PARTE 1 CAPÍTULO 1
ESTUDIOS
05 de noviembre de 2021
Cerca del Trinity College de Dublín, en su pequeño piso, Adaia Alonso recogía los libros que había tomado prestados de la biblioteca de su universidad. A fin de comenzar la investigación de su Trabajo de Fin de Grado acerca de diferentes aspectos de la literatura en la actualidad. Aprovechando la «Reading week», un periodo de vacaciones especialmente establecido para que los estudiantes puedan leer un libro. Aunque sin duda las expectativas de esta ojiverde de desordenados cabellos castaños superaban esa limitante cifra.
Adaia salió por la puerta de su residencia habitual luciendo un largo jersey blanco, unos vaqueros algo holgados por la parte inferior de la pierna y unas katiuskas negras, que pa-
recían haber sobrevivido a muchos cambios del mundo. De pronto cayó en la cuenta de algo, se había dejado el bolso con los libros dentro de su piso.
—Por Dios, ¿dónde tendré la cabeza? Si ya voy tarde, imagínate ahora. —Hablaba para sí, como de costumbre. Vivir sola y en un país extranjero, daba para mucho diálogo interno.
Entró en el piso, con el semblante pacífico que con anterioridad transmitía totalmente perdido, agarró su bolso, solo para darse cuenta de que en la mesa olvidaba otras pertenencias, a su juicio, esenciales. Su reloj analógico, dorado y cuadrado, el único accesorio que llevaba siempre, y su capucha de lana rosa, necesaria para hacer frente al helador clima irlandés en pleno otoño.
Tras salir dando un portazo, bajó con prisa aquellas escaleras de madera para llegar al portal pintado en tonalidades blancas y coger así el taxi que la llevaría al aeropuerto.
04 de mayo de 2029
Almudena empleaba su descanso entre clases en aquel instituto de Madrid disfrutando de un café de avellana, mientras se tomaba la libertad de mirar por la ventana, cuando de pronto vio aparecer un deportivo gris, un Audi. De él se bajó un hombre alto y delgaducho, pero poseedor de un arrollador estilo, luciendo un elegante traje de piloto.
—¡Adiós, chicos, hasta el lunes! Hacedme los deberes, eh… que no me entere yo. —Adaia salía de su clase entre
risas y bajaba las escaleras bajo la atenta mirada de una pelirroja que la esperaba con noticias—. Almu, ¿qué pasa? Me estás asustando, me siento observada.
—Creo que tienes una visita… ¡mira! —Señaló con la cabeza la ventana del pasillo situado cerca de la salida de la sala de profesores. Adaia observó por la ventana a un hombre del todo familiar. Corrió a una sala reservada para el personal docente, donde dejó sus pertenencias y bajó a recibir al apuesto piloto.
Almudena colocaba su corto pelo detrás de su oreja derecha mientras se mordía su carnoso y rojo labio inferior observando la escena de los enamorados y pensando en todos los vaciles que podría hacerle a su compañera de trabajo después.
—¿Qué haces aquí? Que luego los niños… bueno, los niños y la profesora cotilla que mira por la ventana me vacilan.
Me da vergüenza.
—Bueno, estoy saludando a la mejor profesora de literatura que yo haya podido conocer. —Le dio un beso en la mejilla—. ¿Te vas a quedar las horas que te faltan? O… ¿puedes escabullirte antes?
—Jo, me iría encantada, pero quiero dejar corregidos unos exámenes antes de este fin de semana y aún tengo una clase con los niños de primero de la ESO, no me puedo escaquear, lo siento. —Puso cara de pocos amigos mientras guardaba sus manos en los bolsillos de su bata verde.
—Bueno, no te preocupes, el trabajo es lo primero siempre, cariño. ¿Quieres que te vaya haciendo la maleta? —Adaia
se echó a reír.
—Te lo agradezco, pero creo que me la voy a hacer yo, nuestros gustos en moda son… muy diferentes. Pero gracias, eh.
—Siempre dispuesto, madame.
Unas horas y muchas bromas más tarde, Adaia llegó a su casa, un pisito en Callao, Madrid. Según puso un pie allí, su gata Covadonga, una british short hair de color blanco se acercó a saludarla. Blasco, el piloto, imitó a su gata acercándose a saludar a la profesora con un beso.
—Madre mía, entre los dos no puedo ni llegar a casa —dijo ella entre risas, puesto que aquel acalorado recibimiento le había impedido depositar las llaves en el pequeño mueble de madera del recibidor o siquiera pasar a la propiedad y cerrar la puerta. Finalmente, como de costumbre, las llaves cayeron delante de una de las múltiples fotos, de los recuerdos que la pareja ponía en el mobiliario del recibidor a modo de decoración—. Bueno, manos a la obra, no me voy a cambiar, solo voy a hacer la maleta y a coger una sudadera, porque yo creo que así con este vestido voy bien, ¿no?
—Yo creo que sí, pero tienes razón con lo de la sudadera, te voy a copiar, aunque igual yo me pongo un jersey.
—Ay, mi pijillo…. ¿Qué voy a hacer contigo yo? ¿Qué voy a hacer? —Le agarraba la cara de forma cariñosa mientras ladeaba la suya propia, con aquellos brillantes ojos verdes achinados por la sonrisa que le provocaba mirarlo—. Me voy a ir preparando, ¿vale? Te quiero mucho, tengo muchísimas
ganas de esta escapada, de verdad.
Adaia le dio un beso y caminó hacia el cuarto que ambos compartían, atravesando el luminoso salón y la cocina decorada en tonalidades rojizas.
Al llegar a la habitación principal abrió el armario situado a la derecha de la cama matrimonial, y con algo de esfuerzo debido a su estatura, consiguió sacar su maleta situada en el compartimento más alto del armario.
Comenzó entonces con la tarea de hacer la maleta. Adaia era una persona sencilla, sin demasiadas pretensiones o búsquedas de mostrar elegancia a la hora de vestir… aunque quizás era justo esto lo que le hacía resultar tan natural, cercana y tierna.
En un abrir y cerrar de ojos aquel equipaje se llenó de colores rosas, azules y bancos. Los que más acostumbraba a lucir la profesora junto con las tonalidades beiges y marrones.
El sofisticado Blasco esperaba ansioso en el salón a su relajada novia, que a su parecer estaba «tardando demasiado», aunque quizás este nerviosismo no tuviera tanto que ver con lo que Adaia hiciera, sino con sus propios planes para los próximos días. Movía una de sus piernas sin descanso y aparentemente de forma involuntaria. Mientras tanto, acariciaba sin descanso a Covadonga, sentados ambos en aquel sofá blanco en el que la gata se camuflaba a la perfección.
—Ya estoy, ya estoy. —Blasco se giró para observar a su novia luciendo el precioso vestido de rayas blancas sobre un fondo de diversos colores pasteles que había lucido durante
todo el día. No obstante, en la última hora había añadido al look unas zapatillas blancas de la marca Nike y una sudadera gris abierta de la misma empresa.
—Preciosa, como siempre. —Blasco se puso en pie y metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones azules, no sin antes usar las mismas para volver a peinar su tupé negro azabache.
—¡Vamos a juego! Tu jersey también es gris, qué ilusión, qué coincidencia. —Adaia tenía la maravillosa cualidad de emocionarse por cualquier detalle, manteniendo esa inocencia propia de un infante—. Bueno, vamos a despedirnos de nuestra pequeña pelusita. —Soltó la maleta y se aproximó al sofá, para coger a su Covadonga en brazos y abrazarla—. Te quiero mucho, eh, pórtate bien, no te traigas ningún amiguito, porque si no… papá y yo vamos a tener que castigarte, eh.
Blasco admiraba, con las dos maletas agarradas y apoyado en el marco de la puerta, la escena con un cariño que no cabría expresarse en palabras. Sus ojos marrones brillaban con una luz única observando a «sus chicas». No entendía en qué momento había llegado a ese punto, ni en qué momento la fortuna se puso de su lado para permitirle ver situaciones similares a esa cada día.
CAPÍTULO 2 PROPUESTAS
05 de noviembre de 2021
Esperando la fila del embarque para un vuelo Dublín-Barcelona (DUB-BCN), se encontraba Adaia, algo agitada. El vuelo en el que embarcaría se había retrasado, lo que le dejaba un tiempo mínimo para realizar la conexión Barcelona-Bilbao (BCN-BIO). Pero su nerviosismo no venía por las dudosas probabilidades de llegar a su casa aquel día, sino por tener que hablar con la tripulación de la aeronave, para pedir ayuda. Se sentía un tanto caradura.
—Tía, es que me muero de la vergüenza, te lo juro. Yo creo que en vez de esperarme a decírselo en medio del vuelo se lo voy a decir ahora porque estoy supernerviosa. Ahora te
cuento, Ali. —Tras enviarle aquel audio a la que era su amiga de la infancia, guardó su móvil en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón.
Unos minutos más tarde había llegado su momento de subir al avión.
—Perdona, es que tengo una conexión después de este vuelo que por el retraso se ha acortado muchísimo, ¿podría salir antes cuando aterricemos? —les decía a las azafatas que le dedicaban miradas de superioridad.
—No, no podemos hacer nada. Es tu responsabilidad escoger los vuelos —le decía una mujer que Adaia definiría posteriormente como «una inglesa estirada». Rubia, con ojos azules y altísima, aunque no podía esconder los crueles efectos de la edad en su piel.
—Por favor, usted no lo entiende, necesito llegar a mi casa.
De pronto apareció por detrás de las azafatas un jovencito de pelo negro, ojos marrones y una perfecta nariz recta.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó el mismo.
—Tiene una conexión corta y pide que la dejemos salir antes —decía la otra azafata con incredulidad.
—Anda, no me seáis, pobre chica. —La observó de arriba abajo, y sus finos labios dibujaron una sonrisa. Agarró unas hojas situadas justo detrás de los tres miembros de la tripulación que conversaban acompañados de cierta tensión con la joven—. Mira. —Se adelantó a las azafatas para situarse más cerca de Adaia—. Esta fila de asientos, la fila 3 está totalmente vacía, siéntate aquí y así cuando aterricemos sales de las primeras.
—Vale, muchísimas gracias, de verdad.
Adaia se dirigió a la fila de asientos y optó por sentarse en el más cercano a la ventana. Se quitó la capucha rosa que llevaba cubriendo parte de su pelo, liberando a su voluminosa melena, despeinada y algo encrespada por la humedad irlandesa. Estaba hurgando en su bolso para coger sus auriculares, cuando de pronto, el piloto se acercó a ella de nuevo con una hoja doblada.
—Llámame, tomamos un café y estamos en paz, eh.
—Le guiñó un ojo, para acabar de acompañar la osadía de su acción.
La joven abrió la hoja para encontrarse con el número de teléfono de aquel aviador y un «Llámame, preciosa». Casi comenzó a reírse al leerlo, no podía ser más surrealista.
—Alicia, tía, no te vas a creer lo que me acaba de pasar… Es que de verdad lo que no me pase a mí, el piloto me ha dado su número, dice que nos tomemos un café y que así estamos en paz, no doy crédito, o sea, me meo. Bueno, luego te cuento mejor, que esto despegará en nada. —Puso el móvil en modo avión y conectó los auriculares, aunque sin música todavía.
—Buenas tardes, señores pasajeros, les habla el comandante Ignacio Martínez. En este vuelo con destino a Barcelona me acompaña el copiloto Blasco Moreno. —El corazón de Adaia se encogió sin saber muy bien por qué, pero decidió ignorarlo, encender su música y olvidarse, o por lo menos, lo intentaría.