EQUIPO OLDOSI

Alicia Alcocer Sanz Ilustrado por: Andrés Pabón

EQUIPO OLDOSI

El mundo es un lugar misterioso y, en gran parte, desconocido. El no haber oído hablar nunca de una cosa, no significa que esta no exista.

El pueblo de los oldosis llevaba miles de años cuidando de la música. La música los alimentaba y los mantenía vivos. Por eso la principal ocupación de los oldosis era plantar y regar la música para, de esta forma, poder recogerla una vez madura, y guardarla después en tarros grandes, medianos y pequeños.

Como la música rodeaba sus vidas, el mundo oldosi era un mundo alegre y lleno de vivos colores donde todos vivían felices. Pero al igual que en todos los mundos, el mundo oldosi estaba a punto de sufrir una gran catástrofe, una gran SEQUÍA MUSICAL. 5

—Señor —dijo el oldosi inclinándose—, uno de los exploradores acaba de regresar.

—Dile que pase —respondió el otro oldosi— y que no nos interrumpa nadie.

Entonces, el primero hizo una señal, dejó que el explorador pasara y cerró firmemente la sala.

—¿Y bien?

—Señor Reim —empezó diciendo el explorador—, yo… vengo del páramo de residuos musicales y…

—¿Y qué?

—Y no hay nada —terminó afirmando el explorador.

—¡No es posible! —exclamó Reim —. Entonces, la leyenda es cierta: «la sequía arrasa el mundo oldosi cada 10.000 compases».

—Eso parece —contestó el explorador—, el silencio cubre todo el páramo.

Reim, cabizbajo, preguntó: —¿Cuánto tiempo crees que tenemos hasta que la sequía llegue a las cosechas?

—Veinte…, tal vez treinta compases como mucho —respondió el explorador.

—De acuerdo. Quiero que vayas al límite de las cosechas, y que des el aviso en cuanto veas los primeros silencios —ordenó Reim—. Yo debo convocar urgentemente al Consejo de Ancianos. ¡Vete!

Reim no podía creerlo, pero todas las señales indicaban que la sequía había empezado, y si no hacían algo, el hambre se extendería entre los oldosis y estos desaparecerían.

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Por eso, cuando el jefe de los Oldosis convocó al Consejo de Ancianos, la preocupación se extendió rápidamente entre sus miembros.

—Reim —dijo uno de los Ancianos—, ¿son ciertos los rumores? ¿La sequía ha llegado a nuestras puertas?

—Sí —respondió Reim—, uno de nuestros exploradores calcula que llegará a nuestras cosechas musicales en veinte o treinta compases.

—No tenemos mucho tiempo —afirmó el Anciano—. ¿Qué haremos?

Entonces, los miembros del Consejo empezaron a murmurar hasta que uno de ellos, dando un paso al frente, dijo: —Si la sequía es cierta, el resto de la leyenda puede que también lo sea, ¿no? En el Palacio de la Música aún se conserva la reliquia que puede salvarnos.

La leyenda oldosi contaba que cada 10.000 compases una gran sequía asolaba el mundo musical, pero también afirmaba que un grupo de valientes oldosis viajaban a un lugar desconocido utilizando la reliquia más antigua conservada. Allí, en ese otro mundo al que llamaban «humano», había semillas musicales que servían para volver a cultivar las cosechas, y, de esta forma, evitar el hambre y la extinción de los oldosis.

—Bien —dijo Reim—, que todos los oldosis conozcan la situación y se corra la voz de que se buscan voluntarios para ir al mítico mundo humano a recoger semillas musicales.

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Dicho esto, el pueblo oldosi conoció la gravísima situación en la que se encontraban, y todos los oldosis, sin excepción, se reunieron a las puertas del Palacio de la Música, lugar de residencia de Reim, jefe de los Oldosis, y sede del Consejo de Ancianos.

De entre todos los voluntarios que se presentaron a la misión, solo dos reunían las condiciones necesarias para enfrentarse a lo desconocido.

Uno era Erim, seleccionador de «Cosechas Musicales» e hijo de Reim, y otra era Alsi, oficial de primera del «Destacamento de Envasadores en Tarro». Ambos eran amigos y compartían su pasión por la música.

Erim era un oldosi joven y valiente que pertenecía a la familia más poderosa del pueblo oldosi, y aunque vivía también en el Palacio de la Música, aún no gobernaba junto a su padre Reim.

Alsi, en cambio, era una oldosi de familia humilde que había conseguido uno de los puestos más importantes en la cosecha gracias a su esfuerzo. Era algo tímida, pero su alegría y su curiosidad, por saber siempre más, hacían de ella la candidata perfecta para llevar a cabo la misión.

Sin embargo, el Consejo de Ancianos opinaba que la expedición oldosi necesitaba a alguien con experiencia y cierto grado de sabiduría. Por eso, cuando Reim presentó al pueblo oldosi a Alsi y a Erim, sorprendió a todos con las siguientes palabras: —Estimado pueblo, nuestros voluntarios representan la vitalidad y valentía oldosi, pero tanto el 8

Consejo como yo creemos que dicha vitalidad y valentía debe ir acompañada de la sabiduría de un mayor. Un mayor que tenga fuerzas y todavía participe en las cosechas. Por ello, proponemos a Solaf, nuestro general del «Destacamento de Recogida» para que los aconseje y los guíe en esta misión.

El silencio se hizo entre los oldosis y, sin previo aviso, algo cayó al suelo. Era Solaf que, de la impresión, se había desmayado.

Cuando por fin el general volvió en sí, se encontró con una muchedumbre de oldosis que vitoreaban su nombre y lo llevaban en hombros hasta el Palacio.

—¡Por el Gran Oldosi! —exclamó Solaf—. ¿Qué es esto? ¿Qué ha pasado? ¡He tenido una pesadilla! Pero… ¿qué hacéis? ¡Soltadme! ¡Soltadme!

—¡Viva Solaf! ¡Viva nuestro general! —decía un oldosi.

—¡Viva! —contestaban los demás.

—Pero… pero ¡qué viva ni qué vivo! ¡Soltadme he dicho! ¡Corcheas, negras y redondas!1 ¡Soltadme, he dicho, u os pincharé con la plica de una negra!

Solaf, que empezó a recordar lo sucedido, estaba cada vez más nervioso hasta que, por fin, sus compañeros oldosis lo dejaron en las puertas del Palacio.

Entonces Reim, con voz potente y ceremoniosa, se dirigió a él: 1. Esta expresión oldosi puede traducirse en el lenguaje humano como “¡Ay va!, ¡Cielo santo!”

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—Enhorabuena, general. Vuestros últimos compases servirán de inspiración para las futuras generaciones oldosis ¡Sois un valiente!

—Pero, señor —dijo rápidamente Solaf—, yo… yo no puedo ocupar tan distinguido cargo ¿Y mi destacamento, qué será de él? Además, estoy mayor para estas aventuras. Tengo dolor de espalda…, me falla una rodilla…, los ojos me escuecen…

—¡Pamplinas! ¡Acompañarás a Erim y a Alsi al mundo humano y no se hable más! —exclamó Reim tajantemente.

Frente a aquella orden, Solaf no tuvo más remedio que aceptar con resignación su suerte.

Entonces, una vez elegidos los miembros que formarían parte de esta expedición inesperada, uno de los ancianos trajo la reliquia más antigua conservada en el mundo oldosi: el «cuerno del viajero».

Este cuerno, según la leyenda, permitía abrir un agujero espaciotemporal entre el mundo oldosi y el mundo humano, transportando a aquellos que lo utilizaran a un lugar donde la música estuviera presente.

—¿Estáis preparados? —dijo Reim.

—Sí, padre —contestó Erim.

—Bien —siguió diciendo Reim—, aquí tenéis unas mochilas con tarros para guardar las semillas musicales, y este es el cuerno que os abrirá el agujero espaciotemporal. Recordad, si lo perdéis, no solo quedaréis atrapados en el mundo humano, sino que el mundo oldosi desaparecerá.

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—Sí, señor —respondieron Erim, Alsi y Solaf a la vez.

Había llegado el momento. Erim cogió el cuerno y lo hizo sonar: «¡Turuuu!».

Entonces, de la nada, aparecieron unas pequeñas estrellas brillantes que giraban a gran velocidad formando un agujero.

—Bueno, chicos —dijo Alsi—, adelante pues.

De esta forma, uno a uno fueron entrando en el agujero y desapareciendo. ******* «¡Pum!». Los tres oldosis cayeron sobre algo blandito y rojo. Al levantarse y mirar a su alrededor vieron una sala inmensa y una tenue luz proveniente de algún lugar.

De repente, algo o alguien casi los aplasta.

—¡Socorro, socorro! ¡Sálvese quien pueda! —gritó Alsi.

En ese momento, una atronadora voz que salía de ese algo o alguien dijo: —¿Quién está ahí?

—¡Por el Gran Oldosi, nos han descubierto! —masculló Solaf.

—¿Quién ha dicho eso? —volvió a bramar la voz.

Erim, dando un paso al frente y en nombre de sus compañeros, se presentó: —Soy Erim, hijo del jefe de los oldosis, y estos son Solaf y Alsi. Tú debes de ser un humano.

—¡Ay, Dios mío! Creo que estoy teniendo una alucinación.

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—No estás teniendo ninguna alucinación, ¿quién eres y cómo te llamas?

Entonces, el humano se volvió hacia las voces y los vio. Eran unos pequeños seres redondos de color amarillo, azul y violeta, lo más parecido a una pelusa gigante de cinco centímetros de diámetro. Estaban escondidos entre los pliegues de una butaca, y parecían tan reales como él.

Tras unos segundos de duda, el humano respondió a las preguntas formuladas por Erim: —Me llamo Teodoro, pero todos me llaman Teo, y soy uno de los encargados del teatro.

—Bien —dijo Erim—, Teo, ¿dónde podemos encontrar vuestras cosechas de música?

—¿Cosechas de música? —preguntó Teo, sin saber a ciencia cierta si todo aquello era real o una mala pasada de su imaginación.

—Sí, ¡venimos en busca de vuestra música! —dijo enfurruñado Solaf.

—Bueno, estáis en un teatro, cada noche hay un concierto o una representación, es decir, música.

—¡Genial! —dijo Alsi, saltando de alegría—. ¡Estamos en un lugar de música! —y mirando a Teo afirmó—: ¡Tú nos ayudarás!

—¿Yo, a qué?

Entonces, los oldosis le contaron su historia y lo mucho que necesitaban de su ayuda para no ser descubiertos por los humanos y para salvar a su pueblo. De esta 12

forma, convencieron a Teo y lo nombraron oldosi de honor por formar parte de la misión. ¡Zas! ¡Las luces se encendieron una tras otra a izquierda y a derecha, hasta que, de repente...! ¡Pum! ¡Una lámpara gigante colgada del techo con miles de diminutos diamantes empezó a brillar y brillar! ¡Qué esplendor! ¡Qué belleza! ¡Cientos de butacas se extendían a lo largo de la sala, y varias decenas de palcos las rodeaban subiendo hasta un tercer y cuarto piso! ¡Y allí, al fondo, el escenario! ¡Qué maravilla! ¡Los oldosis no podían creerlo, todo estaba hecho de diamantes, oro, terciopelo rojo, madera y mármol!

—¡Por el Gran Oldosi! —exclamó Solaf—. ¡Los humanos sí que saben tratar bien sus cosechas de música!

Teo se volvió a ellos y les dijo en un susurro: —Chicos, tenéis que iros. El teatro está a punto de abrir y nadie debe veros.

—Pero, Teo, tenemos que recolectar la música para nuestro pueblo, y para ello debemos estar aquí —contestó Alsi, pesarosa.

Teo la miró pensativo durante una fracción de segundo, esbozó una sonrisa y dijo: —¡Ya sé! ¡Tengo un plan! ¡Os esconderéis!

—¿Dónde? —preguntaron los oldosis a la vez.

—En aquel conducto de ventilación —respondió Teo, señalando unas rendijas al otro lado de la sala en la parte baja de la pared.

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En ese momento se abrieron las puertas, dando paso a un sinfín de voces y pisadas que se acercaban hacia ellos.

—¡Oh no! —exclamó Teo—. ¡El público ya está aquí! ¡Tenéis que daros prisa! ¡Corred todo lo que podáis, pero que no os vean! ¡Cuando acabe la función y todo esté tranquilo iré a por vosotros! ¡No os mováis!

Dicho esto, los oldosis salieron corriendo o «saltando», ¡porque su peculiar forma de moverse se parecía más a la de una pulga que a la de un humano!

—¡Cuidado! —gritó Erim a Solaf, mientras lo empujaba para que una señora no lo aplastara con sus grandes zapatos de tacón.

Tras sortear muchos obstáculos como este, los oldosis consiguieron llegar al conducto de ventilación que les había indicado Teo, y justo cuando se acomodaron en él, volvieron a apagarse las luces. Todas menos la del escenario que, tras unos minutos de aplausos, dejó ver una gran orquesta ¡El espectáculo había comenzado!

Los oldosis estaban entusiasmados, nunca antes habían escuchado nada parecido. La orquesta sonaba y sonaba alegremente, y los oldosis iban de un lado a otro recogiendo en tarros la música que flotaba por todo el teatro; pero cuando Erim fue a alcanzar una de las notas más agudas, una brillante luz apareció frente a él y, sin darle tiempo a reaccionar, lo engulló.

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En el mundo Oldosi, una gran sequía musical ha dado paso al silencio y amenaza con la desaparición inminente de estos pequeños seres.

Por

eso, un reducido grupo de oldosis viaja al mundo de los humanos en diferentes tiempos y lugares, para recolectar semillas musicales que, al plantarlas, repueblen su mundo. Así, de la mano de esta desconocida especie, conoceremos a la familia del gran compositor Juan Sebastián Bach, viajaremos a un mercado persa o haremos amistad con Antonio Stradivari, uno de los constructores de violines más famosos de la historia.

Valores implícitos: A través de esta aventura descubriremos la importancia de cuidar el mundo de la música para que no desaparezca, y conoceremos el poder de la amistad, del trabajo en equipo y de cómo el esfuerzo y el valor tienen siempre su recompensa.

ISBN 978-84-18911-72-9

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