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mujer
from Autohistoria 49
by Autohistoria
Mientras se alejaba me preguntaba cuánto, de mi explicación, había com- prendido. Pero rápidamente sumergí otra medialuna y todo volvió a la normalidad.
Dos mesas más allá había una morocha madura, que también estaba haciendo lo mismo que yo.
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Levantó una medialuna y me sonrió. Le devolví el gesto y seguí desayunando con toda tranquilidad. La morocha terminó y salió de la cafetería de la estación de servicio. Se subió a un BMW negro, de esos que parecen una lancha.
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Al rato hice lo mismo y reanudé mi viaje. La próxima parada fue en otra estación de servicio, al lado hay una parrilla muy buena. ¡Ah! Es un lugar donde está lleno de camioneros. Ya conocen el dicho: donde paran a comer los camioneros es un buen lugar.
Al entrar a la estación de servicio vi al BMW. La morocha estaría por ahí. Cargué nafta y dejé a la Safari estacionada para ir a comer. Justo encontré un lugarcito al lado de los camiones. “¡Una Safari de Lutteral!”, gritó un camionero que estaba revisando un remolque.
Al menos el camionero sabía más que el tipo de esta mañana. Le levanté el pulgar y me dirigí a pagar el combustible. Ya que los playeros no te cobran, lo hacen en una oficina. Adentro estaba la morocha con cara de desesperación.
Un signo de interrogación se dibujó en mi mente. Pagué y de refilón escuché que le dijo: “Tengo que llegar esta noche. Hay una presentación y tengo que estar ” . El tipo h a b l ó tan bajo que no alcancé a escuchar lo que le dijo.
La morocha salió disparada hacia la parrilla. Pagué y me fui hacia el mismo lugar. Por suerte había mesas vacías. La morocha estaba hablando con algunos de los camioneros. Cada vez entendía menos. Pedí un poco de asado con ensalada y un chorizo.
En poco tiempo tenía mi comida servida. La morocha seguía de mesa en mesa hablando con los camioneros. Hasta que reparó en mí. Creo que me reconoció del desayuno. Vino raudamente hacía mi mesa. Sonaste, pensé.
Lo que no sabía era el por qué. Lo curioso era que casi todos saludaban a la morocha. Para mí solo era una madura interesante de ver. “¿Para dónde vas?”, me tiró apoyando las dos manos en la mesa. La miré y le dije: “Buen día, o buenas tardes”.
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Se rio y me di cuenta lo bella que era. “Perdoname. Tenés razón. Lo que pasa que estoy un poco loca. No encuentro quien me lleve”, me dijo en un tono mucho más suave y con una voz muy agradable.
Le dije que se sentara. Ahí me contó que llegó a duras penas con el BMW. Fallaba mucho y cuando lo paró en la estación de servicio no arrancó más. Le dije que podía ser un problema eléctrico, pero para saberlo había que escanearlo.
“Eso mismo me dijeron todos por acá”, lo dijo con un gesto de resignación. “¿Ya almorzaste?”, le pregunté. Meneó la cabeza y la melena corta bailó en su cabeza. Le dije que se pidiera algo. “Lo tuyo parece bueno”, asentí con la cabeza. Terminamos almorzando juntos.
“¿No ves televisión abierta?”, le dije que hacía casi 20 años que no lo hacía. “Claro, es por eso”. Seguía sin entender, hasta que me explicó que era una famosa conductora de un programa con mucho rating. El almuerzo fue lo mejor que me pasó en ese viaje. La terminé llevando a su destino, igual me quedaba de paso. El regreso lo haría en avión y luego pediría que vinieran a rescatar a su auto. No le conté a Lolo, está más aislado del mundo televisivo que yo.
Lo cierto que a mi regreso una famosa conductora televisiva me invitó a cenar. Pero fuimos a un pequeño bodegón para esquivar a los paparazis. Gracias a la Safari ahora nos estamos conociendo, y todo por estar en el lugar indicado, a la hora precisa. z