El brillo de Lucinda

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Beatriz Ríos Molina Ilustrado por Vir Carvallo
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Había una vez un hada llamada Lucinda que vivía en un bosque rodeada de árboles y de un gran río. Ella vivía en unas colinas, y cada colina tenía una puerta que correspondía a una familia de hadas. Detrás de una gran puerta decorada con flores y adornos, vivía Lucinda.

Lucinda era un hada con unos grandes ojos marrones. Le encantaba estar perfecta, por eso se peinaba día tras día su rubia melena. Además, vestía un precioso vestido hecho de pétalos de flores.

Se la conocía por ser el hada más risueña del bosque; reía sin parar y trabajaba mucho. Es más, cuando algún animal del bosque tenía un problema, siempre acudía a ella.

En sus ratos libres, a Lucinda le encantaba volar entre los árboles, saludando a todos sus amigos y revoloteando, tocando con sus dedos el agua fría y cristalina del río. Pero, sin duda, su momento favorito era cuando se tumbaba en una de sus setas a observar cómo los árboles se movían, cómo se veían destellos de la luz del sol cuando el viento movía sus hojas o, simplemente, escuchar cómo resonaban. Ella respiraba y sonreía; no podía estar más feliz. Miraba a su alrededor y lo tenía todo.

Lamentablemente, una noche, el Señor Búho avistó desde lejos una gran tormenta que se acercaba al poblado. Avisó a todos los animales para que se pusieran a cubierto en la cueva de la otra ladera. Y así lo hicieron todos: cogieron todas sus cosas y se metieron en la cueva.

Lucinda, un hada risueña, enfrenta la devastación de su bosque. Con la ayuda de su amigo Brión, aprende que siempre es posible reconstruir y volver a brillar.

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