



Todos los días podemos observar el atardecer, tan bonito... ¡Oh!
Sucede cuando el Sol termina su horario de trabajo y se va marchando poco a poco, apagando la luz del cielo.
Al poco rato empieza el turno de trabajo de la Luna, que va asomando con su brillo en el cielo oscuro. ¡Qué bonito...! ¡Ah!
Este cambio de turno entre el Sol y la Luna es lo que nos separa el día y la noche en la Tierra. Bueno..., eso y la cena.


El Sol, una vez terminada su jornada, se va al vestuario, donde cada astro, satélite o planeta tiene su taquilla para guardar su ropa de trabajo, calzado y cosas espaciales.
La taquilla del Sol está separada de las otras, para que no se quemen con su calor. Se estaba quitando sus botas de trabajo, que son especiales para que pueda dar las vueltas y giros que tiene que realizar. ¡Uf!, algunos días termina mareado.
Al fondo del vestuario está la Luna preparándose para salir; va a comenzar su turno de trabajo y está algo nerviosa.

El Sol, que la está mirando, le dice con tono gracioso:
—Hola, Luna, estás lunática, como siempre.
Ella se tiene que asegurar de la fase o forma con la que tiene que salir cada noche. Que si de luna llena, que si de luna nueva, que si de cuarto creciente o menguante.
—No te burles de mí, que como me confunda de forma, puede haber problemas en la Tierra, y solo de pensarlo me pongo nerviosa —dijo ella.
Pero eso no sucedió. La Luna es muy cuidadosa con la Tierra.
—Yo también me preocupo de la Tierra con mi trabajo; si algún giro o vuelta que tengo que hacer me sale más largo o corto de lo normal... ¡Menuda catástrofe se puede preparar! Y como siempre lo hago bien, soy el trabajador más brillante del espacio. Ja, ja, ja... —decía el Sol.
—No te hagas el chulito —decía la Luna—, que todos somos importantes para que la naturaleza esté en orden y las personas puedan vivir en la Tierra.

El Sol, la Luna y la Tierra descubren que la verdadera magia está en cuidar el planeta. Juntos, sueñan con un mundo limpio y saludable.

