Francisco Ramos Méndez
Catedrático de Derecho Procesal
o relación ajustada de cuantos papeles jurídicos se ha hallado noticia sobre las obras cervantinas.
Arrejuntado y compilado por industria y cuidado del doctor F.R.M., auriensis, Almae Matris Cervantinae iure quijotesco disertissimus professor, acque in oppido Manchegui cuius nominis meminisse nolo sollicitissimus advocatus para solaz o penitencia de manoseadores de aventuras jurídicas cervantinas; conspicuos arúspices de lo que pensaba el no jurista Cervantes; émulos aspirantes a reescribir sus obras con cálamos entintados en bálsamo de Fierabrás de curso legal; glotones compulsivos, refinados epicúreos o comedidos comensales de sus excerpta iuris en el filo de la lanza de la legalidad quijotesca; y demás gentes de todo género, condición, linaje, raigambre, querencia, inclinación, que gustan, disfrutan, se ensueñan con la renovada fertilidad de los lances de sus personajes.
Lo pone su autor, respetuosamente, bajo el patrocinio del Príncipe de las letras españolas y universales, con la encomienda encarecida de que se digne relacionarle en la novísima edición de su Viaje al Parnaso, si algún día viere llegada la hora de reescribirlo, aun con ocasión del próximo milenario de la novela.
Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los arts. 270, 271 y 272 del Código Penal vigente, podrá ser castigado con pena de multa y privación de libertad quien reprodujere, plagiare, distribuyere o comunicare públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios.
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Todas las ilustraciones son de Ramón Pérez Carrió para El peqveño Qvijote (MMII) y Don Qvijote de la Mancha (MMV), Ediciones Linteo, Ovrense, 2005.
Diseño de la cubierta de Eva Ramos Romeu a partir de un boceto de Ramón Pérez Carrió.
Diseño y composición: Addenda, Pau Claris 92, 08010 Barcelona
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Síguese el cumplido y ordenado rimero de los libros, escritos, cartapacios y demás papeles que dan cuerpo a este
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Al que tuviere la curiosidad de leer
Puesto ya el pie en el estribo de remitir a las prensas otros ocios quijotescos que solícito había aunado1, me acometió la calentura bibliográfica recurrente que padezco y me llevó a recuperar unos papeles que venía juntando donde anotaba lo que doctos sabidores de derecho y de letras humanas y aun divinas habían profesado sobre vestigios y posos jurídicos de los textos cervantinos. Me creerás, solicitado lector y, tal vez, curioso impertinente, si te digo que tan solo se trataba de apuntes para mi consumo, acumulados sin orden ni concierto, al hilo de las reseñas bibliográficas de los libros, folletos, opúsculos, papeles y demás adminículos que para mi solaz y disfrute incorporaba a mi reservada cavea librorum in quibus de rebus gestis solertis equitis intinerantis domini Quijoti a Manchae agitur. De tanto en tanto les daba un tiento para saborear los hallazgos o las nuevas incorporaciones, pero nunca me había motivado el ponerlos en junto, ni menos compartirlos en promiscuidad con otras gentes.
Pero hete aquí que la pandemia general que asoló las naciones de este nuestro reino —y ya va para tres primaveras— se convirtió en sazonado caldo de cultivo para «pasar los días de turbio en turbio y las noches de claro en claro», como dejó dicho Cervantes en tono profético, leyendo, releyendo, barruntando, garabateando y emborronando pliegos. Presto descubrí que no hay nada más caliginoso y que oscurezca el intelecto que pretender bucear en los caudalosos ríos de tinta que se han vertido sobre las obras del Príncipe de las letras españolas y salir indemne del empeño, o ansiar aclarar lo que otros, mejor dotados y con mejores credenciales, ya han dejado limpio, pulido, bruñido, esclarecido, resplandeciente y dispuesto para el juicio definitivo del fin de los tiempos.
En parejas ocasiones me había solicitado con anterioridad esta misma tentación, pero, felizmente, no había dado pábilo a tan desasosegados acosos y desordenadas pasiones. Lo que ha ocurrido agora es que, en la coyuntura actual, los tiempos forzados de obligado recogimiento han sido monacales, cartujanos, y aun carcelarios en primer y segundo grado. Y no pudiendo entretener las largas jornadas contando cuentos, como era usado en nuestros reinos en casos de pestes de tan largo padeci-
miento, por no ser hacedero, al habernos reducido los veedores de la cosa pública a la condición de burbujas de convivientes, se me dio por rumiar y maquinar en recomponer estos retazos de mi entendimiento sin propósito definido. Sin embargo, al cabo de tantas cavilaciones, quijotizado por el noble afán de desfacer tuertos, me acabé arrojando a la empresa, aun a sabiendas de que el mayor galardón de las aventuras quijotescas reside precisamente en el fracaso de su protagonista.
De resultas de este empeño, en lo que sigue, indulgente lector, hallarás algo así como una silva de escritos en ristra sobre lo que ya es de ley denominar Ius Quijotescum, feliz acuñación de mi ingenioso paisano y no menos eximio colega Germán María José Barreiro González, lucensis, iuris cervantini apostolus praeclarissimus acque eruditissimus. En efecto, es tan ingente la producción de carácter jurídico sobre la obra cervantina —recuerda2: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran— que se pueden con propiedad elaborar unas verdaderas Pandectas o Digesto Quijotesco, sin merma de ningún capítulo, ni menguas de contenidos aun de detalle. Tan es así que es tarea vana pretender fijar el corpus ya existente y mucho menos aspirar a que la completud de cualquier florilegio dure apenas un santiamén. Antes bien, estos desvelos, aun con los ingenios actuales, son laboreos de Sísifo afectos a una intrínseca obsolescencia y finitud que se manifiesta inmisericorde apenas dados a la luz. ¡Tal es el fervor y la cadencia de las aportaciones al respecto! Ello exige, como pienso cumplir tan pronto encuentre el medio de hacello, la oferta de este cartapacio en abierto para que cualquiera pueda seguir manoseando, removiendo, taladrando a su gusto tanto fruto del Príncipe de los ingenios.
En todo caso, quiero solidarizarme con otros locos o cuerdos amadores cervantinos, bibliófilos de pasión o profesión, aficionados o doctos, ofreciéndoles este refrito de mis apuntes, que apenas he puesto en orden, despojándolos de maledicencias inoportunas. Después de tantas cavilaciones, dubios y sinsabores, héteme aquí metido de hoz y coz en la harina del Ius Quijotescum, de la que salgo huyendo como alma que lleva el diablo, abrumado porque el magín que trajina sin descanso me ha metido en este entuerto.
No obstante, antes de poner los pies en polvorosa, forzoso es mentar y agradecer los mecenazgos generosos y desinteresados de muchos autores, ventas y cenáculos culturales, bibliotecas, cementerios de libros olvidados o adormilados y panteones del acervo universal del numen cervantino, a lo largo y ancho del cosmos literario. Los señores de los textos y los operarios sabidores de las tumbas do yacen y de los arcanos misteriosos de la clasificación hexadecimal han socorrido pacientemente mis
requiebros por acceder a los odres donde reposan y maduran tantas esencias cervantinas, aguardando en el infinito de los tiempos a que algún pasante se decida a acariciarlos y a sacar dellos tantas notas dormidas en sus páginas. Como no me es hacedero desgranar el rosario pormenorizado dellos y de sus solícitos guardianes, por no engordar groseramente la extensión de este Digesto, me encomiendo encarecidamente a su memoria con la seguridad de que les alcanza este mi mensaje de rendida gratitud.
Y una última advertencia, paciente o desasosegado lector: no te lo tomes demasiado en serio, que no te quepa una sonrisa y aun un rosario dellas. Solo es este un entretenimiento en tiempos de pestilencia, más literario, lúdico, ocioso, que jurídico. Cual Diógenes en el tonel, acostumbrado, avezado y escarmentado por oficio a la disciplina de la contradicción y a no pretender tener la última palabra, me someto graciosamente a las conclusiones, consejas, invectivas, y reservas de los lectores advertidos y celosos guardadores de las esencias de la obra de nuestro inmortal Miguel de Cervantes Saavedra.