ALBA. G
MORD I ENDO LA VERDAD
LO QUIERO TODO Ya lo dije hace cinco años en un poema y lo repito ahora. Este poema, que copiaré al final del prólogo y que recitaba vestida de tortuga ninja en cualquier bar o plaza, o donde me dejaran explayar un rato, tan envuelta de una segunda y cándida adolescencia, hacía mucha gracia. Con el tiempo ha ido cogiendo fuerza y ya no hace tanta gracia; porque me estoy tomando la molestia de ponerlo en práctica y materializarlo. Me ha pillado por sorpresa, me ha dejado patidifusa lo mucho que jode socialmente encontrarse a una mujer atreviéndose a venirse arriba, reclamando y tomando su poder. Y aquí no hay género, ni clase, ni ostias que valga, te crujen por todos lados. Una de las grandes estrategias de las que se ha servido el patriarcado a lo largo de estos últimos y trepidantes 2.500 años de la historia que lo amparan, ha sido la privación, restricción y supervisión del acceso de las mujeres a cualquier cosa que te permita ser y desarrollarte como individuo independiente; desde las más básicas y necesarias como casa, comida y seguridad hasta otras más complejas como la identidad, la educación, el deseo o el lenguaje.
Alba. G
Por eso, cuando me encuentro a alguien que intenta humillarme a mí o a otras mujeres por nuestros logros, sean del tipo que sean, me viene el tufo del patriarcado por todos lados. A ver…, una de las consecuencias directas y principales ventajas para el sistema patriarcal capitalista, de que las mujeres no hayamos tenido cosas propias, es que hemos podido dedicarnos a cuidar, gestionar y velar por las de los demás. Por eso yo me digo: «Mujer, ocúpate de tus cosas. Ocúpate de tener un lugar seguro al que volver. Siéntete en el derecho de tener más dinero del políticamente correcto. Coge, compra, roba el aceite de oliva virgen extra más caro en vez de esa mierda de aceite de orujo. Así se sale de la trampa». Y no es que se me haya ido la olla, es que tener una narrativa propia es lo mismo. De eso va este libro, de tener una narrativa propia. Para saber de qué materia estás hecha, hay que saber de qué polvos vienes. Así fue que me permití investigar el patriarcado ya no fuera sino dentro. Visité las raíces de mi propio patriarcado. Las raíces de un árbol grande, pesado y agrietado, a punto de caer. Me puse a revisar los patrones de mi familia con mi filtro de muyer empowerment.
Mordiendo la verdad
De repente, una profunda incomodidad al llegar a la figura de mi abuelo paterno asomaba. A muchos de los hombres de mi familia no los recuerdo por momentos, por conversaciones, por cosas que hayan hecho o dicho, como sí que tengo cientos de recuerdos de momentos concretos con las mujeres de mi familia. A esos hombres de mi familia los recuerdo por una presencia, una sensación que me generaban (a veces más amigable, otras menos) pero no recuerdo ningún interés, ni ninguna necesidad de interacción de ellos hacia mí u otras mujeres. Era como que su presencia era su forma de estar y de comunicarse con el mundo. Pas problème, no pasa nada. Solo un par de pegas rápidas: la primera es la frustración que produce la unidireccionalidad en un vínculo donde las necesidades y deseos de una parte se imponen sobre los de la otra, que termina por adaptarse, integrando y normalizando la falta de interés, y renunciando, en muchas ocasiones, a sus propios anhelos primero y a su misma identidad después, convirtiéndonos rápido en «las novias de», «las mujeres de», «las madres de», «las hijas de»… Y la segunda pega rapidilla es que lo que a mí me inspiraba la presencia de estos hombres no se correspondía con la versión oficial de la familia: así compartíamos mesa con maltratadores y sospecho que incluso agresores sexuales, convivíamos y compartíamos nuestras vidas con hombres violentos sin la percepción de que
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lo eran, amparados bajo la idea del buen hombre que trabaja para mantener a su familia, y eso te libra de tener que responder a tus miserables actos. Pues bien, tras la muerte de mi abuelo, su figura quedó consagrada como otra más de la de aquellos grandes hombre buenos… Pero yo no la recordaba así. Recuerdo un hombre siniestro, enfermo y lleno de rabia, al que tampoco conocí demasiado, debido a nuestro desinterés mutuo, supongo. Pero sí que recuerdo que su presencia no era, para mí, fuente de bondad y protección. Vivir nuestra propia historia es algo de lo que las mujeres también hemos sido privadas. Por eso la próxima vez que alguien te venga a explicar cómo fueron, son y serán las cosas, paloma, vuela. Por eso, la próxima vez que alguien se apresure a cuestionarte, agredirte, humillarte por tu éxito, por tu valentía, por poner límites, por tu franqueza, por sentirte en agencia de elegir, por exigir respeto, por tener dinero, por tener amigas, por comprar una casa, por no comprar una casa, por trabajar, por no trabajar, por tener derecho a ayudas, por comprar comida cara, por tener un cargo público de poder, por elegir a quién amas, por elegir a quién no amas más, por saber lo que quieres y lo que no quieres, por operarte, por tener hijos, por follar poco, por beber mucho, ni te lo pienses, abre esas preciosas alas tuyas y ya sabes… ¡A VOLAR!
Mordiendo la verdad
ONICOFAGIA: LA MUJER QUE SE COME A SÍ MISMA Cuando me enteré de que las uñas y los dientes representan la capacidad de defenderte, no lo pude evitar, me vinieron a la mente decenas de imágenes de mujeres que conozco comiéndose las uñas, entre ellas las propias mías, claro está. Las mujeres nos hemos condenado a renunciar a nuestra rabia, a nuestros mecanismos de protección y a nuestra capacidad de ser, en caso de que fuera necesario, peligrosas, también. El acto simbólico de arrancarte y privarte de aquello que te podría proteger de un peligro. Hemos preferido quedarnos indefensas, «sin armas», antes de reconocer que algo a nuestro alrededor nos amenaza. Somos nuestras propias policías. ¡Las armas al suelo! Este libro tiene rabia, sí; pero quiero aclarara a las lectoras que mi intención no es recrearme en ella. Hay una cosa fascinante de la rabia, y es que la rabia te da la posibilidad de separarte del resto, de sentirte competente y capaz de cuidarte y protegerte a ti misma, en caso de que una amenaza estuviera acechándote. Y no es una casualidad que sea la emoción que máááás se nos niega a las mujeres.
No se trata de ir rabiada por la vida tampoco. La rabia sostenida durante mucho tiempo te come por dentro. No, se trata de contactar y conectar de nuevo con nuestra propia potencia y nuestro propio poder. Tampoco es una casualidad la cantidad de mujeres que me rodean con depresión, muchas medicadas. Cuando la vida se pone bien perra, que hay momentos para todo, no lo olvidemos; las mujeres, al haber sido privadas de la rabia, conectamos con la tristeza. Y claro, a ver quién sale de ahí… La rabia te da fuerza. La tristeza te apaga. La rabia se nos niega a las mujeres. La tristeza no. El papel que hemos jugado las mujeres en nuestras propias vidas ha sido una trampa. Convencidas de no tener derecho a dar problemas, hemos callado y tragado con todo, hasta que al final nos pensamos indefensas y terminamos por identificar la indefensión como un espacio de seguridad. Hemos asociado el silencio y la indefensión como estrategias que nos mantuvieron y nos mantienen a salvo de la violencia. Pero nada más alejando de la realidad. No solo no nos han librado de las violencias, sino que nuestros silencios las han tapado y mantenido ocultas durante mucho tiempo.
Y esta asociación nos ha llevado a la idea de que cualquier problema era susceptible de ser por responsabilidad nuestra. Así que callamos. Nos comemos las uñas, rechinamos los dientes por las noches, tenemos tics nerviosos y nos medicamos. Acallamos nuestras vidas para no ser culpadas de nada más. Vamos renunciando a la idea de ser y, poco a poco, nos apagamos. ¿Sabéis una cosa? Creo que las mujeres tenemos derecho y nos merecemos ser felices, como cualquier persona, vaya… A veces pienso que toda la violencia que hemos vivido las mujeres ha quedado grabada en los cuerpos de todas, en un cuerpo que no se ve pero que nos sobrevuela. A veces, cuando ves una historia de dolor de otra mujer, lo ves clarísimo; y piensas: «¿Cómo puede ser?, ¿Cómo puede ser que esta mujer tan espectacular e increíble esté tan atrapada en tanto dolor?». Luego eres tú la que estás atrapada en ese dolor y no sabes cómo llegaste ahí. A veces pienso si ese dolor que nos ha atravesado no habrá vertebrado nuestra identidad. En mi caso, sí. Me desatiendo para dar rienda suelta a mi culpa.
Alba. G
Aún me veo reflejada en la idea de la mala mujer, la mala hija, la vaga, la puta, la flipada… Depende de lo que esté pasando. Y a veces también temo que, al haber construido parte de nuestra identidad desde el sufrimiento y la abnegación, nos dé miedo soltar ese dolor porque nos da miedo desaparecer. La vida que se erige desde el sufrimiento no es vida, es una tortura. La vida que se erige desde la acusación te obliga a ausentarte. La vida que se erige desde la amenaza es una muerte encubierta. He encontrado un lugar cómodo para mí, alejado de ser un nicho. He encontrado en las vidas de mis antepasadas un caminar hacia vidas mejores. Como una pantera que se abre paso entre la selva. Como un cardumen sincronizado que resiste ondeando en un océano infinito. Brillante. Suave rastro de baba de caracola que tintinea al reflejo una luz que me ampara y protege. Ser feliz es estrategia que elijo para saldar mis posibles deudas.
Este libro habla de dolor. De un dolor que se arrastra reptil desde la piel y que penetra hasta el mismo corazón. Nadie sabe cómo llegó hasta aquí, pero es. Es el dolor de la violencia calada hasta en los huesos en la historia de todas nosotras, y es herencia familiar. Para poder hacer frente a la violencia y explorar los senderos del amor, tenemos que atrevernos a desentramar nuestras propias historias; deshacer los nudos que se tejieron desde la violencia oculta a nuestras ancestras de nuestros ancestros. Este libro es otra posible versión de la historia para mí, las mías y los míos; para ti, los tuyos y las tuyas. La cara B de la luna, Llith, la abuela que se apunta a clases de teatro y aquagym cuando su marido maltratador muere... La narrativa de nuestro pasado de vio-
106285 788419 9
ISBN 978-84-19106-28-5
lencia como mujeres.
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