Belleza en cámara lenta

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ViaJErO

BELLEZA EN CAMARA LENTA CON UN PASADO QUE EVOCA A NAVEGANTES, VINOS DULCES, MUSICA TRISTE Y PIRATAS, PORTUGAL PARECE DETENIDA EN EL TIEMPO. EL ENCANTO DE CAMINAR POR LAS CALLES DE SUS CIUDADES, EL SABOR DE SUS PLATOS TRADICIONALES Y LA HISTORIA PRESENTE EN CADA PIEDRA, LA VUELVEN UN DESTINO QUE SE DISTANCIA DE LA ORGULLOSA EUROPA POSMODERNA.

TEXTO OSCAR FINKELSTEIN (ESPECIAL PARA BACANAL)

© JOSE MANUEL

FOTOS OSCAR FINKELSTEIN Y CORTESIA DE LA EMBAJADA DE PORTUGAL

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Ribera, Oporto

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Torre de Belem, Lisboa

unque en tiempos de la Conquista, y durante siglos, jugó un rol esencial por sus astilleros y sus navegantes, hoy Portugal parece estar a la sombra de España. Quizá la sensación se deba a su dibujo en el mapa peninsular, donde apenas tiene reservada una franja occidental que ni siquiera completa hacia el Norte; o a sus casi 92.000 kilómetros cuadrados de superficie (hay 14 provincias argentinas más grandes); o a sus poco más de 11 millones de habitantes (sólo cuatro veces más que la ciudad de Buenos Aires). Pero tiene una historia rica, riquísima. Y una


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1. Vista de Lisboa. 2. Puente en Oporto.

fuerte identidad, más allá del parentesco con su vecino, como pasa de algún modo con Uruguay y la Argentina. Así, Lisboa es a Madrid lo que Montevideo a Buenos Aires: una ciudad que se mueve a ritmo de varias décadas atrás y que, sin embargo, no pierde contemporaneidad y, muy probablemente, gana calidad de vida. Dicen los madrileños que los lisboetas, y los portugueses en general, son “lentos”, una definición que el ritmo vertiginoso de las grandes urbes aplica a quienes se toman su tiempo para cada cosa y sólo se apuran en caso de imperiosa necesidad. Esta particularidad, que para muchos es una virtud, al turista que va de paso, apenas por un puñado de días y ya pensando en la próxima estación del periplo, puede resultarle un poco irritante. Algo parecido a lo que les pasa a algunos porteños en la capital uruguaya. Pero al cabo de unas horas es posible empezar a disfrutar de ese moderato, un tempo que permite la contemplación y el relax, buena fórmula para viajeros ansiosos y estresados. El estilo se repite en todo el país, y más aún, como se verá, en el interior portugués.

LISBOA ES A MADRID LO QUE MONTEVIDEO A BUENOS AIRES: UNA CIUDAD QUE SE MUEVE A RITMO MAS LENTO SIN PERDER

el arte de la elegancia Como toda ciudad europea que se precie, Lisboa destila siglos de historia. Y, también como otras, pero más, es sobreviviente de los avatares de la naturaleza. Dos grandes terremotos pretendieron voltearla, pero no lo consiguieron, pese a que el segundo y más violento, en 1755, sólo dejó en pie una tercera parte de la ciudad. Lo que quedó, parece haber estado siempre ahí. No es difícil imaginar la central Plaza del Rossio, por ejemplo, cuando no existía el transporte automotor. Allí están los tranvías amarillos con sus delicados interiores

Bodega Cálem, Oporto en madera para trasladarnos rápidamente en la máquina del tiempo. Entre tantísimo pasado a la vista, resaltan la Torre de Belem o Torre de los Inmigrantes, monumento histórico del siglo XVI construido en la costa norte del río Tajo, puerta de entrada a la ciudad; el Monasterio de los Jerónimos, que fue residencia de descanso del conquistador Vasco da Gama; el castillo de San Jorge y sus imponentes murallas milenarias; el Museo Berardo, de arte moderno, y el Nacional de Arte Antiguo; el viejo elevador de Santa Justa, que comunica las partes baja (la más céntrica) y alta (la más exclusiva) de la ciudad; el Monumento a los

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© ANTONIO SACCHETTI © JOSE MANUEL

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Tradicionales fados

LISBOA: UNA CIUDAD PARA CAMINAR Y DEGUSTAR UNA GASTRONOMIA TRADICIONAL CON LEVES TOQUES DE MODERNIDAD.

© JOSE MANUEL

Descubridores, y el banco de plaza en el que el Nobel José Saramago solía sentarse a leer o a corregir sus manuscritos, en una pequeña plazoleta a pocos metros del Tajo. Ciudad para caminar, en sus peatonales céntricas se degustan las delicias de una gastronomía tradicional con apenas leves toques de modernidad, entre ellas, el típico caldo verde (una sopa superpoderosa a base de repollo, papas y chorizo), el bacalao en sus infinitas variantes de cocción (guisado, frito, al horno, grillado, en sopa, en ensalada, en croquetas…) y una variedad de patisserie que hace que no parezcan tan lejanas las aromáticas callecitas de París.

Viñedos sobre el Douro

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patrimonio de la humanidad A diferencia de Lisboa, que tuvo que ser varias veces y en buena parte reconstruida, Oporto

conserva, intacto, su casco histórico, que es Patrimonio de la Humanidad, y su impronta de ciudad portuaria, no sólo por su nombre. Dividida en dos por el río Duero, sobre el que cruzan seis puentes que compiten en monumentalidad, belleza y altura (la ribera sur está bastante más elevada que la norte), es la segunda ciudad de Portugal y la más importante de la región, aunque los portuenses aseguran que, por la fuerte actividad industrial y de intercambio comercial, debería superar a la capital del país, con la que mantienen una no siempre cordial rivalidad. También se disfruta a pie, a pesar de algunas zonas empinadas, la ciudad es atravesada por la Avenida dos Aliados, sobre la que se encuentra, por ejemplo, el más que pintoresco Mercado do Bolhao, que parece detenido en el tiempo, igual que las pescaderías de la cercana Rua Formosa, algunas de las cuales sólo venden bacalao, el producto de mar más emblemático de Oporto. En la hermosa Ribeira, vera norte del Duero, una serie de pintorescos restaurantes permiten asomarse a las delicias de la gastronomía local, pródiga en pescados y mariscos mayormente guisados o fritos, pero también en sopas, variedad de porotos cocidos de mil modos diferentes y quizás el plato más típico, una suerte de fast food que combina culturas: la francesinha, que no es más que un sándwich de pan de molde blanco relleno de varias


Bitácora Portugal Como llegar Numerosas líneas aéreas aterrizan en el Aeroporto da Portela de Sacavem, de Lisboa, pero la única que tiene vuelo directo es TAP Air Portugal. El pasaje en clase turista va desde los US$1.248 a los US$2.531 (tasas e impuestos incluidos), según la temporada y día de semana que se elija para viajar. Si el periplo incluye otra ciudad, por ejemplo, Madrid, el tramo de poco más de una hora entre las capitales española y portuguesa, ida y vuelta, puede costar entre US$88 y US$97, y aun menos si se obtiene algún descuento de alguna línea aérea económica.

3. 1. Catedral de Lisboa. 2. La Capilla de los Huesos, en Évora. 3. El banco donde José Saramago leía por las tardes, en Lisboa.

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carnes y/o embutidos como jamón cocido, chorizo, lomo ahumado, panceta, churrasco de ternera o pollo, sobre el que se colocan varias fetas de distintos quesos y se gratina. Se sirve bañado (o inundado) de una salsa de tomate picante a la que, según las versiones, se le agrega cerveza o vino oporto. Del otro lado del río, justo enfrente, la bodega Cálem -una empresa familiar que recién hace pocos años fue vendida al poderoso banco español Caixa Galicia-, ofrece degustaciones gratuitas de sus vinos, que elaboran desde hace casi 150 años. Los oportos blancos, jóvenes y frutados, están teniendo gran aceptación en Europa como aperitivo, mientras que los tradicionales y robustos tintos siguen ganando adeptos como vino de postre o en la elaboración de salsas para carnes. En total, cada año Cálem vende cerca de 4 millones de botellas. El stock permanente se ubica en torno a los 8 millones de litros. las pequeñas reliquias A diferencia de las grandes ciudades portuguesas, los pueblos o pequeñas ciudades -como sucede en toda Europa y en buena parte del mundo- aportan el encanto de lo simple, lo atemporal, lo ancestral. En un terreno escarpado, 80 kilómetros al este de Lisboa aparece Évora, que recibe al turista con la impactante Capilla de los Huesos, junto a la Iglesia de San Francisco: una pequeña ermita construida

con miles de huesos humanos -se estima que se utilizaron los restos óseos de alrededor de 5 mil cadáveres que fueron exhumados de distinto cementerios de la zona para ese fin- bajo la consigna: “Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”. Una serie de columnas en lo alto, ruinas de un antiguo templo, con vista a un valle de tarjeta postal, recuerda que por Évora, como por casi toda la península ibérica, alguna vez estuvieron los romanos. Callejones angostos y serpenteantes con sus casas de patios coloridos ayudan inevitablemente a perderse, algo que por un buen rato no parece ser una mala idea. Pero siempre se llega a la Plaza do Giraldo, plaza mayor, en la que locales y visitantes comparten las mesas en las que por las tardes se consume un revitalizador chocolate caliente, capaz de alegrar al más sombrío. En muy otra dirección, de Oporto hacia el Norte, en lo alto de un cerro desde el que se contempla la ciudad de Braga, se encuentra el Santuario do Bom Jesus do Monte, al que se accede bien a través de un viejo elevador que funciona con presión de agua, bien subiendo las serpenteantes escaleras barrocas hasta alcanzar los 116 metros que separan a la base de la iglesia ubicada en la cima. Otro destino clave para el turismo religioso es Fátima, una ciudad consagrada a las visitas de los devotos al hogar de la Virgen, de cuya aparición se cumple un siglo en el año 2017 y por lo que

El alojamiento Hay hoteles de todo tipo y presupuesto, con precios que van de US$30 a cerca de US$500 la noche en habitación doble, con tarifas que se mantienen estables todo el año, con muy ligeras variaciones. En tour Hay paquetes de entre 5 y 15 días para conocer Portugal en bus, siempre incluyendo Lisboa, con tarifas que arrancan en los US$530 por persona en base doble, con desayuno, traslados y excursiones incluidas (www.europamundo.com). La comida Un almuerzo de dos platos, postre y bebida ronda los 15 euros. Cenar a la carta puede representar un gasto de al menos 30 euros por persona, sin vino, en un restaurante de buena calidad. Un café cuesta entre US$1,30 y US$2.

allí la industria de la construcción no sabe de crisis: se están levantando decenas de hoteles y edificios de departamentos, y se está haciendo una gran obra de infraestructura hídrica para el momento en que millones de peregrinos lleguen para celebrar el centenario de la aparición de la Virgen a los tres niños pastores, según la creencia popular. En fin, Portugal se cae del mapa, pero bien que merece la pena una visita. Es un placer disfrutar de sus paisajes de ensueño, sus ciudades con siglos de historia, su gente amable y sin prisa. Sin mencionar que es la tierra de Pessoa y Saramago, del precioso fado -uno de los pocos géneros musicales, sino el único, que logra ser más triste que el blues o el tangoy de un ciudadano que, aunque viviendo en el país de al lado, es el segundo mejor jugador de fútbol del mundo.

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