El regreso del dandi

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el regreso del dandi ENIGmáTICO, IRREVERENTE, LúCIDO, INAPRESABLE, LA FIGURA DEL DANDI SOBREVIVE AL PASO DEL TIEMPO, BURLAndo las MODAS Y sus caprichos. por décadas sobrevivió en los márgenes, pero ahora parece dispuesto a retomar el centro de la escena para demostrar que las apariencias dicen la verdad tanto como engañan.

texto victoria beguet day fotos rose callahan, de su libro i am dandy

U

n ser ocioso, acaso parasitario, que, tras una selección exquisita, exacta, irreprochable de elementos, deambula, impecablemente vestido, peinado y perfumado, por ambientes diversos. Un individuo algo pomposo con rasgos poco gratos de esnobismo. Un bon vivant. Un frívolo. Una figura demodé, obsoleta. Un narcisista incurable y lastimoso. Un excéntrico que reivindica, legítima e insólitamente, tanto su individualidad como su derecho al ocio y al placer. Un dandi podría ser todas estas cosas. O ninguna. Porque ante la pregunta ¿qué es un dandi?, que, de entrada, parece evidente, incluso innecesaria (¿quién no podría identificar un dandi con sólo verlo o leer un nombre: Wilde, Warhol, Dalí, Wolfe, por nombrar algunos?), no ofrece respuestas inequívocas, satisfactorias. Al contrario, si bien intuimos con bastante precisión qué es el dandismo, da la impresión de que cuanto más nos acercamos, más se aleja. Más nos evade. Porque sucede algo curioso con el dandi: es reticente a ser definido. No sólo porque adquirió formas diversas, cambiando de piel según la cultura, la época, la geografía, sino porque gravita en los márgenes, se instala en la ambigüedad y encierra en sí contradicciones que

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BACANAL marzo 2014

lo vuelven fascinante en su anomalía. Desde su aparición hace dos siglos, el dandi parece haber llegado para quedarse. Por suerte, en el universo dandi, las apariencias dicen la verdad tanto como engañan.

el dandi concibe su propia vida como una obra de arte. En esa empresa, el cuerpo ocupa un lugar central.

dime cómo te vistes “Cuando veo a alguien mejor vestido que yo, me escandalizo”. La frase es de Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde, que contaba entre sus variadas actividades las de boxeador, poeta, viajero, inventor, ladrón y falso marchand. Que la frase haya salido de la boca de uno de los dandis más famosos, más merecedores del título, no sorprende en absoluto. En su sentido más coloquial, el término “dandi” se refiere un hombre muy

bien vestido y los dandis históricamente siempre fueron asociados a la vestimenta, al vestir, aunque sus estilos y definición de elegancia hayan variado enormemente. Así, para Beau Brummell, padre fundador del dandismo, si la gente se da vuelta en la calle para mirarte, no está bien vestido. Más o menos sobrio, excéntrico o llamativo, la vestimenta y el vocabulario visual de la misma no pasan inadvertidos para el dandi, así como tampoco su potencial. Si alguien entiende cabalmente que nuestras elecciones cotidianas, ineludibles cuando de vestirnos se trata, siempre implican un diálogo con el mundo (salgamos a la calle con jeans y zapatillas, de traje o disfrazados de astronauta), es el dandi. Sin duda, en su búsqueda, está el deseo de ser contemplado y admirado, despertar una reacción en su espectador similar a la que tendrá frente a una obra de arte (o cualquier elemento en el cual este detecte belleza). Es que el dandi (aquel producto urbano e inglés -aunque luego se arraigará en Francia- que data de principios del siglo XIX y cuyas mutaciones fueron siempre de la mano de la historia económica) concibe su propia vida como una obra de arte. En esa empresa, la de convertir su vida en obra de arte, el cuerpo


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