CAPÍTULO UNO
EL HOMBRE SIN SENTIDO
En un vasto mundo, de grandes territorios, de países y estados medianos, de pequeñas ciudades del mundo moderno, se encontraba un hombre de mediana edad, con una vida plena, monetaria y material, pero no así en lo espiritual; este hombre, a pesar de llevar una vida de logros y estar rodeado de personas que lo apreciaban, no se sentía pleno, al contrario, sentía que su alma y espíritu no se confortaban ni se alineaban con su vivencia física, su mente, llena de miedos y su pecho lleno de entusiasmo lo mantenían extrañamente alineado y sujeto a una vida cotidiana de logros y fracasos, de alegrías y tristezas, que parecía ser un bucle sinfín.
Un día aquel hombre moderno con una vida llena de experiencias y conocimientos, enfermó, pero no enfermó de alguna dolencia física o clínica, enfermó en su interior, como si su corazón gritara con su mente, como si su pecho estuviera vacío, como si nada importara. A pesar de estar rodeado, se vio solo, su vida dejó de tener sentido para él, y a pesar de tantos años de experiencias vividas, de gente conocida, de sentimientos y emociones, en ese instante, simplemente había un vacío.
—¿Qué hago? —dijo el hombre—. ¿Qué he hecho? ¿Qué voy a hacer?
Sentía cómo el tiempo lo tragaba, como un gigante agujero negro que traga la luz a su paso, sentía cómo su vida se iba y consumía en lo cotidiano.
«¿Así será todo?», pensó.
—Se acabará el tiempo para mí y esto será toda mi vida —exclamó.
Los días pasaron y el hombre continuó su vida, trabajando, conviviendo y llevando una vida que, si bien era una fortuna material y sentimental, no lo terminaba de convencer, se encontraba perdido en
espíritu, y cada despertar lo atormentaba, cada anochecer lo perjudicaba, destinado a un bucle infinito del ser, a repetir una y otra vez, todo hacía que su alma pereciera en lo mundano. Una noche sin más ni menos el hombre desapareció, se fue de la ciudad y dejó todas sus pertenencias, dispuesto a romper el bucle, buscó alguien que lo pudiera ayudar, que pudiera alimentar su alma, que lo ayudara a romper la locura que sentía, pensó en psicólogos pero requería algo más, algo más profundo, así que se dirigió a las entrañas del mundo, con el pensamiento de conocer cosas nuevas, culturas nuevas, gente nueva y sobre todo enseñanzas nuevas, queriendo encontrar maestros como en películas e historias, que le enseñaran el significado de la vida, sin imaginarse todo lo que le esperaba en esa búsqueda desesperada, de aquel hombre sin sentido para llenar su vacío.
CAPÍTULO DOS
EL LUGAR CORRECTO
Así el hombre, peregrinó por el mundo, en busca de respuestas y consuelo, en busca de alguien o algo que llenara el vacío en su pecho, que le enseñara sobre el espíritu y la conciencia, no sabía quién ni dónde, el hombre esperaba encontrar algún templo, quizá algunos monjes, en realidad no sabía con certeza, solamente actuaba como hace mucho no lo hacía, siguiendo a su corazón.
Destinó su presupuesto en visitar varios lugares desde oriente hasta medio oriente, preguntando en diferentes templos religiosos, de hábito y de costumbres, todos estaban dispuestos a aceptarlo, pero el hombre dudaba, no sabía si era el lugar que buscaba, el lugar que anhelaba, fue entonces que un día de aquellos, se detuvo en un bar café, y pidió una taza de té, aquel hombre ya no era el mismo que había abandonado la ciudad, ya vestía diferente, se comportaba diferente y veía el mundo diferente, ya que en busca de su redención, había visitado lugares diversos y conocido a diferentes personas con diferentes comportamientos, había experimentado olores y sabores, era otro hombre, pero aun así no encontraba el lugar que deseaba, el lugar correcto, fue entonces que, mientras disfrutaba su té, apareció frente a sus ojos un joven que de alguna manera, su cara, su cuerpo y su comportamiento le resultaban familiar, este joven que tenía más facciones juveniles que maduras, inspiraba paz, inspiraba complejidad y alegría, el joven cruzó la mirada con el hombre y se acercó a este.
—¡Te encontré! —dijo aquel joven.
—¿Me hablas a mí? —preguntó torpemente el hombre.
—Así es —respondió con seguridad el joven.
—¡Sígueme! —le dijo con amabilidad y pureza.
El hombre dudaba, pero sus piernas ya se movían siguiendo a aquel joven de aparición repentina, quien lo condujo hasta las afueras del lugar donde se encontraban.
J. Tonatiuh A. Bayardo
—¿Sabes dónde estamos? —preguntó el joven.
—No sé bien, he viajado mucho por diferentes medios, ya no lo sé con certeza, además, aquí hablan muchos idiomas —dijo el hombre.
—Perfecto —mencionó el joven mientras sonreía y continuaba su marcha.
El joven condujo al hombre hasta las afueras del poblado, entre bosques y llanuras.
—Hemos llegado —dijo finalmente el misterioso joven al detener su paso.
El hombre observó. Era una especie de templo, pero solo se podía observar la entrada, la cual estaba conformada por dos hojas de madera en forma de círculo, donde el joven tocó tres veces solamente y en respuesta las hojas de madera se abrieron al momento.
—¡Adelante! —dijo amablemente el joven mientras cedía el paso.
—¿Qué es este lugar? —preguntó el hombre, sorprendido y algo temeroso.
—El lugar correcto —puntualizó el joven.
CAPÍTULO TRES
EL TEMPLO DE LOS 7 MAESTROS
El templo, como podía definir el hombre que cruzaba sus puertas, era un lugar extenso con mucha naturaleza, donde si ponías atención, se podía observar un camino de piedras que conectaba a 7 casas con diferentes artesanías, con diferentes formas y arquitecturas de diversas culturas; cada una de estas construcciones se encontraban a lo largo de una senda que llevaba al pico de una elevación, escalonadas de principio a fin, y en la punta se encontraba una construcción más, la cual era más pequeña pero con detalles más precisos y bellos a la vista, que se podían percibir incluso a lo lejos.
El hombre se adentró siguiendo al amable joven, quien lo conducía a una estancia preliminar a las demás, ahí lo invitó a sentarse, y posteriormente preparó un poco de té, lo sirvió y se sentó frente a su invitado en posición de loto, mientras tomaba del envase con té, miró al hombre a los ojos con amabilidad y dijo:
—¡Bienvenido seas!
—Gracias —contestó el hombre.
—¿Esto es un templo o una escuela? —preguntó.
—Así es —afirmó el joven.
—¿Cómo se llama? ¿Qué enseñan? —preguntó algo eufórico el hombre.
A lo que el joven contestó mientras dejaba el té frente a él:
—Se llama como tú le quieras nombrar.
—Aquí aprenderás lo que deseas aprender.
—Si pudiste observar, hay siete casas en subida a la punta de la colina, donde aislada de las demás, se encuentra una construcción en la cúspide, en esas siete casas hay siete maestros expertos en su arte, quienes te enseñarán y compartirán su ser, para que tú también seas, y por último en lo más alto de la cima, en la casa aislada, más pequeña
que las demás, se encuentra «El Gran Maestro», aquel que nos enseña a todos y aprende de todos.
—Te hemos estado esperando, el gran maestro me encomendó encontrarte y lo he hecho, yo seré tu guía en este camino —dijo finalmente con una sonrisa el joven.
El hombre anonadado de tanto, con incontables cuestionamientos y la sorpresa y curiosidad reflejada en su rostro contestó un poco exaltado:
—¿Me han esperado a mí? ¿Cómo me encontraron? ¿Ya me conocías? ¿Por qué? ¿De dónde sale todo esto? ¿Hay más discípulos? ¿Qué precio tiene?, porque no tengo mucho dinero —dijo justificando su temor.
—Tengo muchas preguntas y un poco de miedo de ser sincero —mencionó el hombre en voz más baja.
El joven, amablemente, con la pureza y calidez del mismo sol en su comportamiento, respondió tranquilamente a aquel hombre exaltado frente a él:
—Bueno, te encontramos porque tú nos buscaste.
—Si hay más discípulos, cientos y cientos, de hecho, pero cada cual está en su propio camino.
—No te preocupes por el dinero, cada enseñanza requerirá un intercambio, el hecho de que aprendas será un pago justo.
—Tendrás las respuestas a tus dudas, te lo aseguro.
—Así que no se diga más, empecemos el camino —dijo el joven mientras se levantaba de su letargo.
El hombre asombrado preguntó:
—¿Empezaremos ya?
—Pensé que sería hasta mañana, ya es tarde —puntualizó el hombre.
—Siempre es buen tiempo para empezar —enfatizó con calma el joven guía.
Y sin más, pidió al hombre que lo siguiera y este, dudoso nuevamente lo siguió, dirigían sus pasos a la primera casa, los nervios invadían a aquel hombre, lo desconocido le causaba angustia y temor, no sabía qué le esperaba, pero su guía caminaba con tanta tranquilidad y serenidad que, de tan solo verlo, el hombre comenzó a sentirse tranquilo y a dar pasos más seguros.
El gran maestro
—No te preocupes —dijo el joven.
—Yo siempre estaré aquí para ti, guiándote entre cada enseñanza.
El joven se detuvo a un paso de la casa y volteó a ver al hombre, tienes que saber que el camino es diferente para cada uno, tú vive tu camino —dijo sereno, al mismo tiempo que entraba en la casa del primer maestro.
CAPÍTULO CUATRO
EL MAESTRO DE LO FÍSICO
«MULADHARA»
Entrando a la casa, el hombre se mantuvo cerca de su joven guía, quien lo condujo a una habitación donde se encontraba una vestimenta negra perfectamente doblada.
—Aquí reposarás durante tu estancia, adelante, pasa y cámbiate, puedes dejar tus pertenencias también, te esperaré aquí, cuando termines iremos con el maestro de la casa —dijo el joven.
El hombre se colocó la vestimenta, no era muy cómoda, su material grueso con la que fue elaborada proporcionaba algo de protección al usuario, pero también era un poco abrasiva con la piel; una vez vestido, el hombre arregló sus ropajes con los que llegó y salió de la habitación.
—Estoy listo —dijo el hombre, mientras seguía a su guía por un pasillo al centro de la casa.
Llegaron el hombre y su guía al corazón de esa estructura, que extrañamente no tenía techo, era más bien como un enorme tragaluz en medio de aquella vivienda, ahí en el centro, se encontraba un hombre sentado frente a un fuego que alimentaba con leña, era el maestro de la casa.
Aquel maestro tenía una cabellera rubia y larga, además de una barba algo tupida pero corta, no aparentaba mucha edad, pero sus gestos faciales eran duros, vestía exactamente el mismo ropaje que el hombre que llegaba a su casa, sin embargo, el maestro lo portaba con más rudeza.
—He aquí, maestro, un aprendiz —dijo el joven mientras cedía el paso al hombre, dejándolo al descubierto.
El maestro levantó la mirada y la fijó en el hombre, su mirada era penetrante, dura y algo sombría.
gran maestro
—Ya veo, seas bienvenido a esta casa, yo soy como tú me quieras llamar, pero puedes respetarme como «Muladhara», soy el maestro de lo físico.
—¡Ven!, siéntate junto al fuego —ordenó el maestro.
Cuando el hombre se dio cuenta ya se encontraba solo con el maestro de la casa, su joven guía lo había abandonado; tragando saliva, aquel hombre hizo caso preciso a la instrucción de su nuevo maestro, sin apartarle la vista ni un momento.
—Te veo, aprendiz, pero no te respeto —dijo súbitamente el maestro.
—Te enseñaré lo que sé, aprenderás de lo físico del mundo.
El hombre asintió con la cabeza, era tanta su intimidación que no podía expresar sonido alguno.
—Ahora bien, dime, ¿estás dispuesto a aprender? —preguntó el maestro.
El hombre tragó saliva de nuevo y pronunció un «sí» de manera un poco exaltada, más de lo que hubiera querido.
El maestro sonrió cruelmente e invitó a acercarse más al fuego a su nuevo aprendiz.
—Dime aprendiz, ¿sientes el fuego?
—Sí —dijo el hombre.
—Muy bien —dijo el maestro—, el fuego es físico, así como tu piel, así como tu cuerpo, y tus órganos, si lo tocas sin cuidado te quemará, pero si te acercas lentamente, con respeto, te proporcionará calor, te protegerá y no será daño, sino cura, no será muerte, sino vida, solo hay que respetar su espacio físico mientras respetas el tuyo.
El maestro acercó la mano al fuego, lentamente hasta que penetró en el corazón de su llama, pero el fuego no le quemaba, no le lastimaba, después retiró su mano y dio gracias a aquel fuego.
El hombre se encontraba sorprendido, no tenía palabras para describir lo que sentía, aquel maestro frente a él, le inspiraba más que respeto, sentía un impulso de saber más sobre su ser.
—Es entonces tu primera lección aprendiz: «respeto» —dijo el maestro mientras se levantaba.
—Ven, es tiempo de empezar —indicó el maestro a su aprendiz.
El maestro salió de la casa y comenzó a trotar y luego a correr, su aprendiz lo siguió de cerca, el maestro se adentró en la vegetación del