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El viaje, la rural y la m

i amigo Lolo me llamó una tarde para invitarme a su casa en la sierra, en las vacaciones de invierno. Vive en un pueblo apartado de todo. No hay Internet, no hay señal de celular y tampoco energía eléctrica.

Pero él es feliz con su esposa, perros y gatos. Tiene una especie de chacrita donde cultiva sus verduras, y hasta algunas frutas. Incluso el año pasado se compró una vaca para tener leche y hacer queso.

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Lo jodo diciendo que parece salido de la serie “La familia Ingalls”. Se ríe, pero en parte tengo razón. Es algo que buscó y eligió. Ya estuve un verano y es un desenchufe total. Realmente volví renovado a mi vida digital.

Así que no dudé, cuando me dijo, que pasara unos días en su lugar en el mundo.

De paso le haría estirar las piernas a la Safari. Pero no imaginaba todo lo vendría aparejado. Nada es casual, eso ya lo tengo más que claro.

Salí bien temprano para evitar la locura del tránsito. Lo logré y cuando se ponía pesado, ya estaba lejos de la gran ciudad, y de mi casa. La Safari sonaba como un violín debajo del capot.

Primera parada para darle de comer a la

Mrural, y para reponer fuerzas con un buen desayuno, en realidad el segundo del día. Pero en ese lugar las medialunas son espectaculares para remojar en el café con leche. En esa tarea gastronómica estaba abocado cuando se me acercó un tipo y me dijo: “¿Dónde reformó al Torino”? Lo miré tratando de e n t e n d e r cuánto conocía de los Lutteral, claro que sin lograrlo. Costó algo de trabajo hacerle entender que era una modificación de un concesionario oficial.

Además de un trabajo artesanal partiendo de un sedán de cuatro puertas. Al final el tipo soltó, antes de irse de mi mesa: “Le quedó muy bien”.

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