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LA LLAMADA DE LA TRIBU: La virtud de la heterogeneidad social

4. LA LLAMADA DE LA TRIBU:

La virtud de la heterogeneidad social

Hanz Gutiérrez

Profesor de Teología Sistemática Facultad de Teología, Istituto Avventista di Cultura Biblica “Villa Aurora”, Florencia, Italia

Un tercer paso que nos permite ir más allá del positivismo eclesiológico es la percepción, atención y valoración de la heterogeneidad social de la iglesia. Introduzcámoslo refiriéndonos a una experiencia del pueblo de Israel. Es una experiencia en la que Jefté, uno de los jueces de Israel, es el protagonista. El pueblo de Israel sufría la presencia de los amonitas que, de forma prepotente, no solo amenazaban los márgenes del territorio, sino que se adentraban en el corazón mismo de Israel. Se trata de un período oscuro, marcado no solo por la vulnerabilidad externa sino también por el caos interno. De hecho, existe una crisis de liderazgo debido a la incapacidad de encontrar a alguien que dirija el ejército israelí y lo enfrente a la amenaza. Tras una larga lucha, los líderes del pueblo eligen a Jefté. Nadie habría apostado por él. Jefté no solo es un paria por ser hijo de una prostituta, sino que ha crecido aislado de su pueblo. Además, su tribu no es importante. Es un galaadita de Transjordania. El centro político y de decisión está en Cisjordania, en la tribu más importante, la tribu de Efraín. En aquella época, Israel era una confederación de tribus muy diferentes en cuanto a historia, territorio y peso político e institucional, pero cuyo líder indiscutible era la tribu de Efraín.

Con una intervención milagrosa Dios da, a través de Jefté, la victoria a Israel y los amonitas son derrotados. Sin embargo, en lugar de alegrarse por esta sorprendente e inesperada victoria de Jefté sobre los amonitas, los líderes de la tribu más importante, la tribu de Efraín, le reprochan a Jefté el no haberlos llamado y haber desconocido este liderazgo natural de Efraín. Jefté se defiende, pero los efraimitas entran inmediatamente en guerra contra los galaaditas acusándolos de lesa majestad. Sin embargo, los galaaditas obtienen una victoria incluso contra sus hermanos, que ciertamente no han actuado pacíficamente. Por el contrario, trataron de castigar a los galaaditas solo porque habían obtenido una importante victoria por su cuenta sin involucrar a Efraín. Los efraimitas derrotados trataron de escapar cruzando el Jordán hacia Cisjordania. Pero los galaaditas astutamente tratan de interceptar a los efraimitas que huyen y los interceptan en el cruce del rio Jordán. Siendo étnicamente muy parecidos la única manera de saber si los que huyen son efraimitas o no, es hacerles pronunciar una palabra shibbolet que los efraimitas no pueden pronunciar bien y dicen sibbolet en su lugar. Los que son descubiertos son asesinados y la guerra contra el enemigo exterior se ve desgraciadamente agravada por la guerra civil entre los galaaditas y los efraimitas que dejó cuarenta y dos mil muertos efraimitas.

1. Heterogeneidad social en cada comunidad

Este episodio nos muestra dos cosas importantes. Primero, que incluso un grupo tan pequeño como Israel no era homogéneo ni lingüística ni culturalmente. En segundo lugar, que, en lugar de aprovechar positivamente de esa diversidad, Israel desgraciadamente solo creó con ella más caos e incertidumbre debido a una gestión superficial y miope de la diversidad cultural y étnica que ya existía entre las tribus de Israel.

Toda comunidad humana pretende sobrevivir asegurando la unidad en su interior. Son la unidad,

la cohesión, la armonía y la coherencia interna, las que garantizan la permanencia en el tiempo de cualquier grupo. Un grupo dividido, disperso y atomizado desgasta su propio fundamento sin saberlo. Esta simple afirmación sobre la unidad es, sin embargo, una afirmación parcial. Válida pero unilateral. Porque lo contrario también es cierto. Un grupo puede perecer no solo por falta de unidad, sino también por falta de alternativas que vengan desde adentro, es decir, por falta de diferenciación interna. Así pues, un grupo sano es aquel que, junto con su unidad, también consigue garantizar una necesaria y beneficiosa diferenciación interna.

Contrariamente a lo que se podría pensar, los problemas de Israel no se debieron mayormente a la existencia de tribus tan diferentes cultural y lingüísticamente. Es cierto que esas diferencias dieron lugar, por desgracia, a rivalidades y conflictos continuos y crónicos. Pero fue sobre todo la gestión de estas diversidades, más que las diversidades mismas, lo que generó el sufrimiento y el desgaste que Israel tuvo que sufrir a lo largo de su historia. Dondequiera que nazca una comunidad, surge inmediatamente una diversidad interna que necesita ser guiada tanto en el sentido de una unidad que la supere como en el sentido de salvaguardar y garantizar la relativa autonomía de las partes que son expresión de esa diversidad.

2. La heterogeneidad social en la iglesia primitiva

El Nuevo Testamento parece abolir esta diversidad étnica porque como dirá Pablo en Cristo «ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni libre ni esclavo» (Gálatas 3:28). En efecto, el Nuevo Testamento suprime el registro étnico como componente de la fe. Si en el Antiguo Testamento uno era creyente en la medida que junto a la fe se volvía también hebreo, a partir de Jesús este vínculo desaparece. No se nace cristiano, sino que uno decide volverse tal en virtud de la pertenencia a Cristo y no ya por méritos étnicos.

Sin embargo, este aligeramiento étnico-cultural lo es solo desde el punto de vista de la entrada en la fe, no desde el punto de vista de la vida de la fe. De hecho, si en el Antiguo Testamento la etnia estaba vinculada a la fe, esta se configuraba monolíticamente en función de dicha etnia. En el Nuevo Testamento se supera este obstáculo, pero como la fe es siempre una fe encarnada, se encarnará en formas teológicas diferentes según la etnia que la profese. Así que en el Nuevo Testamento la etnia, que aparentemente ya no importa desde el punto de vista de la entrada en la fe, en realidad importa más aun en la articulación de la fe. El origen étnico afecta la fe misma porque le obliga a tomar una forma étnica especifica. En el Nuevo Testamento, por tanto, tenemos una mayor riqueza étnica y una mayor pluralidad teológica en virtud de la enorme incidencia del elemento étnico. El elemento de diferenciación étnica adquiere el estatus de categoría teológica. La teología no es neutra, sino que siempre está encarnada, y el espacio cultural donde se encarna la fe se convierte en un lugar teológico por excelencia. Estamos delante la legitimación de la inculturación de la fe como un proceso necesario de una fe encarnada.

Mientras que en el Antiguo Testamento tenemos una única fe con diversidad de manifestaciones territoriales, en el Nuevo Testamento tenemos, en cambio, desde el inicio varios tipos de fe teológica que intentan convivir en virtud de una perspectiva común dada por Jesús y el Reino que él anunció. La expresión de esta diversidad son la iglesia judeocristiana y la iglesia pagano-cristiana. No estamos ante una misma fe expresada de dos maneras diferentes. Estamos de frente a dos confesiones diferentes en virtud de dos orígenes culturales distintos. No son estas dos confesiones teológicas las que nacen primero y luego son aceptadas por los grupos étnicos correspondientes que, según su sensibilidad, eligen la una o la otra. Se trata de dos grupos étnicos que forman parte de la comunidad primitiva desde el inicio y que, en virtud de sus características étnicas, reciben y articulan un evangelio diferente. No solo el evangelio transforma los grupos étnicos, sino que ellos también transforman el evangelio. El evangelio que nace, ya nace en plural.

3. La heterogeneidad social en la modernidad

Hemos intentado hasta aquí describir brevemente el valor la diversidad social de los grupos religiosos del Antiguo y del Nuevo Testamento. En

contra de la creencia popular, la aspiración a la diversidad interna es tan fuerte como la aspiración a la unidad interna. Un grupo es sabio y también sociológicamente sano cuando consigue, no borrar esta tensión, sino garantizarla mediante una gestión flexible y cuidadosa.

Por lo tanto, si la tensión entre la unidad social y la diversidad ya estaba presente en el pueblo de Israel, y si esta tensión no desaparece con la aparición del cristianismo, sino que se acentúa, ¿qué ocurre con la iglesia actual o con los grupos modernos?

Recurramos a un autor que ha sido uno de los primeros en intentar reflexionar sobre la diversidad social que emerge en la modernidad. Ferninand Tönnies,1 contemporáneo de Max Weber y Émile Durkheim, fundadores de la sociología moderna, describe una importante transición en los grupos modernos. Debido a la industrialización, la aparición de las ciudades modernas y la inmigración, los grupos humanos han pasado de ser pequeños e inclusivos a ser grandes y anónimos. En contra de lo que se podría pensar, estos grandes y anónimos grupos modernos son en realidad muy dinámicos y eficaces y Tönnies los llama Gesellschaft (sociedad) y en cuanto tales son la garantía y el fundamento de las grandes transformaciones sociales y económicas que han modificado el mundo. Los grupos pequeños e inclusivos, que tienen una gran fuerza de unión pero que son lentos, conformistas y tradicionales, que Tönnies llama Gemeinschaft (comunidad), no son funcionales a la transformación moderna y, en su previsión, desaparecerán lentamente.

Todo proyecto cultural trabaja con un grupo social de referencia. La pregunta tenemos que hacernos hoy es: ¿nuestras iglesias son más Gemeinschaft o más Gesellschaft? Diríamos que la profecía de Tönnies no se ha cumplido del todo, porque si bien es cierto que predomina hoy abundantemente el tipo Gesellschaft, parece que, contra todo pronóstico, la Gemeinschaft no solo no ha desaparecido, sino que incluso parece estar resurgiendo con fuerza.

Muchas iglesias adventistas se han convertido, sin saberlo, en verdaderas Gesellschaft a pesar de ellas mismas y a pesar de utilizar a menudo el nombre de comunidad. Y esta fuerte tendencia a la Gesellschaft que se da entre nosotros no es más que una prolongación de lo que ocurre desde hace tiempo en nuestras sociedades. La única diferencia es que nosotros simplemente oponemos nuestra Gesellschaft espiritual a la Gesellschaft secular, pero la matriz sociológica es la misma. Desde el punto de vista social, nuestras iglesias no son verdaderas alternativas, sino meras extensiones del mismo fenómeno con un vestido diferente. Esto representa un problema.

Pero a este problema se suma otro. El carácter despersonalizante de la Gesellschaft moderna empuja hoy en día muy fuertemente hacia la búsqueda de grupos identitarios fuertes, cerrados y que defiendan con determinación los valores tradicionales. La versión espiritual de esta tendencia cultural son las iglesias tradicionalistas que conciben la fe como una fortaleza desde la cual hay que resistir contra la degradación externa que puede expresarse a través la ignorancia vulgar de una plebe sin valores pero también a través sofisticación de élites que solo cultivan el racionalismo y el pragmatismo típicos de la Gesellschaft.

Por este motivo hoy en día y más allá del problema entre iglesias liberales y conservadoras o la polarización entre iglesias autóctonas y étnicas, el problema más fundamentalmente nos parece ser, la oposición entre iglesias Gesellschaft y Gemeinschaft. ¿Cuál de las dos tiene prioridad y representa mejor el ideal cristiano?

1 Ferninand Tönnies, Community and Society (Nueva York: Dover Publications, 2002), pp. 37-67. Ed. esp.: Comunidad y sociedad (Buenos Aires: Editorial Losada, 1947).

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