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C E CILIA ZERO
Ilustraciones de Wilder Pallarco
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Plastilina Rock © Cecilia Zero © De esta edición: Editorial Arcángel San Miguel S.A.C. R.U.C.: 20523712285 Av. Héroes del Cenepa 803 - Lima 7 Telf.: 715 0140 / 715 0141 planlector@arsamperu.com publicaciones@arsamperu.com Primera edición, abril de 2015 Tiraje: 2000 ejemplares Ilustraciones: Wilder Pallarco Cuidado de la edición: May Rivas de la Vega Correción de estilo: Anaís Blanco Impresión: Luis Guillermo Izaguirre Candamo R.U.C.: 10062759556 Jr. Rufino Torrico 462, Int. 5, Lima Abril de 2015 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2014-05292 www.arsamperu.com Impreso en Perú / Printed in Perú Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del Copyright. Este libro ha sido elaborado bajo exigencias y recomendaciones medio-ambientales en conformidad con la Legislación Gubernamental vigente.
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Dedicado a todos los que han hecho de su habitaci贸n un gran escenario de rock y so帽aron con su primera banda
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Un lugar para ensayar
No pudimos esperar y fuimos a inscribirnos a la academia de música. Estábamos muy ansiosos por comenzar, pero las clases recién se iniciaban después de Año Nuevo, por lo que tuvimos que aguardar casi una semana, que nos pareció eterna. El primer día de clases llegamos más que puntuales con nuestros instrumentos nuevos. Por suerte, mamá se comprometió a llevarnos en la camioneta, porque algunos eran pesados y grandes. Teníamos clases en diferentes salones. Había niños de todas las edades que, como nosotros, querían aprender música. Aunque se notaba que otros iban porque sus padres los mandaban y no tenían nadita de ganas de estar ahí. De regreso a casa, le dije a mamá, mientras me subía en el sofá: 35
—Mira, mami, lo que aprendí en mi clase de canto... —¡Verónica! Puedes cantar todo lo que quieras, pero te prohíbo subir sobre los sillones, mesas o muebles de cualquier tipo. ¡Si quieres cantar, canta sobre el piso! —¡Pero, mamáááá! ¿Y mi escenario? ¿Cómo voy a cantar si no me subo a mi escenario? —pregunté con voz preocupada. —Ya te subirás al escenario cuando toques con la banda, ahora no, malogras y rayas los muebles. Si te encuentro trepada en un mueble, te voy a castigar —advirtió mi madre, tajante. —Ya, mamá. Está bien, pero escucha lo que aprendí en mi clase —dije orgullosa, mientras empezaba a afinar la voz—. Hoy aprendí a solfear las notas. Escucha..., dooo, reee, miii, faaa, soool, laaa, siii... —¡Y yo aprendí lo mismo con mi teclado! —dijo Lili, al mismo tiempo que enchufaba su instrumento y se ponía a tocar. Lili y yo cantamos y jugamos con el teclado toda la tarde. Estábamos tan entretenidas que no nos dimos cuenta de que ya estaba oscureciendo, hasta 36
que mamá vino a recordarnos que estaban pasando nuestro programa favorito de televisión, para que nos olvidemos un poco de la música, mientras se quejaba de que le dolía la cabeza y tenía los nervios de punta. Casi inmediatamente, algunos vecinos tocaron la puerta para protestar por el ruido. —Pero ¿por qué, mamá?, si no hacemos bulla, son nuestras canciones —preguntó Lili. —Además, la profesora de música dice que tenemos mucho talento —dije, sin entender. —Ya es muy tarde. Ustedes cantan y tocan muy bonito, pero tienen que comprender que los vecinos están cansados y quieren silencio —explicó mamá. Por la noche, mi madre recibió las llamadas de los padres de nuestros amigos. Todos se quejaban de que hacían mucha bulla cuando practicaban con sus instrumentos. Entonces, al día siguiente, con los chicos de la banda pensamos y repensamos en cómo podíamos arreglar la situación, hasta que por fin Gaby encontró la solución en una página web, para que practicáramos sin que la «bulla» molestara a los vecinos. 37
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Papá y mamá nos cedieron la habitación de las visitas y juntamos nuestros ahorros para comprar todo lo necesario. Nos encerramos con unas cajas muy grandes, e hicimos mucho ruido durante varias horas, pues estábamos construyendo algo muy importante. Tapizamos la habitación con una alfombra azul, las paredes y la puerta las forramos con esponja y esos cartones que venían en las cajas de huevos del supermercado. Eso era para que el sonido no se escapara y los vecinos no se quejaran de la bulla; además, papá nos ayudó a instalar un aparato que botaba aire fresco, porque la habitación ya no tenía ventana. Un par de días después, ya estaba lista nuestra propia sala de ensayo. Cuando entré, no podía creer lo que mis ojos veían. —Cuando yo tenía mi banda, ensayaba en una igualita —dijo papá. ¡Era increíble! ¡Construimos nuestra propia sala de ensayo! Luego salimos rápidamente para traer nuestros instrumentos e instalarnos en la sala. ¡Tocar en la sala de ensayo era lo máximo! Éramos solo nosotros, nadie nos molestaba, todo el ruido que hacíamos nos pertenecía, porque era nuestro propio espacio. 40
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