Literatura
CUENTOS Y LEYENDAS DE BUÑOL
La increible historia de un Rafael Ferrús Iranzo Buñol histórico
A todos los hombres, soldados y milicianos, campesinos y voluntarios que perdieron la vida en aquel junio de 1808 frente a las tropas francesas que se dirigían a la capital del Turia, Valencia, comandadas por el General francés Moncey, en el puerto de las Cabrillas, Buñol. Una noche de verano, recién empezado éste, sería el veintitantos de junio, iba conduciendo por la carretera NIII hacia Siete Aguas, cuando a la altura del Portillo, más o menos donde está la caseta de San Cristobal, divisé una figura alta y oscura, con un sombrero como del siglo XIX y con casaca roja y camisa blanca. Como entiendo de uniformes, supe enseguida que era del ejército inglés de principios del XIX, eso es lo poco que pude ver al pasar rápido con el coche. Mi curiosidad me hizo retroceder y di
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soldado inglés la vuelta a la altura de La cabrera o Cabrillas. Cuando iba bajando hacia el Portillo, el coche empezó a vibrar y la radio se puso en marcha sola, justo en el sitio donde se encuentra San Cristobal. El auto se paró en mitad de la curva.Traté de ponerlo en arranque, pero fue imposible. Mientras, aquella figura de otra época, del pasado, iba bajando las escaleras desde la caseta donde se encontraba la figura del santo hasta mí. El miedo se apoderó de mí, pero pensé que la culpa era mía por ser curioso y haber dado la vuelta para presenciar aquel fantasma o lo que aquello fuese. Abrió la puerta del coche y se sentó a mi lado. Atónito, le miré y le dije, como flotando, –»¿A dónde le llevo?», pero él, sin contestar, me miró y con su mano señaló una ladera frente a nosotros. Y dijo: –ahí caí yo, ahí caí en combate abatido por fusilería francesa. Su voz era silbante y penetrante a la vez, no le miré por auténtico terror. Era de bastante altura y asomaban bajo el cilíndrico sombrero unos cabellos largos y rubios. Su porte era sin duda de un inglés, iba vestido como he dicho antes con casaca roja, pantalón blanco y con sombrero, llevaba un sable, el cual brillaba con los reflejos de la luna llena que en el horizonte se divisaba. Sin duda, un fantasma de un soldado inglés estaba sentado a mi lado. Su uniforme estaba raído y manchado de sangre por todas partes. Se apreciaban en la camisa heridas de bala por su aspecto rojo y redondo en los hombros. Dos agujeros. –Fui pisoteado por un caballo –dijo–, además de recibir varios disparos. Mi nombre es John, John de Black. Ahora, conduce hasta donde yo te diga. Seguimos hasta la altura de donde comienza la Cabrera, unos campos extensos desde donde se divisaba hasta la Torre del telégrafo. Allí paramos y me ordenó que saliese.