Capítulo I
LA AMISTAD
Lucía llegó a casa emocionada, guardó la funda en el cajón, se quedó mirándola otra vez y sintió algo especial.
Como era muy tarde, se duchó, cenó y se durmió.
A la mañana siguiente, se olvidó por completo de esa piedrecita que había guardado, ya que como tantas veces guardaba piedrecitas, e incluso conchas.
Andesita se sentía olvidada, sus ilusiones frustradas, porque todas las esperanzas puestas en la niña parecían desvanecerse al pasar los días y no tener contacto con ella.
Pasaron muchos días, y Andesita seguía en esa funda, y además en un cajón, hasta que llegó el domingo y Lucía, que era el nombre de la niña, decidió recoger todas sus cosas para ir a la playa con su familia. Por fin, Andesita veía movimiento y le daba la sensación de que se acercaba el gran día de revelar su gran misión secreta.
Toda la familia se fue a la playa, incluida Andesita, que estaba en la funda de las gafas de buceo. Esa alegría que invadía su pequeño cuerpo erosionado, también se volvía tristeza por la separación de
su familia natal, que tantísimos años llevaba sin saber nada de ellos; el tiempo en el reino geológico es tan largo y lento, comparado con el tiempo humano, que ningún humano iba a comprender los años de soledad familiar que ella llevaba, pero bueno, también había tenido muchos amigos en su largo caminar.
Tras varias horas de playa, Andesita se llevó un tremendo susto, su tranquilidad se sintió alterada por un pequeño niño, Daniel, el hermano de Lucía.
El niño preguntó a Lucía por las gafas de buceo.
—¿Dónde están tus gafas de buceo?
—Están en mi bolso rosa.
El niño cogió las gafas y miró de repente la piedra, sintió un instinto especial…
Vio a Andesita, la chupó… ¡UAAF!
Después la lanzó lejos, a la arena.
Y Andesita creyó que sus esperanzas de hablar con Lucía habían volado para siempre.
Después de varias horas de juegos y baños de los niños, se produjo otra vez el milagro; ambas, humana y piedra, de nuevo coincidieron, porque Lucía se sentó en la toalla a descansar, se alejó un poco buscando una sombrita y la niña volvió a sentir algo especial por esa pequeña piedrecita que se encontraba junto a sus pies y de nuevo la cogió, ignorando que era la misma piedrecita que había cogido una semana antes.
Andesita en esta ocasión se decidió a dar el paso y comunicarse con la niña humana.
—¡Gracias!
—¿Quién ha hablado?
—Soy yo, la princesa Anden–vol–ro.
—¿Dónde estás? No te veo.
—Aquí abajo, entre tus manos.
—¡Tú eres una piedra! No eres una princesa, y no puedes hablar. No me puedo creer que esté hablando con una piedra.
—Soy una pequeña roca volcánica del tamaño de la arena, pero mi padre fue un gran Califa Volcánico, el más grande y temido de todo mi reino. Y sí que podemos hablar, pero una Norma impuesta desde el origen de nuestro reino, por la diosa Mineralia, nos lo prohíbe.
—¿Qué es una roca volcánica? —dijo Lucía, que no sabía nada de los distintos tipos de rocas.
—Una roca volcánica es una roca que solidifica o cristaliza rápidamente al salir de la chimenea volcánica a través del cráter de un volcán, que tiene cristales, aunque no muy bien formados y a veces, ni siquiera se ven visualmente. Si te fijas ahora en mí verás cómo estoy formada por pequeños cristalitos que son minerales, tengo plagioclasas y algo de piroxenos, aunque no los veas.
—¿Qué? ¿Plagioooo…. qué? Y esa diosa Mineralia, ¿quién es?
—Es la diosa más poderosa de mi mundo, bella, paciente, con multitud de poderes sobre casi todo el reino mineral y el reino rocoso. Todos las respetan, obedecen y admiran.
Lucía, con una cara de asombro inimaginable, estaba alucinada, blanca, y no sabía si lo que le estaba pasando era real o producto de su imaginación aún inmadura e infantil.
Lucía, reaccionó un poco y le sugirió a su pequeña nueva amiga, lo siguiente:
—Vamos, vamos a un sitio más escondido, mi madre nos puede oír, y pensar que algo extraño está pasando o imaginarse que me estoy volviendo loca.
Después de esta gran revelación las dos amigas se escondieron un poco entre las dunas de la playa y alejadas de las sombrillas, Lucía estaba impaciente por saber cosas y cosas de ese mundo tan
extraño para ella, y de saber cómo había sido la vida de una pequeña princesa del tamaño de un garbanzo.
La niña, decía:
—Cuéntame, cuéntame más de tu mundo, quiero saber si había más princesas, si hay príncipes, si te gusta el rosa, si vas a ser reina.
—¡Para!, ¡para!, mi mundo no es como el tuyo, nos dejamos llevar por el ciclo geológico y todos queremos colaborar en él y que por supuesto no pare el proceso. Eso es lo que actualmente me preocupa, mi futuro y el de todo mi reino corre peligro y todo es debido a las malas acciones de algunos humanos.
—¿Cómo puedo ayudarte? Yo no sé nada de tu vida.
—No te preocupes, te voy a explicar paso a paso cómo es nuestro ciclo vital o litológico.
—Venga… ¡Empieza!, ¡Cuéntame ya…!
La niña estaba impaciente y deseosa de aprender cosas de ese mundo que ella nunca había observado y ni siquiera se había percatado que existía.
Pero Andesita le indicó que no era nada seguro seguir hablando en público, estaba poniéndose en peligro ella y a la niña si alguien se enteraba que había roto la gran Norma.
Andesita le sugirió que habría que hacerlo a partir de ahora en secreto y decidieron dejarlo para la noche, donde nadie pudiera verlas.
Lucía volvió a dejar a su pequeña amiguita en la funda de las gafas y decidió guardarla bien para que nadie la descubriera.
Sin saber cómo proseguir su jornada de playa y con los nervios típicos de esta gran revelación ella no podía concentrarse en nada y su imaginación la llevaba a ese mundo fantástico del que no sabía nada, solo que ella formaba parte también de ese mundo. El que más le inquietaba era el de más difícil acceso, el núcleo, el que ella no podía ver. Solo creía que era rojo, caliente e inmenso y a partir de ahora, se
dio cuenta que estaría lleno de seres pequeñísimos con familia y sentimientos. Para ella era durísimo guardar este secreto, porque siempre le costaba guardar cualquier secreto por pequeño que fuera. Todo se lo contaba a su hermano mayor, pero, claro, esta vez no podía contar nada, por dos razones: porque era un secreto peligroso, y porque su hermano se burlaría de ella a la más mínima revelación.
Lucía optó por seguir normalmente con esa jornada playera, aunque esperaba impaciente que llegara la noche, y poder conversar con su nueva amiga, que era más real que las amigas invisibles que se inventan muchas niñas.
Llegó el gran momento de la noche y ambas estaban juntas por fin. Se dieron cuenta que algo especial las unía, pero no se imaginaban ninguna de las dos las aventuras que les aguardaban en los próximos años.
La pequeña piedrecita le dijo:
—Me puedes llamar Andesita, ¿y tú cómo te llamas?
La niña respondió:
—Me llamo Lucía.
A continuación, hubo una serie de preguntas típicas entre dos personas que acaban de conocerse y son sencillamente niñas.
—¿Qué te gusta más de las comidas? —preguntó Lucía.
—A mí, me gusta comer Anfíboles marrones muy tostaditos y Piroxenos un poco erosionados —le contestó Andesita.
Lucía inclinó las cejas, arrugó la frente y se quedó un poco pillada ante la respuesta, pero ella prosiguió su conversación, y le dijo:
—A mí me gusta muchísimo el tomate, los espaguetis, la lasaña, los conguitos, las hamburguesas…, bueno, en realidad hay mogollón de cosas que no me gustan. Mi mamá dice que soy muy delicada y que debo corregir mis hábitos alimenticios. ¿Qué haces en tus ratos libres, Andesita?
—Yo en mis ratos libres, me revuelco entre los materiales de alrededor para engordar por fuera un poco, también escalo entre los filones plutónicos para llegar la primera a la cima y salir por los cráteres de los volcanes.
—Pero si yo no sé qué son filones, tampoco sé que son cráteres, ¿los filones son toboganes, verdad?
—Bueno —contestó Andesita—, yo tampoco sé qué son los toboganes, ni he oído hablar nunca de lasaña, creo que necesitamos muchos días para aprender una de la otra sobre nuestros respectivos mundos.
Lucía se decidió a preguntar ahora cosas más personales.
—¿Tienes muchos amigos?
—Sí, por supuesto, ¿y tú?
—Yo también, suelo llevarme bien con todos los niños de mi colegio.
Andesita también se extrañó de la respuesta, puesto que ella no iba al colegio y no sabía en qué consistía lo que le comentaba.
Lucía prosiguió preguntando y le dijo:
—¿Quién es tu mejor amiga?
Andesita contestó:
—Hace tanto tiempo que llevo perdida en este mundo que se me había olvidado lo bien que me llevaba con mi amiga Riolita, tan alegre y simpática siempre.
A Andesita se le soltó una gotita de agua entre sus granos de minerales, era como nuestras lágrimas. Lucía se dio cuenta que la pequeña piedrecita estaba emocionada, con lo que para animarla prosiguió su conversación:
—Mi mejor amiga desde la guardería, es Elena; ahora seguimos juntas en primaria y es maravillosa, guapa, simpática, alegre, con un pelo rubio muy largo.
Andesita, en esta ocasión, se decidió a lanzarse ella a preguntar, y le dijo:
—Cuéntame algo de tu familia.
Lucía le dijo:
—Tengo dos hermanos, uno mayor y otro menor. Me gustaría tener una hermana, pero esto no ha sido posible hasta el momento. Mi papá es mi osito precioso, blandito, gordito y muy cariñoso y mi mamá es la mejor mamá del mundo y por supuesto la más guapa de todas. ¿Y tu familia?
—De mi familia, hace mucho tiempo que no sé nada de ella, mi padre como ya te dije antes es el gran Califa, muy amable y poderoso, es el Basalto más temible y grandioso, a mi madre no la conocí, pero siempre me han dicho que era bellísima y por eso el gran Califa se enamoró de ella, aunque era una plebeya vulcaniana, era una toba volcánica especial y llena de pequeñas oquedades por su gran cantidad de gases cuando aún era una lava, mi hermano es un poco distante conmigo, y de mis primos prefiero no hablar.
Está claro que algunas preguntas o algunas respuestas chocaban con lo habitual en el mundo de una o de otra.
Llegó la hora de volver a casa de la playa, y como la madre de Lucía hacía rato que no la veía bañarse, pensó que estaría pachucha, la llamó para que recogiera las cosas puesto que pronto iba a anochecer, y ya quedaban muy pocos en la playa; y seguidamente gritó:
—Vamos, Lucía, tenemos que recoger e irnos. ¿Te pasa algo?
—No, mamá, estoy bien. Solo tengo ganas de volver a casa.
—¡Qué raro! —le comentó la madre.
Toda la familia se dispuso a recoger los bártulos de la playa, toalla, bolsos, sombrilla, juguetes, pelotas y un sinfín de cosas, las de una familia de cinco miembros.
El regreso de la playa suele ser muy lento y pesado, porque a través de las dunas, deben atravesar muchas tablas, con lo que se iba haciendo de noche, y el cansancio reinaba en los tres niños. Para ahuyentar el cansancio solían jugar siempre al «Veo–veo». Era un veo–veo especial porque tenían que decir la primera letra y la primera vocal, ya que el hermano pequeño de Lucía aún no controlaba bien las letras, e incluso la mayoría de las veces decía cosas que no tenían nada que ver con la palabra que los otros dos hermanos habían pensado.
Llegaron al coche, ya de noche. Apenas se veía, se subieron, y por supuesto, todos los niños se durmieron debido al cansancio.
Cuando llegaron a casa, Lucía estaba ansiosa por meterse en su cuarto, y en la soledad de la habitación seguir charlando con su pequeña amiga.
Después de una pequeña cena en casa, y una ducha rapidísima, Lucía se fue a su habitación, se puso su pijama y continuó hablando y charlando con su pequeña amiga roca; continuaron haciéndose preguntas, pero no por mucho rato, porque ambas estaban cansadas y tenían sueño, y el cansancio y los bostezos vencieron a la curiosidad.
—¡Buenas noches!
—¡Buenas noches! —fueron las últimas palabras que se dijeron como final de esa primera noche de amistad.
A la mañana siguiente, ambas estaban ansiosas por volver a hablar, se encerraron en el cuarto para que nadie las viera, y así pensaban que no corrían peligro, y efectivamente ningún miembro de la familia de Lucía se percató de lo que allí estaba sucediendo, pero se olvidaron de un pequeño detalle: la diosa Mineralia sí las estaba observando y decidió darles un gran castigo a estas dos niñas de dos mundos tan distintos, pero interconectados.
Una luz brillante, nítida, clara, cristalina y totalmente homogénea, de repente ocupó esa habitación rosa y llena de muñecas, esa
luz parecía que entraba por la ventana, cegaba los ojos, de forma que era casi imposible abrirlos del todo.
Todo parecía cortante, hasta el aire parecía congelado, no se escuchaba, ni las alas de un mosquito, se paralizaron todos los objetos de la habitación y a continuación se escuchó una voz aguda y dulce como de mujer, era la diosa Mineralia, y les dijo:
—¡Habéis incumplido una norma que lleva miles de años impuesta!, y como castigo os digo que os voy a enviar a las dos a una serie de pruebas y misiones que debéis de resolver las dos juntas, con lo cual cada una de las dos debe conocer el mundo de la otra. De momento, será la niña humana la que descubra el mundo geológico y su dinámica, para ello, la convertiré en piedra como tú, Andesita.
—Pero, pero, pero… —Fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Lucía.
A los pocos minutos, Lucía se armó de valor, y empezó a protestar:
—No es posible, yo no he hecho nunca nada malo, no es justo, no es justo.
Entre protesta y protesta, se puso nerviosa y se echó a llorar.
Entre llantos, lágrimas, sollozos y protestas, le respondió con rabia a la diosa:
—¡Eres malvada! ¡No me puedes decir que cambie mi aspecto por el de una piedra!
Lucía estaba alucinada, pero a la misma vez le estaba entrando un miedo espantoso al oír las palabras de Mineralia. La diosa se percató de todos los valores humanos que corrían peligro ante esa situación, y para calmar a la niña le dijo:
—No te preocupes por tu familia, porque no se van a percatar de nada, durante los millones de años que dure tu aventura, el tiempo humano va a estar parado y congelado. De modo que ni tus padres, ni hermanos van a sufrir, ni se van a dar cuenta que faltas,
solo tú notarás esta ausencia y notarás el paso del tiempo. Solo tú serás capaz de unir y salvar los dos mundos que corren peligro por las interacciones entre uno y otro. No llores, no sufras y conviértete en una auténtica guerrera, guiada por una nueva amiga fiel.
Al cabo de muy pocos minutos, la luz que atravesó la habitación desapareció, y la presencia de la diosa Mineralia también se desvaneció con la luz.
Las dos pequeñas amigas se quedaron paralizadas, sin habla, asustadas y alucinadas, ninguna de las dos era consciente de lo que allí estaba sucediendo, y tampoco sabían si estaban soñando o lo que había pasado era real.
Lucía optó por asomarse al espejo del armario de su habitación, y se quedó tranquila al observar que su aspecto seguía siendo el mismo, una niña de siete años, de pelo rubio oscuro rizado, carita redondeada, ojos marrones y sonrisa permanente.
Andesita, la miró y le dijo:
—Ahora sigues siendo una niña, pero la diosa Mineralia es muy poderosa, con lo cual, hazte a la idea de que lo que ha dicho se va a cumplir tarde o temprano.
—¿Sí? ¡No me asustes!, no quiero dejar mi mundo y el tuyo me asusta y me preocupa, además yo soy una niña, no sé solucionar problemas de adultos, ni sé resolver los problemas de la Naturaleza. Como mucho, solo he aprendido a clasificar la basura para su reciclaje gracias a las enseñanzas de mis padres, pero de ahí a salvar tu mundo y el mío, creo que hay un abismo.
—Bueno, tranquilízate —le dijo Andesita.
—Es que tengo mucho miedo —contestó Lucía. Andesita, para tranquilizarla, empezó a mirarla a los ojos y le dijo:
—Mira, cuando te vi por primera vez, sentí algo especial, noté que eras la persona elegida para unir los dos mundos, el tuyo y el
mío, y solucionar los problemas bélicos en el mío; fui capaz por ti de romper la norma inquebrantable de hablar con el mundo humano; con lo cual, la diosa Mineralia no se ha equivocado, ella sabe que contigo y con mis conocimientos y pequeños poderes seremos capaces de apaciguar las distintas disputas que están surgiendo, y además seremos capaces de acercar nuestro mundo al vuestro, que apenas habéis querido conocer.
Las chicas miraron hacia abajo, y justo al lado de la alfombra, había un pergamino con un mensaje que decía:
Las niñas se quedaron extrañadas ante dicho mensaje, y se esperaron a que fuese la hora indicada para abrirlo.
Llegaron las doce y Lucía se dispuso a abrir dicho pergamino, tenía miedo y curiosidad a la vez…
Cuando giró, y tiró del pergamino, empezó a notarse extraña, notó cierto mareo, una sensación extraña y adimensional la invadía.
De repente estaba empequeñeciendo, por momentos encogía a ritmos agigantados y a la vez sentía que tenía ganas de vomitar. Su cuerpo no solo estaba encogiendo, sino que también se estaba transformado en algo inerte.
Sin ella saberlo, sus átomos de carbono estaban siendo sustituidos por átomos de silicio rodeados por oxígeno.
Era la transformación de un ser vivo a un ser inerte, pero que nada tenía que ver con lo que los adultos conocemos como fosilización, entre otras cosas porque nuestra pequeña protagonista estaba viva y muy viva, eso sí era la primera en el mundo y a lo largo de la historia de la Tierra que iba experimentar tal acontecimiento.
Andesita se quedó impasible y alucinada ante tal hecho, en su interior también sentía miedo, pero a la vez emoción, porque veía muy cerca una gran revolución en su mundo.
El hecho en sí de la transformación, hizo que Lucía perdiese la consciencia cuando cayó desmayada al suelo de su habitación; parecía entremezclarse con el suelo de mármol. Después un gran remolino de aire envolvió a las dos niñas y las transportó a otra dimensión, puesto que la habitación pareció quedarse vacía o simplemente el tiempo se paralizó sin ellas.
Transcurrido un tiempo, sin descifrar aún cuánto fue, puesto que el reloj biológico de Lucía parecía parado, y el tiempo anual de su casa también se quedó detenido, las niñas aparecieron un poco despistadas y mareadas en un lugar aislado, soleado y no existía en dicho lugar ningún rastro de civilización humana alguna.
Las dos se miraron el estómago, o lo que ellas consideraban estómago, les estaba causando una mala pasada, puesto que tenían sensación de ansiedad y angustia.
Realmente estaban atemorizadas, y no sabían dónde se encontraban.
Lucía miró a Andesita y esta vez la vio distinta. Se dio cuenta que verdaderamente era una princesa, su belleza era incalculable y el halo a su alrededor, pues, era especial, veía una luz a su alrededor que antes no vio.
Ahora era capaz de ver rasgos humanos en aquella piedra, era como los dibujos animados de la tele, que siempre estaban humanizados.
Después, Lucía se miró a sí misma, y comprendió que ahora Andesita era más grande, alta y poderosa que ella, no alcanzaba a mirarse entera, pero se asustó un poco cuando se miró de arriba abajo, unos minerales negros oscuros que hacían las veces de pequeños ojitos.
—¡Andesita, tengo miedo! —dijo Lucía.
—No te preocupes, yo cuidaré de ti a lo largo de esta aventura, y jamás me separaré de ti.
—¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé.
—¿Dónde estamos?
—Tampoco lo sé.
—Necesito a mis padres, nunca he estado sola fuera de casa, no me fío de nadie. Mis padres estarán preocupados, y me buscarán por todos lados.
Andesita entonces le contestó:
—No te preocupes por tus padres, ya que según nos dijo la diosa Mineralia, ellos no se van a dar cuenta de tu desaparición puesto que el tiempo allí estará paralizado mientras nosotras tratamos de solucionar las distintas pruebas que nos vaya encomendando la diosa Mineralia. En tu bolsillo tienes el pergamino que también ha encogido contigo, se irá activando cuando ella nos quiera encomendar una misión o nos quiera comunicar algo.
Estando las niñas hablando del pergamino, este se encendió con una luz brillante, y una voz surgió de él: era la diosa Mineralia que a través del pergamino les hablaba:
—Yo os vigilaré, pero no para mal, sino para protegeros de los peligros, puesto que a partir de ahora soy vuestra tutora. Si en algún momento os encontráis en peligro, dibujad una estrella de cinco puntas con carboncillo en el pergamino, y yo os rescataré. Cuando os quiera enviar una misión para que la hagáis, yo os lo comunicaré o bien personalmente, o bien a través de una señal.
La voz de la diosa Mineralia se esfumó y un silencio inmenso invadió el lugar.
Se dispusieron a andar, y cuando Lucía quiso hacerlo se dio cuenta que su forma de andar era distinta, puesto que sus extre-
midades no se veían, eran minúsculas comparadas con las de los humanos, su forma de trasladarse era más bien como dejarse llevar, bien por el viento, o por el agua, eran pequeños saltos, golpecito a golpecito. Lucía se sentía un poco extraña y algo rara a la vez, pero empezaba a gustarle esa sensación de rodamiento, no se mareaba, poquito a poco observaba una vez el cielo y otra vez el suelo, con visiones alternantes, y lo más guay era la falta de mareo, y la no pérdida de dirección, ni del norte.
Rodaron las niñas un poco, y no encontraban a nadie que les dijera nada, todas las rocas de alrededor parecían mudas e impasibles, seguían inmóviles, sin habla, como si quisieran disimular que dicho mundo inerte, en realidad era un mundo lleno de vida.
Cuando Lucía se quedaba mirando a cualquier roca sedimentaria de alrededor, estas parecían las estatuas humanas que se ponen en las ferias, que son incapaces de parpadear a no ser que les eche una moneda.
Pero lo que no se daba cuenta Lucía es que después de pasar ella, la cara de admiración surgía de entre las piedras, porque a pesar de pasar mucho tiempo sin saber nada de la princesa Andesita, y muchos de los habitantes del mundo Gea, ni siquiera conocerla, cualquier roca notaba que esa pequeña roca volcánica era la futura princesa del reino, con lo cual aquellas insignificantes súbditas del reino sedimentario, se quedaron impresionadas ante la presencia en dicho lugar de la princesa, y no sabían por qué iba acompañada de una roca tan rara y extraña, que solo reflejaba en su cuerpo que era forastera del lugar.
Andesita se decidió a saludar:
—¡Hola!
Una roca sedimentaria grava, le contestó:
—¡Hola!
Entonces, todas las demás rocas sedimentarias de alrededor, que eran las únicas que había en ese lugar, se dispusieron a despertar del letargo en el que parecían encontrarse. Empezaron a moverse y a hablar, el mundo geológico se había despertado…
Lucía vio colores arcoíris y un mundo fantástico a su alrededor, una especie de cuarta dimensión se abrió ante sus ojos mineralógicos.
El color hizo mella en dicho mundo, y empezó poco a poco a sentirse integrada dentro de aquel lugar.
La historia entre Lucía y el mundo geológico comenzaba, empezó el primer paso, en ese mundo tan fantástico, desconocido.
También sintió cómo a gran velocidad el otro mundo biológico se alejaba hacia la otra dimensión a gran velocidad y en una única dirección sin retorno; sentía como cuando miraba por los prismáticos, que de vez en cuando le cogía a su papá, y lo cogía al revés, alejándose las imágenes.
Su mundo se retiraba, y el otro gran mundo se acercaba.
Empezó a ver con otra perspectiva y a escuchar cosas que antes no oía.
Comenzó a sentirse roca.
¡La transformación había llegado a su culminación!
Lucía se había convertido en una roca….
A partir de ahora, comienzan las grandes aventuras de estas dos pequeñas amiguitas piedrecitas.
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Aventuras de dos niñas que pertenecen a dos mundos totalmente diferentes, pero conectados entre sí. Con el paso del tiempo, van descubriendo que juntas son capaces de superar difíciles misiones encomendadas por la diosa Mineralia.
Las diferentes aventuras y misiones de las niñas nos introducen a todos en el interior del mundo geológico y nos ayudan a ver las rocas, minerales y placas tectónicas desde su mundo interior tan fascinante. Todo ello nos hace comprender que cada una de las acciones que realizamos en el mundo humano repercute en el mundo geológico. Es por ello por lo que la princesa volcánica, Andesita, confía en el valor de la amistad de su amiga humana, Lucía, y el respeto que tiene hacia el Medio Ambiente, para poder salvarse ellas y poder salvar ambos mundos.