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Genes, ambiente y morfología
ce que en el feto estas diferencias son mínimas y el número de células, tanto nerviosas como receptoras del estímulo luminoso, es el mismo. A lo largo del desarrollo es cuando el número de células cambia de un gato a otro, siendo mayor el número de células que posee el gato montés respecto del doméstico. La diferenciación progresiva en el número de células entre uno y otro se ha interpretado como un caso de muerte celular selectiva, que es bien conocida porque ocurre con frecuencia a lo largo del desarrollo, pero que en este caso concreto se habría acentuado. Así, por ejemplo, el núcleo geniculado posee en la forma doméstica entre un 30% y un 35% menos de neuronas que su versión silvestre. 39
Este caso concreto de variación, tomado con la precaución debida, un caso único estudiado desde este punto de vista, puede servir como modelo para la comparación entre la etnia erectus y el resto de los hombres. En los erectus observamos una disminución relativa del tamaño del cerebro, asociado a una disminución del tamaño de un cráneo cuyas paredes óseas se encuentran engrosadas. Algo similar a lo que les ocurre a los gatos domésticos respecto de los silvestres. 205
También es de gran utilidad la información obtenida de personas que, sin ser normales, siguen presentando un comportamiento humano. Hughes y Grieves han estudiado el caso de tres hermanos bantúes, microcéfalos que no llegaban a tener cerebros de 600 cc, pero cuyo comportamiento era el propio del ser humano, podían hablar y la coordinación de sus movimientos era normal. Dru-Drury describe el caso de una mujer cuyo cerebro era de unos 340 cc, que realizaba trabajos rutinarios en una institución y, aunque limitadamente, podía hablar. Keith documentó el caso de un hombre cuyo cerebro pesó 560 gramos al morir, pero que podía hablar y desenvolverse como una persona. Al estudiar el patrón de circunvoluciones de este cerebro se encontró que era más simple que el de un chimpancé. 32
De estos casos extremos podemos sacar una conclusión clara: el cerebro humano no es el resultado de añadir una cantidad al cerebro, de alguna forma, inferior, sino una forma independiente con diferencias cualitativas.
Genes, ambiente y morfología
La morfología craneal, como la del resto de huesos, está definida genéticamente en sus líneas generales.
Es frecuente encontrar variaciones en el número de diferentes estructuras óseas en el cráneo y, aunque su herencia posee generalmente las características de un gen dominante, 35 se ha observado que, tanto en ratas como en hombres, las deformaciones craneales artificiales incrementan significativamente la posibilidad de aparición de osículos adicionales en el cráneo; tal es el caso del hueso inca. 208 Como se ve, el factor ambiente es muy importante en estos casos.
Una nariz baja y ancha aparece ligada a un prognatismo relativo, tanto dentro de una población como entre éstas. También se ha encontrado una relación entre dimensiones del foramen nasal y distancia entre nariz y base craneal (distancia nasion-basion), de modo que el mayor tamaño de la abertura nasal se asocia a una longitud mayor nasion-basion, tanto en etnias actuales como en neandertales; 36 el componente genético parece evidente.
Si bien es cierto que el genotipo es fundamental a la hora de modelar la forma del cráneo, no lo es menos que el cráneo adquiere su forma definitiva dependiendo de factores ambientales u orgánicos, de acoplamiento de diferentes estructuras anatómicas, que en muchas ocasiones tienen efectos radicales. Se ha podido comprobar cómo los tejidos blandos con los que se relaciona el hueso craneal intervienen en el modelado de éste. En los casos de enucleación del ojo en niños de muy corta edad se observa que la órbita no alcanza el desarrollo que debería ser normal en presencia de éste. En experimentos con ratas se ha encontrado que la falta de tejidos intracraneales lleva parejo un reordenamiento óseo, siendo la bóveda craneana la más afectada, seguida por la base y con una afectación mínima el esplacnocráneo. 209
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Actualmente, es raro encontrar alguna persona con un arco superciliar tan desarrollado como el que poseyeron las etnias erectus y neandertal; y esto es posible que se deba tanto a diferencias genéticas como de adaptación a factores ambientales. En estudios sobre fósiles humanos, humanos actuales y simios, se ha encontrado una relación entre el torus supraorbital, la cuenca del ojo y el cerebro, en la región frontal del cráneo. Se ha observado que la disminución acusada del tamaño normal del cerebro humano (microcefalia), lleva aparejada una disminución del tamaño de la región compartida entre el cerebro y la cuenca del ojo. Al mismo tiempo, el arco superciliar se acentúa. 37
Si comparamos las relaciones entre la cuenca y el cerebro en dos especies de antropoides, orangután y gorila, comprobaremos que el arco superciliar del gorila está más marcado que en el orangután y, como sucede en la microcefalia humana, la región compartida de contacto entre el cerebro y la cuenca ocular es menor que en el orangután. En esta analogía, el orangután se correspondería con el humano de cerebro normal. En conclusión, a menor contacto entre cerebro y cuenca del ojo (debido a menor tamaño cerebral relativo al cráneo), mayor torus superciliar.
La masa muscular y la fuerza del músculo también ejercen un efecto moldeador sobre la arquitectura craneal. El desarrollo del torus supraorbitario está supeditado, al menos en parte, a la fuerza de los músculos masticatorios. Ésta suele reflejarse en el tamaño mandibular. 37,38 Tanto los erectus como los neandertales poseyeron arcos superciliares masivos y sus cerebros presentaban cierto alejamiento de la cavidad ocular. En el caso de los erectus es probable que el menor volumen cerebral estuviese implicado en el mayor grosor de los arcos superciliares; para el caso de los neandertales se debería al menor tamaño relativo del lóbulo frontal del cerebro. También es cierto para ambas etnias fósiles que sus mandíbulas y dientes eran más robustos que en el hombre actual, y no estaremos errados si les atribuimos unos músculos masticatorios potentes, capaces de intervenir en la formación del torus supraorbital. La diferencia estructural entre el hueso que forma el torus supraorbital, respecto del resto del cráneo, en los neandertales, que determina una mayor resistencia a la fractura, 40 no supone necesariamente la adición de un elemento perturbador sobre las ideas presentadas con anterioridad para explicar la aparición del arco superciliar, porque, aunque en una menor proporción, esta diferencia estructural también se da en el hombre actual; no es por tanto una exclusividad.
Otra característica propia de etnias prehistóricas es su marcado prognatismo, ligado a tamaños mayores de los dientes y mayor robustez mandibular. También estas características pueden asociarse al conjunto herencia-ambiente.
Se sabe que la consistencia de los alimentos que se toman va ligada a la robustez mandibular en los grupos poblacionales actuales. Pamplona ha observado que la oclusión o falta del tercer molar es mucho más frecuente en etnias que llevan una alimentación blanda, estando asociada una menor fuerza masticatoria del conjunto maxilomandibular, que si es del 100% en negros africanos, resulta ser del 90% en indígenas amazónicos y del 73% en españoles 41 (véase tabla 2.2).
Tabla 2.2. Comparación de las fuerzas masticatorias de diferentes grupos de población expresadas en kilos de fuerza. 41
FUERZA MASTICADORA 5-10 años 11-20 años Más de 21 años (kilos) de edad de edad
Melanodermos (africanos) 15,6 38,7 52,7
Xantodermos (amazónicos) 13,9 31,2 47,4
Leucodermos (españoles) 8,2 23,6 38,4
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En estudios realizados en esquimales se ha podido constatar cómo el cambio en la consistencia de los alimentos que tomaban, por el paso de una dieta tradicional al tipo de dieta occidental, llevaba a una disminución del tamaño de la mandíbula y a un incremento considerable en el número de dentaduras malformadas, debido a la falta de espacio para la colocación de las piezas dentarias. Los cambios drásticos se produjeron en una o dos generaciones, lo cual supone que junto al factor genético –a pesar de todo esto los esquimales poseen una mandíbula mayor que un español–, 41 el componente ambiental tiene un marcado efecto. 42
Después de analizar las mediciones hechas en el aparato masticatorio de hombres prehistóricos, pero morfológicamente actuales, también se han encontrado cambios en la mandíbula que han sido atribuidos a los cambios en la consistencia de los alimentos consumidos. Brace y otros investigadores han encontrado una reducción progresiva en el tamaño de los dientes desde el final del pleistoceno hasta nuestros días. La superficie dental en los neandertales de Krapina es de 1.631 mm 2 , que desciende a 1.220 de media en los hombres del mesolítico. En pobladores de Francia durante el neolítico, la superficie es de 1.180 mm 2 , y en el siglo XVII de nuestra era es de 1.128 de media. 43 Moore y colaboradores, por su parte, han encontrado en material de las Islas Británicas que las áreas de unión muscular a la mandíbula han disminuido un 13% en dimensiones lineales, desde el neolítico hasta el siglo XIX. También han podido comprobar un aumento del ángulo mandibular entre el cuerpo y la rama de la mandíbula: un 9%. Esto puede significar una menor fuerza de los músculos que se insertan en la zona. En conjunto, se ha constatado la disminución del tamaño de la mandíbula, produciéndose el mayor cambio en el período que cubre desde la Edad Media hasta el siglo XVII. 44
Goose, estudiando cráneos británicos, ha encontrado que también el maxilar se ha hecho más pequeño con el transcurrir del tiempo, una disminución de tamaño que se debe al estrechamiento del maxilar. 45 Pero, si en los casos descritos no cabe más que la interpretación sin experimentación, en ratas se ha podido comprobar experimentalmente cómo la consistencia de la comida afecta al desarrollo de los huesos implicados. Beecher y Corruccini han encontrado que al alimentar ratas con comida blanda sus mandíbulas fueron menores, menos densas, con un arco maxilar más estrecho y con un cráneo más pequeño que ratas alimentadas con una dieta habitual. 46 Estos mismos autores hallaron que en macacos la dieta blanda administrada durante la adolescencia determinó un estrechamiento maxilar. 46
Resulta evidente que la función muscular tiene un efecto importante sobre el desarrollo del hueso en el que se inserta y en el cráneo; hay más ejemplos de ello. Darwin encontró que en conejos con una oreja caída, debido a una falta de fuerza muscular, existía una asimetría ósea que se correspondía con la asimetría existente entre los músculos de ambos lados. 47 Experimentalmente, la remoción del músculo temporal que se inserta en la apófisis coronoides de la mandíbula y el hueso temporal, tanto en perros como en otros animales, causa una asimetría ósea.
Pero fue Washburn quien definió con mayor precisión el alcance de la falta de éste y otros músculos mediante estudios en ratas. Al quitar el músculo temporal en estos animales, la apófisis coronoides desaparece o queda de tamaño vestigial. Si se suprimen los músculos del cuello que se insertan en la nuca, la cresta nucal desaparece y el hueso interparietal se modifica en su morfología. En el molde interno del cráneo no se aprecian cambios cuando se ha quitado el músculo temporal, pero si se quita junto con los músculos de la nuca, sí aparecen algunos cambios. 48
La temperatura es otro factor ambiental que ha sido implicado en la modelación craneal. En ratas se ha observado cómo el frío provoca el acortamiento facial, la apertura nasal se hace más pequeña y en el resto de huesos aparecen cambios tales como el aumento de la robustez en los huesos largos. El estrés causado por el frío parece ser la causa primera de estos cambios. 49
El mentón mandibular también merece un comentario, dado que se le da gran importancia para la identificación del ser humano. Conviene decir, como principio, que la mandíbula está sometida a fuerzas que intervienen en su morfología y que actúan a través de células constructoras y células destructoras de hueso. 50 Una zona de crecimiento en la mandíbula es el
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mentón, en tanto que una zona de destrucción se da por encima de éste, en la base sustentadora de los incisivos, lo cual determina que la barbilla sea tan característica en el hombre actual. Además de esto, Biggerstaff ha encontrado en investigaciones con hámsters, cómo en la mandíbula se pueden diferenciar dos estructuras histológicas distintas: una la alveolar, la que sujeta el diente; y otra la que se halla debajo, que es la que da lugar al mentón. Ese hueso alveolar requiere del diente para su desarrollo, y es conocido cómo la desaparición de la dentadura determina que el hueso que la soporta se retraiga hacia el interior de la boca, en tanto que el mentón se hace relativamente más prominente. Estos estudios han llevado a Biggerstaff a pensar que la progresiva reducción del tamaño de los dientes ha ido haciendo aparecer el mentón, que actualmente es prominente. 51
En el caso de la etnia erectus, en la cual se encuentran las mayores superficies dentarias, el mentón no sólo no existe, sino que hay un ligero retraimiento hacia atrás (véase figura 5.7). Los neandertales no muestran mentón, pero no hay tampoco un retraimiento de la región; el frente de la mandíbula es vertical, pero a la vez hay una gran superficie dental y un espacio retromolar en el que, cabría un cuarto molar (véase figura 4.1).
Vemos pues que aun habiendo una fuerte influencia genética sobre la formación de los huesos, el ambiente posee un gran poder modelador.
El hombre no fue, en un principio, un grupo numeroso, pero pronto se dispersó. Las poblaciones colonizadoras, pequeñas en número, quedaron aisladas del resto de poblaciones, marcando las diferencias que ya pudieran existir entre ellas. Las distintas condiciones ambientales debieron jugar un papel fundamental en este proceso. Así pudieron formarse las etnias de erectus, neandertales y hombres actuales. Posteriormente, con el crecimiento de las poblaciones comenzó el contacto, que restableció el flujo genético entre ellas y contribuyó a uniformizar las características étnicas, pero destacando en cada región los caracteres de las poblaciones originales o más abundantes. 53,54 Actualmente, las diferencias entre grupos poblacionales humanos son relativamente pequeñas, debido al contacto entre ellas (véase Apéndice III).
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Capítulo III. El límite de lo humano III El lenguaje
Es, seguramente, la más humana de las características propias del ser humano; al menos la más evidente frente al resto de los animales. Por medio de él se consigue una transmisión cultural eficaz, de generación en generación, evitando la pérdida de lo que se ha aprendido. Es, en definitiva, un método de perpetuación cultural epigenética. Dentro del lenguaje, es su simbolismo lo que más destaca. Mediante el acuerdo entre los individuos se da un significado al símbolo, que no es obvio en sí mismo. Entre los animales no existe ningún caso paralelo al humano. Las abejas son capaces de un lenguaje simbólico, 55 aunque la transmisión entre los miembros de las poblaciones no es epigenética, sino hereditaria. Un caso similar parece darse en el mono verde africano, que emite sonidos diferentes para situaciones de peligro diferentes. Algunos investigadores han interpretado estos sonidos dándoles el significado de palabras y, como éstas, serían simbólicos. Otros, sin embargo, creen que se trata más bien de reflejos condicionados específicos de cada situación de peligro, desencadenándose una respuesta refleja concreta, pero en la que no media una comprensión mental de lo que el sonido significa. 59
Se han podido enseñar a los chimpancés símbolos cuyo significado han aprendido, pero muy limitadamente. No son capaces de un lenguaje articulado en palabras, como el que poseemos los humanos, debido a impedimentos anatómicos que explicaremos posteriormente, lo que determina que no hayan podido decir mucho más que papá y mamá. 56
Ha sido en el lenguaje de los sordomudos en el que estos simios han conseguido sus mayores logros. Con este lenguaje han podido construir algunas frases sencillas, pero carecen de la capacidad necesaria para una sintaxis correcta. 57,58 Hay quienes dan mucha importancia a lo hallado hasta ahora en chimpancés, pero es realmente limitado. Noam Chomsky lo ilustra así: «Decir que los monos pueden adquirir un lenguaje porque aprenden algunos signos sencillos, es como decir que el hombre puede volar porque salta». 60 Evidentemente saltar es una cosa y volar otra.
Destaca inmediatamente el hecho de que no es sólo el impedimento anatómico para emitir los sonidos el que impide al mono hablar, también hay una incapacidad debida a la falta de elementos neurocerebrales necesarios para llevar a término un proceso de simbolización tal y como lo hacemos los hombres. 57
En el cerebro, es el hemisferio izquierdo el que soporta, generalmente, la facultad del lenguaje, y son las áreas de Broca y Wernicke de este hemisferio las principales implicadas. 61 Estas mismas áreas se encuentran en los cerebros de los monos, aunque sin ser idénticas a las humanas, 62 y sin embargo no son capaces de hablar.
En el hombre, tanto el cerebro como los elementos anatómicos implicados en la fonación, permiten el lenguaje hablado tal y como lo conocemos en cualquier etnia. En los casos en los que no se ha podido aprender a hablar (debido por ejemplo a una sordera), se ha observado cómo la persona desarrolla un lenguaje por señas que generalmente se acepta que es de signos, sin encontrarse símbolos ni sintaxis. 57 Es éste un lenguaje fundamentalmente icónico que en épocas históricamente anteriores a la nuestra fue más frecuente entre los hombres; tal es el caso de los jeroglíficos egipcios.
Por lo tanto, la llegada al simbolismo en el lenguaje ha de aprenderse o debe crearse, pero no surge porque sea innato. La sintaxis diferencia a monos y hombres separándolos en un abismo que podemos encontrar ya en los primeros estadíos del habla en un niño. Hay errores en la construcción de las frases que nunca comete el niño, sea cual fuere el idioma que hable, esto ha llevado a Chomsky a pensar que hay una estructura profunda del lenguaje que nos es común a todos los seres humanos; y que, además, esta estructura profunda se here-
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da genéticamente, constituyendo la base sobre la cual se aprende el idioma que las circustancias hayan impuesto. 60
Las diferencias de posibilidad de lenguaje entre los monos antropomorfos y el hombre serán desde ahora las únicas referencias para situar los restos esqueléticos que ya no pueden darnos la evidencia definitiva: la de hablar.
En lo que se refiere a las posibilidades neurológicas para la comunicación hablada, los restos de australopitecinos no presentan diferencias claras respecto de los simios.
El cráneo, que es moldeado por el contacto con vasos sanguíneos, membranas, circunvoluciones cerebrales, etc., presenta un mapa de situación de estas estructuras anatómicas. Pero en ningún caso es un mapa preciso ni constante entre individuos, lo cual impide que obtengamos conclusiones claras, además de que lo reflejado es una morfología externa 32,62,63 (véase el capítulo IV para descripción de un caso de estudio subjetivo sobre marcas endocraneales).
La corteza visual primaria no se halla en el mismo lugar en monos y hombres, y esto se utiliza como referencia de la expansión cerebral en fósiles, lo cual es posible si en el hueso ha quedado marca de un surco que delimita esta región del cortex, que se denomina sulcus lunate. Esta hendidura de la corteza cerebral es la que delimita el área mencionada. La huella dejada por el sulcus lunate ha sido encontrada en una proporción variable, desde el 10 hasta el 58%, en moldes endocraneales de hombre actual. 1
Como hemos señalado con anterioridad, las áreas de Broca y Wernicke son las principales implicadas en la capacidad de lenguaje y, al estar situadas asimétricamente en el cerebro, las huellas que dejan en el cráneo también son asimétricas. La región posterior de la cisura de Sylvio, que se encuentra bajo el área de Broca, es diferente en ambos hemisferios cerebrales, y se ha relacionado con la capacidad para hablar de los que ahora solamente son fósiles. Lo mismo sucede con la región posterior al área de Wernicke, que es más grande en el hemisferio izquierdo y se toma como indicador de un potencial para el habla.
Según los estudios realizados hasta la fecha, es el hombre de la etnia erectus KNM-ER 1.470 el primero que, desde la perspectiva evolucionista de gradación temporal, presenta un molde endocraneal humano. 66 En ningún australopitecino se ha encontrado nada parecido, si acaso un volumen cerebral ligeramente mayor al de los simios. 67 En otros erectus y neandertales, también se han encontrado estas morfologías típicamente humanas. 57
El resto del capítulo vamos a dedicarlo a las repercusiones fonéticas de la anatomía y su aplicación para interpretar las posibilidades lingüísticas de los hombres fósiles.
La fisiología de la fonación es compleja y se conoce, con cierto detalle, desde hace muy poco tiempo. 58,68 Aquí pasaremos directamente a la zona bucal supralaríngea, dejando de lado órganos y estructuras tan importantes como el pulmón. Es en esta zona supralaríngea en la que se reconocen las características propias de la capacidad para hablar, y es en ella en la que se sitúan estructuras óseas que se han encontrado en los fósiles. Una de las formaciones considerada como importante para poder hablar, consiste en unos pequeños abultamientos óseos que se presentan en el centro y cara interna de la mandíbula, detrás del mentón, que se denominan apófisis genianas. Estos abultamientos son el lugar de inserción del músculo geniohioideo (que por otra parte inserta en el hueso hioides), y del músculo geniogloso, que forma parte de la lengua. Estos músculos se encuentran implicados en la modulación de las letras y palabras y, dependiendo de cómo estén desarrollados e insertados, así deberán ser las apófisis en las cuales se insertan. Al menos esto es lo que se espera que ocurra. En los simios nunca se han observado estos abultamientos mandibulares, y esto ha derivado en caracterizarlos como importantes para saber si el dueño de la mandíbula podía hablar. 63 Sin embargo, la gran variabilidad de presencia entre los seres humanos ha hecho que esta idea quede relegada. Hasta un 5% de las mandíbulas de europeos carece de estas apófisis, llegando al 25% entre bosquimanos y otras etnias, apareciendo incluso una depresión, como en los antropoides, 62 y aun así podían hablar. El hueso hioides, que constituye el límite superior de la laringe, puede ser otro candidato a marcador de ca-
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pacidades lingüísticas, pero se conserva muy raramente en los fósiles. Un caso excepcional ha sido el hallazgo de un hioides prácticamente completo y bien conservado en el yacimiento de neandertales de Kebara, en Israel. 69 A sus descubridores les ha parecido absolutamente humano, y concluyen que los neandertales poseían la capacidad anatómica del habla, tal y como la poseen hoy los hombres. 70,71 Al estar conservadas mandíbulas y vértebras de esqueletos a los que probablemente pertenecieron ése, o parecidos huesos hioides, pueden establecerse las relaciones existentes entre estos elementos óseos, habiendo llegado a la conclusión de que la posición de la laringe debió ser baja en el cuello, permitiendo un espacio faríngeo amplio para la resonancia y, por tanto, para la emisión de sonidos propios de un hombre actual. 71 Pero hay quienes opinan que se han sacado demasiadas conclusiones de un solo huesecillo, 58 o incluso que el hioides de los cerdos es tan parecido al de los humanos como el de Kebara. 72
También en la base del cráneo se pueden encontrar atributos anatómicos explicativos de las características y situaciones de los tejidos blandos implicados en la fonación, que no se encuentran nunca en un fósil. 73
Parecen estar relacionadas la posición ocupada por el tracto respiratorio superior y la línea basicraneal. Esto es lo que se ha encontrado al analizar cráneos de monos y humanos.
La amplitud de la faringe y su posición relativa son fundamentales para poder hablar, debido a que conforman una caja de resonancia sin la cual habría sonidos imposibles de reproducir. En los simios la laringe llega hasta el nivel de la boca, siendo capaces de respirar y tragar al mismo tiempo, puesto que el aire pasa directamente de la nariz a la laringe, en tanto que el alimento pasa por los lados de la laringe al esófago.
En el hombre la laringe está mucho más baja, de modo que el alimento y el aire se cruzan en sus respectivos caminos, por lo cual no se producen las dos funciones al tiempo, y se elimina el riesgo de asfixia. Los recién nacidos humanos presentan una disposición de la laringe similar a la de los monos, compartiendo con éstos las posibilidades de comer y respirar a la vez. Del mismo modo son incapaces de emitir sonidos como los adultos hasta la edad de dos años, aproximadamente, momento en el que la laringe va situándose al final de un camino de descenso desde una posición simiesca, hasta la definitivamente humana. 73
La línea de la base del cráneo, que va desde el paladar duro hasta el foramen magnum (agujero occipital) refleja, en cierta medida, el lugar que ocupó la laringe en el viviente. Esta línea está poco flexionada en los monos, en comparación con las del hombre, en la que se pone de manifiesto una concavidad (véase figuras 3.1 y 3.2).
Fig.3.1. Cráneo de orangután en el que se ha marcado la línea seguida por la base del cráneo.
Fig. 3.2. Cráneo de hombre actual en el que se ha destacado la línea de base del cráneo.
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En el niño se produce un cambio parejo de la línea basicraneal y de la posición de la laringe, para que al mismo tiempo se vayan dando las condiciones apropiadas para la fonación humana. 74
De estos estudios se pasó a la posible aplicación a los restos fósiles conocidos y, aunque todos no han podido ser estudiados por ser fragmentarios, las conclusiones han sido interesantes. El fósil clasificado como Australopithecus africanus, Sts 5, posee una línea de base craneal típica de los monos. La etnia cromañón, junto con el erectus Hombre de Broken Hill, presenta una línea similar a la de los hombres actuales. Los neandertales presentan mayor variabilidad morfológica y suele encontrarse una línea simiesca. 16
Linda Duchin ha optado por la integración de diversos parámetros de la cavidad oral para definir las características propias de simios y hombres, concluyendo que las etnias erectus y neandertal entran en la variabilidad del hombre actual. 75
Éstos y otros estudios 76 ponen de manifiesto que erectus, neandertales y hombres actuales comparten la posibilidad de lenguaje hablado, quedando excluidos los australopitecinos. Las dudas se ciernen, sin embargo, sobre la uniformidad en el modo de hablar.
Los estudios realizados por Lieberman en neandertales 77 hacen pensar que no eran capaces de utilizar idiomas como los actuales, al menos con fluidez. Quizá tuviesen problemas para la emisión de sonidos tales como las vocales i, u y a, y de las consonantes k y g. No se conoce ningún grupo poblacional humano actual con semejantes limitaciones, y es a estas limitaciones en la capacidad de lenguaje a las que algunos antropólogos han atribuido el aislamiento reproductivo y extinción final de los neandertales. 77 Sí es cierto que actualmente la barrera idiomática para el mestizaje, aunque no sea impermeable, es difícil de traspasar. 78
Investigaciones como las realizadas por Houghton no concuerdan en sus interpretaciones finales con las de Lieberman. Houghton ha encontrado que, posiblemente, la relación que guardan la cabeza y la columna vertebral, en los neandertales, no sea la que hasta ahora se había creído y que, realmente, el neandertal mantuviese la cabeza más elevada, con la frente más alta que en el humano actual. Como resultado de este nuevo posicionamiento de la cabeza, el aparato fonador permitiría la reproducción de los sonidos difíciles. 204 Hasta aquí se han definido, con la precisión que permiten los conocimientos actuales, las capacidades para el lenguaje y el habla, pero ¿existe alguna evidencia de que lo hicieran?
Para el creacionista no hay sombra de duda, pero vamos a estudiarlo someramente, en un contexto evolucionista. Hay investigadores que creen que el útil debió ir inevitablemente unido a la palabra. Ralph Holloway no cree que unas culturas líticas tan bastamente distribuidas se llegaran a desarrollar sin un lenguaje mediador del aprendizaje. 79 Oackley, con una opinión similar, no cree que pueda planearse o inventarse nada con efectividad si no media la comunicación oral (citado en la referencia 80). A. Leroi-Gourhan, por su parte, piensa que hay un paralelismo entre la complejidad del instrumento de piedra y la capacidad lingüística. 81
Otros antropólogos creen, sin embargo, que fueron las representaciones pictóricas y escultóricas los únicos aspectos culturales que debieron ir unidos al habla en sus comienzos, 80 y sitúan estas actividades junto a los hombres actuales, excluyendo a las etnias erectus y neandertal. Dean Falk critica esta postura, aduciendo que la falta de pinturas tampoco supone necesariamente una falta de lenguaje hablado, porque, entre otras cosas, el útil de piedra podría tener otras formas alternativas, pero igual de eficaces; y si se mantuvo un tipo de formas debió ser por una tradición oral (citado en referencia 80).
Evidentemente sólo se dan explicaciones basadas en lo que cabe suponer, pero sí es verdad que hay una proximidad entre el pensamiento evolucionista, que sitúa la aparición del habla en erectus y neandertales, y el creacionista, con erectus y neandertales humanos.
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