Kevin johansen
De Nueva York
a Liniers
Integrante de una generacion de cantauautores que se despego del rock para explorar otros territorios, Kevin Johansen logro establecerse en un sitio donde lo popular y lo prestigioso van de la mano. Con una historia rica en anecdotas, habla sobre mujeres, viajes, amigos, bebidas y comidas. Un manual KJ.
texto Luz Marus fotos juan carlos CaSAS
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BACANAL ene/feb 2014
H
ay una historia, esa que cuenta los comienzos del músico Kevin Johansen, que ya está contada y, sin embargo, siempre parece nueva. Debe ser que esa historia tiene todos los condimentos para nunca aburrir, para jamás repetirse; un relato que, de algún modo, siempre puede reinventarse. Ahí, en esa historia que tiene a KJ como personaje, se combinan todos los elementos posibles: el nacimiento en un sitio, digamos, exótico; padres de fuerte figura -tanto en la presencia como en la ausencia-; un viaje iniciático que parece guionado; y un reconocimiento que fue dándose de a poco, lento pero implacable, hasta que un nuevo giro imprevisto -una canción en una telenovela, hace ya unos cuantos años- lo puso bajo el foco principal del escenario. Pero KJ, haciendo gala de su propio personaje -de su propia historia-, no se dejó tentar por esa luz estruendosa y salió
de ese lugar de manera elegante, casi sin despeinarse. Y lo más importante: sin olvidarse que debía seguir lidiando con su necesario futuro dentro de la música. Esto es: pidió que le bajaran la luz pero no se bajó del escenario. Kevin nació en Alaska, de madre argentina y padre estadounidense. Pasó la infancia en el hemisferio norte y su adolescencia en la Argentina. Más tarde, durante la nota dirá que eso, la adolescencia, lo definió como argentino. Y cuando esa adolescencia empezaba a cruzar el puente hacia la primera adultez, formó parte de Instrucción Cívica, una banda de rock en ese final tan pop que tuvo la década del 80 y con quienes editó un disco que tuvo su cuarto de hora de fama, Obediencia debida. Después, viajó a Nueva York. Ese viaje, en esos primeros noventa, lo llevó a reescribir su infancia y a cerrar un ciclo. Un viaje iniciático, si se quiere. Porque cuando regresó, a eso de 2000, ya traía muy claro el plan a seguir. También traía un disco en la mochila, The Nada. Pero no hay que adelantarse. O sí, hay que adelantarse mucho y después, desandar el camino. Entonces, violento flash foward hasta el verano de 2013. Un día de diciembre, barrio de Belgrano, a eso del mediodía. El calor lo invade todo. El fotógrafo le pide a KJ que pose y KJ no sabe mucho de posar. Se nota la ausencia de gimnasia en ese aspecto. Igual, se las arregla. Como lo hizo siempre en su pasado, como lo hará en su futuro inmediato al responder todas las preguntas con una sonrisa, como riéndose. Como quien tampoco se pone tan serio para hablar de sí mismo. -En todos estos años de carrera, nunca dejaste de lado la idea de banda. No jugaste la del cantaautor solista. Siempre fuiste Kevin Johansen + The Nada. ¿Por qué le das tanto protagonismo a la banda? -El público que nos sigue es el mismo desde siempre. La banda la armamos en la Argentina, cuando volví de Nueva York, en 2000 o 2001. Así nos empezamos a hacer conocidos. Pero The Nada es un proyecto que se armó en Nueva York y es también el nombre de mi primer disco. Ese disco que traje para acá con la intención de