritora de guiones cinematográficos, obtuvo una mención especial al guión por el contenido social del cortometraje “Y tú, ¿qué harías?” en el Festival de Cortometrajes de Madrid en el año 2003.

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PERSONAJES (por orden de aparición) GHIZLANE BEN ALI: musulmana residente en Calais. ROBERTA GONZÁLEZ: colombiana afincada en Madrid. PURIFICACIÓN GARCÍA: exiliada española en Francia. EDWINA FRIEDMAN: jubilada alemana de Dresde. AMINA HAMUDI: saharaui criada en Canarias.

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INSTRUCCIONES PANORÁMICAS La obra se divide en cinco cuadros cada uno de ellos protagonizado por un personaje femenino distinto, que presenta su cuadro como un monólogo. En principio, se trata de cinco relatos independientes aunque todos tienen un mismo hilo conductor: la marea nos va llevando dando tumbos por el mundo. Para acentuar este hilo conductor se escuchará el sonido del mar entre cuadros con ciertos matices (mar en calma, oleaje, chapoteo y motores, gaviotas, etc.) e, incluso, se proyectarán imágenes. El escenario está prácticamente vacío, en negro, pero tiene en distintos planos, a distintas alturas y con distintos tamaños, telones que servirán de pantallas en los que en diferentes momentos de la acción se proyectarán imágenes (algunas veces, emulando primeros planos de lo que sucede en el escenario; otras, evocando recuerdos u otros pensamientos que cruzan la mente de los personajes).

CUADRO I Con el escenario a oscuras comienza a escucharse el sonido de un mar en calma. A los pocos segundos, el sonido baja y se enciende un punto de luz a la derecha del escenario. A luz de una lámpara, una mujer joven, con pantalones vaqueros y un alegre hijab estampado está sentada en un cómodo sillón a la derecha del escenario. Tiene los pies recogidos sobre el sillón y lee noticias en un Ipad mientras farfulla protestas incomprensibles. Una de las pantallas del escenario proyecta la imagen de la pantalla del Ipad y cambia de imagen a la vez que la joven mueve su mano. Son noticias sobre refugiados, la Jungla de Calais, su desmantelamiento y el paso ilegal a través del Canal de La Mancha.

GHIZLANE: (Murmurando para sí misma, con un fuerte acento francés) Desmantelamiento… ¡Ja! Que vengan y vean todo lo que han desmantelado… La Jungla sigue ahí. Que nos lo digan a nosotros, que tenemos que convivir cada día con esa -50-


vergüenza… Pues, claro que los camioneros tienen miedo. Es un peligro. ¡Un horror! …Refugiados, refugiados, refugiados; jungla, jungla, jungla… No se habla de otra cosa. (Suelta el Ipad de golpe, por lo que se apaga la proyección, y se levanta, nerviosa, visiblemente irritada). ¡Malditos periodistas! ¡Malditos todos ellos! ¡Raza de buitres carroñeros! No se imaginan el daño que hacen con sus “articulitos y vuelven” a meter el dedo en la llaga, haciendo sangrar la herida una y otra vez, una y otra vez… Vienen unos días, se quedan en un hotel del centro de Calais, ¡qué bonita ciudad!, ¡qué curiosa su historia!, pero ¡qué viento! Y todos les recibimos esperando de ellos el final de todos nuestros problemas, la gran solución. (Con ironía). Véngase por aquí, señor periodista, le invitamos a un vino muscadet, señor periodista. ¿Conoce el café Minck, señor periodista? Mire, mire, qué curioso, aquí, al entrar, se saluda a todo el mundo, aunque no se conozca a nadie. (Termina la burla y se pone seria, incluso con un deje de amargura en la voz). Pero eso solo en el café Minck. Fuera de él, hay dos ciudades, dos mundos paralelos y enfrentados, dos bandos. ¿Promigrantes o antimigrantes? ¿En contra o a favor? ¿Con nosotros o contra nosotros? Es una verdadera guerra civil, una guerra fraticida, pero una guerra fría, helada. No hay misiles apuntando a nuestras casas, pero sí dedos acusadores, dedos que hieren, que machacan, que hacen daño, que mutilan sentimientos... Lo que pasa es que esos periodistas no lo ven, traen puestas las orejeras del prejuicio y ven una sola sociedad que tiene una única respuesta. Pero no, señor periodista, no. No puede juzgarnos antes de sentir lo mismo que quienes vivimos aquí cada día. ¿Qué sabe usted? (Habla con rabia dirigiéndose al Ipad abandonado sobre el sillón. Vuelve a la ironía) ¡Ah! Que le han llevado de excursión a la Jungla y por eso se cree con derecho a contar cómo es aquello. Pues no, señor, lo siento, pero no. Aquel infierno no puede despacharse con un par de párrafos y un par de fotos. Para describir un mínimo ese horror (Comienzan a proyectarse en otra de las pantallas más grandes imágenes de refugiados de Calais, entrecortadas, sobrepuestas, como recuerdos desordenados) hay que oler el tufo a podredumbre humana que destapa el viento cuando sopla del norte; hay que -51-


despertarse sobresaltada en mitad de la noche con los gritos desgarradores de algún insensato cuya piel se ha quedado colgada, a jirones, en los alambres del muro; hay que conducir con un nudo en la garganta, aterrada con la idea de atropellar a algún desesperado que se cruce en tu camino... Sí, hace falta por lo menos haber hecho algo más que darse un paseíto entre las chabolas de la Jungla con la cámara colgada al hombro, como un turista por el centro de París. Hace falta haber consolado a alguna mujer que haya pasado una noche allí, sola, perdiendo en cada sombra la poca dignidad que conservara, perdiendo en cada ataque la fe en los hombres, en Alá, en el mundo y en la Humanidad. (Acalorada, comienza a quitarse el velo con rabia) Hace falta haber curado, en un miserable hospital de campaña, los desgarros del atropello de un camión que aceleró para evitar que alguien pudiera encaramarse a sus bajos para cruzar. Hace falta haber visto las miradas inocentes de todos esos niños cuyas fotos circulan por toda la ciudad mientras sus madres preguntan, incansable pero inútilmente, por su paradero. No. Si has sentido lo que yo he sentido, lo que hemos sentido todos los habitantes de Caláis y de tantas otras ciudades con campamentos de refugiados, si lo has sentido alguna vez, no podrás resumirlo en un titular certero y eficaz. No, no podrás desprenderlo ya jamás de tu piel, formara parte de ti. Para siempre. (Cae rendida en el sillón. Acaba repentinamente la proyección de imágenes y hay unos segundos de absoluto silencio y quietud palpitante. Hasta que suena un timbre, sobresaltándola. Se levanta vacilante). ¿Quién será? A estas horas… Es raro pero quizá algún refugiado despistado… Creo que no voy a abrir, ahora mismo no me encuentro con fuerzas. Estoy tan cansada… Aunque puede que alguien necesite algo urgente. Tendré que echar un vistazo. (Se dirige caminando hacia un extremo del escenario, mientras se pone el velo precipitadamente). Si solo vienen a pedir comida, les daré algo rápidamente y ya está. Además, puede ser algo grave... No puedo mirar hacia otro lado. (Sale del escenario y se enciende la pantalla pequeña con la imagen de una mirilla: tras la puerta se ve esperando a dos personas que, por su apariencia y las cámaras que portan, son reporteros).¡Periodistas! ¡Eso sí que no! (La mirilla se vuelve a cerrar, la pantalla se apaga, y -52-


Ghizlane vuelve a entrar en el escenario a los pocos segundos, con la indignación trepándole por la garganta). Ahí os quedáis, a la puerta. No tengo ganas de que me vuelvan a juzgar. Una vez más. No tengo ganas de ser el mono de feria de nadie. Desde que publicaron aquel artículo mi hogar se ha convertido en una atracción turística, en un centro de peregrinación: la “casa de las persianas”. Ese periodista… yo le abrí mi puerta, le abrí mi corazón y él... no entendió. Escuchó a quienes hablan de miedo y de odio, permitió que llenaran su mente de palabras rencorosas y amedrentadas y, sin buscarlo, dejó que sembraran dudas sobre mi casa. ¿Por qué tiene las persianas cerradas siempre? Fue lo que escupieron las vecinas, que convirtieron mis persianas en los muros que ellas desean para alejar nuestras casas de la realidad. No encontraron ninguna otra tacha, ningún otro fallo. Pero lo que les duele no son mis persianas cerradas, no. Con eso sí están de acuerdo. Lo que les molesta son los refugiados sentados a la puerta de mi casa para captar la wifi, y que llamen a mi puerta con confianza, y que esperen a que llegue de la compra para ayudarme con las bolsas y les de algo, un poco de pan, unos huevos… Eso es lo que les molesta, les molestan “ellos”. Quieren que claudique, que odie, que no ayude. Como intentaron hacer con aquella mujer que les ponía a los refugiados enchufes para los móviles en su patio. Como intentan con los de Médicos sin Fronteras cuando buscan un lugar donde cobijar a los niños. O como aquella vez que quemaron toneladas de mantas y botas donadas para el campamento. Pero no claudicaremos, no porque seamos mejores personas, sino porque somos capaces de vernos reflejados en el otro. Si una vez les abres la puerta, ves el sufrimiento en el pozo de sus ojos y escuchas las terribles historias que les empujaron hasta aquí, ya no puedes dar marcha atrás y mirar hacia otro lado. Ya estás obligada… (Un llanto de bebé la interrumpe repentinamente. Ghizlane se vuelve y va acercándose al fondo del escenario, al tiempo que una luz tenue va incorporando a la escena una cuna infantil y comienza a proyectarse en la pantalla la imagen del bebé llorando). ¡Lamya! ¡Oh, mi pobre bebé! Cariño, te despertaron. (Ya inclinada sobre la cuna, de espaldas al público, mientras en la -53-


pantalla se ven imágenes de la mano de Ghizlane acariciando al bebé y de este, dejando de llorar para recibir, alborozado, a su madre, que le habla entre mimos). ¡Hola, bonita! ¿Qué tal esa siestita? ¿Ya descansó, mi niñita? ¡Amina, preciosa! ¡Hijita mía! Sí, bonita, claro que sí, que ya te cojo. Ven, mi vida. (Cuando el bebé y las manos salen de cuadro se apaga la pantalla y Ghizlane se da la vuelta con el bebé envuelto entre mantas en brazos) Ya está, cariño, ya. Así, cielo, no llores tú. Ea, ea, ea… Pobrecita, que ni sabes cuándo es de día ni cuándo es de noche; vivimos aquí en esta oscuridad, siempre escondidas. Porque sí, es verdad, desde que naciste tengo miedo. Si eso es lo que querían oír, tendré que salir un día y gritarlo fuerte: ¡tengo miedo! Miedo a que te ocurra algo, miedo a que seas testigo de tanto dolor y de tanta maldad, miedo a perderte entre tantos niños perdidos, miedo a que salgas y a que tengas que quedarte encerrada… ¡Ay, Lamya! Claro que siento miedo, ¡pánico! Quizá hasta ahora no fuera tan consciente pero ahora lo sé y este miedo a veces me paraliza, me avergüenza y me escandaliza. Porque no quiero sentirlo. No quiero tener miedo de mujeres como yo que llevan a sus bebés en brazos, de hombres que huyen de la guerra, de niños que pasan hambre a la puerta de mi casa. A veces pienso en por qué nos ha tocado a nosotras vivir a las puertas del infierno; entonces una voz indignada trepa por mi interior para gritarme que lo injusto es que a ellos les haya tocado “vivir” ese infierno. No, no quiero tener miedo, sé que es injusto. Sin embargo, a veces, no puedo evitarlo. Pero lo intento, intento evitar el miedo con todas mis fuerzas, escapo de él, me zafo, me escabullo, me enfrento a él, le planto cara. Me niego a sentir miedo de estas personas. Y tú me ayudas. Por ti empecé a sentir este miedo irracional –solo una madre sabe que nos convertimos en leonas protegiendo a nuestros cachorros. Pero también por ti lo desprecio. Porque no quiero que, cuando crezcas, llegue un día en que tú también me preguntes por qué están las persianas cerradas y yo tenga que responderte algo de lo que te avergüences. Por eso, cada día, (caminando hacia un lateral del escenario con el bulto del bebé en brazos) haciendo un esfuerzo, sí, con el alma en un puño porque te llevo en brazos, sí, -eres tan frágil-, cada día cuando te despiertas, te llevo a la ventana y abrimos -54-


juntas la persiana. (Ghizlane hace un gesto con la mano derecha mientras sostiene el bebé con el brazo izquierdo y comienza a iluminarse por franjas la zona del escenario donde se encuentran ellas y el sillón, hacia donde se dirige al acabar). Que entre la luz, aunque entren también los problemas –al fin y al cabo no desaparecerán porque les demos la espalda-; que entre el sol y se vayan la oscuridad y las sospechas; que entre la esperanza, aunque hasta aquí solo lleguen almas desesperadas; que entre la vida, aunque no siempre sea como a nosotras nos gustaría. Ghizlane se siente con el bebé en brazos, arrullándolo, mientras le habla suavemente, a la luz listada que entra por la persiana abierta. Permanecen unos segundos así y, después, vuelve la oscuridad.

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CUADRO II

En completa oscuridad escuchamos el mar. Después se enciende la pantalla pequeña con imágenes de oleaje. El cuadro se abre hasta englobar un televisor y comienzan a verse noticias sobre inmigración en el mar. En unos segundos se enciende la pantalla grande y se ve a un anciano sentado en una silla de ruedas de espaldas. Parece ver el televisor de la otra pantalla; el volumen está alto. Entra en escena Roberta, una joven morena con facciones hispanoamericanas y acento colombiano; va vestida con ropa cómoda, zapatillas y un delantal gracioso. Se acerca a la pantalla grande comprobando algo, coge un mando a distancia que está sobre una pequeña mesita cercana y, dirigiéndolo hacia la pantalla pequeña, baja el volumen. ROBERTA: ¡Listo! Ya se durmió, ya podemos bajar el volumen. Para el caso que le hace a la tele… Ahora que para dormir le viene genial. Luego no le vendrá el sueño esta noche. Me dirá: “No pego ojo. Esto de ser viejo es un asco. No sabes la suerte que tienes de dormir bien, Roberta”. O Robertita, como me dice ahora. ¡Tan cariñoso el pobre! Pero lo que tiene es cambiado el sueño, como los bebés llorones. (Suspira y se dirige hacia una tabla de planchar que le espera al otro lado del escenario. Se pone a planchar mientras continúa pensando en voz alta) ¡Ay, don Sebas! Si yo me echara estas siestas, tampoco dormiría bien por la noche. Pero anda que no tengo aquí plancha esperando. Porque, eso sí, cada día, una camisa. Un señor es un señor y por estar mayor no va a dejar las costumbres de toda una vida. Y don Sebas ha tenido que ser un señor siempre. Se le notan las maneras. No todos los abuelitos son así de educados y de respetuosos. En eso sí que he tenido suerte, tengo que reconocerlo. Don Ignacio, sin ir más lejos. El señor lo quiere mucho y se ríe con él, no digo que no. Se conocen desde hace siglos. Pero hay que tener narices para aguantarlo. ¡Así lleva de chicas! Yo ya le he dicho que no le recomiendo ni a una más. Luego me deja a mí mal. ¡Pero si a la última intentó -56-


darle un pellizco en el trasero! Vale que a veces no domina sus instintos porque tiene la cabeza regular pero, claro, la pobre chica no sabía cómo reaccionar. ¿Y don Sebas? Se moría de risa, el bandido. Hay que ser bribón. Sin embargo, a él nunca se le pasaría por la cabeza nada parecido. Al contrario, ¡si es como un padre! O un abuelete. ¡El pobre! ¡Como casi no le vienen a ver los nietos! Entre el trabajo de los padres, el baloncesto de los hijos, el inglés y los fines de semana, los partidos… no paran. Ni tiempo para venir a ver al viejito tienen. Y luego este tráfico infernal, que cuando quieres enterarte tienes que darte la vuelta porque ya no llegas. Esto no es vida. A ellos les faltan los minutos y a este hombre le sobran las horas. ¡Una pena! Luego dicen en la agencia que no nos encariñemos… ¡Cómo no les vamos a tener afecto si, a veces -¡tantas veces!- nosotras somos lo único que tienen los pobres! Y ellos también nos cogen cariño, eh. “Mi Robertita”, le dijo el otro día a don Ignacio el señor, “mi Robertita”. Ja, ja. ¡Qué gracioso! El otro, que es un pellejudo, quería ya meterme en el saco de las que hacen la calle. Don Sebas le había dicho que yo, antes, trabajaba ilegal porque no tenía papeles y don Ignacio preguntó: “¿En una barra americana?”. “¡Qué americana ni qué ocho cuartos?”, don Sebas estaba indignado. “¡Como es tan guapa…!”. “También es guapa la hija de usted y nunca ha sido fulana. Pues mi Robertita igual, no te jode…”. Ja, ja, ja… ¡Mira que se pone bruto cuando quiere, don Sebas. Ahora que don Ignacio se merece eso y más. ¡Qué hombre más necio! Yo no sé quién le meterá esas cosas en la cabeza al pobre, pero mira qué es borrico. Parece que no ha salido nunca de Madrid. Todo el que no es de su color o de su religión ya es puta o terrorista. ¡Si se hubiera dado una vueltita por ahí…! ¡Anda que no hay colores y religiones! ¡Y putas! ¡De todos los colores, además! ¡Hasta blancas, fíjese, don Ignacio! Dice el señor que son los hijos los que le vuelven loco con esas cosas de los inmigrantes, que por eso no nos mira bien. ¡Qué le habremos hecho nosotras a los hijos, si no encuentran ninguna española que aguante las maneras de su padre! Pero, por lo visto, tiene un montón de hijos que se quejan de los panchitos, dicen que en Colombia solo hay delincuentes y

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que los indios deberían quedarse en América. Pobre gente. ¿De qué tendrán tanto miedo? Y luego él, que como se le va la cabeza se ha vuelto un poco degenerado. Será lo que le dice don Sebas, que, después de toda una vida reprimido, ahora está dando rienda suelta a sus instintos. Pero si le grita a las chicas por la calle, que las cuidadoras esquivan la salida del metro para que no las avergüence… A mí don Sebas, sin embargo, nunca me deja mal. Todo lo contrario. Es un caballero y se lo puedo presentar a quien sea, conversa con todo el mundo. Se muestra educado y correcto en todo momento, se interesa por la situación de nuestros países pero sin dar por sentado que es una república bananera. Tiene la mente abierta el viejito. Ojalá todos fuéramos así. Le encanta que le cuente de Colombia, de cómo es Medellín, de cómo es la gente… Un día me pregunta por las universidades y otro, por el teatro. O por las fiestas. Entiende que allí también hay de todo, también mucho malo. Desgraciadamente. Sí, también me pregunta por la falta de seguridad. Y yo le digo que es verdad, que hay barrios donde la vida no vale nada, lugares donde cada noche se escuchan disparos y no se puede salir en cuanto cae el sol, gente a la que han secuestrado en más de una ocasión. A él sí, a él sí se le puede explicar todo. Porque escucha. Lo bueno y lo malo, no se queda solo con lo malo y se desentiende de lo demás. Sí, tengo mucha suerte. Solo me falta la nena. En cuanto ella también pueda venirse para acá mi vida estará completa. No me importará nada no poder ejercer aquí de enfermera. ¿No lo hago ya con los viejitos? No, eso no me hace falta. Con un trabajo digno y poco dinero me doy por satisfecha. Pero la niña… la niña me la tengo que traer. No sé ni cómo he podido aguantar todo este tiempo sin ella. (Suspira despacio y se lleva la mano al pecho) A veces siento que me falta el aire; otras, siento como un vacío aquí dentro… (Casi sollozando) ¡Mi niña chica! Que la dejé con seis añitos y ya va a cumplir los nueve. ¡Nueve! ¡Dios mío! Si eso para un niño es toda una vida… Cuando llegue no me va a conocer. ¿Y yo? ¿Reconocerá a mi niñita en esta chica que me sonríe cada semana en el Skype? ¡Tengo tantas ganas de abrazarla! De que vuelva a meterse en mi cama por la mañana y cogerle sus manitas, tan delgaditas, tan pequeñas… Y acariciar su -58-


cara y comérmela a besos. Y que su pelo me haga cosquillas en el cuello. Y despertarme con su sonrisa. ¡Ay, Dios! Ya queda menos; esta vez creo que sí lo vamos a conseguir. Gracias también a don Sebas, que me ayudó con los papeles. ¡Le debo tanto a este hombre! (El anciano que está en la imagen de la pantalla grande se mueve y Roberta da un respingo y va acercándose, solícita) ¡Huy, don Sebas! Justo estaba pensando en usted ahorita mismo, mientras planchaba, de lo mucho que me ayudó con los papeles y todo eso. ¿Descansó? Ah, ya, ya. Ya sé que no estaba dormido del todo, solo echando una cabezadita. Han sido unos minutos, no más. ¿Le apago la tele, verdad? Claro, ahora ya que se despertó mejor la apagamos, que si no le entra dolor de cabeza. ¡Tiene gracia! Usted quiere la televisión para no verla, ¿se da cuenta? Ja, ja. (Ríe mientras coge el mando a distancia y apaga el televisor de la pantalla pequeña). Ay, ay, que se me ahoga, tome un poquito de agua, no se vaya usted a añusgar. Es que me pongo a hacerlo reír cuando acaba de despertar, con la garganta seca… (De espaldas al público, le acerca un vaso de agua que hay también en la mesita a la imagen del anciano de la pantalla grande y se enciende la pantalla pequeña con un primer plano de un anciano con ojos sonrientes bebiendo un vaso de agua). Así, mejor, mucho mejor. Ya la próxima vez primero le doy el agua y luego hago el chiste. No vayamos a tener un disgusto, ¿verdad, don Sebas? Si no quiere más, sigo a mi tarea, que ya me falta poco. Así, cuando termine, podemos salir a dar un paseo, si le apetece. Como al final su hijo Antonio no venía… Y parece que se ha quedado una buena tarde; podemos aprovechar. Total, no ganamos nada quedándonos aquí en casa enfurruñados. (En la pantalla pequeña vuelve a aparecer el primer plano del anciano, pero esta vez se está limpiando los ojos con un pañuelo de tela. Parece que llora. Roberta hace un amago de acercarse pero no se atreve) ¿Don Sebas? ¿Se encuentra bien? Ah, algo en los ojos… Ya. Perdone que sea tan bruta; a veces, no sé dónde tengo la cabeza. Y, no se preocupe, don Sebas: seguro que vienen otro día. Ya sé que le hacía ilusión que trajera a los niños para celebrar el santo. Pero lo podemos celebrar otro día que no tengan partido. ¡Qué más da! El caso es celebrarlo, ¿no? Y no llore, por Dios, que me parte el alma. Le veo y me acuerdo

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de mi mamá, que ahora tiene que ocuparse de la nieta todo el día hasta que llegue el día en que me la traiga y no la vuelva a ver. Sí que tiene usted un poquito de razón cuando dice que vivimos en un mundo de mierda. Unos porque no quieren, otros porque no pueden… al final, estamos los dos solos. Es difícil saber quién está peor. Ya, usted dice que preferiría tenerlos lejos pero con ganas de verle; pero yo daría lo que fuera por tener a mi niña tan cerca que solo me hicieran falta ganas para verla. ¡Qué injusto es el mundo! Da pan al que no tiene dientes. (Suspira hondamente y coge fuerzas para animar al anciano). Ahorita mismo usted y yo nos vamos a la calle, a pasear un rato por este mundo injusto y mierda que tenemos. ¿Le parece? (Se quita el delantal y lo deja sobre la tabla de planchar y se acerca a la pantalla grande, que se apaga al tiempo que Roberta sale de detrás empujando una silla de ruedas con un anciano). Claro que sí, vamos un ratito a pasear por el parque a ver jugar a los niños –aunque sean los de otros y no los nuestros, los niños siempre son alegres-; y, si no, vamos por la cafetería donde para don Ignacio. Ahora que si vamos a ver a ese hombre, mejor me abrocho la blusa hasta arriba (Se abrocha el último botón del cuello mientras ríe). Mucho mejor así, una risa siempre espanta el mal. ¡Y tenemos tanto mal que espantar entre los dos! Al final nunca sabemos de qué lado del espejo estamos, nunca sabemos dónde nos acaba llevando la marea. Roberta sale del escenario empujando la silla de ruedas, mientras vuelven las imágenes y el sonido de oleaje en el mar.

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CUADRO III

Con el escenario en completa oscuridad comienza a escucharse el oleaje calmado del mar. Una pantalla de las grandes empieza a proyectar unas imágenes antiguas del mar en una playa desolada. Habrá una voz en off en francés mientras en una pantalla pequeña se van creando los subtítulos en español de esa voz. Una pantalla más proyectará imágenes antiguas de recuerdo en los momentos que se indican. Cesa el ruido y las imágenes del mar. OFF: (En francés, con tono autoritario) ¡Siguiente! Entra en escena una mujer joven, extremadamente delgada y con surcos de tristeza en la expresión de la cara. Va vestida de harapos y lleva el pelo corto y desgreñado. Lleva colgando una especie de hatillo, envuelto con una manta vieja, que deja en el centro del escenario a su lado. Está asustada, mirando hacia todas partes, como perdida. Cuando vuelve a hablar la voz en off, queda mirando hacia el público, hacia el lugar del que parece proceder aquella voz que la intimida. OFF: Está usted ante un comité de clasificación para inventariar a los refugiados según su categoría profesional. ¡Nombre! PURA: Je m’apelle Purificación García, monsieur. Pero casi todos me llaman Pura. OFF: El Gobierno de la República francesa ha decretado por ley el trabajo obligatorio para todos los refugiados. ¿Quieres volver a España? PURA: (Repentinamente emocionada) ¿Volver a España? Claro que quiero, monsieur. Eso es lo que queremos todos desde el primer día. Pero ¿a qué España volveríamos? A una España asesina que solo espera nuestro regreso para seguir encharcando de sangre esa tierra que tanto echamos de menos. No, monsieur, no puedo volver a España. Todavía no. Los militares

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que se alzaron contra la República siguen sedientos de muerte. Y la prisión sería lo más benévolo que me ocurriría si llegara a poner los pies de vuelta en Cataluña. Así que no puedo volver, a pesar de que el corazón me salta en el pecho cuando le oigo pronunciar el nombre de mi patria. OFF: ¿Cómo llegó a la República francesa? PURA: (Sorprendida) ¿Cómo llegué? Como todos, supongo: caminando. Nos dejamos la piel cruzando los Pirineos. Yo era de un pueblecito pequeño cercano a la Jonquera y, después de que cayó Barcelona, comenzó por allí a manar un auténtico río de republicanos que huían de las tropas rebeldes. Allí en el pueblo poco sabíamos de la guerra pero oímos hablar de los ametrallamientos de civiles en el matadero del Llobregat y decían que Francia había abierto los pasos fronterizos. Así que cogimos maletas, fardos y mantas y nos echamos a los caminos, con los demás. (Mientras comienza su relato, una o dos pantallas proyectan imágenes antiguas con sus recuerdos). Todo el pueblo se unió a las columnas de huidos: mujeres, niños, ancianos, heridos… Pasamos toda la noche caminando. A cada tanto pasaban aviones disparando; nos echábamos a la cuneta y rezábamos. Rezábamos para no ser nosotros, para que fuera otro. Muchos no se levantaron más, otros lanzaban alaridos que desgarraban la noche. Yo tuve suerte. Solo perdí mi maleta. Fueron muchas horas caminando y no podía más. Además de cargar con lo mío, tenía que ayudar al hijo de unos vecinos. Había perdido una pierna en un bombardeo y sus padres ya cargaban con los más pequeños de la familia. Alguien tenía que vigilar que no apoyara la muleta en los charcos de hielo. Al final, la maleta quedó atrás. Esto es todo lo que tengo desde entonces y ha sido un invierno frío. OFF: ¿En qué campo de alojamiento fue acogida? PURA: ¿Alojamiento? Bueno, llegamos a Argelés-sur-Mer pero allí no había alojamiento ni acogida ninguna para nosotros, se lo aseguro, monsieur. Solo una playa húmeda y fría cercada de alambradas. Cavamos hoyos en la arena para intentar protegernos del frío. Lo único que recibimos de los gendarmes que nos vigilaban fueron unos panes redondos que salvaron la vida a más de uno. Sin embargo, no eran suficientes. Los tiraban al azar sobre las alambradas y las mujeres y los niños, si no -62-


teníamos un hombre cerca que velara por nosotros, nunca los alcanzábamos. En pocas horas habíamos dejado de ser amables vecinos para convertirnos en bestias hambrientas capaces de dar una dentellada por un mendrugo de pan. Aquella playa… (Vuelven las imágenes de la playa del inicio del cuadro pero esta vez se amplía el encuadre para dejar al descubierto una playa llena de refugiados) Yo nunca había visto el mar y ojalá hubiese muerto sin verlo jamás. Para mí esa inmensidad azul estará siempre vinculada a la muerte, al hambre, al frío y al horror. Los poetas hablan de la belleza del mar pero no han sentido nunca tanta sed como para tener que beber su agua salada y casi morir en el intento por sobrevivir. Cada ola traía el nombre del siguiente que quedaría enterrado en aquel desierto arenal. La marea va y viene, como nuestro destino. OFF: Ahora está internada en Barcarès. ¿A qué se dedica? PURA: El campo de internamiento de Barcarès es otra cosa. Sigue estando en la playa pero al menos hay barracas de madera para cobijarnos. Casi no cabemos porque hay el triple de refugiados de su capacidad. Pero dicen que aquel río evacuó a casi medio millón de personas y esa cantidad tiene que ser difícil de atender. Aquí la vida es dura pero no hay tantas muertes. Hay días que incluso no se produce ninguna. Además, llevamos una vida medianamente digna. Casi como personas. Pasamos hambre, sí, pero hemos vuelto a organizarnos y… a respetarnos. Yo, que era la maestra del pueblo, he vuelto a dedicarme a mis niños. A los que quedan, claro. No fueron muchos los que sobrevivieron al camino y a Argelés pero los que llegaron son fuertes y tienen ganas de aprender. En el campo no tenemos material pero escribimos en la arena, dibujamos en la madera de las paredes del barracón y cantamos. Cantamos mucho. Dicen que el que canta su mal espanta y tenemos mucho de eso por aquí. OFF: Francia ha declarado la guerra a Alemania. Así que la economía de la República no necesita maestras. ¿No sabe coser? PURA: ¿Coser? Todas las mujeres del pueblo sabemos coser un poco, pero no soy costurera. Siempre he sido maestra y nunca he querido ser otra cosa. ¡Pero si al llegar al campo incluso me raparon el pelo como a los niños! Francia nos dio de comer pero también nos peló el cráneo para que no contagiáramos la sacrosanta República con nuestros piojos. -63-


Yo apenas sé coger una aguja, monsieur. Nunca he sido capaz ni he querido vivir de mis manos. He ayudado a poner en marcha talleres de teatro en el campo; he colaborado en el periódico miserable con el que intentamos recuperar nuestra dignidad perdida; he participado en tertulias políticas para no olvidar los ideales por lo que tantos murieron y en debates literarios, científicos, religiosos, artísticos… La “cultura de las arenas” le dicen algunos. Si es que se le puede llamar cultura a lo que emerge de esta barbarie, porque hasta aseguran que murió en un campo francés el gran poeta Antonio Machado. Si ahora los pocos que intentamos sobrevivir tenemos que irnos a coser a una fábrica… (Repentinamente, como viendo un rayo de esperanza) ¿Y otro país? ¿El Reino Unido? Conozco gente que ha sido enviada allí y barcos cargados de niños fueron fletados hacia Rusia… OFF: El Reino Unido y la URSS han fijado cuotas para recibir refugiados. Queda usted fuera del cupo. Pero quizá sí podría ser enviada a México o Argentina. PURA: (Desolada) ¡América! Demasiado lejos. No puedo alejarme tanto de España. Ya había oído que la Junta de Auxilio a los Republicanos facilita el exilio a México o a Argentina. Muchos han ido allí; es un buen destino. Ya habían emigrado muchos catalanes hacia América antes de la guerra a buscarse el pan. Quizá otro día vengan desde América a buscarse la vida aquí; la marea incesante siempre va y viene. Pero yo necesito quedarme cerca de España. Le hice esa promesa a alguien y, aunque ni siquiera sé si está vivo o muerto, tengo que mantenerme fiel a mi palabra. Es lo único que me queda. ¿No puedo quedarme en Francia como asilada? OFF: Petición de asilo denegado. En Francia solo pueden quedarse quienes se integren en las compañías de trabajo o en las Brigadas Internacionales para luchar contra los nazis. PURA: Ahora están en guerra. Quizá algún día acaben los orgullosos republicanos franceses pidiendo asilo. Nunca se sabe hacia dónde nos llevará la marea. OFF: Eso no sucederá. Esta guerra está ya ganada. PURA: Ya. Eso pensábamos también los españoles. Sin embargo, yo estoy aquí porque nací en el lugar equivocado en el

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momento equivocado. Quizá en otro siglo o en otro lugar no hubiera sido un pecado ser quien soy. OFF: ¿Qué decide entonces? PURA: (Asintiendo con la cabeza, decidida, casi desafiante). Iré a sus fábricas y coseré casacas militares hasta que me sangren los dedos. Colaboraré en esta guerra suya, una guerra más. Quizá cuando acaben ustedes con los alemanes nos ayuden a devolver la República a España. Pero me quedaré cerca de mi país; de cualquier forma, este régimen militar no durará mucho y yo tengo que regresar cuanto antes a cumplir mi promesa y casarme con el hombre que me pidió en matrimonio antes de marchar al frente. Solo espero no haber enviudado antes de la boda. Como espero que esta guerra no sea tan terrible como la nuestra, ni que Europa tenga que volver a avergonzarse nunca más con un éxodo como el nuestro. Recoge su fardo y, con cansancio, sale de escena dejando el sonido del mar de fondo.

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CUADRO IV

Se apaga el sonido del mar mientras comienza a escucharse el ulular del viento entres las ramas de los árboles y el canto de los pájaros mientras va iluminándose el escenario como una tarde de primavera. En el centro hay un banco de madera, una papelera y una pantalla grande proyecta la imagen de unos árboles. El ambiente nos traslada a una tarde apacible en un parque europeo. Por el pasillo central, entre el público, sale a escena Edwina Friedman. Es una anciana de aspecto rudo pero afable, alta y de espaldas anchas, con el pelo corto y una sonrisa cansada pintada a perpetuidad en el rostro. Camina sin prisa con una pequeña bolsa de la compra colgando del brazo y se dirige al banco. De camino, va saludando al público, con fuerte acento alemán, como si fueran compañeros de parque. EDWINA: Hola Bernard. (Se para frente a alguien del público unos segundos). Hacía tiempo que no te dejabas ver por aquí. ¿Cómo sigue tu mujer? ¿Bien? Me alegro. Salúdala de mi parte. (Más adelante). Buenas tardes, Dustin, buenas tardes, Ernest. (Más adelante). Hola Erika. ¿Qué tal? Parece que tenemos una tarde estupenda, como si la primavera quisiera darnos una tregua. (Llega a su banco en el escenario, deja la bolsa a un lado y se desploma, cansada). Hola a todos. ¡Ay, qué cansada! Una tregua nos haría buena falta. Pero no nos dan respiro. Lo que sucede en Heidenau es noticia; (añade irónicamente) por lo visto, a toda Europa le interesa muchísimo lo que hacemos aquí, lo que pensamos aquí y lo que sentimos aquí. Si yo pudiera hablar… Pero os voy a decir una cosa, a vosotros sí os lo puedo decir –aunque no sea “políticamente correcto”-, yo sí me alegré del incendio del otro día. Se quemó un edificio vacío, no hubo víctimas y nos ahorramos muchos problemas. Porque dentro no había gente pero sí un montón de futuros problemas. ¿Alguien de aquí lo lamentó de verdad? ¡Pero si estaban arreglando un hotel para alojar a cientos de refugiados sirios! Que Dios me perdone, pero vaya que si me alegré. Habrá pérdidas

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económicas, quizá, pero no más de lo habrían invertido. Y puedo asegurar que habría habido muchas más víctimas si lo hubieran terminado. Eso siempre da problemas. ¡Quién sabe cuántos cientos de refugiados pensaban instalar en este miserable pueblo de 15.000 habitantes! Y sabéis perfectamente que hablo con conocimiento de causa, que por los últimos disturbios en Dresde tengo todavía detenido a mi Edwin. Y no disculpo lo que hizo, no. Es algo horrible y tendrá que pagar por ello. No digo que nuestros chicos no sean problemáticos, porque lo son. ¿Qué esperamos? Están horas y horas tirados en estos mismos bancos, fumando drogas que solo Dios sabe cómo consiguen, sin nada qué hacer, sin nada a qué dedicar esa fuerza que les sale por cada poro de su joven piel, sin trabajo y, lo que es peor, sin futuro. Solo vosotros (señala al público) que habéis tenido a algún hijo o algún nieto en la misma situación sabéis que los hombres sin trabajo acaban revolviéndose, feroces, contra todo lo que les rodea. Yo creo que les puede el instinto animal de la supervivencia y, junto con la dignidad, pierden trazas de civilización. Por eso no me extraña nada que después se conduzcan como auténticos salvajes. Mi Edwin nunca ha sido un santo pero, si no hubiera sido por haber sufrido tantas desgracias en su vida, no habría sido capaz de intervenir en aquel hostigamiento al autocar de refugiados. (Una de las pantallas grandes proyecta un disturbio real de bloqueo a un autocar alemán). Vi las imágenes y aquel monstruo no parecía mi nieto. Vosotros lo conocéis desde pequeño y siempre se ha metido en peleas, sí, pero no era un mal chico. Y ahora… ahora no soy capaz de reconocerlo, a veces maldigo la sangre que corre por sus venas, que es la mía. Pero sé que empezó a meterse en problemas cuando su madre se marchó a Berlín y lo dejó conmigo. El pobre crío no entendió que lo dejara atrás para buscarse una salida y empezó a fracasar en los estudios: dejó colgado su futuro. Luego cerraron la fábrica, en plena crisis, se quedó en la calle y yo con la pensión recortada. Todo a costa de pagar el desmadre griego, la mafia política italiana y la corrupción española. A esos -¿cómo se hacen llamar?- “patriotas europeos” no les tuvo que resultar nada difícil utilizarlo para sus fines violentos.

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A él y a otros como él. Eran presas fáciles. Y yo no supe ver la gravedad. Por eso no quiero que ahora nos metan esa bomba de relojería en el pueblo, más cerca todavía. Caerán más. Ya han caído sin que nos demos cuenta, pero (clamando encendida) si al menos los mantenemos alejados de los conflictos quizá consigamos salvarlos. Yo quiero salvarlos. Aunque sea egoísta. Aunque sea irracional. Porque entiendo que no tienen razón, que sus argumentos no son válidos, pero también creo que hay que entender el miedo de la gente a lo desconocido y a compartir lo que ni siquiera tienen. Hasta los animales tienen instinto territorial. Bajo los efluvios de ese miedo y de ese instinto, alentados por esos exaltados, (asqueada y derrotada) mi nieto Edwin empezó a decir que los sirios deberían migrar hacia países árabes, más cercanos y con una cultura parecida a la suya; también que todo está orquestado por las grandes potencias para conseguir en Europa mano de obra barata y acabar con los derechos de los trabajadores. Toda una filosofía para justificar que preferimos no tener que compartir lo poco con lo que nos ha tocado vivir. Mi Edwin también decía cosas que me hacían pensar, no vayáis a creer. ¿Os habéis fijado en que casi todos los refugiados son hombres jóvenes? Si vienen huyendo de la guerra, ¿dónde han dejado a sus mujeres y a sus niños? Probablemente en eso tenga razón mi nieto y haya en esa columna humana que atraviesa Europa más emigrantes económicos que refugiados por conflictos bélicos. Pero, ¿acaso tendrían menos derecho a huir de la miseria? (Edwina queda unos segundos en silencio, suspira hondamente y saca de la bolsa un pequeño pedazo de pan cuyas migas va lanzando al suelo delante del banco. Unas sombras cruzan el aire sobre ella y al momento una pequeña pantalla comienza a proyectar imágenes en primer plano de unas palomas comiendo migas de pan. Continúa hablando mientras sigue lanzando migas al aire). ¿Véis lo que pasa? Si les doy de comer, las palomas vienen y no dejarán de venir. Es normal. Pero no podría darle de comer a todas las palomas del mundo. Por mucho que quisiera. Por mucho pan que tenga. Es difícil marcar el límite. Muy difícil. Quizá imposible saber hasta dónde llegar. No, no somos malas personas aunque insistan en emponzoñar

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nuestra imagen con esa crueldad que a veces mostramos. Lo que pasa es que nuestros jóvenes no han podido aprender a ser solidarios; solo les han enseñado el odio, que es siempre el camino más fácil. Ellos sí podrían haber aprendido. Nosotros ya no. A nuestra edad ya no tenemos capacidad para adaptarnos a nuevas culturas. Nuestros viejos ojos, cuando ven un árabe o un musulmán, ven un terrorista. ¿O es que alguno de vosotros (vuelve a señalar al público) no sentiría un nudo en el estómago si aparecieran aquí de repente varios hombres con caftán y la cabeza y la cara cubiertas por un turbante gritando en árabe? Y, sin embargo, podrían estar discutiendo sobre un partido de fútbol. Todos generalizamos, sin querer, sin poderlo evitar. También los que nos desprecian y nos señalan con el dedo. Ellos también dicen que los alemanes somos todos racistas. ¿Todos? No, somos muchos los que sentimos compasión. Como cualquiera. ¿Cómo no vamos a sentirla si algunos conocimos también el horror de la guerra? Pero nosotros no pudimos escapar: no había países amigos, Alemania se enfrentaba al resto del mundo y no había donde huir. (Comienzan a proyectarse imágenes reales del bombardeo de Dresde y de la desolación posterior) Solo tenía diez años cuando bombardearon Dresde, pero todavía me despierto algunas noches empapada en sudor, recordando el sonido atroz de aquella terrible lluvia de fuego, escuchando los gritos espeluznantes de los vecinos que se quemaban vivos y rememorando la visión infernal de cientos de cuerpos carbonizados en una ciudad destruida. Hasta el asfalto se derretía bajo nuestros pies durante la huida. ¿Cómo no entender a quienes quieren escapar de ese horror? ¿Cómo no compadecerlos? (Se suceden unas imágenes de huidas sobre el Muro de Berlín y otras fronteras con alambradas en la época de la RDA) Después nos tocó vivir encerrados en la cárcel comunista en la que quedó convertida nuestra “parte del país” y también conocimos el desgarro del exiliado. Lo conocieron los que se fueron a pedir asilo al otro lado, pero también los nos quedamos para verlos marchar. Sí, hasta que cayó el Muro teníamos muy presentes el dolor y el desarraigo que acompañan al privilegio de ser un refugiado. Conocimos ese suplicio hace décadas y ahora… ahora estamos anestesiados de tanta desolación -69-


(Las imágenes de guerra y huidas antiguas se funden con las imágenes de unas palomas que levantan el vuelo, al tiempo que se vuelve a notar unas sombras cruzando sobre Edwina, que levanta los ojos siguiéndolas) ¡Volad, volad! Ojalá yo también pudiera volar con vosotras… Huir, salir de aquí, volver a empezar… Si yo volara, me iría a conocer el mar. Está a pocas horas de aquí y no lo conozco. Lo único parecido que se ve desde el bloque de hormigón al que considero mi hogar es el río Elba. Pero nunca he visto el océano, (comienza a escucharse el oleaje del mar) una inmensidad azul inabarcable siempre en movimiento. Como los hombres. Inmensos en su grandeza, inabarcables en sus problemas y en constante movimiento. (Ha ido bajando la luz durante toda la escena pero ahora ya es perceptible el ambiente suave y anaranjado del atardecer. Sigue subiendo el sonido del mar). Ya está cayendo la tarde y yo me estoy poniendo demasiado filosófica. Típico de los alemanes. (Se levanta, coge la bolsa y se dispone a salir). Me voy a casa. Y ustedes deberían hacer lo mismo; si anochece esto puede empezar a ponerse peligroso. Y ni siquiera sabrán quiénes son los malos. Hasta mañana. Edwina hace un gesto cansado de despedida y sale del escenario, cansada, con la tristeza de una vida no deseada pesándole sobre los hombros. Cae la oscuridad absoluta y solo se escucha el mar.

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CUADRO V

Con el rítmico sonido de las olas de fondo, se ilumina el escenario, con una luz fuerte y cálida. En la mitad hay una pequeña isla de arena dorada con una mochila y unas sandalias abandonadas a un lado. Todas las pantallas proyectan imágenes del mar, las olas, una playa dorada inmensa. Nada más iluminarse la escena, Amina Hamudi, una mujer muy joven y morena, con facciones árabes, comienza su movimiento desde platea antes de subir al escenario. Está mojada, vestida con ropa occidental completamente empapada, y echa la cabeza hacia atrás para sacudirse el agua del pelo, como si estuviera saliendo del mar. Sube al escenario y se dirige al arenal y comienza a hablar mientras se seca con una toalla. AMINA: ¡Ah… está deliciosa! Con este calor, bañarse en el océano debería ser obligatorio. ¡Y que tenga que venir hasta aquí para poder hacerlo tranquila! Y, total, para no atreverme siquiera a quitarme la ropa. Porque (irónicamente) el bañador es un artículo “frívolo y pecaminoso” de Occidente. Creo que si todas las mujeres de Marruecos probaran a meterse en el mar en bikini a mitad del mes de julio habría una revolución que ríete tú de la primavera árabe. ¡El verano árabe! (Riendo para sí misma). Arrasaría con el régimen y con todo. En Canarias sí que saben disfrutar el Atlántico: siempre tan azul, tan transparente, tan refrescante… Te sumerges y tus sufrimientos acaban hundidos junto a los secretos del fondo marino. (Acaba de secarse y se dispone a ponerse sobre la ropa aún húmeda una ligera melfa de alegres colores, que va colocándose con la pericia que da la experiencia). Por eso, cuando mi familia canaria me notaba triste, siempre me llevaban a la playa. “Allí enfrente está tu tierra, Amina; este océano que nos separa también nos une”, me decía él tan solemne como de costumbre. “Verás qué rica el agua”, decía ella, siempre más práctica. Y Yaiza y yo nos reíamos y corríamos a saltar las olas. (Mientras se pone la melfa, vemos imágenes cercanas de sus manos manipulando la tela en una de las pantallas) Si Yaiza me viera con esta pinta… (ríe) Igual hasta le gustaba porque a ella siempre le atrajo todo lo que tenía un aire étnico o exótico. -71-


Pero, claro, una cosa es que te atraiga de lejos y otra, tener que vestir la melfa todos los días a todas las horas, haga el calor que haga. De niña siempre quise vestirla; al fin y al cabo, es la indumentaria tradicional de mi pueblo. Pero ahora empiezo a sentir esta tela como una cárcel. Cuando te imponen algo... tu corazón siempre se rebela. Y mi corazón hace tiempo que desea alejarse de esta melfa tanto como de El Aaiún. Esta es una tierra proscrita, que debería ser de mi pueblo pero en la que solo vivimos de prestado. (Ha cogido un puñado de la arena en la que se había sentado y la deja escurrirse entre sus dedos mientras la mira reflexionando). Quema. La arena me quema los dedos, pero que nos la hayan quitado me quema el alma. Levantaré una pequeña haima. Así me cubriré del sol y, de paso, me rebelaré contra esas leyes que quieren borrar las tradiciones de los saharauis, los verdaderos propietarios de este desierto, prohibiendo algo tan íntimo para nosotros como las haimas. ¡Que se jodan! (Se levanta y urga en la mochila hasta encontrar una tela amplia que, junto a unos palos encontrados un poco más allá, sobre la arena, le servirá para levantar una pequeña haima mientras continúa hablando) Yo me crié en una haima, en la mitad del desierto, allá en Tinduf. De hecho la primera vez que vi una casa de verdad fue cuando fui de vacaciones a Lanzarote, con mi querida familia de acogida. En Tinduf solo había haimas, muchas haimas, y algunas cabañas de adobe. (Se proyectan imágenes de los campamentos de refugiados saharauis). Mi abuela me contaba siempre historias de nuestros antepasados nómadas y me enseñó a levantar una haima con lo que tuviera a mano. Dice que atravesando el desierto puede salvarte la vida. Pero ya no atravesamos el desierto. Desde mucho antes de que yo naciera, el pueblo saharaui, un pueblo de pastores nómadas, ni tiene ganado, ni levanta campamentos. Allí están, sin moverse pero sin querer echar raíces en una tierra que no es la suya. Esperando. ¿Esperando? ¿A qué? A que el mundo les salve. Como yo; esperando que el mundo me salve. Pero al mundo le importamos una mierda; el mundo ni siquiera sabe que existimos. Más allá de este océano nadie se acuerda de los saharauis y de su lucha. (Se sienta bajo la improvisada haima). Quizá yo me olvide algún día también. En Tinduf, al menos, me sentía libre.

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Pobre como las ratas, sin ni siquiera agua o luz, es verdad. Pero libre. Aunque esa libertad también es prestada porque depende siempre de la ayuda internacional. Quizá algún día el orgulloso pueblo saharaui se canse de mendigar ayuda. (Ríe triste) Quizá los niños de la wilaya con los que yo jugaba a las luchas se hayan unido ya al Frente Polisario y vuelvan a las armas, como todos jurábamos de adolescentes. Hasta yo pensé que podría unirme un día a la lucha. Una vez incluso conocí a una mujer saharaui que se dedicaba a desactivar las bombas antipersona enterradas en la arena del desierto para que no nos acerquemos al Muro de la Vergüenza que divide nuestra patria. Artificiera. Seguramente ese fue mi primer sueño: convertirme en artificiera, en guerrera. Luego ya en Canarias comenzó a correr por mis venas esta vocación que me devora y que no soy capaz de apagar ni con todo el agua del océano. (Se levanta y se mueve ilusionada por el escenario, imaginando recuerdos dormidos. Una pantalla proyecta imágenes de dos niñas de la mano entrando en un hospital). Despertó la primera vez que mi familia de Lanzarote me llevó, de la mano de Yaiza para que no tuviera miedo, a un hospital. Querían que me revisaran la vista porque estaban preocupados por mis lucecitas de colores. Y, efectivamente, dieron con el glaucoma. Yo estaba acostumbrada a ver aquel arco iris pero ellos se alarmaron tanto que entendí que podía tener consecuencias graves. Sin embargo, yo no me asusté. Yo estaba flotando en una nube, descubriendo todo un mundo nuevo y maravilloso: aquellas batas blancas, las manos sabias, las palabras enrevesadas, la seguridad de saber qué es lo que hay que hacer. Enseguida decidí que ese era el mundo al que quería pertenecer, ese era mi mundo. En Tinduf había conocido médicos, claro, pero el dispensario en el que me atendían, sin medios ni ánimos, no consiguió estimular esa vocación que ahora sé que vivía en mí desde niña. Los hospitales en Canarias conforman otro universo, un universo al que yo deseo pertenecer con todas mis fuerzas. Y estaba a punto de conseguirlo… ¡había logrado entrar en la Universidad! Y en último viaje a El Aaiún todo se frustró: mis estudios, mis planes, mi vida… todo se acabó. (Vuelve a sentarse, con el peso de su realidad sobre los hombros).

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Ahora estoy condenada a esta prisión de arena, a vestir esta melfa y no poder aspirar a la bata blanca, a no tener más destino que un matrimonio conveniente “bendecido” con un montón de hijos… Mis ojos, aunque dañados por la arena que levanta el siroco en Tinduf, se acostumbraron en el desierto a observar un horizonte remoto; y después, en Lanzarote, ya curados, se habituaron a mirar, en la lejanía, el océano infinito. ¿Cómo van a aclimatarse esos mismos ojos a no tener ahora más futuro que otear la aglomeración opresiva que se ve desde el ventanuco de mi cuarto? Aquí mi asfixiante horizonte está justo pegado a mi nariz y yo echo de menos poder mirar lejos, tener aspiraciones, soñar... He visto mi futuro encarnado en algunas amigas del campamento, como Zuleima, que correteaba conmigo en la daira y ya va a por el tercer hijo, autoconvenciéndose de que es feliz en la apagada existencia que le programó su propio padre. Al menos a mí me queda el triste consuelo de que mi carcelero es mi tío y eso quizá algún día suponga una posibilidad importante. Si mis padres llegaran a enterarse… O mi familia de acogida... Por eso tengo que intentarlo todo. (Saca de su mochila un pequeño cuaderno, lápiz y una botella de refresco vacía). Cada mes, desde que mi tío interrumpió mi destino, me escapo hasta aquí para intentar mandar un mensaje desesperado, un mensaje que nunca llegará pero que, al menos, calma mis ansias de luchar por recuperar mi vida. Querida Yaiza: (Comienza a escribir mientras pronuncia en voz alta las palabras. En una pantalla se proyecta la imagen de su mano escribiendo esas mismas palabras en un papel rayado, con una bonita y cuidada caligrafía). Soy Amina, tu hermana “postiza”. ¿Te acuerdas de lo que bromeamos con eso? Ya se terminaron las bromas para mí. Estoy atrapada. No puedo regresar con ustedes a Lanzarote, pero tampoco me permiten volver a mi tierra, con mis padres. Nadie conoce mi situación, no tengo salida... (Unas gotas caen en el papel de la pantalla mientras vemos a Amina sollozar y limpiarse las lágrimas con el reverso de la mano). Es la peor forma de sufrimiento: refugiada sin refugio, exiliada en mi propia tierra, emigrante sin país del que partir, apátrida sin rumbo ni esperanza. Sálvame, Amina. (Dobla el papel y lo mete en la botella, que cierra cuidadosamente con un corcho. Lo deposita al borde del escenario mientras en la -74-


pantalla vemos la botella que se aleja flotando en el mar) Allá va mi futuro, metido en una botella en medio del mar, como un náufrago deshauciado. Mis planes se derrumbaron como esta haima (con un solo gesto, tira la haima al suelo levantando una nube de polvo), al primer golpe del destino, y mi vida quedó desolada y tan polvorienta como los pies que caminan descalzos por el desierto. (Recoge sus pertenencias, se cuelga la mochila y, con las sandalias de la mano, se aleja hacia el fondo del escenario mientras en la pantalla vemos su imagen caminando descalza por la arena de una larga playa). No importa dónde hayamos nacido, no importa cuáles sean nuestras vidas, ni de qué materia están fabricados nuestros sueños. Creemos que somos dueños de nuestro sino y que podemos decidir qué hacer con nuestra existencia, dónde vivir; pero la fatalidad juega con nosotros, estamos a su merced, nos empuja y nos estrella en el oleaje caprichoso del destino y acabamos siempre como mi botella: donde nos lleve la marea. Amina ha ido desapareciendo del escenario lentamente mientras las imágenes de la pantalla mostraban su silueta alejándose en la playa, sus huellas en la arena y, finalmente, la botella danzando sin rumbo entre las olas del mar.

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TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1.- LA GUERRA DE TODOS LOS SILENCIOS de D. Francisco Prada FREDDIE: CEREMONIA PARA UN ACTOR DESESPERADO de D. Abilio Estévez 2.- AZOTEA FIEBRE

de D. Francisco Javier Puchades Hernández de D. Alberto Conejero López

3.- BAILANDO CON EL MUERTO LA CANCIÓN DEL SOLDADO

de D. Oscar E. Tabernisse de D. Walter Ventosilla Quispe

4.- FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS de D.ª Gracia María Morales Ortiz CON LA SANGRE DE VENECIA de D. Federico Castro Fernández-Alfaro 5.- ALGUNAS HISTORIAS DE TERROR NEOLIBERAL de D. Sergio Sáez Escudero UN TRABAJO ES UN TRABAJO de D. Rafael Belmonte Agüera 6.- LO QUE ANA VE

de D. Javier García Teba

¡AUXILIO!

de D.ª Carmen García Vilar

7.- POSITIVAS

de D.ª Yolanda Dorado

BOMBARDEROS SOBRE LONDRES de D. José Tomás Angola Heredia

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8.- GRITAR TU MIEDO

de D. Hipólito Calle Soriano

SEXUALMENTE HABLANDO

de D. Santiago Serrano

9.- LA NOCHE QUE NO CAMBIÓ MI VIDA de D. Emilio Encabo Lucini MIEDOS de D. Javier López Alós 10.- ROMANCE DE DON FÉTIDO Y DOÑA GODA de D.ª Nuria M.ª Pérez Mezquita COMO PAPEL DE SEDA de D.ª M.ª Rosa Pfeiffer 11.- EL TESTAMENTO FENICIO

de D. Armando Rubén Varrenti EL VIOLÍN ROTO DE SAMUEL LEVI de D. Alberto de Casso Asterrechea

12.- CAMA CALIENTE A LA DERIVA de D.ª Mónica Sánchez Fernández FERNET AMARGO de D. Armando Rubén Varrenti 13.- LA SOLEDAD DE LA NÁUFRAGA de D. Vicente Marco Aguilar HISTORIA DE UNA CORNISA de D. Luis Leante 14.- FLORECERÁN DE AZUL EL CONCURSO

de D. Luis Marcelo Cabrera de D. Eduardo Roldán Galán

15.- ROMA DONDE NOS LLEVE LA MAREA

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de D. David Barreriro de D.ª Ana García


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