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el regreso del dandi ENIGmáTICO, IRREVERENTE, LúCIDO, INAPRESABLE, LA FIGURA DEL DANDI SOBREVIVE AL PASO DEL TIEMPO, BURLAndo las MODAS Y sus caprichos. por décadas sobrevivió en los márgenes, pero ahora parece dispuesto a retomar el centro de la escena para demostrar que las apariencias dicen la verdad tanto como engañan.
texto victoria beguet day fotos rose callahan, de su libro i am dandy
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n ser ocioso, acaso parasitario, que, tras una selección exquisita, exacta, irreprochable de elementos, deambula, impecablemente vestido, peinado y perfumado, por ambientes diversos. Un individuo algo pomposo con rasgos poco gratos de esnobismo. Un bon vivant. Un frívolo. Una figura demodé, obsoleta. Un narcisista incurable y lastimoso. Un excéntrico que reivindica, legítima e insólitamente, tanto su individualidad como su derecho al ocio y al placer. Un dandi podría ser todas estas cosas. O ninguna. Porque ante la pregunta ¿qué es un dandi?, que, de entrada, parece evidente, incluso innecesaria (¿quién no podría identificar un dandi con sólo verlo o leer un nombre: Wilde, Warhol, Dalí, Wolfe, por nombrar algunos?), no ofrece respuestas inequívocas, satisfactorias. Al contrario, si bien intuimos con bastante precisión qué es el dandismo, da la impresión de que cuanto más nos acercamos, más se aleja. Más nos evade. Porque sucede algo curioso con el dandi: es reticente a ser definido. No sólo porque adquirió formas diversas, cambiando de piel según la cultura, la época, la geografía, sino porque gravita en los márgenes, se instala en la ambigüedad y encierra en sí contradicciones que
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lo vuelven fascinante en su anomalía. Desde su aparición hace dos siglos, el dandi parece haber llegado para quedarse. Por suerte, en el universo dandi, las apariencias dicen la verdad tanto como engañan.
el dandi concibe su propia vida como una obra de arte. En esa empresa, el cuerpo ocupa un lugar central.
dime cómo te vistes “Cuando veo a alguien mejor vestido que yo, me escandalizo”. La frase es de Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde, que contaba entre sus variadas actividades las de boxeador, poeta, viajero, inventor, ladrón y falso marchand. Que la frase haya salido de la boca de uno de los dandis más famosos, más merecedores del título, no sorprende en absoluto. En su sentido más coloquial, el término “dandi” se refiere un hombre muy
bien vestido y los dandis históricamente siempre fueron asociados a la vestimenta, al vestir, aunque sus estilos y definición de elegancia hayan variado enormemente. Así, para Beau Brummell, padre fundador del dandismo, si la gente se da vuelta en la calle para mirarte, no está bien vestido. Más o menos sobrio, excéntrico o llamativo, la vestimenta y el vocabulario visual de la misma no pasan inadvertidos para el dandi, así como tampoco su potencial. Si alguien entiende cabalmente que nuestras elecciones cotidianas, ineludibles cuando de vestirnos se trata, siempre implican un diálogo con el mundo (salgamos a la calle con jeans y zapatillas, de traje o disfrazados de astronauta), es el dandi. Sin duda, en su búsqueda, está el deseo de ser contemplado y admirado, despertar una reacción en su espectador similar a la que tendrá frente a una obra de arte (o cualquier elemento en el cual este detecte belleza). Es que el dandi (aquel producto urbano e inglés -aunque luego se arraigará en Francia- que data de principios del siglo XIX y cuyas mutaciones fueron siempre de la mano de la historia económica) concibe su propia vida como una obra de arte. En esa empresa, la de convertir su vida en obra de arte, el cuerpo
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el dandi busca siempre el golpe de efecto, dar que hablar a los demás, y su rol tiene mucho de performance. no existe sin los medios de su tiempo, de los cuales hace un uso hábil.
ocupa un lugar central. En el prólogo de El gran libro del dandismo (Mardulce), Alan Pauls dice que el cuerpo es para el dandi nada menos que la superficie en la que deben inscribirse los signos distintivos del arte dandi (expresión, mueca, maquillaje, accesorios, prendas, usos idiosincráticos de prendas). Se destaca así un deseo de embellecer la propia vida, no solo a través de la vestimenta, sino que incluye el ambiente por el que se mueve el dandi, su personalidad, su comportamiento, etc. Pero pensarlo como mero esteta resulta incompleto. Un dandi no es alguien que se viste bien, no se reduce a la vestimenta, indica el filósofo y ensayista Luis Diego Fernández, autor de Hedonismo Libertario y Los Nuevos Rebeldes. La ropa forma parte de su arsenal de estrategias de producción, pero es solo una más, como su vínculo social, su creación artística, su visión política, sus prácticas sexuales, etc. La finalidad del dandi es la belleza del vivir y el placer es parte de ella. Si Balzac vinculaba la elegancia con la presencia de dignidad en las cosas, cabe suponer que, en el caso del dandi, belleza, elegancia y dignidad son conceptos muy cercanos entre sí. Rastreando la genealogía del dandi, descubrimos que está emparentado con otras figuras, como, por ejemplo, la del libertino, que se consagra a la persecución del goce con un espíritu lúdico y desprejuiciado. En Historia de mi Vida, las memorias de Casanova, éste reconoce su devoción al placer, a lo inútil: “Cultivar los placeres de mis sentidos fue en toda mi vida mi principal ocupación, nunca tuve otra más importante”. Otro parentesco se da, a su vez, con la figura del viajero: siempre errante, extranje-
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ro, apátrida, coqueteando con las fronteras y los márgenes. El dandi hace eco de este desarraigo, de esta posición ambigua, ya que no pertenece (ni busca hacerlo realmente) a ningún grupo o institución y, cabe suponer, a ninguna clase social. Así es como, históricamente, ostentó la habilidad de moverse tanto en salones, donde se inventaron las normas de socialización, como en los bajos fondos, con la misma soltura. Curiosamente, donde no se maneja con comodidad es en ámbitos típicamente burgueses, como la familia o trabajos convencionales, en los cuales rige la tradición familiarista y productiva de la clase media. Este gesto de rebeldía, de “no subsumir su energía libidinal en pos de la productividad”, según Fernández, hace difícil entender al dandi como parte de un grupo y al dandismo como una subcultura. Algo así como tratar de imaginar un rebaño de ovejas negras. Ese mismo gesto de independencia, por otro lado, lo distingue del snob, ya que el dandi no sólo no aspira a pertenecer a un grupo, sino que únicamente busca dar un golpe de efecto e irse. Según Fernández, dandi es, en todo caso, la antítesis del snob: “El snob quiere pertenecer a determinado estrato social, el dandi quiere producir una disrupción, quiere alborotar, quiere crear una crisis pero desde adentro, juega con la regla, con el margen, con lo alto y bajo. En ese sentido, tiene que ver con el rockero, con la llamada ‘actitud’ en el mundo del rock”. a mi manera El dandismo, que adquiere nuevos matices y notas según dónde se arraiga (así, por ejemplo, el dandi latinoamericano -ejemplos locales incluyen a Mansilla, Mujica Láinez, Barón Biza- va a tener rasgos menos barrocos que el dandi europeo) puede dividirse en tres estilos. Fernández señala un primer dandismo con Beau Brummell como símbolo (quien, por ejemplo, consideraba qué guantes debían ser reemplazados al menos unas seis veces diarias) con eje en la moda y la provocación. Luego, un segundo dandis-
mo de la mano de Baudelaire; y un tercero con Oscar Wilde como referente. Según indica Fernández: “Baudelaire simboliza el dandismo intelectual y bohemio, ya más alejado de la moda y centrado en las vanguardias estéticas, la urbanidad de París y la invención de nuevos valores y subjetivaciones experimentales. Por último, el dandismo que podríamos llamar hedonista, y cuyo símbolo es Oscar Wilde. Wilde engloba en sí todos los otros dandismos de comienzos y mediados del siglo XIX: moda, intelectualismo, decadentismo, esteticismo, libertinismo, singularidad¨. Pero lo verdaderamente llamativo en la historia del dandi es su naturaleza paradójica y, por lo tanto, en cierta medida, inquietante. Tal vez, sanamente inquietante. son varias las paradojas que atraviesan al dandi. Se trata, por un lado, de un personaje tanto social como asocial, ya que el dandi nunca renuncia a su libertad individual (incluso en el amor, nada más foráneo para el dandi que el amor romántico) y, al mismo tiempo, frecuenta asiduamente circuitos donde le es posible exhibirse, mostrarse. Otra paradoja notable, y que también señala Fernández, es que se trata de un hedonista y auténtico bon vivant, que, a su vez, ostenta insólitos rasgos de asceta (se trataría así de un hedonista o bien de un monje estético). Cultiva el ocio, pero es también disciplinado, ya que se da a sí mismo su propia regla de vida que observa rigurosamente. A su vez, a pesar de estar dentro del sistema, el
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si balzac vinculaba la elegancia con la presencia de dignidad en las cosas, en el caso del dandi, belleza, elegancia y dignidad son conceptos muy cercanos entre sí.
dandi juega con la norma (por eso, es difícil determinar hasta qué punto se trata de un personaje marginal). Todas estas paradojas colocan al dandi en una posición de crítica y de provocación, aunque cabe señalar que el dandi no aspira a un proyecto que lo trascienda. Dicho de otra forma, el dandismo sería, mucho antes que la vestimenta, las anécdotas coloridas y desconcertantes, las excentricidades o las frases ingeniosas, una actitud vital. Y el espíritu lúdico (que está en el corazón del dandismo) va de la mano de la lucidez, agudeza y, sin excepción, de cierta rebeldía.
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yo, dandi El encuentro ¨Dandi por dos días¨, coordinado por el CCEBA y que propuso a los participantes la creación de un ¨alter ego dandi¨, fue prueba de la fascinación que sigue ejerciendo esta figura. Damasia Patiño, estudiante de Comunicación Social, explicó su interés en el taller: “Me resulta interesante cómo los dandis convierten su incomodidad, con los cánones de la burguesía y la ética de la productividad en algo bello y original. También me interesa pensar en las mujeres dandis y el juego con el género como algo que también se construye”. En relación con la idea de la mujer como dandi, un término típicamente asociado a lo masculino, la investigadora española Gloria G. Durán, autora de Dandysmo y Contragénero, resalta la influencia de mujeres que pueden ser consideradas auténticos dandis como Tamara de Lempicka o la artista Elsa Von Freytag-Loringhoven. Rose Callahan es una fotógrafa y cineasta radicada en Nueva York. Hace cinco años, comenzó un proyecto que consistía en retratar a hombres que se identificaban en mayor o menor medida con el dandismo. El resultado fue en principio un blog (Dandy Portraits) y, más recientemente, un libro (I am Dandy). Lo que se ve en las fotos de Callahan es un esfuerzo minucioso, infatigable, una selección concienzuda de elementos, de texturas, colores; pero también individuales, intransferibles de lo que constituye la elegancia. Y sobre todo, señala Callahan, un “mundo propio”. En muchas ocasiones, prefiere retratarlos junto con los objetos que tanto valoran. “detrás de escena, uno se encuentra con hombres que han pasado años refinando sus gustos, y tal vez aún más tiempo coleccionando y encontrando aquellas piezas perfectas para saciar su perfeccionismo”. La fotógrafa agrega que muchos de estos perfeccionistas incurables buscan inspiración en la forma de vestir de sus abuelos y bisabuelos, en la cual “encuentran un idioma que se ha perdido y les entusiasma la idea de recuperarlo e imprimirle elementos
propios”. Los retratos inteligentes y sutiles de Callahan ponen en evidencia la coexistencia de un concepto histórico o clásico de dandismo con una práctica actual, una relación entre cómo fue concebido y cómo es practicado hoy en día. ¿Hasta qué punto puede el dandismo ser considerado contemporáneo? dandy 2.0 “Denle a un hombre una máscara y les dirá la verdad”, decía Oscar Wilde. El placer de ser observado justifica la pose, protagónica en la historia de los dandis y menos frívola e inocua de lo que cabrá suponer. La pose implica algo tan crucial como de qué forma (entre un sinnúmero de alternativas) se elige presentarse ante el mundo. Desechar esto como frívolo será un error: la pose no es inútil, ni carece de fuerza. Pauls dice que la pose, al contener lo que está en potencia, lo que se encuentra latente, resulta por eso mismo inquietante. Así, el dandi busca siempre el golpe de efecto, dar que hablar a los demás y su rol tiene mucho de performático y de performance. El dandi no existe sin los medios de su tiempo, de los cuales hace un uso hábil (basta pensar en Andy Warhol, un dandi más reciente, que además de difuminar los límites entre empresario y artista demostró una notable astucia en el uso de los medios y, como todo dandi, comprensión del potencial del artificio). Instagram, las redes sociales, los blogs, conforman un sinnúmero de ventanas que permiten exhibirnos y en las cuales la imagen parece exigir una autoobservación salvaje. Cabe suponer que en la gran puesta en escena que es la Web 2.0, la sensibilidad del dandi nos resulta más familiar y más cercana de lo que creemos. Con respecto a esto último, Fernández señala: “El tema del dandi hoy es que todos parecen serlo o quieren serlo. Si todos son dandies, nadie lo es. Quizá hoy vivimos un neodandismo, donde las subjetividades se producen por las redes sociales, los blogs, las cirugías estéticas, el gym, las drogas, el botox y varios etcéteras. Hay cierto retorno a la sensibilidad dandi porque se está cerrando un ciclo político de militancia y dogmatismo y, como dijo Baudelaire, el dandismo es hijo de las decadencias, cuando algo no terminó de morir y lo otro aún no nace. En ese aspecto, es la época perfecta”.
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